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CAMBIO DE PARADIGMA:
Hugo Fazio Vengoa es Profesor Titular
de la Universidad de los Andes. Se
Álvaro Camacho Guizado (Editor) graduó como historiador en la
Universidad Amistad de los Pueblos,
Narcotráfico: Europa, Estados Unidos,
América Latina. DE LA GLOBALIZACIÓN A LA Moscú. Posteriormente obtuvo un
Magíster en Historia de la Universidad
Bogotá: Universidad de los Andes HISTORIA GLOBAL Nacional de Colombia y un Doctorado
en Ciencia Política de la Universidad
Católica de Lovaina, Bélgica.
Margarita Serje Ha publicado varios libros sobre temas
internacionales, entre los que se
El revés de la nación destacan: El mundo y la globalización
Territorios salvajes, fronteras y tierras en la época de la historia global, Bogotá,
de nadie. El libro es lo que podría denominarse un ensayo investigativo, y su campo de experiencia Siglo del Hombre, IEPRI, 2007; La
es en aquel pliegue donde tiene lugar la intermediación entre los variados desarrollos Unión Europea y América Latina: una
Bogotá: Universidad de los Andes que han experimentado el mundo actual, y las aproximaciones con las cuales las ciencias historia de encuentros y desencuentros,
sociales han intentado dar cuenta de estas transformaciones. En tal sentido, el texto no Bogotá, Uniandes, CESO, 2006; Rusia
Libro ganador del Premio Anual es un trabajo cuyo eje central sea la explicación de eventos y situaciones recientes, en el largo siglo XX, Bogotá, Uniandes,
de la Fundación Alejandro Ángel aunque abulten las referencias a importantes acontecimientos contemporáneos, pero CESO, 2005; El mundo en los inicios
Escobar (2006) tampoco se le debe considerar como un trabajo eminentemente teórico que discurre del siglo XXI: ¿hacia una formación
sobre las aproximaciones que se han desarrollado con el ánimo de afinar la comprensión social global?, Bogotá, IEPRI, CESO
CAMBIO DE PARADIGMA
de la contemporaneidad. Se sitúa en el pliegue, en la articulación de ambos procesos, y Uniandes, 2004; La globalización en
Luis Gonzalo Jaramillo (Editor) porque una preocupación permanente que acompaña el trabajo consiste en entender la Chile. Entre el Estado y la sociedad de
manera como la realidad ha impulsado importantes transformaciones en el conocimiento, mercado, Bogotá, Universidad Nacional
Escalas menores-Escalas mayores y, al mismo tiempo, se interesa por los alcances y limitaciones que el saber social ha de Colombia, 2004; Escenarios globales.
Una perspectiva arqueológica desde desplegado para responder a estos desafíos. El lugar de América Latina, Bogotá,
Colombia y Panamá IEPRI, CESO, Uniandes y
La escogencia de este particular campo de experiencia obedece a que la idea de fondo Departamento de Historia, 2003; El
Bogotá: Universidad de los Andes que recorre las páginas de este libro consiste en el deseo de ayudar a construir un enfoque mundo después del 11 de septiembre,
novedoso que permita mejorar la comprensión de la realidad contemporánea. Se muestra Bogotá, IEPRI y Alfaomega, 2002; El
la manera como la inclusión de las dinámicas de la globalización en los campos de mundo frente a la globalización.
Cristóbal Gnecco experiencia de las ciencias sociales constituye un importante avance que permite dar Diferentes maneras de asumirla, Bogotá,
Carl Langebaek (Editores) mejor cuenta de la realidad contemporánea la globalización como punto de partida, IEPRI, CESO, Uniandes, 2002; La
pero, se precisan, al mismo tiempo, las limitantes que ocasiona este mismo proceder globalización en su historia, Bogotá,
Contra la tiranía tipológica en cuando se le quiere convertir en un objetivo en sí: la globalización como el punto de Universidad Nacional de Colombia,
arqueología llegada. Esta ambivalencia que comporta este conjunto de dinámicas es lo que nos lleva 2002; La globalización: discursos,
Una visión desde Suramérica a formular un enfoque distinto, el cual hemos definido como una historia global. imaginarios y realidades, Bogotá,
IEPRI, CESO y Uniandes, 2001; El arco
Bogotá: Universidad de los Andes latino de la Unión Europea y sus
ISBN 978-958-695-303-0
relaciones con América Latina, Firenze,
European Publishing Academia Press,
2001; La política internacional de la
integración europea, Bogotá, IEPRI y
HUGO FAZIO VENGOA Siglo del Hombre, 1998; Después del
comunismo. La difícil transición de la
Europa Centro Oriental, Bogotá, IEPRI
y Tercer Mundo Editores, 1994, y La
Unión Soviética: de la Perestroika a la
disolución, Bogotá, Ediciones Uniandes
Uniandes - Ceso y Ecoe Ediciones, 1992.
Departamento de Historia
Cambio de paradigma:
de la globalización a la historia
global
ISBN: 978-958-695-303-0
Ediciones Uniandes
Carrera 1ª. No 19-27. Edificio AU 6
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ISBN: 978-958-695-303-0
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el permiso previo por escrito de la editorial.
Contenido
Introducción. ............................................................................................................. 3
preestablecidas, como ocurre con las nuevas formas de producción, las relacio-
nes, los estilos de vida, etcétera, que permanentemente traspasan las barreras de
las naciones, generando nuevos tipos de interacción. Por último, de esta matriz se
desprende el concepto de interdependencia, condición de dependencia asimétrica,
que indica la codependencia que existe en un campo particular entre dos o más
partes del sistema o de agentes internacionales. Todas estas dinámicas, en el fon-
do, tienen en común el hecho de organizarse a partir de la existencia de la nación,
pero sin trascenderla.
La planetarización y la mundialización no pertenecen al campo de las
dinámicas nacionales o internacionales, pues se desprenden de la matriz planetaria.
La primera de estas nociones alude a aquellos fenómenos que atañen al mundo
en su conjunto; son, en su fuero interno, más ecológicos que medioambientales,
se relacionan más con la Tierra como espacio natural o con la cartografía como
representación que con el Mundo como escenario de la historia humana.
Por ser importante para los propósitos de este trabajo, se deben tener presente
dos cosas: primero, estas distintas dinámicas no se suceden unas a otras en el
tiempo, sino que en diferentes momentos históricos, coexisten de modo complejo y
multifacético. Segundo, que en ciertas lenguas latinas, particularmente en francés,
el término mundialización se emplea como sinónimo de globalización, orientación
intelectual que ha contribuido a sembrar bastante confusión en torno al sentido
que comportan ambos conceptos. También se debe recordar que importantes
analistas sociales contemporáneos han procurado establecer una diferencia de
contenido entre estos conceptos, diseccionándolos como expresiones particulares
de una misma matriz. Renato Ortiz, por ejemplo, utiliza el término globalización
para aludir a la unificación técnica y económica del mundo, mientras que reserva
el concepto de mundialización para el entretejimiento complejo de la cultura y las
representaciones en el mundo actual (Ortiz, 2004).
De acuerdo con nuestro parecer, los términos no son equivalentes, pero no
por las razones que invoca el científico social brasileño, sino porque el significado
de la mundialización se ubica en un plano distinto al de la globalización. El
primero es un concepto más geográfico, es decir, espacial, y en el mejor de los
casos, puede relacionarse con aquellos sistemas o estructuras sociales que en
determinados momentos han servido de marco organizador y configurador de
grandes procesos mundiales, como efectivamente ocurrió con la mundialización
de la política bajo el ropaje de la Guerra Fría.
La globalización se ubica en un registro distinto, pertenece a la matriz de la
globalidad, comprende ciertos elementos de los anteriores, pero es ante todo una
dinámica de naturaleza temporal, tal como tendremos ocasión de documentarlo
10 Hugo Fazio Vengoa
hayan podido concebirse, sino también a los tipos de interacción (v. gr., nacional,
internacional) a los que antes estábamos acostumbrados.
Los cambios en nuestro presente tampoco respetan las fronteras en otro
sentido: ya no se confinan en el lugar donde primariamente se manifestaron.
Esto ha llevado a que no sólo sea bien difícil determinar dónde, cómo y bajo qué
circunstancias se originan estas transformaciones, más complejo aún es precisar
hasta dónde se extienden estos cambios, tanto en su espacialidad como en su
duración.
Seguramente no resulta nada difícil de imaginar a qué nos referimos cuando
hablamos de la extensión espacial de estos fenómenos: sus expresiones regular-
mente se prolongan a grandes distancias de sus eventuales epicentros o en oca-
siones producen tendencias de transnacionalidad medular (v. gr., la movilidad
del capital financiero, los desarrollos tecnológicos) y/o en los márgenes (v. gr., la
emergencia de formaciones de clase migrantes y subalternas).
Más complicado, empero, es entender la dilatación temporal. Estamos acos-
tumbrados —posiblemente, en contextos anteriores en ello intervino la “distan-
cia” natural que separaba a las distintas civilizaciones, y hoy, el vértigo y la
urgencia a los que nos han acostumbrado los veloces medios de transporte y
comunicación— a suponer que los eventos solamente generan consecuencias in-
mediatas y circunscritas a su epicentro. Pero en la vida social contemporánea
esto no ocurre siempre de acuerdo con este esquema. Muchas circunstancias
—acontecimientos, situaciones y procesos— se insinúan en un primer momen-
to, expresan toda su fosforescencia, después se desarrollan en silencio, es decir,
pareciera que se congelaran en el tiempo, pero las más de las veces prosiguen su
desenvolvimiento en clave subterránea, y con el paso del tiempo después vuelven
a reaparecer.
Un buen ejemplo de ello es la mayor parte de los tópicos conexos con los
temas de la memoria, que tanto interés suscitan en nuestro presente (Garton Ash,
1997). Una traumática página en la historia, con la cual no se hayan saldado las
necesarias deudas, no se haya negociado el perdón con el olvido, permanentemente
reaparece suscitando agudos debates y, en ocasiones, dando lugar incluso a
complicadas situaciones que rayan en la crisis.
