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DE LA PERSONA
Derecho a la diferencia; búsqueda de las raíces; afirmación de las minorías; renacimiento de
los nacionalismos y particularismos olvidados, es decir, resurgimiento de lo más arcaico;
reivindicación de las culturas más particulares (al punto de que "cultura" no se puede escribir
más que con la precaución de las comillas). Nuestra época que se hace llamar de la
globalización y la mundialización, no cesa de dividirse según las fracturas que la hacen explo-
tar. Bajo la delgada costra del supuesto pensamiento único se sienten los movimientos
telúricos y brutales de la identidad. Este análisis pretende ser una respuesta fundada en esa
búsqueda de individualidad e identidad de la persona.
Jean -Luc Marión' O\n riesgo se puede predecir que mien- la que no se puede incluso identificar y que,
tras el slogan de la globalización y de la por tanto, no se tiene ninguna oportunidad
"aldea única" más se autoproclame con una de superar puesto que se ignora incluso lo
arrogancia casi inconsciente de su violen- que en ella demanda una opción y una de-
cia, más las reivindicaciones de la identi- cisión.
dad —nacionales, étnicas, sociales, de cla- Nuestra opinión es que aquí los análisis
se, etc.— se van a exacerbar. Más incluso: políticos, económicos y sociológicos no sir-
tomarán un giro pulsional. Es ridículo escu- ven sino para tapar la crisis en cuestión,
char enfrentarse a los príncipes que creen incluida aquella que no se llega a avizorar,
gobernarnos, sostenedores de la "diferencia" hl discurso común no sirve para nada o, a
y defensores de lo universal, de la globali- lo más, para camuflar bajo silencio el he-
zación y del libre intercambio. A tal debate cho de que no se puede decir nada. Démos-
olímpicamente le falta un suelo sólido. En le, pues, por una vez, al análisis conceptual
efecto, uno lo constata en los dos lados: tanto —a la filosofía— una oportunidad de inten-
en la derecha (universalista en nombre del tar pensar lo que otros discursos esconden.
mercado, defensora de la diferencia en nom- Pues detrás de los debates sobre la identi-
bre de los terruños y de sus identidades pro- dad colectiva, sobre sus derechos y sus lí-
fundas), como en la izquierda (universalista mites —donde, seguro, la sociología y la
por jacobinismo y republicanismo, diferen- política se reservarán en última instancia la
* Profesor en la Universidad cial por comunitarismo o por nostalgia autoridad— se juega, amplificada a escala
de París-Sorbona, profesor autogestionaria). Todo esto sigue siendo in- de masas, la cuestión, en otro sentido más
invitado en la Universidad significante porque se ocupa de los sínto- difícil pero también más inteligible, de la
de Chicago. Esle texto fue
mas, sin reconstituir la crisis de la cual di- identidad personal. Podemos decir, incluso
publicado en la revista
Ettides, de octubre de chos síntomas ofrecen efectos todavía inin- anticipadamente —por cuanto se tratará del
1999, N"3.914. La traduc- teligibles. Estamos en crisis, pero no sabe- concepto que hay que encontrar y validar—
ción la hizo |uan Pablo mos aún de qué. Y la peor crisis sigue sien- , que aquí se juega la cuestión de la perso-
Contreras, S.J. do aquella que no se ha podido ver llegar, na. La identidad de la persona, la identidad
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(filosofía
que permite que nadie sea constreñido a anularse para que eventualmente yo no sea y sin embargo lo
a! punto de responder "¡Nadie! ¡No soy nadie!", piense, es necesario que yo exista al pensarlo y para
cuando se le pregunta por su identidad. Pues vivi- pensarlo. Pensar incluso que no existo implica pre-
mos en un mundo —¿y no ha sido el caso de todos cisamente que yo existo. Si pienso "yo no soy",
los mundos que nos han precedido?— donde cier- entonces soy.
