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La familia como fuente de valores

Por Carlos Valverde

Aspectos positivos en la familia actual.


El tema de la familia es ciertamente crucial en un momento
como el nuestro, en que tal vez la institución más atacada, o en una
situación más difícil, es la familia. Se ha dicho, y creo que es verdad,
que se está dando una especie de mutación genética en la familia.
Así como en los cromosomas, se dan mutaciones, que acaban por
cambiar la especie, así en la familia, en España al menos, se está
dando una mutación, que no sabemos qué consecuencias tendrá
mirando hacia el futuro.
Aunque ciertamente esta situación en que vivimos tiene valores
positivos, que no podemos ignorar y que todos Vds. conocen.
Entre otros podemos citar la mejora en la condición de la
mujer. No es que antes la mujer fuera una esclava, como a veces se
dice, al menos en muchas familias honestas y cristianas. Pero sí es
verdad que el varón, el padre de familias, era el que gobernaba la
familia, el que decidía. Hoy se tiene más en cuenta la aportación que
la mujer puede hacer al desarrollo entero de la familia en todas sus
dimensiones.
Se ha logrado también una mayor valoración de la mujer. La
lucha feminista, y a pesar de las exageraciones que en algunos
momentos se advierten, sin duda ha tenido consecuencias positivas
para que la mujer sea considerada de la misma naturaleza que el
hombre, como enseña la Sagrada Escritura por lo demás: de la
misma naturaleza, aunque con diferentes cualidades.
En tercer lugar, no cabe duda que la familia ha logrado mayor
libertad, en gran parte por el desarrollo económico. Se puede viajar
más; se pueden adquirir muchas cosas que antes eran imposibles. Se
puede tener una comunicación con otras familias o con otras
personas de todo tipo; también comunicaciones culturales,
deportivas, etc. Antes la familia era un clan cerrado, pero ahora se ha
abierto mucho, porque hay muchas más posibilidades de elección,
que ciertamente antes no había. Antes estas facilidades eran
imposibles por carencia de dinero en la inmensa mayoría de las
familias. Ahora por el contrario, incluso lo que antes era una clase
proletaria ha pasado a ser una clase media burguesa.
Es cierto también que hay mucha más higiene. Se han
descubierto muchos medios terapéuticos que previenen las
enfermedades o las curan. Las enfermedades siguen existiendo y
siguen siendo una cruz en las familias, pero también muchas
enfermedades, que antes atormentaban a la s familias, se han
eliminado. Mediante la higiene y la medicina se ha logrado una
calidad de vida material mucho mejor que en otras épocas.
Hay también mayores posibilidades de cultura. Antes estudiar,
y sobre todo estudiar en la universidad, era accesible para
relativamente muy pocas personas. En cambio hoy vemos los cientos
de miles de estudiantes universitarios. Se han creado multitud de
universidades, incluso en ciudades pequeñas, y están todas ellas muy
bien pobladas, aun cuando en este momento se advierte al parecer
un cierto descenso, debido a la falta de natalidad. En cualquier caso
hay muchos más jóvenes que logran una licenciatura, una carrera, o
al menos un nivel cultural más alto que en otros tiempos. También se
acusa que en la enseñanza media el nivel intelectual y cultural, el
nivel de conocimientos en general, ha descendido. Y esto lo he podido
comprobar personalmente en mi trato con jóvenes. Tengo miedo de
hacer ciertas preguntas, pues he preguntado alguna vez quién era
Galileo, quién era Menéndez Pelayo o Balmes y ninguno lo sabía.
Parece cierto que en las generaciones que salen ahora de la
enseñanza media el nivel en conjunto está más bajo.
Podríamos enumerar otros aspectos positivos en la familia
actual, pero todos los conocemos y no es necesario recordarlos.

