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en español)
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“Bueno, sucedió algo en esa planta en la que trabajé durante veinte años. Fue
cuando se murió el viejo y sus herederos tomaron el mando. Eran tres, dos hijos
y una hija, y trajeron un nuevo plan para operar la empresa. Nos permitieron
votarlo, incluso, y todos – casi todos – votaron a favor. No podíamos saber.
Pensamos que era bueno. No, eso tampoco es cierto. Pensamos que se suponía
que pensáramos que era bueno. El plan consistía en que cada uno en la
compañía trabajaría de acuerdo a su habilidad, pero se le pagaría de acuerdo a
su necesidad. Nosotros – ¿qué le pasa, señora? ¿Por qué se pone así?”
“Votamos ese plan en una gran reunión, con todos nosotros presentes, los seis
mil, todos los que trabajábamos en la fábrica. Los herederos Starnes hicieron
largos discursos a propósito del plan, y no resultó claro, pero nadie hizo
preguntas. Nadie sabía como se suponía que el plan funcionaría, pero todos
pensamos que el de al lado lo sabría. Y si alguien tenía dudas, se sintió
culpable y mantuvo la boca cerrada – porque lo presentaron como si oponerse al
plan equivaliera a tener el alma de un asesino de niños y ser mucho menos que
un ser humano. Nos dijeron que el plan conseguiría un noble ideal. Bueno,
¿cómo íbamos a creer que no? ¿Acaso no lo habíamos escuchado toda nuestra
vida, de nuestros padres y maestros de escuela y sacerdotes, en cada periódico
leído, en cada película y cada discurso público? ¿No nos habían dicho siempre
que esto es lo virtuoso y lo justo? Bien, quizá haya excusas para lo que hicimos
en esa reunión. Aún así, votamos el plan – y lo que obtuvimos, fue más que
merecido. Usted sabe, señora, somos hombres marcados, de alguna manera, los
que vivimos esos cuatro años que duró el plan en la fábrica de la Twentieth
Century Motors. ¿Qué se supone que es el infierno? Perversidad, lisa y llana
perversidad, ¿no es eso? Bien, eso es lo que vimos y ayudamos a construir – y
pienso que hemos sido maldecidos, cada uno de nosotros, y nunca seremos
perdonados…
“¿Sabe usted como funcionaba aquel plan, y lo que le hizo a la gente? Intente
echar agua a un tanque que tiene en el fondo un caño que lo drena más rápido
de lo que se puede llenar, y cada balde que usted trae ensancha el caño una
pulgada más, y cuanto más trabaja, más le es requerido, y usted acarrea baldes
cuarenta horas a la semana, luego cuarenta y ocho, luego cincuenta y seis –
para la cena de su vecino – para la operación de la esposa – para el sarampión
del hijo – para la silla de ruedas de la madre – para la camisa del tío – para la
escuela del sobrino – para el bebé de al lado – para el bebé que nacerá – para
cualquiera en cualquier parte alrededor suyo – le corresponde a ellos recibir,
desde pañales hasta dentaduras postizas – y a usted le corresponde trabajar,
desde el amanecer hasta el crepúsculo, mes tras mes, año tras año, sin más
resultado que su sudor, sin nada que esperar más que el darles placer a ellos,
por toda su vida, sin descanso, sin esperanza, sin fin… De cada uno según su
habilidad, para cada uno según su necesidad…
“Somos todos una gran familia, nos dijeron, estamos en esto todos juntos. Pero
no operamos un soplete de acetileno diez horas al día – juntos, y no nos
agarramos todos un dolor de barriga – juntos. ¿La habilidad de quién y qué
necesidades van primero? Cuando es una sola olla, no se puede permitir a una
persona decidir cuáles son sus propias necesidades, ¿no le parece? Si lo
permitiera, podría argumentar que necesita un yate – y si lo único a tener en
cuenta son sus sentimientos, hasta podría llegar a demostrarlo. ¿Por qué no? Si
no es justo que yo tenga un auto hasta que me tengan que internar en un
hospital de tanto trabajo para ganar un auto para todos los holgazanes y todos
los salvajes desnudos de la tierra – ¿por qué no habría de exigirme también un
yate, si aún tengo la habilidad y la fuerza como para aguantar de pie? ¿No? ¿No
puede? Entonces ¿por qué puede exigir que yo no tenga crema para mi café
hasta que él no haya podido pintar su casa? … Bien, bien… Bueno, de todas
formas, lo que se decidió es que nadie tendría el derecho de juzgar sus propias
necesidades o habilidad. Eso sería votado. Sí, señora, lo votamos en una
reunión pública dos veces al año. ¿De qué otra manera se hubiera podido hacer?