Pero no sólo esta gama de cuestiones difíciles de aprehender y concretar se
propagan arrítmicamente a través del tiempo. Se puede observar que también se
ha asistido a una situación análoga con la emergencia de una nueva generación de
movimientos sociales, los cuales, después de alcanzar una alta visibilidad durante
los ochenta, sobre todo en la Europa Centro Oriental y en América Latina,
prácticamente desaparecieron durante buena parte de los noventa, para volver a
12 Hugo Fazio Vengoa
reaparecer con impresionante fuerza en los más diferentes confines del mundo,
en momentos en que se asistía al último cambio de siglo (Kaldor, 2004). En cada
una de estas fases, sin embargo, y no obstante el hecho de que estos movimientos
siguieran compartiendo ciertas propiedades comunes, han comportado también
expresiones propias del lugar desde el cual se enuncian y/o de la especificidad
del momento por el que se transita. Como acertadamente ha señalado Marramao,
es que “el sistema de causas que gobierna la suerte de cada uno de nosotros se
extiende en adelante a la totalidad del globo, lo hace resonar por completo a cada
conmoción. Ya no hay cuestiones terminadas por haber sido terminadas en un
punto” (Marramao, 2006: 11).
Las cosas, sin embargo, pueden complejizarse desde otro ángulo, porque
tampoco consumen su fosforescencia únicamente de este modo. Analíticamente,
se puede establecer la distinción entre las expresiones espaciales y las temporales,
pero en la realidad, en la vida diaria, los fenómenos sociales no siguen trayecto-
rias independientes, pues ambas manifestaciones reiteradamente se encuentran
compenetradas. Un fenómeno puede expresarse en un momento distinto, pero
también en un lugar muy distante. La causalidad inmediata y rectilínea, por tanto,
pierde buena parte de su capacidad operativa; cede invariablemente su lugar a la
explicación en términos de resonancia, o, como señalaba el historiador Pierre Vi-
lar, cuando argumentaba sobre la desconfianza que experimentaba ante la noción
de “causa”, generalmente simplificadora, e incluso de la noción de “factor”; prefe-
ría “hablar de componentes de una situación: elementos de naturaleza sociológica
a menudo distintos, que se combinan en relaciones siempre recíprocas, aunque
variables, en los orígenes, en el desarrollo y en la maduración de las situaciones”
(Vilar, 2004: 75).
Pero también este asunto se puede complejizar desde otro ángulo: el aco-
plamiento a las tendencias actuales del mundo no siempre se representa como
una importación o interiorización de aquello que ocurre externamente. Por el
contrario, se expresa más bien como una exportación o una exteriorización de
la globalidad. Existen innumerables casos en los que la tendencia ha sido pre-
cisamente esta última: en buena medida, el éxito alcanzado por los países de la
Europa Centro Oriental en su proceso democratizador y de reconversión econó-
mica a partir de inicios de los noventa, su rauda salida del comunismo, fue posi-
ble porque coincidió y se combinó con un retorno de la soberanía, y no por una
superación de la misma, lo cual hubiera sido más congruente con la calidad de
las transformaciones que ya entonces tenían lugar en este contexto de lo global.
Estos países, por más de cuarenta años, hicieron parte de un subsistema donde
primaba un rígido esquema de “soberanías limitadas” —la doctrina Brezhnev—,
no como una derivación de la extensión de la globalización, sino por un acentua-
do nacionalismo imperial mundialista por parte de la potencia rectora, a la sazón,
la Unión Soviética. En las nuevas coordenadas de la década de los noventa, se
requería de un anclaje que hiciera posible la transición de estas sociedades en
dirección al contexto posnacional europeo, cosa que finalmente ocurrió en mayo
de 2004, con la adhesión de la mayoría de estas naciones a las estructuras de la
Unión Europea (UE).
16 Hugo Fazio Vengoa
conectar estos dos lados de la misma moneda, pero sin caer en el equívoco de
creer que el problema ya ha sido superado, ni en imaginar que se pueden trasladar
los problemas de un nivel a otro, sino comprendiendo sus complejos entrecruza-
mientos.
Esperamos que todo esto que sucintamente acabamos de exponer haya servido
para ayudar a comprender algunas coordenadas que encierra la globalidad, y nos
haya mostrado, también, el gran trecho recorrido por el mundo en el corto período
que engloba nuestro presente histórico, la “distancia” cualitativa que nos separa
de los dos contextos anteriores, así como la complejidad que encierra nuestra
contemporaneidad. Con toda seguridad, si ha sido poderoso el imaginario que se
ha forjado en los últimos años en torno a que el mundo contemporáneo vive un
período inédito en la historia, y si además cada vez se comparten más aquellas
tesis que sostienen que los estudios internacionales, en sus vertientes económicas
y politológicas, ya no logran descifrar los principales ejes del mundo actual, ello,
desde luego, obedece en buena parte a todo esto.
frágil defensa del anterior statu quo, que desconoce la plasticidad que encierra
nuestra contemporaneidad y que trata de desvirtuar la esencia de los elementos
de novedad, para seguirse refugiando en los viejos paradigmas.
La política global es un proceso multidimensional en el que se alternan los
mundos sociales y se reduce la relevancia de los Estados. La globalización —y la
cosmopolitización, que es su evidente corolario— se construye con base en lealta-
des múltiples, en una pluralización de biografías transnacionales, en la aparición
de poderosos actores políticos no estatales y en la consolidación de movimientos
a favor de una globalización diferente (Beck, 2005: 19). Como adecuada y su-
gestivamente ha argumentado Mary Kaldor, la política global consiste en que el
sistema de relaciones entre Estados o grupos de Estados “ha sido suplantado por
un entramado político más complejo, que implica a una serie de instituciones e
individuos, y en el que hay un lugar, quizá pequeño, para la razón y el sentimiento
individual y no sólo para el interés del Estado o bloque” (Kaldor, 2004: 107).
En rigor, en la actualidad mundial concurren numerosas lógicas espaciales y
temporales, con fronteras discontinuas, situación que redimensiona la importancia
de analizar tanto estas dinámicas como sus interacciones. El punto de partida
desde el cual se debe pensar una nueva propuesta para comprender el mundo en
su conjunto debe arrancar de la idea de que la intensificación de la globalización
ha dado lugar a la conformación de un espacio social global, donde tienen lugar
las nuevas formas de política, de lo cual se infiere que el objetivo principal
debe ubicarse dentro de esta estructuración de un espacio global en forma de
lugares, redes e intersticios sincrónicos y diacrónicos de interacción social, y no
imaginando una reproducción del esquema organizacional jerárquico nacional
replicado en una dimensión más amplia.
Otros estudiosos, sobrellevados por el halo de misterio que encierra la in-
certidumbre predominante en el presente, han preferido “refugiarse” en las am-
bigüedades que comporta el pensamiento posmoderno y asumir como un asunto
propio el relativismo radical del conocimiento, y abogan por el destronamiento
del racionalismo ilustrado, sostienen una concepción esencialista de la “otredad”,
que, aunque no se lo proponga de modo deliberado, recaba en nuevas formas de
fundamentalismo —la absolutización de la alteridad—, con lo cual se contradi-
ce cualquier posibilidad de producción de un conocimiento global, imaginan la
realidad como textualidad, lo que conduce a un sempiterno laberinto semiótico,
y resaltan la centralidad del individuo desorientado y hedonista en “un mundo
privado de sentido” (Laïdi, 2001), que “deriva fácilmente en una legitimación del
‘mercado global’ visto como un campeón ilimitado de las posibilidades y de las
elecciones virtuales, totalmente desprovisto de un ‘sentido global’” (Peemans,
2002: 235). Además, estas posturas posmodernas terminan validando precisa-
26 Hugo Fazio Vengoa
Por último, existe otro grupo de científicos sociales que reconoce que las
perspectivas y los conceptos intelectuales usuales se “han encorvado o simplemente
roto”, tal como sostuviera hace más de medio siglo el historiador Fernand Braudel
(2002: 22); ha aceptado el inmenso desafío intelectual que suscita el presente
y ha decidido zambullirse en una nueva aventura del espíritu, con el ánimo de
aproximarse de manera distinta a los principales problemas del mundo actual
(Beck, 2005; Ortiz, 2005, Wallerstein, 2005; Touraine, 2005). Sobre el particular,
recientemente Suzanne Berger, en un texto que refresca enormemente la mirada
sobre la dimensión económica de la globalización —pues en lugar de arrancar con
las teorías generales, como es habitual en los trabajos económicos, para después
validar los presupuestos iniciales—, prefirió comenzar con un estudio empírico
sobre 500 empresas de distintos continentes, con el fin de rastrear in situ cómo
se despliegan las particularidades de este fenómeno. En dicho texto, la autora
constata que, frente a un problema nuevo, se tiene siempre la misma reacción: “se
recurre a las viejas baterías de explicaciones y creencias gastadas para tratar de
comprender la nueva situación. Los conceptos que movilizamos para descifrar
la globalización son de esta manera una mezcla confusa de viejas teorías sobre
la mano de obra barata, la competencia, las ventajas comparativas y el triunfo
inevitable del mercado” (2006: 28-29).
del espacio por el tiempo (Therborn, 2000: 149). Evidentemente, adaptarse a estos
cambios no resulta ser una tarea fácil.
El reconocimiento de esta discordancia fáctica y temporal que se presenta
entre “la realidad” y “la percepción” reviste, a nuestro modo de ver, una alta
significación, por dos motivos fundamentales. El primero obedece a que el
conocimiento social se ha desarrollado en sus líneas fundamentales dentro de
un espíritu de pensamiento que ha privilegiado, por obvias razones históricas,
“el espacio de experiencia” y “el horizonte de expectativa” de las sociedades
nacionales, tal como se configuraron a partir de la lectura predominante de una
experiencia histórica en particular. Al respecto, no está de más recordar que
las ciencias sociales institucionalizadas aparecieron en un contexto particular
(la Europa occidental decimonónica), buscaban responder a los problemas que
planteaba el momento representativo que en ese instante se vivía (la modernidad),
para lo cual recabaron información fundamentalmente en la bien estudiada
experiencia continental, donde ese tipo de prácticas y situaciones había alcanzado
una mayor expresión (Wallerstein, 2001; Léclerc, 2000).
Este modo en que se constituyeron las ciencias sociales las llevó a buscar el
establecimiento de una genealogía que sirviera de legitimación de sus fundamentos
intelectuales. Para ello se recurrió a dos tipos de procedimientos: de una parte,
se estableció una historicidad del conocimiento forjado por la modernidad, cuyos
orígenes más remotos se remontaban a la racionalidad de los griegos, “pasando
por la revolución científica de la Edad Moderna, y que deja de lado la magia,
la astrología o la alquimia”, ignorando “el aporte de la magia natural y de las
filosofías herméticas a la renovación científica” (Fontana, 1994: 100). De la
otra, se estableció el carácter excepcional que entrañaba la experiencia europea
frente a las restantes civilizaciones. “Occidente —escribe Benhabib— nace de
la creencia de que los sistemas de valores y las formas de vida occidentales son
radicalmente distintos de los de otras civilizaciones. Este temor tan difundido
se basa en falsas generalizaciones sobre Occidente en sí, la homogeneidad de
su identidad, la uniformidad de sus procesos de desarrollo y la cohesión de sus
sistemas de valores” (Benhabib, 2006: 59).
