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En la sección anterior hemos terminado nuestro estudio de la primera división del

Sermón del Monte, la cual abarca las bienaventuranzas. A partir de hoy meditaremos en
la segunda división de este Sermón que comprende los versículos 13 a 16 del capítulo 5.
A su vez, el versículo 13 es una sub división, mientras que los versículos 14 a 16 son otra.
Ambas sub divisiones comienzan con las conocidas frases del Señor: “Vosotros sois la
sal de la tierra”, y “Vosotros sois la luz del mundo”. Mientras en las bienaventuranzas
vemos las características de la obra del Espíritu Santo de la regeneración (nuevo
nacimiento), en esta sección encontramos el resultado natural de la misma. La verdadera
iglesia de Cristo es el instrumento mediante el cual Dios se da a conocer al mundo. En
este artículo deseo meditar en el contexto en el que la iglesia es llamada a ser sal y luz.
Si una columna intelectual y aún espiritual ha logrado mantener de pie por tantos
años la llamada era moderna, esta ha sido la firme convicción de que el hombre es
inherentemente bueno. En otras palabras, se ha creído que, contrario a lo que dice la
Escritura, los hombres son, por naturaleza, idénticos, y buenos. Bajo este paso de fe se
podía confiar en la capacidad de la voluntad para llevar al hombre a un inevitable
progreso. Por lo tanto, la época moderna ha sido marcada por una fe convicta en el
progreso, en la historia, en la libertad, en la ciencia, en definitiva, en el propio hombre.
En las últimas décadas se viene percibiendo un cambio profundo en la
cosmovisión del occidente que esta destruyendo el pensamiento moderno desde sus
propias bases. Esto es lo que llamamos la postmodernidad. Esta nueva cosmovisión nace
desde una profunda frustración del hombre consigo mismo. El holocausto, las dos guerras
mundiales, el peligro nuclear capaz de destruir a nuestro planeta, entre otras muchas
cosas, ha acabado por minar la confianza del hombre en las antiguas utopías modernas. El
hombre autónomo soñado por la cosmovisión moderna comienza a desplomarse
demostrando que sus pies son de puro barro. El hombre ha dejado de creer en si mismo, y
más concretamente en su propia bondad. Ciertamente el postmodernismo es contrario al
cristianismo en prácticamente su totalidad, pero ha descubierto una “novedad” que la
Escritura viene proclamando hace miles de años: la naturaleza humana es perversamente
mala.
Es en este contexto en el que la Escritura, y sólo la Escritura contiene verdadera
esperanza. Si la naturaleza humana es esencialmente mala, y eso no por su creación, sino
por la metamorfosis que el pecado ocasionó en la misma, la única salvación del hombre
es una trasformación que llegue hasta la misma esencia del ser humano. A esto es a lo que
la Biblia llama nuevo nacimiento. Una regeneración por la que, libres del poder ejercido
por el pecado, somos hechos aptos para relacionarnos con Dios, y ser saciados de esa sed
de lo eterno que reside en nuestros corazones. Esta es la razón por la que Jesús nos llama
“sal de la tierra”, y “luz del mundo”. Los verdaderos hijos de Dios son aquellos en los
cuales la regeneración ha tenido lugar, y por lo tanto, son los que han experimentado lo
único que puede hacer al hombre libre para vivir, para reír, para amar.
Es nuestro privilegio y nuestra tarea, como hijos de Dios, dar a conocer su obra en
la vida de los hombres. Debemos manifestar a una generación sin esperanza y a la puerta
del suicidio, que nuestro Dios en Cristo Jesús, es poderoso para trasformar al hombre
desde su propio corazón. Iglesia de Cristo, Dios ha decretado despertar a los hombres a
esta realidad, y abrir sus corazones a esta trasformación, mediante la prueba manifestada
a través de su iglesia. ¿Estamos concientes de nuestro privilegio? ¿Hemos aprendido que
esta es nuestra responsabilidad? Que su gracia se manifieste a cada día sobre nuestras
vidas.
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No
sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.” Mateo 5:13

