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VIDA DE MADRE DOLORES MARQUEZ ROMERO DE ONORO

1.1 INTRODUCCIÓN
Las palabras evangélicas: “dirigíos más bien a las ovejas perdidas” (Mt 10, 6), definen
con toda propiedad la vida y la obra de la sierva de Dios, madre Dolores Márquez
Romero de Onoro, fundadora de la Congregación Religiosas Filipenses Hijas de María
Dolorosa. Es una mujer que no pasó, que sigue haciendo el bien, porque dejó plantada
la semilla del amor. Esta mujer de temple, de corazón magnánimo y audaz, cristaliza su
ideal gastando su existencia día a día en la promoción humana, cristiana, social y
educativa de la niñez y juventud marginadas de su tiempo, recogiendo de un mundo
tantas veces despiadado, las chicas prendidas en las redes de la prostitución. Ayudada
de la gracia divina, logra sacarlas de la ignorancia, de la pobreza, de la soledad y del
pecado.

1.2 LAS RAÍCES DE MADRE DOLORES MÁRQUEZ


Constantina se encuentra situada al norte de la provincia de Sevilla y está regada por el
río Galapagar. Es una población próspera y alegre. Admira por la belleza y variedad de
su paisaje. Los cerros y elevados picachos que parecen escalar el cielo, sus viñedos, sus
almendros y la sombra de sus castañares. Campos fértiles donde el monte alto y el
matorral alternan con hermosos olivares, frutales y huertas. Y cobijado entre tanta
belleza natural, Constantina, ese pueblo blanco y pequeño en el que destaca la torre alta
y esbelta de estilo renacentista de la iglesia parroquial de Santa María de la
Encarnación.
Casi todos los antepasados de madre Dolores Márquez, eran de Constantina. Ella es el
fruto de una familia de fe arraigada, eminentemente cristiana, caritativa, en la que
brillaron valores evangélicos y humanos.

1.3 NACE UNA VIDA PARA DIOS


Su padre se llamaba Alonso Márquez, era abogado y ocupó puestos distinguidos en
política. Su madre, Catalina Romero de Onoro y Lora, mujer rica en cualidades
humanas y cristianas es muy admirada en el círculo de sus amistades. Por las
actividades de Alonso se marcharon a vivir a Sevilla y allí fue donde recibieron el
primer fruto de su matrimonio el 23 de diciembre de 1817, a las seis y media de la tarde.
Era una niña rubia, sonrosada de color, con unos ojos entre verdes y azules que parecían
simbolizar la esperanza en el cielo. A los ocho días de su nacimiento fue bautizada en la
parroquia de San Pedro, de Sevilla. Le administró este sacramento un tío que tenía
sacerdote y era coadjutor de la parroquia de Constantina, Francisco de Paula Romero y
Lora. Le puso por nombre María de los Dolores.

1.4 SOLICITUD Y CUIDADOS


Por las actividades políticas de Alonso, esta familia pasaba largas temporadas en
Constantina, y allí nacieron otros hermanos de la sierva de Dios, Bernarda, Alonso (que
moriría al mes de nacer), Ana María y María Manuela.
Sus padres, que eran muy honrados y católicos practicantes, dieron a sus hijas una
educación cristiana verdaderamente práctica y fundamental. Mientras que la política y
su trabajo como juez tenía ocupado a su padre; Catalina, procuraba no perder, sino
emplear santamente el tiempo. La educación de sus hijas fue completa, no sólo en el
santo temor de Dios, la oración y una sólida piedad. Aprendieron también a amar a la
Santísima Virgen, a acompañar a Jesús en el Sagrario y a recibirlo en la Eucaristía. Pero
en Dolores la caridad para con el prójimo era como una noble y profunda necesidad que
le brotaba con naturalidad espontánea.
Como estaba destinada por Dios para tratar con su prójimo, ejerciendo una especie de
sólida y sabia maternidad a favor de seres marginados, la quiso dotar el Señor de los
conocimientos y cultura que necesitaba para ello. Precisaba saber para las que no
sabían, y conocer el corazón humano, para dirigir sabiamente a las jóvenes que más
tarde acogería.
Fue muy grande el impacto que produjo la presencia real de Jesús en su alma el día de
su primera comunión. Cuando hablaba de ello repetía: “¡Si tuviera el fervor de mi
primera comunión!”.

1.5 NUBES Y SOMBRAS


La tristeza y la amargura invadieron a la familia Márquez y Romero de Onoro. En 1824,
Alonso fue encausado en Constantina por sus oposiciones políticas, y como otros
liberales de su época, tuvo que salir del suelo patrio: marchó a Portugal. Dolores,
aunque de corta edad, como era vivaracha y despierta, sufrió en su corazón la ausencia
de su padre, y se esforzaba en consolar a su madre, temiendo la suerte que corrieron
otros liberales, a los que el rey Fernando VII mandó a la muerte.
Pero el Consejo de Guerra permanente en Sevilla sentenció, en enero de 1825, que
Alonso Márquez había sido siempre partidario del Rey, y que su comportamiento había
sido intachable. Ganó la causa. Regresó de Portugal y pudo nuevamente abrazar a su
esposa e hijas.
Por sus ideas liberales perdió el cargo que venía desempeñando en la Diputación
Provincial de Sevilla. También la de ser juez de la Milicia Nacional de la misma capital.
La libertad que le dan es muy limitada. Quedó bajo fianza y encargan a la justicia que
vele por su conducta.
Decide marcharse con su esposa e hijas a la Puebla de los Infantes. Es un pueblo
pequeño que dista de Constantina 15 kilómetros. Allí tiene posesiones que heredó de su
madre. Por su buena conducta lo hicieron secretario del Ayuntamiento y notario.
Aquí nació la más pequeña, María Manuela, pero la salud de Catalina quedó muy
quebrantada.
El 27 de octubre de 1827, Dolores y su hermana Ana María reciben el sacramento de la
Confirmación en la parroquia de Nuestra Señora de las Huertas, patrona del pueblo.
Las relaciones que Dolores tenía con sus padres eran cordiales y llenas de cariño.

1.6 “SÉ TÚ MI MADRE DESDE EL CIELO”


Los males de Catalina se agravan por día. Dolores sólo tiene 10 años, y, a pesar de su
corta edad, parece que intuye que esos males la llevarán al sepulcro. Con mimo y cariño
está atenta a todas las necesidades de su madre. Atiende con suavidad y solicitud
materna a sus hermanas y a su padre, al que ve sufrir amargamente. Su instinto
femenino, maternal, delicado, empieza a crecer y desarrollarse en ella.
La noche antes del fallecimiento de su madre, oyó en sueño una voz que le decía: “Hija
mía, ésta es la última noche que tienes madre”.
Catalina, que siempre vivió una vida de piedad auténtica, recibió todos los sacramentos
de la Iglesia. Y así, fortalecida con los auxilios espirituales, entregó su alma a Dios el 16
de mayo de 1828.
El amor y devoción a la Santísima Virgen estaban ya muy arraigados en el corazón de
Dolores, cuando en ese momento de tanto dolor, con entera confianza, se postró ante
una imagen de la Santísima Virgen y llorando, le suplicó, que ya que había perdido a su
madre de la tierra, fuera ella su madre desde el cielo. Esta gracia no sólo la pidió para
ella sino también para sus hermanas más pequeñas.
Heroico se mostró su padre ante aquella dolorosa prueba. Mostró una vez más su fe
arraigada, su fortaleza y su confianza en la providencia de Dios.

1.7 RESPONSABLE DE SU HOGAR


Aunque de holgada posición económica, que les permitía tener criados, Dolores se hace
pronto responsable de su hogar, lo que no le impidió llevar una vida de auténtica piedad,
tomando parte muy activa en las obras apostólicas de la parroquia.
“Iba creciendo en ella el amor a Dios, el deseo de glorificarle y favorecer a los
necesitados.”
“De piedad sólida, vivió una profunda vida mariana”.
Alonso admira satisfecho su sentido de responsabilidad. Atenta a todas las necesidades,
está pronta para sacrificar sus gustos y prodigar cariño y toda clase de cuidados a su
padre y hermanas. Algunas veces, entre bromas, le da el título de “señora de la casa”;
pero ella se pone colorada cuando la alaban. Otras veces, cuando el padre sale a pasear,
le gusta ir acompañado de sus hijas.