De esta doble experiencia nació la práctica que atinadamente Ulrich Beck ha
definido como el nacionalismo metodológico, cuyo argumento central se organiza
en torno a la idea de que “la humanidad se halla dividida en un número finito de
naciones, cada una de las cuales debe cultivar y vivir su propia cultura unitaria,
garantizada por el Estado, el Estado-nación. Trasladado a la sociología [ergo, las
ciencias sociales], esto significa que la mirada [científica] está encerrada en el
Estado-nación, que es una forma de ver las sociedades desde el punto de vista del
Estado-nación” (Beck, 2002: 9).
28 Hugo Fazio Vengoa
Esta tensión que se presenta entre estas dos dinámicas podría a simple vista
interpretarse como una reedición de la vieja contraposición entre lo local y lo uni-
versal, fenómeno que fue tan distintivo de la historia de la humanidad a lo largo de
los últimos siglos. Pero tampoco es así. Fue un rasgo particular de los siglos XIX y
buena parte del XX que el Estado moderno, sobre todo en su vertiente occidental
u occidentalizada, nacionalizara casi todas las instituciones de la sociedad, como
el territorio (delimitación de fronteras precisas), la autoridad (concentración del
poder), la identidad (cristalizada en torno al “pueblo” y/o la nación), la seguridad
(monopolio en el ejercicio de la violencia), la ley (fundamentada en la Constitu-
El presente y las ciencias sociales 29
en las otras latitudes, sino también porque destruyeron los ámbitos sociales donde
podía anclarse el proceso de occidentalización. Sus fracasos más estruendosos se
experimentaron en los temas concernientes al desarrollo, en el debilitamiento de
la estructuración nacional estatal y en el creciente rechazo de sus imaginarios.
Como señala Latouche: “El fracaso de la máquina técnico económica engendra
el declive de Occidente como civilización. El fracaso del desarrollo y el fin del
orden nacional-estatal son los signos y las manifestaciones de esta decadencia,
pero no son las causas exclusivas. Las resistencias de las sociedades diferentes,
su capacidad para sobrevivir como diferentes, la destreza de las sociabilidades
elementales para desviar los aportes más diversos de la modernidad en sentidos
radicalmente diferentes contribuyeron a la erosión de la dominación del modelo
occidental” (Latouche, 2005: 139-140).
No es fortuito, por tanto, que el declive de este modelo, de esta descomu-
nal “máquina” social, fuera acompañado de la emergencia de particularismos,
los cuales no han dejado de reproducirse y cultivarse. De aquí que en este esce-
nario de creciente globalidad los elementos homogeneizadores encuentren una
contradictoria compañía en aquellos factores que apuntan a una acentuación de
los particularismos y de las diferencias. Ahora bien, con base en los elementos
compartidos que difundió esta “máquina occidental”, en el transcurso de las últi-
mas décadas comenzaron a emerger y a consolidarse experiencias civilizatorias
distintas a la original, aun cuando sigan compartiendo muchos elementos con la
matriz primaria.
Esta aparentemente contradictoria situación puede comprenderse mejor a
través de un ejemplo: es un hecho que en nuestro presente se ha acentuado la
movilidad de los científicos e intelectuales por todo el mundo. Ello, sin duda,
obedece a que la academia comparte unos fundamentos intelectuales comunes.
Si ha sido posible la contratación de millares de científicos asiáticos por parte de
las principales universidades norteamericanas, ello responde a que los códigos
intelectuales son compartidos. En la práctica, estos códigos son los mismos. La
física o la matemática en India o en China es la misma que se enseña en Estados
Unidos. Todos estos científicos participan incluso del mismo lenguaje científico.
De un idioma a otro se traducen los conceptos, cambian las palabras, pero los
significados permanecen.
En los otros campos de experiencia, las cosas obviamente no se presentan de
la misma manera, la equivalencia no es tan perfecta, aun cuando también en este
plano se arranque de un acervo compartido. En todos aquellos ámbitos distintos
a las ciencias naturales, es decir, en campos como la economía, la historia, la
cultura, las representaciones e imaginarios, la política, etcétera, toda producción
o realización no es otra cosa que un “localismo” que funge muchas veces con
El presente y las ciencias sociales 31
entre ellos; eran dinámicas que comportaban itinerarios diacrónicos, los cuales,
a lo sumo, en el mejor de los casos, producían cierto tipo de interconexiones in-
ternacionales. El entendimiento que se hizo de este tipo de desarrollo, así como
el tipo de inferencia intelectual que fue su evidente corolario, dio lugar a que las
ciencias sociales tendieran a privilegiar las miradas sectoriales y nacionales de
los principales problemas que a ellas interesaban.
Si la linealidad fue una de sus constantes, no debe olvidarse que estas diná-
micas eran decodificadas dentro de una perspectiva historicista, es decir, a partir
de aquellos enfoques que han tendido a concebir el desarrollo de los fenómenos
económicos, políticos, culturales y sociales como históricamente determinados,
perspectiva de la cual se ha colegido que cada época produce valores y dinámicas
que no pueden ser aplicables a otros momentos históricos. Ésta es una de las razo-
nes de la proclividad en la utilización del prefijo pre (v. gr., premoderno, prebur-
gués, precapitalista, etcétera), con lo cual se presume la inclusión del fenómeno
estudiado en cuestión en una secuencia cronológica lineal, donde lo moderno
permite descifrar lo premoderno, así como se pretende dar cuenta de su necesa-
ria evolución, en una perspectiva teórica que reconoce una unicidad del devenir
histórico, lo cual, a la postre, ha terminado sirviendo para asignarle un rango de
universalidad a una determinada experiencia histórica particular.
Ha sido a partir de esta toma de conciencia que dos interrogantes han adquirido
toda su actualidad: ¿qué es la globalización? y ¿cómo se pueden interpretar las
transformaciones que se han presentado en el escenario mundial en las décadas
más recientes a partir del concepto de globalización? Responder a estas preguntas
no es un asunto fácil, más aún cuando se observa que a lo largo de los últimos
veinte años se han acumulado numerosas aproximaciones al concepto, y de cada
una de ellas se infieren distintas cualidades del fenómeno, así como disímiles
Esta postura recorre buena parte de la obra de Karl Marx, quien sostenía que “la así llamada
evolución histórica reposa en general en el hecho de que la última forma considera a las pasadas
como otras tantas etapas hacia ella misma”. Algo similar se puede observar en la sociología
de Max Weber, quien inauguró una forma de clasificar las sociedades según un tipo ideal que
contrapone las sociedades modernas y racionales a las sociedades carismáticas o mágicas (Corm,
2004: 18).
34 Hugo Fazio Vengoa
por todo el mundo, fenómeno que en nuestro presente estaría dando origen al
establecimiento de una nueva síntesis planetaria de culturas, cuyo corolario sería
la afirmación de una especie de humanismo global.
La cuarta equipara la globalización con la occidentalización, y en un sentido
más estrecho, con la actual norteamericanización del mundo, y se utiliza para deno-
tar la penetración en todos los confines de la Tierra de las instituciones, prácticas y
referentes culturales provenientes de este entorno histórico-geográfico particular.
La última considera que la globalización es una forma de desterritorialización,
o supraterritorialización, como prefiere el mismo Scholte, lo que significa que
esta dinámica entraña una reconfiguración de la geografía, debido a que el
espacio social deja de corresponder con los lugares territoriales, con lo cual la
globalización se definiría como una transformación de la organización espacial
de las relaciones sociales y de las transacciones (Scholte, 2000: 15-16).
Esta rápida revisión de algunas aproximaciones permite sacar dos conclu-
siones preliminares: la primera es la amplia disparidad de significados que se le
han asignado al término. En efecto, con gran dificultad esas cinco definiciones
pueden reunirse en torno a unos elementos comunes y compartidos, lo cual segu-
ramente obedece a la disimilitud de experiencias y perspectivas analíticas a partir
de las cuales se aborda el problema, lo que torna más urgente reflexionar sobre
su naturaleza.
La segunda taxonomía consiste en que un buen número de aproximaciones
usuales no le confiere al concepto elementos de novedad, sino que simplemente lo
convierte en un vocablo que es utilizado para designar viejas prácticas (internacio-
nalización, universalización, occidentalización, etcétera). No es extraño, por tanto,
que las inconsistencias en que incurren estas aproximaciones salten a la vista. Se
puede hacer un rápido repaso de cada una de ellas. Con respecto a la primera, se
puede decir que si la globalización significa un incremento de la internacionali-
zación, no tiene ningún sentido acuñar un nuevo concepto para definir una vieja
práctica. Igualmente deficiente es la segunda. Seguramente su mayor problema
consiste en el hecho de situarse en una perspectiva del nacionalismo metodológico
y limitarse a señalar los crecientes niveles de interconexión que se presentan en el
mundo, muchos de los cuales tienen por lo menos una antigüedad de dos siglos.
Además, es evidente que, cuando la globalización es visualizada desde la locali-
dad, puede ser que se asemeje a una apertura, pero cuando se trata de comprender
el mundo en su conjunto, las dinámicas que comporta apuntan en la dirección
opuesta: hacia una mayor integración, y este reverso de la moneda no está incluido
en la definición. Con respecto a la tercera, cabe destacar que nada hay más distante
de la universalización que la acentuación de las diferencias. Como tuvimos oca-
38 Hugo Fazio Vengoa
za en torno a los enfoques y lecturas que se han propuesto a partir de las distintas
disciplinas sociales. Una ventaja que encierra este tipo de clasificación consiste
en que permite distinguir y precisar las distintas escalas de observación que in-
troducen las diferentes disciplinas, y las razones que las han llevado a privilegiar
unas variables por sobre otras en su aproximación al problema de la globaliza-
ción. De más está decir que la presentación que realizaremos a continuación en
ningún caso agota el tema.
Seguramente, los primeros que se interesaron por entender sus coordenadas
fueron los expertos en temas de comunicación, y en seguida vinieron los econo-
mistas. Para los primeros, el factor tecnológico, seguramente con una motivada
razón, ha sido considerado como la punta de la lanza de la globalización. La prin-
cipal idea-fuerza que convoca a estos analistas consiste en que la globalización
actual —la interdependencia catalizada por la electrónica— está dando vida al
surgimiento de la “aldea global”, es decir, al achicamiento del planeta como re-
sultado de los avances registrados por los modernos medios de comunicación, los
cuales han puesto en comunicación permanente e instantánea a la población de
todo el planeta (Thompson, 1998) y han hecho posible igualmente el surgimiento
de inéditos estilos de vida y nuevas formas de identificación.
