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La población del mundo romano está constituida por dos grandes bloques humanos: hombres
libres y esclavos. Los hombres libres pueden ser ciudadanos (cives) o extranjeros (peregrini).
A estos últimos se les permite residir en Roma, pero carecen de derechos políticos.
Los ciudadanos poseen la civitas (ciudadanía) que está formada por una serie de derechos que
Roma fue concediendo, total o parcialmente, a los diversos habitantes de su territorio
Así, entre los habitantes que gozaban de la plenitud de derechos (cives optimo iure) y los que
carecían de todos (peregrini), surgieron ciudadanos intermedios, es decir, con derechos
restringidos (cives minuto iure). Los elementos que constituyen la civitas son:
a) Derechos políticos:
- Ius suffragii: derecho de sufragio activo, es decir, derecho a emitir su voto en cuestiones
relativas al Estado. Este derecho ha de ejercitarse en Roma y personalmente.
- Ius honorum: derecho a ser elegido para ocupar cargos públicos.
- Ius provocationis ad populum: derecho a apelar, ante la asamblea del pueblo, contra la sen-
tencia de azotes o muerte dictada por un magistrado.
b) Derechos civiles:
- Ius connubii: derecho a contraer matrimonio válido según las leyes romanas, con los poderes
jurídicos inherentes al mismo (manus, patria potestas, tutela, etc.).
- Ius commercii: derecho a la propiedad y a: comercio. Posibilidad de adquirir, disfrutar-:
transmitir legalmente un patrimonio o propiedad (dominium ex iure quiritium).
- Ius (legis) actionis: posibilidad de hacer valer sus derechos ante la ley. Capacidad jurídica
para comparecer como parte en un proceso testar, ser heredero, etc.
Estos derechos pueden adquirirse por nacimiento, por manumisión1, por ley o por concesión es-
pecial del Estado. Pueden perderse, total o parcialmente.
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manumisión: acción de manumitir: dar libertad a un esclavo
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ius connubii a los plebeyos, se reparten el ager publicus (tierras conquistadas al enemigo) y
cierran sistemáticamente a los plebeyos todo acceso a los puestos políticos y religiosos.
2. Los plebeyos (plebeii) constituyen la mayoría de la población de Roma. Esta masa,
procedente sobre todo de los pueblos sometidos y de la inmigración, está separada de los
patricios por carecer del ius connubii, pero va conquistando poco a poco, tras largas y tenaces
luchas, la igualdad de derechos cívicos. La necesidad de su cooperación en el terreno militar,
frente al enemigo exterior, hizo que estas masas de proletarios, carentes de propiedades
inmuebles, abrumadas de deudas y amenazadas constantemente con la cárcel o la esclavitud,
que traía consigo la falta de pago, exigiesen el reconocimiento gradual de sus derechos
políticos y civiles.
Las luchas sociales comienzan ya tras la expulsión de los reyes, que puso en manos de la
aristocracia patricia las riendas del poder. En el año 494 a. C. se produce la primera sedición
popular en gran escala. La plebe se retira al Monte Sacro y amenaza con fundar una nueva
ciudad. Los patricios, en minoría, transigen con las exigencias de los sediciosos y se crean unos
magistrados especiales los tribunos de la plebe (tribuni plebis), cuya misión consistía en velar
por los intereses de la plebe contra los abusos de sus antagonistas. Logran también los plebeyos
una condonación general de deudas y la libertad de los deudores encarcelados.
La conquista de los derechos cívicos de la plebe continúa inexorable y sin tregua: en el
año 491 a.C. los tribunos consiguen la posibilidad de citar ante los comitia tributa a los
patricios, por delitos cometidos contra los plebeyos; en 486 se promulga la primera ley agraria,
para una más equitativa distribución del ager publicus; en 455, la lex Canuleia concede a los
plebeyos el ius connubii; en 421, obtienen el acceso a la quaestura del Erario, cargo que su-
pone la admisión en el Senado. La critica situación provocada por las invasiones galas les
permiten exigir y conseguir el acceso a cualquier cargo público, incluso el consulado (año 367 a.
C.).
