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La Rebelión De Los Insectos

La Rebelión De Los Insectos

Nicolás Cáceres Carracedo.

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La Rebelión De Los Insectos

Así que tú llora, pero alégrate


F. Dostoievski

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La Rebelión De Los Insectos

PRIMERA PARTE

Los catetos

Existen en la tierra muchas enfermedades. Algunas heredadas de


entre los hombres; otras, creadas por ellos. Sus mecanismos de
contagio, por lo general, suelen ser los estornudos; la sangre; el roce
de la piel; las heces… No con todas sucede así.

Otras enfermedades nacen en el hombre porque éste lo permite. Los


cánceres; las infecciones; y otras tantas para las que nos faltará
tiempo. Pero hay una enfermedad que se sobrepone a las físicas y
que coincide con algunas de ellas en el factor de la causa: que la
negligencia abre tal posibilidad.

Los males del mundo son incontables. Tardaríamos siglos en


enumerarlos, milenios. Porque todo hombre posee un mal genuino y
en el mundo hay muchos hombres. Hay males grupales, también; los
hay rápidos e indoloros, y los hay eternos. Invisibles y notorios;
engañosos; intempestivos.

Hay aquél mal que se antepone a todos los males y que les engendra.
Que es el Adán y la Eva de los males, de quién, por obra y gracia de
una consecuencia lógica, descienden, cual prole, las más temidas
parcas; las más pesadas cruces; y los indescriptibles dolores. Solo
que, a diferencia de otros males, éste no puede acabarse, porque su
fin solo existe en el fin de los hombres. Irónicamente, es la causa de
ello.

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Hay en el mundo monstruos. Los hay de todo tipo: Pequeños,


gigantes, medianos; antropomorfos, zoomorfos, fitomorfos,
talasomorfos, aeromorfos, piromorfos; delgados, gruesos, atléticos,
pícnicos; azules, violetas, naranjas, verdes, rojos, amarillos, cafés;
redondos, cuadrados, triangulares, poligonales; pesados, ligeros;
peruanos, ecuatorianos, bolivianos; nepaleses, polacos, somalíes;
australianos; perfumados y hediondos; fríos y calientes; pero solo
hay uno transparente, y éste puede adoptar todas las posturas,
formas, colores y tamaños, pues reina sobre los adjetivos. Y emplea
a los signos y sus significantes para mancillar honores y
empobrecer al empobrecido.

Hay en el mundo muchos males. Pero ninguno como aquél.

No es deber de nadie darle fin. Eso le hace peor, que todos estamos
en nuestro derecho de dejar que continúe la pandemia.

No habita afuera, abajo, arriba, a un lado, adentro, ahí, allá, aquí,


acá. Habita en todas partes.

Crónica es la ignorancia. No comienza y no termina. Eterna, es la


ignorancia.

Pero eternos también pueden ser los insectos.

El retorno

Arguño caminó con dirección al termostato. Tomó una muestra de


mercurio, la analizó, la midió, la colocó en un pequeño frasco y
posteriormente se sentó en sus rodillas: “26, 27, mnn, falta”.

Habían transcurrido 17 horas de tedioso viaje. Para él, aquellas 17


horas representaban un tiempo considerable puesto que en su satélite
vivían tantísimo menos de lo que vive un ser humano en horas,
aunque, muchas veces, parecía prolongarse una eternidad la propia

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existencia gracias a la comunión.

Aún así, había decidido emprender aquél nervioso trayecto


ondulante hacia la nada, hacia un mundo del que no se conocía sino
por algunas fotografías distantes que captó una sonda científica
hace muchos años y por las osadas travesías de algún explorador
falto de cordura. Y había por entonces, también, cientos de
pensamientos que, como asteroides, impactaban sobre sí dejándole
terribles dudas. Dudas que no le permitirían dormir durante aquellas
tediosas 17 horas. Una pequeña gota caminó por entre sus fauces, se
deslizó hasta un segmento, y se sentó sobre sus rodillas.

El mercurio entró en ebullición. Hervían también, como en una olla


a presión, las memorias de Arguño. Hervían hasta agotarse; se
evaporaban; tocaban el techo; se condesaban, e iban a dar al suelo
cual rocío. Y el calor que emanaba de su cuerpo recalentaba la
pequeña nave como una sartén en el fogón; volvían a evaporarse, y,
aquellas gotas, formaban pequeños nimbos microscópicos que se
elevaban lentamente hasta alcanzar el techo; se condensaban y,
nuevamente, descendían a los pies de aquél grotesco insecto. Grueso
tronco y alargadas patas.

Entonces el radar de la nave comenzó a hacer sonidos de alerta sin


mayor fin que el de representar datos de orden topológico. No
faltaba mucho para aquella suerte de alunizaje. Hubo miedo.
Inevitablemente el artrópodo asimiló una serie de procesos humanos
y los integró a la propia fisionomía. A saber, si lloraba, no secretaba
aquél compuesto de agua, albúmina, sodio, potasio, y lisozima que
suelen expulsar ciertos mamíferos. Exudaba el mismo ácido con el
que disolvía sus alimentos.

La nave ingresó a la atmósfera del satélite. No tengo en este


momento información precisa sobre la condición de aquél lugar.
Pero eso, por ahora, no debería importar.

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Las capas de titanio con las que recubrió su contenido antes de


partir comenzaron a disolverse en el ácido atmosférico. Sintió que
de pronto su respiración no se acostumbraba al cambio, entonces
tuvo que nebulizarse con breves cantidades del elemento de la
madre. No demasiado, un pequeño exceso y se nos moría.

Por debajo de la estela que describía una elipse perfecta, otros


insectos, similares a Arguño, contemplaban, sorprendidos y
esperanzados, el descenso inesperado de su congénere. Las pequeñas
larvas que salían de sus pupas azules emitían sonidos agudos con sus
tiernas tenazas rellenas de pulpa. El útero, con pánico terrible, las
envolvía en seda y las guardaba en sus sacos dorsales con ayuda de
las matronas. Arguño estaba causando, desde ya, una tremenda
conmoción en el astrosoma. ¿Qué mensaje les llevaba aquél viajero
que hace más de cuatro años fue enviado a reconocer un mundo del
que no se tenían mayores informaciones que unas imágenes
borrascosas?

La agencia había recibido un mensaje de Arguño en clave. Nunques


tomó contacto con él apenas descendió a la superficie:
“Estuvimos preocupados por ti ¡Que dicha hay en mi corazón
por saberte a salvo y con nosotros!”.

Arguño envió un mensaje similar: “Estuve muy preocupado por mí.


Qué dicha hay en mi corazón por saberme a salvo y con ustedes”.

La nave hizo una crepitación breve pues la temperatura superaba los


setecientos números, y, finalmente, se hundió en un charco de
nitrógeno de donde, a prisa, se retiró el tripulante mientras
continuaba nebulizándose con una pequeña mascarilla. Luego se
acercó a él un anciano con patas muy cortas y anunció: “¡Cuidado,
que falta!”. Empujó al insecto detrás de unas rocas y se ocultó junto
a él mientras caían del cielo otras tantas piezas de la nave que luego
iban horadando la tierra y causando ondas heladas en el charco azul.

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Llegó un grupo de rescatistas. Dijeron al pequeño bicho que


necesitaban esterilizarlo y revisar su estado de salud. Arguño, fiel a
la cultura higiénica de su raza, no dudó ni un segundo en asentir y
les confirmó con un ademán que podían hacer cuanto deseasen con
él. Aparentemente no le importaba mucho que en ese preciso
momento el satélite se estrellase contra algún otro cuerpo. El bicho
se bañaba en un ácido efervescente que disolvía las fibras con las
que estaba siendo vendado. Temía no haber logrado nada.

La cucaracha resume.

Una multitud alada y rastrera agotaba el suelo de la plazoleta.


Algunos viscosos; otros, no menos viscosos y más bien atiborrados
de emblemas negros y amarillos. Había quienes hacían un ruido con
las patas emulando los sonidos de la naturaleza. Podía divisarse
desde la copa más alta del árbol ubicado al centro de la plaza cómo
estaban dispuestas las viviendas. Algunas en pequeños arbustos;
otras, en no menos diminutas fosas desde donde se avistaban
linternas que iluminaban las entradas de los orificios. Un clamor de
chillidos ensordecía la faz del recinto. Nunques apareció en uno de
los orificios resinosos de aquél arbusto desproporcionado y comenzó
a saludar a la concurrencia:

“Les tengo aquí noticias importantes.

La comisión encargada de desarrollar compilación que nos


informará respecto a sus especies y sociedades está en este mismo
momento redactando la primera parte, de la cual les daremos
alcances muy pronto. No nos sería posible poseer toda esta
información si no hubiéramos recibido de vuelta a nuestro ilustre
hijo. Después de una larga ausencia”

La multitud ovacionó desproporcionadamente al pequeño insecto de


patas largas y tronco grueso. Éste se le adelantó al bullicio extremo
y alzó una de sus patas más largas para acallar al público:

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-Vengo de una tierra elefantiásica, donde habitan miles de especies.


Algunas de estas son más pequeñas que una larva; otras, no cabrían
en el astrosoma. Hay una que predomina por sobre todas las otras. Y
poseen entre ellos diferenciaciones, castas, y grupos. Aunque, puedo
tomarme el atrevimiento de clasificarlos aún como una horda
errante.

-¡Explícanos!-gritó el útero, del cual, rara vez solían escucharse


mayores frases que “Comida rápido” o “sexo ahora”.-Asombrados
los insectos, prestaron atención a la respuesta. Arguño continuaba.

-En el sentido evolutivo, todos provienen de un mismo árbol, sin


embargo, surge hoy una problemática social que los llevará, como
pronostican mis estudios, a una separación de sí mismos.
Estrictamente hablando, la especie se diversificará y se armarán
otras especies a partir de este mamífero. Posteriormente una de ellas
prevalecerá en la tierra, y de esta especie volverán a nacer variantes.
Sin embargo, ya no poseerán lo que caracteriza a la especie que
actualmente posee el mayor poder de la tierra: su calidad de espíritu.
Es muy similar a la nuestra, aunque considerablemente menos
desarrollada. Pasa esto tanto en sociedades tangiblemente ricas
como en las menos poseídas materialmente. Ellos también le
sobrevaloran.

Existen sociedades que no poseen la certeza de un creador, pero que


tampoco pueden explicar las maravillas del universo y, también,
existen otras que entregan su vida al abandono y al letargo
esperando que un mesías, un apéndice adaptable, culturalmente
hablando, del creador, venga hacia ellos en algún punto del tiempo y
les arregle la vida. Paradójicamente, esta columna de creencias está
muy viva en la literatura de algunas sociedades y es criticada por
unos pocos derrotistas de la especie. Las fuerzas de los pesimistas y
optimistas blanden sus argumentos con fiera exclusividad, mas no
con apertura. Las hay también poseedoras de una fuerza interior

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descomunal en comparación con las primeras mencionadas, pero


con una riqueza muy distinta a la que perciben los sentidos. A
pesar de que existan estas minorías, siempre la decisión del sistema
que promueve la ambición y el egoísmo prevalece al momento de
proporcionar una comunicación catalizadora de la identidad, si es
que a eso puede llamársele identidad. La identidad y la autoestima
resultarían los principales asuntos a tratar si buscáramos soluciones
efectivas para evitar la inminente autodestrucción de la cual les
hablo. Pero identidad de un mundo, no de unos pocos reprimidos.

-¿Qué hay de la expresión?-Cuestionó una matrona que procuraba


limpiar el oviscapto con un trapo. En seguida se contestaría.

-Son animales con capacidades comunicativas excepcionales.


Tienen pues, aquellos que no descartan la cohesión entre la
carnalidad y la divinidad, cierto poder expresivo que los convierte
en poetas. Caracterizados, biológicamente hablando, por una
singular sensibilidad nerviosa tanto a nivel central como periférico.
Los poetas entienden cosas que el resto no. Es una lástima que
muchos de ellos sean cobardes.

Poseen, sin embargo, a pesar de sus capacidades potenciales de


comunicación, canales y códigos bastante limitados. Les es muy
complicado ilustrar sus emociones, no siendo necesariamente este el
caso de sus pensamientos. Aunque, lo sé, existe un debate sobre la
calidad de la emoción y su paralelismo con el pensamiento. He aquí
nuevamente otro punto gracias al cual los individuos con aquella
capacidad son considerados poetas (Digo esto muy al margen de que
en Origen poseamos la creencia de que poetas somos todos). Vale
aclarar que esto se da porque las sociedades actuales temen a la
novedad, a la evolución. Por ello mantienen los estándares de sus
códigos prácticamente criogenizados. Pueden, pero no les es del
todo posible. Y si fuera yo bicho rabioso sostendría la no menos
inquietante hipótesis de que no les da la gana.

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El insecto se explayaba con total desmotivación. Hablaba como si


todos los originarios supieran lo que decía.

-Debido a esto, la especie sufre una inusitada desesperación por


describir el universo en el que habitan. Por ello crean subdivisiones
sociales sobre la base de los academicismos. Hay, pues, los hombres
que poseen el conocimiento para describir los fenómenos tangibles,
y los hay otros que prefieren cerciorarse de las verdades del universo
comunicándose solo consigo mismos. De los académicos debo decir
que ligeramente les ha servido aprender ciertos procesos para
evolucionar de modo individual, puesto que no es el hecho de
compartir conocimiento con los desvalidos e ignorantes algo que les
caracterice; de los otros, se entiende que les hace falta hacer más
constatable en otros planos la experiencia de la verdad interior,
hacer del empirismo del que se jactan, algo tanto más palpable. Una
roca, una caricia…

Nunques se acercó despacio y le pidió que se apresurara, que


intentara resumir, que el tiempo se acababa y que el escáner ya había
sido encendido.

-Otra característica es el desbalance y el deseo de autodestrucción.


Su desarrollo tecnológico ha rebasado abismalmente la priorización
de su vida social en comparación con su limitada evolución moral, la
cual, solo ocupa ciertos escaños inconscientes en seres individuales
que para la ética humana son considerados “buenos” o
“desprendidos”. Particularmente estos sujetos poseen consciencia
colectiva y es por ello que para efectos de la ética insectaria pueden
ser también considerados buenos, aunque, siempre será ésta una
apreciación puramente subjetiva.

Quiso entonces hablar de poderes, de la organización, como si se


tratase de una acotación necesaria. Aunque, el orden dispuesto para
informar no tenía ni pies ni cabeza. El desgano dominaba su tono.

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- Podrán percatarse, bichos, de que los procesos colectivos de esta


sociedad suelen verse afectados por intereses de ciertos individuos
que han desarrollado sus capacidades comunicacionales valiéndose
de sus conocimientos respecto a los fenómenos de la sociedad y de
la naturaleza que los rodea, tomándose, por ende, licencias de
poder fundamentadas en tal dominio. Se desarrolla tal divorcio
sobre el contexto del aparato central y político que está
inexorablemente supeditado, vía ficción legal, a las sociedades,
mediante intereses de supervivencias biológicas y sociales del
colectivo humano, por el aparato semitangible económico cuya
manifestación física radica en la memoria de bienes y que está
cohesionado a los actores culturales por regímenes misticológicos,
de diversa índole y procedencia, conducentes y justificantes a y de
las creencias de masa sobre las que actúan los pilotos de la ilusión
proyectada.

-¡Economía! ¡Contextualiza insecto! ¡Vamos!- Apuraba Nunques


desde su asiento.

-Hay economías liberales, aunque las únicas libertades sujetas a


comprobación las poseen quienes tienen la capacidad de inyectar
materia en la materia. Cuando las individualidades que ostentan el
poder de inyección tangible ven corrompida su empatía espiritual o
automarginan la propia concepción de otredad, surgen crisis de este
nivel que afectan a las colectividades pero que no restan poder
político a los hombres que manipulan irresponsablemente el aparato,
y hay, también, otras economías que tienen una conexión directa con
el aparato político debido a que este grupo, no menos moralmente
inválido, que lidera, se encarga de la distribución tangible, supliendo
así las necesidades de los grupos pertenecientes. Figúrense pues,
hermanos de este universo, que en ningún caso funciona el
desarrollo social humano de manera correcta, puesto que no se
cumple con los procesos morales naturales e inherentes a cualquier
criatura que habite el universo. Sabiendo pues que la moral es un
consenso universal que debe promover el debate. Quizá la falta de

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éste y de consideración respecto a los contextos y su casuística sea el


cenit de la falta de criterio que se cierne como una nube sobre los
administradores de la ilusión y gracias a esto, sobre sus otros.

Me causa una tristeza insoportable saber que otra colectividad, que


incluye dentro de sus procesos emocionales al amor, y le prioriza
dentro de la teoría, tal como nosotros, sea tan inconsecuente consigo
misma y sus objetivos reales.

El color ha muerto en los hombres y las concepciones de belleza y


bondad han alcanzado estatura de perversos consensos. Así, los
dueños de la ilusión de poder, se toman las licencias convenientes
para manipular, por antojo, a masas, sin ojos ni oídos. Sencillamente
abren la boca para que se les de la ración diaria de espectacularidad.
¿Son los espíritus corrompidos los culpables? ¿Son los esclavos
culpables por dejarse esclavizar? ¿De quién es la culpa? …Pues de
todos. Por una parte, los administradores de la ilusión no desean
recuperar la calidad humana y buena de la que se les dotó al
ingresarles a este planeta y al bendecirles con la inteligencia y el
medio. Están enfermos, lógicamente. Pero es muy sencillo, sabiendo
del poder que poseen en todos sus niveles, echarles la culpa de todos
los males sociales si efectuamos un laudo irreflexivo. Al otro lado,
encontramos que el gran público apelotonado y segmentado permite
que se haga esto haciéndose sordo ante el llamado de la lucha contra
la ignorancia. Los hombres poderosos y corruptos validan su
accionar, pues, el pueblo justifica, con su letargo y negligencia
ante la pandemia de la estupidez, que sean los abyectos quienes
lideren el rebaño. Hay simios que golpean a sus mujeres cuando
están bebidos. Es cierto que los hombres poseen gran culpa al
golpear, ebrios, a sus mujeres, pero, quizá tenga más culpa la mujer
que lo permite. Esto por ilustrar.

