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SERMON DE LAS SIETE PALABRAS - 2011

P. José Tomás López G.

Queridos hermanos con devoción y piedad nos congregamos hoy para


reflexionar acerca de la muerte redentora de Jesús, para profesar nuestra fe en
El, que murió en la Cruz por nuestra salvación y la expiación de los pecados
de la humanidad. Las palabras que vamos a pronunciar son nuevas, muy
nuevas, podríamos decir, porque Jesús las pronuncia a cada instante. Y no
envejecen, porque las pronuncia a cada corazón y a cada ser humano en el hoy
de la historia. Son palabras para siempre.

La Cruz significa esperanza. La Cruz es también signo de la vida


humana. No hay vida sin Cruz. Bajo su peso peregrinamos por el camino de la
vida, con la esperanza de llegar a la luz y a la gloria. El Señor nos invitó a
seguirle por el camino de la Cruz: “Si alguno quiere seguir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Entonces, ningún día tan
propicio como hoy. Vamos a meditar las palabras del Señor en el altar de la
Cruz. Jesucristo las pronunció desde el Gólgota sangriento y tempestuoso, de
frente al mundo, a los humanos y al futuro.

Las palabras de Jesús no son una arenga política. Él no es un


comprometido político, ni un luchador contra la dominación romana, ni un
agitador de la lucha de clase, ni tampoco como se le quiere identificar un
revolucionario, ni un socialista moderno. El no usa las armas de la violencia.
Su mensaje es de perdón, de salvación, de gracia, de paz y reconciliación.

Pero no se desentiende del pecado y la opresión. No se desentiende del


odio y el rencor que ha ido creciendo en los corazones. Tampoco habla para
la multitud que lo rodea en el Gólgota. Sus palabras siguen resonando a lo
largo del tiempo y de la geografía mundial. El está hablándonos a nosotros
también. Las palabras de Jesús no han pasado y no son olvidadas. Las vamos a
volver a escuchar, con fe y amor, con esperanza, porque sabemos que son
palabras de vida eterna y debemos aceptarlas con todas sus exigencias y
compromisos. Los invito, pues, a orar ante Jesús y respondámosle como el
desea escuchar nuestras palabras.
PRIMERA PALABRA
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Lc.23, 34

Era mediodía. El lugar estaba lleno de curiosos. Jesús había sido


crucificado y levantado en la Cruz. Coronado de espinas, flagelado, insultado
con toda clase de groserías.

Hay pocos seguidores al pie de la cruz o a poca distancia. Jesús


crucificado encarna la mayor injusticia de la historia. La injusticia del Viernes
Santo se comete contra el Hijo de Dios. Cristo es condenado por los seres
humanos: en el tribunal de Caifás se le tilda de blasfemo: en el de Herodes,
por loco: el de Pilato, por revoltoso, por agitador del pueblo contra el Imperio
de Roma. Para condenar a Cristo se unen el poder, la religión y la política.

Pero la injusticia contra Cristo no es la única del mundo. Por eso no


hay paz, ni convivencia, ni fraternidad. Clama justicia la madre cuando le
matan a un hijo en nuestros barrios. Se pide justicia cuando violan los
derechos humanos por el aborto. Cuando matan a los taxistas y mototaxistas,
para robarles. Está ausente la justicia en los secuestros y violaciones. En las
persecuciones políticas. Están crucificando a Cristo los que no respetan el
derecho a disentir y crean violencia en las plazas y avenidas, arremetiendo
contra todo el que piense distinto. Está crucificando a Cristo el que no respeta
las personas e instituciones. Se irrespeta a Cristo en las matanzas de las
cárceles. Incluso le limita el derecho a opinar.

Están violentando la justicia los que atentan contra la propiedad privada


o cercenan la libertad de expresión. Cuando no se permite desarrollar
libremente la educación de los hijos. Los violadores, narcotraficantes, los
terroristas, también crucifican a Cristo.

