Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
El panorama político internacional, en lo que a educación se refiere, parece seguir las mismas
líneas que la generalidad de los aspectos socioeconómicos atravesados por el neoliberalismo
de estos tiempos. El pilar del pensamiento único se asienta también en la escuela y se
reproducen los mismos sistemas educativos a uno y otro lado del océano, demostrando una
absoluta desvaloración de la importancia de las propias comunidades de aprendizaje a la hora
de establecer los fines y medios de la actividad educadora formal (la idea de autonomía
aplicada a los grupos), apartados éstos que casi resultan extraños ya para los propios
educadores. El debate se circunscribe, ahora, a la técnica que se debe aplicar para que los
aprendizajes sean efectivos, sin cuestionar siquiera lo que enseñamos y lo que se aprende en
nuestras escuelas. En este sentido, y tratando la realidad educativa del mismo modo que se
está haciendo con el sistema económico, parece que hayamos llegado al momento en el que el
grueso de lo que había que pensar sobre las escuelas ya hubiera llegado a su cota máxima, al
igual que el sistema de libre mercado se ha descrito como el único posible en un mundo
globalizado. El modelo español (1) ha sido trasplantado de las más curiosas formas a varios
países latinoamericanos, creando un impacto importante tanto por el seguimiento de los
mismos fines educativos en Centro y Sudamérica, como por el efecto de dependencia que esto
crea. De este modo, y una vez aclarados los términos generales que introducen estas
reflexiones, intentaremos hacer un pequeño análisis de las medidas que en estos modelos,
fundamentalmente el de la LOGSE, se toman acerca de la necesaria atención a la diversidad
para la construcción de una escuela comprensiva más ambiciosa.
Como comentábamos, una de las grandes características que atraviesan gran parte de los
sistemas educativos de América Latina y España es la necesidad de atender a la diversidad en
la Enseñanza Obligatoria, que extiende sus niveles -en el caso que nos ocupa- hasta los
dieciséis años. Esta característica debería reflejar la intencionalidad teórica de la actual
reforma, mas las medidas establecidas por las administraciones educativas para llevarla a cabo
-opcionalidad, adaptaciones curriculares y diversificación curricular en el caso que nos ocupa-
nos muestran una realidad bastante diferente, ya que las dos últimas van encaminadas a la
creación de currículos paralelos que diferencian alumnos de primera y segunda clase,
fundamentalmente porque la idea general no ha cambiado: la escuela sólo atiende a transmitir
contenidos académicos y aquel que almacena menos, es menos valorado (Calderón,
1999:513).
Pero tras esto, nos surge la idea de si realmente ha existido la intención de elaborar una
escuela en la que tengan cabida todos los miembros de la sociedad, ya que no sabemos si las
medidas tomadas han sido elaboradas para desarrollar otro tipo de relación entre las personas
que se encuentran bajo el paraguas de la educación, lo que sería, sin lugar a dudas, la idea
final de un planteamiento comprensivo de estas magnitudes. ¿Qué tipo de aprendizaje se lleva
a cabo mediante las medidas adoptadas por la Administración para atender a la diversidad de
la población? Comenzaremos, pues, desarrollando esta pregunta, para terminar haciendo un
análisis global del sistema español dentro de este terreno elegido.
En un primer lugar, deberemos hacernos conscientes de que tanto la Ley General de 1970
como la L.O.G.S.E., se han dedicado a establecer normas para que en nuestras escuelas se
enseñe algo muy concreto: los contenidos. Aunque es cierto que esta última reforma ha
realizado un esfuerzo por acercarse más al mundo afectivo y social del niño dentro del enfoque
cognitivo-evolutivo, es el mismo César Coll (1987) el que comenta que el constructivismo
comienza a fracasar en el momento en el que comprendemos que si el niño va a pasar
inevitablemente por los diferentes estadios del desarrollo, no es necesario propiciar de una
manera tan insistente el desarrollo y centrarnos más en la adquisición de los conocimientos
necesarios para que se adentre en la cultura.
Por otro lado, el propio Coll (1987) nos habla de que para realizar el diseño del curriculum y su
desarrollo es necesario hacerse cuatro núcleos de preguntas:
¿Qué enseñar?
¿Cuándo enseñar?
¿Cómo enseñar?
¿Qué, cómo y cuándo evaluar?
