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EGIPTO

El 2011 ya se presentaba como un año crítico para el régimen egipcio


incluso antes de que el tunecino Mohamed Buazizi se inmolara en
diciembre, de que el presidente Ben Ali huyera de Túnez menos de un mes
más tarde y de que el Movimiento 6 de Abril convocara la manifestación
multitudinaria del 25 de enero. Las elecciones presidenciales previstas para
septiembre designarían por fin un sucesor de Hosni Mubarak, en el poder
durante treinta años. Además, a pocos meses de la fecha decisiva, no
estaba claro hacia qué lado se inclinaría la situación. ¿Sería elegido
presidente Gamal, el hijo menor de Mubarak? Esa opción, considerada muy
probable, se había vuelto más incierta (sobre todo, por la percibida
oposición a ella del ejército). ¿Ocuparía un militar el poder? Esa opción se
volvió más difícil tras las enmiendas constitucionales del 2007. ¿Podría
haber un gobierno de transición dirigido por Omar Suleiman, el jefe de los
servicios de inteligencia, o por otro militar? Todas esas preguntas estaban
sin respuesta. A pesar de que el partido presidencial aún ejercía un dominio
político exclusivo, el régimen parecía encontrar más dificultades para
mantener la estabilidad en un periodo de cambio decisivo. Diez años para
preparar la sucesión presidencial... y al final falla.

No era que la situación política hubiera cambiado de modo drástico: el


gobernante Partido Nacional Democrático (PND) seguía monopolizando la
representación en el Parlamento frente a varios partidos muy débiles de la
oposición legal y seguía luchando por frenar la influencia de su único
auténtico rival, los oficialmente prohibidos Hermanos Musulmanes. Las
elecciones de diciembre del 2010 exacerbaron aun más esa situación: el
PND ganó 420 de los 508 escaños, y sólo 15 fueron a parar a partidos de la
oposición y uno a los Hermanos Musulmanes, que habían conseguido 88
diputados en el 2005. Los otros 70 escaños fueron a parar a
“independientes” vinculados al PND.

A partir del 2002-2003, sometido a una creciente presión estadounidense y


consciente de la necesidad de una modernización del sistema político para
conservar la estabilidad, Mubarak decidió promover a su hijo Gamal y a
varios hombres de negocios cercanos. Les encargó la misión de modernizar
el partido gobernante y convertirlo en un verdadero partido capaz de
movilizar a la población y ganar elecciones. Al tiempo, también habría que
modernizar y liberalizar todo el sistema político. Así, cuando llegara el
momento de la transición, Gamal sería capaz de ganar las elecciones
presidenciales de un modo que resultaría perfectamente constitucional, por
no decir legítimo. En ese escenario ideal, el candidato del PND habría tenido
al menos un rival creíble, el representante de un partido no islamista (el
Warfd, por ejemplo).

Pero ya a partir de finales del 2005, tras las primeras elecciones


presidenciales organizadas y orquestadas por Gamal Mubarak y un equipo
de los llamados reformistas del PND, resultó cada vez más evidente que no
sería fácil aplicar semejante estrategia. Por ello, quienes se habían unido al
PND después del 2002 pensando que había llegado la hora de una mayor
democracia se dieron cuenta de que estaban equivocados. Los responsables
de modernizar el partido y mejorar su imagen no tardaron en convertirse en
el símbolo de una élite detestable y corrupta para los ciudadanos. Quienes
se habían unido a Gamal para favorecer así sus propias estrategias de poder
se dieron cuenta de lo poco acertado de su elección; algunos empezaron a
distanciarse del partido. Por último, a finales del 2010, la conjunción de las
enmiendas constitucionales aprobadas en el 2007 y el fraude electoral
tuvieron como resultado que el PND fuera el único partido político capaz de
presentar un candidato a las elecciones presidenciales del 2011.

A finales del 2010, el panorama político egipcio era también muy diferente
del existente a principios de la década. Los partidos de oposición
tradicionales seguían siendo muy débiles, sin capacidad para encarnar el
cambio o articular una plataforma política clara que fuera más allá de decir
no al presidente Mubarak y su sucesión hereditaria. Sin embargo, la relativa
apertura del sistema político iniciada en el 2005 había tenido consecuencias
en la sociedad egipcia, como la creación de varios periódicos y televisiones
privados y el interés de la opinión pública por ellos. Aunque casi siempre
sufrieron una fuerte represión por las fuerzas de seguridad y su repercusión
sobre la población fue muy escasa, algunos movimientos, como Kefaya,
contribuyeron a ensanchar el ámbito de la libertad de expresión de los
ciudadanos en cuestiones políticas.

A partir del 2006, el régimen también se vio enfrentado a una oleada de


protestas sociales sin precedentes. Nacidas en ciudades industriales como
El Mahala el Kubra, dichas protestas (en su mayoría, centradas en los
salarios) se extendieron y movilizaron a varios miles de trabajadores de
todos los sectores. Desde ahí proliferaron por el país y pusieron de
manifiesto que el creciente deterioro de las condiciones sociales movilizaba
a los egipcios. Con todo, las protestas no dejaron de ser un fenómeno
localizado y esporádico, sin conseguir transformarse en un movimiento
nacional coordinado. A partir del 2007-2008, sectores como el Movimiento
Juvenil 6 de Abril (responsable de convocar la manifestación del 25 de
enero) intentaron de modo infructuoso colmar ese vacío. Desempeñaron un
papel central en la aparición de nuevos instrumentos de movilización y
expresión política (el más importante es el uso de internet y las redes
sociales) y contribuyeron a la aparición de una nueva generación política.