¿Cómo responde el Señor al agravio, a la ofensa, a la injuria, a la


blasfemia, a la calumnia, a la burla, a los representantes del poder terreno?

Jesús, agonizante, rompe el silencio y habla. Pronuncia palabras


asombrosas, sublimes, nuevas. Probablemente los que allí estaban pensaban
escuchar groserías y blasfemias, sin embargo pronuncia esta plegaria: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Nos da ejemplo. Deja a la humanidad el ejemplo y el mandato del


perdón. Para ser perdonados debemos perdonar antes a los que nos han
ofendido. Hay sistemas que no predican el amor, que no llaman a los suyos
hermanos, que fomentan la lucha de clases, que levantan barreras de odio
entre los hombres.

Un cristiano no debe condenar a nadie, debe dejar el juicio a Dios que


es el juez supremo de la vida íntima del hombre. El mundo necesita hombres
que sepan decir también: “No saben lo que hacen”. Pero sólo es posible
cuando miramos a los seres humanos desde Dios en la oración. El que no ora,
no sabe comprender ni acercase al hermano.

Perdónanos Señor. Estoy convencido que el hombre es más humano


cuando perdona que cuando odia. Es más sano y noble cuando cultiva el
respeto a la dignidad del otro que cuando alimenta en su corazón el rencor y el
ánimo de venganza. Puede ser que para perdonar necesitemos tiempo, pero
debemos comenzar ya, ahora. Sólo perdonando podremos vivir en paz.

Jesucristo volverá a decir por nosotros sus misericordiosas palabras de


la Cruz:“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
SEGUNDA PALABRA
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso” Lc. 23, 43

Alrededor de la Cruz de Cristo había muchas personas. Los soldados


que sudaban por la misión de haber crucificado a tres personas. Los que se
acercaban para ver lo insólito de ver crucificado a un inocente entre dos
ladrones. Uno a la derecha y el otro a la izquierda. Verdaderos criminales,
salteadores de camino, atracadores a mano armada.

De esas personas, muchos habrían visto algún milagro realizado por


Jesús. Pero también estaban los mirones de siempre, que ni se habrían
enterado de lo que pasaba y que ahora se asomaban a ver qué sucedía…Pero
entre todos, vale la pena quedarnos un momento mirando a los tres
crucificados. Los tres están en idénticas condiciones de dolor y de agonía. Los
cuerpos destrozados, las manos rotas por clavos o ataduras.

Uno de ellos, Dimas, se sobrepone y en su reflexión dice:” no tienes


temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos
sufriendo, con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo
que hemos hecho, pero este hombre no hizo nada malo… (Luego añadió)…
Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”.

Jesús acepta que su interlocutor es un bandido, un criminal, pero no lo


considera maldito, sino bendito, digno de gozar eternamente del paraíso; El es
muy consciente de que no ha venido a salvar a los justos, sino a los pecadores.
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Este ladrón vio una cruz y adoró el
trono de un Rey. Vio a un ajusticiado e invocó a un Dios. Vio a un hombre y
le imploró el perdón con humilde y fervorosa oración. ¿Y el otro? No
escuchaba las mismas palabras? ¿Por qué en vez de pedir perdón insistía en
blasfemar?

Gran misterio se encierra en el corazón del hombre. En su conciencia.

Recapacita en tu interior la actitud del ladrón arrepentido: él dice…


Nosotros estamos sufriendo con justa razón, pero éste no hizo algo malo.
Nosotros somos culpables. El es inocente.
Nosotros estamos contaminados. El es puro.
Nosotros estamos equivocados. El tiene la verdad y la razón
El no está en esa cruz por sus propios pecados. Está ahí por nuestros
pecados…

Camino largo el de la conversión. Puede realizarse en un instante o


puede durar años…sin embargo, al final, siempre encontramos la generosidad
de Dios.