Aspectos negativos.
Junto a esto la familia presenta también aspectos preocupantes
y negativos. Así por ejemplo, la inestabilidad en que se encuentran
frecuentemente los matrimonios, la facilidad con que se rompen. Un
matrimonio que dure 30 o 40 años no se puede decir hoy día que sea
una excepción, pero antes era lo normal y ahora no es tan normal.
No digo que no existan, pues todos los conocemos, pero con
frecuencia nos da miedo preguntar a alguien si es casado o soltero,
porque a veces puede responder: las dos cosas, soy soltero y casado,
según se mire.
En segundo lugar el hecho de la reducción de los hijos ha
cambiado el aspecto de la familia. Antes la familia era numerosa y la
convivencia de los padres con los hijos, o de los hermanos con los
hermanos, era muy grata y constructiva, hablando en general. En
este momento se considera numerosa una familia con tres hijos, lo
que en otros tiempos hubiera parecido ridículo. Ahora las familias
tienen un hijo o a lo más dos. Esto obstaculiza la convivencia fraterna
y el sacrificio de todos por todos, el despertar de la conciencia y del
amor, el calor de hogar que tenía antes la familia. Como ahora la
familia es mínima y se vive casi todo el tiempo fuera de casa la
convivencia resulta más bien difícil, y hasta extraña y rara.
Interviene también la reducción de los espacios. Antes era
normal que una casa tuviese cuatro o cinco dormitorios. Incluso era
frecuente que un matrimonio sin hijos dispusiese de una vivienda con
tres o cuatro habitaciones. En cambio hoy día salta a la vista la
estrechez, y sobre todo la tremenda inmoralidad de la carestía de los
pisos. Para los novios el obstáculo principal, y a veces insalvable es
que no pueden dar una entrada de muchos miles de euros para un
piso, que por lo demás es mediano. Creo que uno de los problemas
más graves e inmorales con que tropieza la familia actual es la
tremenda carestía de los pisos. Y por si fuera poco, los precios están
en alza a pesar de lo mucho que se construye.
Junto a esto, resalta también como un factor negativo la
ambición de dinero. La vida está muy cara y cuesta mucho sacar
adelante la familia. Todo cuesta mucho. Tienen que trabajar el padre
y la madre, y los hijos deben buscarse la vida a su manera. Pero
también es cierto que no nos contentamos con un nivel modesto de
vida. No nos resignamos a no tener unas vacaciones en el extranjero,
no irnos un fin de semana a Santo Domingo o a los comercios de
París o Londres. No nos resignamos a una vida doméstica, de
convivencia fraterna, de tertulia, de juegos sencillos, sino que todo el
mundo quiere disfrutar de todo, y entonces la vida naturalmente sale
muy cara.
He hablado ya de la limitación de la natalidad como un defecto
serio de las familias, porque la familia numerosa siempre es más
alegre, es más fraterna, hay más sacrificio de todos por todos, se
vive y se practica mejor la comunicación y el amor. Entre los
recuerdos más gratos que tengo de mi vida destaca la convivencia
con mis seis hermanos. Hemos sido todos muy felices, nos hemos
ayudado unos a otros, y aun siendo mayores hemos podido compartir
muchos problemas y convivirlos entrañablemente, con esa
fraternidad que es única, que se da sólo en la institución familiar y no
se repite nunca más. Hay otros modelos de compañerismo, hay otros
modelos de fraternidad, pero lo que fue la familia, eso sucede una
vez y no se repite nunca.
Otro aspecto negativo es la incomunicación. A veces los jóvenes
se quejan de que no pueden hablar con sus padres. Algunos no
pueden y otros no quieren. Pero no es raro encontrarse jóvenes que
se quejan de que su padre no tiene tiempo. Absorbido por el
despacho, el negocio o los viajes, no convive o no comparte los
problemas de los hijos. Y esto crea una situación difícil en los mismos
jóvenes, que quisieran tener confianza, que sus padres les ofrecieran
una oportunidad de diálogo con ellos. Pero no la encuentran, y
entonces se buscan substitutivos quién sabe dónde o quién sabe
cómo.
Falta también en las familias, según encuestas que se hacen, la
autoridad de los padres. La autoridad es difícil. Siempre lo ha sido, y
hoy quizá más que nunca por el sentimiento de libertad que hay en
nuestra sociedad. De ahí que muchos padres abdiquen de la
autoridad y dejen que los hijos y las hijas hagan lo que quieran, con
tal de que no molesten demasiado. Es verdad también que la mayoría
de edad a los 18 años da a los hijos una autonomía legal que les
permite enfrentarse con sus padres y decir no me da la gana hacer lo
que tu me mandas; soy mayor de edad. Y entonces el padre ya tiene
poca o ninguna autoridad sobre él.
También ocurre que las familias se rompen con mucha
frecuencia y a veces se reconstruyen de manera antinatural con un
nuevo cónyuge, y los hijos tienen que vivir y convivir con alguien que
no es su padre o no es su madre. Lo cual les crea un trauma mucho
más profundo de lo que parece, porque el amor al padre o a la
madre es algo exclusivo y único. Nada ni nadie lo substituye ni lo
puede substituir, por mucho que lo intente o que lo quiera quien no
es el padre verdadero. Entonces los hijos se ven desprotegidos, o se
sienten con alguien extraño a ellos. Perciben que hay un desequilibrio
en la familia. Lo experimentan y lo captan desde la primera infancia,
y con frecuencia los marca para toda su vida. Porque lo que es
antinatural hiere o desarticula lo que es natural.
También en este sentido, y por influencia del ambiente social,
se ha creado una especie de anomía, una carencia de normas y una
falta de valores. Es la familia la primera que tiene que transmitir
valores, pero en este momento muchos jóvenes, y hasta muchos
adultos, se preguntan ¿qué es verdad y qué es mentira? ¿qué es
bueno y qué es malo? ¿qué está permitido y qué no lo está? ¿qué es
moral y qué es inmoral? ¿por qué esto vale y por qué lo otro no vale?
¿por qué antes valía y ahora no vale? Con harta frecuencia ellos
mismos no encuentran respuestas. Y si no las encuentran, no las
pueden transmitir. Más que nunca se requeriría una seria educación
de los padres. Así como son necesarios centros educativos para los
hijos, harían falta también centros educativos para los padres. Con
frecuencia se contraen matrimonios sin una preparación suficiente
para poder educar después a los hijos y hacer de ellos verdaderas
personas.
Se podrían enunciar también otros efectos negativos, pero
todos los conocemos y experimentamos continuamente en los
ambientes sociales en los que nos movemos.

Fundamentos filosóficos y teológicos de la familia.