En todos los casos la escusa es el miedo, y a esto quería llegar. Estos


primates viven temerosos del rechazo social. Necesitan parecerse
para sentirse de algún modo seguros y protegidos ante la

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inmensidad del todo. Ya no forman naciones, forman clases. Ya no


crecen alrededor de otros hombres, crecen sobre ellos, y esto es
deshumanizante. Ya no buscan unirse, antes bien, separarse. Y es
por separarse que existen las más grandes ambiciones, porque el
hombre es extremista. “O soy el más fuerte, o no soy nadie”. Así es
la inestabilidad de quienes desean parecerse a otros que para juicio
de valor son “mejores”. Para separarse de los que para juicio de
valor son “peores”. Es un proceso de desintegración cuyos
fragmentos se reintegran a nuevos grupos durante períodos
cuantificables que, al llegar a su apogeo, nuevamente ven en sus
individuos pertenecientes el deseo de redesintegrarse.

De lo logrado estudiar con ayuda de mis colaboradores solo nace


una deducción…

Un insecto no menos pequeño que Arguño se acercó a la cavidad


arbórea y le hizo una pregunta en voz alta:

-¿Nos está diciendo que los primates están desintegrados?

-No, no todos.

-¿Entonces cuál es el problema principal? ¿A qué se debe esta


ambición irreparable que mantiene enfermo de espíritu a estos
mamíferos?

El bullicio comenzó a expandirse. Todos emitían ruidos con sus


patas y sus antenas. Los que menos miraban desorientados hacia
todos los lados sin saber por dónde comenzar a construir juicios.
Empezaron a vociferar a coro: “¡Dínoslo Arguño!

Arguño respiró hondo por su tráquea más ancha. Suspiró. Luego dijo
algo en voz muy baja a su congénere, sin percatarse de que aún se
encontraba cerca al micrófono. Todos se pegaron a los
amplificadores y guardaron silencio.

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- Los hombres tuvieron que valerse de una artificialidad para cubrir


sus necesidades primarias cuando eran una especie aún más
primitiva que otros mamíferos. Un facilitador que, si bien
primariamente resultó de manera sobrecogedora útil, degeneró y
cayó fuera de niveles básicos de la vida humana tales como la
búsqueda de la pareja, la felicidad, las creencias divinas y la
decisión de relacionarse con otras personas del entorno propio. Sin
embargo, llegó el momento en el que, suplidas éstas, se desarrolló
cierta angustia en el cerebro humano por seguir satisfaciendo
necesidades de orden imaginario. La satisfacción de dicha angustia
provocaba una reacción química placentera (aunque fungible) en el
ganglio más grande que poseen. El "cerebro" mutó. Entonces,
podemos asumir que para ellos es natural desear constantemente
cosas dentro del plano artificial para hallar así su separación entre
otros hombres, pues, de no ser así, se manifiesta un síndrome de
abstinencia caracterizado por síntomas similares a los de cualquier
enfermedad común. La pandemia de la humanidad contemporánea
consiste, básicamente, en necesitar lo innecesario. Y esto
desencadena otros males…

No poseen respeto por la naturaleza porque creen que es menos


impactante y menos sofisticada que la artificialidad. Evidentemente
es porque ignoran la verdad de las verdades que nos ofrece la
naturaleza. Dicha creencia, como dije, es parte del desorden genético
generado por la mutación de la materia nerviosa central.
Considerémoslo un defecto hereditario progresivo. Esto nos lleva a
creer que los hombres desarrollaron una prepotencia particular hacia
lo orgánico. Debido a que ellos son también parte de la naturaleza, al
saberse seres biológicos y no máquinas, desarrollaron cierta
antipatía por sí mismos, por otros semejantes. Valiéndose del
argumento pueril de que existen diferencias dentro del plano
biológico (aunque, por ahora, son mínimas y solo están a nivel de
ciertas partes del cuerpo nada prioritarias para el desarrollo de la
persona humana) procuran sectorizar a la especie.

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La Rebelión De Los Insectos

Los seres humanos no han sido capaces de desarrollar sus


autoestimas individuales. Necesitan posicionarse dentro de la
colectividad o, mejor dicho, "una colectividad" para calmar éstas
ansiedades genéticas intrínsecas. Las angustias internas, para estos
primates, son deudas cósmicas que deben saldarse en el contexto de
los semejantes.

-¿Qué tan desarrollados están respecto a las demás especies?-


Preguntó Figayo, mientras preparaba una mascarilla.

Con cierto titubeo fue aclarada la duda.

Teme a procesos completamente naturales como la muerte, pues no


tiene idea de qué es lo que prosigue a dicho fenómeno. Las bestias lo
saben ¡claro que lo saben!

Entonces resulta bueno en estas situaciones, encerrarse. Puede ser


para evitar el dolor; el miedo; o el miedo al dolor. Llegando a cierto
punto comprendemos que encerrar las manifestaciones orgánicas en
el espectro conceptual de los tabúes es peor que el pecado. Es el
ultra pecado. Esto les convierte en no más que agentes de
empobrecimiento para otras especies, no necesariamente sus
iguales...

Una carcajada estalló entre el público. Incluso Arguño deseaba reír,


pero se contuvo porque aún las navajas le recorrían las entrañas
como gotas de una garrafa de cerveza helada bajo el inclemente.
Pensó: “Es cómico para aquellos insectos imaginar a un grupo de
simios que se disfrazan a diario para ejecutar el acto de fingir que
saben hacia donde van. Aún desconociendo su origen, pues, para
estos bichos, el hecho de desvalorar el propio pasado representa una
ofensa al milagro de la vida.”

-…. Y su tecnología aún no les permite averiguarlo. Podemos decir

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que el ser humano posee un afán manifiesto por lo desconocido,


pero al mismo tiempo, le teme irremediablemente.

También, estos humanos, que no entienden la profundidad de la


belleza, y suponen que la belleza está en ciertas combinaciones de
códigos expresivos y contextuales, se valen de un juicio parcial e
influenciable. Un ser humano considera bello algo de acuerdo a lo
que en la colectividad se considere como bello. Esto es llamado
“canon” y es un artificio muy concurrido por ciertos profesionales
vacíos para llevar a que las masas humanas se avoquen al ejercicio
del prosumismo en favor de los intereses de quien solventa a la
maquinaria de la ilusión. Dicho contenido parece resolver todas sus
necesidades finales, pero, como dije, no es esta creencia más que el
resultado de un holograma.

Digamos que están forzados a producir porque así lo exige su propia


necesidad de consumo de recursos, y hasta aquí no hay nada malo en
absoluto, pero, todavía más profundamente, su necesidad de sentirse
mejores que otros. Cuando en realidad, deben aprender a sentirse
mejores que sí mismos. El problema radica en que los seres
humanos no miden las consecuencias de su acto productor, pues
suelen pisotear, como lo mencioné, al sistema natural, incluyendo
a otros seres humanos cuya condición ya resulta deplorable en
el orgánico. Se vanaglorian más de preferir vencer la barrera del
autoestima, a pesar de deberse esto a una mera ilusión, que de
verdaderamente avocarse a la auténtica evolución de la propia. Con
humor lo digo, especie. Pero eso de pisotear es más bien una
metáfora. Solo poseen dos patas y son bastante pequeñas en
comparación con su tamaño total, y, sin embargo, es irónico que sus
piernas posean mayor fuerza que la que tienen sus corazones,
sopesar de que las proporciones sean inversas.

La pobreza ética de los seres humanos alcanza su máxima expresión


en otros microgrupos académicos que se encargan de las
concepciones filosóficas, mientras que una gran mayoría está

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La Rebelión De Los Insectos

totalmente alejada de dichos conocimientos. Es ruleta inacabable…

Sintió de pronto como se le resquebrajaba el pellejo. Miró hacia


arriba, como buscando ver el punto negro en el que se recupera la
lucidez. Entonces se empezó a apagar.

-Podría continuar, es muy cierto que sí. Pero necesito descansar, el


viaje sustrajo toda mi fuerza.

Buscaba ver el cielo, a los bichos. De un momento a otro, todo se


tornó blanquecino.

La multitud acalló un momento, luego hizo algo más de ruido.


Finalmente comenzó a romperse. Arguño fue llevado en una
camilla. Habría de efectuarse un escaneo de su ganglio principal
para recolectar todos los datos encontrados en el menor tiempo
posible. Nunques hizo una pregunta a Figayo, quien se encargó del
rescate: “¿Y Torme?”

Los blátidos

Lo confirmo. Los insectos son partidarios de la dilación. No por


mala intención, por el contrario. Eso de irse por las ramas es a veces
una bendición; el defecto consiste en sembrar nuevos plantíos.

Por esto, muchas veces, los hombres les pisotean. Porque en ese
andar taciturno; en esa espera por que se apaguen las luces, pierden
un tiempo valioso. Cuando las luces están apagadas ya no puede ver
nadie. Ni siquiera ellos, pero a diferencia de los mamíferos, pueden
ellos oler o percibir las ondas con sus dos antenas. Ésta
particularidad puede tanto causarnos envidia como ira. Por esto,
muchas veces, los hombres les pisotean.

Son rastreros, no desmiento tal cosa. Abundan en la tierra y bajo


ella; y bajo sus adornos; y bajo el ornato que suma a ella la mano del

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La Rebelión De Los Insectos

hombre. Pero también, muchas veces, vuelan. Ello les hace únicos.
Aunque en su etapa adulta, no muchos de ellos logran tal cometido,
una gran mayoría estira sus apéndices para dominar sobre el aire.
Ello también provoca envidia; ello también les hace tan propensas a
ser aplastadas.

Los insectos circulan libremente en la ciudad. Se adueñan de sus


cloacas, de su memoria oscura. Ahí cosechan sus huevos; remilgan
sus extremidades heridas; y fagocitan el tóxico desperdicio de las
masas. Es cierto que en medio de la carencia de luz blasfeman,
despiertan suspicacias, pero no les desmerezcamos. Ello es solo
parte de su naturaleza.

En ocasiones, los insectos se muestran admirados con el proceder de


los hombres. Intercambian impresiones inconcebibles entre ellos.
Muchas veces no llegan a un consenso. Pero esto solo es parte de sus
debates. La disconformidad es, tanto por gusto como por
prevención, necesaria.

Hay cucarachas que nos acompañan en el reino de los vivos, están


destinadas a ello. Y hay cucarachas que estarán junto con los
hombres cuando estos ya se hayan extinto. Y vivirán de sus cuerpos,
por propia decisión avocarán sus esfuerzos a la empresa de la
resurrección. Es verdad que pueden volar; es verdad que pueden
habitar los burgolitos; y es verdad también que tienen el don de
resucitar.

Algo no me puede negar ningún hombre; ninguna deidad; ningún


académico; y ningún soldado raso. Que los insectos han llegado,
cual mal o bien de muchos, para quedarse. Porque ese es su deber, y
ello les hace buenos.

Figurilla gris

La panza de burro se había deshecho de la neblina. Cuando Cándido

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La Rebelión De Los Insectos

miraba hacia al cielo, el cielo parecía una panza de delfín. Aunque él


no estaba muy seguro de que hubiera delfines con panzas celestes.
Se sentó en sus rodillas y se echó algo en la garganta. Saboreó,
tragó. Había pues, a esas horas de la tarde, una luna cuya exoticidad
jugaba a contonearse entre las pocas nubes que lijaban el raso.
Finalmente, una sensación de quietud le invadía el cuerpo. Vio como
una luz se dibujaba a lo lejos, cerca de las nubes. Se despejaban.
Muy dentro de sí una vocecilla le pedía que mantuviera la calma,
que se convenciese. La naturalidad de todo le sobrecogía, tal
convicción clamaba también por un recuerdo. Una noche sin miedo
a dormir; la necesidad sobrehumana de no temerle al cielo ni a
colores como el verde limón, que insultan; o el sacrílego perfume de
un hombro. Y de ello se había valido casi toda la tarde para no
doblegarse ante la soberbia inestabilidad de las cosas. El entorno, el
pasado, el futuro: todo revestido de una átona bruma. Dramas así
parecían inevitables. ¿Por qué no se lanzó al primer abismo que se le
cruzara en el camino cuando pudo?

Se consolaba.

Macroexhumación

Sentado sobre una banca, Cándido contemplaba la marea hecha de


serafines. Había muchas bancas ahí. Todas abarrotadas. La de él,
particularmente, no tenía más de dos personas. No porque no se
encontrara en la posibilidad de hallar una pareja. Sencillamente,
aquél día no tenía por qué tenerla.

En la arboleda cercana, un grupo de niños atiborraba de piececillos


el insistente crujir de las hojas, y más allá, cerca de las rejas, una
colinilla enferma de maleza bloqueaba la vista hacia los pampones
que daban al mar. Anochecía, y aquella hora parecía bastante
inapropiada para que los niños jugaran, por lo que los padres que
daban vueltas y ojeaban sus celulares decidieron recogerlos a todos.
Por sus nombres: Felipe, Ernesto y Dante. Todos, uno por uno los

19
La Rebelión De Los Insectos

niños se fueron a sus casas. Lo mismo las parejas que copaban las
bancas; Y los vendedores ambulantes; y, finalmente, los empleados
públicos encargados de recoger las malezas, limpiar los basureros, y
verificar que todo esté en orden. Aquél rincón de Lima hubiera
quedado desolado si no fuera por la gris presencia de Cándido.
Aquella figurilla retorcida y encorvada que se consumía en un
cigarrillo. Atrapó con la cabeza un conjunto de palabras y bocetó un
pensamiento:
“Ya sé del origen del frío. Es la ciudad que nos cobra los
atardeceres. Nos cobra la belleza que de ellos hacemos nuestra. La
ciudad se está cobrando los atardeceres. Es así. Una avara
celestina que une y rompe, une y rompe a su antojo, y así como te lo
da, te lo quita, y si no te lo quita, te obliga a compartirlo con otros
mortales. Es el precio de la justicia. Todos merecemos tener en la
vida una amante para recostar la decadencia sobre sus muslos y
sentirle las manos cálidas sobre el rostro cuando jura que todo irá
mejor, aunque ni ella misma sepa cómo. La ciudad se cobra el
milagro haciendo del tiempo una burla. Le corta los pies, le
suprime. Espera el descuido, la distracción, que es defecto de
poetas, y ¡zas! Cuando vuelves la mirada notas que adelantó todos
los relojes con sus millones de manos invisibles. Es así con los niños
también: les acorta los veranos cuando se entiende que de molicie
ya está bueno.”

Enero. El clima cambiaba constantemente. Es por ello que algunos


días lograba el frío asentarse, mediocremente, sobre la atmósfera. El
viento también entorpecía el vuelo de las aves y el humo de la
basura quemada formaba una línea de 45 grados que llegaba a su fin
cientos de metros más allá. La fuerza del aire vencía a las bolsas y
desplumaba a los lagartos que en el barro enjugaban sus picos. Las
abejas se escondían; el sol también, pero algo más discreto, no
querría parecer negligente.

Algunos atardeceres, como éste, daban la impresión de que había


sido un día corto. Tan abruptamente se apagaba todo. Lo único que

20
La Rebelión De Los Insectos

podía brillar era la figurilla gris, que de día no lograba un soplo de


ánimo ni llamaba la atención del más insignificante fantasma,
súbdito de las calles, cual receptor estoico de los desplantes. De
noche, Cándido brillaba con luz propia. Quizá esto se debía al hecho
de que no poseía vergüenza después de dos tragos y solía cantar
mientras caminaba. Caminando solía cantar. Cantando solía brillar.

Tan divina es la condición del canto que incluso una parte de sí es


destinada a servir a los descarriados.

Fue en este atardecer de luces esquivas y vías obtusas que se le


presentó al individuo lo que él creyó fuera una visión producto de
los excesos continuos a los que se mantuvo sometido durante los
últimos meses. Una luciérnaga se le apareció, desnuda, intermitente,
sin aleteos, sin dirección que pudiera ser mesurable en progresiones
lógicas. Aproximadamente a treinta metros, pequeña, casi
imperceptible. Pero el hombrecillo encorvado poseía tal agudeza en
los sentidos por aquellos días de resaca que notó inmediatamente
algo extraño en el ambiente. No sucedió nada que fuera a asustarlo.
No podía tener miedo, mal que fuere, después de dos tragos, el podía
agarrarse a trompadas con la barra brava. Decidió no acercarse por
temor a desilusionarse, a que fuere vano resultado de un delirio.
Después de todo, no solían acontecer en su vida este tipo de
fenómenos periódicamente, así es que lo dejó manifestarse
naturalmente, sin intervenir. He aquí a la madre indiferencia.

La ira de los insectos.

Muchas veces, los insectos sufren de ira. Cuando ven que no puede
hacerse nada, que nadie reflexiona, que en la práctica nadie atiende;
cuando hablan y es notorio que sus únicos receptores son las
paredes; cuando los hombres se muestran indiferentes con ellos.
Cuando, por ejemplo, les pisotean, no se quejan. Consideran tal
inmolación digna de ser remembrada en épicas citas; de inspirar
monumentos. Allá, bajo el cemento, innumerables estatuas de

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La Rebelión De Los Insectos

terracota velan por el sueño de las periplanetas. Acá, sobre él,


continúan muchos hombres ignorándoles. Olvidando que cumplen
un rol fundamental en la creación.

Su mayor tempestad nace cuando todo está perdido. Una vez que la
esperanza les abandona, ellos se dedican al drama vigorosamente,
como si se tratara de una encomiable labor. Aquello les dura un
tiempo. Prosiguen con sus discursos endiablados; se hacen de los
cantos de una epopeya desconocida por los mamíferos para
pronunciar arengas, y vierten sobre los acantilados el recuerdo
último que les quedó de los colores.

No con menor furia, mueven rocas que superan patéticamente su


peso, y las avientan en la calle. Al no ver respuesta, se resignan.
Entonces sobreviene un rezo que indigesta a las amenazas naturales
de la que tantos huyen, no sin antes contemplar la posibilidad de
sumarse a las voces que en los oídos humanos aguardan, pacientes,
la hora de manifestarse.

