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Es muy común en nuestros días escuchar hablar acerca de la problemática ambiental. A
diario por los diferentes medios de comunicación se nos informa sobre la situación actual
de nuestro planeta en materia de medio ambiente y ecología, tanto que incluso términos
como polución, calentamiento global, desarrollo sostenible, fuentes alternativas de energía,
y otros se han puesto de moda en el argot científico y popular, ya que por medio de
documentales, artículos, ensayos, libros y demás fuentes de información, se nos advierte
sobre el inminente riesgo que corre la vida como la conocemos en este, el tercer planeta
del sistema solar. Pero a la vez que abundan estas voces alarmantes y hasta apocalípticas
podemos encontrar silencio, silencio que se puede traducir en la ausencia de hechos
concretos en la necesidad de detener la creciente andanada de un sector de la humanidad
en contra de la salud de nuestro planeta, que más allá de lo publicitario y lo mediático,
merece de atención sincera y pronta respuesta.
Es sabido que desde la llamada segunda revolución industrial las emisiones de gases
contaminantes se han ido intensificando y profundizando cuantitativa y cualitativamente, lo
cual afecta considerablemente la salud de este organismo vivo y complejo donde vivimos
no solo los seres humanos sino también innumerables especies con diversas formas de
adaptación y desarrollo. Esta revolución industrial significó al mismo tiempo un gran salto
en materia de producción de mercancías y contribuyó enormemente a desarrollar la
relación Humanidad-Naturaleza, la cual pasó a ser más efectiva y dinámica a la hora de
buscar nuestras fuentes de subsistencia, pero esta realidad contrasta con la otra cara de la
moneda, la cual es el uso que se le ha venido dando a ese desarrollo y a ese salto
productivo mundial, uso que raya en estos momentos con la destrucción y con la
implementación de métodos cada vez más voraces a la hora de darle continuidad a esta
concepción que parte de considerar a la naturaleza objetiva como inagotable fuente de
recursos.
La situación actual del planeta en materia ambiental hoy nos recuerda que estamos
produciendo y consumiendo descontroladamente, los crecientes acontecimientos de
contaminación , guerra y muerte nos recuerda que hay también recursos NO renovables y
que toda actividad humana en contra de la salud de nuestro planeta hará sentir sus
efectos a corto, mediano y largo plazo.
En el marco de esta problemática ascendente, las principales potencias industriales del
planeta y que más gases tóxicos arrojan a la litosfera y a la atmosfera, han planteado la
posibilidad de reducir sus porcentajes de emisión en el transcurso de los años, para lo cual
han firmado un protocolo que es conocido como el PROTOCOLO DE KIOTO.
El principal requisito del Protocolo de Kioto es que los países industrializados tengan
establecidos unas metas de obligado cumplimiento en cuanto a sus niveles de emisión de
gases invernadero. El Protocolo estipula que estas naciones tendrán que reducir sus
emisiones a los niveles estipulados antes del año 2008 y mantener estos niveles hasta el
año 2012. Las cantidades totales de emisiones se miden utilizando un conjunto del
potencial de calentamiento de los seis gases regulados (CO2, CH4, N2O, los HFCs, los
PFCs y SF6), el año base para CO2, CH4 y N2O es 1990 mientras que para HFCs, PFCs
y SF6 se puede usar tanto el año 1990 como 1995.
Los países en cuestión también tenían que poder demostrar en el año 2005 que han
hecho progresos en cuanto al cumplimiento de estos objetivos. A los países en vías de
desarrollo no se imponen objetivos de limitación pero se les facilita la transferencia de
recursos económicos y tecnológicos.
El objetivo para los países de la Unión Europea como un conjunto es que reduzcan sus
emisiones en un 8%, una cifra que en un principio parece muy fácil alcanzar cuando se
tiene en cuenta que la UE entró en las negociaciones con la propuesta de comprometerse
a una reducción de 15% (según la Agencia Europea del Medio Ambiente, entre 1990 y
1996 la UE en su conjunto sólo redujo sus emisiones en un 1% y si no se aplican medidas
habrán crecido un 5,2% antes del año 2010).
Aunque marque el primer acuerdo internacional de reducción de las emisiones de este
tipo de gases, el Protocolo ha sido criticado por muchas personas y organizaciones
debido a que los objetivos impuestos no alcanzan la magnitud necesaria como para evitar
las consecuencias del calentamiento global, también es necesario tener en cuenta que las
emisiones de los países en vías de desarrollo sin duda aumentarán debido a su
progresivo desarrollo industrial y la disminución de sus extensivas áreas de bosque,
zonas que naturalmente absorben grandes cantidades de CO2.