Veamos ahora desde el punto de vista cristiano, pero desde el
punto de vista natural también, los fundamentos filosóficos y
teológicos de la familia. Porque de ahí hay que partir, para poder
construir después verdaderas familias.
En primer lugar digamos que el matrimonio y la familia es una
institución de la naturaleza. Por naturaleza el hombre se siente
atraído por la mujer y la mujer se siente atraída por el hombre. Esa
atracción mutua es lo normal y natural. Eso les lleva a la unión, de la
cual nacerán los hijos y se forma el núcleo familiar.
Esta institución natural se ve asistida con la presencia de Dios
desde el primer momento, según la Escritura. No sólo hay una familia
natural; hay algo más. Dios aparece interviniendo desde el primer
momento en la creación de la familia. Ya en el capítulo primero del
Génesis se presenta a Dios como Creador y Señor del hombre. Bajo
imágenes propias de culturas orientales y primitivas se nos entrega
una idea central: Dios crea al hombre y le sitúa en medio de toda la
Creación, donde encuentra toda clase de plantas y animales. Sin
embargo añade expresamente no encontraba a nadie semejante a él.
Aun cuando estuviese rodeado de todas las maravillas de la Creación
estaba solo. No tenía a nadie a quién comunicarse y con quien
comunicarse.
De ahí que Dios le presenta a la mujer. Todo aquello de que
arrancó una costilla a Adán para hacer la mujer no es más que una
imagen para indicar que la mujer es de la misma dignidad y
naturaleza que el hombre. Y tanto es así que cuando Adán despierta
y encuentra a la mujer exclama, transparentándose su alegría, ésta
sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos. Dice
expresamente voy a llamarla "varona" porque del varón ha sido
tomada. A veces en castellano se traduce por mujer. Pero el texto
hebreo dice isa, que viene de is, hombre. Juega Adán con la misma
palabra, para afirmar que la mujer es distinta, pero al mismo tiempo
de la misma naturaleza y de la misma dignidad. Y expresamente se
añade que Dios encarga al hombre que ayude a la mujer y a la mujer
que ayude al hombre formando la familia. Ambos se complementan.
Así pues, se trata de una institución en la cual Dios interviene
desde el primer momento. La Sagrada Escritura la presenta como
obra de Dios. No sólo obra de la naturaleza como tal, sino también
obra de Dios a través de la naturaleza, que invita al hombre a
encontrarse con la mujer y a la mujer a encontrarse con el hombre.
En segundo lugar, Cristo nuestro Señor, en el capítulo décimo
del Evangelio de San Marcos ofrece una brevísima teología del
matrimonio. Le han preguntado ¿es lícito a un hombre divorciarse de
su mujer? Y, con cautela para no enfrentarse con la Ley de Moisés, ha
respondido ¿por qué me preguntáis esto? Moisés ¿qué os dijo?
Contestan los fariseos Moisés nos ha permitido dar en ciertos casos
libelo de repudio a la mujer. Y responde el Señor: por la dureza de
vuestro corazón permitió esto. La palabra corazón en la Escritura
significa lo que nosotros llamamos psiquismo. Porque no estabais
todavía preparados os permitió eso. Y añade el Señor, haciendo una
exégesis del Génesis: en el principio -o sea, en el proyecto de Dios-
no era así. Repite las palabras del mismo Génesis y comenta : dejará
el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne. Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.
Con ello nos esta diciendo dos cosas. Primero, que cuando un
hombre y una mujer se unen en matrimonio es Dios quien los une.
Por eso la Iglesia, cuando un joven y una joven celebran un
matrimonio, exige un testigo El sacramento lo realizan los que se
casan, los novios, pero la Iglesia pone un testigo cualificado, el
sacerdote, que está allí en nombre de la Iglesia, y la Iglesia en
nombre de Cristo que dijo lo que Dios unió no lo separe el hombre.
Con esto el matrimonio y la familia alcanzan un sentido sacral, del
que no podemos prescindir si tenemos una mirada penetrante en la
realidad del ser humano. Los que se casan no son un macho y una
hembra, sino un hombre y una mujer, dos personas sagradas, son
dos hijos de Dios.
A veces, para justificar ciertas actitudes sexuales se apela a que
los animales se comportan así. Pero si se juzga al hombre con el
mismo criterio que a los animales, no podemos seguir hablando.
Ahora bien, si se les considera como seres superiores, dotados de un
componente inmaterial y espiritual, que llamamos alma, y con unos
valores, una proyección, un origen, un destino completamente
distinto de los animales, cambia por completo la visión o perspectiva
con que se puede considerar el matrimonio.
Por fin San Pablo en la Carta a los Efesios, en el capítulo V,
compara la unión del hombre y la mujer con algo tan sagrado como
es la unión de Cristo con la Iglesia. La metáfora de San Pablo tiene
ecos bíblicos, porque con frecuencia en la Biblia judaica la alianza que
Dios hace con el pueblo de Israel es comparada con la alianza
matrimonial. De ahí que San Pablo, cuando escribe ya después de la
llegada del Mesías, hable no tanto de la alianza del pueblo con Jahvé,
aunque también lo hace, cuanto de la alianza matrimonial cristiana.
El matrimonio y la familia son un modo de poner en presencia de
todos el verdadero amor, el amor que es donación de sí para el bien
del otro. Es una participación directa en la fuente del verdadero
amor, que es Dios mismo, tal como lo define San Juan: Dios es Amor.
El amor familiar, de los consortes entre sí, de los padres con los hijos,
de los hijos con los padres, de los hermanos con los hermanos es
algo sagrado, porque es una participación en un amor completamente
distinto del erotismo, e incluso de la amistad. El erotismo y la
amistad se dan también entre los animales. Pero el amor superior del
que hablamos se da exclusivamente en las personas, por el
componente espiritual e inmaterial que tienen. Decía Zubiri que el
hombre es un ser abierto, capaz de comunicarse y de enriquecerse
continuamente en la comunicación con los demás. Es así y nunca se
enriquece más que cuando ama y es amado con el amor oblativo que
brota en la familia y del que se alimenta.
Así pues la Biblia enseñala sacralidad del matrimonio y la
compara con la unión de Dios con el pueblo. Dice un Salmo,
dirigiéndose al pueblo, la alegría que encuentra el esposo con su
esposa la encuentra Dios contigo. En la Biblia hay además un libro
que no habla para nada de Dios, el Cantar de los Cantares, que
exalta el amor humano. Y sin embargo los judíos anteriores a
Jesucristo lo introdujeron y lo mantuvieron en el Canon de libros
inspirados. La Iglesia lo ha incluido también en el elenco de libros
inspirados, porque canta el amor humano, el cual debidamente
entendido es participación del amor divino. Es una manera de poner
en presencia de los hombres lo más esencial de Dios, el Amor. No es
la única manera, pero sí una de las más importantes.

