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“APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE MEMORIA HISTÓRICA” por Alfredo Gutiérrez Borrero, página 1 de 13

Aproximación al concepto de Memoria Histórica en el


contexto de la Desaparición Forzada y los Derechos
Humanos

Por: Alfredo Gutiérrez Borrero


Profesor Facultades de Diseño Industrial y Humanidades, Universidad de Bogotá
Jorge Tadeo Lozano, Especialista en Docencia Universitaria Universidad Militar
Nueva Granada, cursando Maestría en Estudios de Género, Mujer y Desarrollo en
la Universidad Nacional de Colombia.
Correo electrónico: alftecumseh@yahoo.com
Resumen:
Este artículo1 examina someramente el concepto de “Memoria Histórica” y esboza
la articulación del mismo con los de “Desaparición forzada”, “Terrorismo”,
“Derechos humanos” y “Violencia de Estado”. El planteamiento del autor es que el
balance de saber y poder (o mejor de saberes y poderes en la sociedad), será
más solidario en la medida en que los movimientos sociales y las comunidades
‘narren’ y entiendan parte de la memoria histórica del presente, sin dejar que la
versión predominante de la memoria sea acaparada por el estado (o, peor aún,
por los intereses transnacionales del mercado); ello requiere promover un saber
emancipador desde la ausencia y la emergencia, afín al trazado sociólogo por el
portugués, Boaventura de Sousa Santos.

Palabras clave: Memoria Histórica, Derechos Humanos, Desaparición Forzada,


Terrorismo, Violencia de Estado.

"Es importante recuperar la memoria de las cosas olvidadas, luchar contra las ortodoxias culturales
e ideológicas, contra el pensamiento que no permite pensar lo nuevo, aprender a desaprender y a
liberar la memoria subversiva, la memoria sufriente, la memoria que libera"2

1. Exploración inicial: Memoria Histórica, un intento definitorio.


Dentro de las novedades con las que me3 he encontrado en este curso de
antropología forense (UNAL ciclo 2, 2008), la de indagar en los diversos

1
Este artículo, en torno a la noción de «memoria histórica» fue realizado, a petición de la profesora Juliana Gómez,
bajo cuya dirección el autor cursó su asignatura de Antropología Especial II (Antropología forense), como materia
electiva en el marco de su segundo semestre de la Maestría en Estudios de Género, Mujer y Desarrollo en la
Universidad Nacional de Colombia (entre los meses de agosto y diciembre de 2008). Se advierte sobre las
eventuales limitaciones del texto, imputables sin duda a la incipiente formación del autor en los campos
disciplinares de la historia y la antropología, cuyos exponentes son quienes manejan con propiedad el citado
concepto de memoria histórica».
2
Paráfrasis de lo proclamado por la editorial Desclée, como propósito de su colección Palimpsestos, sobre
desarrollo y Derechos humanos, la cual publica, entre otros, los siguientes autores y títulos (entre paréntesis) al
respecto: Boaventura de Sousa Santos (Crítica de la razón indolente), Franz J. Hinkelammert (Crítica de la razón
utópica), Joaquín Herrera Flores (Editor) y otros: (El vuelo de Anteo. Derechos humanos y crítica de la razón
liberal), Luis de la Corte Ibañez (Memoria de un compromiso).
3
Conforme al saber situado que revindica la perspectiva de género y a una noción emancipadora de la memoria
histórica que devuelve la voz los silenciados por el “discurso experto”, enuncio en primera persona. AGB.
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significados del concepto de memoria histórica me ha permitido analizar los