La cruz del otro ladrón es una cruz sin sentido, sin explicación. Es la
cruz de la comodidad material. Es una cruz que no redime. Se ha perdido la
capacidad de sanear nuestros males sociales y personales a causa de la
ceguera, de no reconocer las propias limitaciones, o simplemente por la
indiferencia para aceptar que estamos al borde del abismo y debemos cambiar.
Es posible que en este año que pasó hayamos tenido numerosos problemas en
el sentido económico, social o político. Mayor desempleo, más miseria y
violencia…Y lo peor, no hemos encontrado todavía la solución a esas
situaciones. Por eso tenemos sólo dos actitudes: la del ladrón que buscó el
diálogo y se salvó o la del otro que cegado por su soberbia se condenó.

¿Cuál es nuestra posición ante Dios? ¿Tendremos que llegar hasta el


final, al borde de la muerte para reconocer nuestro pecado y convertirnos a
Dios? Nos falta ver a Dios en los pobres, en los humildes, en los marginados.
Pidamos a Dios por aquellos que causan daño a sus semejantes. Por los que no
respetan los derechos humanos. Pidamos por los que hacen derramar lágrimas
y causan heridas y muerte. Para que cambien el fusil por la escardilla y las
bombas lacrimógenas por semillas que produzcan vida.

Ojalá escuchemos: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el


Paraíso”. Gracias Señor. Amén.
TERCERA PALABRA
“Mujer, he ahí a tu hijo…Hijo, he ahí a tu Madre” Jn.19, 26-27

Era natural que María estuviese al lado de su Hijo Jesús en este


momento. Así estuvo toda la vida. Desde llevarlo en su vientre, en Belén,
pasando por Nazareth, Caná…Lo acompañó paso a paso en sus treinta y tres
años. Ahora, de pie, Madre y Correndentora. No podemos pensarla llorosa y
escondida. Es la Virgen de los Dolores.

A esta hora de la tarde ya muchos se han ido. Todo sigue con cierta
indiferencia. Junto a María está Juan, el discípulo fiel y amado. Y en su dolor,
Jesucristo saca fuerzas para decir algunas palabras: María, Mujer, Madre. Y
resuenan fuertemente las palabras, porque María es la Madre de los hombres.
Madre Espiritual. Las palabras de Jesús vibran en toda su intensidad al decirle
a Juan “¡He ahí a tu Madre!”. En este momento Cristo lo ha entregado todo.
Se lo han quitado todo. Sólo le queda su Madre, y nos la entrega.

En este gesto nos hacemos hijos suyos. María la esclava del Señor,
humilde y pobre es la garantía de la grandeza de la mujer. En la Virgen María
se unen el cielo y la tierra. Dios se hace hombre y hermano de todos los
hombres. María se convierte en un puente de amor y de misericordia. Y la
reconoceremos y recordaremos en las diversas advocaciones que nos resultan
familiares: Coromoto, Del Valle, Chiquinquirá, Rosa Mística, Fátima,
Lourdes, Altagracia, Estrella del Mar…

Hoy la Iglesia, desde su cruz y desde nuestra cruz, nos da a María, como
madre y maestra de vida, como compañera de camino, como modelo de
generosidad y de entrega. Como símbolo de unidad, porque todos los
cristianos somos sus hijos. Como símbolo de santidad, por su amor y su
ternura hacia su Hijo y hacia la voluntad del Padre. Simboliza la catolicidad
porque es la madre de la nueva humanidad. Simboliza la apostolicidad de la
iglesia, por su presencia y su solicitud a los apóstoles en el cenáculo en los
días de Pentecostés. Entonces, María es Iglesia, María hace Iglesia, María
engendra la Iglesia.

La mujer, entonces, tiene que recobrar su valor ante la sociedad.


Cuántas faltas se cometen contra madres sufridas y vejadas, violadas,
golpeadas por los propios maridos y anuladas por leyes anacrónicas. Por el
contrario, vemos mujeres valientes que levantan a sus hijos en la ausencia del
padre. Vemos mujeres periodistas valientes que hacen valer los derechos de
los ciudadanos. Vemos mujeres sencillas, pero con un valor inmenso,
imitando a la Virgen María ante el dolor y el sufrimiento.