La familia como escuela de personas.


Dicho esto, consideremos un momento a la familia como
escuela de personas. Cuando un hombre y una mujer engendran un
hijo, su tarea paterna y materna no queda concluida con esa acción
meramente biológica. Sólo empieza. Esa tarea termina únicamente
cuando el hijo es capaz de vivir de forma autónoma como persona,
cuando sabe, quiere y puede vivir como persona, con todas las
consecuencias y las dimensiones de la palabra persona.
En otros momentos de la historia había otras instancias que
educaban también. Hoy es más difícil encontrarlas. Hay colegios que
educan, pero no todos. Por eso los padres andan tan preocupados
con elegir un buen colegio. En una ocasión estaba en la portería de
un colegio y llegó un señor a inscribir a su hijo. El portero le preguntó
¿en qué curso quiere Vd. matricularle? Y la respuesta fue: no, mi hijo
acaba de nacer; es para coger sitio cuando tenga la edad de entrar
en el colegio. Demasiado pronto, desde luego. Pero este detalle indica
bien la preocupación que tienen los padres con el colegio que eligen
para sus hijos.
En otro tiempo educaba también la Parroquia. Pero en este
momento la Parroquia educa a los que van a ella. Hay muchos niños
y jóvenes que no van nunca a la Parroquia. Queda siempre la familia
como primera instancia educativa.
Siempre ha sido y será la primera de todas las instancias
educativas, el colegio es un delegado de la familia. El encargo, la
obligación de educar, la tiene ante todo la familia, que es insustituible
de todo punto. El colegio puede colaborar, lo mismo que la parroquia;
pueden y deben ayudar. Pero nada ni nadie puede substituir a la
familia.
Podría y debería educar también la universidad. Pero la
universidad transmite enseñanzas técnicas, no educa. En España, allá
por los años cuarenta del siglo pasado, se construyeron los Colegios
Mayores, con el fin de que fuesen los complementos educativos de la
Universidad. Pero esa finalidad no se ha logrado. Los Colegios
Mayores vienen a ser prácticamente hoteles de dos o tres estrellas. Y
aunque hay algunos muy bien llevados, en general no son centros
educativos de la persona. La universidad hace abogados, arquitectos,
técnicos, pero ¿quién hace personas? Eso, o lo hace la familia o no lo
hace nadie, como es obvio.

Prioridad de la familia en la educación. Papel subsidiario del


Estado.
En primer lugar hay que tener en cuenta que el niño que nace
viene sin que le pidamos permiso. Pero el niño que nace tiene el
derecho estricto a tener padre, madre, hermanos, hogar y educación.
Y si no se le da, violamos un derecho muy esencial del niño, porque si
se le trae al mundo, es para hacer de él una persona. No para dejarle
más o menos abandonado al albur de sus pasiones, de sus egoísmos
o de sus caprichos. Así pues, la familia tiene una misión continuada,
que no termina hasta que el hijo es capaz de valerse por sí mismo,
de usar bien su libertad, de comportarse en todo momento como
persona.
El Estado tiene una grave obligación de proteger y de ayudar a
la familia, cosa que frecuentemente no hace. Yo no puedo entender
bien cómo el Estado no cae en la cuenta de la importancia que tiene
la familia. Pues ¿qué es la sociedad? La sociedad es un tejido de
familias. Y la sociedad de mañana será lo que sea la familia de hoy. A
veces se nos dice que España va bien. Va bien, porque la economía
va bien. Crece el producto interior bruto; crece la capacidad de
adquisición de bienes de consumo, crece la comodidad de todos,
hemos entrado en el Mercado común europeo, manejamos el euro,
etc. Todos son factores económicos. Cabe preguntar: cuando la
economía va bien ¿la sociedad va bien? ¿O no habría que decir mejor,
si la familia va bien, la sociedad irá bien? Porque la sociedad está
compuesta de familias. Y lo que sea la familia, eso es la sociedad. ¿La
familia en España va bien?
Cuando se observan en las familias esos problemas de los que
hablaba antes da un cierto temor pensar qué será nuestra sociedad
de aquí a veinte años. Ya lo estamos padeciendo. Si no recuerdo
mal, hace unos días la prensa informaba sobre el tanto por ciento
muy alto con el que sube el número de reclusos en las cárceles. Lo
cual indica que hay mucha delincuencia y que crecen continuamente
los delitos. En buena parte por la falta de valores y de su jerarquía en
la educación de nuestros jóvenes.
El Estado, pues, debe proteger y defender a la familia. Todas
las familias deberían urgir cada vez más esta responsabilidad
primaria y elemental al Estado. El Estado debe facilitar la formación
de familias y más en concreto la adquisición de pisos, Sé que ahora
han aparecido ciertas normas que han mejorado algo la situación en
este sentido. Pero es hora de empezar a pensar en algo serio para
defender la familia, porque la crisis de la familia es el problema más
grave que tiene nuestra sociedad en este momento.

El amor como núcleo esencial de la familia.