1.8 MARCHA A SEVILLA. ÚLTIMOS DÍAS DE ALONSO


Con la muerte de Fernando VII, y la caída del régimen absoluto, cambió la vida de
Alonso Márquez. Terminó para siempre el espionaje tan molesto y la persecución a la
que fue sometido. Nuevamente se sintió querido y las autoridades de la nación le dieron
su apoyo y confianza. Lo vuelven a reclamar en Sevilla para un cargo de Hacienda
Pública, y allí marcha con sus hijas.
El cambio de lugar no cambió la forma de ser ni las sanas costumbres que habían vivido
en el pueblo. Las cuatro hermanas jóvenes, buenas y bien dotadas por la naturaleza, eran
el contento de su padre.
“Ana María era muy guapa y muy parecida a Dolores, que era la más hermosa”.
Un joven pretendió a Dolores, pero su padre se lo desaconsejó, y lo dejó.
Y como los gozos de esta vida son siempre pasajeros, Alonso se pone gravemente
enfermo.
Dolores tiene que hacer frente a esta nueva situación. Atenta a las prescripciones
médicas, lo atiende con amor y solícitos cuidados. Pero responde poco a los
medicamentos. Las cuatro hijas lo atienden y no se apartan de su lado. Arrecia en esos
días un fuerte temporal y lluvia en Sevilla, que parece poner más tristeza en estas
jóvenes. Después de recibir los sacramentos, Alonso entregó su alma a Dios el 15 de
marzo de 1845. Contaba 59 años de edad.
1.9 NUEVAMENTE EN CONSTANTINA
El Señor, en sus designios, ha ido modelando poco a poco la vida de Dolores
ejercitándola desde pequeña en contratiempos que ha tenido que superar. Ha curtido su
vida en la dura briega familiar. Ahora, tras la muerte de su padre, otra prueba le
aguarda: económicamente quedaron muy mal. Mejor dicho, sin nada. Pero ella confía en
la providencia divina: “No os inquietéis por el mañana; porque el día de mañana ya
tendrá sus propias inquietudes; bástele a cada día su afán”. (Mt 6, 34)
En Constantina poseían casa e inmuebles que les correspondían en herencia legítima por
parte de su madre, pero los hermanos de ésta aún no habían hecho las particiones.
Marchan a Constantina y se van a vivir con los hermanos de su madre, que siempre les
brindaron su casa, en la calle Torricos, número 6. Dolores solicita a la reina Isabel II les
conceda a ella y a sus hermanas una pensión, por los trabajos que su padre llevó en la
nación. Pensión que le fue concedida.
Se casaron sus hermanas Bernarda y Ana María, Maria Manuela, la más pequeña, muere
a los 22 años.

1.10 PIEDAD MARIANA


Desde su llegada a Constantina, Dolores se inserta en las actividades apostólicas y de
piedad. Miembro activo de las Conferencias de San Vicente de Paúl, visitaba
asiduamente a los pobres y necesitados. Amable y caritativa, prodigaba con sencillez y
naturalidad ese contacto humano y palabras alentadoras que necesitaban, abierta
siempre a los distintos problemas que le presentaban. Fue también gran propagandista
de la devoción y culto al Corazón de Jesús.
Existía en Constantina una piadosa cofradía, que venía a ser como una asociación
mariana bajo la advocación de los Dolores de la Santísima Virgen. Se llamaba:
“Hermanas de la Escuela de María”. De reglas austeras, su principal compromiso
consistía en profundizar en la vida y virtudes de la Virgen para imitarla. Para este fin,
durante todo el año, tenían una reunión los miércoles por la tarde. Dolores perteneció a
ella. Le gustaba meditar y profundizar más y más en la vida y virtudes de la Virgen,
pues su deseo era “imitarla en todo”.

1.11 LIBRE PARA AMAR


Se casaron sus hermanas, murieron sus tíos.
Dolores ha ido de soledad en soledad. Pero el dolor y el sufrimiento curten, maduran,
preparan. A la resurrección se llega por el dolor. Ha asistido a sus tíos con solícitos
cuidados en sus enfermedades. Ahora comprende que debe llevar a la práctica lo que
siempre ha deseado: inmolar su vida por la salvación de todos los hombres, sus
hermanos, en la soledad y el silencio de un claustro de Carmelitas Descalzas. ¿Eran esos
los planes de Dios?
Su vida se estaba gastando enteramente en obras de caridad y apostolado. Pero se sentía
insatisfecha. Deseaba dar más a Dios. El Señor ha ido modelando su vida. Desde muy
pequeña la fue forjando en el sufrimiento, porque Dios educa a los suyos en el dolor, y
fue guiando a su sierva por caminos de oblación, de inmolación.
Se encontraba con cierta incertidumbre acerca de lo que Dios quería de ella. Oraciones,
lágrimas, sacrificios, todo lo ponía ante Dios para conocer con certeza lo que Él le
pedía. Dispuesta estaba a todo, porque se había entregado totalmente a la voluntad de
Dios. Sólo le faltaba conocerla para seguirla.
Estando en esta lucha, decidió marchar a Sevilla, y allí revelar ese mundo interior de su
espíritu a un sacerdote jesuita.

1.12 “FUI A SEVILLA SÓLO POR BUSCAR MÁS DE CERCA A DIOS”


Marcha a Sevilla y va a visitar a Josefa Blanco, una amiga de la infancia.
Todo fue casual, como suelen ser las cosas de Dios. Dolores le habla a su amiga de los
deseos que tiene de consagrarse a Dios, y que desearía ingresar en las Carmelitas
Descalzas de aquella capital, pero quería consultar antes con un padre de la Compañía
de Jesús, a quien expondría sus deseos. Por lo pronto, no les había dicho nada a sus
hermanas, para que no le pusieran impedimentos, y cuando lo tuviera todo solucionado,
les comunicaría su decisión de entrar en el Carmelo.
Pero el Señor no la llamaba a la vida contemplativa.
Josefa Blanco era catequista del padre Francisco García Tejero, sacerdote de la
Congregación del Oratorio de San Felipe Neri de aquella capital. Y por ella, Dolores se
enteró de la misión apostólica dicho padre llevaba a cabo: visitaba y predicaba en los
corrales sevillanos1, también iba a los hospitales y con sus exhortaciones convertía a
jóvenes que habían caído en las redes de la prostitución. Pero no tenía dónde colocarlas,
pues ni sus padres las admitían después de sus extravíos, ni las señoras las querían para
servir.
Viendo el padre Tejero -el Cura de los Corrales, como solían llamarle- que su celo por
estas almas no daba resultado, acudió a una de sus catequistas que se llamaba Rosario
Muñoz Ortiz, y le propuso hacerse cargo de ellas, para ayudarles en su rehabilitación.
Accedió ella a los deseos del padre, alquilaron una casa reducida en el populoso barrio
de Santa Cruz para acogerlas, y el día 22 de julio de 1859, festividad de santa María
Magdalena, el padre entregó a la primera joven a madre Rosario. “Este es hoy nuestro
tesoro”, le dijo. Pero cuando Rosario sacaba a estas jóvenes, se le escapaban, y le
habían costado algunas enfermedades las primeras que se fugaron.
Animada por la relación de su amiga, Dolores le dice, que “la salvación de las almas era
lo que más le llenaba”, y que le había hecho buena impresión lo que le había narrado.
La amiga le insiste en que consulte su vocación con el padre Tejero.

1.13 ENCUENTRO CON EL PADRE TEJERO


A la mañana siguiente, Dolores se dirigió al oratorio de San Felipe Neri. Entró en
aquella concurrida iglesia y, después de una larga oración a Jesús Sacramentado, se
dirigió al confesonario del padre Tejero. Y esa hora, casual para los hombres, pero
prevista por Dios desde toda una eternidad, se dio en la iglesia de los sacerdotes
filipenses de Sevilla.
Humildemente se acercó al confesonario. Le concedió Dios la gracia de ser sincera y
auténticamente honrada al revelar al padre Tejero su mundo interior y la gracia de ser

1
Los corrales sevillanos eran casas amplias, con muchas habitaciones en torno a un patio central, en cada
una de las cuales vivía una familia, casi siempre numerosa. Allí se encontraban las personas más pobres y
necesitadas.
entendida por el mismo. La escuchaba con atención y admiración, al mismo tiempo que
pedía al Señor acierto para ser entendido por Dolores.
Este varón de Dios sintió en el fondo de su corazón una voz que le decía «Esta es la
persona que he destinado para tu obra». Y como Dios estaba presente en medio de ellos,
¡vaya si se entendieron! Y se produjo el encuentro de aquel alma con la voluntad de
Dios, por medio de aquel encuentro humano y espiritual, entre Dolores, mujer de Dios,
y e también hombre de Dios, padre Tejero
Debió sonarle muy bien el timbre de aquella alma. La sintió ejercitada en la virtud,
hecha a la larga abnegación de 1a vida familiar, paciente, humilde, dispuesta a borrarse,
a pensar en los demás. Estaba libre de lazos, con buena edad para afrontar
responsabilidades y situaciones difíciles. Le habló de su obra apenas iniciada. De lo
hermoso que sería entregarse a Dios y tender la mano a las que se habían apartado de El
cayendo en los lazos del pecado. Este tema le llegó muy adentro: «La idea de la mujer
sumida en la degradación -diría Dolores más tarde- y la esperanza de rehabilitarla,
daban a mi corazón un ánimo que lo hacía superior a las condiciones que hasta
entonces había conocido en él».
Le contó cómo había abierto una casa para redimir a mujeres prostituidas. Que la mies
era abundante y necesitaba una mujer con valor para emprender este apostolado. Una
persona con verdadero espíritu de sacrificio, que se hiciera cargo de estas jóvenes, para
acogerlas, hacerles vivir otros valores, ayudarles a cambiar de conducta, como pudiera
hacerlo la más cariñosa de las madres. Los medios económicos eran escasos. Tendrían
que vivir del trabajo y de la limosna.
También le dijo que su vocación era cierta, pero ¿y si Dios no la llamaba al claustro,
sino a una vocación apostólica?
Ante estas palabras, Dolores se siente confusa. Su deseo de entregarse a Dios desde
hacía tiempo lo había madurado y estaba claro. Pero el apostolado que le ofrecía no le
era atractivo. La idea de entregarse a la mujer prostituida y convivir con ellas, jamás le
había pasado por la mente. Sintió como una instintiva repugnancia y, sin titubeos, le
habla del plan de vida que desde hacía tiempo había abrazado: «Quiero imitar a la Vir-
gen en todo». ¿Sufriría detrimento ese propósito de virginidad y pureza que con tanta
delicadeza guardaba?

