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BUREAU OF PUBLIC SECRETS

La sociedad del
situacionismo

“Aunque nunca hubiese existido una teoría situacionista constituida como potencial fuente
de inspiración, el sistema de consumo mercantil contiene implícitamente su
propio situacionismo.”

Daniel Denevert, Teoría de la miseria, miseria de la teoría

El segundo asalto proletario a la sociedad de clases ha entrado en su segunda fase.

La primera fase — que empezó difusamente en los años 50 y culminó con las luchas
abiertas de finales de los 60 — encontró su expresión teórica más avanzada en la
Internacional Situacionista. Elsituacionismo es la ideologización directa o implícita de la
teoría situacionista dentro del movimiento revolucionario y de la sociedad en su conjunto.

La I.S. articuló todo el movimiento global al tiempo que tomaba parte en él, llevando “la
violencia de los delincuentes al plano de las ideas” y dando una implicación práctica
inmediata a sus posiciones teóricas. De esta manera, presentó un modelo al movimiento
revolucionario, no sólo en la forma de sus conclusiones, sino también al ejemplificar
el método de la negación permanente; con este método, sus conclusiones fueron casi
siempre acertadas.
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Al generar en muchos de sus partidarios las mismas exigencias que practicó ella misma y
obligar a los menos autónomos a serlo al menos respecto de ella, la I.S. demostró que
sabía educar revolucionariamente. En el espacio de algunos años hemos visto
una democratización de la actividad teórica que no se había obtenido — aunque se había
buscado — en el viejo movimiento durante un siglo. Marx y Engels no fueron capaces de
suscitar rivales; ninguna de las corrientes del marxismo mantuvo la perspectiva unitaria de
Marx. La observación de Lenin en 1914 de que “ninguno de los marxistas del pasado medio
siglo ha entendido a Marx” es en realidad una crítica de la teoría de Marx, no porque sea
demasiado difícil, sino porque no reconoció ni calculó su relación con la totalidad.

La propia naturaleza de los errores de los situacionistas — expuestos y criticados por ellos
mismos sin ninguna piedad — es una confirmación de sus métodos. Sus fracasos sirven,
tanto como sus logros, para enfocar, clarificar y polarizar. Ninguna otra corriente radical en
la historia ha conocido un grado semejante de debate teórico, público y deliberado. En el
viejo movimiento proletario, la polarización teórica consiguiente era siempre la excepción,
la explosión que contradecía finalmente las intenciones de los propios teóricos, y un último
recurso cuando se veía que era imposible seguir manteniendo una unidad ficticia. Marx y
Engels no se disociaron públicamente del programa de Gotha porque “los asnos de los
periódicos burgueses tomaron este programa muy en serio, leyeron lo que no contiene y lo
interpretaron de forma comunista; y los trabajadores parecen haber hecho lo mismo”
(Engels a Bebel, 12 de octubre de 1985). Así, al apoyar mediante el silencio un programa
frente a sus enemigos, lo defendían igualmente contra sus amigos. Cuando Engels decía en
la misma carta que “si hubiese un sólo individuo con espíritu crítico en la prensa burguesa,
habría desmontado este programa frase por frase, habría analizado el contenido real de cada
afirmación, demostrado su sinsentido con la mayor claridad y revelado sus contradicciones
y sus gazapos económicos... hubiese puesto terriblemente en ridículo a nuestro partido”,
describía como un defecto de la prensa burguesa lo que más bien era precisamente un
defecto del movimiento revolucionario de su tiempo.

La expresión concentrada de la actual subversión histórica se ha descentralizado a sí misma.


El mito monolítico de la I.S. ha estallado para siempre. En la primera fase, este mito tuvo
cierta base objetiva: en el nivel en el que estaba operando, la I.S. no tenía rivales serios.
Ahora vemos una confrontación pública e internacional de teorías e ideologías situacionistas
autónomas que ninguna tendencia puede monopolizar. Toda ortodoxia situacionista ha
perdido su referente central. A partir de este punto, todo situacionista o que se pretenda tal
debe seguir su propio camino.
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Las primeras críticas del situacionismo siguieron siendo fundamentalmente ahistóricas.