En segundo lugar la familia debe ser escuela de libertad, pero
sobre todo escuela de amor, que es el principal de los valores. Y por
supuesto, entendiendo bien la palabra amor. El término amor tiene
diversas acepciones. Los griegos, que tenían un vocabulario más rico
que el nuestro, utilizaban tres palabras distintas.
Llamaban eros al instinto por el cual el hombre se siente atraído
por la mujer y la mujer por el hombre. Es un instinto que se da
también en los animales y que no es libre. No está en mano de uno
sentirse atraído por una determinada mujer, y viceversa. Eso brota, o
no brota, desde los fondos del inconsciente. No sabemos bien por
qué, pero la realidad es ésa. Se trata de un hecho involuntario, de
sentir o no sentir. Lo que está en mano del hombre es consentir o no
consentir, pero no sentir o no sentir.
Llamaban filía al amor de amistad. Todos sabemos lo que es la
amistad y es más fácil entenderlo que definirlo. Utilizaban la palabra
agape, que significa la actitud de ayuda, de benevolencia y de
servicio hacia los otros, de generosidad, de gratuidad, de perdón, de
magnanimidad para con los demás. Curiosamente en el Nuevo
Testamento, tanto en el Evangelio como en las Cartas de los
Apóstoles, siempre que se habla de amar, se emplea esta expresión.
Nunca se dice eros ni filia, sino agape. Y cuando se define a Dios, San
Juan dice en griego Θ ς η Dios es
amor en este sentido de actitud de donación, de comprensión, de
generosidad, de ayuda. Cristo Nuestro Señor, sin definirlo
técnicamente como San Juan, en el capítulo XV del Evangelio de San
Lucas mostró clarísimamente cómo es Dios. Dios es ese amor
verdadero, el amor más alto. Tanto más que ese amor siempre es
posible, porque es libre.
A veces se oye decir el matrimonio es una cuestión de amor. Si
se acaba el amor, se acaba el matrimonio. Depende de lo que se
entienda por amor. Si por amor se entiende el instinto erótico, claro
está que se puede acabar. Pero el amor humano no es sólo el
erotismo. Es mucho más. Suelo decir a los jóvenes que para casarse
hay que tener el atractivo normal. No se pueden casar un chico y una
chica como dos palos de escoba, por supuesto. Pero además hay que
tener amistad o filía. Pero sobre todo hay que tener agape. El
matrimonio debe ser fundamentalmente agape, amor de
benevolencia, actitud de ayuda y de servicio, del hombre a la mujer y
de la mujer al varón. Y eso siempre es posible. Siempre puede la
mujer ayudar al hombre y el hombre a la mujer. Siempre se pueden
perdonar mutuamente. Siempre pueden comprenderse y aceptarse.
Siempre pueden rectificar.
Por tanto el verdadero amor con el que hay que formar a los
novios, para algo tan sagrado como es la alianza matrimonial, tiene
que estar dominado sobre todo por este amor de benevolencia, que
siempre puede ejercerse. Por eso no se puede decir cuando el amor
se acaba se acabó el matrimonio. El amor de benevolencia no tiene
por qué acabarse. Otra cosa es que por golpes sucesivos ese amor
pueda también verse quebrado o disminuido, y a veces desaparecer,
por desgracia.
Este modelo de amor como agape, y la gran creatividad que
pone en las personas que así se aman, es un descubrimiento
relativamente moderno. Está desde luego en el Evangelio y en las
Cartas de los Apóstoles, como antes dije, pero el que sea se haya
convertido en la base de una corriente filosófica y humanitaria es
relativamente moderno, pues quien lo propugnó con más ahinco fue
curiosamente un pensador ateo y materialista, Ludwig Feuerbach, a
mediados del siglo XIX, que habla mucho del amor como constitutivo
de la persona. Dice por ejemplo: Sin amor, no existe el hombre. El
amor es subjetiva y objetivamente el misterio del ser. Donde no hay
amor, no hay verdad. Solamente es algo quien ama algo. No ser nada
es idéntico a no amar nada. Cuanto más es uno, tanto más ama, y
viceversa.
Así pues, está exaltando el amor como un componente
constructivo de las personas. Obsérvese que el niño recién nacido,
antes de decir yo, para poder tomar autoconciencia, para poder
sentirse persona, para poder percibir la autoestima, es necesario que
antes sienta el amor y las caricias de la madre y del padre. Sobre
todo de la madre. Cuando la madre dice tu el niño dice yo. Primero el
niño se dirige a la madre, y cuando se siente querido entonces
empieza a tomar conciencia de su dignidad, de su valor como
persona. Y desgraciado del niño que no ha tenido ese cariño en la
infancia, porque no se autoestimará, no será capaz de tomar
decisiones, vivirá en la inseguridad, en la angustia. Vivirá sin valores
y entonces derivará hacia Dios sabe qué aberraciones. No les estoy
hablando de memoria, de libros leídos, porque conozco casos
dramáticos..
El amor entre los esposos se difunde así a los hijos. Son
relaciones inconscientes las que se establecen entre padres e hijos. Y
sin embargo los hijos captan perfectamente, desde su primerísima
infancia y aunque no sean conscientes de ello, cuándo hay amor
entre los padres y cuándo ellos mismos son amados, cuándo los
padres viven para ellos.
Los niños no aprenden, si no experimentan el amor. Se les
frustra. Hay tendencias que o se desarrollan en el momento en que la
naturaleza lo pide o no se desarrollan nunca más. Mañana será tarde.
Para un niño que en su primera infancia no ha tenido el amor de una
madre o las caricias de acogida del padre, puede que mañana sea
tarde, cuando se afiance su personalidad, pero en ella no se haya
despertado este sentimiento afectivo hacia sus padres y por lo mismo
el sentimiento de la propia dignidad. El niño no lo formula, no lo
puede formular, pero experimenta que, si es amado, es porque tiene
un valor, porque la vida merece la pena, porque la persona tiene una
dignidad.
El niño solo, no acompañado, el niño no querido, al que no se le
pregunta nada, por el que no tienen interés sus padres o no lo
muestran, se siente frustrado. Si una niña llega del colegio con muy
buenas notas y el padre las ve y las tira encima de la mesa, sin
hacer ningún caso, si el padre nunca se interesa y no le pregunta
¿cómo te va? ¿qué dificultades tienes? ¿qué haces?, esa niña siente
una grave frustración y una tremenda soledad. La soledad, que es el
peor enemigo de la infancia, deriva después hacia aberraciones, como
por desgracia es bastante normal.
El niño que tiene caprichos, pero le falta el amor, no se realiza
como persona y tendrá graves problemas psicológicos el día de
mañana. No sabrá amar. Creerá que el amor es la lujuria o el
erotismo puro, no entenderá lo que es el verdadero amor, el amor
auténticamente humano, realizador de las personas, el amor como
agape.
La vida familiar debe ser una experiencia de comunión y de
participación. La familia es una entidad solidaria, en la cual todo es
de todos, todo se comunica a todos, todos participan. Se respeta a
todos y se ama a todos, naturalmente según las edades o las
posibilidades.