¿Se atreve a imaginar lo que ocurría en esas reuniones? Nos llevó sólo una
reunión darnos cuenta de que nos habíamos convertido en mendigos –
asquerosos, quejumbrosos y llorones mendigos, todos nosotros, porque ya nadie
pudo reclamar su paga como un derecho ganado, no tenía ya ni derechos ni
ganancia, su trabajo ya no le pertenecía, pertenecía a „la familia‟, y nadie le
debía nada a cambio, y la única pretensión que uno podía tener hacia ellos era
su „necesidad‟ – por lo tanto, debía suplicar en público para que se aliviaran sus
necesidades, como cualquier lamentable llorón, describiendo todos sus
problemas y miserias, ya que eran las miserias, no el trabajo, lo que se había
convertido en la moneda del reino – así que se tornó en un concurso entre seis
mil limosneros, cada uno asegurando que sus necesidades eran peores que las
de su hermano. ¿De qué otra manera se podría haber hecho? ¿Se atreve a
adivinar lo que ocurrió, qué clase de hombres permanecieron en silencio,
sintiendo vergüenza, y cuáles se alzaron con el botín?
“Pero eso no fue todo. Hubo otras cosas que descubrimos en la misma reunión.
La producción de la fábrica había caído un cuarenta por ciento en ese primer
semestre, por lo que se decidió que algunos no habían cumplido „de acuerdo a
su habilidad‟. ¿Quiénes? ¿Cómo se podría juzgar? „La familia‟ también votó
respecto a eso. Votaron quiénes eran los mejores, y esos hombres fueron
sentenciados a trabajar un tiempo extra cada noche durante los siguientes seis
meses. Tiempo extra sin paga, porque no se pagaba por tiempo ni por
producción, sólo por necesidad.
“Había un hombre que había trabajado duro toda su vida porque siempre había
querido que su hijo fuera a la universidad. El hijo terminó el instituto en el
segundo año del plan – pero „la familia‟ no le dio al padre ninguna „paga‟ para la
universidad. Dijeron que su hijo no podría ir a la universidad hasta que
tuviéramos suficiente como para enviar a los hijos de todos – y que antes de eso
tendríamos que hacer que todos terminaran el instituto, y no teníamos
bastante. Ese padre murió al año siguiente, en una pelea a cuchillo en un bar,
una pelea sin motivo particular – esas peleas comenzaron a hacerse frecuentes.
“También había un veterano, un viudo sin familia que tenía una afición: discos
fonográficos. Pienso que era todo lo que obtuvo de la vida. En los viejos tiempos,
se quedaba sin comer sólo para poderse comprar alguna nueva grabación de
música clásica. Bien, no le dieron ninguna „paga‟ para discos – „lujos
personales‟, los llamaron. Pero en la misma reunión se votó un aparato de oro
para los dientes de Millie Bush, la hija de uno, una chica fea y malcriada de
ocho años – eso se consideró „necesidad médica‟ porque el psicólogo de la junta
había dicho que la pobre niña desarrollaría un complejo de inferioridad si sus
dientes no se enderezaban. El viejo que amaba la música se dedicó a la bebida.