Expugnadas por fin las privilegiadas posiciones patricias en el año 302 a. C., con el
acceso a todas las magistraturas y la consiguiente unidad política del pueblo romano, sólo
quedaba por conseguir un reparto más equitativo del ager publicus. La irregularidad de estas
distribuciones arbitrarias provocó violentas reacciones populares, acaudilladas por los tribunos
de la plebe. Durante la República se dictaron diversas leyes, conducentes a regular este reparto
de tierras conquistadas.
La revolución económica producida en el mundo romano por el victorioso desenlace de
las Guerras Púnicas, y la fulminante expansión territorial de Roma, enconó otra vez los con-
flictos sociales, ya un tanto acallados, al arruinar la pequeña propiedad agrícola y acrecentar
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los latifundios y, con ello, el número de ciudadanos pobres, desocupados y turbulentos. La lex
Sempronia, propuesta por C. Sempronio Graco, tribuno de la plebe, en el año 133 a. C.,
pretendió hacer efectivas las conquistas sociales logradas por la lex Licinia. Sin embargo, éste
cae asesinado por los patricios. Nueve años después, su hermano C. Graco, tribuno de la plebe,
continúa sus proyectos reformadores. La intransigencia de los patricios y del Senado desemboca
en un tumulto, en el que son asesinados unos 300 partidarios del C. Graco (año 121 a. C.).
Tras la muerte de los Gracos, Roma se debate en un sangriento mar de guerras civiles.
Mario acaudilla a la plebe, Sila a los patricios; Pompeyo, representante del conservadurismo de
la vieja aristocracia, es vencido por César, caudillo de la democracia. La victoria de Farsalia y
la actividad social y reformadora del vencedor completa la equiparación de derechos entre los
ciudadanos. Con ello, cosa paradójica, murió la res publica y César echó los cimientos del que
sería el régimen imperial de Augusto.
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Con la toga, que era el atuendo propio del ciudadano romano, éste vestía una túnica también de lana cuyas mangas
llegaban hasta los codos y su borde inferior hasta las rodillas, pero por detrás era unos cuatro dedos más larga. Para
ceñirla al talle se usaba un cinturón de piel o un ceñidor de cáñamo. Tanto el color de la toga como el de la túnica eran
el color natural de la lana, crema claro. La calidad de la prenda variaba según la clase social y distintos símbolos
visibles, como las franjas, distinguían la clase social de su portador
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proporcionaba la categoría de homo nobilis. Si el que alcanzaba este cargo era un plebeyo
(como en el caso de Cicerón), este homo novus (= advenedizo) fundaba con ello una familia no-
bilis. Esta nobleza de nuevo cuño formó pronto un círculo social poderoso y hermético, del que
trataba de alejar a los demás. Sus miembros se daban a sí mismos los títulos de optimates y bo-
ni cives y formaban el núcleo de la clase senatorial.
LOS CLIENTES
Los clientes eran ciudadanos libres que voluntariamente se ponían bajo la protección de
una familia poderosa. El patronus (que era el pater familias) estaba obligado a defenderlos
ante los tribunales y apoyarlos económicamente. A cambio de ello, sus clientes le debían
respeto y obediencia, le acompañaban en público, acudían a saludarle cada mañana, etc.
LOS ESCLAVOS
"¡Dioses celestiales! ¡Qué hombres tan miserables había allí! Hombres cuya piel estaba
pintarrajeada por los cardenales amoratados de los latigazos, cuya espalda cubierta de llagas,
estaba más semioculta que protegida por unos harapos hechos trizas. Algunos cubrían tan sólo
su bajo vientre con un exiguo taparrabos. Todos los demás iban vestidos con túnicas tan
destrozadas que, a través de su jirones, dejaban ver totalmente sus cuerpos; su cabello, rapado
por uno de los lados, sus pies presos en grilletes. Tenían la tez terrosa y deforme, los párpados
corroídos por las humeantes tinieblas del horno tenebroso y ardiente, hasta el punto de que
estaban casi ciegos. Mostraban sus miembros una blancura repulsiva por ir cubiertos de una
ceniza de harina, a la manera de los púgiles, que luchan después de salpicarse de polvo."