Pidámosle a la Virgen de los Dolores que escuche nuestras súplicas,


nuestras inquietudes, nuestra desolación y nuestra agonía. Que recoja en su
corazón de Madre las lágrimas de sus hijos. ¡Oh, Virgen Dolorosa! Escucha al
pueblo cristiano que implora tu misericordia. Protege especialmente a los
pobres y a todos los que sufren.

Recordemos esta noche las palabras de Jesús: “Mujer ahí tienes a tu


hijo…ahí tienes a tu madre”. Y desde ese momento, el discípulo la recibió en
su casa. Virgen dolorosa, intercede por toda nuestra comunidad parroquial.
Amén.
CUARTA PALABRA
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Mc. 15, 34

Cuando Dios determina hacerse hombre, cuando la Palabra eterna se


encarna en el seno de María, se hace igual a nosotros en todo, menos en el
pecado. Verdadero Dios y verdadero Hombre. Ese Señor mostró su divinidad
en Caná de Galilea. Cuando se acabó el vino en las bodas realizó el primero
de sus signos, su primer milagro. Y a partir de ese momento se sucedieron los
signos muy variados: dio la vista a los ciegos, hizo caminar a los paralíticos,
limpió el cuerpo a los leprosos…resucitó a su amigo Lázaro, a la pequeña de
doce años, hija de Jairo y devolvió a aquel muchacho a su madre viuda.

Por eso no lo dejaban ni siquiera comer. Lo acosaban por todas partes


para que les hiciese los milagros, las curaciones que tanto necesitaban. Pero
no era sólo una sanación corporal. Era una liberación integral: Liberación
material y espiritual: ¿qué es más fácil, decirle tus pecados son perdonados o
levántate y anda? Pues para que sepan quién habla, le dijo al paralítico: “toma
tu camilla y vete a tu casa”. Le perdonó sus pecados y lo liberó de la parálisis.
Por eso querían proclamarlo Rey.

Pero ahora, en el camino del Calvario. En la crucifixión…¿Quiénes


quedan? ¿Quiénes lo acompañan? ¿Dónde están los que fueron beneficiados
con los milagros? ¿Dónde los que alimentó con la multiplicación de los panes?
¿Dónde están los discípulos? Pedro…el que le dijo que moriría con su
maestro…¿dónde está? Por qué lo negó? ¿Y Pilato? se lavó las manos para no
verse comprometido… Gran pecado el tratar de liberarse de las situaciones
que están a nuestro alrededor…

Qué contradicciones. Jesús antes era apretujado, no lo dejaban ni


comer… ahora está solo. Cristo no esconde su angustia. Rompe el silencio y
proclama en voz alta ese abandono ·”Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” Es verdad que este abandono es misterioso e incomprensible.
Si queremos comprender un poco es un dolor moral, más que el dolor físico
que había padecido.

Esta palabra de Jesús en la Cruz es desgarradora y triste, pero a la vez


infinitamente consoladora. Cristo ha sido abandonado por “todos” en la Cruz,
pero su Padre sigue a su lado. En esa soledad une a todos los hombres de la
tierra que están desgarrados por la soledad y azotados por el abandono en la
vida. Allí en Cristo estamos todos.

La angustia, la ansiedad, el caos y nuestra desesperación es como un río


que salta hasta el infinito. La soledad es la gran tragedia del ser humano
moderno. ¿Por qué el hombre está solo? ¿Abandonado? Debe haber alguien
que sea responsable de esto. Preguntemos a quienes no tienen sensibilidad
social, a quienes no tienen caridad, a quienes no tienen ternura, a quienes son
islas de egoísmo y de indiferencia, a quienes no tienen un corazón para amar,
a quienes tienen sólo una mirada para replegarse sobre sí mismos, a quienes
son sordos al clamor del hermano que sufre, a quienes buscan su propio
interés sin ver a sus hermanos.