Si nos olvidamos por el momento de las tres últimas, centrándonos en la primera, deberemos
responderla si seguimos haciendo caso a las prescripciones administrativas, con los
contenidos. Suponemos, por tanto, que lo más importante, que la tarea de mayor relevancia
que cumple la educación en la actualidad es inculcar al individuo unos determinados
contenidos que ya han sido seleccionados por la Administración -y por las fuentes
epistemológicas de cada una de las áreas de conocimiento- sin que al alumno ni al profesor se
les haya hecho partícipes en ningún momento de lo que será más positivo para ambos. El
curriculum se concibe, por tanto como algo acabado en lugar de entenderlo como una realidad
interactiva (Angulo y Blanco, 1994), como una construcción realizada entre profesores y
alumnos, y, en general, como la creación activa de todos aquellos que participan, directa o
indirectamente, del proceso educativo (Clandinin y Cornelly, 1992).
Fig. 1: La escuela aúna todos sus esfuerzos en la transmisión de una selección cultural que,
por otra parte, es elaborada de forma externa a la propia institución y a la comunidad educativa
que alberga. El alumno es el último eslabón -pasivo- de la cadena y el docente es transformado
en técnico que transmite conocimientos -su tarea estriba en la búsqueda de técnicas eficaces
para alcanzar los objetivos prefijados- en lugar que entenderlo como intelectual crítico que
fomenta en sus alumnos la actitud reflexiva. Las ideas de control y autoritarismo encubierto por
el tecnicismo y el cientificismo tienen un gran peso en este esquema. Esquema que, sin duda,
es muy diferente al que se nos intenta vender:
Fig. 2: Este nuevo modelo nos muestra el proceso educativo de un modo mucho más complejo
y holístico, que comprende los temas fundamentales de la teoría y filosofía de la educación -su
finalidad y los medios para su búsqueda- que precisamente se escapaban en el anterior
esquema. Mientras el primero establece como principal objeto los contenidos a enseñar, este
último hace hincapié en el “hacia dónde” y en el “cómo”, mucho más cercanos a la pedagogía
de procedimientos; en el primero todo se encamina a un fin lejano a conseguir, en el segundo
el fin se encuentra en la construcción del propio proceso. Las ideas de desarrollo íntegro, la
relación del conocimiento con la acción (significatividad de los aprendizajes y conductas
moralmente guiadas), y la felicidad como último -y siempre abierto- fin, destacan el
protagonismo del alumno en su educación y la importancia de la comunidad educativa en la
selección cultural que no acabará siendo otra cosa que el instrumento para desarrollar a los
individuos con sus peculiaridades e intereses dentro de una comunidad.
Frente a este último esquema (creativo, innovador, flexible, autónomo, abierto...) podemos
observar empíricamente que se lleva a cabo el primero en la sociedad, que hace referencia a
una pedagogía prescriptiva y normativa, muy relacionada con el positivismo y el conductismo,
que convierte el proceso en algo mecánico y en el que los agentes que actúan no pueden sino
seguir las pautas marcadas por la mano dominante, que en las sociedades neoliberales es
encarnada por el mercado.
Hoy en día, la educación no tiene nada que ver con la aspiración de conseguir acercarse a la
felicidad, con la búsqueda de la expresión y de la comprensión, sino que es una potente
herramienta de exclusión que, a través de la competitividad de los niños desde su infancia,
determina las funciones futuras -y presentes- de los componentes de un grupo, eso sí, de una
forma legitimada socialmente. Esta educación -instrucción en realidad- procederá de diferente
manera dependiendo de las características socioeconómicas y cognitivas (Bernstein, 1989;
Bourdieu y Passeron, 1970) -muchas veces unidas por una relación causal-, guiada por
criterios de eficacia (Gimeno, 1988), que sitúan al ser humano en el plano de instrumento y
que, por otra parte, tiene claramente definidas las características del grupo al que está dirigida.
La idea de norma, defendida por atender a la mayoría de la población, no es más que un
artificio elaborado para legitimar tratos desiguales en una escuela pública.
Parece que se nos olvida que el hombre dejó atrás la evolución biológica dando paso a una
fase en la que a ésta se le superpone la evolución cultural, pero lo cierto es que no ha servido
para que comprendamos que no hay fuertes ni débiles ya que no existe la selección natural en
nuestra especie (2), sino que la ampliamos a aquellos a los que vemos débiles o inconexos a la
cultura dominante. En lugar de aniquilar la selección natural biológica, la ampliamos al terreno
de lo cultural (3).