Resultó entonces cada vez más evidente que al menos una parte de la
sociedad tomaba conciencia de que no podía y no debía permanecer
apartada de la política y dejar que el régimen decidiera en su nombre. La
mayoría eran jóvenes; sólo habían vivido bajo el presidente Mubarak, no
estaban registrados para votar y perderían la oportunidad de decidir sobre
su destino si no actuaban. Hasta la manifestación del 25 de enero, el modo
de expresión elegido despertó dudas de su capacidad para conseguir algo
políticamente significativo. Aunque los jóvenes egipcios intercambiaban
consignas, ideas y vídeos con sus ordenadores, eso no bastaba para que las
personas salieran a la calle y actuaran de modo colectivo. Lo sucedido en
Túnez, junto con la aguda degradación de las condiciones económicas y
sociales y la creciente percepción de que los ciudadanos carecían de voz en
la inminente sucesión presidencial, crearon el contexto propicio para una
movilización sin precedentes en Egipto. De ahí que muchos de los
ocupantes de la plaza Tahrir sean recién llegados al paisaje político. Más
que emanar de posiciones ideológicas específicas, su compromiso procede
sobre todo de la voluntad de tomar parte en la decisión política: no quieren
ya que otros decidan por ellos, quieren participar.

Está por ver cómo reaccionarán a las importantes concesiones anunciadas


por Mubarak y el recién nombrado vicepresidente Omar Suleiman. Tras
lograr que Mubarak no se presente a otro mandato, que su hijo no sea
candidato y que se revisen los resultados de las elecciones parlamentarias,
muchos egipcios quizá crean que es hora de una transición ordenada. No
todos los manifestantes se conformarán con semejante compromiso y dista
de estar claro de qué forma reaccionará el ejército a sus demandas. En este
momento, los militares se han convertido en un actor clave en Egipto.
Desempeñarán a buen seguro un papel central en la transición política
cuando Mubarak abandone de un modo u otro el cargo. Entre ellos, Omar
Suleiman, por ser el vicepresidente, estará sin duda en primer plano
durante esa etapa. A más largo plazo y cuando se organicen las
presidenciales, quizá surjan otros candidatos que parecerán más
adecuados; en especial, si son figuras menos próximas al régimen y menos
implicadas en la gestión de las actuales protestas. Un militar podría ser una
opción, pero no la única. Con todo, el que los militares perciban al candidato
como digno de confianza sí que puede ser una condición.

LIBIA

Protestas en contra del Gobierno en 2011

A principios del 2011 se produce una serie de protestas en el mundo árabe


y una parte de la población de Libia se manifiesta contra el régimen de
Gadafi mientras otro segmento mantiene su apoyo. Los opositores controlan
mediante comités populares las ciudades de Tobruk, Derna, Al Bayda, Al
Marj, Bengasi y Ajdabiya en el este; Misurata, Bani Walid, Al Khums,
Tarhunah, Gharyan, Zouara, Al Jufrah, Zauiya y Nalut en el oeste, rodeando
la capital.3 Gadafi, con 120.000 leales al régimen, (algunos hablan de que
son mercenarios chadianos, lo cual el mismo gobierno de Chad lo niega
categóricamente)[2] controla las ciudades de Trípoli y Sirte en el oeste y
Sabha en el sur.4 La prensa internacional señala que el presidente Gadafi
reprime con gran dureza las manifestaciones mediante mercenarios y
ataques aéreos, retrasmitidos por la cadena árabe Al Yazira, aunque tales
ataques aereos contra la poblacion civil no han sido objetivamente
probados. En Bengasi, al menos 130 militares fueron asesinados por
supuestamente negarse a disparar contra el pueblo desarmado. 5 Algunos
pilotos libios, expresan las cadenas de noticias, desertan para evitar cumplir
las órdenes de disparar contra la población civil 6 y son varios los ministros,
embajadores y líderes religiosos que abandonan al dictador Gadafi7 . La ONU
hace una estimación de más de 2000 muertos civiles a manos del régimen y
solicita una investigación internacional sobre la violenta represión. La
Coalición Internacional contra los Criminales de Guerra contabiliza además
3980 heridos y al menos 1500 desaparecidos.8 La situación de las ciudades
de Zlitan y Al 'Aziziyah, en el oeste y cercanas a Trípoli, es incierta y hay
combates en Misurata y Zauiya, donde las tropas de Gadafi han sido
rechazadas por los opositores.9

La Unión Europea estudia sanciones contra el régimen de Gadafi. 10 y el 25


de febrero, el Gobierno de EEUU anunció que impondrá sanciones
unilaterales contra Libia, y buscará coordinar sanciones internacionales, no
descartando una intervención militar en Libia ante el uso de la violencia por
parte del régimen de Muamar el Gadafi.11

Mientras tanto, en el contexto de la Reunión de Cancilleres del ALBA, los


cancilleres de Bolivia, David Choquehuanca, Ecuador, Ricardo Patiño, de
Cuba, Bruno Rodríguez, y el viceministro de Relaciones Económicas y de
Cooperación Externa del Ministerio de Relaciones Exteriores de Nicaragua,
Valdrack Jaentschke, expresan el respaldo de sus gobiernos a la iniciativa
del Presidente de Venezuela, Hugo Chavez Frias, de crear una comisión
internacional para buscar una solución negociada y pacifica al conflicto
interno de Libia

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