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Aspectos negativos.
Junto a esto la familia presenta también aspectos preocupantes
y negativos. Así por ejemplo, la inestabilidad en que se encuentran
frecuentemente los matrimonios, la facilidad con que se rompen. Un
matrimonio que dure 30 o 40 años no se puede decir hoy día que sea
una excepción, pero antes era lo normal y ahora no es tan normal.
No digo que no existan, pues todos los conocemos, pero con
frecuencia nos da miedo preguntar a alguien si es casado o soltero,
porque a veces puede responder: las dos cosas, soy soltero y casado,
según se mire.
En segundo lugar el hecho de la reducción de los hijos ha
cambiado el aspecto de la familia. Antes la familia era numerosa y la
convivencia de los padres con los hijos, o de los hermanos con los
hermanos, era muy grata y constructiva, hablando en general. En
este momento se considera numerosa una familia con tres hijos, lo
que en otros tiempos hubiera parecido ridículo. Ahora las familias
tienen un hijo o a lo más dos. Esto obstaculiza la convivencia fraterna
y el sacrificio de todos por todos, el despertar de la conciencia y del
amor, el calor de hogar que tenía antes la familia. Como ahora la
familia es mínima y se vive casi todo el tiempo fuera de casa la
convivencia resulta más bien difícil, y hasta extraña y rara.
Interviene también la reducción de los espacios. Antes era
normal que una casa tuviese cuatro o cinco dormitorios. Incluso era
frecuente que un matrimonio sin hijos dispusiese de una vivienda con
tres o cuatro habitaciones. En cambio hoy día salta a la vista la
estrechez, y sobre todo la tremenda inmoralidad de la carestía de los
pisos. Para los novios el obstáculo principal, y a veces insalvable es
que no pueden dar una entrada de muchos miles de euros para un
piso, que por lo demás es mediano. Creo que uno de los problemas
más graves e inmorales con que tropieza la familia actual es la
tremenda carestía de los pisos. Y por si fuera poco, los precios están
en alza a pesar de lo mucho que se construye.
Junto a esto, resalta también como un factor negativo la
ambición de dinero. La vida está muy cara y cuesta mucho sacar
adelante la familia. Todo cuesta mucho. Tienen que trabajar el padre
y la madre, y los hijos deben buscarse la vida a su manera. Pero
también es cierto que no nos contentamos con un nivel modesto de
vida. No nos resignamos a no tener unas vacaciones en el extranjero,
no irnos un fin de semana a Santo Domingo o a los comercios de
París o Londres. No nos resignamos a una vida doméstica, de
convivencia fraterna, de tertulia, de juegos sencillos, sino que todo el
mundo quiere disfrutar de todo, y entonces la vida naturalmente sale
muy cara.
He hablado ya de la limitación de la natalidad como un defecto
serio de las familias, porque la familia numerosa siempre es más
alegre, es más fraterna, hay más sacrificio de todos por todos, se
vive y se practica mejor la comunicación y el amor. Entre los
recuerdos más gratos que tengo de mi vida destaca la convivencia
con mis seis hermanos. Hemos sido todos muy felices, nos hemos
ayudado unos a otros, y aun siendo mayores hemos podido compartir
muchos problemas y convivirlos entrañablemente, con esa
fraternidad que es única, que se da sólo en la institución familiar y no
se repite nunca más. Hay otros modelos de compañerismo, hay otros
modelos de fraternidad, pero lo que fue la familia, eso sucede una
vez y no se repite nunca.
Otro aspecto negativo es la incomunicación. A veces los jóvenes
se quejan de que no pueden hablar con sus padres. Algunos no
pueden y otros no quieren. Pero no es raro encontrarse jóvenes que
se quejan de que su padre no tiene tiempo. Absorbido por el
despacho, el negocio o los viajes, no convive o no comparte los
problemas de los hijos. Y esto crea una situación difícil en los mismos
jóvenes, que quisieran tener confianza, que sus padres les ofrecieran
una oportunidad de diálogo con ellos. Pero no la encuentran, y
entonces se buscan substitutivos quién sabe dónde o quién sabe
cómo.
Falta también en las familias, según encuestas que se hacen, la
autoridad de los padres. La autoridad es difícil. Siempre lo ha sido, y
hoy quizá más que nunca por el sentimiento de libertad que hay en
nuestra sociedad. De ahí que muchos padres abdiquen de la
autoridad y dejen que los hijos y las hijas hagan lo que quieran, con
tal de que no molesten demasiado. Es verdad también que la mayoría
de edad a los 18 años da a los hijos una autonomía legal que les
permite enfrentarse con sus padres y decir no me da la gana hacer lo
que tu me mandas; soy mayor de edad. Y entonces el padre ya tiene
poca o ninguna autoridad sobre él.