El arribo

Arguño sujetó fuertemente el timón con sus patas más largas.


Escuchó cómo se aproximaban otros haces de luz para socorrerle.
Envió un mensaje: " La atmósfera es bastante densa. No logro
encontrar un lugar apropiado para dejar la nave. Al parecer, es un
planeta superpoblado. Hay edificaciones en todas partes. La
humedad rebasa los niveles normales. La presión, lo mismo. Existen
conjuntos de diversas materias que forman ventiscas, asumo que se
debe a la presión. La humedad es amable. Pierdo altura".

En el pequeño satélite de Arguño había un grupo reducido de


científicos encargados de regular y dirigir el viaje de estudios, de
cumplir con el cometido de auxiliar al explorador. Respondieron
rápidamente a la señal: " La materia verde es bastante similar a la
que conforma nuestro sistema ecológico, salvo por las cantidades

22
La Rebelión De Los Insectos

exageradas de nitrógeno en la atmósfera, dudamos que tengas


inconvenientes para mantenerte vivo. El agua posee diversos estados
debido al tamaño del planeta y los fenómenos que se dan en él. Te
recomendamos que derives tu curso hacia alguna zona con mayor
solidez. El agua no es apropiada como refugio debido a su vasta
proporción y a las fuerzas a las que se encuentra sometida.
Repetimos. El consejo es que busques un espacio cerca de otras
especies similares”.

Arguño había estudiado diversos tipos de insectos. Conoció varios


sistemas antes de internarse en la preparación para este último viaje.
La mayoría de los artrópodos de su propio sistema solía tener
características parecidas. El dilema, probablemente, radicaba en que
estas especies ya estaban ascendiendo a otro nivel espiritual, a
diferencia de los blatódeos. Ello los llevaría a conocer planos físicos
que Arguño no podría comprender de momento. Como maestros
tuvo a dos artrópodos de la misma familia vital en un asteroide
cercano. Físicamente, la diferencia era que ellos no necesitaban de
las alas para volar, y tampoco masticaban los alimentos puesto que
dominaban la técnica de absorción de energías. Ambos fueron
también quienes le encomendaron la tarea de descubrir otros
mundos y así comprender la riqueza del mundo propio. En ello se
hallaba. "Encontré una bahía con un grado de humedad apropiado".
Recibió la orden: " Establézcase. Tómese su tiempo"

Exploración, investigación.

La luciérnaga se acercó a nuestro hombrecillo gris. La figurilla


rehilante tomó precauciones. Si se trataba de una luciérnaga
agresiva, animalillo que en realidad no existe y que estúpidamente
apareció en forma de estampa en el imaginario del individuo, habría
que aplastarla con una revista pornográfica que se llevaba en la
mano. Convino en enrollarla. La linternita se detuvo a breves
metros. El insecto percibió el peligro en ese momento. Pensó: " Sus
movimientos articulados me inspiran la idea de que se trate de un

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La Rebelión De Los Insectos

vertebrado. Específicamente, un mamífero de este sistema. Es


grande, considerablemente. Sujeta un arma primitiva en la mano. Lo
estoy intimidando. Tendré que alejarme". Y, efectivamente, se alejó.
Parecía bastante comprensivo de la naturaleza del mamífero que
acababa de encontrarse; le inspiraba la misma ternura que a nosotros
los perezosos cuando reposan sobre una rama, como si tuvieran su
propio tiempo, uno al que tratan como les viene en gana. Tomó el
viajero precauciones. Si se tratase de un individuo de pobre espíritu
tendría que estudiar su naturaleza antes de intentar un contacto más
directo, así evitaría el conflicto.

Cándido se levantó rápidamente, tropezó con la banca, cayó sobre el


césped húmedo. Se levantó nuevamente, dio unos pasos atrás y
siguió con la mirada los movimientos de la lucecilla. "Delirium
tremens"-pensó-"mi madre siempre me decía que iba a terminar así
de jodido si me mantenía bebiendo". Continuó siguiendo con las
pupilas al extraño ser que definitivamente era una señal de vida
extraña para él. Revista enrollada en mano, dudaba sobre donde
asestar el golpe. Arguño pasó una de sus patas más largas por
encima de la parte negra luminosa del tablero. La lucecilla que
Cándido observaba estupefacto desapareció. El bicho notó cuán
rápido cambió el gesto en el rostro del sujeto.

Posteriormente, cuando la cucaracha advirtió cómo se alejaba de


aquél parque el mamífero gigante- es decir, con el lento andar-,
decidió seguirlo. La curiosidad de Arguño le mantenía en un estado
invariable de sorpresa. Estaba literalmente suspendido en el aire.
También estaba suspendida en el aire su expectativa.

Los árboles le llamaban muchísimo la atención. Encontraba en


ellos algo nuevo, fuente de oxígeno de armonioso color en relación
al cielo de la noche amoratada de tanto golpe. El diámetro de las
naves le despertó preguntas. No entendía por qué existía esa clase
vehículos. En el satélite no cabrían vías gigantes porque sabían que
el ejercicio les ayudaría más, sin mencionar que las

24
La Rebelión De Los Insectos

locomociones eran prácticamente inexistentes, a menos que se


hable de grandes distancias. Por esto catalogó a la calle, al
vehículo humano y al sistema vial como " una idea original y
adecuada si tan solo en vez de automóviles se usaran transportes
que usen renovables humanos o, en su defecto, energía natural no
contaminante" Y en medio de estas reflexiones se percató de que
el mamífero gigante se había detenido en una puerta. Parecieron
éstas algo llamativo, no sé si explicar por qué, pero tendría que ver
con lo que representan en el lenguaje simbólico originario.

Cuando el individuo ingresó a su vivienda, casa grande, de varios


pisos, cubo de hormigón forrado con una pintura muy densa y
opaca, el día ya se mostraría extinto. El originario apagó el sistema
retrocontrolador y decidió manipular su esfera indivisible con las
patas. Probablemente haría así un poco de ejercicio, puesto que
durmió todo el viaje y necesitaba desperezar el cuerpo. Una vez
adentro, se sintió todavía más sorprendido con lo que vio. Una
veintena de aparatos eléctricos, totalmente ruidosos, encendidos. Y,
como muchas cosas, no comprendió porqué estaban encendidos. Por
un momento pensó que se trataba de una especie de monitoreo que
realizaba esta especie para así comunicarse con sus congéneres;
otra idea que le vino a la cabeza es que así podía sentirse
acompañado. En conclusión, no comprendió en ese instante de qué
iba todo esto. Tanto gasto de energías sin ningún sentido.

Otras cosas curiosas fueron los muebles hechos de madera. Éstos


le gustaron. Le atraía la madera y todo lo que podía hacerse con
ella. En su ciudad, debido a que no existía humedad, las casas solían
ser de madera, incluso las construcciones más colosales estaban
hechas de madera y para él resultaba un material seguro. El ónix, el
carbón y hasta la misma piedra también eran útiles si se trataba de
arquitectura, pero siempre derivados a un segundo plano con
respecto a lo orgánico.

El individuo en cuestión se había sentado sobre un sillón, y Arguño

25
La Rebelión De Los Insectos

dejó de percibir temor en él. Se acercó un poco más y guardó


detallada información sobre la estructura somática de lo que él
llamaba el animalejo. "Tiene fauces grandes por lo que observo.
Seguramente se alimenta de otros mamíferos de menor tamaño pues
posee unos colmillos pequeños. Quizá también consuma vegetales y
minerales en pequeñas dosis porque el color de su piel es
encantador, tan encantador como el del ornato que le rodea, un café
claro, quizá rojizo, que ninguna pantonera divina puede poseer.
Fascinante". Y así continuó almacenando información sobre lo que
veía. Todo llamábale la atención. Todo era tan nuevo, tan
sorprendente, aunque, para ser francos, encontró que había muchas
cosas innecesarias. De una gran lista que se leyó luego del escaneo
mencionó, por ejemplo, los vasos y el papel: " La cantidad de
vasos y tazas es exagerada. Repetidos varios aparatos, hay algunos
estables, otros muebles. Hay también excedentes de pulpa. No
puedo decir cuántas cosas inservibles hay, es que es molesto
pensar en la procedencia del papel. Los productos químicos, sin
duda, fueron una de las cosas más inservibles que encontré.
Alteraciones de diversos compuestos, que a la larga resultan
mortales para sus organismos también, rodean sus depositarios y
zonas de selección de alimento. Aparentemente consumen
cantidades innecesarias, pero, lo que es aún más terrible, es que
tales perjudican gravemente su salud. Por lo tanto, debo dejar de
considerar alimentos a ciertas cosas que ellos, a pesar de no
estar muy seguros del significado de este término, consideran
alimento, debido a lo cual consumen sin ningún tipo de reflexión
previa".

Decidió que había visto bastante por aquél día, y es gracias a


esto que tomó la determinación de apagar el retroalimentador y
dormir, suspendido, en el aire.

28

26
La Rebelión De Los Insectos

Al día siguiente Arguño se vio sorprendido con la aparición del astro


rey. En su tierra no era tan notorio un amanecer puesto que recibía,
ésta, luz de varios astros cercanos. Algunos emitían luces rojas,
otros, amarillas. Dependía siempre de la edad de la estrella. En sus
textos posteriores describió detalladamente los amaneceres de este
planeta. Aquí un fragmento:

"Experiencia conmovedora. Tal como si todos los días se lograse


nacer nuevamente. No imagino que pueda describirse de forma
alguna que no deje poesía entre líneas. Aunque me temo que nuestro
sistema lingüístico no posee suficientes palabras como para detallar
las emociones que experimenta el ganglio principal cuando la luz
emerge verticalmente desde el horizonte. Debe saberse que los seres
humanos también atraviesan procesos emocionales intensos al verse
expuestos a la iluminación diaria y a la caída del sol, motivo por el
cual, muchas de sus artes han eternizado dicho proceso astronómico
revistiéndole de apreciaciones subjetivas sobre sus diversos
significados en la vida individual y comunitaria, en la de pares e
impares."

Luego del amanecer, optó por explorar otras clases de especie. El


perro fue, sin duda, una de las apariciones más
exquisitas que conoció durante su estadía en la Tierra. Era un perro
callejero el cual, intempestivamente, apareció mientras Arguño
analizaba la estructura de una edificación: "No he conocido
camarada más simpático que este. Un mamífero el doble de
pequeño y el doble de amable que los primates. Muy capaz de
sostenerse sobre sus cuatro patas y cuyo cuerpo está cubierto de un
pelaje que puede variar en textura y color. Me trajo una energía que
desconocía, una especie de hálito juguetón, despreocupado, sin
vacilación ni en su ánimo ni en su trato. Luego de conocer las
diversos grupos de perro he llegado a la conclusión de que la
mayoría de las patologías que enfrentan estos animalitos surgen a
consecuencia de altercados con la especie humana, sin embargo, y a

27
La Rebelión De Los Insectos

pesar de todo, su nobleza no puede verse perturbada a menos que se


altere su estado vital, o, su integridad física, corra algún peligro.
Debido muchas veces a esto, este benevolente compañero puede
volverse una criatura agresiva y sumamente hostil, pero, como ya he
mencionado, solo puede deberse a un trato inadecuado por parte de
un ser humano. En realidad, si queremos llevar esta descripción
hacia una solución más extensa, podemos decir que, en general,
gran parte de las especies que habitan este planeta solo varían en
comportamiento hacia estados negativos cuando el orden de su
existencia es perturbado por manos ajenas.”

Apenas lo vio, sonrió. Cuando Arguño sonreía sus antenas se


estiraban hacia atrás y los ojos le brillaban como un par de zapatos
negros lustrados con ahínco. Aquél personaje le trajo excelentes
sensaciones, sin embargo, la cucaracha sabía que si se acercaba
demasiado podía ser engullido debido a la naturaleza propia de los
perros. Es por ello que prefería mantener una distancia prudente, de
modo que no asustara al animal o provocara en él la típica
curiosidad que poseen los canes y los niños de oler y luego llevarse
a la boca (o el hocico) todo cuanto que encuentran.

Continuó entonces su periplo por los alrededores de la casa del


individuo. Vio a un grupo de gatos y sintió un rayo atravesándole la
espina. Recordó inmediatamente a los felinos descritos en
"Amenazas Naturales de los Blátidos", obra que Torme publicó
durante el penúltimo éxodo de las familias que habitaban el antiguo
nicho comunitario. Resultaban de tamaños bastante similares,
aunque podríamos decir que estos felinos poseían una proporción
más similar a la de un gran primate y que gracias a ello se hacía
peligroso cruzarse a uno de estos durante el viaje puesto que gran
parte de su dieta consistía en pequeños insectos: "Un felino-contaba
Torme-puede engullir su propio peso en insectos en siete días".
¿Cuánto durarían aquellos días? no lo puedo saber en este momento,
no es de mi incumbencia incluso. Con urgencia, Arguño envió un
mensaje a Arándido, que estaba encargado de la recepción, y remitió

28
La Rebelión De Los Insectos

un conjunto de datos que podrían ser considerados de interés: "


Acabo de encontrar felinos. Son bastante más bellos que los que he
visto en las ilustraciones de su persona. Sus colmillos, sin embargo,
tienen una presencia aterradora, y sus ojos parecen inútiles sobre
presencia de luz. Su oído es torpe como el de los mamíferos más
grandes, aunque, si consideramos las proporciones, para ellos resulta
de gran utilidad no ensordecerse con el bullicio de estos espacios de
los que, asumo, son nativos. Espero sinceramente que solo sean
propios de estas latitudes, aunque no desestimo la hipótesis del
volumen que indica su gran capacidad de reproducción y adaptación
a diversos ecosistemas". Fue cuando decidió, por inexplicables
razones de su naturaleza curiosa, acercarse al animal y examinarlo
detenidamente. De modo invisible, como para no llamar la atención.
Todo parecía en orden hasta que la parte posterior de la nave rozó
apenas el bigote más largo del espécimen, Solo se escuchó un
silbido progresivo.

El zarpazo hubiera sido letal si Arguño no hubiera reaccionado con


la velocidad que lo caracterizaba. Si no se mostraba prevenido quizá
la nave resultara averiada y la esperanza de retornar a Origen se
hubiera desvanecido. El movimiento que realizó con el timón fue
bastante acertado si hablamos de salvarse de la amenaza, aunque
igual, como también poseía errores de capacidad, no midió su fuerza
en la maniobra y golpeó una rama de ciprés. La navecilla entró por
una pequeña grieta en la pared y resbaló por un conducto acuoso
desembocando, inevitablemente, en una alcantarilla cuya atmósfera
liberaba un perfume que puede recordarnos a algo que no debemos
mencionar en ocasiones formales, tales como las visitas de la familia
o la primera salida con una dama. Y es a partir de aquí que la visión
del cosmos que poseía Arguño se vio completamente trastocada para
bien. Digamos, ampliada.

- ¿Quié e té maheuha ño?


-¿Qué?-Preguntó el visitante.
- ¿Naesdetit atula cabren?

29
La Rebelión De Los Insectos

-¿Perdón?- Seguía sin entender. Probablemente se trataba de un


idioma novedoso.

Era, efectivamente, una cucaracha quién emitía aquellas señales.


¡Una blattodea! ¡Una periplaneta americana de un rojo granate
luminoso gracias al cual casi infarta de la impresión al estudioso!
Sobre todo porque hablaba un lenguaje muy distinto, quizá este
proviniera de una región muy alejada. Una lengua que no tenía ni
pies ni cabeza.

La pequeña cucaracha roja se sacó de la boca el pedacito de jabón


que mascaba y le volvió a decir: " Que ¿quién es usted
malaventurado extraño?, ¿necesita ayuda caballero?" (En ese orden,
como reafirmando). Y de momento parecióle sorprendente la
educación de la cucaracha en el trato. Inmediatamente contestó el
investigador: "Espérese un segundo". Sacó de su bolsillo un
transmisor portátil y comenzó a digitar apresuradamente un número
de datos que serían revisados por los encargados: "¡Ha acontecido
un hecho histórico! ¡Gracias al ataque que recibí de un felino, tuve
que refugiarme en una grieta, en donde, para mí sorpresa, encontré
una blatódea de sorprendente color! Entablaré comunicación con
ella y posteriormente envío informes"

-¿Es usted Limeño?


-No, joven, en realidad estoy de paso por acá.- Respondió mientras
revisaba que nada estuviera fuera de lugar en la maquinaria.
- ¿Y de dónde es?
- Vengo de un satélite cercano. Su nombre traducido a tu dialecto es
"Origen" y tiene la capacidad de orbitar dos astrosomas dependiendo
de la era en la que se encuentre. Estoy investigando lo que ocurre
por acá en una misión que se me encomendó a modo de tarea para
aprender y enriquecer el propio criterio en vista de que, como
sabrás, nadie logra nunca ser dueño de la verdad. Ésta es tan
resbaladiza, que se escapa como un jaboncillo mojado entre las
patas.

30
La Rebelión De Los Insectos

- A mí no se me escapa, yo lo entierro.
- Bueno es que…
- Es que nada…- Dijo el joven insecto- mire, pruebe, y verá.

Arguño recibió un pedacito de jabón de patas del insecto grana y lo


probó despacio.