Rostros de niños vagos y explotados. Niños que buscan una moneda en


los semáforos de nuestra ciudad. En personas que buscan comida en las bolsas
de basura. En los drogadictos. En los que se mueren abandonados en nuestros
hospitales. En los campesinos privados de tierra y sometidos a explotación. En
obreros que no pueden organizarse y defender sus derechos. El abandono
crece en grandes proporciones.

A veces nos sentimos solos. Abandonados. Perdemos las fuerzas. Todo


se nubla cuando nos visita el dolor o la enfermedad, cuando el sueldo no
alcanza, cuando llevas a tu hijo al hospital y el médico no puede curarlo
porque no tiene con qué, cuando regresas del mercado sin lo necesario para
dar de comer a tu familia…Nos sentimos frustrados cuando no podemos poner
correctivos a la violencia, cuando muere alguien en manos de unos
atracadores, cuando vemos nuestros barrios llenos de odio y venganza. “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

¡Oh Cristo abandonado!, por esta palabra de la Cruz enciende en el


mundo el fuego vivo de un amor efectivo a nuestro prójimo. Lleva paz y
consuelo a los que viven solos en la vida. Devuelve la paz, la alegría y la
esperanza a los que están abandonados en la vida. Aunque pudiera parecer por
esta palabra de Cristo que el Padre lo hubiese abandonado, no es así. Como
tampoco El nos abandona. Gracias, Señor por tu compañía. Gracias. Señor por
el sacramento del Bautismo para hacernos tuyos. Gracias por el Sacramento de
la Eucaristía para alimentarnos. Gracias Señor, porque de la Eucaristía nace la
Iglesia. Gracias, Señor por el ejemplo que nos das. Gracias, Señor. Amén.
QUINTA PALABRA:
“Tengo sed”. Jn. 19, 28

La sed es un cruel tormento. Todo unido a los clavos que traspasaron


sus manos, las espinas que se metieron en la carne y los azotes que soportó…
En este momento la pérdida de sangre y la fiebre hacen que físicamente tenga
el tormento propio de los crucificados. “Tengo sed”.

Un soldado se compadece, poniendo agua y vinagre en la punta de la


lanza la acerca a los labios resecos del agonizante. Pero ¿es realmente esta
palabra la expresión del dolor en el momento de la muerte? Jesucristo tuvo
también sed por salvar la humanidad. Para eso vino al mundo. Por eso se hizo
hombre. Por eso asumió nuestra naturaleza humana para reivindicarnos, para
redimirnos. Sus parábolas manifiestan esta sed de salvar al hombre: la oveja
perdida, el joven que vuelve a la casa del padre.

Su vida, su obra, su mensaje son la expresión de esta sed. Él es la


fuente que calma la sed del hombre, así se lo dijo a la samaritana cerca del
pozo de Sicar. “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame
de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Jn. 4, 10). O también,
mientras proclamaba las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia…” (Mt. 5, 6). De justicia, de justicia…

La quinta palabra de la Cruz está clamando por la Justicia. Jesús se


queja por todos los hombres que son víctimas de la injusticia humana. Exige
justicia, libertad y paz para construir un mundo justo y fraternal, donde la vida
sea digna y amable para todos, humana y habitable. Exige que no se retire del
corazón de los niños y jóvenes la educación católica. Esa sed es expresión de
que hemos ido perdiendo los valores morales y humanos. Ya muchos líderes
políticos no llenan nuestros oídos ni nuestros corazones. Estamos ante la
presencia de palabras vacías de contenido. Es necesario renovar la Justicia y
respetar los derechos de los seres humanos. Hay una gran impunidad ante los
hechos que estamos viendo diariamente: crímenes sin culpables, corrupción
sin detenidos. Hay una gran sed.