También ocurre que las familias se rompen con mucha
frecuencia y a veces se reconstruyen de manera antinatural con un
nuevo cónyuge, y los hijos tienen que vivir y convivir con alguien que
no es su padre o no es su madre. Lo cual les crea un trauma mucho
más profundo de lo que parece, porque el amor al padre o a la
madre es algo exclusivo y único. Nada ni nadie lo substituye ni lo
puede substituir, por mucho que lo intente o que lo quiera quien no
es el padre verdadero. Entonces los hijos se ven desprotegidos, o se
sienten con alguien extraño a ellos. Perciben que hay un desequilibrio
en la familia. Lo experimentan y lo captan desde la primera infancia,
y con frecuencia los marca para toda su vida. Porque lo que es
antinatural hiere o desarticula lo que es natural.
También en este sentido, y por influencia del ambiente social,
se ha creado una especie de anomía, una carencia de normas y una
falta de valores. Es la familia la primera que tiene que transmitir
valores, pero en este momento muchos jóvenes, y hasta muchos
adultos, se preguntan ¿qué es verdad y qué es mentira? ¿qué es
bueno y qué es malo? ¿qué está permitido y qué no lo está? ¿qué es
moral y qué es inmoral? ¿por qué esto vale y por qué lo otro no vale?
¿por qué antes valía y ahora no vale? Con harta frecuencia ellos
mismos no encuentran respuestas. Y si no las encuentran, no las
pueden transmitir. Más que nunca se requeriría una seria educación
de los padres. Así como son necesarios centros educativos para los
hijos, harían falta también centros educativos para los padres. Con
frecuencia se contraen matrimonios sin una preparación suficiente
para poder educar después a los hijos y hacer de ellos verdaderas
personas.
Se podrían enunciar también otros efectos negativos, pero
todos los conocemos y experimentamos continuamente en los
ambientes sociales en los que nos movemos.
Religión y familia.
Pasemos ahora a los valores religiosos en la familia. La Religión
es un elemento también constructivo de la persona. La Religión da un
sentido profundo a la vida, nos indica de dónde venimos y adónde
vamos, qué somos y qué tenemos que hacer en la vida.
Una de las tragedias más graves de la sociedad actual,
denunciada sobre todo por Viktor Frankl, es la falta de sentido en la
vida. Antaño se aceptaban las respuestas cristianas. Uno sería más o
menos pecador, pero se aceptaban las respuestas de la Revelación
cristiana a los grandes interrogantes de la vida humana. Hoy no se
aceptan. Queda siempre pendiente en el aire la interrogación ¿quién
soy? Si no hay una respuesta adecuada -y no es fácil encontrarla sin
la Religión- entonces pueden sobrevenir, como decía Frankl, el
fundador de la tercera Escuela de Psiquiatría de Viena, las enormes
quiebras psíquicas de las personas, justo por el vacío de sentido en
sus vidas.
La Religión ofrece un sentido para todos, pero en primer lugar a
los jóvenes. Les abre un sentido completo a sus vidas cuando están
comenzando. Se les ofrece también una esperanza. Decía Unamuno:
si cuando nos morimos, nos morimos del todo ¿para qué todo? Tenía
toda la razón. Si cuando nos morimos nos morimos del todo, ¿qué
vale más y qué vale menos? ¿por qué una cosa es buena y por qué
una cosa es mala? Si al final todos volvemos al polvo de donde
provenimos, ¿qué significan los valores? No significan nada. En
cambio la Religión da una esperanza segura en la inmortalidad
después de esta vida, que hace que uno experimente más la
responsabilidad sobre sí mismo en esta vida y para la siguiente.
Somos nosotros los que elegimos esta vida y la otra. La religión es un
componente decisivo en la formación de la persona.
La Religión es también fortaleza. Es cierto que ahora, con la
medicina y los medios que tenemos, se suprimen muchos dolores y
enfermedades antes incurables. Pero no todo lo resuelve la medicina.
Al final el médico fracasa. Todos morimos, por buena medicina que
haya, por mucha técnica médica que exista. La Religión puede ser -es
de hecho- una fuente de fortaleza. Confiere a la persona una
fortaleza que no se substituye por ninguna otra instancia.
La religión es también un fundamento de la vida moral. Dice
Dostoiewsky: Si Dios no existe, todo está permitido. Si se intenta
fundamentar una Moral sin Religión, sin Dios -llevamos dos siglos
largos intentándolo- se va al fracaso. Porque si no hay Alguien que
sea más que nosotros, al que debamos una obediencia y ante quien
seamos responsables, Alguien que nos pueda exigir en conciencia un
comportamiento humano, entonces ¿en qué apoyamos la Moral? ¿En
la Razón? Pero la Razón no existe. Sólo existe la persona que razona.