Ellas medían las pobrezas teóricas de los pro-situs con respecto a la teoría de la primera
fase. Veían las miserias subjetivas y la inconsistencia interna de este medio, pero no su
posición en relación con la suma de los vectores teóricos y prácticos en un momento
determinado; no supieron tomar esta “primera aplicación no dialéctica” como debilidad
cualitativa del conjunto, como un necesario “momento en el trayecto de la verdad”. Incluso
las Tesis sobre la I.S. y su tiempo — que en muchos de sus aspectos son la recapitulación de
la primera fase en su momento de transición a la segunda — apenas abordan el aspecto
propiamente histórico del situacionismo.

En cada etapa de esta lucha, la realización parcial de la crítica engendra un nuevo punto de
equilibrio propio con la sociedad dominante. Como la teoría escapa a sus formuladores,
tiende, a través de su inercia ideológica autónoma, a formularse a través de todas las
permutaciones y combinaciones posibles, aunque principalmente de aquellas que reflejan
los nuevos desarrollos e ilusiones del momento. Captados en su transición de la primera fase
a la segunda, los pro-situacionistas del “reflujo posterior a mayo” del 68 fueron la
personificación de la inercia de una teoría confirmada. Esta inercia ideológica, a través de la
cual los partidarios de la teoría situacionista dejaban de lado los nuevos desarrollos de su
propia práctica, los del proletariado y los de la sociedad como un todo, dio la medida de la
debilidad del movimiento situacionista, mientras que la rapidez sin precedentes con que
engendró su propia negación interna — saboteándose a sí misma efectivamente para afirmar
la explosión que ya se le había escapado y limpiar el terreno para la nueva fase — confirma
su verdad fundamental.

Los pro-situacionistas vieron las cuestiones de la segunda fase en los mismos términos que
las de la primera. Al contemplar las nuevas luchas de los trabajadores, ampliadas y
relativamente conscientes, como si fueran actos nihilistas aislados de un periodo anterior al
que faltó por consiguiente, antes que nada, la proverbial “conciencia de lo que ya habían
hecho”, los pro-situs sólo demostraron que carecían de conciencia de lo que otros ya estaban
haciendo y de todo lo que falta por hacer todavía. En cada simple lucha veían la misma
simple conclusión total, e identificaban el progreso de la revolución con la apropiación de
esta conclusión por el proletariado. Así, concentrando abstractamente la inteligencia de la
práctica humana sobre el complejo proceso del desarrollo de la lucha de clases, los activistas
pro-situs fueron aspirantes a bolcheviques de un fantaseado golpe de la conciencia de
clase, esperando con este recurso hacer pasar su programa consejista, cuyas implicaciones
descuidaron por incomprensión o por impaciencia.
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La I.S. no aplicó su teoría a la propia actividad de la formulación de esta teoría, aunque la


naturaleza de la misma implicase su eventual democratización y pusiese así esta cuestión a
la orden del día. En la resaca de mayo, ni la I.S. ni la nueva generación de insurgentes a la
que inspiró habían examinado el proceso de producción teórica, ni en sus métodos ni en sus
ramificaciones subjetivas, al margen de algunos vagos procedimientos empíricos. El
contragolpe de la realización parcial de la teoría situacionista les arrojó sin defensas del
delirio megalómano a la incoherencia, al desencadenamiento de rupturas sin contenido a la
impotencia y, finalmente, a la represión psicológica masiva de toda la experiencia, sin
preguntarse nunca lo que les estaba pasando.

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Aun cuando la I.S. atrajese a muchos partidarios poco preparados, el propio hecho de que
esa masa de personas sin experiencia política revolucionaria particular, sin aptitudes ni
gusto por ella, creyesen encontrar en la actividad situacionista un terreno donde
comprometerse autónoma y consecuentemente, confirma la radicalidad tanto de la teoría
como de la época. Si el medio situacionista ha manifestado tantas pretensiones e ilusiones,
éste era simplemente el efecto colateral normal de la primera victoria de una crítica que hace
estallar tantas pretensiones de dominar la sociedad, y las ilusiones acerca de ello.