- ¡Dios santo!
- ¡Qué! ¿Qué pasa? ¿Está malo?
-¡Por el contrario! No había comido nada más exquisito.
-¡Pues bueno! Estos mamíferos fabrican cientos de kilómetros
cúbicos de esto al año. En todas las viviendas de acá podrás
encontrar uno, a menos que sean hombres socialmente
desadaptados. Digamos que es un bien necesario para el proceso.
Lo increíble es que nunca los terminan, los tiran a la basura y
algunos pedazos siempre caen por la cañería. Están botados y son
deliciosos. Si no fuera por el jabón, nos hubiéramos extinto hace
eras.
- ¿Por qué no se los terminan? ¡Es que no comprendo cómo no
pueden culminar con tamaña maravilla! No había comido nada más
fantástico en mi vida.
- En realidad no se lo comen. Se lo pasan por el cuerpo. Algunos lo
hacen todos los días, otros, cada eclipse, pero, esencialmente, esa es
su función. Ser frotados contra la víscera que cubre el cuerpo.
- Ya decía yo. He observado al animalejo que vive en esta vivienda
y la única conclusión que he podido parir es que es estúpido,
agresivo e inconsecuente.
- Bueno, eso sí, muy cierto- Y siguió el pequeño insecto mascando
el jabón.
- ¿Donde hay más de esto?
- En el baño, pero, ten cuidado. Que si te encuentran te dan vuelta a
revistazos, o, peor aún, pueden lanzar veneno y ahí sí que nos
jodimos todos, caballero. Con todo respeto se lo digo.
- Ah pues, tendré que abstenerme de hurtarlo, pero, ¿puedo recoger
un poco de este lugar?

31
La Rebelión De Los Insectos

- ¡Cuanto guste!
- Mil gracias.

En recompensa por aquél alcance, Arguño le entregó al pequeño


unas cuantas lecturas de variedad. El insecto rojizo comprendió
perfectamente de qué se trataba y comenzó a ojear con impasible
gesto.

- ¿Cuál es tu nombre?
- 28.
-Picante. En el satélite usábamos muchos nombres para
diferenciarnos, hasta que un día se nos terminaron. Entonces
tuvimos que optar por el uso de acrósticos. Mi nombre, por ejemplo,
está compuesto de las palabras…

28 se precipitó.

-…Acá no. No los usamos mucho porque básicamente nos


dedicamos a comer y a vivir en nuestras grietas, sería un embrollo
concentrarnos tanto en los nombres. Además, nuestra existencia es
tan efímera que los nombres altisonantes no resultan prácticos, es
más, diría que amargan la vida. Nos tomaría más tiempo buscar
nombres llamativos que hacer las cosas que realmente importan.
- ¿Y qué hacen que importa tanto?
- Trepamos. Durante la noche realizamos bastante ejercicio. Es
bueno el clima de acá. Cómo habrás notado, es bastante húmedo. A
veces los noticieros anuncian 90% de humedad. Por ello no
necesitamos buscar agua. No molestamos a nadie, pues vivimos en
nuestras grietas. Fornicamos eventualmente, sobre todo cuando es
verano y se gasta el doble de jabón, lo cual nos hace más propicios
a la reproducción, pues, hay con qué engolosinarse, literal y
figuradamente.
- ¿Y pueden volar?
- Sí, los adultos suelen volar. Pero es peligroso porque con ello
podemos enfadar a las bestias. Los gatos nos encuentran bichos

32
La Rebelión De Los Insectos

idóneos para jugar, lo triste es que no se dan cuenta de cuán


peligroso es para nosotras un zarpazo.
- ¡Dímelo a mí!
- Sí. Los humanos nos quieren matar; los gatos, juegan a matarnos;
los perros, nos comen si nos encuentran heridos o moribundos,
incluso las hormigas organizan ejércitos para atacarnos. Somos una
presa fácil y deseada, pero, que conste algo ¡para nada nuestra vida
es miserable!

Arguño encuentra una mujer.

Envió un mensaje: "He encontrado lo que aparentemente es una


hembra del mamífero que superpuebla la región. Es un poco más
pequeña que el macho. Por lo general usa el cabello que protege la
masa del encéfalo más largo y expuesto. Los colores no difieren de
los machos. Los rostros son bastante más delicados y al parecer
tienen las glándulas mamarias bastante más desarrolladas a
excepción de ciertas hembras que no corrieron la misma suerte.
Asumo que es genético y que hay que contemplar la posibilidad de
que forme parte de un ritual de sus culturas agrandarse las mamas
por cuestiones de cortejo. Un dato curioso: ciertos machos
sobrealimentados desarrollan las mamas casi tanto como las
hembras, aunque, dudo mucho que esta característica les sea útil.

He recopilado información gráfica sobre todas las variaciones físicas


del género. Adjunto ilustraciones.

En cuanto al comportamiento, es bastante similar al de los machos


salvo por la cuestión motivacional, si bien los objetivos resultan
distintos, los medios suelen parecerse. No a un 100%, pero sí, son
similares. Lo cierto es que comparten características de socialización
similares a las de los machos, por ejemplo, se les discrimina en
algunas áreas en las que a los machos no, mientras que en otras áreas
de producción, son preferidas. Pero creo que no debo hablar más de
esto hasta lograr una disección detallada del sistema emocional del

33
La Rebelión De Los Insectos

macho.

El animal.

Algunos animales se alimentan de otros; otros de hojas. En ambos


casos está justificada la depredación y el asesinato. Pero hay un
animal que a pesar de tener alimento decide, irreflexivamente,
violentar a los insectos. Aquél que sobre los techos zanja su trato
con los merodeadores y las arpías. De noche se funde con la fauna y
parasita las puertas de los cuartos donde tosen los tísicos.

Nunca pueden los blátidos espabilar a tiempo, porque cuando


recuerdan al agresor es tarde. Por eso previenen su llegada
inoculándose calculadas dosis de resignación. Esto espanta al
alimaña, pues suele creer que ha vencido. Tal como aquellas
alimañas que se tienden boca arriba sobre la tierra fingiendo estar
acabados.

Algunos animales confiscan los bienes de otros; otros confiscan los


bienes de otros más. En ambos casos, es posible que esté justificado
el abuso y el robo. Pero hay un animal que a pesar de poseerlo todo
se hace de los elementos que componen a un insecto. Aquél que
sobre la lumbre de un cerillo relata macabras parábolas a los
inocentes que, cándidos, caen en tal red sin que ello parezca ofensa.
De día se enfrascan en burós donde planifican su estrategia para
sustraer la sustancia que da vida a los hijos de la creación.

Puede que esté en todas partes, pero, puede más que no esté en
ninguna. No hay sentido que pueda palparle, no hay ley que le
prohíba, es inmune a los discursos y a los tratados. Su debilidad
consiste en una voluntariosa acción, de la que todos, durante un
tiempo, desconocemos. Aunque es sabido que muchas veces,
sabiendo, nos hacemos los desentendidos.

Pero de ella saben los insectos. Siempre lo han sabido. Es por eso

34
La Rebelión De Los Insectos

que, tristes, continúan intentando llamar nuestra atención desde los


pliegues que pavimentan las grandes poblaciones de hombres.
Silban, jubilosos, una canción que apenas podemos reconocer, pero
que cuando interpretamos, parece tan nuestra que creemos haberla
inventado.

Algunos animales se han extinto, y no volverán jamás. Éste, no


puede, porque de hacerlo se llevaría consigo todo lo que conocemos.
En ello radica su máximo peligro, que incluso parece bueno.

Las pieles

“No muestran grandes diferencias de color en cuanto a razas. Si bien


los colores son diversos debido a cuestiones de etnia y esto a su vez
se traduzca en una pigmentación excesiva o escasa, puedo asegurar
que ello no los hace muy distintos en comportamiento con relación a
otros individuos que coincidan en especie a fuerza de que no sea así
en la pigmentación. Del comportamiento hablaré después ya que al
parecer es bastante más denso y complejo tema que el estudio
fisiológico de la especie.

De los colores cabe afirmar que existen extremos y mezclas. Podría


incluso hablar de una escala cromática de la melanina humana y
hallar porcentajes de población que representen determinados tipos
de color. Por las muestras de piel que tomé me percaté de que
existen diferencias de resistencia y delicadeza; de humedad y de
grasa; de sequedad y de porosidad. Sin embargo, la única conclusión
a la que pude llegar después de analizar detalladamente su función
es que la calidad resulta ser la misma sin superioridad ni inferioridad
en relación con sus antagonocromáticos y que cada una es útil de
alguna manera.

Por ejemplo, los simios con escaso grado de pigmentación suelen


mostrar con notoriedad la irrigación sanguínea de la epidermis al

35
La Rebelión De Los Insectos

momento de exponerse durante determinado tiempo a los rayos que


emite el astro. Esto se traduce en un rojizo claro bastante notorio y
gracias al cual sus congéneres suelen estallar en risas, produciéndose
así un rato de esparcimiento a costa del sufrimiento del animalejo
vejado. Otro caso es la piel cobre que en individuos de
determinadas clasificaciones humanas causa cierta repelencia, cosa
que considero ,personalmente, extraña, pues es un color muy
agradable y que entona de buena gana con la escasa naturaleza de
este inmenso arenal. Además es el color que posee la mayoría, he
ahí lo enigmático del asunto. Imagino que debe servir para unir a
otros grupos distintos pues suele formar una suerte de cerco de
repelencia, tal como funcionan los imanes con una carga igual. Esta
es una suposición de todos modos. Debo decir también que las
proporciones de los casos distan dramáticamente, pero imagino que
es así debido a que la muestra que poseo es solo de esta región. Del
mismo modo ocurre este tipo de mofas y vejaciones en el caso de la
pigmentación de individuos de piel más oscura o más amarilla.
Hasta la fecha comprendo que ciertos grupos humillen a otros
alegando del su color pues suele entretener a pesar del daño causado
en la psiquis del colectivo citado al momento de la ocurrencia ¡Lo
que no entiendo es por qué estos grotescos animalejos son
incapaces de reírse de sí mismos! ¿Por qué es mejor reírse del otro?

Espíritus muy poco solidarios en el fondo. Por más que se intenten


mostrar de otra forma, enmascarádamente, frente a los demás, los
hombres creen en el fondo que siempre existen mejores y peores.
Que de alguna manera ellos mismos, como individuos, son mejores
o peores. Y ese mapa está en su cabeza, es invisible.
Lamentablemente, que no podamos verle no significa que no exista.

Quisiera hablar de otra cuestión fenotípica que caracteriza a las


diferencias. Los ojos hay de varios colores y poseen otra escala de
tonos distinta a la de la piel. Pero con coincidencias. Por lo general
unos poseen un color relacionado a su piel, pero hay excepciones.
Las proporciones también varían pues, como sabrán, todo se debe a

36
La Rebelión De Los Insectos

la proveniencia étnica. Según los textos que he encontrado, los ojos


estirados lateralmente son propiedad de descendientes de regiones
donde el viento hubiera podido dañar el globo ocular. Es un
mecanismo de defensa que surgió con el tiempo y que yo considero
una bella obra de la naturaleza. Una manta que colocó la madre
sobre sus hijos con frío, del mismo modo que la melanina en exceso,
la barba o el cabello lacio son modos mediante los cuales la
naturaleza protege a sus crías. Son centinelas que la naturaleza ha
colocado sobre sus hijos y que, aunque estos simios no logren
comprenderlo, deben respetarse con humildad. Tales son designios
del amor del universo hacia uno. En la falta a estas diferencias
radican muchos de los problemas que restan nobleza a la especie.

Sé que resulta contradictoria mi apreciación. Me disculpo por ello.


Puedo decir animalejo mil veces, pero, en el fondo, me enamora su
belleza.

En cuanto a comportamientos de la escala cromática mencionada


encontramos un porcentaje bastante elevado de cobrizos los cuales
poseen sus propias variaciones de cruce gracias a las mezclas con
los otros grupos. De los otros debo decir que son minorías y que por
ello llaman la atención sea para bien o para mal, pues existen
aparentemente problemas internos tanto a nivel individual como
colectivo en la mayoría mezclada. Por esto mismo existe una
retroalimentación en el sentimiento social débil de esta mayoría. El
gesto hacia determinado grupo de la comunidad depende de lo que
sienta el individuo respecto a sí mismo. La comunidad se ve nutrida
de un concepto más o menos general (pues solo en honrosos casos
existe desapego por la creencia colectiva) gracias a la visión que
posee el individuo. Se construye gracias a los sentimientos de este y
que le fueron dados al momento de hallar conciencia por efecto del
entorno. Lo que es para él la unidad mínima comunitaria.

Respecto a este contexto en particular: Predomina la persuasión en

37
La Rebelión De Los Insectos

ciertos individuos de la mayoría pues se les emparenta debido a sus


características fisiológicas (el tipo de mezcla), sociales (algo que en
español los habitantes llaman “estatus”) o de comunicación. Los
primeros dos criterios son priorizados en el momento en que este
busque manipular de modo alguno a gente de su grupo…

¡Qué animales! ¡Tienen la verdad al alcance de las manos, tan al


alcance como el jabón con las patas y son incapaces de
comprenderla! Porque la ven… Claro que la ven, la tienen en las
narices, pero como digo, prefieren desentenderse y presumir de la
frágil artificialidad de la que creen sostenerse. Cosas que del uso de
la ilusión tratan. Solo hablo de una mayoría que no ha sabido
aprovechar la educación que tiene a la mano. Lo digo porque textos
hay en todas partes y pueden acceder a la información de muchas
maneras. Lo que yo digo, sin embargo, es que… a ver, mejor me
pregunto ¿No desear cultivar el espíritu crítico para desintoxicarse
así de los plásticos que envilecen al espíritu los hace más o menos
víctima que aquellos que violentan sus derechos y se burlan de sus
creencias? Personalmente creo que estos comportamientos sobre la
base de "diferencias" absurdas y sin ningún peso real entre
congéneres es indicio claro de degeneración en su genética y factor
precursor evidente y nítido de una pronta extinción. Pero son juicios
míos señores, juzguen ustedes también.

Ahora sí… dejándonos de cosas cómicas ¿por qué no permitirle a


este humilde insecto expresar su punto de vista? ¡Qué bella es la piel
cobre de los hombres de estas latitudes! ¡Parece unida a la tierra
como por un cordón umbilical! Que belleza tienen esos ojos
rasgados llenos de afecto por el más simple detalle; esas manos
gruesas, hinchadas de trabajo; ese cabello oscuro y lacio que refleja
al astro como una laguna alta, o baja; esos pies que han andado tanto
y gritan por descanso; esos ojos que siempre parecen hundirse en
indeterminable conmoción. No puedo verlos de otra manera… así es
mi amor extraño y nuevo por ellos. Una gran contradicción en la que
luchan las fuerzas de mi gusto físico y de mi capricho por verles

38
La Rebelión De Los Insectos

evolucionar internamente.”

Los colores de los hombres.

Menteo, antiguo conocedor blatódeo de las especies foráneas,


escribió en su celda.

“Los hombres fueron hechos de muchos colores. Algunos de ellos


nacieron azules, otros, verdes.

Los hombres azules tenían una tristeza que no podían consolar con
nada. Los hombres verdes parecían alegres. Los hombres fueron
hechos de muchos colores.

Algunos hombres rojos se perdieron en las montañas, y edificaron


casas, sembraron pan, cosecharon poemas para el cielo. Los
hombres magenta deslumbraban con su brillo. Algunos hombres
rojos, también, se inspiraron en la tierra para que la creatividad de
frutos extremadamente bellos.

Los hombres cian hablaban en lengua mixta, y se hacían fácilmente


comprender por otros hombres. La otredad podían ser los hombres
azules, por ejemplo, o los hombres rojos, si se prefiere.

Cuando los hombres verdes llegaron a lomo de caballo a los


desiertos donde habitaba el hombre amarillo, le suplicaron que
compartiera el agua de su oasis con la bestia. Y fue así como nació
la comunidad en la estepa.

Cuando los hombres amarillos llegaron, a lomo de caballo a las


selvas donde habitaban los hombres azules, algunos hombres azules
les ofrecieron de su propia carne y de su propio pisco, para que se
forjara la hermandad.

En las tierras bajas habitaban hombres de gran tamaño, pero cuyo

39
La Rebelión De Los Insectos

corazón era tierno como el de un niño. Podían otros hombres, como


los magenta, herir sus susceptibilidades lanzando solo un grito.

Nace de este modo la coloredad.

¿Cómo soportar tanta dicha?

Los hombres amarillos hacían el amor con los rojos, y luego los
rojos ingresaban a la fiesta que los azules tenían con los verdes. Los
hombres azules festejaban el cenit del placer carnal y evocaban sus
antiguas angustias solo para recordarse que más pena no valdría
vivir.

Los hombres cian invitaron a los hombres magenta a embriagarse en


la selva, y jugaron también con otros animales, y fueron dichosos
porque su Dios les dio el don del placer, y les dio, por ello, la alegría
de la fruición. Cada músculo de sus cuerpos vibraba con el solo roce
de las otras pieles sin depender del color o la lengua.

Y las pieles, aunque eran distintas, carecían de significado alguno.


“La piel no significa nada” decían los hombres verdes, y “¡los
poderes tampoco!” clamaban los amarillos con notoria exaltación. El
edén de la cristiandad humana resulta ser fábula perversa comparada
con la fiesta de los hombres de colores.

El poder no existía, porque el poder era de todos, y todos decidían


sobre el destino. Así habían escrito las poetisas sus canciones para
los hombres amados, y gracias a esta creencia los hombres se daban
tiempo y seso para intentar comprender las emociones de sus
mujeres con denodado sacrificio, ornando, luego de la prolongada
cavilación, la mesa, con tulipanes de origami rojos y amarillos.

Y durante tantísimas eras los hombres vivieron en comunión con la


naturaleza y con otros hombres, y tenían sexo hasta el hartazgo, y
vivían bien. Trabajaban de sol a sol, inventaban máquinas para

40
La Rebelión De Los Insectos

cepillar el cabello de los animales con los que convivían y


manejaban vehículos alimentados con heces pero cuyo escape
expulsaba oxígeno. Los hombres verdes, para mi gusto, los menos
físicamente hermosos, criaban insectos de colores para realizar
arreglos de ellos, como los que se hacen hoy con las flores, y se los
ofrecían a las damas que retozaban bajo las sombras de los árboles
tropicales. Los hombres rojos, junto con los amarillos, crearon el
sistema de fuentes vitales: Desarrollaron una técnica culinaria
complejísima, pero al mismo tiempo, se educaron en lo que
concierne a nutrición. Es así como se daban, durante las fiestas,
manjares que parecían caídos desde el secreto, pero cuyo aporte
nutricional elevado y falta de merma grasienta, y enfermiza, les
hacía no solo acreedores del disfrute, sino que, también, alimento
libre de culpa alguna para la coloredad*.