discursos y las perspectivas hegemónicas y contra-hegemónicas en pugna por
determinar cuáles son las certidumbres: espaciales, íntimas, tradicionales,
sociales, culturales, raciales étnicas, temporales, cívicas, nacionales y sociales,
sobre las que se asienta la vivencia humana (en tanto sumatoria de recuerdos y
olvidos, del trayecto de pueblos e individuos). Además, mi pesquisa en torno a la
comprensión del uso actual del concepto de memoria histórica, me aproximó a
más fuentes de las que puedo aprovechar en profundidad dados el espacio y el
tiempo disponibles para realizar este artículo (que, si bien es un ensayo para la
clase, he tratado de desarrollar con el rigor propio de lo solicitado por las revistas
indexadas). Ahora bien, de entrada es obvio que las nociones de historia y
memoria se entrecruzan y traslapan, toda vez que la memoria constituye un hito
trascendental en la disputa por el poder adelantada por las fuerzas sociales.
“Apoderarse de la memoria y del olvido es una de las máximas preocupaciones de
las clases, de los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las
sociedades históricas” (Jacques Le Goff, El orden de la memoria, Barcelona,
Paidos, 1991, p. 134, en Mateos, 1998). A este respecto cabe anotar que “La
historia puede definirse como la ciencia de la memoria (...) y las instituciones
encargadas de elaborarla, estudiarla, conservarla y perpetuarla serían las
instituciones de la memoria”. (“Memoria histórica”, 2008).4
Antes de ir más allá, cabe anotar que el padre putativo de las concepciones de
memoria histórica es el historiador francés Pierre Nora (n. 1931), tal cual nos
recuerda Abdón Mateos en su ensayo, de 1998, Historia. Memoria. Tiempo
presente 5. El largo y ancho, de lo recorrido por las civilizaciones humanas en el
planeta tiene que ver con el contrapunteo entre historia, memoria y entendimiento,
o interpretación. De tal modo, el escrutinio de lo que los pueblos eligen recordar o
perpetuar (las más de las veces obligados, en realidad, por sus gobernantes), nos
revela todo el poder del uso político de la historia, algo persistente desde que ésta
4
Actualmente adelanto en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, el desarrollo de un artículo que convalida las
ventajas de la Wikipedia como fenómeno omnipresente en la configuración de saber colectivo construido por
movimientos sociales no hegemónicos. Por ello, y aunque también es “mal visto” usarla en la academia tradicional,
la vindico como fuente (de hechos fue a través de Wikipedia que llegué a casi todos los artículos de Redalyc, y de
otras fuentes, que señalo en la bibliografía al final de este trabajo).
5
En el cual sugiere ver la introducción "Entre mémoire et histoire" en Pierre Nora [dir.], Les lieux de mémoire. I. La
République, Paris, Galimard, 1984.
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existe (con toda suerte de tergiversaciones impuestas a la forma en la que se


evocan los hechos). Ya en tiempos de la roma republicana se conocía la
Damnatio memoriae, “que buscaba destruir cualquier clase de vestigio o recuerdo
del enemigo del Estado, incluyendo la prohibición de citar su nombre” (Ibídem).
Pero aproximándonos al contexto colombiano, Myriam Amparo Espinosa, en su
texto "El papel de la memoria social en el cambio de imaginario político local y
nacional, Cauca 1970-1990" 6, nos resalta cómo el caudillo indígena Quintín Lame
advirtió que la “escritura encubre, descubre y conserva; por eso escribió su versión
de la historia que contrasta con la de cronistas y funcionarios imperiales” (citado
por Díaz López 2002:292). Muchas veces el europeo retrató al indio como mera
bestia o inferior. Aun así, los intentos de enmendar la plana a la injusticia
comportan siempre algún grado de esterilidad pues la memoria histórica no está
exenta de infidelidades y anacronismos, tal cual señalan historiadores como Eric
Hobsbawm (quien inspecciona los dispositivos mediante los cuales se inventan
tradiciones) (Cf. “Memoria histórica”, 2008) y Jon Juaristi (quien demuestra cómo
los mitos de origen son manipulados desde un punto de vista nacionalista). (Cf.
Ibídem).
Las diversas fuentes consultadas muestran que, como categoría de análisis, la
memoria histórica en el tiempo presente, ha sido muy importante en años
recientes para la reconstrucción de sus propias trayectorias, por parte de grupos
sociales sometidos a procesos de invisibilización o enmudecimiento; acontece así,
con los colectivos femeninos, las negritudes, los indígenas, las etnias minoritarias,
las culturas colonizadas, los trabajadores desfavorecidas y aquellos grupos
políticos opositores perseguidos por los estados. En este sentido la reparación de
la memoria deformada por procesos de ocultamiento rebasa la tarea investigativa
y se superpone con el activismo social, en tanto trabajo de “desmitificar
estereotipos y verdades dadas, profundamente arraigadas en la cultura
dominante” (Ibídem). En últimas, la memoria histórica, permítaseme decir para
cerrar este apartado, tiene que ver con la forma y el sentido de aquellos trazos de