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En la medida en que las ideologías de la primera fase suprimieron todo lo que tenía que ver
con los situacionistas — incluyendo por consiguiente los conceptos más explícitamente
asociados con ellos —, el eventual descubrimiento de la crítica situacionista tuvo un
exagerado efecto contrario, dando a los situacionistas un monopolio aparente de la
comprensión radical de la sociedad moderna y de su oposición. De ahí que la adhesión a la
crítica situacionista tuviese el carácter abrupto y fanático de una súbita conversión religiosa
(que ha menudo ha dado lugar ulteriormente, debido a una actitud exactamente simétrica, a
un rechazo de ella in toto). Por el contrario, el joven revolucionario que ahora se adhiere a
las posiciones situacionistas tiende a estar menos sujeto a este exceso fanático, precisamente
porque los diversos matices de la lucha situacionista y de su recuperación son un aspecto
familiar de su mundo.

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En la segunda fase, la revolución ya no es un fenómeno aparentemente marginal, sino


claramente central. Los países subdesarrollados han perdido el monopolio evidente de la
contestación; pero las revoluciones no se han detenido, sólo se han hecho modernas y se
parecen cada vez más a las luchas de los países avanzados. La sociedad que proclamó su
bienestar está ahora oficialmente en crisis. Los anteriores gestos aislados de revuelta contra
miserias al parecer aisladas se conocen ahora por ser generales, y proliferan sin que pueda
llevarse la cuenta de ellos. 1968 fue el momento en que los movimientos revolucionarios
empezaron a verse en compañía internacional, y fue esta visibilidad global la que hizo
definitivamente pedazos las ideologías, que veían la revolución en todas partes, salvo en el
proletariado. 1968 fue también la última vez que las revueltas importantes pudieron ser
contempladas como revueltas estudiantiles.

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El proletariado ha comenzado a actuar por sí mismo, pero apenas hasta ahora para sí mismo.
Las revueltas siguen siendo, como durante los últimos cien años, reacciones principalmente
defensivas: apropiación de fábricas abandonadas por sus propietarios o de luchas
abandonadas por sus líderes (particularmente en las secuelas de las guerras). Aunque hay
sectores del proletariado que han empezado a hablar para sí mismos, tienen todavía que
elaborar un programa revolucionario abiertamente internacionalista y expresar sus objetivos
y tendencias internacionalmente. Aunque sirven como ejemplo de los proletarios de otros
países, todavía lo hacen a través de la mediación de facto de los grupos radicales y de la
información espectacular.

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La ideología de la primera fase, que ponía el énfasis en la realización del cambio radical sin
comprender lo negativo o la totalidad, ha encontrado su realización en la proliferación de las
llamadas instituciones alternativas. Las instituciones alternativas difieren del reformismo
clásico en que son principalmente un reformismo autogestionado inmediato que no espera
al Estado. Recuperan la iniciativa y la energía de los ligeramente descontentos y son un
sensor de los defectos del sistema y de sus posibles soluciones. La producción alternativa —
cuyo desarrollo en los márgenes de la economía recapitula el desarrollo histórico de la
producción de mercancías — funciona como un correctivo de la economía burocratizada,
debido a que es una empresa libre. Pero la democratización y la “autogestionarización” de
las estructuras sociales, aunque genera ilusiones, es también un factor que favorece el
desarrollo de la crítica revolucionaria. Deja atrás las cuestiones superficiales de la lucha,
mientras procura un terreno más seguro y sencillo a partir del cual resulta posible llegar a lo
esencial. Las contradicciones en la producción basada en la participación democrática y en
la distribución alternativa hacen fácil el desvío de sus bienes y de sus medios, hasta el punto
de hacer posibles “Estrasburgos de las fábricas” casi legales.

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La noción hip de viaje [trip]* expresa el hecho de que cuando las mercancías se hacen más
abundantes, adaptables y disponibles, la mercancía individual se devalúa en favor del
conjunto. El viaje no ofrece sólo una mercancía o idea, sino un principio de organización
que permite escoger entre todas las mercancías o ideas. En contraste con el bloque de
tiempo donde “todo está incluído”, que se vende todavía como una mercancía distinta, el
carácter mercantil del viaje en esta acepción indefinidamente ampliada (arte, artesanía,
pasatiempos, moda, estilos de vida, subculturas, proyectos sociales, religión), y que
comporta un complejo más flexible de mercancías y celebridades, esconde detrás una
actividad casi autónoma que el individuo tiene la impresión de dominar. Este “viaje”
representa el momento en que el espectáculo se ha hiperdesarrollado tanto que se
hace participativo. Restablece la actividad subjetiva que falta en el espectáculo, pero
tropieza con los límites del mundo dominado por él; límites ausentes en el espectáculo,
precisamente porque está separado de la vida cotidiana.

