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Han pasado casi tres semanas desde la última elección. El 22 de abril se dieron a
conocer las cifras oficiales de las elecciones. Habrá segunda vuelta entre Ollanta
Humala (31.69%) y Keiko Fujimori (23.55%). Un sinnúmero de análisis se han
realizado sobre ambos personajes, al punto que en estos días las noticias políticas
se centran en los recorridos que hacen y lo que dicen.
Palabras al viento que dan materia para especular, para pronosticar, para hacer
alianzas, para generar grupos de opinión y también para crear turbulencias en
donde se hace evidente aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores”… Y
ya sabemos quiénes son los pescadores.
Que un premio nobel exprese su inclinación por tal candidato; que el cardenal
manifieste de manera metafórica su preferencia; que el presidente se titule
imparcial jugando a ser Tartarín de Tarascón en las elecciones; que los principales
líderes de antaño hoy nieguen lo que todos sabemos ocurrió en los 90 donde el
autoritarismo y corrupción se instalaron en el país impunemente; que los que
añoran la satisfacción de los chilenos sigan creyendo que con ello se borra una
afrenta en la que todos tuvimos responsabilidad. Es el contenido de esta contienda
en donde no existe una presentación ordenada, programática de lo que se hará
para que el país no pierda el ritmo de crecimiento y empiece a transitar por el
camino de la equidad. Nada de ello.
Una democracia que no educa con la verdad, que no muestra la realidad del país,
es una democracia boba, es decir tonta, poco inteligente y de escaso
entendimiento. Pareciera que el evento electoral hace olvidar costumbres,
prácticas y actores que tienen que ver con la exclusión, con el racismo, con el
aumento de la pobreza, la inequidad, la indiferencia, la devaluación de los valores.
Hoy existe más preocupación por lo que ocurre con la bolsa de valores que los
valores mismos.
Vivimos como ciudadanos embobados por las ofertas, por las promesas, por las
dádivas momentáneas y poco por el reclamo de nuestros derechos, por consolidar
instituciones, por generar una cultura democrática.
Pocos han reparado que además de la corrupción que se afincó en los 90, se
vulneró la institucionalidad en el país, al igual que se creó la monserga de
“partidos tradicionales” para justificar la debilitación de los que habían y dar paso a
la creación de agrupaciones según el sentir de quien tenía el poder. De esa
manera la institucionalidad democrática fue perdiéndose en unos casos y en otros
se validaron en el sentir camaleonesco instituciones constituidas de acuerdo a los
intereses particulares y al servicio de intereses individuales.
Una educación que no forma para la promoción del juicio crítico no responde a lo
que la sociedad demanda a los profesores: adoptar una actitud crítica frente a la
realidad y sus problemas. Quien no procede de esa manera se torna sumiso y
conformista. El saber y querer popular exigen un cambio de actitud, de enfoque y
de perspectivas en lo que son los contenidos del currículo en lo referente a la
formación social y ciudadanía. La transformación social y cultural es generada
desde la práctica, desde la teoría y desde la necesaria interrelación entre ellas.
Negarlo y no involucrarse en el diseño de nuevas formas de educar y de abordar
contenidos, es educar para la conformidad, para la complacencia, para que otros
decidan y ejecuten. Se forma de esta manera ciudadanos cumplidores y no
creativos, innovadores.
Nuestro país merece una democracia real, auténtica, sin caudillos revestidos y
transmutados (30.04.11).