6
Incluido en el libro “Memorias hegemónicas, memorias disidentes. El pasado como política de la historia” de
Cristobal Gnecco y Martha Zambrano, 2000, Ministerio de Cultura, Universidad del Cauca, e Instituto Colombiano de
Antropología, que reseñó Zamira Díaz López (2002) para la revista Convergencia.
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sus trayectos (pasado y pasado reciente) con, sobre y desde los cuales un
individuo o una colectividad construyen, deconstruyen o reconstruyen sus
proyectos y fundamentan sus identidades. Por ello, en todo el mundo
contemporáneo, santuarios y foros de la memoria sirven de espacios políticos,
culturales e investigativos para la cimentación de identidades sociales.
2. Primera articulación: Memoria Histórica y Derechos humanos.
Toda vez que la vinculación entre memoria e identidad en los planos sociales y
colectivos es estrecha; comunicar, acompañar y discutir memorias es “parte del
proceso de construcción y reconocimiento de la pertenencia a comunidades
colectivas, actuando como ‘mitos fundacionales’ que otorgan estabilidad temporal
(imaginaria) a la identidad (Cf. Jelín, 2001:88 citado por Sosenski, 2005:388, nota
al pie No. 14). Aquí establezco una articulación entre el concepto de Memoria
Histórica y el de Derechos Humanos. Ello, por cuanto aquellos derechos y
libertades básicas “de los cuales son beneficiarios todos los seres humanos en su
condición de tales” (The American Heritage Dictionary of the English Language,
citado en “Human rights”, 2008)7, tienen un derrotero histórico y están asociados, a
menudo en forma inarmónica, con el modo en que las naciones y los
conglomerados humanos como estados u órganos de gobierno administran
aquellas esferas de la existencia asociadas con las libertades políticas y civiles
que ostentan quienes viven rodeados por una determinada frontera nacional, tales
como el derecho a la vida, a la libre expresión, a la igualdad ante la ley, y al
concurso en actividades sociales, culturales, económicas; incluidas las
posibilidades de participar en la cultura, la viabilidad de alimentarse, trabajar y
educarse (Cf. “Human rights”, 2008). Siempre asoman —así examinadas las
circunstancias—, opacidades y problemas en aspectos de la existencia en
apariencia cristalinos (verbigracia la calidad del grado de vigencia de los derechos
humanos de las mujeres y hombres colombianos, sin distingo de su grupo etario,
clase, religión, etcétera). En Colombia, a lo largo de buena parte de la historia,
especialmente en el gobierno prolongado durante dos períodos (no sin sospechas
fraudulentas ensombreciendo el panorama) de Álvaro Uribe Vélez (2002-2006 y

7
Mis traducciones, AGB.
“APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE MEMORIA HISTÓRICA” por Alfredo Gutiérrez Borrero, página 5 de 13