*La noción de “trip” de la tradición underground americana es más abierta de lo que sugiere la traducción
castellana “viaje”, incorporando aspectos psicológicos, de “estilo de vida” y de “concepción del mundo” que
pueden detectarse no obstante en ciertos usos dados a esta palabra por movimientos análogos de los 70 en
España y de forma más extendida en el sentido callejero del término “rollo”. [N. del T.]

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La disminución del dominio exclusivo del trabajo y la fragmentación del ocio


consiguientemente ampliado dan nacimiento a un diletantismo cada vez más extendido en la
sociedad moderna. El espectáculo representa al superagente que conoce la temperatura
correcta a la que debe servirse el sake, e inicia a las masas en técnicas de vida exóticas y en
placeres sofisticados anteriormente reservados a las clases superiores. Pero el anunciado
“nuevo hombre del Renacimiento” sigue alejado del control de su propia vida. Cuando el
espectáculo se hace hiperdesarrollado y quiere deshacerse de la miseria y de la
unilateralidad de su origen, se revela simplemente como un pariente pobre del proyecto
revolucionario. Puede multiplicar las diversiones y hacerlas más participativas, pero su base
mercantil le obliga ineluctablemente a volver a la matriz del consumo. Individuos aislados
pueden, en una caricatura de Fourier, reunirse alrededor de los matices más precisos de
gustos espectaculares comunes, pero estos nexos les dejan a pesar de todo separados los
unos de los otros y de la totalidad social, y la actividad pasional buscada se hunde en su
trivialidad. El nuevo cosmopolita sigue siendo históricamente provinciano.

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A la insatisfacción creciente, suscitada por su tendencia a la uniformidad del mínimo


denominador común, el espectáculo responde diversificándose. Las luchas son canalizadas
en luchas por un lugar en el espectáculo, llevando al desarrollo de espectáculos semi-
autónomos hechos a medida para grupos sociales específicos. Pero el poder singular de un
espectáculo procede de haber estado situado por un momento en el centro de la vida social.
De esta forma, el incremento de las elecciones espectaculares reduce al mismo tiempo el
poder espectacular, que depende de la propia magnitud y del hechizo totalitario de la
pseudo-comunidad que el espectáculo reúne. El espectáculo debe ser contradictoriamente
todo, para todos e individualmente, mientras se reafirma continuamente como su único y
exclusivo principio de unificación.
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El espectáculo resucita lo que está muerto, importa lo que es extranjero y reinterpreta lo que
existe. El tiempo necesario para que las cosas adquieran el grado necesario de pintoresca
banalidad para hacerse “retro” disminuye continuamente; lo original es lanzado al mercado
simultáneamente con su parodia, de la que a menudo apenas se distingue. Las discusiones
estéticas se circunscriben cada vez más a la mera cuestión de si algo es parodia o no. Esto
expresa el creciente desprecio que sienten por el espectáculo cultural sus propios
productores y consumidores. La sociedad produce un movimiento cada vez más rápido de
estilos e ideologías, llegando a un delirio que no escapa a nadie. A medida que se consumen
todas las permutaciones y combinaciones posibles, se dan a conocer las miserias y las
contradicciones individuales y empieza a discernirse la forma común que subyace a
contenidos diversos; “cambiar de ilusiones a un ritmo acelerado disuelve gradualmente la
ilusión del cambio”. Con la unificación global que ejerce el espectáculo, se hace cada vez
más difícil idealizar un sistema porque se halle en una parte del mundo diferente, y la
circulación global de mercancías, y por lo tanto de personas, acerca cada vez más el
histórico encuentro de los proletarios del este y del oeste. El reciclaje de la cultura deseca y
disuelve todas las viejas tradiciones, dejando sólo la “tradición de lo nuevo” espectacular.
Pero lo nuevo pierde su novedad, y la impaciencia por las novedades generada por el
espectáculo puede transformarse en impaciencia por realizar y destruir el espectáculo, la
única idea que permanece siempre realmente “nueva y diferente”.