*Comunidad de los hombres de colores.

Y todo fue siempre buena emoción en su más puro estado. Los


hombres de colores se amaban y tenían la capacidad de conmoverse
por el hermano herido. Equilibraban las riquezas sin necesidad de
perder la individualidad o el ego, porque hablamos de una
comunidad de egos, del respeto y amor por la otredad sin la omisión
de la dependencia de competencias. De un equilibrio entre el yo y
los otros sustentado en la educación derivada de la aceptación y
comprensión de las diferencias. Tolerancia y respeto, como en muy
pocas sociedades modernas puede verse hoy.

¿Cómo soportar tanta dicha?

La selva y la estepa estuvieron durante eras unidas por un túnel


subterráneo. La montaña y las ciudades submarinas también. Los
hombres hacían entretenidos los viajes con juegos de mesa, cartas,
machoplenarios, fiestas improvisadas, cadenas de rezo (porque
rezaban y agradecían a su asexuado Diose* la dicha de la fruición),
bailes también, entre otros. Tenían en ciertos tramos de los túneles

41
La Rebelión De Los Insectos

museos de mariposas de colores, flores silvestres, y burdeles cuyas


prostitutas podían enamorarse en un minuto. Los hombres de colores
eran exageradamente felices.

*Divinidad sin género en blatódeo.

¿Cómo soportar tanta dicha? ¿Cómo agradecer la falta de adviento?


¿Qué redentor maligno ultrajaría la paz de esta mágica tierra?

Desde el mar y desde el cielo, entonces, llegaron hombres negros y


blancos. Llegaron en barcos y aviones, llegaron expulsando de sus
tubos de escape el contaminante gas. Con armas de gran potencial
letal, pero sobre todo, con la nefasta doctrina de la redención alterna.

Y etiquetaron a los hombres. Tú serás negro, tú serás blanco ¡no hay


medias tintas!, tú eres negro, tú eres blanco. Tú eres bueno, tú eres
malo, tu cargas la culpa, tú no, tu eres negro, tú eres blanco. Tú
mereces la muerte, tú no, tú mereces ser negro, tú mereces ser
blanco. Y fueron entonces los hombres de colores colocados en
pequeños galpones, y la mano de los hombres negros y blancos les
esclavizó y les reprimió la verdadera razón. Y se le suplantó a esta
con la falsa razón. Así se dio muerte a la estructura social de los
hombres de colores.

Faltaba solo un detalle. La confiscación de sus espíritus libres, para


efecto de que se complete el proceso de redención alterna. Así
fueron los espíritus libres de los hombres de colores colocados en
frascos, los frascos en casilleros, los casilleros en cubículos.

¿De qué doctrina hablamos?


La falsa razón de los hombres negros y blancos reemplazó a la
verdadera razón de los hombres de colores y la emoción sucia
ingresó en sus juicios de hecho, suplantando a la emoción limpia. La
escala de colores que conocían los hombres se radicalizó. Y cada
uno de los hombres de colores fue colocado en uno de los extremos.

42
La Rebelión De Los Insectos

Por ello se inició la lucha. En algunas eras los hombres negros


ostentaban el poder, en otras, los blancos, pero todo siempre estuvo
sobre la balanza. Y los hombres negros y blancos que engendraron
dicha enfermedad del mundo lo sabían perfectamente. Pero preferían
no decirlo.

Los hombres de colores intentaron defenderse. Pero la doctrina les


conmocionó. Ingresa entonces la falsedad en la creencia.

Surgieron las penas, y los hombres decidieron remembrar el amor


por los colores utilizando la pena y la alegría para crear una nueva
fuente de expresión. Es así como nace el drama en la coloredad,
padre del drama clásico, y abuelo del drama moderno.

¿Cuál fue el problema que enfermó los corazones de los hombres


blancos y negros?

Evidentemente la problemática es semiótica. Cuando las sociedades


comenzaron a otorgar significados a todos los detalles y
posteriormente relacionaron las cuestiones éticas y estéticas con
cada uno de los significados de las variables, surgieron los
estereotipos, los arquetipos y los cánones. Es aquí cuando la paloma
gris que emitía haces de luz negra y que brindaba paz en el interior
de cada uno de estos individuos, que fueron de colores también
inicialmente, fue atravesada desde el pecho hasta el espinazo por la
daga del exclusivismo. Es, quizá, el principio de relación de los
hombres lo que les llevó a relacionar un mismo significado con
incontables significantes. Entonces las cosas también se dividieron,
y algunas fueron negras y otras blancas. Por esto los hechos se
dividieron: algunos fueron blancos y otros negros, y todo lo blanco
fue relacionado entre sí y todo lo negro también entre sí fue puesto a
prueba por el juicio de las colectividades. Y los hombres olvidaron
que son esencialmente de colores, y que el negro y el blanco son
ilusiones muy similares a la del poder.

43
La Rebelión De Los Insectos

No le quedaría mucho a la coloredad. Tendría que acabarse luego de


la implantación sistémica de falsas razones”.

Exhumación

La figurilla opaca se estremeció cuando escuchó el silbido extraño.


Pensó que debía de tratarse de un sonido proveniente de la calle.
Tanta gente silbaba. Unos silbaban porque era una forma agresiva de
comportarse y ello los hacía sentirse bien; otros, los menos, silbaban
por necesidad de música, por no cantar, por silbar solamente. El
silbido era un saludo tentativo que emitía el insecto para lograr
acercarse al individuo. La figurilla extraña intentó guiarse del
sonido, pero le fue imposible acertar su procedencia. Por todo esto
prefirió desentenderse y creer que eran las voces, que era su mente.
Ya bastante se había torturado leyendo horas de horas en la
computadora acerca de enfermedades mentales como para no usar
algún dato como excusa. No porque fuera su labor, sino por pura
curiosidad, a saber, la curiosidad de los perseguidos. Es por esto que
retomó su labor vespertina, leyendo algún texto encargado, viendo la
televisión y, ocasionalmente, comiendo lo que encontrase. Todo
menos jabón.

El silbido se convirtió en un seseo que se apagó despacio. Durante


media hora no se escuchó nada salvo la vuelta de las páginas del
texto que la sombra triste sostenía con ambas manos o la televisión
que estaba prendida hace buen rato. Entonces la figurilla decidió
cerrar los ojos porque la noche ya estaba partiéndose en dos, y era,
como él acostumbraba, la hora de cerrar los ojos. Pero no en esto
halló concilio pues nuevamente el sonidillo perturbador logró llamar
su atención y, por ello, a enfurecerlo de tal modo que comenzó a
levantar todos los aparatos, prender, apagar, alzar, bajar,
desconectar, abrir, cerrar. Incluso pateó los cojines creyendo que se
trataba de un roedor. Nada. Y ocurrió. La pequeña nave de donde
provenían los sonidos molestos se encontraba a dos metros de

44
La Rebelión De Los Insectos

proximidad. Luminosa, tal como podía percibirse.

Sea gracias a lo que fuere que se haya echado al buche, aquella


retorcida y despintada silueta, una especie de pasividad frente a lo
novedoso le invadió el consciente y permitió, de alguna forma, que
se encontrara tranquilo, no siendo esto sinónimo de cabalidad. Se le
acercó despacio y él mantuvo la calma de un sabio. En seguida
emergió un contenido que él a primera vista consideró grotesco, y
tuvo miedo, mas no se alteró demasiado porque supuso entonces que
de continuar evitando el suceso, por intervención providencial o el
azar que considerara más similar a la fe propia, no le dejaría en paz.

Arguño habló en buen español. Dijo: "Hombre de tus años, te he


traído hasta aquí nuevas de otra tierra que creer te hará bien: no estás
solo nunca…". Cándido se levantó asqueado y lleno de pavor por lo
que sus ojos le decían. Me tomo la licencia de ponerlo así porque la
percepción del individuo colapsó de modo tal que la información de
sus sentidos era enviada a receptores de otra competencia. Áreas del
cerebro destinadas a otras funciones. Inmediatamente se dirigió a la
cocina. La navecilla, lo propio. Tomó el soldadito de plástico un
tubo pulverizador y lanzó una ráfaga de insecticida que no alcanzó a
Arguño. Cogió también la revista que sostenía con las manos antes
del hecho, la enrolló, e intentó aplastarle con toda rabia. Tuvo aún
más miedo. Dijo el insecto entonces: "El miedo te hace ciego. Baja
tu arma, y escucha". Exhausto, rendido y transpirado, el
hombrecillo, hecho, como de píxeles, le escuchó paralizado por la
propia impresión, y atento ante la cautivante presencia.

- Baja el arma-

Y el hombre hizo lo que le decía el insecto.


-Siéntate- Y el hombre hizo lo que le decía el insecto.
- Escucha- Y el hombre expectante decidió, a pesar de todo,
escuchar. Por más difícil que le hiciera la fuerza de sus latidos oír
sus propios pensamientos, escuchar.

45
La Rebelión De Los Insectos

- Mi nombre es Arguño, en buen español. Provengo de un sistema


ramificado que ha engendrado satélites de muchos tamaños y de los
cuales, el más pequeño, es el mío. Ni sospeches de la cercanía o
lejanía de aquél lugar, dejémoslo como que llanamente está. Es por
esto que decidí emprender un trayecto ondulante hacia la nada, y, de
entre la nada, me he topado con la sorpresa de que necesito conocer
este lugar. No por ti. Por ustedes, pero sobre todo, y aunque carezca
momentáneamente de sentido, por mí. Desearía que consideres que
no he venido con ninguna intención de agredirte porque respeto a tu
especie y te respeto a ti como criatura del universo. No vengo
tampoco a mostrarme amenazante gracias a mi poder sobre ti, pues,
si bien físicamente éste existe, el único que en realidad tiene poder
sobre ti, puedes ser tú. Las entes abstractas de las que podamos
fiarnos ambos son un tema que no nos será útil debatir, aunque sí
necesario compartir a su tiempo. Te he traído una buena noticia, sin
ánimo arrogante ni viso de superioridad, pues te considero un
allegado en toda perspectiva. Te aconsejo que no comentes con
ningún otro sujeto de tu especie sobre este acontecimiento pues la
incredulidad innata de tu generación solo te hará parecer ingenuo y
estúpido. Así son las apariencias. No pretendo mostrarme a este
mundo tal como algunos desearían. Y es este mensaje el que te
entrego con el principal fin de que accedas a ser mi guía durante mi
estudio y, si pudieres, dejarte guiar. Escucha, latino, son demasiadas
cosas las que necesitas comprender y muy pocas las que yo debo
estudiar de ti. Necesito tu ayuda, de una u otra manera. En
recompensa, te apoyaré en tu camino y responderé a tus inquietudes
interiores o exteriores.

La figurilla gris se iluminó durante un momento. Tembló.


Inmediatamente sus músculos aprendieron a relajarse durante aquél
instante y supo entonces articular una de sus primeras palabras.

- ¿Eres un alienígena?
-¿Qué es un alienígena para ti?
-Un individuo de otro planeta.

46
La Rebelión De Los Insectos

- Bueno- respondió Arguño con soltura.- Teniendo en cuenta que no


nací acá, sí. Lo soy. Pero puedo ser de acá en cuanto me lo plantee,
en cuanto lo crea conveniente. Por lo tanto, aquél calificativo sobre
mí es tan cambiable como tu concepto del término.
- ¿O sea que sí?
- Digamos que por el momento. Sí.
- Es terrible…
- ¿Qué es terrible?
- El síndrome de abstinencia- respondió Cándido con los ojos
perdidos.
- ¿Qué es el síndrome de abstinencia?
- La causa de que una cucaracha me hable y yo le responda.
- Ya veo… ¿estás enfermo?
- Sí, enfermo de vicios. Entiendo cómo puede estar pasándome esto.

El blatódeo cogió un bizcocho y tomó lo que él llamaba “muestras”.


Aunque, hay que imaginarlo, siempre terminaba masticando la
muestra.

- Esto no es causa de tus vicios. Yo soy muy real. Tócame.- Dijo


Arguño moviendo sus patitas.
- No tocaré a una cucaracha.
- Tócame. No te cuesta nada.
- ¡Claro que me cuesta!- Exaltada la figurilla- ¡No puedo tocar algo
que no existe!
- ¿Qué te hace pensar que no existo?
- Que nunca antes habías aparecido.
- Y ¿qué con eso? Observo resquemor por parte de tu especie hacia
lo nuevo. Temerle a lo nuevo es tan absurdo como comer toda la
santa vida duraznos, o carnes, o zumos de manzana. Es absurdo vivir
lo mismo constantemente. Es sedarse, evitar el contacto con la
variedad de lo real. Motivo de involución indiscutible.

El hombrecillo se agarraba la cabeza, se tapaba los ojos e intentaba


explicarse la situación:

47
La Rebelión De Los Insectos

- Esto no está pasando. Esto no está pasando. No. Esto no está


pasando.

Inesperado Hallazgo.

Para el originario no era tan difícil comunicarse. Tan solo encendía


el equipo y comenzaba a teclear. A veces con un par de patas, a
veces, con dos pares. Siempre dependía del estado de ánimo.

Escribió:

“Hace un par de noches describí a Torme lo que parecía ser un


artefacto mediante el cual los homínidos logran visualizar imágenes
de diversos contenidos. Tecnología primitiva, pero de gran
efectividad.

La situación parecía ser de lo más cómoda, pero esto fue en un


inicio.

Tan solo vi al sujeto en cuestión permanecer sentado, encorvado, y


muy concentrado, durante varias horas, frente a dicho aparato.
Preferí observar su comportamiento en vez de especular
directamente y aventurarme a conjeturar sin poseer una base sólida
para describir dicha manifestación de su naturaleza.

El caso es que, el modelo funcional humano, tal como se había


estudiado por los primeros exploradores de Origen, desencajó
severamente. Más bien, se vio contradicho durante las primeras dos
horas, siendo el resultado bastante más deplorable durante las
últimas dos…. de un total de 440 minutos occidentales de
observación.

Mediante un escaneo del encéfalo del individuo me percaté de que

48
La Rebelión De Los Insectos

las partes que irradiaban mayor calor son precisamente las que
utiliza para ver y sorprenderse. Posteriormente noté un cambio
fascinante, no menos preocupante, en la acción de su ganglio
principal. Aquél calor, se irradiaba hacia el sector que utiliza para
realizar sus procesos afectivos. Hemos de suponer por ello que el
simio se sentía conmovido por los contenidos, lo cual es,
evidentemente, señal de que realizaría a posteriori almacenamiento
de informaciones en vista de que, como sabemos, un proceso
emocional es priorizado por la memoria de cualquier ser vivo. El
dato apocalíptico es que mientras más quedaban en él los
contenidos, de más espacio tentaban por hacerse éstos en fracciones
destinadas al aprendizaje. Luego de llamada mi atención advertí que
dicha realidad descrita en el artefacto, una suerte de maquinación
bastante calculada, carecía de sentido y ligazón legítima con la
realidad que vive el sujeto, y es por ello que sostengo que otros
individuos de la misma especie, una gran mayoría muy a mi pesar,
sufren la misma reacción, pues, este aparato se encuentra en casi
todas las viviendas humanas.”

Cándido alzó la voz: “Eh ¡tú! ¿Qué no puedes teclear más


despacito? ¡Intento ver la tele, insecto!”

El bicho cesó su digitación y comprendió que había que ser más


cuidadoso…: “Pues si me lo pides con tanto amor ¡claro! Trataré de
que no te des cuenta de mi presencia…”. Continuó.

“Estudiando las frecuencias del suceso comprendí que no es un


acontecimiento fortuito. Es tan cotidiano como voluntario, y hablo
de proporciones de tiempo descomunales. Después de 100 días, he
notado mayor credulidad por parte del homínido en los mismos
contenidos. Habiendo sido estos incluso posteriormente alterados
por el medio, tal como dije respecto a la congruencia de lo que se
argumenta en el desarrollo de los temas y su repercusión a plazos
sobre el juicio. Sin embargo, la opinión del sujeto ha sido formada

49
La Rebelión De Los Insectos

en base al contenido de las últimas repeticiones que configuran la


estadística. En cuanto a la frecuencia; me limitaré a decir que es
diaria y que oscila entre las 2 y las 5 horas dependiendo tanto del
estado de ánimo del sujeto como del funcionamiento correcto de su
memoria.

Y hay otros datos que pueden llevarnos a desembocar en inevitable


compasión.

La opinión del sujeto en diversos temas de índole humana se ha


visto modificada por un aparato, es muy cierto. La influencia que
tienen las informaciones manipuladas en sus juicios individuales de
valor y de hecho es tan poderosa como espeluznante. Lo constaté
con las entrevistas realizadas periódicamente respecto a
determinados temas y lo corroboré analizando mis estadísticas. Peor
aún, se trata de un proveedor de ideas que no presentaba ningún tipo
de continuidad en su línea de pensamiento tanto a mediano como a
largo plazo, salvo por una que otra preferencia editorial y directiva.

Es de saber que por poco y el estupor me arrebata el don de


permanecer implacable. Confieso que la pena nació en mí.

La memoria del sujeto, que es deficiente de por sí, se ve doblemente


alterada gracias a las contradicciones de los contenidos. Siendo
lógico y conciso: La incongruencia de los contenidos del aparato
convierte al individuo en una persona de opiniones incongruentes,
por ello, la propia línea de acción y filosofía de vida se ven
activamente transformadas en pro de los intereses de aquél medio;
de aquellos que lo manejan; pero, sobre todo, de aquellos que
manejan a quienes lo manejan. Resultando el sujeto un receptor tan
pasivo y sumiso ante la postura del contenido que si este sostuviera
que todos los alfileres del mundo pueden reemplazar a la especie
humana, éste lo creería sin vacilar demasiado. Un término
competente para conceptualizar el problema, en buen español, sería
"enajenación", pero creo que debemos tomar en cuenta que en el

50
La Rebelión De Los Insectos

fondo la irreflexión y la ignorancia son los principales factores


precursores de dicha patología en la colectividad de los primates.

