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Relatos eróticos

Giselle Commons
Extractos de:
Placeres, Lonnie Barbach. Círculo de Lectores, 1991.
Curación Sección I. La relación
La zanja del desagüe Sección II. Cualidades del momento erótico. Lo físico

Edicion digital: buxara (2007)


Curación

Sarah siempre decía que los orgasmos eran diferentes después de la histerectomía. Ella
recordaba las contracciones del útero, y, sin embargo, ahora no las tenía.
Cuando vuelvo del hospital a casa, el dolor empieza a ceder. Cada día camino un poco
más, leo libros de ciencia ficción, me curo. Christine camina conmigo, prepara mis comidas
favoritas, me abraza y me reconforta.
Una tarde, me inclino sobre ella mientras está ante su escritorio, junto a la máquina de
escribir. Se vuelve y me roza el brazo y los muslos con suavidad, me besa con labios suaves
y hambrientos, como suele hacer a veces. Tiene la voz ronca, increíblemente profunda, una
característica que siempre traiciona su excitación.
Vamos a la cama y vuelve a acariciarme los brazos, los pechos, deslizando la mano
dentro de mi kimono. Mi pelvis empieza a alzarse rítmicamente hacia ella, y me abro,
alzando una pierna y poyando la rodilla contra la pared. Ella se da la vuelta, me aprieta
fuertemente la otra pierna entre las suyas, y me pasa los dedos bajo la ceñida chaqueta de
pijama que llevo para sujetarme el vientre, allí donde la piel empieza a crecerme de nuevo.
Lentamente, con un dedo, traza firmes circulitos en mi hendidura. Comienzo a
estremecerme, y encajo las caderas con mas firmeza entre su torso y la pared.
Hunde el dedo todavía más, y vuelve a sacarlo húmedo y pegajoso, para trazar círculos
más grandes, esta vez alrededor del clítoris. Como siempre, se ríe de lo húmeda que estoy.
Me deslizo por un momento en una de mis fantasías favoritas. Esa en la que hemos hecho
el amor toda la noche, y en la que ella ha conseguido que llegara al orgasmo una y otra vez,
de todas las maneras posibles, manual, oral, analmente, tocándome e incitándome
repetidamente, en busca del mutuo placer, hasta que dejo de pensar y pierdo de vista el
objetivo, limitándome a seguirla dondequiera que me lleve.
Vuelvo a sus dedos rápidos. El ritmo de la excitación entre mis piernas es más intenso
tras cada visita a la fantasía. Me maravilla cómo, pese a los años en que estamos juntas,
puede llevarme una y otra vez a ese estado de dorada ingravidez. "Te deseo -repito
mentalmente-, te deseo, dame placer". Fuera de mi cabeza, oigo mis propios gemidos,
como maullidos. Vuelvo a mover las caderas, extiendo un brazo para rodearle el cuello con
los dos, la atraigo todavía más hacia mí.
De pronto sé que voy a tener un orgasmo, y no puedo decírselo. Ni siquiera puedo
decir: "Note detengas". Me da miedo arquear la espalda, me da miedo tensar los músculos
del estómago, aún se están curando. El orgasmo es tan suave y silencioso que ella no lo ha
notado. Le digo que me introduzca los dedos para sentir los espasmos, y el rostro se le
ilumina ante ese síntoma exterior, visible.
-Estupendo, todavía funcionas -dice.
-¿Temías que no? -le pregunto.
-Sí -responde.
-Yo también.
Y me acurruco junto a su cuello para dejarme llevar, para soñar, para recordar.
Mientras estoy así, siento un intenso deseo de estirarme, de lamerla y acariciarla con
la lengua. La sola idea me hace reír: mi movilidad es aún muy limitada. No puedo
tumbarme boca abajo ni por un momento. Le pido que se acerque al borde de la cama, que
me deje arrodillar en el suelo, entre sus piernas. Parece dudar, pero inmediatamente se
quita las bragas y se desliza hacia los pies de la cama, no sin antes hacerme prometer que,
si siento algún dolor, me detendré inmediatamente y la dejaré terminar por sí misma.
De rodillas, me muevo cautelosamente de un lado a otro, de adelante atrás, le pido
que ascienda un poco más en la cama para apoyar cómodamente el torso, para tener el
vientre sujeto. Contemplo su suave nido dorado, y vuelvo a sentir el asombro que siempre
me inspira la visión de tanta belleza como allí florece.
Acerco más el rostro, me humedezco los dedos y separo los pliegues, me adentro en
ese perfume penetrante. Aparto sus labios con la lengua y exploro, en busca de respuestas,
los lugares donde su placer emerge a la superficie. Le rodeo los muslos con los brazos, me
acomodo mejor, y me relajo para alcanzar esos movimientos fluidos de la cabeza. Froto el
clítoris con la lengua, presionando. Su pelvis marca el ritmo, viene a mi encuentro, ahora
más de prisa, más y más deprisa.
Me recuerdo que la convaleciente soy yo. Para ella, no tengo que contenerme.
Incremento la estimulación, mordisqueo los labios, presiono con la lengua el botón que
encuentro sobre el glande. Empieza a agitarse de un lado a otro. Sé que va a tener un
orgasmo, y prosigo en un movimiento constante, sin cambiar la velocidad ni la dirección.
Llega violentamente. Como no podría seguirla por la cama, le agarro fuertemente los
muslos. Me atrapa la cabeza entre sus piernas suaves, impidiéndome oírla. Luego se relaja.
-Vasta -dice, aunque todavía responde a mi lengua-. No puedo más.
Me tumbo en la cama junto a ella, y cubro nuestros cuerpos con una manta.

