Sei sulla pagina 1di 7

LA FIESTA DE PENTECOSTÉS

La celebración de hoy incluye DOS ASPECTOS -interdependientes-


que convendrá tener presentes en la homilía:

1) Final y plenitud de la celebración pascual (en el sentido originario


y básico de la celebración: no una fiesta aparte, la "fiesta del
Espíritu Santo", sino la culminación de la celebración pascual);

2) Especial referencia a un aspecto de la Pascua: el don, la


presencia, la acción del Espíritu Santo en los seguidores de JC de
cara a continuar su camino hacia la plenitud. Esta acción del Espíritu
Santo ha estado ya presente durante todo el tiempo pascual y
especialmente en los últimos domingos: un motivo más para no
identificar la fiesta de hoy con un "día" del Espíritu Santo, sino más
como una recopilación de la vida pascual(=la vida cristiana) que
podemos vivir gracias a la fuerza del Espíritu.

-Presencia del Espíritu: En lo que se refiere a la especial referencia


al Espíritu Santo, proponemos algunos aspectos que hoy conviene
tener en cuenta:

a)El Espíritu Santo es el don de Dios que caracteriza lo que el NT


denomina "tiempo nuevo" o "últimos días". No se trata de un
tiempo cronológico, sino de un especial anuncio e inicial realización
de la comunicación última y plena (=escatológica) de la vida de
Dios. Creer en el Espíritu Santo y en su presencia en nosotros es
sentirse inmerso en el don de vida que Dios nos comunica y nos
comunicará más.

b)La comunicación del Espíritu Santo es fruto del misterio pascual de


JC, es decir, la continuación de su camino de donación de vida. El
ritmo, por tanto, de la acción del Espíritu Santo será el mismo que
siguió JC: muerte-resurrección; lucha-vida. Se equivocan las
concepciones típicamente "pentecostalistas" (y similares corrientes
espiritualistas) que identifican el tiempo del Espíritu con la ausencia
de la necesidad de lucha, de compromiso, de continuar la tarea de
construcción del Reino, como si el Reino ya estuviera plenamente en
nosotros. Cristo comunica su Espíritu -Espíritu de Dios- al mismo
tiempo para continuar su camino (su lucha) y como prenda de su
victoria (inicio de la plenitud de vida). Se equivocan tanto quienes
se limitan al aspecto de lucha como quienes se instalan en el
aspecto de victoria. Como muestra el libro de los Hechos, la Iglesia
primitiva es consciente de la presencia del Espíritu Santo y por ello
tanto vive en la alegría y en la comunión con Dios, como se siente
impulsada al trabajo, al compromiso, a continuar el camino de JC.

c)Este aspecto eclesial merece también especial atención. "Creo en


el Espíritu Santo que está en la santa Iglesia", decía la primitiva
fórmula de la fe bautismal (cf. "Tradición apostólica", siglo III). Para
entender lo que es la Iglesia, más allá de discusiones entre iglesia-
estructura e iglesia-base, es preciso creer en la Iglesia (entera,
estructura y base, una y otra mutuamente vinculadas) como lugar
privilegiado de la acción del Espíritu Santo.

Ciertamente el Espíritu de Dios -como descubrieron también los


cristianos de los primeros siglos- puede estar en todas partes, no es
monopolio de la Iglesia, habla en aquello que Juan XXIII denominó
"los signos de los tiempos" (es decir, todo aquello que hay de
verdad, de vida, de amor, de progreso hacia una mejor realización
humana, en cada momento de la historia humana). Pero los
cristianos creemos que el Espíritu Santo continúa la obra de JC
especialmente a través de la Iglesia. Es la fidelidad de los cristianos
a esta acción la que puede hacer más fecundo el camino de toda la
humanidad.

d)Finalmente, debemos decir también que el Espíritu Santo es el


dador personal del amor de Dios en nosotros (/Rm/05/05). La vida
cristiana es una vida según el Espíritu, precisamente porque es una
vida -un camino- de comunión- identificación con JC, que se realiza
en la comunidad eclesial (en ella se expresa, de ella se alimenta,
por ella trabaja). Y la Iglesia es vivir del Espíritu y por el Espíritu. El
cristiano halla su fuerza de vida no en normas, en dogmas, en
instituciones -aunque todo ello tenga su función, pero siempre al
servicio de lo que es básico-, sino en la exigente fidelidad al
Espíritu. Por ello no teme ante los cambios sociales, ante las crisis
eclesiales, ante las dificultades personales. El Espíritu Santo es
fuerza que impulsa siempre más allá.

-Imagen de Pentecostés: De un modo semejante a lo que decíamos


el pasado domingo con motivo de la Ascensión, también hoy
convendrá evitar una presentación de Pentecostés excesivamente
reducido a la descripción lucana. Sin que la predicación deba ser
desmitificadora (no es el momento oportuno), sí es preciso que no
sea mitificadora. Es decir, que profundice sin quedarse en los
símbolos descriptivos que utiliza Lucas. Puede ayudar el hecho que
en el evangelio leamos una comunicación del Espíritu Santo situada
en un momento anterior y con una escenificación muy sencilla.
Como comenta G. Becquet ("Lectures d'evangiles", p. 469): "Lc
relaciona su reflexión con el Pentecostés judío, en el interior del cual
los apóstoles, definitivamente convertidos a la fe en el Resucitado,
comienzan a proclamarla. Juan la relaciona con el día de Pascua,
para mostrar que la realidad escatológica se inició en aquel día. Son
dos perspectivas de la misma realidad".