1.14 SINCERA Y VERÁZ


Quedó impresionada y atraída tras la confesión; pero, prudente y reflexiva, dijo que
pensaría y más tarde volvería. Siente una gran repugnancia hacia el apostolado que le
ofrece, pues “el vicio que debía combatirse estaba en completa oposición con mis ideas
y amor a la pureza”. Antes de decidirse consultó con personas que, entre el clero, le
merecían confianza, y le dicen, que no se fíe del padre Tejero, que parece que se ha
vuelto loco. Sus hermanas al enterarse pusieron el grito en el cielo. “Era arriesgar su
buen nombre el convivir con semejante gente”. Todos tratan de disuadirla.
A pesar de todo, volvió al confesonario del padre Tejero y siguió la dirección iniciada:
“Es natural – contestó el padre-, hablan de lo que no conocen. ¿Por qué no acude Vd.
diariamente durante un tiempo viviendo entre estas jóvenes?”.
Ante esta insistencia, Dolores, venciendo repugnancias, miras egoístas y personales,
decide hacer la experiencia. Más tarde recordaría: “Que las palabras era para salvar
almas, era el móvil que le hacía arrostrar por todos los obstáculos”.
1.15 PRIMERAS EXPERIENCIAS
Visita la casa que el padre había abierto en el barrio de Santa Cruz. Era una casa
humilde, pobre, reducida, hundida como un sótano. Rosario, que estaba avisada de que
tenía compañera, respiró cuando la vio llegar y le pidió que se quedara.
Dolores se despojó de su elegancia. Se presenta ante las jóvenes vestida con sencillez y
humildad. Sabía que muchas se habían vendido al pecado para vestir con lujo, y no
quería fomentar en ellas vanos ideales de grandeza y superficialidad. Empezó a conocer
cuanto allí pasaba. El mundo interior de aquellas pobres mujeres sedientas de amor y
comprensión; y movida ante el dolor humano, comienza su trabajo de redención. Trata a
estas jóvenes con respeto y amor; su caritativo corazón se vuelca hacia ellas. No se
contentó con ver y juzgar los acontecimientos lamentándose de ellos. Actuó porque la
caridad es activa. Les enseña a leer y a escribir, pues la mayoría eran analfabetas. Las
forma en la moral y doctrina cristiana. Les da a conocer el valor de la gracia, la fuerza
de los sacramentos. Les inculca la devoción a la Santísima Virgen. Las instruye en los
trabajos domésticos. Y en una época en que las mujeres prostituidas están
completamente discriminadas, ellas las acogen, las educan, las forman. Desean
devolverlas a la sociedad como criaturas nuevas. Está con ellas durante el día; y al
atardecer se marcha a su casa.
La casa del barrio de Santa Cruz, ubicada en la Calle Jamerdana, pronto resulta
insuficiente. Alquilan otra más amplia en la calle Bustos Tavera. Y jóvenes de distintas
edades con el corazón roto de dolor por desprecios y desengaños, no dejan de llamar a
sus puertas.

1.16 CALUMNIADA
Entregada de lleno a este apostolado, sufre la más despiadada murmuración. Su familia,
sus amistades, la sociedad entera con sus molestas murmuraciones, cayó como un peso
abrumador sobre Dolores. Al juzgar las cosas con prudencia humana, no comprendían
cómo enterraba sus muchos valores entre aquellas mujeres. La llaman loca. Es
calumniada. Quienes no conocen la obra la toman por una mujer prostituida. Sus
hermanas le escriben diciendo que las va a deshonrar. Dolores de todo se desentiende:
Aquellas muchachas son atendidas, están contentas y abiertas a la gracia de Dios; van
cambiando, siendo “mujeres nuevas”. Para ella era lo único importante: “Nadie tiene
mayor amor, que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Ella lo dio todo con el
gesto más generoso y heroico.

1.17 DICE SÍ A LOS PLANES DE DIOS


Después de un tiempo de experiencia, decide quedarse definitivamente en la Casa de las
Arrepentidas, como empieza a conocerse. Dolores, mujer honesta, de buena posición y
tan conocida en la sociedad sevillana, abandona su casa, sacrifica sus comodidades, se
despoja para siempre de esa elegancia isabelina que vestía con tanto gusto; y, en ese
ambiente refinado que respira Sevilla en el siglo XIX, con los duques de Montpensier a
la cabeza, se encarna entre mujeres prostituidas compartiendo con ellas su condición
social, hasta las últimas consecuencias. Sin titubeos, con fe profunda, entra por los
caminos que le traza la Providencia de Dios, poniendo toda su riqueza de mujer y de
cristiana al servicio de estas jóvenes. Finalmente, el dos de febrero de 1860 decide
quedarse definitivamente entre ellas. Son unos comienzos oscuros, pobres, difíciles y
humanamente sin porvenir.

1.18 MENDIGA POR AMOR


Pronto los recursos resultan insuficientes. Con gesto espontáneo, se pone a pedir por
primera vez en su vida. Sale a la calle a buscar recursos. Va de puerta en puerta,
implorando para sus hijas, las pobres mujeres que la sociedad, como resaca, arrojó a las
puertas del asilo. ¡Y qué pequeño para tantas desgraciadas que van buscando amparo,
regeneración y olvido a pasadas culpas! Va por las calles sevillanas con humildad
conquistando a sus paisanos, para interesarlos, para sumarlos, para hacer que sus hijas,
las acogidas, sean también respetadas y queridas por el pueblo. Y esta obra del padre
Tejero y de madre Dolores, se hace enteramente sevillana.

1.19 LA VISITA DEL CARDENAL


En marzo de 1860, el cardenal Tarancón visitó la humilde casa y se enteró
detenidamente de todo cuanto allí se hacía. Vio con sumo agrado la labor humana y
caritativa que realizaban. Dio un generoso donativo y se ofreció para favorecer en todo
a la naciente obra.
Que el cardenal de Sevilla pisara el humilde asilo, supuso un aldabonazo fuerte ante las
habladurías del clero comodón y la aristocracia puritana, que sostenían ser de lo más
escandaloso, que personas de bien vivieran y compartieran su vida entre mujeres
marginadas sociales.
Dolores y Rosario se sienten felices. El prelado se mostró atento, paternal, bondadoso.
Saludó y habló con las chicas y éstas estaban contentas. ¿Qué importaban las
habladurías de las personas que aún no habían llegado a comprender la obra? Era la voz
del prelado, representante de Cristo en su Iglesia, el que la animó a seguir adelante.
Jesús lo había dicho: “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mt 9, 13). “Un solo
pecador que vuelve al Padre pone más alegría en el cielo, que por todos los demás
justos” (Lc 15, 7)

1.20 DESEOS DE FUNDAR UNA CONGREGACIÓN


A Dolores le ronda la idea de fundar una congregación. Pensaba que así vendrían
vocaciones y desaparecerían los equívocos que rondaban en torno del pobre asilo:
“Después se sirvió Nuestro Señor darme el deseo o inspiración de fundar la
congregación, y éste, manifestado al padre, parece que Dios bendecía, pues se fueron
reuniendo jóvenes virtuosas a las dos que estábamos”.
El padre Tejero, entusiasmado por esta idea, pone manos a la obra y escribe las
Constituciones. Dolores y Rosario dan también su parecer y aportan nuevas ideas.

1.21 EL CONVENTO DE SAN JOSÉ


Deben trasladarse a una casa más grande y piensan en el convento de San José.
Tiene una hermosa iglesia y pertenece al arzobispado. El cardenal está de su parte.
Este convento perteneció en tiempos a los Mercedarios Descalzos. Se encuentra en la
calle de San José. La casa está ocupada por un puñado de vecinos y es de un particular
que lo compró a la Administración de Bienes Nacionales y está dispuesto a arrendarlo a
Dolores Márquez y al padre Tejero.
Le ponen de alquiler una elevada renta, 1.200 reales mensuales. El cardenal está
dispuesto a ceder la iglesia contigua al convento.

1.22 PRIMER SAGRARIO EN LA CONGREGACIÓN


El convento de San José es amplio, capaz de recibir a todas las jóvenes que se presente.
La iglesia poseía buenos objetos artísticos, la arreglan y adornan con mimo y cariño,
pero todo en medio de suma pobreza. El 21 de noviembre de 1861 será una fiesta
inolvidable. Hubo un gran acontecimiento en aquella casa de moradores humildes. Los
vecinos oyen muy de mañana repicar alegres las campanas de la iglesia de San José, que
se va a convertir en el templo más frecuentado de la ciudad. Después de una misa que
dice el padre Tejero, y que cantan las chicas acompañadas de Dolores y Rosario, dejan
en el sagrario el Santísimo Sacramento.

1.23 LA IGLESIA DE SAN JOSÉ.


Por este tiempo fue cuando las jóvenes empezaron a dar a Dolores y a Rosario el
cariñoso nombre de MADRE.
El padre Tejero, como buen Filipense, estableció ejercicios espirituales, cultos de piedad
y litúrgicos en la iglesia. Ellas enseñan a las chicas bellas canciones, para celebrar los
cultos con el mayor esplendor. Todos los años celebraban el mes de María con
predicación diaria. Las jóvenes cantaban y rezaban con mucho fervor.
Era tanta la concurrencia de los asistentes, que desde media tarde estaba ya la gente
agrupada en la puerta esperando la entrada. Tres veces mayor que hubiera sido el
templo, se hubiera llenado. Pues una vez que abrían las puertas, se llenaba tanto la
iglesia, que no cabía más, teniendo que dejar abiertas las puertas, pues muchos
asistentes seguían los cultos desde la calle.
Se oía decir a las personas que asistían: “Más que el sermón, me mueven los cantos de
las acogidas. Considerando lo que eran y lo que son, no se puede menos de llorar”.
El mismo padre Tejero oyó no pocas veces a penitentes que venían a confesarse y le
decían que el motivo de su conversión no había sido otro que los cánticos y las
oraciones que, con tanto fervor, hacían las chicas.
El convento de San José es querido y admirado por los sevillanos.