Christine tiene el período. Le llevo bolsas de agua caliente, té y vino. Hoy la cuido yo.
Pienso en que no habré de volver a soportar dolores menstruales. Se acabó la sangre en las
sábanas.Me pregunta si me importa que use el vibrador para conseguir un orgasmo que la
relaje y calme los calambres. No me importa. Me muevo junto a ella, recuerdo los tiempos
en que jugábamos juntas con la vara de punta protuberante, buscando posturas en las que
compartir la estimulación, riendo, intentando llegar al orgasmo al mismo tiempo. Ahora,
ella gime y susurra, llega rápidamente, y luego parece fundirse, su cuerpo tan blando junto
a mi... Me sostiene en sus brazos, y las dos nos dormimos.
En el calor de la tarde, estoy tumbada en el sofá cama., leyendo, con la chaqueta de pijama
púrpura, que me sujeta el vientre, como única indumentaria. Se sienta para hablar de la
cena y, casi inconscientemente, me toca ahí, entre las piernas. Al momento, revivo para
ella, y ambas sonreímos. Me examina los labios casi clínicamente, tocando, siempre
tocando.
-Podríamos... -empiezo.
-Mmm... -responde ella.
Se sube a la cama, a horcajadas sobre mi pierna. Le bajo la cremallera de los
pantalones cortos, pero por su posición sólo puedo deslizar los dedos por debajo de sus
bragas y acariciarle el muslo de arriba abajo.
Mi pasión crece rápidamente mientras ella sigue trabajando, empujando,
contemplándose primero los dedos, luego mi rostro. Imagino que he tomado alguna droga
muy poderosa, y que mi cuerpo se relaja por completo. Preocupación, tensiones, dolor...,
todo desaparece, dejándome anclada en un presente eterno, con todos los sentidos
agudizados. Le aprieto un pecho con una mano, mientras con la otra pellizco mi propio
pezón, deleitándome con los jirones de placer que esto envía hacia mi coño, acelerado con
los movimientos de Christine.
Mi concentración se agudiza, se centra, y luego se pierde, dos veces. Me recuerdo a mí
misma que no debo asustarme: el orgasmo llegará tarde o temprano, por su mano o por la
mía. Sigue humedeciéndose los dedos, moviéndolos por mis labios en amplios círculos.
Respiro rápida, breve, relajadamente, y de nuevo empiezo a escalar mi brillante montaña
verde.
En mi interior, siento la garra de un inmenso orgasmo, que se acerca: es la sensación
que creí haber perdido. Dejo que crezca suavemente, sin intentar atraparlo, dejando que se
tome su tiempo, que siga su camino, hasta que me oigo aullar. Soy un puro grito: un grito
desagradable, crudo, que me araña la garganta y se hace pedazos a nuestro alrededor.
Recupero mi cuerpo tembloroso y me abrazo a ella, al borde de las lágrimas.
Más tarde, le digo que, si mi respuesta no es como siempre, yo no noto la diferencia.
Me mira y me cuenta que Gertie, nuestra perra labrador, se dio media vuelta y suspiró
profundamente cuando tuve el orgasmo.