Importancia decisiva de la fidelidad.


En tercer lugar, para que haya familia, es absolutamente
indispensable la fidelidad. Es uno de los valores más radicales de la
familia, y del amor en general. Que el amor sea fiel hasta el extremo.
Siempre me ha impresionado que en la Segunda Carta a los
Corintios, hablando de Cristo, se afirma: en Cristo Jesús no hubo si y
no; todo El fue un sí. Gracias a lo cual se han cumplido las promesas
y podemos decir Amen a la gloria de Dios. Es decir, el Hijo de Dios
fue fiel. Un día dijo sí a Dios y a los hombres y así lo fue hasta al
final, hasta la Cruz, hasta la Muerte, hasta la Resurrección. Este
testimonio del Hijo de Dios vale para todos como ejemplo de
fidelidad.
La fidelidad a los compromisos es signo de madurez humana. El
niño, porque es niño, vive de apetencias. Hoy me gusta; mañana no
me gusta; ésa es su mentalidad. Se deja llevar de los gustos. El
adulto, porque es adulto, vive de compromisos. Se lo piensa antes de
aceptar un compromiso. Pero una vez que lo ha aceptado es fiel. Lo
otro es un infantilismo, una falta de verdadero humanismo, una
inmadurez. Y nótese que la sociedad capitalista en que vivimos nos
enseña a vivir de apetencias y de caprichos, no de fidelidades. En
cambio el verdadero humanismo nos está invitando continuamente a
la fidelidad en los compromisos.
La fidelidad es también base del equilibrio de la persona.
Porque en el momento en que uno se deja llevar de las apetencias
experimenta la satisfacción de lo apetecible, pero siente después la
frustración. En cambio la persona que es fiel a sus compromisos se
mantiene en el equilibrio. Todos comprobamos en la sociedad actual
tantas depresiones como hay. Se comprende que las causas sean
múltiples y no se puedan simplificar. Pero no es infrecuente
encontrarse con que en el fondo de un problema depresivo hay es
una falta de fidelidad a sí mismo o a valores auténticamente
humanos. Sobreviene entonces la quiebra de la persona y de la
personalidad.
La fidelidad entre los cónyuges es un testimonio insustituible
para los hijos. Recuerdo el caso de una joven que se perdió
completamente en su vida el día en que escuchó tras una puerta la
discusión entre sus padres, porque el padre tenía otra mujer que no
era su madre. Esto la desequilibró de tal manera, que ya desde
entonces tiró por caminos detestables. No he vuelto a saber nada de
ella. Para los hijos es un testimonio insustituible la fidelidad del
esposo a la esposa y de la esposa al esposo.
También es fundamental la fidelidad de los padres hacia los
hijos. No basta engendrar biológicamente a un hijo. Es preciso
además ser fiel al hijo hasta que sea adulto y pueda proceder como
una verdadera persona. Eso requiere mucho sacrificio de los padres,
mucha vigilancia, muchas renuncias a otras tareas a las que podrían
dedicarse, a un dinero que se podría ganar pero al que se renuncia
por ser fiel a los hijos que han traído al mundo.
Está también la fidelidad para con el resto de la familia. No es
raro encontrarse con personas, y a veces personas cristianas y
practicantes, que dicen con toda tranquilidad: con mi hermano, o con
mi cuñado, o con mi suegra, hace muchos años que no nos
hablamos. A mí esto me deja esto sumamente sorprendido. ¿Cómo se
puede estar años sin hablar a un hermano o a un familiar cercano?
Conozco el caso de hijos que no hablan a sus padres. Desde el punto
de vista cristiano es una inmoralidad gravísima. Pero incluso desde el
punto de vista humano del amor ¿qué constructividad de la persona
hay ahí, cuando no se es capaz de ofrecer el perdón a aquél que me
ha ofendido, o a quien yo he ofendido? Por eso tiene tanto valor el
ejemplo de quien perdona generosamente y reanuda, por su parte al
menos, una comunicación normal en la familia. Eso es indicio de que
hay una verdadera capacidad de renuncia y de amor. Ciertamente el
perdón es lo más difícil del amor. He conocido casos heroicos de
perdón, y la persona experimenta después la enorme satisfacción de
haber amado, satisfacción superior a cualquier otra satisfacción
humana.
Y por fin la fidelidad en el aspecto meramente profesional. Los
meridionales solemos ser un poco chapuceros, no todos por
supuesto, pero sí un poco alegres en el cumplimiento de nuestros
deberes profesionales. No damos gran importancia al llegar tarde, o
no cumplir estrictamente con el deber. Sin embargo para la
construcción de la persona y para la realización de los hijos, para su
correcta educación, es muy importante que vean unos padres
profesionalmente fieles a sus deberes. Si es un médico, estando al
tanto de los últimos descubrimientos de la medicina, si es un
abogado, de la ultima legislación, como quiera que sea, pero en todo
caso con una fidelidad ejemplar. Eso para los hijos es
extraordinariamente importante.