No se lo pudo ver sobrio nunca más. Pero hubo una cosa que parecía que nunca
iba a olvidar. Una noche, apareció tambaleándose por la calle, vio a Millie
Bush, y de un puñetazo le rompió los dientes. Todos.
“La bebida, por supuesto, fue a lo que todos nos volcamos, algunos más, algunos
menos. No pregunte de dónde sacábamos el dinero. Cuando se prohiben todos
los placeres decentes, siempre hay formas de conseguir los podridos. Nadie roba
un almacén de noche ni hurta de los bolsillos de sus compañeros para comprar
sinfonías clásicas o anzuelos de pesca, pero si se trata de llenarse de alcohol
para olvidar – entonces sí. ¿Equipos de pesca? ¿Rifles de caza? ¿Cámaras
fotográficas? ¿Aficiones? No había „partidas para diversión‟ para nadie. La
diversión fue lo primero que se abandonó. ¿No se supone que siempre te
avergüenzas de protestar si alguien te pide que abandones algo, si ese algo te
gusta? Hasta nuestra „partida para tabaco‟ se recortó hasta llegar a dos
paquetes por mes – y eso, nos dijeron, fue porque el dinero debía destinarse al
fondo de leche para los bebés. Los bebés eran el único producto cuya producción
no cayó, sino que creció y continuó creciendo – porque la gente no tenía otra
cosa que hacer, creo, y porque no tenían que preocuparse, el bebé no era una
carga para ellos, sino para „la familia‟. De hecho, la mejor oportunidad que uno
tenía para obtener un aumento y respirar más tranquilo por un tiempo era una
„partida para bebé‟. Eso o una enfermedad grave.
“No nos llevó mucho tiempo captar cómo funcionaba todo eso. Quien quiso jugar
limpio, debió renunciar a todo para sí mismo. Perdió su gusto por el placer, odió
fumar tabaco, o masticar un chicle, preocupado de que algún otro tuviera
mayor necesidad. Se sintió avergonzado de cada bocado de comida que tragó,
preguntándose qué extenuante hora extra de quién lo había pagado, sabiendo
que su comida no le pertenecía por derecho, deseando miserablemente que
abusaran de él antes que abusar de otros, ser un ingenuo antes que un
chupasangre.
“¡Dios nos ayude, señora! ¿Puede ver lo que nosotros vimos? Vimos que se nos
había dado una ley según la cual vivir, una ley moral, la llamaron, que
castigaba a aquellos que la cumplían – precisamente por cumplirla. Cuanto
más se intentaba estar a la altura, más se sufría; cuanto más se abusaba, más
grande era la recompensa. Tu honestidad era como una herramienta a
disposición de la deshonestidad de los demás. Los honrados pagaban, los golfos
cobraban. Los honrados perdían, los golfos ganaban. ¿Cuánto tiempo se puede
permanecer bajo esa clase de ley de buena fé? Nosotros éramos un montón de
buena gente al principio. No había entre nosotros muchos sinvergüenzas.
Conocíamos nuestros trabajos y estábamos orgullosos de ello, y trabajábamos
para la mejor fábrica del país, donde el viejo Starnes no contrataba sino a lo
mejor de la mano de obra del país. Después de un año del plan, no quedaba
entre nosotros un solo hombre honrado. Eso era la maldad, la clase de
horroroso infierno demoníaco con que los predicadores nos asustan, pero que
nunca supusimos llegar a ver en vivo. No fue que el plan diera alas a algunos
hijos de puta, sino que transformó en hijos de puta a gente decente, y era claro
que no podía ser de otra forma – ¡y lo llamaban un ideal moral!
“¿Habría alguna razón para que esta clase de horror fuera predicada por
alguien? ¿Habría alguien que se beneficiara? Sí hubo. Los herederos Starnes.