1.24 UN PROGRAMA PARA VALIENTES


Empiezan a surgir vocaciones. El padre Tejero no quiere basarlas en la ilusión y señala
un programa:
“Las señoritas que quieran ingresar en esta obra, no encuentran local propio, ni
presupuestos, ni retribución alguna, sino una cadena de no interrumpidos sacrificios...”
“Y ¿cuál es la recompensa que adquiere? Recibir muchas veces las mayores pruebas de
ingratitud de sus mismas favorecidas.”
“El trabajo de regeneración de una joven prostituida es más difícil que resucitar un
muerto, es donde hay que ejercitar la virtud en sumo grado...”
Jóvenes animadas del mejor espíritu tuvieron fe y valentía para agregarse a las filas
donde luchaban madre Dolores y madre Rosario.

1.25 CONFIANDO EN LA PROVIDENCIA


En el convento de San José hay ya cincuenta reeducandas y ocho jóvenes postulantes
con deseos de consagrarse a Dios. En cuanto a los gastos, madre Dolores acudía siempre
a la mayor necesidad: el pan de cada día. Durante unos meses les fue imposible poder
pagar el alquiler de la casa. Y don Valentín de Toro, que así se llamaba el dueño,
empezó a reclamar lo suyo. Madre Dolores le decía que tuviera un poquito de paciencia,
que le pagaría hasta el último céntimo. Un día entró en la casa y se apoderó de varios
enseres, que les eran de primera necesidad. De esta manera se aprovechó hasta con
creces del dinero que le debían.
La providencia de Dios no faltó nunca. Uno de los casos es el siguiente: Un día
amaneció sin alimentos ni recursos para adquirirlos. No había ni un pedazo de pan.
Dolores confía en la providencia de Dios que cuida del alimento de las aves del cielo,
que no tienen graneros ni cosechas, y, que engalana las flores del campo. Ni Salomón
con toda su riqueza logró vestir como una de ellas. (Mt. 6, 26-29)
Las hermanas que habían ingresado como aspirantes se preguntaban:
¿Qué pasará cuando llegue la hora de la comida?
Madre Dolores espera confiada. Era la una de la tarde, y como siempre, la comunidad
fue a la iglesia a rezar el oficio de la Virgen y hacer el examen. Madre Dolores en la
intimidad de la oración dice al Señor sencillamente:
“¡No tenemos pan para estas jóvenes!”
En esos momentos llaman a la puerta. Madre Rosario se levanta y dice:
“La providencia de Dios viene a socorrernos”.
Y así fue. En la puerta encontraron a un hombre que en un carro traía toda clase de
comestibles: pan, aceite, garbanzos, etc. Y nunca se pudo averiguar quién lo mandaba.
Por las tandas de ejercicios espirituales para señoras se fue conociendo más la
congregación. Y surgieron más vocaciones.

1.26 VIAJE A MADRID


Marcha a Madrid para resolver unos problemas. En abril de 1865 obtuvo la
congregación la aprobación diocesana, pero no podían vestir el hábito porque
necesitaban la aprobación civil de la reina. Los documentos se mandaron a su tiempo a
la capital de España. Pero los políticos están obsesionados por la tragedia nacional que
se les avecina.
Otro motivo le empuja a Madrid: conseguir una casa del Gobierno que la libre del pago
del alquiler. La casa de San José se hacía insostenible por el aumento creciente del
personal y la imposibilidad de atender al sustento y al pago mensual. Lleva consigo
varias recomendaciones y cuenta con el apoyo del padre Cayetano Fernández, sacerdote
filipense del Oratorio de Sevilla que, desde hace poco, se encuentra en la corte como
preceptor del Príncipe Alfonso. También cuenta con la ayuda del padre Claret
(canonizado por Pío XII el 7 de mayo de 1950).
Ella no lo sospechaba; pero la capital de España está imposible y aquello huele a
revolución por todas partes. Ajena a toda política que no fuera llevar adelante a sus
muchachas, entra inocente en el avispero de la corte. Desde Madrid mantiene una
correspondencia, casi diaria, con el padre Tejero.
Visita el palacio real, se entrevista con la reina, acude a los ministerios y saborea todos
los trabajos de la vida activa. ¡Ella que soñaba con el claustro...!
Ahora, ante las dificultades que le salen al paso, siente el peso de lo que ha ido a
ventilar y no es tan fácil.
En todo momento se ve su austeridad y amor a la pobreza. En estos viajes que hace a la
corte, para no hacerse gravosa a la nueva congregación, no se sale del presupuesto de la
pensión que cobra de su padre. Muchos días su alimento consistía en un cuarto de
castañas.
La reina Isabel II le concede la primera audiencia. Se presenta en palacio vestida con
sencillez. Antes de llegar a la reina pasa por muchas humillaciones, porque va a hablar y
a pedir ayuda para unas mujeres que ante la sociedad no cuentan, que marginan y
rechazan, y no comprenden cómo una mujer “de bien” dé la cara por ellas y se haga voz
de las que no la tienen.
En esto imitaba a Jesús que no temió exteriorizar su bondad y amor hacia los pecadores
y lo calificaron como “amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11, 19). Porque el Padre
le encomendó preferentemente la atención de los débiles y desorientados (Mc 2, 17).
El padre Tejero dice en su autobiografía: “Sería molesto referir cuanto sufrió en el
largo tiempo que estuvo en la corte, cuántas humillaciones tuvo que pasar, y la falta de
recursos que la obligaron a reducirse a una escasa subsistencia. Pero todo lo vencía su
inquebrantable paciencia, su constancia y ardiente caridad.”
A Isabel II le habla con sencillez y humildad de sus asuntos: Desea la aprobación real de
su instituto y una casa para sus acogidas. La reina, tan campechana, tomó afecto a
madre Dolores y desea enterarse detalladamente de los fines y demás pormenores de la
congregación.
Desde estos momentos mantiene con la reina Isabel II distintas audiencias.

1.27 CONSIGUE LO QUE DESEA


El 29 de enero de 1867, Isabel II firmó el real despacho de aprobación de las
Constituciones, por las que había de regirse la Congregación de las Religiosas
Filipenses de la ciudad de Sevilla. También concede a madre Dolores una casa. Es el
convento del Santo Ángel que se encuentra en la calle Rioja de Sevilla. Todo lo
concedió por Real Cédula.
Madre Dolores vuelve agotada a Sevilla. Desea estar con sus religiosas y acogidas.
Después del batallar de estos meses, necesita un descanso. No lo va a conseguir. Una
vez en la capital hispalense tendrá que enfrentarse con venerables instituciones, que
eran las que habitaban el convento del Ángel. Lo que resulta penoso y chocante, aunque
se vaya con una Real Orden en la mano.
Encuentra muchos inconvenientes. Del edificio sólo le entregan las llaves. Ella deseaba
abrir colegios gratuitos para acoger a la niñez y juventud pobre y necesitada. Piensa que
si es bueno levantar al caído, mejor es prevenir para que no caigan, dando desde los más
tiernos años una sólida formación y educación cristiana. Este deseo se lo manifestó a Su
Santidad el Papa Pío IX en una carta que le decía:
“La práctica de tan benéfico ejercicio, produjo otra idea de inmensa trascendencia.
Ésta fue la enseñanza gratuita de niñas pobres, con el fin de que plantada en las tiernas
almas de las niñas la sana semilla de la religión cristiana, y haciéndoles adquirir
hábitos de virtud desde su infancia, se hallen en la adolescencia fuertes para evitar la
caída, que en otras se lamenta”.

1.28 NUEVAMENTE EN MADRID: REVOLUCIÓN DE 1868


Al ver que es imposible que les cedan el convento del Ángel, deciden pedir otro a la
reina. Tienen unas llaves que no pasan de ser simbólicas, pues las sociedades que
estaban establecidas en el convento siguen manteniendo el usufructo de la casa.
La suerte no corre esta vez al lado de madre Dolores: la muerte de Narváez, el cambio
de Gobierno, la boda de la infanta Isabel...
Corre el año 1868 y en el mes de septiembre se alza la revolución. Desde hacía tiempo
se veía venir. Se oye el grito de “Abajo la dinastía”, quedando consumado el acto
revolucionario sin haber encontrado género alguno de resistencia. En medio del
entusiasmo de unos, del terror de los menos y de la indiferencia de los más.
En estos críticos momentos, madre Dolores se encuentra sola en las calles de Madrid.
Empiezan a oírse disparos, voces y gritos. Desea refugiarse en alguna casa, pero las
puertas comienzan a cerrarse. Aligerando el paso, o más bien corriendo, atravesó la
larga distancia que le separaba de donde se hospedaba. ¡Qué recorrido de dolor madre
mía! En todo momento sintió la fuerza que el Señor le comunicaba mientras ella pedía
energías y gracias para librarse de todo. Se encuentra incomunicada en Madrid, sin
poder volver a Sevilla hasta que se formalice la vía férrea que se ha cortado por la
revolución. En silencio sufre las amarguras de la revolución. Sin saber nada del padre
Tejero, de las hermanas y acogidas, sufre la incertidumbre de no saber la suerte que
corren.