2006-2010), hay una pugna, muy dispar por cierto, por el control de la memoria
histórica, entre unas mayorías mediáticamente dispuestas (y a menudo
económicamente cooptadas) y grupos marginales de culturas segregadas,
opositores, perseguidos o silenciados apoyados por colectivos con diferentes
intereses en la agenda (desde las posiciones más éticas hasta el respaldo a los
más reprobables y violentos modos de subvertir el orden).
Lo antedicho se torna más complejo pues hay infinidad de actores no estatales
como partidos políticos, grupos informales, organizaciones no gubernamentales
(ONGS) e incluso compañías multinacionales que pueden estar comprometidas
con la defensa o con la agresión al cabal disfrute por parte de toda la población,
de los derechos humanos. Al respecto, un aspecto problemático es el papel
desempeñado por las compañías multinacionales que “juegan un importante papel
en Colombia como en el mundo, y son responsables por un gran número de
abusos a los derechos humanos” (tal cual lo atestigua Human Rights Watch en su
informe Corporations and Human Rights, 2008, citada en “Human rights”, 2008).
Supuestamente los derechos humanos no pueden ser derogados en razón de la
seguridad nacional bajo ninguna circunstancia; sin embargo, en Colombia tiene
sus ecos, durante el Gobierno actual, la histórica Doctrina de la Seguridad
Nacional (con sus raíces, según hemos visto en clase, estadounidense —Escuela
de las Américas— y francesa —Escuadrones de la muerte—), lo que, ante el
silencio cómplice de las mayorías, ha justificado que la razón de estado y la
seguridad nacional se invoquen para justificar violaciones a los derechos
humanos. Son numerosos los cuestionamientos a propósito de la supuesta
desmovilización de los paramilitares que ha dejado en el silencio a las víctimas, lo
cual se acentúa por el eco que los medios, generalmente gobiernistas, brindan a
determinadas versiones de los hechos en detrimento de otras. Definitivamente
maquillada como cultura del orden, la maquinaria represiva puede acallar y
esconder profusos hechos delictivos y presentar como victoria de la seguridad un
enorme repertorio de atropellos contra la dignidad humana. Por ende es preciso
recordar que siempre hay puntos de fuga para la supuesta homogeneidad de la
memoria histórica hegemónica, dominante y oficial.
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3. Segunda articulación: Memoria Histórica y Desaparición Forzada.


Al dejar de valorar la memoria histórica como un fenómeno uniforme
experimentado por igual por toda la comunidad nacional, empiezan a aflorar
modalidades inestables de articulación con el olvido. Más aún que pura
representación, la memoria histórica, nacional o regional es una práctica social
asentada en variados puntales materiales: “artefactos públicos, ceremonias,
monumentos, libros, películas. La memoria requiere de actores, de instituciones y
de recursos” (Cf. Vezzetti, 2002, pp. 32-33, citada por Makowski 2002).
Basta explorar los extramuros sociales, aquellos escenarios donde la exclusión
avasalla (y la desoladora nota dominante es la marginalidad de individuos,
comunidades y espacios), para adentrarnos en lugares donde “el momento de
saber es [o debe ser]8 el reconocimiento del otro como igual e igualmente
productor de conocimiento” (Santos, 2003:281). Las peripecias de rescate de
memoria histórica por parte de los desposeídos y olvidados es fuente de
eventuales resignificaciones generativas en una sociedad. Si hablamos de
Colombia, es preciso sortear las aduanas de la supresión y reinterpretar la
identidad delineada de acuerdo a la memoria ‘oficial’ para traspasar las barreras
instauradas por la corrección política del Gobierno. En este punto comparece ante
nosotros una segunda articulación del concepto de Memoria histórica, esta vez
con el de Desaparición Forzada. Con trazos gruesos, aquí la pregunta que
subyace a toda dinámica es ¿quiénes son los desaparecidos en el caso
colombiano? Aunque indirectamente, ya he aludido a lo largo de este artículo, una
y otra vez a lo que Sara Makowski llama “texturas opacas, zonas de olvido o
negociaciones complejas del olvido” (2002:147). De acuerdo a esta autora la
memoria histórica se asume con disímiles cualidades en las instancias pública y
privada. Aquí tocamos las dualidades de la memoria histórica (política y
psicológica, pasional y racional, emotiva e intelectual) que para el individuo está
cuajada de afectos y recuerdos que en unos afirman los triunfos del pasado,
mientras en otros apenas si logran cicatrizar heridas; entretanto, para los grupos y
colectividades —en un fenómeno más uniformador— a medida que se asciende

