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DE LA TRASFERENCIA Y/O LA
CONTRATRASFERENCIA
EN PSICOANALISIS FUERA DE LA CURA
JEAN LAPLANCHE
-Dos preguntas irritantes no han dejado de formularse en el
curso de estas jornadas; dos preguntas que están, intentaré
mostrarlo, en estrecha relación. Aparentemente, hay en primer lugar
un problema de simple denominación: el famoso "psicoanálisis aplica-
do" sean cuales sean los términos propuestos para designarlo mejor
("fuera de la cura", "exportado", "extramuros"; Guy Rosolato ha
hablado de extrapolación...), todos estos términos se refieren
explícitamente a la cura. Entonces, la primer pregunta se cerniría de
esta manera: ¿debemos aceptar el malestar, ligado al hecho de
querer situar el psicoanálisis de los fenómenos culturales como
segundo en relación a la cultura; o bien habría que cuestionar esta
idea misma de exportación? Segunda pregunta, la de la transferencia,
y eventualmente la contratransferencia que, como Lo ha subrayado
Guy Rosolato, lleva a interrogarse sobre la presencia de la
transferencia en todas partes, por lo tanto en ninguna; y, por ello, a
GUY ROSOLATO
-Y bien, voy a redondear los ángulos. Durante estas
conversaciones, yo he tomado la siguiente posición: tenemos que
distinguir una terminología precisa en el seno del psicoanálisis cuando
hablamos de transferencia y contratransferencia; distinguirlo de una
extrapolación, de una forma de hablar más general de ese término
que, a fin de cuentas, no es tan tradicional en psicoanálisis. Estoy de
acuerdo con Laplanche en que en sus definiciones se admite un punto
fundamental: es necesario que las cosas estén reguladas de
determinada manera para que se pueda hablar de transferencia y
contratransferencia, y sobre todo de contratransferencia. ¿Cuál es
esa manera de regular las cosas en la cura? Consiste en que no hay
de ninguna manera espejo, reciprocidad entre la posición del analista
y la del analizado. Quiero decir que si el analizado puede decirlo todo,
expresar todos sus efectos, transferir de su pasado lo más personal,
lo más íntimo sobre la persona del analista; a la inversa, el analista
no funciona de la misma manera. No revela nada de su pasado, de
sus sentimientos, tampoco de sus mecanismos mentales durante el
análisis -lo cual no quiere decir que no tome conciencia de todo esto,
pero no lo revela al analizando-. Puede no tomar conciencia de esto,
ése es el problema de la contratransferencia. Pero por sobre todo,
este problema de la contratransferencia es tal vez el de ser llevado a
infringir la regla y a manifestar, a expresar, justamente aquello que
no debería ser manifestado. Tenemos entonces algo muy preciso.
Jean Laplanche plantea además que hay una restricción sobre el
poder y el saber. No es necesario decir que aquí entramos en una
discusión sobre la hipocresía. E1 poder, por ejemplo. ¿No podemos
decir que haya un poder del analista por el sólo hecho de que exista
esta regla que se impone, esta regla que es impuesta por el analista
A N D R E GREEN
-Un primer punto es el problema del campo. Este campo no es
fácil de delimitar. A grandes rasgos, concierne las creaciones
artísticas y las producciones culturales. Apenas hemos enunciado sus
dos capítulos, percibimos que existen subdivisiones importantes, es
decir que en el interior del campo de las artes, grandes diferencias
separan el arte del lenguaje, las artes plásticas y la música. Hay allí,
obligatoriamente, una toma en consideración del material, totalmente
determinante por razones que intentaré enseguida explicar.