tas personas ven que se les niega su derecho a ser Este argumento es irrefutable. Los innumerables
tratadas como una persona. La época en la que se ataques contra el "cogito cartesiano" no han hecho
impuso el sujeto raciona!, nuestro ego cogito tan otra cosa que reforzar su evidencia y su apodicti-
célebre, coincide como por azar con el tiempo en cidad. Que yo ponga en acción la existencia al rea-
que el comercio racionalizado de esclavos fue lizar el pensamiento, eso no se puede refutar. Aho-
institucionalizado por la economía liberal nacien- ra, otra conclusión sí se puede rebatir: al poner en
te. Y los triunfos del Yo trascendental de la ciencia a acción el pensamiento, ¿realizo mi existencia? ¿Es
menudo han tolerado, permitido, mejor dicho, pro- suficiente la existencia de un acto de pensamiento
ducido, una extensión de la esclavitud —el color en general para asegurar que yo, en cuanto persona
de la piel se encontró aventajadamente reemplaza- insustituible e irreductible, existo? Pues mi ego po-
do por los criterios primero religiosos, luego nacio- dría, en efecto, mostrarse como un sueño y una ilu-
nalistas, y finalmente, para pasar a la escala univer- sión {a la manera del budismo). Yo no podría existir
sal, ideológicos. Con los resultados que todos co- más que como una modalidad, superficial y
nocemos en nuestro siglo de hierro. La cuestión de provisoria, de un proceso indiferenciado que pen-
fondo es tratar los criterios que permitirían, al me- saría en mí, pero de hecho sin mí, siguiendo las le-
nos en el campo argumentativo, garantizar que na- yes de una racionalidad no solamente universal, sino
die sea impelido a reconocer que él es "nadie", a única e indiferenciada. Pues toda racionalidad tien-
conceder que él no es un hombre sino una especie de a lo universal, sobrepasa entonces la individuali-
de bestia superior o cadáver dotado de palabra. dad. Este spinozismo de la subjetividad no podría
minusvalorarse, pues es validado por el argumento:
E L Y O TRASCENDENTAL "esto piensa en mí sin mí" (Nietzsche, el psicoaná-
lisis clásico, el estructuralismo y sus avatares
¿Cómo alcanzar mi identidad? Es necesario dis- cognitivos), o por la hipótesis que afirma que todo
tinguir entre varias maneras de plantear la cuestión. pensamiento individual no pasa finalmente al acto
Una de ellas pregunta así: "¿Soy? ¿Existo?" La me- más que por un intelecto agente único, al cual sola-
tafísica conoce esta interrogante desde Descartes; mente conviene plegarse (la unicidad del intelecto
más aun, desde San Agustín. La respuesta a esta duda agente según los averroístas medievales, el circuito
es bien conocida. Supongamos que me equivoco al unificado de datos y de decisiones tomadas "en tiem-
asumir que yo soy y que existo, sea que yo sueñe o po real" por los internautas).
que esté loco, sea que toda mi ra- El ego cogito prueba una existencia a partir de
cionalidad aparezca falsificada o un pensamiento, pero no establece que este pensa-
que yo comprenda que ella deriva, miento o esta existencia sean míos. Lo que es tradu-
Lo que yo resulto como uno de sus efectos posibles, cido al léxico de la filosofía por la tesis del Yo tras-
de una racionalidad más com- cendental: reducido a "un pensamiento que acom-
ser concretamente prehensiva de la cual yo no tuviera paña todo pensamiento" (Kant}, sin que él mismo
ninguna ¡dea. En síntesis, suponga- pueda pensarse como un objeto particular dado, si-
(por mi cuerpo, en mos que mis evidencias primeras se gue siendo una función universal, que en principio
el espacio y en el revelan, de una manera u otra, se- toda subjetividad humana puede ejercer, pero de la
gundas, derivadas y, por tanto, du- cual no puede nunca apropiarse. Así, el Yo trascen-
tiempo) no es toda- dosas. Incluso en tal caso el argu- dental no me autoriza —al contrario, me prohibo—
mento se da vuelta. En efecto, para acceder a mi ¡denudad más propia. No se trata aquí
vía mi identidad. admitir que eventualmento yo no de una dificultad abstracta, que atormentaría sola-
sea, debo pensarlo; poro para pen- mente a los profesionales de la abstracción concep-
sarlo, para realizar de hecho el acto tual, sino del límite de nuestro comportamiento
de pensar, es necesario que yo ya sea, puesto que el como ciudadanos. Pues yo no llego a ser ciudada-
acto de pensarme, incluso si me equivoco y yo no no sino cuando tomo una posición neutra y umver-
soy, sigue siendo un acto, por tanto una existencia salmente compartida por todos los otros ciudada-
auténtica, tan sólida como lo parece. En síntesis, nos - neutra, porque en el acto de votar, por ejem-
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El Pensador, Rodin, 1880. filosofía!
