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DONDEQUIERA que uno dirija la vista, observa sufrimiento. Hay quienes cosechan las
consecuencias de sus propias acciones, como los que sufren los efectos de las drogas, el
alcohol o el tabaco, o los que quizá dañan su salud debido a malos hábitos alimentarios.
Sin embargo, gran parte del sufrimiento tiene su raíz en factores o sucesos que el
ciudadano común no puede dominar, tales como la guerra, la violencia, la delincuencia,
la pobreza, el hambre y las enfermedades.

¿Qué nos dice 1 Juan 4:8? Entonces, ¿por qué ha permitido toda esta aflicción durante
tantos siglos?


Cuando Dios creó a los primeros seres humanos, hizo algo más que un cuerpo con
cerebro. No quería que fueran autómatas sin inteligencia, así que los dotó con la
facultad del libre albedrío. Aquel fue un regalo magnífico, pues ³vio Dios todo lo que
había hecho y, era muy bueno´. Así es, ³perfecta es su actividad´ (Deuteronomio 32:4).
Todos estimamos esta dádiva, pues nadie desea que le dicten lo que tiene que pensar y
hacer, ni que le anulen la capacidad de elección.

Ahora bien, ¿debía utilizarse el libre albedrío sin límites? La Palabra de Dios da la
respuesta en sus instrucciones a los primeros cristianos: 1 Pedro 2:16. Tiene que haber
límites por el bien común. Por tanto, a fin de no caer en la anarquía, la ley debía regular
el libre albedrío.

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¿La ley de quién había de establecer los límites debidos de la libertad? La respuesta a
esta pregunta se relaciona con la razón fundamental por la que Dios ha permitido el
sufrimiento. Puesto que creó al ser humano, conoce mejor que nadie las leyes que
necesitamos para nuestro propio bien y el de los demás. La Biblia lo expresa así en
Isaías 48:17.
Está claro que una idea fundamental es la siguiente: Dios no nos creó a los seres
humanos para que nos independizáramos de él, sino que vinculó nuestro éxito y
felicidad a la obediencia a sus justas leyes. Jeremías, profeta de Dios, dijo: Jeremías
10:23.
Del mismo modo que Dios sujetó a la humanidad a Sus leyes físicas, como la gravedad,
también la sujetó a Sus leyes morales, concebidas para producir una sociedad
armoniosa. Con razón, su Palabra nos exhorta en Proverbios 3:5.

Por eso, la familia humana nunca tendría éxito sin la gobernación divina. Al tratar de ser
independiente de Dios, la gente idearía sistemas sociales, económicos, políticos y
religiosos que estarían en pugna unos con otros, haciendo que µel hombre dominara al
hombre para perjuicio suyo¶ (Eclesiastés 8:9).

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El Creador dio a nuestros primeros padres, un comienzo ideal. Disponían de cuerpos y
mentes sin defectos, y un jardín paradisíaco por hogar. Si se hubieran sometido a la
gobernación divina, habrían perpetuado su estado de perfección y dicha. Con el tiempo,
habrían sido los progenitores de una familia humana perfecta y feliz que habitaría un
paraíso terrenal. Tal era el propósito de Dios para el género humano.
No obstante, nuestros primeros padres utilizaron mal su libre albedrío. Creyeron
equivocadamente que les iría bien al independizarse de Dios y emplearon su libertad
para traspasar los límites de las leyes divinas. Al rechazar ellos la gobernación de su
Creador, él no estaba obligado a mantenerlos en perfección. Deuteronomio 32:5.

Desde su desobediencia, el cuerpo y la mente de Adán y de Eva comenzaron a


degenerar. Con Jehová está la fuente de la vida (Salmo 36:9). Por eso, al cortar su
relación con él, cayeron en la imperfección y con el tiempo murieron (Génesis 3:19). De
acuerdo con las leyes de la herencia genética, sus descendientes solo recibirían lo que
ellos poseían. ¿Y qué era? Imperfección y muerte. Por lo tanto, el apóstol Pablo
escribió: Romanos 5:12.




 
Cuando Adán y Eva se rebelaron contra Dios, desafiaron su soberanía, es decir, su
derecho a gobernar. Jehová pudo haberlos destruido y haber comenzado con otra pareja,
pero esa medida no hubiera aclarado la cuestión de cuál es la mejor gobernación para la
gente.

¿Qué revelan miles de años de historia? Pese a haberse probado durante todos estos
siglos muchas clases de sistemas sociales, económicos, políticos y religiosos, la maldad
y el sufrimiento no han desaparecido. En realidad, µlos hombres inicuos han avanzado
de mal en peor¶, especialmente en nuestros días (2 Timoteo 3:13).
Los logros científicos e industriales alcanzaron su cúspide en el siglo XX, pero también
lo hizo el sufrimiento de la especie humana. Y no importa qué avances médicos se
hagan, la ley divina se sigue cumpliendo: el hombre apartado de Dios enferma, envejece
y muere. Se ha demostrado con claridad que los seres humanos no pueden µdirigir su
propio paso¶.


  
 
De una vez para siempre, el trágico experimento de independencia ha evidenciado que
el gobierno del hombre que deja de lado a Dios no funciona. Solo la gobernación divina
puede traer felicidad, unidad, salud y vida. Además, la Palabra infalible de Dios, indica
que vivimos en ³los últimos días´ del gobierno humano independiente (2 Timoteo 3:1-
5). Jehová no lo tolerará por mucho más tiempo, como tampoco permitirá más la
maldad y el sufrimiento.

Dios pronto intervendrá en los asuntos humanos. Las Escrituras señalan: En Daniel
2:44.

¿Quiénes sobrevivirán cuando la gobernación divina reemplace a la humana? En


Proverbios 2:21 se asegura.

 
  
Bajo la gobernación del Reino de Dios, a los sobrevivientes del fin del presente sistema
de cosas se les introducirá en una Tierra sin maldad ni sufrimiento. La humanidad
recibirá la instrucción divina, y con el tiempo, Isaías 11:9.
Habrán desaparecido para siempre la pobreza, el hambre y la falta de vivienda, pues la
profecía de Isaías señala: (Isaías 65:21, 22).
Dios acabará con el sufrimiento. Destruirá este mundo corrupto e introducirá un sistema
completamente nuevo en el que ³la justicia habrá de morar´ (2 Pedro 3:13).

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