Hay también una segunda gran distinción: el autor. ¿Hay un
autor o no? En cuanto a las artes, salvo excepciones, hay un autor,
pero en lo que concierne a las producciones culturales, puede no
haberlo. Un ejemplo totalmente característico de esta clase de si-
tuación es el análisis de los mitos, para los cuales no hay autor, o el
de los fenómenos religiosos, para los cuales no necesariamente lo
hay. En consecuencia, si planteamos la cuestión del campo en
relación a esta gran división: autor o ausencia de autor, nos vemos
llevados a desplazar el problema, a cambiar de terminología y
proponer dos polaridades -disculpen el lenguaje un poco mercantil-,
el polo del productor y el polo del consumidor. Sea cual sea la parte
del campo considerada, haya o no autor, habrá de todos modos
consumidor, o mejor, amateur. Es por esto que he adoptado el punto
de vista de estudiar los efectos a partir del consumidor. Es el
destinatario de la obra y es el que define mi posición, dado que no
estoy del lado del autor o del productor. Que yo esté eventualmente
mejor informado, incluso que sea más crítico o conocedor, no cambia
aquellos de los cuales procede, con los cuales tiene una relación de
filiación o de ruptura. Del mismo modo, las consideraciones relativas
al entorno social e histórico de la obra... a incluso aquellas que hacen
a su biografía. ¿Dónde se sitúa el análisis allí dentro? Ni de un lado, ni
del otro. Entre ambos, es decir que se alimenta a la vez de ambos
factores. Porque, por ejemplo, no se trata de biografía para el
analista, sino de estructuras subjetivas, estructuras comunes a todos,
seamos artistas, analistas, o ni lo uno ni lo otro, que trazan la or-
ganización del sujeto del inconsciente. Se trata entonces de algo
que participa de una encrucijada transicional, en el sentido de
Winnicott. El analista que hace este tipo de trabajo se mueve en un
ida y vuelta permanente entre factores endo y exopoéticos. Cuando
se dispone de estos instrumentos, se cuenta con el medio para
aclarar un poco el recorrido del analista y para superar un cierto
número de ambigüedades y malentendidos que se dejan de lado
generalmente cuando se abordan estas cuestiones.
ROGER DOREY
-No opinaría lo mismo que André Green en cuanto al psicoanálisis
fuera de la cura, tal como hemos tratado de delimitarlo aquí, tal como
lo vemos, tal como lo leemos desde las diferentes producciones de
unos y otros, se podría decir tal vez: sirve para saber porqué nos da
placer, porqué se goza frente a una obra de arte o una producción
cultural. Yo diría, porque nos moviliza. Porque, y no solamente en un
nivel emocional, sino en un nivel más profundo, me hace pensar que
en el fenómeno artístico, en el goce artístico, algo del orden de una
formación del inconsciente se activa para la lectura o la contempla-
ción; y nos encontramos, y allí me uno a Green, en una relación
intersubjetiva en la cual es importante distinguir al mismo tiempo lo
que corresponde al sujeto productor de la obra, y lo que corresponde
al sujeto consumidor. Estoy plenamente de acuerdo con esta manera
de encarar en esto la relación intersubjetiva. ¿Esta no puede tratarse
sin embargo en términos de transferencia y contratransferencia, tal
como lo hemos venido haciendo estos dos días, y especialmente esta
tarde? Creía que se había rechazado en gran parte el término de
contratransferencia, pero que se conservaba el de transferencia, lo
cual hace que falte establecer un paralelo entre el psicoanálisis fuera
y dentro de la cura. Quisiera recordar de todos modos que lo que ca-
racteriza al análisis en la cura no es solamente la transferencia
propiamente dicha, stricto sensu, sino la neurosis de transferencia.
Hay que hacer de todos modos una distinción entre transferencia, en
los dos sentidos. Freud insiste mucho en este problema del amor,
problema mayor en Psicología de las masas y análisis del yo -texto
fuera de la cura pero fundamental- sobre las relaciones entre seres
humanos. En el capítulo 4, "Sugestión y libido", Freud, en lugar de
sugestión dice libido, y en lugar de libido dice amor: amor sexual,
amor-amistad, amor de los seres humanos entre sí, amor de los
objetos, amor de las ideas. Y termina con la evocación de la epístola
de los Corintios. ¡Freud! Se ve entonces de qué manera es importante
esta cuestión del amor. Pero si introducimos el amor, introducimos
necesariamente aquello que puede insertarse allí: la sugestión. Es
necesario saber cómo funciona la sugestión por este desvío del amor,
no solamente en las relaciones interhumanas, sino en el interior
mismo de la cura analítica. Es un gran problema que quizás tengamos
ocasión de abordar otro día.