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1979, 12

-Pentecostés no es una fiesta aparte, la "fiesta del Espíritu Santo",


como podría ser la del Corpus o la Asunción. Es la plenitud del
tiempo pascual, el cumplimiento y la madurez de la Pascua que
hemos celebrado y que hoy termina. No tiene ya "octava" como
antes: hoy se concluyen las siete semanas pascuales, la
cincuentena, la "pentecostés". Y el Espíritu no aparece hoy en las
lecturas como novedad: los últimos domingos ya nos habían hecho
celebrar su presencia operante en la Iglesia de Cristo.

-El acontecimiento mismo de Espíritu, tal como nos lo ha relatado


Lc, debemos presentarlo en la homilía en sus valores más
sustanciales. Sin forzar demasiado los detalles (fuego, viento,
ruido) que más bien intentaban subrayar catequéticamente el
paralelo con la teofanía del Sinaí, se trata más bien de potenciar lo
que aquel día supuso para la Iglesia naciente: el Señor Jesús
Resucitado y Viviente envía su Espíritu a la comunidad eclesial, tal
como lo había prometido. Y será este Espíritu el que la anime
constantemente: en su oración y vida sacramental (hoy, la
Penitencia queda vinculada a esta donación del Espíritu por parte de
Cristo, 3a.lectura), en su misión de predicación ("como el Padre me
ha enviado, así también os envío yo", 3a.lectura; "se llenaron todos
de Espíritu Santo y empezaron a hablar", 1a.lectura), en la
diversidad de ministerios y carismas (2a.lectura). Hay un doble
paralelismo que nos puede ayudar a comprender lo que Pentecostés
fue para la comunidad cristiana de Jerusalén. El salmo responsorial
conecta la fiesta de hoy con la creación primera, y así establece el
gran paralelo entre la primera presencia creadora del Espíritu de
Vida en el mundo ("envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la
tierra") y su irrupción en la Iglesia de Cristo. Del mismo modo el
relato de Lc relaciona Pentecostés con otra manifestación del poder
de Dios en la historia de Israel: el Sinaí, con su Ley, su Alianza y la
constitución del pueblo elegido.

-Uno de los aspectos de la presencia activa del Espíritu en la Iglesia


es la diversidad de carismas que él suscita para provecho de la
comunidad. La 2a.lectura nos lo presenta como el factor decisivo de
la unidad eclesial, precisamente a través de la variedad de dones
que suscita en sus miembros.

La homilía debería ayudar a descubrir, en la vida personal y en el


acontecer comunitario a este Protagonista oculto pero activísimo, el
Espíritu, que sigue impulsando en nuestro siglo, con no menor
fuerza que en Corinto, a las comunidades locales y a la Iglesia
universal. ¿No es el Concilio un nuevo Pentecostés? ¿y no son signos
de su presencia la multitud de iniciativas y realidades que la Iglesia
posconciliar presenta, por encima de los límites y deficiencias que
lógicamente también existen en ella? La riqueza de carismas, la
universalidad de enfoques, la floración de comunidades cristianas, el
mayor compromiso en la misión y en el trabajo de liberación
cristiana, la vitalidad y el crecimiento de tantos valores evangélicos
en nuestro mundo... El tono debería ser decididamente positivo. Un
acto de fe en la presencia del Espíritu del Señor Resucitado en
medio de nosotros debería curar nuestra tendencia al susto, al
desánimo o a la fatiga.

-También de la Eucaristía que celebramos es el Espíritu el principal


protagonista: a)si Él hizo que los apóstoles se asomaran al balcón a
proclamar "las maravillas de Dios" ante la multitud (1a.lectura), hoy
hace reunirse a los creyentes para celebrar su "acción de gracias",
su Eucaristía: la plegaria eucarística es el corazón mismo de la
celebración, y en ella el presidente, por toda la asamblea, bendice a
Dios por sus intervenciones salvadoras en la historia, que continúa
viva y creciente. En más de doscientas lenguas ("cada uno en
nuestra propia lengua") la humanidad creyente alaba a Dios y
proclama sus maravillas. b)si tenemos la seguridad de que los
signos sacramentales son eficaces, es porque creemos que el
Espíritu actúa en ellos. No estaría mal que se conectara claramente
el primer Pentecostés con esta continua venida del Espíritu sobre
las celebraciones sacramentales: en todas ellas es Él quien las hace
eficaces: (cf. lo que dice sobre el sacramento de la Reconciliación el
evangelio de hoy). En particular el pan y el vino eucarístico son
para nosotros el Cuerpo y la Sangre de Cristo porque sobre ellos
invocamos la fuerza del Espíritu. La epíclesis (=invocación) primera,
sobre el pan y el vino, y la segunda, sobre la comunidad misma,
son dos momentos clave en que el presidente de la celebración
invoca, dentro de su plegaria eucarística, la eficaz intervención del
Espíritu Creador. En ambas ocasiones pide lo mismo: que se
conviertan en el Cuerpo de Cristo Jesús: el Cuerpo Eucarístico y el
Cuerpo eclesial.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1975, 10