En esa misma línea argumentativa, contemporáneamente con los comuni-
cadores, el politólogo norteamericano, de origen polaco, Zbigniew Brzezinski,
antiguo Consejero Nacional de Seguridad del presidente norteamericano James
Carter, introdujo una connotación importante cuando sostuvo que los cambios
tecnológicos en el planeta, aunados al poderío norteamericano, estaban condu-
ciendo al surgimiento de la primera sociedad global y a la primera potencia pro-
piamente global (Brzezinski, 1998: 19-38). Esta idea la basaba en el hecho de que
Estados Unidos realizaba más del 65% de las comunicaciones mundiales y había
logrado universalizar su modo de vida, sus técnicas, sus productos culturales, sus
modas y tipos de organización (Mattelart, 1997: 65).
A juicio de estos analistas, esta revolución informática, con sus consecuentes
derivaciones en distintas direcciones, se cimienta en la ampliación de la cobertura
que han alcanzado la televisión satelital e internet, y en la fuerte mercantilización
del amplio universo multimediático contemporáneo. Como resultado de la difusión
de estos medios y de las conexiones que suscitan, todas estas innovaciones habrían
tenido como corolario la acentuación de la interacción entre las civilizaciones y cul-
turas a lo largo y ancho del mundo, y habrían alimentado el surgimiento de una con-
ciencia cada vez más unitaria en torno a los grandes problemas de la humanidad.
Si la paternidad en la introducción del término recayó en los comunicadores,
fueron los economistas quienes posteriormente lograron popularizar el término,
40 Hugo Fazio Vengoa
y ellos han sido los responsables de que durante largo tiempo el concepto se iden-
tificara con temas conexos a la economía. René Dagorn considera que la amplia
aceptación del término entre los economistas obedeció a la conjunción de cuatro
factores. El primero fue la gran capacidad del término para describir las evolu-
ciones más recientes en el funcionamiento de la economía, como la aceleración
de los intercambios, la movilidad financiera, el debilitamiento de los controles
nacionales y la integración en una escala cada vez mayor. El segundo fue la des-
aparición en el Este y en el Sur de los sistemas económicos alternativos al capi-
talismo y la consiguiente universalización de este último. El tercero recayó en la
amplia utilización del término por parte de los organismos internacionales, con lo
cual deseaban destacar el carácter abarcador de la circulación de mercancías, ser-
vicios y capitales. Por último, intervino la creencia en un progreso constante de la
historia, en el sentido de una progresiva integración (Dagorn, 1999: 192-194).
En aras de una mayor claridad, toda esta amplia gama de perspectivas puede
congregarse en torno a dos tendencias fundamentales. Para unos, la globalización
no es otra cosa que un concepto que denota una forma más novedosa e intensificada
de internacionalización. Así, por ejemplo, Guillermo de la Dehesa la define como
“un proceso de creciente libertad e integración mundial de los mercados de trabajo,
bienes, servicios, tecnología y capitales”, dinámica cuyos líderes son los mercados,
sus agentes fundamentales son las empresas multinacionales, los factores que
determinan su expansión son las nuevas tecnologías en el transporte y en las
telecomunicaciones, y la liberalización de los intercambios de bienes, servicios
y capitales tanto a través de negociaciones multilaterales como por decisiones
unilaterales y bilaterales (De la Dehesa, 2000: 17). Una posición similar sostiene
Suzanne Berger, quien entiende por globalización “una serie de mutaciones en
la economía internacional que tienden a crear un solo mercado mundial para
los bienes, los servicios, el trabajo y el capital” (Berger, 2003: 6). Pero no sólo
los defensores, sino también importantes críticos de la globalización económica
De la globalización a la historia global 41
Los geógrafos —no está de más recordar que hace tiempo dejaron de ser
cartógrafos para asumir una geografía eminentemente social, cada vez más en-
tremezclada con reflexiones económicas, sociológicas, históricas y antropoló-
gicas—, por lo general, han centrado su atención en la concatenación de las
nuevas formas en las que se organiza el espacio (Harvey, 2003), con sus nuevas
polarizaciones, dispersiones y aglomeraciones de población, recursos, riqueza,
poder, etcétera. Seguramente, uno de los grandes aportes que han introducido
los geógrafos ha consistido en volver a concretizar el debate sobre la globaliza-
ción, por la importancia que han asignado a la distancia como obstáculo para
la integración social y a las nuevas formas de localización, preocupaciones am-
bas que se ubican en los registros en los que transcurre la naturaleza de la glo-
balidad.
La globalización modifica la noción de lugar, le asigna una nueva importancia. Antes, en
los contextos en los que los conjuntos espaciales se estructuraban largamente de manera
independiente unos de los otros, la posición de los objetos geográficos se reducía a una
proyección de coordenadas sobre una extensión de referencia abstracta (longitud y latitud)
o por su lugar en los medios naturales. Las posiciones relativas tenían sentido en contextos
bastante restringidos. Entonces se podía hablar de localidades […] Pero cuando el Mundo se
“leibnizianizó”, cuando son las posiciones relativas las que determinan las características
de sus elementos, entonces los lugares toman otro sabor geográfico. (Dollfus, Grataloup y
Lévy, 1999: 86)
que pretendían atacar. Por lo general, recurrieron a una estrategia de autoridad que
consistía en simplificar y reducir a un vulgar esquematismo las interpretaciones
tradicionales —sobre todo el realismo—, con el ánimo de justificar la novedad
de sus enfoques. De esta manera, encapsularon los anteriores paradigmas dentro
de un supuesto “territorialismo metodológico”, por la centralidad que éstos le
acordaban a los juegos geopolíticos y a los Estados, para vanagloriarse de
trascenderlos mediante el recurso de una metodología desterritorializada, como en
efecto ocurre con el planteamiento de Scholte, que comentábamos anteriormente.
Este procedimiento terminó suscitando más confusiones que aclaraciones, porque
se centró en la crítica de su punto más débil —el sistema westfaliano—, con lo
cual no sólo no aportó nada nuevo en la comprensión de lo internacional en el
pasado, sino que tampoco logró construir nuevas vías para interpretar el presente
mundial, y menos aún para posicionar este campo del saber de cara al futuro
(Rosemberg, 2004).
La profundización del desfase entre la calidad de las transformaciones y el
apego a unos referentes teóricos y conceptuales propios de una realidad histórica
que iba quedando irremediablemente atrás se convirtió en un serio problema
para este campo de estudio, en la medida en que lo que de modo corriente se
conoce como “lo internacional” o, simplemente, las relaciones internacionales,
se ha convertido en una trama borrosa, confusa, e incluso inasibles algunas
de sus páginas. Las anteriores certidumbres sobre sus prácticas se han vuelto
inciertas. Si hasta hace poco lo internacional se refería a lo externo, a los juegos y
dinámicas en el sistema de Estados, a la colisión de los “intereses nacionales” entre
distintos actores, etcétera, en nuestro presente, estas prácticas obviamente no han
desaparecido, siguen manifestándose, y a veces incluso con gran intensidad, como
ha ocurrido luego de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, pero recubren tan
sólo un pliegue del acontecer mundial.
A la postre, sin embargo, tampoco pudieron resistirse a su tentación (Postel-
Vinay, 1998) y tuvieron que comenzar a emprender importantes esfuerzos para
pensar la interacción entre las relaciones internacionales y la globalización, tratan-
do, eso sí, de constreñir al máximo la aplicabilidad del término, con el fin de con-
servar la “pureza” de los cimientos epistemológicos de su disciplina (Clarc, 1997).
En suma, tal como se puede observar de esta breve digresión que hemos
realizado sobre los enfoques propuestos a partir de las distintas ciencias sociales,
la noción de la globalización ha tenido un importante desarrollo a lo largo de las
dos últimas décadas. Poco a poco, ha permeado muchos de los nuevos enfoques
propuestos por las ciencias sociales y ha inducido a significativos cambios en las
escalas de análisis, así como a una modificación en el orden en que se perciben y
se organizan las cosas que ocurren en la realidad social.
50 Hugo Fazio Vengoa
Es por ello que las miradas que se han desarrollado desde estos presupuestos,
a lo sumo, han podido llegar a reconocer la existencia de intermediaciones y
de interconexiones, fenómenos que en ningún caso abarcan el sentido mismo
de la globalización. Ésta es un fenómeno “causado y causante” (Dollfus, 1999),
puesto que cobra vida a partir del número indeterminado de pequeñas y grandes
52 Hugo Fazio Vengoa
A lo largo del siglo XIX se operaron cuatro cambios que alteraron el sentido
del concepto de cultura: de una parte, se asistió a un paulatino divorcio con el
concepto de civilización, pues el primero fue adquiriendo un sentido dinámico,
propio de las nuevas capas de intelectuales y de artistas, mientras que el segundo
quedaba asociado a prácticas y a agentes pertenecientes a un mundo que paula-
tinamente iba quedando atrás. De la otra, la cultura fue perdiendo su aureola de
universalidad, pues se tornó cada vez más una práctica nacional, particular. Un
tercer cambio se debió a su mayor identificación con el desarrollo de las variadas
manifestaciones artísticas y, por último, cuando comenzó a difundirse el pensa-
miento antropológico, fue adquiriendo un contenido más social, pues entraron a
ser parte de la cultura elementos como los modos de vida, las costumbres, etcéte-
ra (Larraín, 2005: 86-89).
En el siglo XX, y particularmente desde la segunda mitad de la centuria,
por cultura se ha comenzado a entender la manera como los seres humanos con-
fieren significados a sus vidas a través de la representación simbólica. La cultura
no tiene un sustrato compacto, sino una “variedad de participaciones en la vida
colectiva, que se desenvuelve contemporáneamente en una docena de niveles di-
versos y en una docena de dimensiones y ambientes diversos” (Geertz, 1999: 68).
Es precisamente esta nueva matriz de significados culturales lo que ha redimen-
sionado el tema de la identidad en el último cambio de siglo.
Como podemos observar de este breve recorrido semántico, también en el
mundo occidental el significado del término cultura ha variado a lo largo del
tiempo. Ha tenido que irse ajustando a nuevas realidades sociales e intelectuales
que han ido apareciendo. Incluso, en el Viejo Continente al concepto de cultura
se le está confiriendo, nuevamente, un nuevo significado luego de que se puso fin
a la existencia de las dos Europas, puesto que los europeos centro-orientales han
recurrido a la cultura como un mecanismo de distanciamiento del espacio ruso/
soviético y de aproximación y de pertenencia a Europa.