Con esto no busco culpables, pues, para ello necesitaré de un tiempo


mayor de investigación. ¿Cómo decirlo? Si enumerara cada
sustantivo propio y realizara una evaluación punitiva tardaría lo
mismo que una vida. Y el peligro de morir aplastados siempre es
latente.

Ocurre lo mismo con otros medios humanos. No sólo existe un


aparato audiovisual. También hay uno sólo de audio, así como
medios físicos que van desde panfletos hasta eventos de interacción.
La gran mayoría de estos produce la misma alteración de la realidad
posible, y raya en el pensamiento anticrítico en las sociedades,
argumentando que lo bueno y lo correcto es aquello que se enuncia
sobre la base de determinados arquetipos dependientes del contexto
– sociales, políticos y económicos, por ejemplo-. Desde el punto de
vista humano, podemos hablar de la falta de regulación de los
contenidos, del incumplimiento de las pocas e ineficaces leyes que
existen respecto a ello, pero sobre todo, de la nula fiscalización y
corrección de los implicados en los crímenes de manipulación
pública.

Pero estos no son vistos como crímenes por el hombre, sopesar que
a nosotros nos parezca civilizada la legislación blatódea, la cual les
enmarca así.

Debo decir, también, que existen herramientas de categoría


disciplinaria cuyo fin es sorprender:

Una incentiva el consumo empleando como principal motivación un


argumento, puede ser la necesidad o el deseo. Sépase que el
argumento se nutre de cuestiones tales como la belleza y la bondad
para persuadir. Recuerde, Torme, que todo se sostiene sobre los
arquetipos dependientes. Hay la cual sorprende e incentiva una

51
La Rebelión De Los Insectos

postura respecto a temas coyunturales argumentando, quienes


producen en, ser dueños de la verdad, de la belleza, y de la bondad,
buscando con ello persuadir al simio del mismo modo que la
anterior solo que no en cuanto a consumo de productos o servicios
sino en la adopción de una subjetividad frente a temas que atañan al
grupo del cual el sujeto forma parte y, existe una que, creo, es la más
importante de todas pues retroalimenta la postura humana respecto a
cuestiones vitales éticas como la belleza y la bondad pudiendo ser o
no éstas argumento o fin, brindando el pie de las primeras dos
disciplinas, pues se encarga de crear los arquetipos dependientes, de
colorearlos, plastificarlos, y producirlos en masa, pero no posee un
nombre exacto pues las subdivisiones de método y/o medio que le
componen tienen fines diversos. De todos modos, creo que un
término a secas no sería adecuado.

Por otro lado, y para seguir insistiendo en lo mismo, hay un


parentesco implícito entre los organismos que producen lo
consumible y los medios de persuasión. Por ejemplo, los hombres
no consideran a la "moda" un pariente filial de las últimas dos
disciplinas mencionadas, por mucho que a ustedes o a mi nos
parezca lógico enlazarlas. Digamos que esta última influye
radicalmente en el desarrollo de lo estético y lo bueno
contextualmente hablando, recordemos así que las dos primeras
herramientas tienen como fin trazar una línea de contexto.

Por ahora no poseo un nombre para denominar a la ciencia que


estudia y desarrolla estos conceptos de auténtica belleza y auténtica
benevolencia en los medios, y me abstengo de llamarle disciplina
pues es aplicable en todos los ámbitos de la vida cotidiana de estos
primates. Sin embargo, condenen mi contradicción de curso, de
haber dicho que no existe un nombre exacto y que además no
debería llamársele disciplina, existe una de la filosofía humana que
puede ilustrar el concepto al que me refiero. La llamada, en buen
español, "axiología", es el estudio de la valoración y los valores
mismos. Por ello estaría bien llamarla "desarrollo de la axiología

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La Rebelión De Los Insectos

mediática" o "medioaxiología", pues implica una producción de


valor, un incremento, un uso de este como elemento que maquilla o
desenmascara las informaciones reales dependiendo del interés del
medio. Por el momento, “producción axiológica” es una forma
adecuada de llamar al conjunto de procedimientos que configuran a
la disciplina. Existe, y es el conjunto de mecanismos más poderoso
que puede existir en el contexto humano actual, pues, la idea de
"belleza" y de "lo bueno" es para el hombre una manifestación
divina y él necesita aferrarse a algo misterioso, tal como el origen de
la belleza, para no caer en el desconsuelo; en ello radica su poder.
En el hecho de ser la ciencia que administra, vía axiológica, y, con
todos los tipos de lenguaje humanos, intangibles prioritarios tales
como la estética y la ética. ¡Esto es lo preocupante Torme! ¡Que
dicha ciencia es administrada por grupos reducidos que la emplean
en beneficio propio y que carecen de conciencia de bienestar común
y responsabilidad social!...en su mayoría.

No me malentiendan. Si bien estas ciencias están siendo utilizadas


incorrectamente por grupos minoritarios, primates sobre primates,
para enriquecerse a costa de la ignorancia y falta de pensamiento
crítico y analítico de las grandes mayorías, no hace ello culpable de
ningún modo a dichas herramientas intangibles del hombre ¡no
puedes echarle la culpa al martillo por haberte roto un dedo!

Como pude percatarme gracias a algunos textos, que encontré


escondidos por cierto, entre otras finalidades primordiales de los
medios se encuentran la educación y la información de las personas.
Todo esto en teoría, claro está. No hubiera necesitado de los textos si
la realidad hubiera sido una extensión actuada de ellos. Busco decir
que, si nos referimos a educación, no hablamos de otra que no sea la
correcta y del mismo modo cuando mencionamos a la función
informativa de los medios hacemos hincapié en el concepto de "lo
más aproximado posible a la verdad", siendo en este caso, una
verdad de interés público. Pero yo no veo que esto se dé. De ser así
mi sujeto de estudio sería otra persona y este mundo sería otro

53
La Rebelión De Los Insectos

mundo.

No es culpa de los aparatos, pues son objetos inanimados.


Resultaría estúpido despotricar contra ellos. Los dos errores
principales consisten en: El mal manejo de los medios y la mala
postura del público frente a los medios mal manejados. Aunque
también podemos hablar de regulación y decir que no existe la
apropiada. Pero, me lo planteo, en un mundo como éste, las leyes no
salvarán a nadie.

Aquí surge mi desventura. ¿Qué motiva actitudes tan descabelladas


en los administradores de la ilusión? ¿Qué enferma el alma de los
poseedores de la ficción del poder? ¿Acaso no comprenden que es
más libre el mundo cuando las mayorías están educadas e
informadas apropiadamente que cuando solo unos pocos tienen la
libertad de manejar a antojo el contenido y la línea de los medios y
de las decisiones públicas?
De los administradores de la ilusión pueden decirse tantísimas cosas.
De su manejo del contenido, de su falta de ética. Pero hallarlos
enteramente culpables sería un error ¿verdad, Torme? La ignorancia
de los comunicadores contemporáneos no es reina porque ellos lo
quieran así en vista de que, desde niños, ellos mismos han sido
víctimas de los medios y no pueden evitar sorprenderse con las
técnicas trilladas para hacer comunicación, para construir signo y
símbolo, para beber el mismo zumo de manzana, por más trilladas
que estén, valga la redundancia. De quienes manejan la ficción del
poder puede decirse algo similar… ellos también fueron víctimas.
Víctimas de la irreflexión.

Si bien a nivel tecnológico y técnico poseen una gama de


posibilidades operativas para desarrollar los contenidos, faltan tres
cualidades que en una problemática tal como la humana, hoy en día,
son necesarias para calmar la sed de los hombres como un vaso de
agua dulce a mitad de un salobre océano: Creatividad (tanto para
hallar contenidos como para desarrollarlos); pensamiento analítico

54
La Rebelión De Los Insectos

(para desentrañar el tema en cuestión lo suficiente como para


contemplarlo desde diversas perspectivas científicas o no);y, crítica.
La crítica esclarece, humaniza a los colores reproducidos. Pero la
situación es otra. Quedar bien con quién se desea quedar bien y no
con quien se debe quedar bien se presenta cual consigna, incluso a
sabiendas de que aquella persona o institución puede o no ser el más
ilustre ente representador de lo bueno o lo bello. Eso quisiera ver
yo… no a los guardianes del arquetipo, sino a los verdugos de éste.
Ordenar a las avecillas que se apelotonan sobre la rama menos
defecada.

Ya lo he dicho, puede deberse esto a que los científicos fueron


también víctimas de arquetipos estúpidos e inconsecuentes, tanto de
belleza como de bondad, durante su formación. Ello es cuanto ha
mellado en el interior, repercutiendo, inevitablemente, en su labor y
preparando el agua de su ducha de gloria injustificada. La gloria, así
como tantos milagros, no sobrepasa la categoría de la ficción.

No es esto algo de lo que hablen los humanos pues ellos suelen


temer a la verdad y son bastante más felices si se les indica en qué
creer. Verdades que consideren a priori, sobre la base de intereses
que aún no puedo definir con toda exactitud, aunque, algo me dice
que no distan mucho de la necesidad sexual.

Patología

“El comportamiento de Cándido puede ser asignado, como término,


a nuestro cuadro de patologías blatodeas.

Lo digo porque es perfectamente comparable con cierta incidencia


psicopatológica que ustedes bien conocen. Hagamos un poco de
historia.

En Orígen, las ninfas manifiestan siempre un grado de suspicacia


natural, propio de nuestra especie, sin embargo, estadísticas de este

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La Rebelión De Los Insectos

último tiempo han demostrado que un 12% de las larvas en proceso


de educación deciden, sin motivo aparente, renunciar a la crítica y al
pensamiento analítico de los temas que se les enseña,
desconcertando, naturalmente, a sus educadores, pues el
procedimiento que ellos planifican emplear se ve obstruido por
cierta falta de interés hacia las verdades. Nuestros blatólogos han
notado dicha tendencia y han mostrado gestos de preocupación hacia
la comunidad científica, sin embargo, ésta aún mantiene en estricta
reserva el asunto, siendo poco flexible tratándose de hacer públicos
tales datos.

No quisiera alardear de mis estudios en blatología pero,


previamente agradeciendo pertenecer a una especie donde la
honestidad del ego no afecta ni despierta envidias o malestares en la
comunidad, tratándose de una recomendación justificada, quisiera
proponer para dicho problema un nombre: “Síndrome del simio en la
caja” en vista de que, como podrán haber apreciado, los hombres no
solo ven, o escuchan, o leen, la caja, si no que dicha caja tiene la
capacidad de, figuradamente, introducirlos en ella y restringir lo que
llegue a sus sentidos, tal como expliqué, solo ven lo que pueden y
quieren ver. La espectacularidad contribuye holgadamente a fijar el
efecto, pero no es solo ella, es la complicidad del espectador la que
permite la conclusión del proceso.

Entonces, el tropiezo de la víctima consiste en querer ver muy poco


y poder ver muy poco. La solución es que la anterior afirmación no
sea del todo cierta, pues, los simios pueden ver mucho más allá de
sus narices con algo de voluntad, aunque, creo que mejor solución
sería extirpar la negligencia que tienen consigo mismos.

Claro que en Origen esta inusitada enfermedad puede tratarse con


medicamentos, pero esa no es mi área.”

NDA: “Síndrome del hombre en la caja” en Lengua blatódea se


leería un poco más corto. En Origen existen dos formas de decir las

56
La Rebelión De Los Insectos

cosas: con palabras separadas, incluso en morfemas; y, creando una


sola palabra con las otras. Es por ello que suponemos que Arguño
propuso la frase “Síndrome del…” Y posteriormente convirtió
“Simio en la caja” u “Hombre en la caja” que para efectos del
blatódeo son casi lo mismo, en otra, y le anexó posteriormente al
“Síndrome del”. Por ello creemos que “Síndrome del hombre en la
caja” son tres palabras y no seis.

Los apelativos.

La noche rebozaba oscuridad. Arguño se sintió muy cómodo con la


humedad exterior y decidió salir a dar una caminata breve por los
alrededores del recinto. Encontró a 28 y a tres cucarachas más, unos
pasos más allá de la puerta del hombrecillo gris, arrastrando una
caja gigantesca que olía, podremos suponerlo, a jabón. Les recordó
que existían los principios mecánicos y que uno de ellos podría
resultarles bastante útil: El plano inclinado. Entonces tuvo que
ilustrar para que se entienda que sería bastante más rápido que
arrastrar, deslizar por una barandilla la caja hasta llevarla al
alcantarillado más próximo donde flotaría en sea lo que fuere la
densa pasta que fluye por la cloaca y así tendrían que,
sencillamente, dirigir la barcaza hacia donde ellos quisieran. 28
aceptó encantado la idea y fue así como decidieron llevarla a cabo
sin mayores angustias.

No estoy seguro de que las cucarachas transpiren pero, si pudieran,


estaría totalmente convencido de que se evitaron varios mililitros de
sudor esa joven luna.

Fue cuando quiso regresar a la vivienda de la figurilla retorcida,


pues sentía hambre, y sabía que su anfitrión no le negaría unas
migas de pan. O un pedazo de jabón en el mejor de los casos.

En el trayecto a la salita de estar reconoció a una hembra humana, de


algunos años, y decidió contemplarla sin que ella se percatase de que

57
La Rebelión De Los Insectos

un insecto gigante le observaba. Posteriormente la vio retirarse por


la puerta dejando solo, sentado en la mesa, a aquél que Arguño
llamaba “el simio”. Se precipitó a aparecer frente a él. Cándido,
saltó del susto.

-¡Te he dicho cientos de veces que no me asustes así!


- No te he asustado hombre. Solo dejé que me vieras.
- Mira, bicho, tengo bastantes cosas en la cabeza como para empezar
a preocuparme de un monstruo como tú. Te voy a pedir que te alejes
de mí, no puedo ayudarte ahora.
- Es que no te voy a pedir ayuda Cándido, el único que busca ayudar
soy yo, y la persona a la que más deseo ayudar eres tú.
-Cándido hizo media circunferencia con el camino de sus ojos en un
gesto de evidente desapruebo hacia las palabras de Arguño y le
inquirió.
-Nunca te he dicho que necesito que me ayudes. Hasta el momento
solo has empeorado todo.
-Falso, creo que hoy ha mejorado nuestra relación. Te he dicho, por
primera vez “persona” y no “animalejo” como he solido hacerlo
desde que me diste confianza.
- Bien. Lo encuentro perfecto. Encuentro perfecta tu sinceridad, pero
desde ahora, quisiera que me llames por mi nombre y si no es así, no
me llames.
-Ya te expliqué que los nombres…

Y pegando un puñetazo en la mesa la silueta enrarecida exclamó con


amenazante aire:

-¡A mí se me pega la puta gana de que me llames por mi nombre!


¡Para mí un nombre es importante porque me da identidad, y me
gusta mi nombre! ¡En algún lugar del África hay una tribu que no
revela sus verdaderos nombres porque creen que se les puede
ultrajar el alma de saberlos! ¡Yo te doy el beneficio de que sepas el
mío y aún así no quieres usarlo! ¡Estúpido alienígena! ¡Además de
feo eres estúpido!

58
La Rebelión De Los Insectos

Y se recostó sobre sus brazos cerrando los ojos al borde de la


mesa. Un largo silencio transcurrió desde entonces. Arguño,
instantes después, habló.

-Uno. Creo que te hace mal beber; dos, lamento no llamarte por tu
nombre. Prometo que de ahora en adelante lo haré, siempre y
cuando, permitas que me acerque más a ti.

Cándido lo miró con ojos vidriosos pero sin que permitiera que el
insecto viera en su interior.

-Bien. Es un trato.
-¿Qué te atormenta tanto?
-No lo sé, mi vida es imperfecta.
-¿Por qué?
-Porque no existe equilibrio en ella- y apoyó el rostro sobre el brazo.
Echóse a gimotear-.

Quisiéramos muchos creer que el rastrero comenzaría a llamar por


su nombre a la desfigurada sombra. Podemos aspirar a ello con
vehemencia. Pero no nos engañemos… el bicho adoraba el término
“simio” y todo lo relacionado con él. Debamos esto a que, en
Origen, Simio es una interjección a la que se recurre en ocasiones en
las que se hace alusión perturbadora a la naturaleza del ego.
Culpemos. Claro está que si me doy el lujo de dar ponencia respecto
a la fonética originaria, nuevamente, alguien tendría que financiarme
el tiempo.

Minucias que causan desdicha.

Cándido llamó a una mujer por el teléfono. Entonces, transcurridas


dos horas, unos nudillos golpearon la puerta. Podrían haber tocado el
timbre también pero eran de aquellos nudillos unidos al cuerpo de
una persona que sabe que si un millón de personas evitara utilizar la

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La Rebelión De Los Insectos

electricidad de la campanita se ahorraría una cantidad obscena de


electricidad. Prolongaron dos voces el diálogo cortas horas, se
hacían presentes los dejavúes, acaso los vituperios.

El destartalado hombrecillo prefería no decir nada antes de


despedirse porque se trataba de una situación incómoda, como la
vergüenza de los hombres que lloran. Eso de cerrar la puerta era
tormentoso. Entonces decidió terminar con su vida diaria. Un ritual
suicidad, la autodestrucción de la calidad humana. Arguño, siempre
observando a su sujeto de investigación, siempre pendiente de
tenerlo donde él desease estar pero nunca perdiéndole la pista, le
preguntó por qué tanta tristeza.

-¡Te he explicado ya bicho! ¡Mi vida es desastrosa!


-No lo es. Creo que te estás preocupando demasiado por muy poco.
He visto más hembras ¿No te consuela eso?
-¡Mujeres! ¡Así se llaman!
-Da igual: mujer, macho, bicho. Todos seres vivos.
-Para eso fui al colegio, animal.
-Y me parece fantástico que hayas obtenido un grado de educación
considerable. Pero, seamos francos. Hay cientos de especies
animales en esta región geográfica que saben las mismas cosas
que tú aprendiste en el colegio y las ponen en práctica sin
necesidad de alardear luego de ello para sentir que aquello que
hicieron está bien. Y solo en valores porque hasta parecen más
técnicos. Eso de esperar la aprobación ajena tanto en el caso de lo
que te acaba de ocurrir ahora como en otros tantos aspectos de tu
vida cotidiana, sinceramente, te hacen ver patético. Bueno, no
solo a ti, a tu especie en general, pero, como te digo. Muy
probablemente ello es parte de la naturaleza humana. Yo sabía que
incluso los primeros homo sapiens, de quienes tus
contemporáneos no distan mucho en necesidades, tuvieron la
necesidad de ser aceptados en sociedad. Esta necesidad
evolucionó en ciertos círculos y se convirtió en una comunicación
saludable.