1.29 SE APACIGUA LA REVOLUCIÓN


Las aguas de la revolución van encauzándose poco a poco. Madre Dolores al fin logra
subir al tren que la lleva a Sevilla. Cuando llega al convento de San José hay una
acogida calurosa que a espera. Como se enteró en Madrid del deplorable estado en que
se encontraba la casa, busca algunos recursos invocando la caridad. Con este y otros
medios, pudo hacer frente a las trampas que había contraído y mal pasar durante un
tiempo.
Sufrió mucho con el destierro del padre. Fue como un martirio vivo y prolongado. Toda
la obra cayó sobre sus hombros. La oración la sostenía, con ella se consolaba y en ella
confiaba. Si Dios permitía que el padre Fundador, perseguido, estuviera lejos y como
apartado de la obra de caridad que había emprendido, le sobraban recursos para suplir
esta falta. Bien se puede decir, que el mismo Cristo se convirtió en Director y Padre
mientras duraron aquellas azarosas circunstancias.
Madre Dolores confiaba en el Sagrado Corazón de Jesús y la Santísima Virgen, de
quienes era muy devota. Entre sus santos preferidos estaba también el patriarca San
José, de cuya intercesión experimentó grandes favores. En sus momentos de apuro
decía: “Espero que el bendito patriarca me haga una de las suyas”.
A los pocos días logra entrevistarse con el padre Tejero en el convento de religiosas
Mercedarias de Lora del Río, donde una religiosa es conocida del padre. Él va vestido
de paisano, para disimular. Ella aún viste de seglar. Así nadie sospecha y el padre se
entera de cómo marcha todo.

1.30 EL PADRE TEJERO REGRESA A SEVILLA


Tejero se aventura poniendo los pies en Sevilla. Eran los primeros días del mes de
diciembre de 1868. Ya muy avanzada la noche, en el convento de San José, oyen llamar
fuerte y repetidamente a sus puertas. Se alarman, ¿quién llamará a aquellas horas?, y
temen abrir. Cuando oyen la voz del padre: “Abrid que soy yo. ¡Qué bien podéis
ostentar el título de hijas de los dolores!”.
Aquella noche nadie pudo dormir. Tanto las hermanas como las acogidas la pasaron al
lado del padre, cada cual contaba las peripecias de los últimos meses. Muy de mañana,
el padre celebra la misa en acción de gracias. Todas asisten y se unen a ese canto de
alabanza y acción de gracias.

1.31 REGALO DE LA PROVIDENCIA


En la ciudad se encontraban muchos edificios desocupados de los que se había
incautado el Gobierno. Y, cosa notable, las mismas personas que figuraban en la
revolución se acercaron a madre Dolores para decirle, que como tenía tantas ganas de
un local para sus chicas, que era el momento de pedirlo, antes de que el Gobierno los
vendiese o les diera otras aplicaciones.
La obra de acogida y educación siempre ha sido mirada con buenos ojos por los
políticos del signo que fueran.
La propuesta no pareció mal, y madre Dolores la pone en práctica. Acude a las
autoridades locales en busca de una casa para sus jóvenes. Estos mismos tuvieron a bien
aconsejarle cuál sería el más apto para tan bella misión. Por los pasillos del
ayuntamiento se oyó este comentario de un republicano: “Ahora va a ver Sevilla cuánto
queremos a esas jóvenes.”
Les ceden el convento de Santa Isabel. Es un edificio espacioso. Allí cabía toda la obra
del padre Tejero y de madre Dolores. Y ellos lo aceptan. A los pocos días comenzó la
mudanza. El Ayuntamiento le cedió unos carros para el traslado, y el 26 de mayo de
1869, día de San Felipe Neri, es la inauguración. El padre Tejero celebra la misa. Al
final cantan el Te Deum.
En una carta que madre Dolores escribe al padre Miguel Torres y Daza, podemos ver
los sentimientos que le animan:
“¡Qué admirable es el Señor en todas sus obras! Su providencia puso fin a mis pobres
tareas (…) Todos se admiran y yo gozo de ver que no esperé en vano. ¿Se acuerda
usted cuando a mi vuelta de Madrid, en los días de terrible aflicción, le hice relato de
mis esperanzas? Gracias a Dios que no han sido defraudadas. ¡Cuánta responsabilidad
tengo con un Dios que ha excedido a mis deseos, pues el convento es de grande
extensión y se encuentra en muy regulares condiciones”.
Dios le premió su fe y confianza, pues no desmayó a pesar de las dificultades.
1.32 PRIMERA TOMA DE HÁBITOS Y PROFESIÓN
Las Filipenses en Santa Isabel van a disponer del oxígeno necesario para su crecimiento
y madurez. Abren un colegio en el populoso barrio de San Marcos, que se ha visto
agraciado con unas religiosas que proporcionan el “pan de la cultura” a sus moradores.
Las acogidas han aumentado y también las vocaciones. Hay 60 reeducandas y 20
postulantes. El padre Tejero vive en dos habitaciones que han segregado de la casa.
El oratorio de San Felipe quedó convertido en un montón de escombros, y los demás
padres están en el destierro. El padre Tejero hace las funciones de capellán.
Dentro de Santa Isabel sólo se piensa en la inmediata toma de hábitos. Hacen una
solicitud al cardenal y dice que sí. Se fija la fecha para el 10 de febrero de 1871 para la
toma de hábitos, y al día siguiente será la profesión religiosa.
Hay prisas por diseñar un modelo sobrio y bonito de hábito. Se elige el filipense, negro
y humilde, con el escudo de la Virgen de los Dolores sobre el pecho. Antes de tan
solemne acto, se retiran unos días de ejercicios espirituales. Las charlas corren a cargo
del padre Tejero. Entre los papeles de conciencia de madre Dolores se conserva uno
bien extenso que escribe al padre Tejero y le cuenta su estado de ánimo. Dice en una de
sus partes:
“Desde que, convencida, padre mío, por el dictamen de usted, conocí que Dios me
llamaba, más bien dicho, me había llamado para esta obra, tuve grandes deseos de que
vinieran jóvenes con el recto fin de salvar sus almas. La idea de la mujer sumida en la
degradación y la esperanza de rehabilitarla, daban a mi corazón un ánimo que lo hacía
superior a las condiciones que hasta entonces había conocido en él.
Cuanto más feroces eran los instintos de las que entraban, tanto más crecía en mí el
deseo de convertirlos en el único distintivo de la mujer: la dulzura. Compadecí siempre,
en medio que esto me era más difícil, a la que conocía con esos instintos que fueron la
causa de su degradación”.
Una página hermosa, reflejo de un corazón grande. Por el cristal transparente de este
documento, hemos podido penetrar en sus sentimientos más íntimos.
También le habla al padre Tejero de los deseos de “salvar almas” que le habían movido
en su vocación. Lo que había sufrido en esta larga batalla de diez años. El trabajo era
ímprobo.
El deseo de agradar a Dios había sido el predominante de toda su vida. Con cierta
nostalgia de la primavera de su vida espiritual exclamaba: “Se me figuraba que hubiera
muerto algunos años anteriores, con un amor más tierno, que si ahora me llamara su
Divina Majestad”
Y con esta humildad de la madurez, sin acordarse de sus años de trabajos, penurias,
humillaciones, sintiéndose con las manos vacías, se acercó la tan probada fundadora al
día deseado.
Llegó por fin. En los primeros bancos de la iglesia se encuentran familiares y
conocidos. El padre Tejero vestido de capa pluvial, bendice los hábitos. Los reciben:
madre Dolores Márquez y Romero de Onoro, madre Rosario Muñoz y Ortiz, madre Mª
Manuela Lara y Medina, madre Consuelo López y Santos, madre Dolores Ramírez e
Hinojosa, madre Salud Rubio y Sedor, madre Manuela Lara y Prieto y sor Concepción
Núñez y Corrales.
Cuando madre Dolores subió al altar y desplegó su hermosa cabellera para el corte
ritual, un murmullo corrió la iglesia. El padre Tejero se inquieta y le dijo después: “Si
hubiera sabido el cabello que usted tenía, se lo hubiera cortado antes de subir al
altar”.
Fue un día de gozo para todos los familiares que llenaban la iglesia. El Cristo de la
Misericordia presidía la nueva fase del instituto desde un altar de Martínez Montañés.
Los hábitos daban ya otra prestancia a la vida. Al día siguiente, por la mañana,
profesaron madre Dolores y sus siete compañeras. ¡Ya tenía estado oficial en la
archidiócesis de Sevilla la Congregación Filipense Hijas de María Dolorosa!