Lo cierto es que la educación de la LOGSE está enfocada no hacia el sujeto, sino hacia la
sociedad a la que ha venido a servir, es decir, sólo por nacer en ella tenemos que pagar la
factura que desde este momento adeudamos. Y ya nos dirán lo que debemos hacer; sólo
tenemos que seguir las pautas que el Sistema Educativo y la propia sociedad establecen con el
guión de una determinada ideología, de ahí que la evaluación en nuestros días no sirva más
que como instrumento de control y de selección. La educación, no debería tener como eje la
propia sociedad regida por una ideología concreta, sino la consecución de la felicidad del
individuo a través de la liberalización que se produce en éste al llegar a comprender que ha de
asumir sus responsabilidades sociales de forma autónoma y libre, convirtiendo así, la
prescripción en opción.
Así, parece bastante claro que la función educativa se ha desplazado hacia el control y la
segregación (4), la separación de la sociedad en grupos en función de las características
personales (inteligencia...) y culturales (capital cultural...), para lo que se sirve de los contenidos
(Calderón, 1999). Los contenidos se convierten, por tanto, en la clave: el alumno que consigue
llegar a los objetivos mínimos promociona -transmite sus “genes” en esferas de decisión y
poder-, lo que le garantiza un futuro más autónomo e influyente a la vez que mayormente
reconocido (trabajo mejor remunerado y valorado), mientras que el que no los alcanza queda
relegado a redes sociales de menor complejidad, capacidad de decisión y autonomía,
reconocimiento socioeconómico y, cómo no, sus genes seguirán en una “línea biológica” que
no influye en las políticas que gestionan el futuro del grupo.
Por ello, las medidas establecidas por la Administración para llevar a cabo esta escuela de la
diversidad producirán tan sólo un aprendizaje de segundo orden en los niños que hacen uso de
ellas (léanse adaptaciones y diversificaciones curriculares): Si lo que prima en la escuela es el
volumen de contenidos, ¿cómo no va a ser de segundo orden el aprendizaje que adquiera
aquel que retenga menos?
Las diferencias como tales no se entienden, ya que nos hemos criado inmersos en la cultura de
las desigualdades y de la competencia: en el film “El Octavo día”, Daniel Auteuil encarnando el
papel de Harry, un experto en comercio, explica en una conferencia:
“Hagan un esfuerzo por parecerse a su cliente. Obsérvenlo, adopten sus gestos, sus posturas,
sus entonaciones. Dos individuos semejantes establecen contacto con mayor facilidad que dos
individuos diferentes. Su interlocutor no se dará cuenta nunca de que lo imitáis, se lo aseguro.
La semejanza no se nota nunca, sólo la diferencia choca”(5).
La educación que se inculca en la escuela no sólo no ayuda a comprender que las diferencias
son un valor, sino que empuja a que sean condenadas mediante la segregación y la
marginación. Son los contenidos los que hacen que nuestra educación sea competitiva e
individualista, a la vez que no ayudan a la propia individualidad del discente porque no buscan
su propia felicidad, sino los fines que otro ha marcado para él.
Pero hay más razones para que el alumno que se encuentra atendido por una adaptación o
una diversificación curricular tenga aprendizajes de segundo orden:
Privación de los alumnos etiquetados como “especiales” de la entrada a la misma cultura que
los demás, teniendo en cuenta que esta cultura está actualmente basada en contenidos.
Privación de una buena educación entendiendo a ésta como la posibilidad de propiciar al
alumno un desarrollo íntegro -afectivo, cognitivo y social-, necesariamente vinculado a las ideas
de libertad (en lo referente al individuo) y justicia (en lo relacionado con los otros).
Todo esto quiebra un planteamiento filosófico constructivista que nos hace pensar en una
escuela diferente tras la elaboración de una reforma que se apoya en los pilares de la
comprensividad y de la diversidad. El principio de la enseñanza comprensiva se basa en una
filosofía educativa en la que todas las personas somos iguales, por lo que debemos tener los
mismos derechos. La educación es la llave para entrar en la sociedad cultural que hemos
inventado, por lo que será necesario que todas las personas tengan aseguradas unas bases
culturales que le permitan la inserción en esa sociedad y la actividad autónoma en ella, idea
que, por otra parte, constituye uno de los pilares centrales de la democracia.
El problema sigue siendo el mismo que venimos comentando desde el principio, ya que no por
escolarizar a toda la población se consigue el fin que pretende la enseñanza comprensiva. Para
que todos los miembros de la sociedad en edad escolar tengan garantizada la entrada en la
“sociedad adulta”, es necesario que se les garantice que terminen los estudios y que además
éstos sean los propios para cada uno de ellos.