Lo que resulta más polémico aún son algunas de las maneras en que los países pueden
alcanzar sus objetivos. El Protocolo por ejemplo considera que si un país aumenta la
cantidad de terrenos dedicados a bosque o plantaciones agrícolas, no tendrá que limitar
tanto sus emisiones ya que las plantas actúan como sumideros de dióxido de carbono,
absorbiendo el gas durante el proceso de fotosíntesis. Sin embargo, según los ecologistas
este aspecto del acuerdo será muy difícil de cuantificar, controlar y verificar y dará la
opción de seguir aumentando los niveles de emisiones a la vez de sustituir los bosques
por plantaciones de crecimiento rápido, actuación que podría producir impactos
imprevisibles sobre la biodiversidad y la estabilidad del medio. También argumentan que
el CO2 atrapado por las plantas podría volver a escapar en cualquier momento debido a
los incendios forestales.
Debido a los desacuerdos entre los países en cuanto a estos puntos polémicos la 6ª
Conferencia de las Partes del Convenio Marco sobre Cambio Climático que tuvo lugar en
La Haya en Noviembre de 2000 se cerró sin haber llegado a ningún acuerdo en firme.
Posteriormente, la elección de George Bush como presidente de los Estados Unidos tuvo
un impacto decisivo sobre las negociaciones que tuvieron lugar en la siguiente
Conferencia en Bonn en julio de 2001. Dado el estrecho vinculo que tiene Bush con las
empresas petrolíferas de su país, no fue una gran sorpresa cuando anunció la retirada de
los EEUU de las negociaciones, y su contundente rechazo del Protocolo. Este país, con el
5% de la población mundial produce el 25% de los gases de efecto invernadero, y por
tanto la noticia fue recibida con indignación por parte de organizaciones ecologistas y de
la mayoría de los gobiernos de los demás estados y fue fuertemente criticado como una
actuación irresponsable y perjudicial. Por este motivo, tras intensas negociaciones, y bajo
la amenaza de algunos países tales como Japón, Australia y Canadá de seguir el ejemplo
de Bush, el acuerdo a que se llegaron los demás países se celebró como una gran
victoria, y la ministra de medio ambiente de la Unión Europea, Margot Wallstrom, anunció
que ³Podemos volver a casa y mirar a nuestros niños a los ojos y sentirnos orgullosos de
lo que hemos hecho´. Sin embargo, la necesidad de llegar a algún tipo de acuerdo y de
esta manera salvar las negociaciones, provocó que los países más comprometidos,
específicamente los de la Unión Europea, tuvieran que aceptar acuerdos que habían
rechazado en conferencias anteriores debido a que limitaban el alcance y los objetivos
globales del Protocolo. Se estima que la reducción original en un 5,2% de las emisiones
de los 30 países más industrializados se redujo al 1,8% como resultado de esta situación.
El Protocolo de Kioto, criticado por muchos por ser insuficiente como medida para frenar
el calentamiento global, se vio reducido a algo poco mejor que inexistente.
La Comisión de la Unión Europea estima que, para estabilizar la concentración de CO2 en
su nivel actual, será necesario reducir las emisiones por entre un 50% y un 70%
inmediatamente. Incluso para limitar el aumento de temperatura para el año 2050 a 1,5ºC,
y para que el nivel del mar no crezca más que 2 cm cada 10 años, las emisiones tendrán
que reducirse por un 35% entre 1990 y 2010.
La conferencia celebrada en Marrakech al final de octubre de 2001 fue, en muchos
sentidos, una continuación de lo ocurrido en Bonn. El objetivo fue finalizar las
negociaciones y preparar el protocolo para su ratificación por los distintos países y,
aunque cumplió con este objetivo, muchos países lo vieron como una oportunidad para
beneficiarse de su debilidad. El ejemplo más extremo fue el caso de Rusia que pidió, y
consiguió, el doblamiento de la cantidad de sus bosques que puede usar como sumideros
de dióxido de carbono. Desde un punto de vista más optimista, la conferencia dejó el
camino abierto para su ratificación por una cantidad de países suficiente para que se
pueda aplicar sin tener que contar con el apoyo de los Estados Unidos.
La situación actual nos muestra también la cantidad de intereses económicos y políticos
que están en pugna y que pueden verse reflejados en los argumentos de las diferentes
partes para sumarse o para retirarse de este protocolo, el cual hoy muestra su real
esencia, la cual es la apariencia de unas potencias económicas y militares que en cierta
forma quieren posar ante la historia como responsables a la hora de tratar estos
espinosos temas, en los cuales la humanidad incluso se juega su futuro.
Cada día crecen más las voces en contra de estos protocolos, los cuales así teóricamente
busquen salidas a la situación ambiental por la que atravesamos, en la práctica muestran
su ineficacia y real carácter, por lo que la humanidad debe esforzarse en encontrar formas
y modos de producción más elevados que cumplan con la satisfacción de nuestras
necesidades y no pongan en riesgo la salud de este ya enfermo planeta tierra.

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