No es cierto, por tanto, que la cultura comporte un contenido básico, vá-
lido para todas las épocas y sociedades, y menos aún que sus determinantes
fundamentales puedan inferirse de una experiencia en particular. Al igual que
ocurrió en el pasado, en el mundo actual, el concepto de cultura ha ido dotán-
dose de nuevos contenidos. Como señala Tomlinson, la globalización altera el
contexto de construcción de significados e influye en el sentido de identidad,
y eso ocurre porque lo global “existe cada vez más como un horizonte cultural
en el que, en diversas medidas, forjamos nuestra existencia” (Tomlinson, 2000:
35). Con esto no queremos señalar que exista como tal una cultura global, pero
sí queremos destacar que la cultura está siendo resemantizada por la globaliza-
ción.
56 Hugo Fazio Vengoa
Tal como decíamos antes, esta otra taxonomía se organiza en torno a cuatro
aproximaciones, las cuales sucintamente pueden ser resumidas en: la globalización
como interconexión, como compresión espaciotemporal, como representación del
mundo y como transformación histórica.
“Concurrir y competir —escribe Milton Santos— no son la misma cosa. La concurrencia puede
ser hasta saludable siempre que la batalla entre agentes, para emprender mejor una tarea y obtener
mejores resultados finales, exija el respeto a ciertas reglas de convivencia, preestablecidas o no.
La competitividad se funda en la invención de nuevas armas de lucha, en un ejercicio en que la
única regla es la conquista de la mejor posición. La competitividad es una especie de regla en la
que todo vale” (Santos, 2004: 50).
De la globalización a la historia global 61
2003: 34). Las segundas, porque a partir de este tipo de supuestos se transfor-
ma la interpretación de los hechos sociales en una argumentación de causalidad
que acredita sus mismos enunciados preliminares: el mayor bienestar estimula
la expansión de las empresas y la democracia, y la libre iniciativa optimiza la
eficiencia.
Por último, el entrecruzamiento con el neoliberalismo permite diluir y, en
ese sentido, esconder las asimetrías y las relaciones de poder que subyacen a estas
mismas prácticas. Como señala James Mittelman, esta clase de interpretaciones
“resulta completamente ambigua con respecto a la naturaleza de las relaciones
sociales, y totalmente oscura en lo referente a las jerarquías del poder” (Mittelman,
2002: 18).
Una buena ilustración de este contubernio entre globalización, entendida
como intensificación de las interconexiones, y neoliberalismo se puede observar
en las palabras del político español Joseph Piqué, cuando escribe: “Aunque pueda
parecer paradójico, la globalización ayuda a todos los países en pie de igualdad,
puesto que ayuda a diluir el poder que ciertos países, o bloques de ellos, hayan
podido tener en el pasado, neutralizando así esquemas de dependencia que tan
nocivos han sido históricamente. Con la internacionalización de las economías y
el progreso de la tecnología, las distancias geográficas se acortan, los mercados se
amplían, las posibilidades de elección aumentan en consecuencia y las relaciones
cautivas, por tanto, se debilitan. En el fondo, la globalización nos hace más
libres puesto que permite elegir con absoluta independencia a nuestros socios
comerciales, financieros e, incluso, tecnológicos” (Piqué, 1999: 26). En este breve
pasaje se percibe claramente cómo opera discursivamente el “círculo virtuoso”
conformado por la libertad, la democracia y el progreso.
Igualmente importante es el hecho de que, con la difusión alcanzada por
este tipo de interpretaciones sobre la globalización, se busca promover valores de
libertad económica y libertad política, es decir, la implantación de los principios
organizadores de una democracia de mercado, conjunto de valores a partir de cuya
aplicación se establecen nuevas formas de jerarquías, de acuerdo con el grado de
arraigo de estos principios en las distintas sociedades (Sassen, 2001: 35).
Sin duda que la amplia divulgación de esta interpretación de la globalización
en importantes medios económicos, financieros y políticos nacionales e interna-
cionales obedece a que es una visión fuertemente ideologizada que despersonali-
za los intereses subyacentes en estas prácticas neoliberales e identifica el futuro
con el incremento de este tipo de compenetraciones, de lo cual se infiere que
quien no asuma los retos que plantea la globalización, es decir, la apertura y la
integración a los mercados, queda atrapado en un pasado decadente.
De la globalización a la historia global 63
Por último, pero no por ello menos importante, sus incongruencias obedecen
a su escaso nivel de historización. Se mantiene apegada a una concepción “nacio-
nal” de la globalización, es decir, no sólo elude el análisis de las grandes trans-
formaciones del mundo actual, sino que reproduce una visión dicotómica entre
el adentro y el afuera, como si simplemente se estuviera asistiendo a una mayor
intensificación de flujos entre partes dispersas, cuando precisamente esto último
es lo que se ha revolucionado con la intensificación de la globalización.
Sobre el particular, conviene destacar que si bien esta concepción ha sido
economicista en sus enunciados básicos, en otros campos del saber también se
han emprendido análisis que reducen el fenómeno a una simple y fluida inter-
conexión. En este sentido, es importante detenerse, aunque sea brevemente, en
la manera como a partir de esta concepción se han concebido unos esquemas de
explicación de las relaciones internacionales contemporáneas, porque, de suyo,
estos análisis constituyen unas lecturas particulares sobre el mundo que nos ha
correspondido vivir.
En lo que respecta a las relaciones internacionales, la identificación de la glo-
balización con el simple aumento de las interconexiones ha servido de novedoso
marco legitimador de las tesis realistas y neorrealistas de los estudios internacio-
nales, porque como alude a una intensificación de los intercambios entre unidades
separadas, permite suponer que la relación entre éstas (dentro/afuera) sigue siendo
más o menos la misma que antes, no obstante la intensificación y distorsión que
ha introducido el proceso globalizador. También ha servido para legitimar este en-
foque tradicionalmente predominante sobre lo internacional, porque los neorrea-
listas perciben el escenario internacional como una especie de gran mercado don-
de los Estados compiten en la persecución de sus propios intereses, mientras la
“mano invisible” diplomática produce orden y estabilidad (Riordan, 2005: 37).
Cuando se arranca de esta visión simplificada y normativa de la globaliza-
ción, el estudio de la naturaleza de las relaciones internacionales puede seguir
inscrito dentro de los mismos esquemas referenciales anteriormente existentes.
No es casual, por tanto, que autores como Samuel Huntington (1996) naden a
sus anchas en esta concepción de la globalización, porque siguen entendiendo el
mundo a partir de una presunta existencia de unidades compartimentadas, inde-
pendientemente de si son Estados o civilizaciones que se constituyen a partir de
determinadas religiones.
Esta concepción, en síntesis, aun cuando mantiene todavía altos los niveles
de popularidad, por su simplismo interpretativo, pero sobre todo en razón de la
afinidad que mantiene con los actuales centros de poder, está condenada a desapa-
recer. No tanto por las incongruencias que reproduce y por la estrechez de miras
De la globalización a la historia global 65
David Harvey (1992), por su parte, quien parece no gustar mucho del término
globalización (2003), ha sostenido que este fenómeno demuestra que se ha
producido una transformación de naturaleza civilizatoria, cuyo núcleo se sintetiza
en la compresión del espacio por el tiempo, situación que explica el acortamiento
66 Hugo Fazio Vengoa
Para finalizar los comentarios sobre este enfoque, realizaremos una presen-
tación y crítica a algunas de las principales tesis del politólogo inglés David Held,
quien, con base en la reflexión que le inspira Anthony Giddens, ha desarrollado
una perspectiva histórico-estructural de la globalización, la cual define como “un
proceso (o una serie de procesos) que engloba una transformación en la organi-
zación espacial y las transacciones sociales, evaluada en función de su alcance,
intensidad, velocidad y repercusión, y que genera flujos y redes transcontinenta-
les o interregionales de actividad, interacción y el ejercicio del poder”. En contra
de las interpretaciones deterministas y monocausales, Held y sus colaboradores
propugnan una concepción abierta del cambio global contemporáneo y rechazan
todo tipo de concepción fija o singular del mundo globalizado (Held, McGrew,
Goldblatt y Perraton, 1999: 16).
De acuerdo con las tesis del politólogo inglés, con la intensificación de la
globalización se ha creado la posibilidad para una democratización de las relacio-
nes internacionales, ya que se estaría asistiendo al trasvase de las formaciones po-
líticas nacionales a ámbitos globales, debido a la constitución de circuitos, redes e
instituciones que están interviniendo fuertemente en la redefinición de la sobera-
nía y la ciudadanía, y que, si son bien canalizadas, deberían apuntar a la aparición
De la globalización a la historia global 71
Esta mayor intimidad del mundo, tal como la sugiere esta corriente interpre-
tativa de la globalización, obliga a repensar los fundamentos epistemológicos de
como tradicionalmente se ha entendido la política mundial, tanto en sus expre-
siones internacionales como nacionales. Con esta mayor densidad de la sincro-
nía, conjugada en torno a un abultado número de experiencia vividas, el notable
impacto de los acontecimientos distantes y de conjuntos de dependencias mutuas
entre actores, “todos acaban dependiendo de todos, casi nadie puede hacer lo que
quiere o al menos como quiere. Este tema crucial tiene una estrecha relación con
la cuestión de la toma de decisiones en política internacional, abordada tradicio-
nalmente desde el supuesto de que, a la hora de elegir entre las diversas opciones,
los actores se rigen por la elección racional, es decir, la que más conviene a sus
intereses, o la que menos los perjudica” (Vilanova, 2003: 47).
con cientos de decisiones económicas que generan repercusiones, sin ser parte
constitutiva de la misma globalidad, o como ocurre, en efecto, con gran parte
de los nuevos movimientos sociales, los cuales se encuentran arraigados en una
determinada localidad, pero cuyas funciones se articulan con redes globales, sin
que probablemente nunca lleguen a renunciar a su misma condición localizada.
La idea de situación reafirma la necesidad de trascender la dicotomía entre
lo local y lo global, y sugiere que ya no se puede seguir percibiendo lo primero
como si se encontrara inscrito en una inmediatez e incrustado en otros tantos ani-
llos que espacialmente lo trascenderían, como pueden ser lo regional, lo nacional,
etcétera. La globalización se realiza efectivamente en la intermediación y en el
encadenamiento de estos dos tipos de procesos, ninguno de los cuales prevalece,
ni organiza ni direcciona al otro. Esto, precisamente, le confiere una gran plasti-
cidad al fenómeno, e impide valorarlo en términos de estructura o de sistema.