Por eso la sed de la cual Cristo tiene necesidad no es de agua, sino de


personas…de personas que puedan cambiar el mundo. La Iglesia tiene el
deber de anunciar esta liberación y ayudar para que nazca y crezca. Tú eres
Iglesia. Yo soy Iglesia. Somos Iglesia. De nosotros nace la paz. Esa es el agua
que debe aplacar la sed de Justicia y de Amor.

Debemos tomar conciencia de colaborar en la liberación de nuestros


hermanos. Se necesita jóvenes que se comprometan con el Evangelio. El
Señor tiene sed de obreros y empresarios, de políticos y empleados que
cumplan con su compromiso con la sociedad. El Señor tiene sed de laicos
comprometidos en movimientos de apostolado. Catequistas y evangelizadores
que entreguen su vida por la proyección del Evangelio. El Señor tiene sed de
misioneros, Ese es el clamor de la reunión en Aparecida. Ese es el clamor de
la Misión que estamos realizando. De la Misión Continental de
Evangelización.

Cristo, sediento en la Cruz, nos dice que es necesario que surja en el


mundo por la conversión personal y colectiva, la justicia, el amor, la libertad y
la paz. Que no haya trabajadores maltratados ni disminuidos en sus derechos;
que no haya sistemas que permitan la explotación del hombre por el hombre;
que no haya un niño que sea rechazado; que no haya familias mal constituidas;
que la ley ampare a todos por igual, que no prevalezca la fuerza sobre la
verdad y el derecho; que no prevalezca jamás lo económico y lo político sobre
lo humano.

El Señor tiene sed de obispos y sacerdotes santos que comprometan su


vida en la evangelización y testimonio de vida.

Hay agua viva en Jesús de Nazareth. Es agua que calma la sed de la


samaritana por ordenar su vida íntima. Jesús es agua viva para el sabio de
Israel que viene de noche a verle. Jesús es agua viva para el centurión
confiado en su poder. Es agua viva para los novios de hoy que tienen que dar
testimonio de vida cristiana. Jesús es agua viva para el obrero que tiene que
trabajar diariamente para llevar el sustento para su familia. Jesús es agua viva
para el médico que debe sanar. Es agua viva para los enfermos en sus
dolencias. Jesús es agua viva para los que buscan sinceramente la verdad…

“Tengo sed”. Permíteme calmar tu sed. Permíteme comprometerme


contigo, Señor. Gracias. Amén.
SEXTA PALABRA
“Todo está cumplido” Jn. 19, 30.

Estas palabras pueden significar el fin de la vida. La vida se extingue y


con ella todo se acaba. Pero pueden significar otra cosa: la Misión ha sido
terminada. Todo comenzó en la Encarnación y ahora, al morir y resucitar está
todo listo para enviar al Espíritu Santo, para la tercera obra de Amor de Dios.

La obra, la misión, ha sido terminada. Pero confiará su obra a sus


discípulos, para que ellos prolonguen en el tiempo y en el espacio su obra y su
mensaje de salvación. La obra de Jesús es la Iglesia. La obra de Jesús somos
nosotros: rescatados del pecado y de la miseria y elevados al nivel de la gracia
y el amor.

Jesús instituyó la Iglesia este Viernes Santo y desde el Domingo de


Pentecostés la Iglesia nace y se prolonga en el tiempo. Los hombres no han
podido destruirla porque es su Obra, y su Misión es hacer el camino que lleva
a la vida eterna.