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Puesto que la teoría situacionista es una crítica de todos los aspectos de la vida alienada, los
diversos matices del situacionismo deben reflejar, de una forma concentrada, las ilusiones
generales de la sociedad; y las defensas ideológicas generadas por los situacionistas
prefiguran las defensas ideológicas del sistema.

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La teoría situacionista ha cerrado el círculo al proporcionar su crítica de la vida cotidiana


el vocabulario sofisticado para una justificación del status quo. Por ejemplo, se ha
reprochado a los individuos que expresan insatisfacción con pseudo-entretenimientos
autocomplacientes en el medio situacionista su falta de “capacidad para el disfrute”, de
“sentido del juego” e incluso de “subjetividad radical”, y se ha acusado de “voluntarismo” y
de “militantismo” a los que han propuesto concretamente proyectos radicales o actividades
más experimentales de lo habitual.

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El vaneigemismo es una forma extrema del anti-puritanismo moderno que tiene que fingir
que disfruta de lo que se supone que es disfrutable. Como los habitantes de la ciudad que
afirman su preferencia por “vivir en el campo”, aunque por alguna razón nunca van allí, o si
lo hacen pronto se aburren y vuelven a la ciudad, el vaneigemista debe fingir placer porque
su actividad es, por definición, “apasionante”, incluso cuando esa actividad es tediosa o no
existe. Haciendo saber a todo el mundo que “rechaza el sacrificio” y que “quiere todo”, sólo
difiere del hombre de los anuncios que “exige lo mejor” por su grado de pretensión y su
reconocimiento, a menudo sólo ideológico, de los obstáculos que sigue habiendo en el
camino de su realización total. Olvidando la insatisfacción y el aburrimiento en su aburrida
denuncia ritual, en el momento en que las ideologías más retrógradas se hacen francamente
pesimistas y autocríticas en medio de su descomposición, el vaneigemista presenta
una imagen efectiva de la satisfacción actual.

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El egoísmo ideológico vaneigemista considera como esencia radical de la humanidad


la condición más alienada de la humanidad que se reprochaba a la burguesía, que “no deja
subsistir otro vínculo entre los hombres que el puro interés”, diferenciándose sólo
accidentalmente de la versión burguesa en que concibe medios diferentes de realización para
este montón de egos aislados. Esta postura es desmentida por la experiencia histórica real de
las revoluciones, y a menudo también por las propias acciones de quienes la invocan.

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El espíritu crítico de los situacionistas y su uso, calculado y a menudo conveniente de la


“arrogancia” y el insulto — una vez sacados del contexto de la lucha activa por cambiar las
cosas — encuentran su lugar natural en un mundo donde todos se presentan con un
espectáculo de inferioridad y son llevados a pensar que son “diferentes”, donde todo turista
trata de evitar a “los turistas” y todo consumidor se jacta de no creer en los anuncios (una
ilusión de superioridad con frecuencia intencionalmente programada en los anuncios para
facilitar la penetración simultánea del mensaje subliminal esencial). El individuo pseudo-
crítico afirma su superioridad estática a través de sus críticas desdeñosas y sin
consecuencias a otros individuos que tienen ilusiones más vulgares o al menos diferentes.
El sentido del humorsituacionista, producto de las contradicciones entre las posibilidades
latentes de la época y su absurda realidad, una vez que deja de ser práctico se aproxima
simplemente al humor popular medio de una sociedad en la que el buen espectador ha sido
ampliamente suplantado por el espectador cínico.

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Como reinversores de las riquezas culturales del pasado, los situacionistas, una vez que se
ha perdido el uso de estas riquezas, se unen a la sociedad espectacular como simples
promotores de cultura. El proceso de la revolución moderna — la comunicación que
contiene su propia crítica, la dominación continua del presente sobre el pasado —
engrana con el de una sociedad que depende del movimiento continuo de mercancías,
donde cada nueva mentira critica a las anteriores. Que una obra tenga algo que ver con la
crítica del espectáculo — manifestando un elemento de “radicalidad auténtica” o
representando algún momento teóricamente articulado de la descomposición del espectáculo
— apenas es desventajoso para ella desde el punto de vista de éste. Aunque los
situacionistas tienen razón al subrayar los elementos desviables de sus predecesores, al
hacerlo consiguen simultáneamente un lugar para ellos en el espectáculo, que debido a su
grave carencia de lo cualitativo aprueba la afirmación de que se puede encontrar algo entre
los bienes culturales que pone en el mercado. El fragmento desviado se
redescubre como fragmento; cuando el uso desaparece, el consumo permanece: los
desviadores son desviados.