Si dibujamos la educación obligatoria como una carrera -no resultará difícil, dada la influencia
del sistema competitivo de mercado en ella-, la comprensividad no vendrá dada por que todos
se apunten a ella, sino por que todos puedan llegar a la línea de llegada. El problema es que,
como nuestros Sistemas Educativos se siguen rigiendo por los contenidos, esa carrera está
llena de obstáculos. Obstáculos que, para el que tiene una experiencia vital cercana a la cultura
escolar no son difíciles de saltar, pero para el que su experiencia social y familiar se separa
demasiado de los códigos que imperan en nuestras aulas, resultan insalvables. Por tanto,
llegamos otra vez al mismo problema: los contenidos, es decir, la estructuración del diseño y
del desarrollo del curriculum.
Si tenemos claro que la comprensividad se logra sólo si conseguimos que todos tengan unas
bases comunes -que no iguales-, podemos idear la forma de que se lleve adelante. La cuestión
es que política y económicamente no conviene, por lo que las administraciones se deciden a
cambiar las estrategias para mantener en silencio a las masas. La Pedagogía avanza, por lo
que los gobiernos se ven obligados a acuñar sus investigaciones en un sistema que nada tiene
que ver con la comprensividad y con la diversidad ya que, desde la base, es contrario a ambas.
Así, comprobamos que comprensividad en nuestra escuela sólo significa todos a la línea de
salida, y que atención a la diversidad es que los que no siguen el ritmo dominante, vayan por
un camino diferente, lo cual no asegura que les dé la educación que necesitan y que le llevará
a algún sitio que aún desconocemos -quizá un mundo diferente al de los normales-. No es
difícil acabar con la diversidad si la reducimos a opcionalidad o la elección de caminos
alternativos para los minus-válidos.
Para que la educación se enfoque realmente hacia lo que el discurso teórico dicta, los grandes
valores que tanto repiten nuestros políticos, el propio curriculum debería ser como dice la
LOGSE que es: Abierto y flexible. ¿Y cómo se hace esto? Basándolo en fines lo
suficientemente genéricos como para que no prescriban la acción de enseñar ni de aprender.
La apertura se define por lo inacabado, lo inconcluso; cuestión que será delegada en los
alumnos y en los profesores porque son ellos los que verdaderamente saben lo que cada
alumno necesita en un determinado momento -cuestión que lleva aparejado un qué, cómo y
cuándo enseñar y evaluar-. La flexibilidad se entiende como el grado de adaptabilidad que tiene
el curriculum hacia el sujeto dentro del contexto de una clase: no es tan extraño que sea el
curriculum el que sirva al sujeto y no al revés; la flexibilidad vendría condicionada, por tanto, por
el grado de apertura.
Con todo esto, lograríamos un curriculum común para todos, tan abierto y flexible al estar
basado en objetivos generales que casi no prescribe. La comprensividad empieza a estar
salvada en la medida en que el Sistema Educativo se abre a las necesidades de cada
colectivo, para lo que es imprescindible que se dé un trato a toda la diversidad de personas que
conviven en la comunidad escolar, y más concretamente, en el aula.
Este curriculum da la posibilidad de tratar a la diversidad de la clase como personas diversas
pero no distintas (la palabra “distinta” hace referencia a una relación de desigualdad). Cada uno
marcará lo que necesite, regirá su propia educación, que no puede darse sin establecer otra
nueva cultura, basada en la diversidad, la colaboración, la participación y la democracia.
Es obvio que la LOGSE ha traído muchas cosas positivas a la educación española y que gran
parte de los problemas que hoy vivimos son debidos a una mala puesta en práctica de la Ley.
Pero también es manifiesto que no sólo ha sido la puesta en práctica lo que ha fallado, ya que
hay determinados factores -algunos se han tratado en estas páginas- que colisionan con la
filosofía de la reforma incluso dentro del discurso teórico.
Por último, y como la mayor crítica, me parece incomprensible que un pensamiento tan
revolucionario e innovador como el constructivista, que sobrepasa lo que se ha venido a llamar
“teoría psicológica” para adentrarse en una concepción política del acto educativo, que de por
sí se basa en propiciar la posibilidad de actuación moral a la persona al concebirla como
inteligente y autónoma, pueda ser normativizado y encorsetado mediante los niveles de
concreción hasta tal punto que el profesor sólo tenga la oportunidad de mandar a sus alumnos
lo que otros le han mandado a él.