1.33 ASENTANDO LOS CIMIENTOS


El 24 de febrero de 1871 se eligen los cargos de la congregación y madre Dolores sale
elegida prepósita (éste es el nombre que le daban a la superiora general) por
unanimidad.
Son años de paz, de trabajo, de fervorosa entrega los que transcurren ahora. Se
fundamenta la obra, ya llena de vida. Madre Dolores se entrega a todas, organiza, vigila,
aconseja. Se van haciendo sus religiosas a la tarea: unas se dan a la reeducación, otras al
colegio con las niñas.
Los días de madre Dolores se van deslizando en esa vida de oración constante y
profunda, de donde sacaba fuerzas para seguir luchando. Trabajando incansable durante
el día y parte de la noche, olvidando siempre su cansancio, su fatiga. Ella no tiene más
deseo que llevar a cabo la obra que Dios puso en sus manos: levantar y rehabilitar a la
mujer caída, marginada, para devolverla a la sociedad regenerada y libre. Otras criaturas
nuevas. Eran chicas, que como adormiladas o enmarañadas en sus desórdenes,
necesitaban oír esa voz redentora de Cristo:
“¡Joven, a ti te lo digo: levántate y anda!” (Lc. 7, 14).
Dios la había dotado de un gran corazón, intuición, creatividad, sensibilidad, sentido de
piedad y de compasión, amplia capacidad de comprensión y de amor que le permitía
detectar el dolor ajeno y aportar remedio.
Su entrega fue total. Trabaja sin descanso a favor de unas mujeres a las que la vida se
les presentó tan dura. Ella sentía en su alma el dolor de estos miembros tan queridos del
cuerpo místico de Cristo, y no escatima ni el dolor, ni la escasez, ni la pobreza, ni el
hambre, ni la soledad, ni el peso abrumador de esta obra. Apoyada siempre en el Señor,
con valentía, vence todos los obstáculos que le salen al paso.
Dice en sus apuntes espirituales:
“Todos me aseguraban que mi llamamiento había sido de Dios, y en esta creencia
trabajaba con gusto. Soporté sufrimientos, oposiciones, carencias, viajes y todo. Todo
cuanto era necesario para llevar adelante una obra de suyo tan delicada”.

1.34 LA PEDAGOGÍA DEL AMOR


¿Cómo era su trato con estas jóvenes? Jamás usó de la violencia. esta mujer de bríos
físicos y espirituales, se humillaba, se empequeñecía para con su modestia inspirar
confianza y aparecer muy por bajo de sus iguales e inferiores.
Hoy las ciencias psicológicas y pedagógicas han avanzado mucho, y se estudian muchas
técnicas. Deseosas de conocer sus tácticas, sus métodos, el modo peculiar con que
trataba a sus reeducandas, hemos repasado una y otra vez sus escritos, documentos, lo
que dijeron de ella las hermanas que tuvieron la dicha de conocerla personalmente. Y en
todo ello no encontramos más que un método, una pedagogía, un solo sistema, una sola
ciencia...”El amor”.
El amor se lo enseñó todo. Y ese amor individualizado, distinto siempre, adaptado a
cada una, la llevaba a estudiar particularmente a sus reeducandas, para aplicarles un
procedimiento nuevo, distinto a cada una, un sistema diferente, un método sin estrenar
para cada una, un tratamiento a medida. El amor fue su ciencia. El amor le hizo emplear
sistemas heroicos y obtener heroicos resultados.
Era consciente de una obra que tenía que llegar a sanar heridas sin hacer daño.
Rehabilitando a la que se extravió, primero ante sí misma, superando en sí prejuicios
sociales, que atribuye más fealdad y malicia a un pecado que es menos desagradable
ante Dios, que otros que la sociedad comete sin avergonzarse. Realizaba su obra de
redención, haciendo que estas mujeres, no perdieran, o recuperaran su dignidad ante una
sociedad, que cuanto más injusta es, más difícilmente perdona.
Ante aquella multitud de abandonadas, indefensas, manipuladas, privadas de la dignidad
humana y cristiana, madre Dolores se hace presencia de la misericordia de Dios.
Fue una mujer misericordiosa, porque supo ser reflejo de la misericordia de dios con su
propia vida. Era consciente de que liberando a una de estas jóvenes, con ella liberaba a
toda una generación.
La redención sólo es posible por el amor.
Acoge a todas las que llaman a sus puertas sedientas de cariño nuevo. Recoge lo que
llega de un mundo tantas veces demasiado despiadado. Con cariño de madre tapona las
heridas y corta las hemorragias de tantas desventuras, y hace suyas las palabras de
Cristo:
“No son los sanos los que necesitan médicos” “Misericordia quiero y no sacrificios”
(Mt 9, 13). Un solo pecador que vuelva al Padre pone más alegría en el cielo que todos
los santos juntos.
Madre Dolores es la luz en la noche de la desesperación de estas jóvenes y abre las
puertas de su casa, sin pedir certificados, ni recomendación, ni ningún precio. Es un
borrón y cuenta nueva donde el pasado no importa nada.
Este trabajo constante y silencioso dio fruto abundante. Ella escribe a distintas personas
y en distintos momentos:
“Tengo el consuelo de ver una verdadera regeneración en las jóvenes acogidas, cuyas
costumbres, laboriosidad e instrucción proporcionadas a sus inteligencias, llenan de
gozo mi corazón.”
“Los frutos que se recogen de estas criaturas tan desgraciadas, serían harto
satisfactorios con su buena correspondencia en el recinto donde son conducidas, por el
grito de su conciencia que en medio de su s desórdenes le moviera al arrepentimiento, y
donde son instruidas en las máximas de la religión y sana moral; pero no queda en
esto. Hoy se ven varias de las que en un día fueron nocivas a la sociedad, convertidas
en fieles esposas, buenas madres y honradas sirvientas”.
A sus hijas las religiosas filipenses les decía:
“Sembremos la semilla de la instrucción y sana moral en los corazones, semilla que
bien podemos decir, es la más firme garantía del porvenir de los pueblos.”
No se puede omitir en este reducido apartado en el que se habla de sus “métodos
reeducativos”, la importancia que daba a la catequesis, a la vida de la gracia y devoción
a la Santísima Virgen. Así introdujo la vida de piedad y la frecuencia de los
sacramentos, con abundante fruto.

1.35 EXPANSIÓN DEL INSTITUTO


El 10 de marzo de 1874, su Santidad Pío IX concedió a la congregación el Decreto de
Alabanza.
Los mayores éxitos han sido siempre para los que han corrido los mayores riesgos.
Madre Dolores amplía su campo de acción apostólica. Su corazón encontró siempre
dilatados horizontes para la caridad y recorre distintos caminos, bendiciendo al Señor
porque su congregación florece. Además de la casa de Sevilla, funda otra en Jerez de la
Frontera, dos en Córdoba, Antequera, Málaga, Almería, Cádiz. Recorre distintos
caminos, como buena samaritana, para apagar la sed de jóvenes sedientas de amor, de
felicidad, de cultura, de hogar, de pan, de Dios.
Muchas lágrimas va dejando en el surco. Incontables los viajes que hace a la corte para
pedir limosnas con que poder subsistir.
Después de inmensos trabajos, unidos siempre a grandes sacrificios, para dar solidez y
vida a la obra que Dios puso en sus manos, una misión mayor le espera: sufrir, callar,
obedecer y de este modo grabar profundamente el sello de su espíritu a la familia
religiosa por ella fundada.