Religión y familia.
Pasemos ahora a los valores religiosos en la familia. La Religión
es un elemento también constructivo de la persona. La Religión da un
sentido profundo a la vida, nos indica de dónde venimos y adónde
vamos, qué somos y qué tenemos que hacer en la vida.
Una de las tragedias más graves de la sociedad actual,
denunciada sobre todo por Viktor Frankl, es la falta de sentido en la
vida. Antaño se aceptaban las respuestas cristianas. Uno sería más o
menos pecador, pero se aceptaban las respuestas de la Revelación
cristiana a los grandes interrogantes de la vida humana. Hoy no se
aceptan. Queda siempre pendiente en el aire la interrogación ¿quién
soy? Si no hay una respuesta adecuada -y no es fácil encontrarla sin
la Religión- entonces pueden sobrevenir, como decía Frankl, el
fundador de la tercera Escuela de Psiquiatría de Viena, las enormes
quiebras psíquicas de las personas, justo por el vacío de sentido en
sus vidas.
La Religión ofrece un sentido para todos, pero en primer lugar a
los jóvenes. Les abre un sentido completo a sus vidas cuando están
comenzando. Se les ofrece también una esperanza. Decía Unamuno:
si cuando nos morimos, nos morimos del todo ¿para qué todo? Tenía
toda la razón. Si cuando nos morimos nos morimos del todo, ¿qué
vale más y qué vale menos? ¿por qué una cosa es buena y por qué
una cosa es mala? Si al final todos volvemos al polvo de donde
provenimos, ¿qué significan los valores? No significan nada. En
cambio la Religión da una esperanza segura en la inmortalidad
después de esta vida, que hace que uno experimente más la
responsabilidad sobre sí mismo en esta vida y para la siguiente.
Somos nosotros los que elegimos esta vida y la otra. La religión es un
componente decisivo en la formación de la persona.
La Religión es también fortaleza. Es cierto que ahora, con la
medicina y los medios que tenemos, se suprimen muchos dolores y
enfermedades antes incurables. Pero no todo lo resuelve la medicina.
Al final el médico fracasa. Todos morimos, por buena medicina que
haya, por mucha técnica médica que exista. La Religión puede ser -es
de hecho- una fuente de fortaleza. Confiere a la persona una
fortaleza que no se substituye por ninguna otra instancia.
La religión es también un fundamento de la vida moral. Dice
Dostoiewsky: Si Dios no existe, todo está permitido. Si se intenta
fundamentar una Moral sin Religión, sin Dios -llevamos dos siglos
largos intentándolo- se va al fracaso. Porque si no hay Alguien que
sea más que nosotros, al que debamos una obediencia y ante quien
seamos responsables, Alguien que nos pueda exigir en conciencia un
comportamiento humano, entonces ¿en qué apoyamos la Moral? ¿En
la Razón? Pero la Razón no existe. Sólo existe la persona que razona.
Pero, persona por persona, todos somos iguales. ¿Quién puede
obligarme a mí, en mi conciencia moral íntima?
La familia debe ser la cadena de transmisión de los valores
religiosos y morales, como lo ha sido durante muchos siglos. Los
hijos quedan sumamente agradecidos a sus padres cuando éstos les
han transmitido los valores religiosos y morales con cariño, con
exigencia, con benevolencia, y con ese sentido de transcendencia y
de misterio que lleva consigo siempre lo religioso y que al niño le
impresiona y le educa, porque le proyecta hacia un futuro mayor de
lo que él puede de momento comprender.
Hemos hablado de modelos de comportamiento. El niño los está
asimilando de sus padres mucho más de lo que creemos, desde los
primerísimos años de la infancia. Con eso se forma lo que llama
Freud el super yo, un modelo de cómo debe comportarse. El niño se
desencanta de sus padres, a los 5 o 6 años. Se da cuenta de que sus
padres no lo pueden todo, no lo saben todo, y entonces sin querer el
niño proyecta sobre Dios la imagen del super yo,que antes se había
formado con el modelo de sus padres. Se imagina un Dios a
semejanza de sus padres. De ahí la enorme responsabilidad de los
padres de ofrecer a los hijos una imagen, no digo igual a la de Dios,
porque eso no es posible, pero sí aproximada a la de Dios en cuanto
puedan. Porque en el proyecto de Dios los padres son el espejo en el
cual los hijos han de encontrar el verdadero rostro de Dios. Pueden
encontrar un rostro atractivo y agradable o uno repelente y
detestable.
Y eso no se substituye con nada. Todos tenemos un super yo.
Todos nos lo hemos formado. Y desgraciado el que no lo tenga. El
que carece de un super yo no tiene pautas de comportamiento. Y no
vale luego predicarle. Es un problema psicológico profundo. Si no se
le ha transmitido una imagen que se haya grabado antes en su
psicología, es muy difícil después hacer que proceda correctamente.
Jean Paul Sartre, cuya filosofía concluye en la vida como absurdo -la
vida es absurda, nada vale nada, todo es lo mismo, cada uno tiene
uno que darse su vida como quiera, etc.-, cuenta en su librito
autobiográfico Las Palabras que un psiquiatra le dijo: a ti lo que te
pasa es que no tienes super yo. Y era verdad. Un huérfano fácilmente
no se forma un modelo correcto de vida y entonces no puede tener
pautas de comportamiento y mucho menos tener representación
correcta de un ser transcendente al que llamamos Dios.
He hablado de la familia y los valores morales. Tema de la
máxina importancia hoy, pues hay una tremenda crisis de valores.
Hace unos años en un Congreso de Filosofía en el norte de Italia un
joven profesor de París dijo: Europa vive hoy en un caos moral. Creo
que es exacto. Nadie parece saber qué es bueno y qué es malo y
cada cual se da a sí mismo los valores como quiere. No hay más que
oír conversaciones o leer periódicos para apreciar ese caos.
Por falta de Metafísica en buena parte. La Metafísica es mucho
más importante de lo que parece. Esta palabra suena hoy día a algo
muy extraño y raro, pero en realidad nos enseña los fundamentos
últimos de la persona y de la moral. La Religión tiene también un
fondo último metafísico. Sin Religión, pues, no se puede fundamentar
una moral. Cuando los cristianos rechazamos el aborto, o el divorcio,
o la fecundación artificial, todos estos problemas tan candentes,
frecuentemente se dice: si la mujer católica no quiere abortar, que no
aborte, pero que nos deje a los demás hacer lo que queramos. Si un
matrimonio cristiano no se debe divorciar, que no se divorcie, pero
que nos deje a los demás en paz. Pero estos problemas morales de
que hablamos no son de moral cristiana; son de moral natural. Los
diez mandamientos no son sólo para los cristianos, sino para las
personas humanas. Cuando Juan el Bautista le echa en cara a
Herodes no te es lícito tener a la mujer de tu hermano no se lo decía
a un cristiano, se lo decía a un hombre. Ir a Misa el domingo o
guardar abstinencia los viernes de Cuaresma son preceptos
exclusivos para los católicos. Los demás no tienen ninguna obligación
de eso. Pero los problemas antes citados son de Ley Natural, que
obligan a toda persona por ser persona. Otra cosa es que luego no lo
quieran cumplir, pero la Ley natural nos obliga a vivir como personas.