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Un concepto tan vital como “situacionista” tiene que conocer simultáneamente los usos
más verdaderos y los más falsos, con multitud de confusiones intermedias.

27

Como otros conceptos teóricos fundamentales, no se puede suprimir la confusión interesada


engendrada por el concepto situacionista suprimiendo esta etiqueta. Las ambigüedades del
término “situacionista” reflejan las ambigüedades de la propia crítica situacionista, a la vez
separada de la sociedad que combate y formando parte de ella, a la vez partido separado y
negación de esta separación. La existencia de un “medio situacionista” distinto, que es a la
vez la concentración social de conciencia revolucionaria avanzada y la personificación
social del situacionismo concentrado, expresa las contradicciones del desarrollo desigual de
la lucha consciente en este periodo; ya que, aunque ser explícitamente situacionista no
garantiza una práctica inteligente, no serlo prácticamente garantiza que se tienen objetivos
de falsificación o una ignorancia cada vez más difícil de mantener de forma involuntaria. Se
considerará al espectáculo como un concepto específicamente situacionista en la medida en
que se considere simplemente como un elemento periférico más de la sociedad. Pero al
reprimir simultáneamente sus aspectos centrales y la teoría que los ha articulado de la forma
más radical, y pretender luego matar dos pájaros de un tiro mezclando estas entidades que
no se dejan subsumir en categorías, la sociedad confirma su unidad real, como cuando por
ejemplo una bibliografía contiene una sección titulada: “Vida cotidiana, sociedad de
consumo y temas situacionistas”.

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Para la I.S., la etiqueta situacionista sirvió para trazar una línea entre la incoherencia
prevalente y una nueva exigencia. La importancia del término se extingue en la medida en
que se conocen y practican ampliamente las nuevas exigencias, en la medida en que el
movimiento proletario se hace él mismo situacionista. Tal etiqueta facilita también una
categorización espectacular de lo que representa. Pero esta misma categorización expone
también la sociedad a la propia coherencia de las diversas posiciones situacionistas que
posibilita una sola etiqueta, dependiendo la fuerza de su exposición de la red total de
significaciones que arrastra el término en determinado momento. Es lo incisivo del término
lo que está en juego en los diversos enfrentamientos acerca de si alguien o algo es
situacionista, y el hecho de que el término “pro-situacionista” se haya reconocido
universalmente de forma peyorativa es una medida notable de su carácter incisivo. Aunque
su asociación con la etiqueta no sirve para defender determinados actos, en cierto sentido las
acciones de los situacionistas defienden el término, contribuyendo a presentarlo como una
bomba demasiado concentrada y peligrosa para que la sociedad juegue con ella. La sociedad
que, sin excesivos problemas, presenta sectores de sí misma como “comunistas”,
”marxistas” o “libertarios” encuentra imposible o imprudente todavía presentar algún
aspecto de sí misma como “situacionista”, aunque ciertamente lo habría hecho ya si hubiese
prevalecido, por ejemplo, el sentido “nashista” (neoartista oportunista) del término.

29

En sus comienzos, mientras nadie se les aproximaba, la crítica situacionista parece tan
intrínsecamente antiideológica que sus defensores apenas podían imaginar un situacionismo
que no fuese una gran mentira o un malentendido. “No hay situacionismo”, este término está
“privado de sentido”, declara I.S. 1. Una simple distinción basta para defender al término del
mal uso: la 5ª Conferencia de la I.S. decide que todas las obras de arte producidas por sus
miembros deben ser explícitamente etiquetadas como “antisituacionistas”. Pero la crítica
que se opone por definición a su ideologización no puede separarse de ella definitiva o
absolutamente. La I.S. descubre una tendencia “infinitamente más peligrosa que la vieja
concepción artística contra la que tanto hemos luchado. Es más moderna, y por tanto menos
evidente... Nuestro proyecto toma forma al mismo tiempo que las tendencias modernas a la
integración. Se da así una similaridad tanto como una oposición directa, en esto de lo que
somos realmente contemporáneos... Estamos necesariamente en la misma senda que
nuestros enemigos, casi siempre por delante de ellos” (I.S. 9).