Vamos peregrinando entre persecuciones, incomprensiones, maltratos y


obstáculos de todo género. “Todo está cumplido”…pero es una realidad
humana compuesta por justos y pecadores. La iglesia es una institución
antigua, pero siempre nueva. Nace y crece cada día, por eso está necesitada de
conversión y purificación. Jamás ha querido ser perfecta en este mundo,
porque está en camino. Estamos en camino. La Iglesia reconoce la caducidad
y fragilidad de sus miembros. Está compuesta por hombres y mujeres,
expuestos a todas las humanas miserias. Y el Señor lo sabía: “no he venido a
buscar a los justos, sino a los pecadores”. La Palabra eterna se encarnó para
llevar al ser humano a la armonía que había perdido en el paraíso terrenal. A
pesar de la soberbia que había comenzado en el corazón del hombre, Dios le
prometió un redentor. Y he aquí que está cumpliendo su promesa. Ha sido
elevado en la Cruz. Ha padecido toda clase de vejaciones, insultos, golpes y
heridas…todo por amor. Así es la nueva obra de Dios. Dios te ama y quiere tu
salvación. Te ofrece, hoy, lo mismo que le ofreció al que habían crucificado
con El, el Paraíso.
El camino que une Belén y el Calvario es el camino del amor. Es el
camino de Jesús. Jesús entregó su vida por ti, por mí, por cada uno de los que
hemos puesto la confianza en El. Todas las profecías se han cumplido. Para
Jesús todo se ha cumplido…¡Pero para nosotros, no! ¡Para nosotros todavía
no! Porque Cristo dijo: “el que quiera ser mi discípulo, que tome su cruz y me
siga!”. Tomar la cruz en cada momento, cada día, en el trabajo, en el estudio,
en el tiempo libre. Ha llegado el momento de la definición. Todo para Dios.
No se puede ser cristiano a medias. Cristiano de misa dominical y pagano el
resto de la semana. Todavía no está cumplido para nosotros.

Hay que amar lo que hacemos: el maestro, el abogado, el cocinero, la


ama de casa, el estudiante, la secretaria, el legislador, el juez, el sacerdote o
religioso o religiosa, todos hemos de amar nuestra llamada a servir.

Gracias, Señor por llamarme a participar en tu Iglesia, en tu Obra. No te


puedo fallar. Dame tu gracia y tu amor, para que yo también pueda, al final de
mi vida decir: “Todo está cumplido”. Amén.
SEPTIMA PALABRA
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” Lc. 23, 46

A media tarde Cristo ha perdido las fuerzas, su sangre ha salido a


borbotones por las heridas abiertas. Los azotes y golpes habían debilitado sus
fuerzas físicas. Hay silencio, tinieblas, desolación. Los pocos que están en el
sitio ni siquiera se interesan por los que mueren en las cruces. Cristo está
muriendo entre dos criminales. Cristo verdadero Dios, pero también verdadero
hombre ha sentido en su cuerpo la debilidad. Más aún, nos asombramos, como
también lo hicieron los que estaban compartiendo el dolor, la soledad y la
angustia, cuando da un grito con voz potente y majestuosa, pronunciando una
súplica filial: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Realmente no
sabemos si esa gran voz fue producto de un milagro o de la vitalidad del
cuerpo, de la naturaleza humana de Cristo. Lo que no podemos dudar es que
tuvo lucidez hasta el último momento de su vida terrena. Termina orando al
Padre, de quien había recibido la Misión de la Redención, por obra del
Espíritu Santo.

¡Ha muerto el Redentor del hombre! Pudiéramos pensar que nos


abandona, pero no es así. A pesar de que ya no lo volveremos a ver
físicamente en la tierra, con esa naturaleza humana, se ha quedado de manera
espiritual, sacramental, dando pie a sus propias palabras: “Yo estaré con
ustedes todos los días hasta la consumación de los siglos”.

Jesús inclinó su cabeza, cerró los ojos y expiró.

Ojalá estas palabras pronunciadas hoy, Viernes Santo, nos


mantengan firmes y piadosos en la fe que profesamos, en el amor fraterno
y que luchemos por encontrar la paz.

El mensaje de Jesús es un mensaje de amor, de perdón y de


misericordia que debe seguir resonando en el corazón de los fieles. La fe
no aliena ni esclaviza, todo lo contrario, libera.

Señor, Tú eres nuestra esperanza. Gloria y alabanza a Ti, nuestro


Redentor. Amén

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