Estoy echada de costado, oscilando entre los recuerdos y el sueño. Antes, consideré la idea
de masturbarme, y repasé mi estantería de literatura erótica: dos de Anaïs Nin, Lo que
hacen las lesbianas, Historia de O, Mi jardín secreto, Intimidades compartidas. Decido
esperar a Christine.
Vuelve y se mete en la cama, junto a mí. Paso de mis ensoñaciones a sus caricias, a sus
murmullos de amor. Se inclina sobre mí y me acaricia la oreja con la lengua. Dejo escapar
gemidos alentadores cuando se desliza más hacia su interior, trazando círculos,
serpenteando. Tengo la otra oreja enterrada en la almohada, por lo que todos los sonidos
exteriores me llegan de lejos. Me alancea la oreja con movimientos rápidos, movimientos
de penetración sexual; junto las piernas con fuerza enviando radiaciones de placer hacia
arriba y hacia abajo. No deja de presionarme el pezón entre los dedos, intensificando unas
sensaciones casi insoportables.
Le digo que me voy a tocar yo misma, y empiezo a hacerlo: descubro mi clítoris
hinchado y palpitante, los labios exteriores dilatados. Ella unta con aceite sus dedos y me
desliza uno en el culo. Me siento a punto de estallar con el hormigueo y la excitación que
recorren mi cuerpo, mientras ella me introduce el dedo, una y otra vez. El orgasmo llega
rápidamente, apoderándose primero de mis miembros, y acercándose en oleadas hacia mi
centro.
Ya relajada, le cuento que, antes de la operación, tenía tanto miedo de que mi sexo se
adormeciera que decidí no pensar en ello, y mucho menos comentárselo. Me abraza, y me
dice que lo entiende.
La zanja del desagüe