60
La Rebelión De Los Insectos

El hombre ensombrecido guardaba silencio. Ya cogía el hilo, el


insecto tenía el defecto de dilatar las cosas. De una frase hacía un
mundo. Por eso, muchas veces, hacía un comentario y le dejaba
hablar, sin escucharle.

-Pero, créeme, el hecho de que tú te desgastes por una persona que,


tal como lo he podido corroborar, no tiene el más mínimo interés
en ello, porque no te considera su “superior”, no es más que un
mero deseo. Es más infantil de lo que crees. Dentro de una escala
de prioridades en la vida, clasificaría tu deseo como algo estúpido.

-Es tu vicio afirmar que todo es estúpido. No puedes ser tan


pedante, no puedes.
-Lo lamento, homínido. Te ofrezco mis más sinceras disculpas.
- No te disculpes.
- No, sí, por supuesto que debo disculparme. Discúlpame ahora por
haberte herido y por favor permíteme retirarme. Realizaré un viaje.
O dos.
- ¿Dos?
- Dos viajes. El primero será una lectura y el segundo será un breve
vistazo por el mundo y así podré constatar aquello que mis ojos leen.
- ¡Cuánta gente quisiera constatar cuanto lee!
- Pues, yo no soy gente. Soy más bien una aproximación a lo que tú
consideras “persona”, pero “gente” suena a roca, a pan.
- ¡El pan es bueno!
- No si tu índice de masa corporal supera el 24,9.
-¡Bien! ¡Lárgate, insecto!
- A eso voy, pero antes ¿Podría esta humilde cucaracha, que tú
consideras producto de un delirio, tomar un poco de jabón de los
servicios higiénicos?
-Hártate. Después de todo, no tengo planificado bañarme.
-¡Mil gracias, primate!

Antes de partir por la ruta, el insecto decidió pedir contribución a 28

61
La Rebelión De Los Insectos

y de ser posible, a tres cucarachas más, para que ayudasen a empujar


la caja de jabón al desagüe. Habiendo culminado dicho acto, Arguño
ofreció la mitad del jabón y guardó la otra para sí. Se despidió sin
demasiada efusividad de sus anfitriones reales, y montó la mitad que
le correspondía en algo que podríamos confundir con una maletera.
Encendió el motor e inició lo que en nuestra percepción cronológica
consideraríamos un largo periplo por la tierra, pero antes, tomó una
medida excepcional. Detuvo el tiempo.

Cándido recuerda la dilación del insecto.

El blátido registraba todos los detalles que le llamaban la atención


en una libreta de apuntes en la que podía escribir velozmente usando
cuatro de sus patitas, varias veces escribía cerca de Cándido, le
observaba.

En una ocasión, cuando Cándido le preguntó si se encontraba


redactando algo importante. Él respondió: “No, yo no redacto, yo
escribo. La ciencia en Orígen está determinada por un sinnúmero de
factores al momento de realizar los análisis correspondientes del
tema en cuestión. Es, como supondrás, sumamente distinta a la
ciencia que existe en la Tierra. Para elaborar un texto científico
debemos ofrecer pruebas que constaten la veracidad de este, sin
embargo, nunca existirán suficientes pruebas para establecer que
dicha cuestión es del todo cierta y es por ello que la ciencia
evoluciona. Hasta ahí coincidimos con vuestra ciencia. Pero debes
saber, y, escucha esto, también existe el factor de la subjetividad
para nosotros. Nuestros textos científicos no están orientados en su
totalidad a generar un consenso respecto a la cuestión, sino a
producir una empatía con los receptores. Supón, entonces, también,
que tú eres emisor de los contenidos y que para llegar a ello
decidiste iniciar la empresa de la investigación en un campo que
consideraste conveniente; muestra, seguido a ello, la aproximación
concreta que evidencien tus pruebas, la aproximación que, en
nuestra condición, resulta producto irrefutable del método; y

62
La Rebelión De Los Insectos

posteriormente, revela lo que hayas descubierto tú desde tu punto


de vista sin el más mínimo temor a que ello se considere
especulativo. Yo no redacto, yo escribo.” “Dilación solamente,
insecto…”

Aquella vez Cándido estaba sintiendo frío, así es que se abrigó. Se


levantó de la mesa y le dijo: “Dos cosas: en primer lugar, solo te
pregunté si era importante y, en segundo, yo también escribo”
Arguño no pudo evitar preguntar: “¿Y qué escribes?”

Este recuerdo invadió la mente del soldadillo encorvado instantes


después de que Arguño se hubiera despedido. Corrió a buscarlo a la
tina del baño, pero lo único que encontró fue un poco de espuma
brotando del desagüe, aquella visión sobrecogió. Todo comenzó a ir
más lento desde entonces, progresivamente, y rindió cuenta de ello,
pero prefirió ignorar dicha situación, y fue más lento y más, hasta
que el tiempo, para aquella, despojada de toda civilidad, estatua del
hombre corriente, se detuvo. El insecto se había marchado. No lo
supo entonces, pero cierto grado de fatalidad posiblemente
irreversible invadiría la realidad sobre la cual tintileaban sus
delicadas patitas de quitina lustrosa.

Arguño detiene el tiempo.

Y se detuvo el tiempo también para las sillas; para los persas. Para
los hombres veloces también se detuvo el tiempo. La tierra, la
esfera que conocemos, se tuvo que detener también, y la vacilación
de su satélite parecía inclinarse. También la marea se atascó; las
olas gigantes de cinco metros de alto estacionaron sus picos
espumosos en el aire que, por lo demás, también estaba detenido. Y
en lo más hondo de las marianas un melanocetus detuvo su lenta
digestión; se detuvo el batiscafo que se le aproximaba y, se paralizó,
decenas de miles de pies por encima de este cuadro, el incesante
girar de las turbinas de un gigantesco avión de carga.
Arguño se sentó sobre sus rodillas y realizó un tercer viaje. Uno

63
La Rebelión De Los Insectos

interior.

Sobre el tablero de la navecita había un dispositivo de lectura donde


el insecto almacenaba una cantidad, incomprensible de información,
curiosamente humana. En ella había condensado a la enciclopedia y
a la Wikipedia; a Cervantes; a Vallejo. Todo el conocimiento y la
información que logró recolectar le sería útil en su constatación de
la realidad.

La nave se deslizó despacio. La fricción que el vehículo ejercía en la


atmósfera era evidente, rojo sobrio se encendía en las paredes
metálicas para posteriormente apagarse. El tiempo, aparentemente,
comprendía que Arguño tenía un fin probo; El tiempo decidió
entonces permitirle al blatódeo avanzar sin que la nave se
incendiase, sin que el metal hirviese histérico.

La costa norte despertó en él astucias: quizá los ácidos de la comida


estática, ese hedor que reanima a quienes se desmayaron en el bus
rumbo a la ciudad de los pescadores. El azúcar le endulzó la velada,
le recordó, como pocas cosas, a los ojos tiernos de 28 mientras
masticaba un trocito de jabón por no decir que quizá le recordara al
objeto masticado.

Una vez estando en la línea que separaba, Arguño se detuvo y quiso


preguntar por las barricadas. Efectivamente ahí había un hombre que
intentaba pasar de un lado al otro. Arguño regresó el tiempo, por un
momento, a su estado normal (Cándido a penas logro percatarse de
la espuma al fondo de la tinaja) preguntó a aquel hombre sobre
cuanto sucedía. El hombrecillo erguido y mirando hacia arriba,
sabiendo que no pudiendo ser un delirio y actuando con la diligencia
del sabio respondió: “Debo llegar” y Arguño respondiendo, no
menos que como lo haría un inoportuno ser del reino insecta,
repreguntó: “Es que ¿porqué esa actitud?” Fue el silencio entonces
la respuesta más nítida.

64
La Rebelión De Los Insectos

Muy cerca del centro tuvo que detenerse a mirar las flores. Las
flores silvestres, de un sano amarillo, le llamaban la atención:
“pequeños atardeceres” les llamó. Y, de entre tantas florecillas que
vio en el camino, una en particular, le conmovió.

Una mujer, en un cerro de mediana altura, tendía las sábanas llenas


de jabón. Arguño quiso ver lo que ocurría así que dejó que el
tiempo, nuevamente, transcurriera pero solamente en aquellas
latitudes. El resto no podía avanzar, no convenía. La nieve blanqueó
las sábanas que la mujer dejó tendidas; la lluvia las enjuagó; y el sol
hizo lo que le corresponde. Hecho. El blátido pensó que hubiera sido
perfecto si aquél jabón no representara peligro alguno en grandes
cantidades, refiriéndose básicamente a su toxicidad. Aunque es
mejor que supongamos que lo primero que venía a su cabeza era
colocarse debajo de las sábanas tendidas y beber del agua
enjabonada.

Al llegar a la línea sintió su propio peso remecerle. Cuanta


estabilidad manejara hasta entonces pareció ridículamente
insignificante. Y desde arriba, tras las nubes, un hombre en un
aeroplano le observaba. Supo él, de pronto, que así como las aves
son hijas de los reptiles, y los reptiles hijos de los peces; el hombre,
dueño de la tierra, podría conquistar las estrellas. Pero tuvo que
aclararse, también, que si bien era esta una especie en potencia
poderosa, también era, en potencia, dueña de un destino macabro.

Prefirió creer entonces en vez de saber. Supuso que el hombre debe


conquistarse a sí mismo antes de siquiera cotejar el ideal de habitar
Marte o beber agua subterránea de las lunas de Júpiter:

“El conflicto-se dijo- no proviene de otros mundos, sino del mundo


interior-anotó raudamente con cuatro de sus patitas-. Las
enfermedades del mundo, en sus sociedades y en sus
individualidades no tienen otro origen que el del alma. Cuando estos
simios dominen su mente; apacigüen su corazón y comprendan que

65
La Rebelión De Los Insectos

escuchar e intentar comprender a sus congéneres tiene el peso del


oro, muy por encima que el que tiene soltar la lengua y dejar que los
dientes se les relajen o los músculos viajen en dirección de los
agredidos, han de solucionarse todos los conflictos de los que viven
colgadas tantas lacras. Estas enfermedades físicas; estos males que
aquejan a los macroorganismos humanos no provienen de otro
paradero. No son obras premeditadas del demonio representado en
sus imágenes míticas, en sus costumbres religiosas; son obra de los
demonios que el hombre lleva dentro de sí.”

José Sánchez

Los labios resecos de la silueta encorvada preguntaron, tiempo


después, al insecto, acerca de las proporciones del universo: “¿Cuán
grande es el universo?” Y la cucaracha respondió con la gravedad de
un sobrio: “No puedes medirlo, porque no tiene un inicio ni un final,
por ello se le llama infinito en Origen”.

-Me lo planteaba-aseguró cándido-porque existe la teoría de que está


en constante expansión, y existe también otra hipótesis que afirma
que es curvo. Yo simplemente me pregunto qué existe después de él
si es que se acaba.
- Más de lo mismo. Atrévete, sin embargo, a suponer que después de
todo, eso que es similar resultará, de algún modo, distinto. Que así
como decir que el universo lo es todo, no puede afirmarse que la
tierra sea la nada; aunque en el más recóndito lugar de la galaxia
más próxima dos seres se pregunten cómo puede considerársele
“algo” a un lugar como éste. Jamás podrá afirmarse que la tierra y la
humanidad que le habite no son nada, es más, para el hombre, el
hombre lo es todo y la tierra también lo es todo, pues es su hogar, y
es por ello que mi corazón llora cuando veo al niño destrozando su
cuna y sus juguetes.

En ocasiones, el huésped adoptaba poses histriónicas para enfatizar,


aunque generalmente la exageración no ayudaba en nada.

66
La Rebelión De Los Insectos

- Bien- Cándido se preguntó en voz baja si la duda estaba aclarada-


creo que me queda resuelto el problema. Somos algo en un todo
infinito.
-Así de simple.

Parecía zanjado el asunto, pero la curiosidad rebasaba la expectativa


del originario.

-Y ¿existen en serio esos seres similares a los de las series de ciencia


ficción?
-Por supuesto que sí. Existen seres que superan a la realidad, a la
ficción, y a la combinación de estas juntas. Pregúntate esto ¿Qué
posibilidad existe de que exista un planeta en donde crezcan árboles
morados habitados por monos araña cuyo pelaje brilla con todos los
colores que puedas imaginarte gracias a organismos
bioluminiscentes?

Cándido se sacó la manzana de la boca:

-Si yo supiera, Insecto, qué es un organismo bioluminiscente, podría


responderte lo que creo.
-El mono brilla…
-¡Ah! Pues, si el mono brilla creo que es un poco más improbable…
-¡Error simio!-Arguño tomó un trozo de queso del suelo y comenzó
a masticarlo. Tenía, por así decirlo, la pésima costumbre de hablar al
mismo tiempo que comía. Y díjole-¡Las posibilidades de que exista
un lugar así, habitado por especies como la mencionada, son
infinitas! Y existe también, escucha esto, un planeta con un ser
humano más de los que habitan acá; y existe también ¡Oh créelo! Un
planeta, idéntico a este, donde habitan dos seres humanos más; Y
existen también cientos de planetas, unos con más y otros con menos
seres humanos idénticos, pero con otras identidades, o quizá las
mismas ¿Cuántas serían entonces las probabilidades de que existan
planetas similares con hombres rojos; de piel áspera; de ojos con

67
La Rebelión De Los Insectos

córnea negra e iris marfil; cuadrúpedos; trípodes; bicéfalos;


sobredimensionados; o, calvos? Pregúntate, primate, ¿Cuáles son
las probabilidades de terminar un plano cartesiano? Pregúntatelo y
yo te responderé, y te responderás tú también… ¡Oh! ¡Son infinitas!
Y en buen español te lo digo, infinito significa que no tiene fin:
desglosa los morfemas, atiende a la frase. No hay un fin para todo. Y
de la nada, que no hables, porque la nada tampoco puede existir
salvo por su nombre. Y te diré algo más ya que este quesito, que
yacía triste en el parquet, me ha proporcionado inexplicable vigor:
las probabilidades de que existamos de nuevo también son infinitas,
porque en este preciso momento, en otro lugar del universo que
infructuosamente buscas mesurar, existen seres idénticos a ti y a mí
que han vivido un segundo más; y, cerca o lejos, por encima o por
debajo, de ellos, existen también quienes son idénticos a nosotros,
solo que han vivido un segundo menos. Y haz así tu cuenta, con
aquellos que vivieron, viven, y vivirán, tal como lo estamos
haciendo en este momento y siendo idénticos a nuestra imagen;
también haz ese ejercicio con aquellos que no se nos parecen, y no
supongas que son más, puede que sea el mismo número, puede que
sea diferente. Nuestros ganglios principales no comprenderán las
cantidades porque fuera de acá, se sabe bien, en otros lugares, que
las probabilidades de existencia en todo el universo son infinitas.
Por ello el universo es infinito, porque si hablamos del universo
físico tendrías que aclararte que el universo físico no puede contener
al universo abstracto. Sería como intentar que quepan en un
recipiente de arcilla, tal como ese que decora la mesita, papelitos en
cada uno de los cuales esté escrita una posibilidad del destino de
aquél jarrón; y haz tú ese ejercicio, podrías escribir en el primero:
“Es muy probable que pronto entre un ladrón llamado José, a esta
casa, y se robe el jarrón” pero de ser así también tendrías que
escribir: “Es sumamente probable que se llame José Sánchez” y aún
habiéndolo hecho, tendrías que volver a escribir que es posible que
su nombre no sea solo José Sánchez, si no también Ernesto y que
conserve el apellido que colocaste de buenas a primeras,
deliberadamente, y al azar. Y esto, todavía así no debería

68
La Rebelión De Los Insectos

complicarte demasiado porque las probabilidades de que Ernesto o


José entreguen dicho jarrón como un regalo de bodas o de
cumpleaños es desconocida, y sin embargo, por más improbable que
parezca, y por menos amigos que alguno de estos individuos posea
dada su condición de “antisocial” -aunque el resentimiento entre
clases implica una fuerte ligazón psicológica con la sociedad siendo
quizá la indiferencia y la autosuficiencia un acto menos social que el
robo, propiamente dicho- , de aquellos amigos que suelen invitar a
un matrimonio, como yo sé que se hace acá, existe esa probabilidad,
y es probable también que posean un solo amigo casándose unos
días después y que decida por razones justificadas no invitarle ni
nada; y será por demás sabido que de no invitarle es lo más probable
que el destino del jarrón sea, en un arranque de ira, el de volar en
pedazos contra un muro de concreto; y será en otra realidad, distinta
también, muy probable que aquél muro esté hecho de ladrillos;
figúrate entonces cuántas veces ocurre lo mismo solo que distinto y
qué probabilidades hay de que cada uno de los ejemplos y sus
variantes haya acontecido, acontezca, o tenga asegurado el acontecer
en algún momento de alguna era próxima o lejana... sin desplazar la
posibilidad de que ya haya acontecido. Hazte esa idea.

Es muy probable también que en otro lugar del universo esto ya


esté ocurriendo, y puedo asegurarte con exactitud que está
ocurriendo y que dentro de un segundo volverá a ocurrir, por que
el universo, no tiene fin, entonces no solo creas sino sabe que
cualquiera de estos ejemplos y sus variantes también hace un
segundo ya ha acontecido, hora dos, hora tres y contando; Y te
pregunto, simio ¿Serás entonces capaz de llenar el recipiente de
barro con papelitos en los que cada uno lleve escrito una de las
probabilidades?