Espero que no vaya a recordarme que sacrificaron una fortuna y nos
entregaron una fábrica de regalo. Nosotros también nos lo creímos. Sí,
entregaron la fábrica. Pero las ganancias, bueno, eso depende de qué es lo que
se pretende. Y lo que los herederos Starnes pretendían no puede ser comprado
por ningún dinero en el mundo. El dinero es demasiado limpio e inocente para
eso.
“Eric Starnes, el más joven – era una especie de medusa que no tenía el coraje
de desear nada en particular. Se hizo votar Director del Departamento de
Relaciones Públicas, que no hacía nada, pero tenía un equipo para no hacer
nada, por lo cual ni siquiera debía molestarse en aparecer por las oficinas.
“Esto era todo el secreto de todo aquello. Al principio, me preguntaba cómo era
posible que la gente educada, culta y famosa del mundo pudiera cometer una
equivocación de ese tamaño y predicar como virtuosa esa clase de abominación
– cuando sólo cinco minutos de experiencia le hubieran indicado lo que
ocurriría si se pusiera en práctica su deseo. Ahora sé que no fue ninguna
equivocación. Errores de ese tamaño nunca se cometen inocentemente. Si los
hombres se dejan llevar por una locura depravada, sin manera de que funcione
y ninguna razón posible para explicar su decisión – seguro que es porque tienen
una razón que no quieren decir. Y tampoco nosotros fuimos tan inocentes
cuando votamos a favor del plan en la primera reunión. No lo hicimos
únicamente porque creímos que la edulcorada cháchara que nos vomitaron
fuera buena. Teníamos otra razón, pero la cháchara sirvió para esconderla de
los vecinos y de nosotros mismos. La cháchara nos dio la oportunidad de hacer
pasar como virtud algo que nos avergonzaría admitir de otra manera. No hubo
uno solo de los que votaron que no hubiera pensado que con ese esquema
podría apoderarse de parte de las ganancias de otros más competentes que él.
No había nadie tan rico o inteligente como para creer que no hubiera alguien
más rico o más inteligente, y ese plan le daría una participación de esa riqueza
y de esa mente. Pero al pensar que obtendría beneficios no ganados de los
superiores se olvidó de que los de abajo también obtendrían beneficios no
ganados. Se olvidó de todos sus inferiores, que se apuntarían a chupar su jugo
tan rápido como él intentaría chupar el jugo de sus superiores. El trabajador
que se enamoró de la idea de que sus necesidades le justificarían tener una
limusina como la de su jefe, se olvidó de que todos los vagos y mendigos del
mundo aparecerían manifestando que sus necesidades justificaban que se les
diera un frigorífico como el suyo. Ese fue el verdadero motivo cuando votamos –
esa fue la verdad – pero no quisimos creerlo, de manera que cuanto menos nos
gustaba el asunto, más alto gritábamos nuestro amor por el bien común.
“Bueno, obtuvimos lo que nos buscamos. Cuando nos dimos cuenta de qué era
lo que habíamos pedido, ya era demasiado tarde. Estábamos atrapados, sin
ningún lugar a donde ir. Los mejores abandonaron la fábrica en la primera
semana del plan. Perdimos a nuestros mejores ingenieros, supervisores,
capataces y obreros más cualificados. Un hombre digno no se convierte en una
vaca lechera para nadie. Algunos tipos hábiles intentaron aguantar, pero no lo
soportaron durante mucho tiempo. Perdíamos gente todo el tiempo, se
escapaban de la fábrica como de la peste – hasta que no nos quedó más que la
gente necesitada, ninguno de los competentes.