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Es notorio que la intelectualidad moderna ha utilizado a menudo elementos de la teoría


situacionista, antes sin reconocerlo, y recientemente — al hacerse semejante plagio más
difícil, y considerando al mismo tiempo que la asociación espectacular con los situacionistas
añade más prestigio del que les quita el conocimiento de su dependencia — casi siempre
reconociéndolo. Pero son aún más significativas las numerosas manifestaciones teóricas e
ideológicas que, a pesar de no tener ninguna influencia directa de los situacionistas, e
incluso sin conocer su existencia, son ineluctablemente atraídas hacia los mismos temas y
las mismas formulaciones, porque éstas no son otra cosa que los aspectos fundamentales
intrínsecos de la sociedad moderna y de sus contradicciones.
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A medida que la teoría situacionista se desarrolla y profundiza, la sociedad moderna, aunque


sólo sea para comprender mínimamente su propio funcionamiento y su oposición o para
presentar el espectáculo que refleja lo que generalmente es más deseado, debe recuperar
cada vez más elementos de esta crítica o convertirse, rechazándola, en víctima de sus
propios ángulos muertos, que se incrementan consiguientemente.

32

En todas partes se divulga todo lo que la I.S. ha dicho sobre arte, proletariado, urbanismo o
espectáculo, todo menos lo esencial. En la anarquía del mercado ideológico, las ideologías
individuales incorporan elementos de la teoría situacionista separándolos de su totalidad
concreta, cuando en su conjunto reúnen efectivamente los fragmentos como una totalidad
abstracta. Toda la ideología modernista, tomada en bloque, constituye el situacionismo.

33

El situacionismo es el robo de la iniciativa del movimiento revolucionario, la crítica de la


vida cotidiana tomada por el poder. El espectáculo se presenta, si no como el iniciador, al
menos como el necesario foro de discusión de las ideas de su destrucción. Las tesis
revolucionarias no aparecen como ideas de los revolucionarios, es decir, vinculadas a una
experiencia y un proyecto específicos, sino más bien como un acceso de lucidez por parte de
los dirigentes, estrellas y mercaderes de ilusiones. La revolución se convierte en un
momento del situacionismo.

34

La sociedad del situacionismo no sabe que lo es; esto sería darle demasiado crédito. Sólo el
proletariado puede comprender su totalidad destruyéndola. Es principalmente el campo
revolucionario el que genera diversas ilusiones y matices ideológicos que pueden reforzar el
sistema y justificar un status-quo restaurado. Después de haber llegado a un punto de
equilibrio con el sistema, los propios éxitos de las revueltas sirven en parte para publicitar la
grandeza de un sistema que puede generar y acomodar logros tan radicales.

35

Por su propia naturaleza, el situacionismo no puede ser realizado plena e inmediatamente.


No pretende ser tomado al pie de la letra, sino seguido a algunos pasos de distancia. Si esta
pequeña distancia se suprime, aparece la mistificación.
36

Al producir su situacionismo, la sociedad hace saltar en pedazos la cohesión de otras


ideologías, quita del medio las falsificaciones accidentales y arcaicas y reúne los fragmentos
que puede volver a integrar. Pero, concentrando así la falsa conciencia social, la sociedad
prepara el camino de la expropiación de su conciencia expropiada. La sofisticación de la
recuperación desengaña por fuerza a los revolucionarios, su unidad empuja el conflicto a un
nivel más alto, y los elementos del situacionismo difundidos globalmente provocan su
propia superación en las regiones donde todavía no se habían desarrollado a partir de una
base teórica indígena.

37

La I.S. fue ejemplar no sólo por lo que dijo, sino sobre todo por todo lo que no dijo. La
prolijidad diluye el poder de la crítica. La discusión de lo que no plantea ninguna diferencia
oscurece lo que sí la plantea. Subir a la tribuna del pseudo-diálogo dominante convierte la
verdad en un momento de la mentira. Los revolucionarios deben saber callar.

KEN KNABB
1976

Versión española de The Society of Situationism. Traducción de Luis Navarro revisada por
Ken Knabb. Incluida en el libro Secretos a voces (Madrid, 2001).

No copyright.

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