X...: -En relación al sufrimiento del cual se habló, hay
algo que no ha sido muy evocado estos días (quiero decir
que los psicoanalistas dudan en evocarlo), y es que la
demanda de los pacientes, la demanda de ayuda, demanda
de estar mejor, de aligerar su sufrimiento, es de todos
modos algo real, y estaríamos realmente locos si no
tratáramos de responder un poco a esto, o de intentar
escucharlo. Hablo ahora de aquel que produce una obra de
arte más que de hacer un análisis; se ha dicho muy segui-
do: si escriben, si pintan, puede tratarse de un deseo
similar al de la terapia: cuidarse, encontrar su salida, y
luego está la vertiente de los otros que si pintan, si
escriben, es para sentirse peor, para llegar hasta el
extremo de su sufrimiento, a veces hasta la locura. Soy
sensible a esta doble vertiente de, por un lado, las obras
apaciguadoras, que han servido tal vez para apaciguar a
sus autores, y por el otro las obras que, por el contrario,
generan malestar y no provocan un júbilo en el lector.
Pienso en Malcom Lowry, en Virginia Woolf, en fin, autores
que conocemos todos y que han llegado hasta la locura.
Planteo esta pregunta a André Green.
André Green: -Me plantea preguntas realmente muy difíciles.
Probablemente lo decepcione al decirle que no estoy convencido de
los postulados que propone. Creo que hoy en día los analistas
están bien ubicados para desconfiar de la gente que los
consulta para "estar mejor". Corren el riesgo de despertarse un
día obligados a constatar que ese deseo de estar mejor recorre los
caminos más oscuros, que consisten en estar peor. El artista crea
para cuidarse... Pero ¿no cree que los analistas analizan también para
cuidarse? Pienso que hay que adoptar un punto de vista
terapéuticamente generalizado, que indica que todo el mundo se
cuida haciendo lo que hace. Este es el primer punto. El segundo, en
cuanto a la obra, es que creo que hay que admitir que un artista -en
el pleno sentido del término- procede, cara a cara, con su obra, a lo
que yo he llamado una transferencia de existencia, es decir que
la existencia de la obra deviene más importante que la suya
propia. Esa transferencia de existencia, que implica que la obra deba
existir incluso si hay que pagar su precio con la muerte, es una di-
mensión fundamental del arte. Lo que acaba de decir Guy Rosolato es
verdadero en cuanto al amor, pero la experiencia muestra también
que esto no es pensable fuera del odio. Apenas una anécdota: he
estado trabajando este último tiempo sobre el boceto de Londres de
Leonardo da Vinci. Resulta que otras personas han estado trabajando
sobre él, y un día, uno de mis corresponsales, Maïdani-Gérard, me
comunicó una información: un desocupado inglés había agredido al
boceto en Londres, arrojándole una antorcha que había mutilado la
obra. Cuando se le pidieron explicaciones, dijo que lo había hecho
para protestar contra la diferencia que había entre la perfección del
arte y las imperfecciones de la sociedad británica. Pienso que esta
explicación no engaña a nadie, pero sin embargo, hay que ver el
potencial de odio que ha sido descargado aquí en la representación
de algo que, a mi modo de ver, ha debido tocar las estructuras
subjetivas de esta persona. No está solamente el amor, sino también
la destructividad como dimensión inseparable de la creatividad.
X...: -Quisiera volver sobre la primera contribución de Dorey. Con
una precisión que me ha asombrado, a mí que soy un apasionado de
las artes plásticas, del cine, del teatro, de la escultura y la pintura;
usted ha mencionado una distinción entre afectos, entre ellos la
emoción, la percepción, el sentimiento provocado por la obra de arte,
y los efectos en el psiquismo que pueden estar, por supuesto, plenos
de horror o sufrimiento. ¿Podría aclarar esta diferencia entre afecto y
efecto psíquico?
Roger Dorey: -Este efecto psíquico creo que podría ser
entendido en el lenguaje de Green, en cuanto a lo que él ha dicho de
las estructuras subjetivas. Hablaría en primer lugar de formaciones,
como lo he hecho, de formaciones del inconsciente, que se movilizan