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La cruz del otro ladrón es una cruz sin sentido, sin explicación. Es la
cruz de la comodidad material. Es una cruz que no redime. Se ha perdido la
capacidad de sanear nuestros males sociales y personales a causa de la
ceguera, de no reconocer las propias limitaciones, o simplemente por la
indiferencia para aceptar que estamos al borde del abismo y debemos cambiar.
Es posible que en este año que pasó hayamos tenido numerosos problemas en
el sentido económico, social o político. Mayor desempleo, más miseria y
violencia…Y lo peor, no hemos encontrado todavía la solución a esas
situaciones. Por eso tenemos sólo dos actitudes: la del ladrón que buscó el
diálogo y se salvó o la del otro que cegado por su soberbia se condenó.
A esta hora de la tarde ya muchos se han ido. Todo sigue con cierta
indiferencia. Junto a María está Juan, el discípulo fiel y amado. Y en su dolor,
Jesucristo saca fuerzas para decir algunas palabras: María, Mujer, Madre. Y
resuenan fuertemente las palabras, porque María es la Madre de los hombres.
Madre Espiritual. Las palabras de Jesús vibran en toda su intensidad al decirle
a Juan “¡He ahí a tu Madre!”. En este momento Cristo lo ha entregado todo.
Se lo han quitado todo. Sólo le queda su Madre, y nos la entrega.
En este gesto nos hacemos hijos suyos. María la esclava del Señor,
humilde y pobre es la garantía de la grandeza de la mujer. En la Virgen María
se unen el cielo y la tierra. Dios se hace hombre y hermano de todos los
hombres. María se convierte en un puente de amor y de misericordia. Y la
reconoceremos y recordaremos en las diversas advocaciones que nos resultan
familiares: Coromoto, Del Valle, Chiquinquirá, Rosa Mística, Fátima,
Lourdes, Altagracia, Estrella del Mar…
Hoy la Iglesia, desde su cruz y desde nuestra cruz, nos da a María, como
madre y maestra de vida, como compañera de camino, como modelo de
generosidad y de entrega. Como símbolo de unidad, porque todos los
cristianos somos sus hijos. Como símbolo de santidad, por su amor y su
ternura hacia su Hijo y hacia la voluntad del Padre. Simboliza la catolicidad
porque es la madre de la nueva humanidad. Simboliza la apostolicidad de la
iglesia, por su presencia y su solicitud a los apóstoles en el cenáculo en los
días de Pentecostés. Entonces, María es Iglesia, María hace Iglesia, María
engendra la Iglesia.