8
Mi comentario. AGB.
“APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE MEMORIA HISTÓRICA” por Alfredo Gutiérrez Borrero, página 7 de 13

en la escala nacional, la socialización de la memoria histórica reifica algunas


nociones del pasado [según el significado dado a tal término por el filósofo
húngaro Györgi Lukács (1885-1971) en el sentido de “solidificarlas” o “cosificarlas”
o “tornarlas en verdades”, aparentes, claro está]; eso cuando no las diviniza o
deifica (es decir, las diviniza, lo cual es más viable si un líder autoritario, y además
popular como el presidente Uribe apalanca del fenómeno). Lo antes expuesto
determina qué recuerdan y qué olvidan las sociedades (muy autocrática y poco
autocráticamente guiadas), diluyendo, de paso, algunas colectividades y, sobre
todo, algunos sujetos incómodos. No obstante, eso también anima el fenómeno
inverso, a saber: “la remodificación del pasado con vistas a una mayor
democratización y extensión de una cultura de los derechos humanos” (Makowski,
2002:147).
Cabe aquí profundizar sobre la noción de “sujetos incómodos”, porque
precisamente para un poder dominante (que en tanto tal siempre será en algún
grado arbitrario), esos sujetos incómodos son los que sufren la práctica de la
desaparición forzada. Para efectos de este artículo, entiendo “Desaparición
Forzada”, bien como el “término jurídico que designa a un tipo de delito complejo
que supone la violación de múltiples derechos humanos y que, cometido en
determinadas circunstancias, constituye también un crimen de lesa humanidad”
(“Desaparición forzada”, 2008); bien como lo que ocurre cuando un Estado obliga
a una persona a desvanecerse de la vista pública, sea por asesinato o por
secuestro perpetuo. Nos encontramos aquí con aquellas víctimas que son
“primero secuestradas, luego ilegalmente retenidas en campos de concentración,
a menudo torturadas en busca de información y finalmente ejecutadas con la
correspondiente escamoteo del cadáver” (“Forced disappearance”, 2008)9. En la
literatura que revisé para hacer este artículo (que, como es obvio, supera ya el
límite establecido), se reporta que ante el mundo la noción de “desaparecidos”, se
refiere específicamente a “víctimas sudamericanas del Terrorismo de Estado,
durante las décadas de 1970 y 1980, en particular relacionados con la Operación

9
Mi traducción, AGB.
“APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE MEMORIA HISTÓRICA” por Alfredo Gutiérrez Borrero, página 8 de 13

Cóndor” (Ibídem)10. Dicho término luego pasó a ser muy conocido por el desarrollo
de conflictos en otros países del área como Guatemala, Perú y Colombia.
Como se notará, la imbricación entre memoria histórica y desaparición forzada es
evidente, toda vez que, por lo común, quienes la padecen son aquellos que el
poder hegemónico desea borrar del recuerdo colectivo o, lo que es igual,
circunscribir al olvido (ciertamente, eso no implica que todas las víctimas de tal
fenómeno sean inocentes de toda culpa o delito, pero si patentiza que ninguna de
ellas fue sometida por el poder que la desapareció, empeñado en adelantar
guerras irregulares a un juicio justo o legal (y ni hablar de ético). Surge en este
punto la noción (repetida con frecuencia en mi clase de antropología forense [ciclo
II 2008] por la profesora Juliana Gómez de, palabras más, palabras menos, la
forma en que los colombianos cohonestan muchos crímenes de este tipo “pues
aceptan que un mal menor se haga cargo de otro, teóricamente, mayor”).
En efecto, la violencia ejercida para desaparecer forzadamente personas “es un
acto de poder, que está animado por la imposición de la voluntad sobre la del otro.
En la tortura del desaparecido tal poder no tiene límites. No hay apariencias que
guardar, no habrá abogados o comisiones de derechos humanos que acusen a los
torturadores” (Figueroa, 2001:64). Por otra parte, en la atmósfera actual
colombiana, el deseo de la sociedad de encontrar en los alzados en armas (y en
todos los relacionados con ellos), chivos expiatorios ha conducido a una
exasperación de la idea de aniquilar la revuelta a cualquier precio, con la
subsiguiente amalgama de un poderío dictatorial, maquillado de democracia, y la
exacerbación desmadrada de los propios facciosos. Así, la huellas funestas del
despotismo y sus secuaces, y las aún más funestas de quienes incurren en un
terrorismo absurda y teóricamente bienintencionado, se intrincan en la realidad de
los suspendidos y desaparecidos, de quienes “quedan fijos en el pasado, vigentes
en el presente, portando para siempre una memoria que reclama ser atendida”
(Meruane, 2007). A raíz de ello, abundan los huesos mudos de los desaparecidos
con una historia por contar, y ahí tiene su misión la antropología forense.
4. Tercera articulación: Memoria Histórica y Terrorismo.