1.36 ELECCIONES GENERALES DE 1886


Desde hace un tiempo la vida de madre Dolores se ve envuelta por la incomprensión.
Hay religiosas que hablan y se mueven pensando en supuestos males del instituto.
Dudan de su rectitud, tamizan sus actos, no perciben la espontánea franqueza de su
proceder. Todo se le discute: sus fundaciones, su prestigio, su modo de llevar a las
chicas. A todo lo que ella hace le ponen su sombrita, su margen oscuro.
Ella sola entre el cielo y la tierra, vería pasar ante sus ojos la historia de su vida, la
rectitud de sus pasos, la honradez de su conducta, la sinceridad de su corazón.
Sufre en su propia carne la ingratitud, los reproches, la oposición… Es momento difícil
para ella.
Llegan las elecciones generales de 1886. Ya se encuentran reunidas las veinticinco
madres electoras en la sala capitular. Un aire cortante hay en el ambiente. Después de
invocar al Espíritu Santo comienza la votación. La cosa no pudo ser más rápida. Todo
estaba dispuesto y amañado. Madre Salud Rubio y Sedor salió elegida prepósita general
en el primer escrutinio.
Al terminar las elecciones, madre Dolores es la primera en prestar obediencia de
rodillas, estrechando después en un abrazo lleno de cariño a la nueva prepósita. Al
concluir entonan el Te Deum, y ella une su voz al grupo con fervor y entusiasmo.
Termina todo, y ella se va a la cocina a preparar un postre de los de ocasión.
Así, sencilla y humildemente, madre Dolores cede el puesto de prepósita que había
llevado durante tantos años. Sin pena ni rencor. Una nueva etapa, oculta a las miradas
de las criaturas, fecunda para Dios, se abría en su vida.
1.37 SUBIDA A LA CUMBRE
Es destinada a Málaga. Marchó haciendo el sacrificio de su querida Sevilla y del oasis
de Santa Isabel. Desde hacía unos meses se encontraba allí de obispo su entrañable
amigo don Marcelo Spínola (beatificado por Su Santidad Juan Pablo II el 29 de marzo
de 1987). Se ven periódicamente y a él le abre de par en par las puertas de su corazón.
El padre Florián, dominico, hablando sobre los caminos de la vida espiritual de
incomprensión y soledad, en los que Dios suele probar a las almas, decía:
“En las funciones, cuando cae el telón, es que todo ha terminado, se acabó el drama, la
tragedia. Pero en los santos, cuando cae el telón, es que todo va a comenzar. Cuando se
le separa del público, del aplauso, es cuando empieza la santidad.”
La comedia termina con un apagón. Las fases determinativas de la santidad suelen dar
principios con fracasos, con apagones.
Misteriosos son los caminos por los que Dios conduce a sus criaturas.
San Juan de la Cruz compara la purgación o noche pasiva del espíritu con una lucha
entre ese fuego arrebatador, que es Dios, y un leño negro que es el hombre.
Humo, negrura, “agua que hace llorar”, pero al fin, transparencia, ascuas vivas, unidas
en el amor.
Como toda ascensión, ella subió uno tras otro los peldaños de su doloroso vía crucis. Y
por amor a la congregación, a la que lo entregó todo, estuvo siempre y por completo a
disposición del Artífice Divino. Escribe a una de las hermanas y le dice: “El cáliz
confeccionado con mirra y ajenjo es preciso beberlo, no ha de ser el discípulo mejor que
su maestro, ni la esposa más engalanada que el esposo”.
El nuevo gobierno del instituto comienza su mandato cerrando casas, dando otras
orientaciones, destruyendo lo que con tantos trabajos llegó a formar. Prácticamente ha
quedado al margen de sus funciones como fundadora.
No tiene asignado oficio alguno, y en esta situación se le ofrecen ocasiones de
humildad.
Madre Salud mostró pronto esa falta de ilusión, de actividad, de fortaleza en el acometer
y en el soportar, tan necesarias a una superiora general.
Faltaban medios económicos y no los buscaba. Todo se le hacía un mundo. El mismo
padre Tejero, que a pesar de sus años y achaques no cesaba de predicar, vio la necesidad
de una intervención de madre Dolores, y, valiéndose de su autoridad como director de la
congregación, le pidió que fuera a Madrid, una vez más, a allegar recursos
imprescindibles. Le escribe y le dice:
“Ya el tiempo ha de ser benigno, y me parece bien que cuanto antes emprenda el viaje a
Madrid, a ver cuánto puede conseguir”.
La sierva de Dios, obediente, emprendió el viaje con miras a conseguir del Ministerio de
Fomento recursos para continuar la obra en las escuelas de Santa Isabel. Hasta soñaba
con fundar una casa en Madrid, y hace las gestiones, pero el nuevo gobierno, la rechaza,
porque no quiere complicaciones.
Se encontraba hospedada con las religiosas de María Inmaculada para el Servicio
Doméstico. Allí se sentía como en su propia casa, edificada por el buen espíritu de sus
religiosas y ajustándose a sus horarios y observancias.
Se entera de que estas hermanas decían que le gustaba estar en Madrid, lejos de las
suyas, que había ido allí huyendo; cuando la realidad era que había sido enviada y
estaba luchando, a diestra y siniestra, para lograr, no sin éxitos, reales y pesetas. Habló
de ello a madre Vicente María (canonizada por Pablo VI el 25 de mayo de 1975), a la
que le unía una estrecha y sincera amistad. Mostrándole la carta del padre Tejero, le dijo
que se encontraba haciendo esas gestiones totalmente autorizada.
En los apuntes espirituales de esos días dice:
“En mis pasos para conseguir intereses y en la esperanza de obtenerlos, encontraba un
gozo indecible y tenía que purificar mi intención porque no se mezclara satisfacción del
amor propio, por verme tan bien dispuesta a devolver bien por mal, quería hacerme
desistir de la idea de parecerme imbecilidad. Esta la sofocaba con el pensamiento de
más perfección lo primero.”
Sufrió al ver los fallos en la unidad que hasta entonces había visto con las religiosas de
madre Vicenta. Notaba menos empeño en presentarla a las visitas que iban por la casa,
quizás tomaba en consideración –ella así lo dice en una cuenta de conciencia- faltas
debidas a su imaginación, susceptibilidad y a los olvidos de la superiora que era algo
distraída. Y sigue diciendo: “El primer movimiento era siempre desagradable. Pero
recordaba que me había ofrecido incondicionalmente, si juzgaba su Divina Majestad,
para que mi sacrificio redundara en bien de la congregación”.

1.38 FRUTOS DE REEDUCACIÓN


Dios seguía haciendo su labor profunda en este alma tan arraigada en la contemplación
y que tan generosamente se había entregado, largos años a los trabajos de la vida activa,
en un apostolado tan delicado.
Ella había recogido el fruto de algunas jóvenes que, devolviéndoles la dignidad y la
honradez, las insertaba en la sociedad, salvadas como mujeres nuevas. Muchas llegaban
a pedir entrada en un convento de clausura, y otras, devueltas a la honradez, al aprecio
de la sociedad. ¡Cuánto las amaba su corazón! En el mismo hogar residencia de San
Carlos, de Málaga, al que volvió una vez finalizada su tarea de Madrid y entregado el
dinero en Sevilla, podía gozar con la reeducación de la juventud. Recordando la
humildad de los principios, tenía que palpar la mano de Dios sobre su congregación y
reconocer, con la esclava del Señor, esa Virgen Dolorosa, que era su modelo y su
esperanza, que había hecho también en ella cosas grandes el que es Todopoderoso y
cuyo nombre es santo.
Ahora tenía que sufrir en silencio año tras año, no tanto las desatenciones propias como
el derrumbamiento del instituto que iba perdiendo vida y espíritu, esa disciplina que lo
sostiene.
Con la ayuda del obispo, Don Marcelo Spínola, que la oía a veces en confesión y la
guiaba en su caminar hacia Dios, proseguía valerosamente, en su vida oculta y
anonadada en humildad y silencio.

1.39 DON MARCELO SPÍNOLA, ARZOBISPO DE SEVILLA


El 13 de febrero de 1896, don Marcelo entra en Sevilla como arzobispo. El nuevo
prelado sabía las interioridades del instituto y la humillación en que tenían sumida a la
fundadora.
Hace su visita oficial al convento de Santa Isabel, y lo dijo claro en su visita pastoral a
madre Salud: “¿Por qué no se encuentra en esta casa la madre fundadora? Sería gran
desdoro para la congregación que madre Dolores muriera fuera de esta casa. La
fundadora en esta casa es donde debe estar”.
En agosto de ese mismo año hay elecciones generales en la congregación. El arzobispo
Spínola no delega a nadie y acude él personalmente. Madre Dolores sigue en Málaga.
Por derecho propio le correspondía asistir a los capítulos generales, pero nunca la
invitaron. Calla prudentemente y acepta ser despojada de todo. Hubiera podido adoptar
muchas actitudes nobles y legítimas para hacer prevalecer sus derechos. Escoge una: la
santidad. Humildemente lo acepta y pasa los últimos años de su existencia envuelta en
el silencio y el olvido.
Piensan que hay que ofrecer al arzobispo solución al caso de la fundadora. Madre Salud
no encuentra cosa mejor que ofrecerle la dirección de la casa de Málaga. Y madre
Dolores tomó las riendas de la casa, cuando ya sus muchos años le pesaban y necesitaba
del retiro y del descanso.

1.40 MANSA Y PACIENTE


El 19 de julio de 1897, Su Santidad el Papa León XIII, después de ver la brillante
recomendación de los prelados que tenían casa de la congregación, aprobó y confirmó a
perpetuidad el instituto de la Congregación de las Religiosas Filipenses Hijas de María
Dolorosa.
El padre Tejero escribía escuetamente a madre Dolores: “Particípelo usted a toda la
comunidad”. Todo con gran sequedad, sintiéndose, junto con ella, responsable de esta
obra, ya aprobada y reconocida por la Iglesia. Y así, como frío parte facultativo, la
sierva de Dios, se entera de algo por lo que había suspirado desde siempre: la bendición
y aprobación de la Iglesia. Fue una alegría muy honda y grata para ella, que la celebró
dando gracias y bendiciendo al Señor en medio de su soledad.
Con motivo de la aprobación del instituto, pudo madre Dolores emitir sus votos
perpetuos en el convento de Santa Isabel el 24 de septiembre de 1898. Predicó el padre
Tejero. Al día siguiente, el arzobispo Spínola celebra con misa pontifical esta gran fiesta
de los primeros votos perpetuos en la congregación.