Otro aspecto llamativo de esta concepción radica en que plantea la nece-
sidad de un cambio de paradigma para explicar las situaciones, articulaciones
y representaciones de esta nueva era histórica. A partir de la anterior, que se
articulaba en torno a la nación, el territorio, la sociedad, el Estado nacional y la
internacionalidad, se impone la necesidad de construir una perspectiva que dé
cuenta del mundo como un entramado unitario, donde lo nacional, obviamente
no va a desaparecer, ni va a perder toda su vitalidad. En este nuevo entramado,
lo nacional simplemente se concibe como una parte que actúa dentro de una uni-
dad mayor, el mundo, que con sus cambiantes fronteras le impone permanentes
reajustes y redifiniciones.
La tesis de la globalización como transformación histórica incorpora varios
elementos de las perspectivas anteriores. De la primera recupera el papel recon-
figurador que han asumido el liberalizado mercado y la acentuación de la com-
petitividad, quintaesencia de la reorganización planetaria en el tiempo presente,
dinámica que es entendida, eso sí, de una manera distinta a las tesis neoliberales
tan en boga, ya que reconoce que la globalización y, de suyo, la competitividad
han conducido no a un mundo más homogéneo, sino que han derivado en una
acentuación de la sincronización de las disímiles experiencias históricas nacio-
nales y/o regionales, donde tiene lugar un descubrimiento de la intimidad de los
distintos colectivos humanos, en razón de la exacerbación de la competición entre
los distintos sistemas sociales, y han dado lugar a constelaciones sociales que
interiorizan las conflictividades antes externas.
De la segunda incorpora la tesis de la multiplicación de ámbitos espacio-
temporales que convergen, se encadenan y sincronizan, así como las transforma-
ciones cualitativas que experimenta la modernidad en su versión actualizada. El
84 Hugo Fazio Vengoa
por parte de estos grupos. “Actúan según este lema: a la globalización hay que
combatirla con […] ¡globalización! [...] Quienes se manifiestan en la calle contra
la globalización no son ‘enemigos de la globalización’: ¡qué mareo de palabras!
Son adversarios de los defensores de la globalización que pretenden imponer
otras normas globales en el espacio de poder global, frente a otros adversarios de
los defensores de la globalización. De este modo ambos grupos de adversarios se
superan recíprocamente con sus objetivos globales y, con la fusta de la resistencia,
jalan incesantemente el avance del proceso de globalización” (Ulrich Beck, “La
paradoja de la globalización”, El País, diciembre de 2002).
Tres de los elementos principales que le dan sentido a la política global son:
la percepción del riesgo global, la cual alimenta la necesidad en torno a la emer-
gencia de una opinión pública mundial; la aparición de un espacio comunicativo
global y la cada vez mayor aceptación del tema de los derechos humanos. Sobre el
primero, Ulrich Beck ha anotado que “cuanto mayor la omnipresencia mediática
de la amenaza más fuerza política tendrá la percepción del riesgo para dinamitar
las fronteras. Yendo hasta el fondo, esto significa que el cotidiano espacio de la
experiencia de la humanidad no nace de una relación amorosa de todos con todos.
Nace de y consiste en percibir la calamidad de las consecuencias de la actuación
civilizatoria. En otras palabras, lo que funda la reciprocidad entre opinión pública
y globalidad es la reflexividad de la sociedad del riesgo mundial” (Beck, 2004: 75).
86 Hugo Fazio Vengoa
festada de pertenencia. “No tiene por qué ser una situación estática, ni resistente
a la modernización o a la contaminación cosmopolita como a veces se argumenta.
Esas ideas, valores y sentimientos compartidos, varían y se modifican, generando
mixturas y ensamblajes muy variados, pero no por ello forzosamente disolventes.
En muchos casos, como argumentó Manuel Castells, sólo desde esa identidad
percibida y sentida toma significado el cambio global” (José Subirats, “Cosmopo-
litismo insuficiente, nacionalismo obsoleto”, El País, 26 de junio de 2005).
Por último, también se observa una dinámica complementaria, la cual con-
siste en que “los migrantes del siglo XXI, a diferencia de sus ancestros en los dos
siglos anteriores, no están obligados a resignar los lazos con sus países de origen,
ya sea a nivel jurídico, político o económico. Con la liberalización de los concep-
tos de ciudadanía en los países receptores debido al auge del multiculturalismo,
las personas inmigrantes están ingresando a sociedades en las que las presiones
para naturalizarse o para ser como los nativos están muy debilitadas” (Benhabib,
2006: 293).
Además de los factores de transformación que acabamos de reseñar, tam-
bién intervienen los elementos de trascendencia, entre los cuales encontramos la
realización de lo “internacional” en los variados intersticios espaciotemporales
globales. En términos de trascendencia, esta interpretación de la globalización le
asigna un nuevo contenido al adjetivo global, revolucionando todas las perspec-
tivas anteriores. Lo “global” no alude a una forma de planetarización, sea bajo la
fórmula de la internacionalización, la interdependencia o la transnacionalización;
presupone asumir lo global como una dinámica interna al planeta, y lo local,
como una hibridación de las corrientes globales.
Si el mundo está ingresando en una nueva modernidad, esta modernidad-
mundo, las relaciones internacionales dejan de representar vínculos entre partes,
para pasar a escenificar unas nacientes y globalizadas relaciones internas mun-
diales. Esta tesis es sugestiva en su misma fundamentación porque cuando se
asume el mundo como un todo, el entendimiento del sentido de cambio de época
exhorta al desarrollo de una perspectiva analítica nueva que permita captar las
articulaciones que tienen lugar en el interior de esta globalidad mundial. Ello
no significa que las naciones, regiones y localidades desaparezcan, o pierdan su
relevancia, sino que se sincronizan barrocamente, con diferentes ritmos e intensi-
dades, en torno a un cúmulo de patrones globales.
A partir de estos presupuestos, esta perspectiva introduce varios elementos
de novedad con respecto a las tres tesis antes citadas. En primer lugar, asume que
uno de los rasgos del mundo actual consiste en la compresión del espacio por el
tiempo, pero no pretende identificar esta transformación con una práctica que
90 Hugo Fazio Vengoa
preciso, se han identificado los elementos y las situaciones que la ponen en movi-
miento, es posible su utilización en investigaciones empíricas y es una noción que
comporta un nivel de abstracción que permite ser generalizado en las distintas
experiencias históricas (Therborn, 2000: 154).
Que se le incluya dentro del campo de las categorías sociales, ello no
significa que la globalización represente una nueva teoría explicativa del mundo
y menos aún que pueda ser un novedoso metarrelato con pretensión holística,
como si su utilización fuera posible frente a todos los problemas y en los más
variados campos. Si a veces arrastra ciertos ecos de un gran relato, ello obedece a
que en nuestro presente se ha convertido en una categoría descriptiva para aludir
a determinados tipos de situaciones, representa el contexto histórico en medio del
cual se desenvuelve el mundo en la etapa contemporánea, y también se le asemeja
a una actividad práctica, por ejemplo, cuando se registra como un referente de
deseabilidad para la formulación de las políticas de desarrollo.
No obstante sus bondades y los aportes que ha simbolizado para volver a
problematizar desde un nuevo ángulo la política global, opinamos que un enfoque
que se limite a discurrir en términos de la globalización se queda corto, y no re-
sulta del todo adecuado, cuando se le quiere convertir en un punto de llegada. Es
decir, la globalización ha tenido el importante mérito de haberse convertido en un
importante vector a partir del cual se han podido visualizar desde otros ángulos,
y en toda su polivalencia, los principales problemas del mundo contemporáneo.
Pero suponer que la globalización puede explicar la condición de ser de la con-
temporaneidad constituye un craso error, porque, a diferencia de lo que fue la mo-
dernidad, no se le puede atribuir ninguna direccionalidad, porque es un fenómeno
que esconde tanto como descubre y porque reduce el espectro de problemas sólo
a los que se pueden enunciar y explicar en sus mismos términos.
Es decir, el problema que representa la globalización cuando se le quiere
convertir en una finalidad en sí consiste en que fácilmente se corre el riesgo
de quedar atrapado en un enfoque autorreferencial, pues sólo concibe y explica
lo que se desarrolla dentro de sus fronteras, en el interior de sus cadencias
temporales y/o alcances. Todo aquello que no se ajusta a su dinámica termina
siendo minusvalorado, desdeñado, o simplemente se decodifica, desconociendo
sus propias particularidades.
Por este convencimiento al que después de un largo recorrido hemos llegado,
somos de la opinión de que para hacer inteligible el mundo actual se debe optar
por un enfoque distinto, el cual toma como fundamento la globalización, las
reflexiones a que ha dado lugar y las dinámicas que comporta, pero desde un
observatorio distinto, perspectiva que hemos definido como una historia global
De la globalización a la historia global 95
Ésta es la clave, la historia universal [léase global, H. F.] en la época de la globalización, pues
el avance de la integración global y las luchas entre débiles y poderosos a las que aquélla ha
dado lugar han desatado la lucha por el reconocimiento y la identidad, o la soberanía […],
así como la aspiración a la autonomía, y de ese modo han vuelto a conferir importancia a la
diferencia frente a la integración, de manera que en el mismo momento en que el mundo se
ha hecho uno, no ha dejado de fragmentarse. (Geyer y Bright, 1995: 104)
España y Portugal en la formación del sistema mundial moderno desde finales del siglo
XV hasta mediados del siglo XVII) induce a los principales pensadores contemporáneos
del “centro” a una falacia eurocéntrica con respecto a su comprensión de la modernidad. Si
su comprensión de la genealogía de la modernidad es entonces parcial y local, sus intentos
por elaborar una crítica o defensa de ella parecen igualmente unilaterales y, en parte, falsos.
(Citado en Mignolo, 1996: 121)
Los antecedentes
Es un lugar común en la literatura especializada situar los inicios del pensamiento
sobre el desarrollo en el discurso de Harry Truman, el 20 de enero de 1949. En
aquella ocasión, el mandatario estadounidense declaró: “Lo que tenemos en
mente es un programa de desarrollo basado en los conceptos del trato justo y
democrático […] Producir más es la clave para la paz y la prosperidad. Y la clave
Desarrollo, globalización e historia global 109
para producir más es una aplicación mayor y más vigorosa del conocimiento
técnico y científico moderno” (citado en Escobar, 1998). El trasfondo ideológico
de esta magnánima inquietud era evidente: el propósito fundamental consistía
en crear las condiciones para reproducir los rasgos básicos de las sociedades
avanzadas entre las naciones en desarrollo.