“Y los pocos que servíamos para algo y nos quedamos, fue porque habíamos
estado allí durante mucho tiempo. En los viejos tiempos, nadie renunciaba a la
Twentieth Century – y de alguna manera, no podíamos convencernos de que
todo aquello había desaparecido. Después de un tiempo, ya no podíamos
abandonar, porque ningún otro empleador nos habría querido – de lo que no le
culparía. Nadie quería tratar con nosotros, de ningún tipo, ninguna persona o
empresa respetable. Todos los pequeños negocios en nuestra zona comenzaron
a irse de Starnesville rápidamente – hasta que no quedaron más que boliches,
salas de juego y sinvergüenzas que nos vendían basura a precios exorbitantes.
Seguíamos recibiendo nuestras limosnas, pero el coste de la vida subía. La lista
de los necesitados en la fábrica aumentaba, pero la lista de clientes se encogía.
Cada vez había menos ingresos para dividir entre más y más gente. En los
viejos tiempos, se solía decir que la marca de la Twentieth Century Motors era
tan valiosa como la marca de los quilates en el oro. No sé qué es lo que
pensaron los herederos Starnes, si es que pensaban algo, pero supongo que al
igual que todos los planificadores sociales y al igual que los salvajes, creyeron
que esa marca era un sello mágico que funcionaba mediante algún poder vudú
y que los mantendría ricos como había sido con su padre. Bueno, cuando los
clientes comenzaron a ver que nunca entregábamos una orden ea tiempo y
nunca producíamos un motor que no tuviera algún defecto – el sello mágico
comenzó a operar a la inversa: la gente no aceptaba un motor con la marca de
la Twentieth Century ni de regalo. Y llegamos al punto en que nuestros únicos
clientes eran los que nunca pagaban y nunca habían tenido intención de pagar
sus cuentas. Pero Gerald Starnes, envalentonado por su propia publicidad, se
puso de mal humor y andaba recorriendo, con un aire de superioridad moral,
exigiendo que los empresarios nos hicieran pedidos, no porque nuestros
motores fueran buenos, sino porque necesitábamos los pedidos urgentemente.
“A esa altura, el idiota del pueblo podía ver lo que generaciones de profesores
habían pretendido no darse cuenta. ¿De qué le serviría nuestra necesidad a una
planta de generación eléctrica cuando sus generadores se pararan por culpa de
nuestros motores defectuosos? ¿De qué le serviría a un paciente en una mesa de
operaciones cuando se fuera la luz eléctrica? ¿De qué le serviría al pasajero de
un avión cuando los motores se pararan en pleno vuelo? Y si compraran
nuestro producto, no por su mérito sino por nuestra necesidad, ¿sería eso hacer
lo bueno, lo correcto, lo moral para el dueño de la planta generadora, para el
cirujano en el hospital, para el fabricante del avión?
“Sin embargo esa es la ley moral que los profesores, los líderes y los pensadores
han querido establecer a lo largo y ancho del mundo. Si esto es lo que pasó en
un pequeño pueblo donde todos nos conocíamos, ¿se imagina lo que ocurriría a
escala mundial? ¿Se imagina cómo sería, si tuviera que vivir y trabajar estando
atado a todos los desastres y las torpezas del globo? Trabajar – y cuando
cualquier hombre fallara en cualquier parte, eres tú quien debe compensarlo.
Trabajar – sin poder progresar, con tus comidas y tus ropas y tu hogar y tu
placer dependiendo de cualquier estafa, cualquier hambruna, cualquier peste
en cualquier lugar de la Tierra. Trabajar – sin poder tener una ración extra
hasta que se haya alimentado a los camboyanos y se haya enviado a la
universidad a los patagones. Trabajar – por un cheque en blanco en poder de
cada criatura nacida, de personas que nunca verás, cuyas necesidades nunca
sabrás, cuya habilidad o vaguería o torpeza o fraude nunca podrás conocer y
menos cuestionar – sólo trabajar y trabajar y trabajar – y dejar a los Ivys y a
los Geralds del mundo la decisión de cuáles serán los estómagos que
consumirán el esfuerzo, los sueños y los días de tu vida. ¿Y esa es la ley moral
que hay que aceptar? ¿Eso – un ideal moral?