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BREVE REFLEXIÓN SOBRE LA REFORMA DE LA LEY 30

  

Por: Nelson Castillo Pérez (Profesor Tiempo Completo Universidad de Córdoba)


  

El proyecto de reforma de la Ley 30 de 1992, como toda reforma, trae consigo las reacciones
pertinentes del caso. El criterio de los agentes académicos vinculados al sector de la educación
superior no se ha hecho esperar. El temor frente a la reforma se centra fundamentalmente en
la inversión de los empresarios privados para contribuir al mejoramiento de la investigación,
la prestación del servicio y los proyectos productivos. Como se sabe, los convenios entre las
universidades públicas y entidades privadas en el campo de la investigación se vienen dando
desde hace muchos años, pero no en el sentido de que sean los empresarios los que contribuyan
con su capital económico en el desarrollo de la investigación de las instituciones universitarias
del Estado. Tal incursión podría introducir la preocupación de establecer quién sería el dueño del
conocimiento, si la universidad o los dueños del capital privado. He allí el quid del problema.
Teniendo en cuenta la experiencia que tenemos acerca del tráfico de influencias en nuestro
país, se teme que la inversión privada pueda desplegar la voracidad lucrativa y burocrática en el
interior de las universidades, colocando en riesgo la calidad de la educación superior. De hecho,
muchas universidades públicas de provincia han corrido con la mala suerte de ser intervenidas
por la clase política, para no hablar de los grupos armados ilegales, convirtiéndolas en algunos
casos en fortines burocráticos y epicentros de la contratación y la malversación de fondos. Si los
caudillos políticos regionales se sienten con derecho propio en las universidades de provincia
para nombrar y quitar funcionarios porque supuestamente fueron los gestores del presupuesto
ante el gobierno nacional, qué se podría esperar de aquellos inversionistas inescrupulosos que se
consideran dueños de parte del dinero que mueve el funcionamiento de las universidades. He allí
otro dolor de cabeza.
Pero no todo, por fortuna, augura malos presagios. El artículo 18 del proyecto de reforma se
podría ver como una fortaleza para evitar que los poseedores del capital privado hagan cumplir
su voluntad en la escogencia de los profesores, quienes deben ser nombrados previo concurso
de méritos, ratificando lo consagrado en la Ley 30 del año 1992. Pero al mismo tiempo el
mencionado artículo es de alguna manera benévolo con el presupuesto de las universidades
públicas: exige que los profesores nombrados de tiempo completo, medio tiempo y por horas
cátedras, incluyendo a los docentes ocasionales, que son de carácter transitorio y nombrados
mediante resolución por un período inferior a un año, ostenten por lo menos título de Magíster.
Se busca con esta medida, además de garantizar cierto grado de capacidad académica del docente
que aspira a ingresar a la universidad, evitar que ésta invierta una cuantiosa cantidad de su
presupuesto en la formación y titulación del mismo. De aprobarse la presente reforma, después
de atender las críticas provenientes del medio académico, la Universidad de Córdoba se vería
en el deber ineludible de revisar la contratación de sus docentes catedráticos y ocasionales, un
gran número de ellos sin el título de Magíster, circunstancia que se refleja en el deterioro de la
calidad de la educación superior, contraviniendo en este sentido el mandato de la ley. Sobre todo
porque el concepto de catedrático que tenemos hoy en día dista mucho del concepto clásico que
se tenía antes del académico o intelectual que sabía mucho y quería aportar algo de su sapiencia
en la universidad mediante la vinculación de horas cátedras, con el fin de no comprometer su
tiempo de investigador y hombre estudioso. Al contrario, hoy en día, como lo expresó Jorge
Enrique Robledo en el pasado Simposio de Educación Superior realizado en Bogotá, nuestro
catedrático, con contadas excepciones, es aquel docente a quien no le alcanza el tiempo a causa
de su vinculación con diferentes instituciones y debe tomar otras clasecitas en la universidad para
que le rinda el dinero.
Los programas académicos que en la actualidad elaboran documentos y formatos en procura de
obtener la Acreditación de Calidad se verán obligados a ver cómo vadean el rigor de la vigilancia
y evaluación de CONACES, organismo que valora la titulación y formación de los docentes
adscritos a los programas académicos como requisito sine qua non para otorgar el Registro
Calificado y la Acreditación de Calidad.
Lo primero que debe hacer una institución pública es ordenarse de acuerdo con las leyes vigentes
establecidas. Regirse a partir de lo legal y lo legítimo constituye la única forma posible para que
la institución pública no parezca propiedad privada del administrador de turno.
  

Universidad de Córdoba, marzo 21 de 2011

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