10
Mi traducción, AGB
“APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE MEMORIA HISTÓRICA” por Alfredo Gutiérrez Borrero, página 9 de 13

Recojo aquí la noción del “enemigo”, antaño el comunista y hoy el terrorista, que
tan pronto viene a los labios de los gobernantes neoliberales en el orden mundial
vigente. Por idéntico motivo, traigo a colación una palabras de la escritora chilena
Diamela Eltit11: “El neoliberalismo en una de sus vertientes se basa en la
implantación del sentido común —pensar lo mismo, sentir lo mismo, comprar lo
mismo—, un sentido común que se programa para favorecer de manera holgada
el consumismo” (Eltit, entrevistada por Swinburn, 2000). A menudo, tal
implantación del sentido común ha generado que se comprenda en la categoría
“terroristas” a gran cantidad de inocentes, ya para desaparecerlos, ya para no
investigar su desaparición (lo cual resulta siendo exactamente lo mismo).
Nos aproximamos así a una paradoja, por cuanto por terrorismo hablamos de “el
uso sistemático del terror especialmente como medio de coerción en alusión a un
práctica para la cual no hay una definición acordada internacionalmente” (Thalif
Deen. POLITICS: U.N. Member States Struggle to Define Terrorism, Inter Press
Service, 25 July 2005 en “Terrorism”, 2008). La ambigüedad está dada porque la
desaparición forzada de personas y las alteraciones en la memoria histórica que
ella genera, vendrían siendo de alguna manera terrorismo, aunque ejercido por el
estado (jugando con la figura retórica de inversión terminológica, denominada
quiasmo, podemos decir que: si la desaparición forzada es en cierta medida
terrorismo de estado, el terrorismo, cuando es ejercido por grupos al margen de la
ley en Colombia, o en otros estados, comprende ocasionalmente desapariciones
forzadas “informales”, aunque por supuesto el repertorio jurídico internacional
señala una directriz diferente). Otra arista a considerar, es que —no obstante el
uso erróneo o sesgado que hacen los poderes estatales del concepto “terrorismo”
para desaparecer o avalar las desapariciones de sujetos incómodos— más de una
vez, y Colombia es prueba fehaciente de ello, los grupos subversivos sí han, en
efecto, empleado el terrorismo, en tanto, por ejemplo, lo define el Código Penal de
los Estados Unidos desde 1983 (Título 22, sección 2656f(d)): «Terrorismo:
Violencia premeditada y con motivos políticos perpetrada contra objetivos civiles
por grupos subnacionales o agentes clandestinos, generalmente con la intención
11
Acerca de cuya obra presenté una ponencia en el I Congreso Iberoamericano de Filosofía realizado por la
Universidad Santo Tomás de Aquino en Bogotá, los días 25, 26 y 27 de septiembre de 2008.
“APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE MEMORIA HISTÓRICA” por Alfredo Gutiérrez Borrero, página 10 de 13