fenomenal ¡dad que sube hacia mí como por asalto. lo sentido bajo todas sus formas. El privilegio del
O dicho de otra manera, es lo que en mí se deja hombre sobre todos los demás entes, no importa de
clavar a sí mismo por los trazos del aparecer. En los qué manera lo definamos (lenguaje, pensamiento,
casos extremos del sufrimiento o del placer, el re- racionalidad, intencionalidad, esrar-en-el-mundo,
flejo de lo sentido toma incluso un poder tal que etc.), radica justamente en que él se expone a una
puede obnubilar al libre arbitrio de la clara y distin- más amplia y profunda afección, tan vasta que no
La conciencia de sí. En efecto, puedo ciertamente solamente le entrega un acceso a sí, sino al mundo,
abstraer científicamente la objetividad de las "cua- el cual le adviene como suyo por procuración. Aho-
lidades segundas", suspender mis opiniones por la ra, la posibilidad de tal afección no radica sino en
duda, o por la reducción distanciarme del mundo la carne, en esta propiedad que soy de no solamen-
de la actitud natural, pero, una vez que la percep- te hacerme percibir, sino sobre todo sentir, es decir,
ción alcanza el grado (variable y sin duda in- recibir impresiones que se imprimen en mí, me
determinable cuantitativamente) a partir del cual re- modifican y me diferencian de mí. Nada me afecta-
currimos a los términos de placer y de sufrimiento, ría como carne si yo mismo no me dejara afectar
la libertad no so nos concede para sustraernos a las en persona. Esta afección en sí, entonces, desde el
sensaciones, las cuales debemos simplemente in- origen, por sí, me califica como auto-afección. Yo
tentar soportar —sentir y resistir en una pasividad me determino como individuo insustituible en la me-
originaria que, en ambos casos, se denomina, con dida en que me experimento a mí mismo a partir de
mí mismo, con ocasión de lo que me experimenta
del exterior. Por esta autoafección yo no me expe-
rimento en reacción supuesta como subjetiva a las
"¿Quién soy?'1 La respuesta ahora se impone con experiencias de los objetos del mundo (como lo
postula el empirismo dentista), sino en respuesta a
claridad: yo soy mi carne que nadie puede ser en mi lo que experimento como carne de mí mismo —el
lugar, puesto que es en ella donde yo tomo lugar. sufrimiento y el placer, el gozo y la pena, el miedo,
la angustia o la serenidad. Las pasiones emergen
siempre del alma (Descartes) y me dan acceso a
mí mismo más que cualquier otra afección. La car-
ne que, no obstante me expone al mundo (mientras
jListeza, pasión. Ésta, por definición, se me impo-
la intencionalidad se limita a abrirme un mundo),
ne de tal modo que ya no soy libre ni de sustraer-
me asigna finalmente a mí mismo al introducirme a
me a ella ni de provocarla. Yo soy tomado en mi
mi propia afección de mí por mí mismo. De ahora
carne —mejor: en cuanto carne— en el punto don-
en adelante, y por primera vez, yo sé quien soy por-
de soporto la pasión y de la cual no puedo huir. En
que experimento desde donde yo me experimento,
efecto, no puedo escaparme de ese punto, simple-
en mi carne, allí donde estoy seguro de encontrar-
mente porque no queda ningún otro punto en re-
me, donde, también, por consecuencia, todo y to-
serva —por todos lados yo seré con y en cuanto mi
dos pueden alcanzarme. Tal sometimiento a mi car-
carne, y allí donde mi carne ya no sea más yo no
ne me designa a mí mismo —como se designa un
podré ir nunca. Mi carne me asigna el lugar y la
objetivo militar—, al otro y al mundo, esto es, a to-
instancia donde se trata verdadera e irreductible-
dos los que pueden en ella alcanzarme.
mente de míen persona.