Corren los últimos días de la primavera, y estamos ayudando a unos amigos a cavar una
zanja de desagüe tras uno de sus edificios. Como nunca había utilizado un azadón, pierdo
algo de tiempo localizando el punto de equilibrio con respecto a mi centro. Nos alternamos
cavando y sacando el barro húmero. El suelo es de arcilla roja, algo pegajosa, y se nos
adhiere a la piel y a la ropa en pegotes brillantes.
Al pasar por la estrecha hondonada entre el montículo y el edificio, nos rozamos
íntimamente. En uno de los descansos, empezamos a manosearnos. Ella se va a hacer pis
en la lata del porche y vuelve, las manos en los bolsillos, abrochándose los pantalones.
Lascivamente me froto el sexo contra sus muslos inclinados, acaricio los pezones erguidos
que se destacan bajo la camisa. Cambia de postura y me desabrocha los pantalones, mete la
mano dentro, abajo, abriéndome las piernas. Las botas me resbalan en el barro. Me agarra
aún más fuerte por la cintura hasta que recupero el equilibrio. apoyo una bota en el muro y
me aprieto contra ella, hambrienta.
Se desliza dentro de mí, empieza a joderme rápido, fuerte, sus nudillos me frotan con
firmeza el glande del clítoris. Muevo el torso de atrás adelante, de arriba abajo, más, más.
-Sí, sí, mi amor, déjalo que venga -me susurra, incitante.
Siento que todo se me mete en la pelvis: sus dedos, mis labios, hasta el agujero del
culo. Contengo la respiración todo el tiempo que puedo, trago aire, vuelvo a contener la
respiración, creo que no podré mantener esta tensión por mucho más tiempo. Todo mi ser
se ha convertido en un nudo duro dentro de mí.
Con esa sabiduría maravillosamente intuitiva que tiene sobre mí, sabe dónde tocarme
y cómo moverse, sabe que voy a llegar al clímax en seguida, me mira gentilmente, me frota
el clítoris con el pulgar. Vuelvo a cerrar los ojos y aguardo en ese lugar delicioso, hueco,
hasta que veo llamas que brotan tras los párpados cerrados, hasta que siento cómo los
hombros se me encorvan y se me convulsionan. De pronto, me corro.
Lentamente, me vuelvo, me agarro a ella, respirando en breves jadeos. Los aromas del
sudor y el amor se mezclan con los olores de la tierra húmeda y la hierba caldeada por el
sol. Le beso el cuello con su sabor salado, se lo acaricio con la lengua, la empujo contra el
edificio, anclo las botas más firmemente en el barro. Nos besamos durante largo rato antes
de empezar a buscar la humedad. Cuando entro en ella, suspira. Descanso ahí unos
momentos antes de sacar el jugo y llevarlo hacia arriba, alrededor de la perla. Gime, gira la
cabeza a un lado y a otro, me atrae hacia ella con esas embestidas bruscas de su pelvis que
a mí me parecen tan excitantes. Pongo planos los dedos, los muevo entre sus labios
internos, froto la cara y la boca contra su mejilla.
Se le empiezan a doblar las rodillas. Se sujeta la pierna con la mía, apoyo mi peso
sobre ella para sujetarla mejor contra el edificio. Se aprieta fuertemente contra mis dedos,
hasta que entro en ella con embestidas profundas, breves. "¡Oh, qué húmeda está!", canto
para mis adentros. Le digo que está muy húmeda. Se deja caer contra mis dedos, luego me
hace sacar la mano. Vuelvo a su clítoris y se lo froto con dedos sedosos y resbaladizos,
separo el vello.
Echa la cabeza hacia atrás, arquea el cuello hacia adelante, le tiemblan los hombros.
Pequeños estremecimientos recorren su cuerpo, toda ella empieza a vibrar. Estoy llena de
amor, sólo quiero su placer. Tiembla y parece desmoronarse en torno a mis dedos, que se
retuercen. Su vagina se abre a mí, se cierra sobre mis nudillos en apretadas ráfagas.
Por la noche, en su cabaña, hablamos de lo sucedido por la tarde, repasamos nuestros
momentos favoritos, unidas, cálidas. Me excito de nuevo, tenso los miembros cansados y
rodeo su pierna con las mías. Nos frotamos, hablamos y nos provocamos hasta que todo
empieza de nuevo, dedos de manos y pies entrelazados. Reímos y nos abrazamos,
divertidas ante el río de pasión que corre bajo nosotras; un río que se alza hacia nuestra
superficie y nos domina, a veces, bruscamente, sin apenas dejar ver la profundidad y la
energía, que brotarán y crecerán, que cesarán y desaparecerán hasta dejarnos
derrumbadas, agotadas.
Sobre la autora

Giselle Commons es el seudónimo que utiliza esta escritora para sus narraciones
eróticas.
Aunque no he encontrado datos de que la autora se haya identificado, según fuentes
de internet (http://www.altladies.com/Notable_Womyn2.htm), Giselle Commons es seudónimo de
Tee A. Corinne (1943-2006), fotografa, escritora, poeta, editora y educadora. Por otra
parte, Barbach en su obra introduce su nota biográfica entre las de las autoras que
escriben en el volumen.

Sobre los relatos

En su trabajo como terapeuta sexual Lonnie Barbach (psiquiatra y autora de la


recopilación), se encuentra con la inexistencia de material erótico orientado hacia las
mujeres y con que la mayoría de las mujeres no se sienten cómodas con lo existente,
dirigido casi todo al público y la mentalidad masculinos.
Para llenar este vacío, a finales de los años 70 pide a varias escritoras con perfiles muy
distintos que escriban un relato erótico autobiográfico. El resultado es una recopilación de
31 relatos, de los cuales 5 son lésbicos. En su momento fue la primera colección de relatos
eróticos escritos por mujeres.

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