Terminamos el artículo anterior recordando que es prerrogativa exclusiva de la


iglesia de Cristo ser sal y luz de la tierra. En este artículo meditaremos en el significado
de este legado. La pregunta que hacemos es: ¿Qué significa ser sal y luz de la tierra? Para
poder responder parcial, pero adecuadamente a esta pregunta, debemos comenzar por
recordar la realidad actual del hombre, conforme la Palabra de Dios nos enseña.
No existe religión, filosofía, o punto de vista que imprima al ser humano tamaña
dignidad como lo hace la Escritura. En Génesis 1.26 leemos que Dios creó al hombre
conforme a su imagen y semejanza. Por esta razón afirmamos que, aún con el pecado, el
hombre es lo más similar a Dios que podemos encontrar. Este es el único principio que
puede explicar la instintiva y racional dignidad del ser humano, y a su vez, el único que la
puede sustentar. A partir del momento que quitamos esta verdad, la dignidad del hombre
se ve violada de tal manera que aún la dignidad de los animales pasa a ser superior. Pero
también aprendemos en la Biblia que el pecado corrompió la imagen de Dios en el
hombre deformándola completamente. Esto se hace claramente manifiesto en el hecho de
que el pecado lleva al hombre a levantarse en contra de si mismo, deshumanizándolo
completamente. De esta manera, la humanidad ha dejado de dar a conocer a través de si
misma a su Creador, para dar a conocer su propia perversión, y en definitiva al mismo
Diablo. Esto no es pura teoría… sólo tenéis que mirar un poco el mundo que les rodea, y
aprender la naturaleza de vuestro propio corazón.
Teniendo este telón de fondo, podemos decir que ser sal de la tierra, es manifestar
esta imagen que se había perdido. Lo que Dios hace en su iglesia es restaurar Su imagen
en la misma, y darla a conocer, a través de ella, al mundo. A esto, en parte, nos referimos
los cristianos al decir que estamos creciendo a la estatura o imagen de Cristo. Esta
trasformación comienza por una cambio en el corazón del hombre (por corazón nos
referimos al centro de la personalidad, eso es, a la esencia del hombre, o a su mismo ego).
Esto es lo que llamamos nuevo nacimiento. Este cambio, se hace manifiesto
exteriormente mediante lo que llamamos las buenas obras. Haciendo un resumen que
responda a la pregunta con la que comenzamos podemos decir que: ser sal de la tierra es
dar a conocer la imagen Dios mediante nuestra voluntad y acciones, al mundo que nos
rodea.
Muy bien, terminaremos respondiendo a la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las
características de la imagen de Dios en el corazón humano? La primera de ellas es un
profundo amor por su Creador, reconociendo su bondad y amor al darle la vida y la
salvación. Por ende, nace un amor por la criatura (el prójimo), por el simple hecho de ser
criatura. La paz y la libertad que conllevan fluir en aquello para lo que hemos sido
creados también hacen parte de esta imagen. Ser honestos y sinceros en nuestras
relaciones. Dar valor a lo que tiene valor, y despreciar lo que debe ser despreciado. Tener
un hambre profundo por la justicia, pero aprender a ofrecer gracia y misericordia.
Despreciar el bienestar personal a favor del que padece. Estar dispuestos a servir, aún
cuando esto conlleve sacrificio y dolor. ¡Cuánto más podríamos decir! La gracia de Dios
hace del hombre verdaderamente hombre. Pidamos a nuestro Dios que su imagen se
manifieste a cada día más y más en nuestras vidas. Amén y amén
“Vosotros sois la luz del mundo…Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres…”
Mateo 5.14-16
La pregunta que debemos hacer es la siguiente: ¿es posible que, de manera
definitiva, un cristiano no de testimonio de Cristo? Si hablamos estrictamente de términos
la respuesta sería un necesario no, ya que cristiano significa pequeño Cristo por su
semejanza al mismo. De todas maneras analicemos más detalladamente esta cuestión.
La salvación de una persona, y por lo tanto, la autenticidad de su cristianismo, no
debe medirse, en primera instancia, por obras, sino por fe. La salvación de un hombre es
exclusivamente por medio de la confianza depositada en Jesucristo, aparte del
cumplimiento o incumplimiento de la Ley. Entendemos que “…aparte de la ley, se ha
dado ha conocer la justificación que Dios otorga al hombre…por medio de la fe en
Jesucristo” (paráfrasis de Romanos 3:21). Esta verdad debe guardarnos de no depositar
nuestra fe (confianza) en absolutamente nada ni nadie que no sea nuestro Señor Jesucristo
y su obra de redención. Ahora bien, la Palabra de Dios nos habla de las buenas obras (el
testimonio de Cristo…la luz…la sal) como siendo el fruto natural y necesario de la
salvación. Por lo tanto, es imposible separa la salvación del testimonio, ya que el segundo
es fruto necesario del primero. Entiendo que estos pensamientos puedan ayudarnos a
responder la pregunta que hemos formulado. Decimos que, en última instancia, le es
imposible al hombre que es verdaderamente cristiano, no dar testimonio de Cristo. En
otras palabras, como dice nuestro Señor: “una ciudad asentada sobre un monte no se
puede esconder”.
Ahora bien, si es imposible que el verdadero cristiano no de testimonio de Cristo,
¿cuál es el sentido de la exhortación expuesta en estos versículos? Me referiré
básicamente a dos razones para esto. La primera de ellas es que, en el propósito de Dios,
es mediante la exhortación de la Palabra que Él despierta a su pueblo a la acción. La
Palabra de Dios es el instrumento por el que su pueblo pasa a conocer a que ha sido
llamado, y la naturaleza de su capacitación para hacerlo. Pero esto no es el todo de la
cuestión. En segundo lugar, sostengo que es posible que el cristiano deje de manifestar a
Jesucristo temporariamente a causa de ciertos factores. Uno de estos factores es la
ignorancia o incredulidad respecto a la libertad que Dios nos ha dado en Cristo Jesús.
Esta es la razón por la que Pablo oraba para que la iglesia de Efeso fuese capaz de
conocer el poder que actuaba en ellos. Vivimos como esclavos del pecado y de las
circunstancias cuando ya somos libres de los mismos. Otro factor es el dar lugar a la
carne. Muchas veces permitimos (pues ya no somos esclavos de ella) que sean nuestros
miembros los que gobiernen nuestras vidas, y no el Espíritu de Dios. Un tercer factor es
la apatía respecto al alimento espiritual. Al descuidar el maná diario que el Padre prepara
para nosotros, tendemos a tropezar y caer, pues como dijo Jesús: “el espíritu a la verdad
está dispuesto, pero la carne es débil”. Estas son algunas de las razones por las que
nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado esta preciosa y necesaria exhortación.
Hermanos, como iglesia de Cristo somos llamados a ser sal y luz. Nadie en la faz
de la tierra tiene tamaño legado. Ninguna institución u organización es capaz de
realizarlo. Pero no sólo hemos sido llamados para tal, sino que hemos sido también
capacitados para hacerlo. Es menester que demos a conocer las virtudes de Aquel que nos
llamó de las tinieblas a su luz admirable. No puedo terminar esta sección sin expresar con
plena convicción que la verdadera iglesia se ha de levantar para dar a conocer a su Dios
en medio de esta generación, pues ese es su deseo y voluntad. Amén y amén.

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