de influenciar a un público determinado» (citado en “Terrorismo” 2008). En


consecuencia, cuando de fuerzas en conflicto se trata, habrá gente en ambos
extremos del espectro sociopolítico, dispuestas a torcer la memoria histórica en su
beneficio mediante cambios de designación para los mismos hechos, eliminación
de unos nombres (correspondientes a hombres y mujeres de carne y hueso) y
circunstancias, conmemoración o reprobación selectiva de otros, etcétera. Lo cual
nos lleva a una cuarta y última articulación.
5. Cuarta articulación: Memoria Histórica y Violencia de Estado.
Comprender este apartado precisa concretar que la Violencia de Estado es el
“empleo de la fuerza en operaciones o procedimientos, perpetuados por miembros
del estado; sean estos funcionarios públicos respaldados por instituciones
gubernamentales o por grupos mayoritarios o hegemónicos avalados por
instancias civiles o gubernamentales contra individuos o grupo minoritario” (Cf.
“Violencia de estado”, 2008). En mi criterio la violencia de estado es ejercida para
cambiar la memoria histórica de una sociedad, como una suerte de trepanación
del cráneo, con que las comunidades se protegen a sí mismas, para hacer una
lobotomía del cerebro nacional retirando un fragmento del recuerdo colectivo
dolorosamente encarnado en individuos y grupos concretos, para obtener
ciudadanías dóciles, inertes y privadas de capacidad reflexiva e iniciativa crítica.
Para la muestra un botón: la disminución e incluso la negación de los horrores
consumados por el flagelo paramilitar en el caso colombiano. Punto en el cual
hago hincapié en lo estipulado por el Equipo Nizkor en extensísimo informe
(2007): «las organizaciones paramilitares son responsables de crímenes contra la
humanidad e integran una “empresa criminal conjunta”, con el agravante de que
integran además una organización criminal en el sentido de la Convención del
Crimen organizado con cuyas actividades financian sus operaciones militares»;
frecuentemente esos crímenes fueron efectuados en Colombia con el patrocinio
de la élites y ante la indiferencia de buena parte de las clases medias,
confundiéndose con repugnantes alcances la lucha contrainsurgente irregular con
el matonismo y el delito ‘empresarializados’ a escala monstruosa. Con ello en
mente, ¿qué otra cosa, puede ser el actual proceso de desmovilización paramilitar,
“APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE MEMORIA HISTÓRICA” por Alfredo Gutiérrez Borrero, página 11 de 13

sino una abusiva e inmoderada usurpación de la memoria histórica por unos pocos
intereses potenciados descomunalmente por los medios masivos?
Queda aún mucha tela por cortar, y conviene tener en cuenta tal cual lo recalca el
crítico Gustavo Bueno, en su columna Rasguños, de la Revista Catoblepas (2003)
que es imposible “«recuperar» una memoria histórica común, objetiva, que se
supone ya organizada, aunque oculta (u ocultada) a la espera de ser desvelada o
recuperada”. Tratándose de memoria histórica es importante no sólo qué se
recuerda, sino quién (o quiénes), cómo y en qué momento lo hacen. En últimas,
“la historia no es sencillamente un recuerdo del pasado. La Historia es una
interpretación o reconstrucción de las reliquias (que permanecen en el presente) y
una ordenación de estas reliquias. Por tanto la Historia es obra del entendimiento,
y no de la memoria” (Cf. Bueno, 2008). Acepto ello con dos precisiones, primero:
por ‘reliquia’ entiendo todo residuo del ayer perceptible en el hoy, y dos, la
supresión de la negación, para mí, la historia es obra de entendimiento ‘y’ de la
memoria, o del entendimiento ‘trabajando sobre’ la memoria.
6. Conclusión ¿y la antropología forense?
Con ello en mente, conviene a los individuos y, más aún, a las colectividades,
revisar continuamente su memoria histórica, mediante el cultivo y la apropiación
histórica de su propia tradición (algo que se logra con mucha mayor amplitud
cuando los cadáveres perdidos aparecen y los muertos sin identificar recobran sus
nombres, gracias a la labor, entre otros, del antropólogo forense). Es imposible
pasar por alto antes de culminar este texto que los ejercicios hechos en clase
acerca de Katyn (Rusia) en mi caso, y las desapariciones negadas en Ruanda,
Bosnia, Argentina, Chile y Colombia, sumadas a otros manifestaciones del flagelo
en Argelia, Congo, Irak y Chechenia por ejemplo, evidencian el tamaño de la faena
y la labor de reajuste social que el ejercicio de la antropología forense comporta;
dicha disciplina contribuye a retirar velos en busca de depurar esas realidades en
que creían, las naciones y los individuos, estar inmersos sin estarlo en aras del
surgimiento o la visibilización de aquellas realidades en que creían no estar
inmersos estándolo. Tal es el camino para dejar de vivir en la creencia y comenzar
a creer en la vivencia.
“APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE MEMORIA HISTÓRICA” por Alfredo Gutiérrez Borrero, página 12 de 13

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