1.41 SÓLO DIOS


Completada oficialmente su donación a Cristo y al instituto, volvió madre Dolores a su
retiro de Málaga, pero ni la dejaron terminar su cometido. Tenía ochenta y dos años,
estaba muy enferma y… había de cumplir la reiterada indicación del arzobispo.
Era natural que la esperaran sus hijas con veneración y afecto, siquiera como una
reliquia del pasado. Con una celda amorosamente preparada, alegre y sevillana, donde
pasaría feliz los últimos años de tan larga peregrinación cantando su Magníficat…
Otros eran los caminos de Dios.
Para madre Dolores, esta disposición de los superiores de que regresara a Sevilla, le es
motivo de alegría. Después de dejar ordenado y al día todo lo relacionado en aquella
comunidad, marcha gozosa para la ciudad de la Giralda.
Deseando estaba de ver y abrazar a sus hijas, y mientras iba de camino, pensaba que
quiénes irían a esperarla. Por fin llegó a Sevilla. Asomada a la ventana del tren hace una
vista panorámica buscando a sus hijas. Baja al andén. Lo recorre de un extremo a otro.
No ha ido nadie a recibirla. Ella tan delicada y detallista lo tuvo que sentir.
Con su humilde y reducido equipaje, sola, toma el camino para el convento de Santa
Isabel. Cuando entró en el compás, vio abierta la puerta de la iglesia, porque las
acogidas la estaban limpiando. Entró para hacer una visita a Jesús Sacramentado y rezar
el Te Deum en acción de gracias por los beneficios recibidos.
Las acogidas que la querían entrañablemente, se acercaron a ella para abrazarla, y
salieron pregonando por toda la casa: “¡Ha venido nuestra madre! ¡La madre ha
llegado!”.
A las chicas las reprendieron duramente porque había perturbado el silencio y el orden
de la casa.
A madre Dolores le designaron una habitación extraña, que las hermanas llamaban el
“De profundis”, porque estaba sobre la cripta de las monjas sanjuanistas (estas
religiosas fueron las que mandaron construir el convento de Santa Isabel y vivieron en
él por espacio de tres siglos. Allí tenían el cementerio).
Aquí fue también enterrada Madre Rosario Muñoz Ortiz, primer miembro del instituto y
también la primera que murió en la congregación. La habitación no tenía ventana, ni
ninguna clase de ventilación, era húmeda. Había servido para guardar muebles viejos.
Siempre que madre Dolores posaba la mirada sobre la losa de la cripta, venía a su
memoria el recuerdo de algunas de las primeras hermanas que ya habían marchado a la
casa del Padre. Recordaba de manera especial a madre Rosario, su entrañable
compañera, a la que siempre consideró y miró como a su superiora. Era una mujer
sencilla y humilde que nunca tuvo éxitos personales, pero el Señor le concedió la gracia
de gozar con los éxitos de los otros. Pensaba en aquellos primeros años, en que solas,
pero muy unidas, sufrieron todo género de sacrificios, humillaciones y dificultades para
llevar adelante esta obra de Dios.
Siempre permaneció a su lado, y esto fue una gracia, madre Dolores Bost, su enfermera.
Al poco tiempo de llegar a Sevilla hizo testamento dejando a la congregación sus
bienes, que consistían: Además de todo el cariño abnegado de una mujer que había dado
toda su vida por el instituto, dejó también cuanto poseía heredado de sus padres.

1.42 AMANDO SIEMPRE


Nos dicen las hermanas que tuvieron la dicha de convivir con ella: “Hasta el final de sus
días dio amor, sin mirar si era reconocido o merecido.”
Ella entendió la santidad de este modo: jamás se quejó de nada ni de nadie.
Allí, en su celda del “De profundis”, no dejó de dar y sembrar amor. Cuando algunas de
sus religiosas se acercaban y le decían que con ella estaban cometiendo una injusticia,
las mandaba callar diciendo: “No permito que habléis mal de vuestras hermanas,
porque ellas también son mis hijas, y las quiero con el amor más tierno de madre.”
Jamás permitió en su presencia ninguna clase de murmuración.
Madre Dolores centró toda su vida en el amor, y después, porque era consecuente
consigo misma, supo vivir ese amor en todas las circunstancias que le salieron al paso.
¡Qué elevación de miras! Aquí podemos ver toda la riqueza de su vida interior. Ella
supo descubrir, bajo el velo de las contrariedades y humillaciones que la cubrían, la
mano de Dios que con amor se acercaba a ella para purificarla, para desprenderla de los
lazos de la tierra, para obrar en su alma esa transformación mística que Dios ha
concedido a sus más fieles amigos.
Nada inculcó tan insistentemente a sus hijas las religiosas Filipenses, con el ejemplo y
con las palabras, como la humildad, la sencillez, la pequeñez, la pobreza.
Ella vive en suma pobreza. Su pobreza era la entrega total en las manos de Dios. La
muerte pobreza absoluta. A ella se preparaba para su encuentro con Dios.
Su gran confianza en la paternidad divina, la mantiene rica en esperanza, cuando fallan
los apoyos humanos, cuando faltan los medios económicos, cuando ve cerrar sus
mejores fundaciones, cuando experimenta el desamor del ambiente. Su total humildad le
permite levantar sus ojos y el corazón al cielo, cuando con amor y sencillez evangélica
decía: “¡Padre!”.
Madre Dolores sigue igual: mansa, humilde, entera. Siempre serena. Sufre y ora. Parece
que va a borrarse todo lo realizado en años anteriores, a costa de tanto trabajo y
constancia. Pero ella permanece inalterable. Ni una sola palabra amarga, ni una queja.
Pasado el tiempo, las hermanas de la congregación que con ella compartieron esas
vivencias, recordarán su ecuanimidad, prudencia y amabilísimas actitudes, y la
describen en esos largos años de postergación, de carácter equilibrado, dulce trato,
serena y solícita para los que la rodean.
El arzobispo Spínola llega a Santa Isabel para ver y saludar a madre dolores. Ponen
reparos para que no pase a la habitación en que la tienen, y le dicen que se encuentra
enferma. El arzobispo muestra interés por verla. Ante su insistencia lo pasan a su celda
del “De profundis”, y allí quedó largo rato hablando con la sierva de Dios.
Antes de marchar, en el patio, cuando la madre general salió para despedirlo, le dijo con
severidad:
“¿No hay otra habitación en esta casa para la fundadora? Es verdad que ella de nada
se queja, que todo le parece bueno, pero donde la habéis puesto no es lugar para que lo
habite una persona humana.”
Dijo otras palabras muy duras y mandó que la sacaran de allí y la pusieran en un lugar
más digno.
Así se hizo, pero ya le quedaba poco tiempo de vida.

1.43 HUMILDE Y SUAVE


Ya anciana y enferma, con agudísimos dolores que le acompañarían hasta el sepulcro,
experimenta el estremecimiento y dolor de otros escalofríos, el desamor del ambiente, el
olvido de muchas de sus hijas. Ella, tan sensible, tan delicada, debería dolerse de esa
actitud. Pero madre Dolores no dejó de amar a todas sus hijas; y lo perdonó todo al
estilo de los santos.
Tal vez hubiera podido repetir: “He estado entre vosotras y no me habéis conocido”.
Pero madre Dolores tiene la luz de los juicios de Dios para juzgar los juicios de los
hombres, y a su resplandor y humildad ve lo que necesitaba. Sí, necesitaba la
humillación, el ridículo, el frío de los corazones, porque para “encontrar” a Dios hay
que hacerse así de pequeña y pisoteada.
Buscó siempre agradar al Padre y caló la hondura de la frase evangélica: “Si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda solo, pero si muere llevará mucho fruto” (Jn 12,
24)
Toda resurrección exige, primeramente, el paso a través de la muerte. Ella lo sabía, por
eso aceptó morir.
Entendió que para la santidad es imprescindible la mucha y honda vida interior. Admira
por sus días y noches de plegarias. Por su vida penitente y austera. Se va embelleciendo
de Dios y las penas que sufría se iban suavizando ante la firmeza del desposorio
místico.
Bajaban sus facultades. Ya le costaba mucho escribir, aunque su corazón tan tierno y
afectuoso, no había perdido esa sensibilidad que tanto le hizo sufrir. Prueba de ello es
una carta escrita a lápiz, dirigida pocos meses antes de morir, a una de las hermanas que
más problemas le planteó. Toda ella rezuma amor y cariño.
Antes de partir de esta vida a la casa del Padre, abrió su corazón, como un frasco de
perfume para esparcir su fragancia.
Testamento: esas palabras cálidas de una madre que llega a la muerte, se recogen y
recuerdan como rico tesoro. Una de las hermanas que compartió con ella sus últimos
momentos, dejó dicho que, “Recomendó a la caridad de sus hijas a las acogidas, como
fin principal del instituto”.
¡Qué hermoso! No manda, no ordena, no exige… “Recomienda a la caridad de sus
hijas…”. Hasta el último instante de su vida mantuvo esa delicadeza que caracteriza
todo lo suyo.
El corazón de madre Dolores rebosaba misericordia, y quería que sus hijas fueramos
misericordiosas.
Ella fue una mujer común, como todas. Sólo se diferenció en que supo descubrir en el
rostro, a veces poco atrayente de ciertas jóvenes, el rostro doliente de Cristo su Señor.
Después de recibir todos los sacramentos con fervor, herida de una hemorragia cerebral,
marchó a la casa del Padre. Era el 31 de julio de 1904.
madre Dolores, porque has sido fiel, entra en el gozo de tu Señor.
¡A gozar de Dios para siempre!

1.44 LA HERENCIA LEGADA POR LOS FUNDADORES


Las Religiosas Filipenses Hijas de María Dolorosa, convocadas por el Espíritu y el
carisma fundacional, nos esforzamos en vivir la misión peculiar a la que hemos sido
llamadas, nos realizamos en una comunidad marcada por el espíritu de familia, centrada
en la Eucaristía, abierta a los signos de los tiempos.
Con gran amor a la Iglesia, trabajamos en nuestra misión específica, para la expansión
del reino, estando disponibles para ser testigos de Cristo Resucitado en cualquier lugar
del mundo.
Participamos de la gracia del “SI” de madre Dolores y del padre Tejero y, como ellos,
entregamos gozosas nuestra vida para que otros tengan vida.
- Tenemos centros de Reeducación y de Madres Solteras en los que innumerables
jóvenes han encontrado una rehabilitación moral y han podido insertarse en la
sociedad como “mujeres nuevas”.
- Acogemos a niñas pobres y abandonadas en los centros de Preservación.
- Colegios en los que se da una sólida educación y formación cristiana.
- Residencias para compartir y estimular el desarrollo integral de la joven.
- Talleres, a fin de enseñar a las jóvenes, junto a una sana doctrina, oficios
manuales, en los que puedan ganarse honradamente la vida.
- Guarderías infantiles, para facilitar a las mujeres pobres el trabajo.
- Trabajamos en toda clase de obras sociales en los países del Tercer Mundo.

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