Pero lo que no se debe olvidar, pero que por un curioso error ha omitido
buena parte de la literatura especializada, es que esta defensa del desarrollo entre
las naciones pobres era sólo un componente de una estrategia mucho mayor. En
efecto, el tema del desarrollo ocupó el cuarto punto en el discurso de posesión
de Truman como presidente de Estados Unidos. Los tres primeros estaban
dedicados al apoyo norteamericano a la ONU, al Plan Marshall y a la OTAN. O
sea, desde sus inicios, las preocupaciones norteamericanas sobre el desarrollo
constituyeron un elemento subsidiario dentro de un designio estratégico global
de Washington, donde los ejes fundamentales lo conformaban la lucha contra
el comunismo (reforzamiento de la OTAN) y la apertura y la liberalización de
los componentes más importantes de la economía mundial de entonces (el Plan
Marshall). La concatenación de estos elementos es lo que nos lleva a afirmar que
para hacer inteligible la evolución del pensamiento y la práctica del desarrollo
se debe acometer una historia estructural, en donde intervienen las ideas, las
instituciones y las fuerzas materiales.
Estas últimas experimentaron grandes cambios precisamente durante esos
años. Los años comprendidos entre 1945 y finales de la década de los sesenta
constituyeron un momento muy particular. De una parte, surgieron sólidos visos
de mundialidad política, bajo el ropaje de la Guerra Fría, y económica, a través del
crecimiento del comercio internacional y de la movilidad de los flujos financieros.
Pero no está de más recordar que en ningún otro momento en la historia fueron
tan fuertes y poderosos el Estado y las naciones, de la otra.
El período en cuestión constituyó un estadio bisagra, coyuntura histórica en
la cual se comenzó a dejar atrás la anterior configuración propiamente internacio-
nal y empezó a prefigurarse una nueva etapa de mayor globalización, aun cuando
se representara bajo el ropaje de la mundialidad, en razón del peso que en ese en-
tonces detentaba el eje Este-Oeste como elemento configurador de la política y la
economía mundiales. Los rasgos generales de este período se pueden resumir en
los siguientes aspectos: el sistema capitalista estaba ingresando en una nueva fase
en su desarrollo, caracterizado por el mayor dinamismo que estaban comenzado
a tener los procesos de naturaleza internacional, los cuales cumplían una función
agregadora de las disímiles economías nacionales. La creación del Fondo Mone-
tario Internacional (FMI), el Banco Mundial, el GATT e, incluso, la Organización
de las Naciones Unidas fue fiel testimonio de esta transformación.
110 Hugo Fazio Vengoa
los grandes Estados, comprimió la mundialidad que tenía lugar dentro de los
respectivos bloques.
Pero fue, en efecto, a través de los intersticios de esta internacionalización
como comenzó a intensificarse la globalización. De una parte, por la misma Gue-
rra Fría, en la medida en que este sistema de bloques entrañaba una ruptura con
respecto al viejo orden interestatal, en tanto que incluía una incipiente globalidad.
“Las fronteras de la violencia —escribe Mary Kaldor— se extendieron más allá
del Estado-nación, implicando grupos de países. Los bloques, más que los Esta-
dos, se convirtieron en ámbitos de poder delimitados por fronteras [...] Lo interna-
cional se convirtió en nacional dentro de los bloques, lo que proporcionó el marco
para el desarrollo de un sistema de organismos multilaterales que regulasen las
relaciones económicas globales y para el surgimiento de la sociedad civil trans-
nacional, al menos en Europa occidental” (Kaldor, 2004: 154-155). Hobsbawm, al
respecto, de modo más contundente precisa: “Fue la guerra fría la que les incitó
a adoptar una perspectiva a más largo plazo, al convencerlos de que ayudar a
sus futuros competidores a crecer lo más rápido posible era la máxima urgencia
política. Se ha llegado a argüir que la guerra fría fue el principal motor de la ex-
pansión económica mundial” (Hobsbawm, 1997: 278).
En el nivel económico, la transmutación de lo internacional en global fue
mucho más evidente. El nervio central del desarrollo económico mundial en la
década de los cincuenta lo conformaba la poderosa economía norteamericana.
Por razones geopolíticas (lucha contra el comunismo) y económicas (ampliación
de nuevos mercados), Estados Unidos estimuló la rápida recuperación de las
economías japonesa y alemana. Había, sin embargo, una diferencia de fondo entre
la economía norteamericana y las de sus principales contendores: mientras la
primera se orientaba prioritariamente en dirección al mercado interno, las otras
dos anclaron su desarrollo en el fomento de las exportaciones, para lo cual se
beneficiaron de sus entonces bajos costos laborales y un creciente aumento de la
productividad en la producción de bienes que gozaban de una alta demanda.
Con su gran crecimiento exportador, Japón y Alemania no sólo conformaron
importantes bloques económicos regionales, los cuales redoblaron de dinamismo
a sus economías, sino que le arrebataron significativas porciones del mercado
internacional a Estados Unidos y lo desplazaron de sectores rentables en su eco-
nomía doméstica. Ello se tradujo con el tiempo en un poderoso estímulo para que
las corporaciones manufactureras estadounidenses colocaran una parte creciente
de sus inversiones en estas nuevas potencias mercaderes. Esta situación condujo
a grandes déficit de cuenta corriente en Estados Unidos y superávit en Japón y
Alemania, situación que se resolvió coyunturalmente con grandes endeudamien-
tos por parte de EE.UU. y, a más largo plazo, mediante una drástica devaluación
112 Hugo Fazio Vengoa
Con las transformaciones sistémicas que tuvieron lugar a finales de los sesenta
se dio inicio a un nuevo período, el cual se extiende como presente histórico
114 Hugo Fazio Vengoa
Entre los primeros, las políticas o, mejor dicho, las condicionalidades del
ajuste, patrocinadas por el FMI y el Banco Mundial, como medidas para salir de
la crisis, además de buscar restablecer los grandes equilibrios macroeconómi-
cos, propiciaron en todas estas regiones el establecimiento de un nuevo patrón de
acumulación y desarrollo, el cual se ha caracterizado por la adaptación de estas
economías a las normas prevalecientes en el espacio global del capitalismo.
Como se ha demostrado profusamente, estas reformas constaron en lo esen-
cial de tres etapas: la primera, de ajuste y estabilización, consistió en la aplica-
ción de terapias de shock, con las cuales se buscaba producir una estabilidad
macroeconómica, reducir la inflación y el déficit fiscal y facilitar la libre activi-
dad del mercado; la segunda, focalizada en profundas transformaciones estruc-
turales, perseguía aumentar la competitividad externa e interna en los mercados
de bienes, insumos y financieros, para lo cual se estimuló la privatización de las
empresas públicas, se liberalizaron el comercio y el mercado de capitales y se
crearon incentivos a la inversión extranjera; la tercera, de consolidación de las
reformas y de recuperación de los niveles de inversión, se centró en la profun-
dización de los procesos de privatización, liberalización y desregulación, y en
una mayor apertura del mercado de capitales (Selowsky, 1991: 28-31). Con estas
reformas, América Latina, buena parte de Asia y de África no sólo se sincroniza-
ron sino que también se adaptaron de modo más penetrante a un tiempo y a unas
espacialidades globales.
En el caso de los antiguos países socialistas de la Europa central y oriental,
un papel muy importante en esta reconversión le correspondió a la atracción ejer-
cida por la posibilidad abierta para ingresar a las estructuras comunitarias. Ya en
fecha tan temprana como 1991, la entonces Comunidad Europea suscribió con
cada uno de estos países los acuerdos llamados “europeos”, orientados a ampliar
el comercio y la cooperación bilateral. Estos acuerdos consistían en apoyar el
desarrollo económico y político, contribuir a la consolidación de los Estados de
derecho, velar por la protección de los derechos humanos, fortalecer el pluralismo
político y los valores de la economía de mercado, es decir, favorecieron aquello
que puede denominarse como la implantación de democracias de mercado. Los
principales procedimientos utilizados para alcanzar esos fines consistían en el
desarme arancelario, la cooperación técnica y económica, la asistencia financie-
ra, el desarrollo de un diálogo político y la liberalización asimétrica de los inter-
cambios.
La favorabilidad para ser elegido candidato a ingresar a la Unión Europea
creó en los países de la Europa Centro Oriental un nuevo nivel de interdependencia
globalizante, pues la Comisión Europea precisó las condiciones que estos países
tienen que cumplir para poder ser seleccionados como aspirantes. Entre éstas
Desarrollo, globalización e historia global 123
polos exitosos comienza, por tanto, a cuestionar la metodología que sugiere que
lo que cuenta es la competitividad entre países, Estados o bloques, por cuanto su
misma razón de ser consiste en ser parte constitutiva de poderosas redes transna-
cionales imbricadas dentro de dinámicas globalizantes.
A escala de los espacios nacionales, el globalismo del mercado ha desenca-
denado cuatro tipos de procesos, congruentes los unos con los otros. Primero, ha
supeditado al resto de los sectores económicos nacionales a la lógica de funciona-
miento de los polos exitosos, en la medida en que este último es el principal motor
de la economía transnacionalizada, porque constituye el eslabón principal que ar-
ticula el espacio interno con las dinámicas globales y transmite las normas globa-
les al ámbito propiamente nacional. Esta centralidad del globalismo del mercado
ha tenido dos importantes consecuencias: de una parte, ha acentuado la dualidad
de la economía nacional entre un sector moderno globalizado o transnacionali-
zable y otro “tradicional”, nacional y, en ocasiones, parcialmente disfuncional en
relación con el primero. De la otra, con independencia de si los bienes y servicios
que se intercambian en el espacio nacional cuentan con la participación de los
polos transnacionales, en el espacio nacional también se empieza a responder a
unos estándares globalizados de calidad y costo, lo que acentúa la importancia de
las tendencias sincronizadoras, situación que globaliza en condición de subordi-
nación a los sectores “tradicionales”.
La centralidad que le ha correspondido a este discurso ha conducido a que
se opte por la consolidación de los polos exitosos como motor de los procesos de
crecimiento, acumulación y desarrollo, y que el resto de los sectores domésticos
tengan que adoptar los criterios de rentabilidad y calidad globales. Las esperan-
zas despertadas por la suscripción de tratados de libre comercio con países pode-
rosos son un buen testimonio de ello. Estos acuerdos, además, tienen otras con-
secuencias: producen un “amarre” del modelo (Fazio Rigazzi, 2004) a la lógica
del globalismo del mercado, con lo cual se torna prácticamente imposible ensayar
fórmulas diferentes de desarrollo.