-La fiesta de la plenitud (1a.lectura y evangelio)

* Pentecostés no es una fiesta independiente o autónoma, dedicada


a celebrar la venida del Espíritu Santo. Es el domingo que cierra el
tiempo pascual, íntimamente unido a la Pascua y a los demás
domingos pascuales, y que nos presenta toda la plenitud de riqueza
del misterio de la Resurrección de Cristo. En este sentido, es muy
significativo que el evangelio de hoy nos presenta la misión del
Espíritu en el marco del propio domingo de la Resurrección,
acontecimiento que el libro de los Hch presenta como ocurrido
cincuenta días más tarde. "No es inmediatamente después de la
resurrección cuando los primeros cristianos se dieron cuenta de
toda la importancia del acontecimiento, especialmente por lo que
respecta a la esperanza escatológica. Fue la perspectiva temporal,
con la profundización que permite, junto con la misión del Espíritu
influyendo en la misión de la Iglesia, lo que llevó a Lc, por una
parte, y a Jn por la otra, unos años más tarde, a formular esta
profundización. Lc conecta su reflexión con el acontecimiento del
Pentecostés judío, en el transcurso del cual los apóstoles,
definitivamente introducidos en la fe del Resucitado, empezaron a
proclamarla. Juan la conecta con el día de Pascua, con el fin de
mostrar mejor que la realidad escatológica de la comunidad del fin
de los tiempos comenzó a existir ya en este día, si bien no comenzó
a manifestarse hasta algunas semanas más tarde. Simplemente,
sitúan al lector frente a dos perspectivas de una misma realidad" (G.
Becquet, Lecture d'evangiles, Le Seuil, París 1972, págs. 469-470)

* Más que la exactitud cronológica, lo que interesa a la fe es esta


realidad profunda: la resurrección de Cristo representa la
posibilidad de participar en el Espíritu para todos los que creen en
él. El evangelio de la misa de la vigilia de Pentecostés lo afirma
explícitamente: "Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de
recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu,
porque Jesús no había sido glorificado" (Jn/07/39). ¿Qué es, al fin y
al cabo, el Espíritu Santo? Es aquella fuerza, interior y divina, que
impulsaba a Jesús a llevar a término su misión. En el quehacer
humano, decimos que un hombre o una mujer tienen mucho
espíritu, cuando están animados por un impulso constante que les
impele a realizar grandes obras. En el caso de Jesús, este "espíritu",
no era una realidad meramente humana, sino que era un aliento
divino, la fuerza del amor de Dios, es decir, el Espíritu personal de
Dios, el Espíritu Santo. Jesús no se consideró nunca propietario
exclusivo del Espíritu, sino que dijo de modo bien claro que de su
mismo Espíritu participarían quienes creyeran en él. Y esta promesa
se convirtió en realidad después de su glorificación, porque sólo la
nueva existencia del Resucitado, no circunscrita a un lugar y a un
tiempo determinados, hace posible la apertura universal del Espíritu.
Vivir la realidad de Pentecostés significa, por tanto, llevar a la
plenitud todas las consecuencias de nuestra fe en la resurrección.

-La Iglesia del Espíritu (2a.lectura)

* Desde sus orígenes, la comunidad de los creyentes en Jesús fue


consciente de estar penetrada e impulsada por el Espíritu Santo.
Los apóstoles y demás predicadores del Evangelio se sentían llenos
del Espíritu para anunciar la buena noticia de la salvación y para
obrar toda clase de prodigios y milagros. Asimismo, las
comunidades que se iban formando, sabían que la fuerza interior
que las mantenía unidas en el amor y en el servicio de los
hermanos era también el Espíritu del Señor. Y todos veían con gran
satisfacción cómo el Espíritu se derramaba sobre quienes creían en
su palabra, aunque no formaran parte del pueblo judío.

La Iglesia es posesión del Espíritu.

* ¿Qué hace el Espíritu para bien de su Iglesia? El fragmento paulino


que leemos como segunda lectura nos muestra cómo su acción es
múltiple y variada, pero que fundamentalmente su fin primordial es
siempre la realización de aquello que el alma realiza en los seres
vivos: ser principio de cohesión interna y de impulso para la acción.
Como dice el Vaticano II, "el Espíritu instruye y dirige a la Iglesia
con diversos dones jerárquicos y carismáticos y, guiándola hacia la
verdad completa y unificándola en la comunión y el ministerio, la
adorna con sus frutos" (LG, 4). Sin olvidar, desde luego, que esta
acción del Espíritu reclama y exige nuestra colaboración libre y
responsable.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1973, 2

Potrebbero piacerti anche