Jerarquía subsidiaria entre familia, colegio, Estado e Iglesia.


Para terminar una palabra sobre los colegios. Ya he dicho antes
que los colegios son delegados de los padres para la educación de los
hijos. Pero persiste un problema que yo nunca he podido entender.
No entiendo bien por qué todos los niños españoles tienen que
educarse como manda el ministro de turno. ¿Quién es el Estado para
monopolizar los proyectos educativos y los planes de estudio? El
Estado tiene una función substitutiva. Si no lo hacen los particulares,
tiene que hacerlo el Estado. Pero el Estado tiene que dar libertad,
para que haya diversos modelos de educación y que los padres
escojan el que les parezca más oportuno o conveniente para sus
hijos. En España podría haber ocho o diez planes de estudios y que
los padres escogieran. Naturalmente el Estado tiene obligación de
vigilar para que haya verdadera educación. Pero no tiene el derecho
de imponer un único plan, con el número de años, de asignaturas, de
horas, etc. Eso me parece contra el Derecho Natural, porque todo el
que sabe algo tiene derecho a enseñárselo a otro.
Quien tiene potestad y obligación para educar a sus hijos son
los padres. Pero los padres en España no pueden elegir. Tienen
necesariamente que adaptarse al plan del ministerio. No les queda
más remedio. Creo que en esto hay un defecto grave, que
arrastramos desde hace muchos años y no llevamos muchas trazas
de corregirlo. Ahí pienso que los padres tienen que hacer una
reclamación importante: exigir que haya libertad de enseñanza,
aunque no rechazo la intervención del Estado como vigilante de la
calidad de la enseñanza.
Como la familia es el integrante básico de la sociedad, la
sociedad tiene también derecho a saber cuándo hay familia. En este
momento se multiplican esas llamadas parejas de hecho. Se las
justifica así: si nos queremos, qué le importa a nadie saber si vivimos
juntos o separados. La sociedad, que te presta tantos servicios, que
tiene obligación de ayudarte en el desarrollo de tu familia, tiene el
derecho de saber cuándo hay una familia, qué tipo de familia es y en
qué situación se encuentra. Por tanto, la familia es para la sociedad y
la sociedad es para la familia. La relación es mutua. No vimos
aislados. No somos mónadas aisladas. El hecho de tener en la cartera
un DNI nos está indicando que tenemos un compromiso con una
sociedad determinada a la que nos sometemos, pero a su vez esta
sociedad tiene la obligación de proveernos de todo lo necesario para
el recto desarrollo de la familia.
Algo parecido cabe decir de la Iglesia. La Iglesia tiene que
atender a la familia. En estos momentos está muypreocupada con los
enormes problemas familiares de nuestro mundo occidental. Hacen
falta más que nunca asociaciones religiosas familiares en las cuales la
familia se encuentre protegida, ayudada, donde pueda desarrollarse y
entrar en comunidad con otras familias. Hay muchas iniciativas en
este sentido, pero se necesita potenciarlas. Y siempre nos queda
como modelo la Sagrada Familia de Nazareth, que ha sido, es y será
siempre el ideal de toda familia cristiana. Termino con unas palabras
del Padre Juan Bonifacio, un educador jesuita del siglo XVI:
instauratio puerorum renovatio mundi. La educación de los niños es
la renovación del mundo.

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