Los polos exitosos explican igualmente el papel que le ha correspondido
desempeñar a la descentralización en el proceso de modernización, pues existe un
deliberado esfuerzo por permitir una mayor y mejor articulación entre lo local y
lo regional (ámbitos predilectos de actuación de los polos transnacionales) con lo
global. “Lo novedoso acerca del período contemporáneo es la manera y grado en
que los fenómenos globales penetran en las economías políticas nacionales. No se
trata de una oleada de globalización que está deslavando o borrando las diversas
divisiones del trabajo tanto en regiones como en ramas industriales; más bien,
se trata del surgimiento de diversas divisiones regionales del trabajo, atadas de
distintos modos a las estructuras globales” (Mittelman, 2002: 65).
126 Hugo Fazio Vengoa
estas distintas escalas espaciales se entrecruzan sin que ninguna de ellas asuma
una posición de liderazgo, que configure un mapa valorativo y les de un sentido
a las otras. En su representación espacial, la globalización se expresa como una
desordenada y caótica concatenación de estas disímiles espacialidades, las cuales
son portadoras de distintos grados de intensidad, cobertura y radio de acción, y
se despliegan diferenciadamente en sus expresiones temporales.
En su dimensión temporal, la globalización alude a la separación del tiempo
del lugar, la transformación del tiempo universal en una dimensión social, su
pluralización en distintas temporalidades, la alteración en la manera como se
relacionan los individuos con sus hábitats tradicionales al incorporarse a las nuevas
espacialidades temporalizadas. Al igual que ocurre con el espacio, que desde el
advenimiento de la modernidad se ha fragmentado en múltiples dimensiones,
muchas de ellas disociadas con respecto al lugar, el tiempo, descompuesto en
una pléyade de duraciones, se ha convertido en una categoría social plena que ha
hecho posible profundas alteraciones en el funcionamiento de las sociedades.
El énfasis en esta dimensión de la globalización sugiere perspectivas nuevas
para emprender novedosos análisis sobre los temas del desarrollo. Primero, porque
cuando se sostiene que el núcleo de la globalización consiste en una compresión
del espacio por el tiempo, se está optando por una lectura que sobrepasa el anterior
pensamiento economicista, pues se destaca que la globalización es un fenómeno
multidimensional, que se expresa con diferentes ritmos, intensidades y alcances
en la totalidad de ámbitos sociales y, por tanto, que sólo puede explicarse en
términos globales.
La interpretación predominante sobre la acumulación en condiciones de
globalización puede ayudar a ilustrar este punto. El economicismo del globalismo
del mercado tiende a ver en la acumulación simplemente un proceso técnico
de reproducción ampliada del capital. Lo que usualmente se olvida es que la
acumulación es también un proceso de diferenciación social, de reproducción de
las desigualdades y de concreción de una disimilitud en términos de poder entre
las cosas y las personas. “La acumulación no puede confundirse solamente con
los resultados del aumento de la productividad por la inversión y el progreso
técnico de los polos exitosos […] La acumulación es, por naturaleza, un proceso
de múltiples facetas, cuyos componentes son interdependientes y que no pueden
ser aislados en la realidad de las estrategias de los grupos y de los individuos que
se posicionan de manera dominante” (Peemans, 2002: 365).
Segundo, cuando se sostiene que la globalización constituye una transforma-
ción histórica, se despliega una perspectiva que va más allá de la concepción del
globalismo del mercado que se aferra a la contraposición entre lo local y lo global,
Desarrollo, globalización e historia global 137
Esto nos lleva al siguiente punto: el globalismo del mercado nos mostró la
fuerza que hoy en día tienen los elementos sincronizadores (polos exitosos, orga-
nizaciones multilaterales, la competitividad, la flexibilidad), el enfoque a partir
de la compresión espaciotemporal, y la pluralización de los mismos nos muestra
la vitalidad que siguen teniendo los factores diacrónicos en este mundo global.
La densidad histórica nos conduce a imaginar un modelo que reúna los dis-
tintos estratos definidos por Braudel. Los dos últimos han estado más fuertemente
compenetrados con la globalización, no así el primero, el de la vida material. Un
rasgo distintivo de este estrato es la economía informal, la cual también produce
bienes y servicios que satisfacen necesidades, pero muchas veces no constituye
una actividad propia de una sociedad salarial, y su objetivo no es la acumulación
ilimitada.
Como hace algunos años escribía Aldo Ferrer: “nunca han sido más im-
portantes que en la actualidad las especificidades nacionales y la calidad de las
respuestas de cada país a los desafíos y oportunidades de la globalización. La
experiencia histórica y la contemporánea son concluyentes: sólo tienen éxito los
países capaces de poner en ejecución una concepción propia y endógena del de-
140 Hugo Fazio Vengoa
sarrollo y, sobre esta base, integrarse al sistema mundial” (Ferrer, 1999: 23). Una
tesis análoga sostiene Alain Touraine cuando escribe:
Al mismo tiempo que es necesario reconocer los elementos de modernidad y los esfuerzos
de modernización en las regiones subdesarrolladas, es necesario identificar los componentes
no modernos (e incluso no modernizadores) de los países llamados desarrollados. Los
casos más interesantes son aquellos en los que el empuje necesario a la construcción de
un mundo moderno se dio por apelación al pasado y a la salvaguarda del interés nacional.
El caso de Japón es el más conocido pero no es el único. Las élites dirigentes más eficaces
no son aquellas que sólo hablan el lenguaje futurista, sino, al contrario, las que buscan
conscientemente aumentar la compatibilidad de la modernidad con elementos sociales y
culturales diferentes, para reforzar los factores de modernización. (Touraine, 2005: 197)
hechos, se han globalizado. Esto es lo que nos lleva a sostener que los problemas
medulares del desarrollo hacen parte de la globalidad y deben resolverse en
esos mismos términos. Por lo tanto, ni el nacionalismo metodológico ni una
respuesta estadocéntrica permiten encontrar soluciones a esos problemas. Si el
gobierno de un país opta por elevar el bienestar de su población, el globalismo del
mercado procurará desplazar sus actividades en aquellas direcciones en donde
las ganancias puedan seguir siendo elevadas, es decir, donde los salarios sigan
siendo bajos. El asunto de fondo es que el globalismo del mercado sí ha entendido
que estos problemas se han globalizado y busca globalmente procurarse la mayor
rentabilidad. La verdadera alternativa es, por tanto, pensar el desarrollo como un
asunto global.
Aquí surge otra pregunta: ¿cómo se puede globalizar el desarrollo sin caer
en las viejas utopías? Para responder a este interrogante, hagamos una breve
referencia a los principales actores de la globalidad, tal como tuvimos ocasión
de desarrollarlo in extenso en un trabajo anterior (Fazio, 2004). Se deben
considerar tres tipos de agentes: el primero simplemente lo mencionaremos
porque ya tuvimos ocasión de referirnos a él por extenso: el globalismo del
mercado, actor dotado de un gran poder y una alta capacidad de influencia en
temas económicos y financieros. El segundo, muy visible sobre todo luego del
Once de Septiembre, es el Estado, pero no el legendario Estado-nación, sino el
Estado transnacional cooperante, es decir, un aparato que entiende sus límites
para resolver los principales problemas que aquejan al mundo actual. El tercero
está representado por la naciente sociedad civil global, actor débil en temas de
seguridad (hegemonizados por los Estados) y económicos (predominio de las
instituciones financieras y comerciales transnacionales), pero cuyo papel aumenta
progresivamente en campos relativos a las desigualdades, la pobreza, el desarrollo,
los derechos humanos y el medio ambiente. Recordemos que estos temas ya no se
encuentran aprisionados en compartimientos estancos, ni pueden seguir siendo
pensados como si estuvieran aislados o al margen de los otros tópicos de la agenda
mundial. De hecho, atraviesan el campo de la seguridad y la esfera económica.
Esta situación ha terminado realzando el papel de esta sociedad civil global frente
a los Estados y a los agentes económicos transnacionales.
del Estado también aumenta porque es el único actor capaz de potenciar, bajo
la iniciativa y control del globalismo social, estrategias de desarrollo, derechos
humanos y sostenibilidad globalizantes. Es un Estado que, por tanto, debe desna-
cionalizarse y asumir un perfil transnacional, cooperante y cosmopolita.
A partir de este nuevo equilibrio entre el globalismo del mercado, el Estado
transnacional cooperante y una incisiva sociedad civil global, se abren las com-
puertas para el desarrollo de una globalización cosmopolita. La consolidación de
este tercer agente, producto de la madurez alcanzada por la intensificación de las
tendencias globalizantes, aunada al potenciado Estado y a las vigorosas institu-
ciones globalizantes del mercado, puede inaugurar el inicio de un ciclo cosmo-
polita porque sienta las bases sociales e institucionales para la configuración de
un paradigma neofordista global, es decir, la emergencia de un esquema de tran-
sacción similar a aquel pacto que fue la principal garantía de los “años dorados”
entre el capital, el Estado y el movimiento obrero, el cual preveía un mecanismo
de acumulación intensiva con base en la consolidación de las técnicas taylorianas
y de la automatización como paradigma tecnológico, una sistemática redistribu-
ción de las ganancias en productividad entre las diferentes clases sociales, una
producción y consumo de masas como régimen de acumulación, elevadas normas
de productividad, un sistema contractual de fijación de las medidas salariales y la
internacionalización del capital.
Pero, a diferencia de aquel régimen de acumulación, el paradigma neofor-
dista debe desarrollarse a escala global y, por la heterogeneidad de los Estados
y de los agentes sociales que compromete, debe abogar por una acentuación del
paisaje dialéctico y simbiótico entre los agentes que actúan en un plano mundial
(el globalismo del mercado), los esquemas macrorregionales (los procesos de in-
tegración), los actores que encarnan la “voluntad” nacional (las organizaciones
estatales) y los variados escenarios locales, los cuales deben asumir una vocación
globalizante, representados en una pléyade de organizaciones sociales. Este neo-
fordismo global debe sustituir al popularizado Consenso de Washington, es decir,
aquella agenda económica que sólo reconoce el libre comercio, la liberalización
del mercado de capitales, rechaza la mayor parte de las regulaciones y favorece
la transferencia de bienes y de iniciativa del sector público al privado. Lo deno-
minamos neofordismo porque su énfasis no consiste en un retorno a economías
estatizadas, sino en la reintroducción de ciertas regulaciones al mercado, porque
el desarrollo sólo puede alcanzarse con base en la integración económica interna,
la calificación del capital humano, la modernización de la infraestructura y la
constitución de sólidas instituciones nacionales transnacionalizadas.
Este nuevo paradigma podría convertirse en un nuevo contrato social que
atempere la colisión de globalizaciones y cree un contexto que reubique nuevamente
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