Pero, persona por persona, todos somos iguales. ¿Quién puede
obligarme a mí, en mi conciencia moral íntima?
La familia debe ser la cadena de transmisión de los valores
religiosos y morales, como lo ha sido durante muchos siglos. Los
hijos quedan sumamente agradecidos a sus padres cuando éstos les
han transmitido los valores religiosos y morales con cariño, con
exigencia, con benevolencia, y con ese sentido de transcendencia y
de misterio que lleva consigo siempre lo religioso y que al niño le
impresiona y le educa, porque le proyecta hacia un futuro mayor de
lo que él puede de momento comprender.
Hemos hablado de modelos de comportamiento. El niño los está
asimilando de sus padres mucho más de lo que creemos, desde los
primerísimos años de la infancia. Con eso se forma lo que llama
Freud el super yo, un modelo de cómo debe comportarse. El niño se
desencanta de sus padres, a los 5 o 6 años. Se da cuenta de que sus
padres no lo pueden todo, no lo saben todo, y entonces sin querer el
niño proyecta sobre Dios la imagen del super yo,que antes se había
formado con el modelo de sus padres. Se imagina un Dios a
semejanza de sus padres. De ahí la enorme responsabilidad de los
padres de ofrecer a los hijos una imagen, no digo igual a la de Dios,
porque eso no es posible, pero sí aproximada a la de Dios en cuanto
puedan. Porque en el proyecto de Dios los padres son el espejo en el
cual los hijos han de encontrar el verdadero rostro de Dios. Pueden
encontrar un rostro atractivo y agradable o uno repelente y
detestable.
Y eso no se substituye con nada. Todos tenemos un super yo.
Todos nos lo hemos formado. Y desgraciado el que no lo tenga. El
que carece de un super yo no tiene pautas de comportamiento. Y no
vale luego predicarle. Es un problema psicológico profundo. Si no se
le ha transmitido una imagen que se haya grabado antes en su
psicología, es muy difícil después hacer que proceda correctamente.
Jean Paul Sartre, cuya filosofía concluye en la vida como absurdo -la
vida es absurda, nada vale nada, todo es lo mismo, cada uno tiene
uno que darse su vida como quiera, etc.-, cuenta en su librito
autobiográfico Las Palabras que un psiquiatra le dijo: a ti lo que te
pasa es que no tienes super yo. Y era verdad. Un huérfano fácilmente
no se forma un modelo correcto de vida y entonces no puede tener
pautas de comportamiento y mucho menos tener representación
correcta de un ser transcendente al que llamamos Dios.
He hablado de la familia y los valores morales. Tema de la
máxina importancia hoy, pues hay una tremenda crisis de valores.
Hace unos años en un Congreso de Filosofía en el norte de Italia un
joven profesor de París dijo: Europa vive hoy en un caos moral. Creo
que es exacto. Nadie parece saber qué es bueno y qué es malo y
cada cual se da a sí mismo los valores como quiere. No hay más que
oír conversaciones o leer periódicos para apreciar ese caos.
Por falta de Metafísica en buena parte. La Metafísica es mucho
más importante de lo que parece. Esta palabra suena hoy día a algo
muy extraño y raro, pero en realidad nos enseña los fundamentos
últimos de la persona y de la moral. La Religión tiene también un
fondo último metafísico. Sin Religión, pues, no se puede fundamentar
una moral. Cuando los cristianos rechazamos el aborto, o el divorcio,
o la fecundación artificial, todos estos problemas tan candentes,
frecuentemente se dice: si la mujer católica no quiere abortar, que no
aborte, pero que nos deje a los demás hacer lo que queramos. Si un
matrimonio cristiano no se debe divorciar, que no se divorcie, pero
que nos deje a los demás en paz. Pero estos problemas morales de
que hablamos no son de moral cristiana; son de moral natural. Los
diez mandamientos no son sólo para los cristianos, sino para las
personas humanas. Cuando Juan el Bautista le echa en cara a
Herodes no te es lícito tener a la mujer de tu hermano no se lo decía
a un cristiano, se lo decía a un hombre. Ir a Misa el domingo o
guardar abstinencia los viernes de Cuaresma son preceptos
exclusivos para los católicos. Los demás no tienen ninguna obligación
de eso. Pero los problemas antes citados son de Ley Natural, que
obligan a toda persona por ser persona. Otra cosa es que luego no lo
quieran cumplir, pero la Ley natural nos obliga a vivir como personas.