No se trata de creerse prisionero de su cuerpo "¿Quién soy?" La respuesta ahora se impone con
como en una ideología gnóstica o dualista, puesto claridad: yo soy mi carne que nadie puede ser en
que no se trata precisamente de la parte del mundo mi lugar, puesto que es en ella donde yo tomo lugar.
extendido que yo puedo conocer como mi cuerpo; Esta carne, por otra parte, no me designa un lugar
tampoco incluso de aquello que se suele llamar mi (un emplazamiento) en el espacio (o en el tiempo),
"propio cuerpo", que de hecho no designa más que que se desplegaría primero vacío, sin mí. Yo no cua-
un cuerpo físico entre otros asignado aproximati jo en mi carne simplemente como un yeso, un ce-
vamente a mí, pero jamás idéntico a Mí. Nunca soy mento o una cola fría. La toma de carne no equiva-
prisionero de mi carne, pues soy precisamente ella— le a la toma de una fortaleza o a la de un rango en
el solo lugar donde yo soy porque yo lo soy, la ins- una enumeración, o a la de una casilla en un orde-
tancia donde yo puedo ejercer mi egoidad, porque namiento. La toma de la carne no es nada de eso
no me expongo más que por ella a lo que no soy, y porque ella no toma nada que no sea ella misma. Yo
sin lo cual yo no llegaría jamás a mí mismo, puosos tomo carne como tomo un rostro, apariencia, esti-
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sona. En primer lugar, la carne parece alienarme
respecto de las instancias exteriores. En segundo
lugar, ella, al asignarme a mí solo parece
reconducirme a un solipsismo. De hecho, la difi-
cultad aquí viene de una asunción demasiado res-
trictiva de mi carne, o más bien de aquello que
me afecta, lo cual no podemos en principio más
que concebir como la excitación de una sensa-
ción. Pero yo experimento mi carne de una ma-
nera mucho más radical y universal, puesto que
yo no soy solamente afectado por la acción de tal
cosa sobre mí, sino más bien por las emociones y
disposiciones de espíritu (la alegría y la tristeza,
el placer y el dolor, la angustia y el entusiasmo,
etc.) A éstas no hay que reducirlas al rango de
"estados de alma", puesto que no definen sólo y
precisamente mi subjetividad, sino la relación que
yo entablo con el mundo en su global idad. Y de-
finen la apariencia general de todos los aconteci-
mientos que me sucederán en un momento dado.
Más aun: mi carne me afecta afectando de cierta
manera todos estos fenómenos en su propia dis-
posición: hoy día todo me es penoso o alegre,
porque yo me auto-afecto de pena o alegría. Por
consiguiente, mi carne me confronta con el mun-
do entero de los fenómenos, en el cual ella fija la
tonalidad fundamental al afectarme. Lo que me
afecta y auto-afecta en mi carne no es tal o cual
sentimiento, ni tampoco tal o cual fenómeno del
mundo. Es más bien la exterioridad misma, la aper-
tura misma, la alteridad. No se trata aquí, enton-
ces, de elegir entre la exterioridad alienante y la
autoafección, sino de concebir que la exteriori-
dad misma, una vez unlversalizada, determina ra-
dicalmente mi ipseidad en cuanto carne auto-afec-
tada. Lo que yo soy o, más bien, ese quien soy, se
define por aquello que me adviene, por aquél,
entonces, que es otro que yo.
. . . Y EL LLAMADO
Torso de las lo, es decir que tomando carne llego a ser yo mismo. El otro que yo, ¿definiría finalmente lo más
Centauras, Allí, en la carne, aparezco y me preciso. En síntesis: en íntimo mío - mi persona? Mi persona en su car-
Rodin, 1884. cuanto accedo al rango de carne me pongo en juego ne, ¿me sería dada como un acontecimiento de
como tal, como yo mismo, como ipse. otra parte que mí mismo? Esta paradoja, en la cual
la ipseidad y la exterioridad se cruzan y se refuer-
E L ACONTECIMIENTO... zan, la hemos intentado comprender a través del
modelo del llamado. Yo soy aquél que recibiendo
Sin encargo, este resultado, aunque definitivo a el llamado de lo dado se recibe enteramente a sí
nuestros ojos, suscita una interrogante. La pasividad mismo a partir de aquello que recibe. Dicho mo-
que autoriza a la carne a abrir la auto-afección presen- delo se duplica en dos paradojas, sin las cuales,
ta dos caracteres contradictorios que parecen impedir permanece ininteligible. Veámoslas.
que al tomar carne yo alcance también rango de per- Primero, la paradoja de un llamado que puede
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