Lo abstracto representa un número indeterminable por el hecho de


poseer posibilidades infinitas de continuar expandiéndose, y, sin
embargo, lo abstracto resulta ser una sola cosa, un todo, y éste todo
representa al universo. La mejor forma de decírtelo es afirmándote

69
La Rebelión De Los Insectos

que el universo no posee un fin porque las probabilidades de que lo


posea son nulas en vista de que el universo representa el todo, y sin
embargo es el todo y es una unidad. Te diré entonces que el
universo no es determinable ni en kilos, ni en metros, ni en
volúmenes o densidades, porque al mismo tiempo, éste ahora que
conocemos y experimentamos centésima a centésima, es el uno y
es el todo. Contiene pues, te agrego, a todas las cosas y sin embargo
el milagro consiste en que todas las cosas, desde la más maravillosa
estrella hasta el más “insignificante” microorganismo le contienen
en su esencia. Y existe pues el contrapeso entre lo vivo y lo inerte,
y el universo es lo vivo y lo inerte en un uno solo y a su vez lo es
todo. Y, oye, no te abrumes primate, lo que yo acabo de explicarte
es siquiera mi visión del universo, pues existen tantas descripciones
de él y de su proporción, y tantas veces pueden ser todas correctas
que tardaríamos lo que dura el universo en comprender su tamaño,
pero el universo tardaría más, pero nosotros duraríamos más, pero el
universo duraría más, pero nosotros tardaríamos más. Por ello no
debes pretender averiguar algo que tú sabes, pues, como organismo,
ser, y sujeto contenido dentro de este gran conjunto Todo, que es a
la vez todos los conjuntos, tú le contienes, y es por ello que en tu
esencia contienes a todas las cosas, a lo vivo y a lo inerte, aunque
lo vivo parezca efímero y lo inerte infinito. Y ya que veo un
humor distinto en tu semblante me atrevo a preguntarte si algo de
mí haz comprendido, o, mejor dicho, si es que este insecto se ha
dejado entender.

-Pues sí, sí que te he entendido. Y no es por menospreciar tu


exposición sobre los jarrones y la reinserción de los delincuentes a la
sociedad, pero debo decirte que en conjunto con la opresión que
llevo en el pecho y el dolor de cabeza que me estás causando, no
puedo sino pedirte otra explicación. Explícame, por ejemplo, por
qué no te vas un ratito al carajo y me dejas ver tele.- Y sonrió.

Arguño responde a una inquietud.

70
La Rebelión De Los Insectos

Unos “buenos días” hubieran bastado para que Arguño se sintiese a


gusto antes del desayuno, que consistía, básicamente, en mascar
granos y jabón, de pie, viendo hacia la salida del astro. Pero la
figurilla retorcida planificó una bienvenida bastante más
sorprendente. De mañana era, y había neblina en la calle, densa y
susurrante neblina. El insecto tenía en su pata más robusta,
atravesado, un trozo de grasa, y, en el techo, como de costumbre, la
casera había dejado unas migas de pan que resultaban fuente
bastante decente de alimento para las palomas. Sin que supiese el
parasitado, claro, que el blatódeo picaba casi la mitad de todas las
migas regadas en el suelo.

Comía en paz. Sus antenas se meneaban lento con el tenue céfiro


que recorría el pasaje. Los ojos concentrados en la merienda.
Arguño disfrutaba del silencio, de la comida, y del sonido que
emitían las cuculíes, como si de la quietud de aquella orquesta
constara toda la tranquilidad de su espacio momentáneo. También
disfrutaba de la presencia sobrecogedora de los primeros rayos de
sol, agentes que condensaban la neblina, principales causantes de
que, por aquellas mañanas, la aurora se viera reflejada en las
incontables gotas de rocío que salpicaban la escasa vegetación de
una maceta.

El adolorido ser que oficiaba de anfitrión durante aquella estancia,


se arrimó de la cama, y luchó encarnizadamente con la frazada para
luego sostener una batalla no menos feroz contra la mañana. El
rostro adormecido; los labios secos; la vejiga reventándole pero,
sobre todo, una duda que le asaltó aquella noche durante uno de los
más encomiables sueños que se puede tener.

Sabía perfectamente que el insecto solía desayunar en el techo, y


antes de que sonara el teléfono o la televisión se encendiera (factores
que distraían su concentración al momento de retener el recuerdo del
sueño) tuvo la sospechosa tentación de subir al techo y fraguar
discusión con la indeseable criatura llegada de dimensiones que no

71
La Rebelión De Los Insectos

podría comprender hasta entrado en nuevas concepciones. Arguño le


observó con aire disperso y sin desdén, pero supo controlar el
impulso de pedir que evocase la situación onírica. Entonces formuló,
el encorvado homínido, un cuestionamiento no menos merecedor de
prolongadas reflexiones, tales como las que Arguño solía realizar en
la mesa para que en conjunto con la marea alcalina surtieran un
efecto somnoliento en la poco avispada persona de Cándido, quién
no solía resistir dicho ataque a dos flancos:

-¿Y qué me dices tú, refinado insecto, respecto al origen del todo
que acabas nada más hace unos días de explicarme?
- Qué te puedo decir Cándido, yo ¡qué te puedo decir! Dicho
origen no existe pues tampoco existe un fin. Más no supongas que
a aquellas cosas que no poseen fin puede atribuírseles la misma
proporción. Para ellas existe la calidad de lo sempiterno.
- Dime tú entonces si debo temerle a la inmensidad. A lo que no
inicia ni concluye.
- Pues no, a mi entender, no.
-¿serías tú capaz de explicarme el por qué?

El bicho tragó lo último que estaba masticando.

-Pues porque a pesar de su inacabable existencia solo existe ahora,


solo podemos demostrar el ahora pues es lo que tenemos más a
mano.

Cándido se sentó, doblado, de modo que parecía una “c” y miró


hacia el cemento, la cabeza tenía caída y los hombros tendidos hacia
adelante.

-Solo vértigo. Temo, Arguño. Temo de tanta inmensidad. Tengo


tanto miedo a la grandeza del universo que lo único que me provoca
pensar en ello es una náusea que no puedo revertir de otro modo que
no sea pensando en la solemnidad de los rituales…o la
fornicación…o los bienes.

72
La Rebelión De Los Insectos

- Aquél es un mecanismo de defensa de tu individualidad. Temes


comprender la grandeza del todo porque mientras más le
comprendes más insignificante te sientes. Ese es uno de los grandes
problemas de tu generación. Preferir no comprender, preferir no
cuestionarse las cosas, huir del conocimiento auténtico como si se
tratase de un fantasma, y huir de la verdad pues ella solo demuestra
cuán simple, efímera e ínfima es su posición en la creación.

De esto, como punto muy aparte te lo digo, suelen aprovecharse


quienes dominan la ilusión del poder, y, lógicamente, los coludidos
administradores de ésta. Es como con los niños de tu especie. No les
importa que los vacunen mientras les enseñes un vistoso o colorido
objeto sacudiéndose con pegajoso encanto. Aunque, a los niños se
les vacuna por su propio bienestar, no se les inocula la estupidez (o
al menos, no con vacunas). Tanto niños como adultos funcionan así
solo que en etapas diferentes y con objetos distintos. Entonces
supón tú que existe ese miedo a despertar, por ahora, pues para que
lo sepas deberás , como con otras tantas cosas, realizar un viaje
interior en el cuál solo tú develarás los secretos de tu existencia y de
las de quienes te rodean, es decir, el resto de simios.

-Ahora sí que me has hecho sentir insignificante bicho ¡Esta noche


te echaré insecticida mientras duermes!

Ambos rieron. Cándido inquirió:

-No terminaste de explicarme de modo lógico el origen. Solo


afirmaste que no existe tal.
- Perdona que no me haya dejado entender-dijo el insecto con los
ojos arrepentidos-. Verás. El problema es básicamente de conjuntos.
El hombre habla de la teoría de la gran explosión. Que dicha
explosión ha originado todo. Entonces, pregúntate tú: ¿cuáles son las
probabilidades de que antes de esa gran explosión hubiera habido
otro universo y quizá más grande que este?
-Infinitas, supongo.

73
La Rebelión De Los Insectos

- Bien. Entonces si las probabilidades son infinitas: ¿no sería posible


que de entre todas estas inacabables probabilidades una tan solo
fuera que en verdad hubiera existido otro universo de cuyo final no
nos atreveremos a especular pues no viene al caso?
-Perfectamente posible- Cándido bostezó, dejando ver sus dientes
descuidados y su lengua blanquecina-.
-¡Pues bien! Entonces ¿porqué tantos hombres se golpean el pecho y
ponen las manos al fuego afirmando que los límites físicos de este
universo son en conjunto el umbral de la creación? Este universo es
uno de los tantos que han existido. Y así también hay hombres que
afirman que existen paralelos, pero no es el tema pues ya discutimos
alguna vez eso, y, pregúntate qué hubo antes y qué habrá después.

No evites tampoco plantearte la duda sobre el contenedor del


universo. ¿Cómo le llamarías tú a aquello que contiene a este
universo y que también contuvo a los tantos otros que pasaron o a
los que muy probablemente también existen paralelamente? En buen
español, la única respuesta es “Universo” y caeríamos en la
afirmación de que el contenedor es el contenido, por cuestiones de
lengua, limitada en sustantivos. Y sin embargo ¿no sonó irónico que
me contradijese? ¿No es acaso el universo y sus criaturas, entes que
contienen y son contenidas por sí mismas? Entonces que te quede
claro que ni en buen español ni en ninguna otra lengua humana
puede afirmarse que el universo no se contenga a sí mismo. A veces,
la contradicción, es la puerta lingüística a otras dimensiones.
-¿puede ser el contenedor el contenido?
-Tratándose del universo humano, pues sí, sin embargo me atrevo a
preguntarme qué es aquello que contiene al contenedor-contenido,
y, me respondo solo en buen español que la única respuesta
humana para ello, que el sustantivo más grande que existe es
“universo” y sin embargo caemos de nuevo en el problema de que
el universo se contiene a sí mismo y contuvo a varias copias de sí
mismo, así como contendrá posteriormente a otras tantas y hacia
atrás sin un inicio, y hacia adelante sin final predicho. No puede
existir el inicio de todo y tampoco el final de todo porque

74
La Rebelión De Los Insectos

sencillamente no podemos mesurar lo inconmesurable, pues hasta la


más sabia criatura del universo, aquella que, hipotéticamente digo,
contiene todo en sus manos, una deidad quizá, sabrá que ella
misma pertenece a otro gran todo que le contiene y que a su vez
está contenido en otra gran inmensidad, y que a su vez está
contenida en otra; y en otra; y así sucesivamente hasta que de contar
te quedes sin aliento y necesites que venga una nueva generación a
tomar la posta de la cuenta y continúe contando indefinidamente, un
niño y hasta que sea viejo; y un niño venga al viejo y cuente hasta
que sea viejo; y un niño nuevamente venga y cuente y acábate así el
aliento de toda la humanidad habida y por haber llamando a niños y
despidiendo a viejos, y no podrás sin embargo mesurar con la
lógica, ni la ciencia, la magnitud de la bendita creación que
habitamos. Si tú colocas, sea lo que fuere, algo inerte o vivo, en un
plano cartesiano para comparar su tamaño con el del todo, lo único
que podrás afirmar es que no se encuentra en el cero, y es hasta ahí
donde la ciencia podrá rendirte pruebas. Es por ello que las
respuestas que buscas sobre el origen del universo no tienen otra
solución hablada que no sea la del lenguaje del alma, la poesía. Y
por esto te digo ¡escucha simio!, ¡que las dudas solo podrás callarlas
tu mismo conversando con tu interior! ¡Porque tú, como criatura,
contienes al universo y éste te contiene a ti!
-En conclusión, le hacen falta sustantivos a nuestra astronomía-
bromeó Cándido.
Arguño, percatándose del sarcasmo, condensó: “Siempre van a
faltar”.

Arguño descansa en el valle.

Arguño determinó retirarse por un día a la lejanía. El valle, teniendo


en cuenta que la orbe que visitaba es un círculo inacabable, parecía
remoto, inalcanzable para un pequeño insecto si éste tan solo tuviera
que valerse de sus patitas. Para esto le era útil la navecilla. No le
tomó más de dos horas desplazarse hacia una escondida localidad en
donde el vientre fresco de la tierra era acariciado por la sombra

75
La Rebelión De Los Insectos

nerviosa de un gigantesco árbol. En la rivera, entonces, el eco que


hace el murmullo del río por todo el valle, fue la música que
acompañó a sus pensamientos. Tuvo entonces, por efecto del calor y
el jabón recién masticado, sopor. Nuestro bicho admitió que debajo
de las piedras era un lugar siempre adecuado para reposar. A todo
bicho amante de la humedad le resultaría familiar dicha acción, y
eso mismo hizo. Tuvo en el descanso un sueño, y en su sueño una
voz habló:

“Las tribus que habitaron la tierra, cúspides de la evolución del


primate, se diferenciaron en sus creencias por efecto de la geografía.
Acá nos allanaba la teoría de que si es la geografía la influyente en
el hombre y no viceversa. Para esto, la fuerza.

¿Qué hacía a una tribu ser más fuerte?... ¿Su alimentación? ¿Sus
creencias religiosas?... ¿Su lengua acaso le facilitaba ahorrar tiempo
y comprender mejor?

Pena nos da por ello reconocer que ninguna respuesta en particular


y todas en conjunto. Que el hombre fuerte es aquél que genera
equilibrio y le aplica bien en el diario fatal. Y aquél hombre fuerte
tiene inteligencia como la tienen tantos otros hombres que nos
faltarán dedos y números para contar. Y por eso, insecto,
comprenderás también que hay un triste velo que cubre a ciertas
tribus.

Las más impactantes, aquellas que poseen un poderío espiritual muy


superior a la de las tribus belicosas. Grupos pequeños que viven en
increíble paz con la tierra y sin embargo festejan, y con todo, y con
furia también, el dolor, y otras ideas que no son posibles para la
lengua describir”

La cucarachita respiró hondo y quiso roncar. La voz continuaba


hablándole, y puesto que no hablaba como suele hacerse en el diario
fatal, el blátodo avisoró las cosas de otra manera. Y para esto no

76
La Rebelión De Los Insectos

sirvió mucho la lengua. A veces la voz aseguraba que “La lengua no


ha logrado lo que han logrado las lágrimas” y Arguño comprendió
ello, y por eso el sueño le fue, desde cierto punto de vista,
satisfactorio.

“Las tribus funcionan como funcionan las individualidades.


Recuerdan a sus muertos y para efectos del conocimiento a sus
lenguas muertas. Y los hombres también tienen la fuerza del grupo.
Un hombre mueve al grupo porque todos los hombres han nacido
con esa capacidad; y el grupo mueve al hombre, porque todos los
grupos tienen esa característica. Dicha sinergia puede ser un arma
poderosa para enfrentar las vicisitudes del diario fatal, y sin embargo
también puede convertir a una tribu en una deshumanizada jaula
llena de salvajes bestias en las cuales habita el corazón monstruoso
colectivo; y en estas habrá una idea de belleza distinta, y habrá
polietileno también en la dermis. Esto solo es el contra de la
característica. El pro es que si un solo individuo se equilibra es
capaz también de equilibrarse un grupo.

Y de estas tribus humanas que funcionan como personas solas


también debe decirse que poseen la misma forma de reproducirse.
Se mezclan entre ellas y generan nuevas tribus. Y quien un día fue
bárbaro y de lengua procaz a la mañana siguiente, al alba, es
refinado señor; y el otro hombre que también fue semidios para los
bárbaros, y se sometía al escrutinio de unos pocos jueces, aquél que
sin remordimientos mandó a matar a un hombre de religión distinta
y de la manera más cruel posible, solo señalando con su uña
pintarrajeada y observando con sus ojos decorados, aquél, a la noche
siguiente ve, valga mencionar, el anochecer de sí. El descenso
interior que repercute en el orden exterior, y es para los sentidos un
festín macabro. Es que de colores los hombres siempre van a
necesitar hablar porque no tienen mejores cosas que hacer. Así un
día un hombre de tez morena reina en la tierra y a la mañana
siguiente el hombre rojo le sucede; y así el hombre amarillo también
reina un día sobre la tierra y nuevamente entre todas las tribus reina

77
La Rebelión De Los Insectos

un hombre de tez morena. Es cíclico. Del mismo modo el cobrizo


construye imperios y sacrifica a otros hombres y al día siguiente es
azotado en las espaldas por refinado señor que ve, al alba, el
amanecer de su fortaleza y olvida que alguna vez fue bárbaro.

Te hablaré de unos pescadores, habitantes de un hostil archipiélago


montañoso y pequeño. Hombres que también sabían labrar la tierra.
Que fueron también azotados en las espaldas duramente por otras
tribus, algunas que veían sus amaneceres y otras sus crepúsculos; y
hoy el mundo les contempla con admiración porque en algún
quiebre del vertiginoso devenir surgió la iniciativa individual que
facilitó la transformación del grupo.

Solo estampas, bicho. Aunque apena darnos cuenta de que a pesar


de que se sabe mucho, se recuerda con empatía muy poco, y se evita
comparar lo propio con lo ajeno en el sentido de la piedad y, sin
embargo, en la vida material realizar comparaciones es pan de cada
día. El hombre le llama también “amnesia de vaca” y de esto te
hablarán todos, algo que en la historia se repite. Hasta el cansancio:
los grupos funcionan como individuos solos, el contenedor se
alimenta del contenido y el contenido del contenedor.

Entendió del mensaje onírico, la criatura quitinosa, una verdad


física. Tan física e independiente de la voluntad de las “tribus”, que
para cambiarle tendría que reinar otra especie sobre la tierra.
“Probablemente…-se dijo-… lo que antes vino es lo que más puede
hoy irse”. Y la voz siguió.

“Recuerda esto en cuanto despiertes, insecto: Aquellas tribus que un


día están arriba, pronto estarán abajo. Y aquellas que han sido
azotadas en las espaldas, por quién merece bendición asegúrese, se
levantarán y mirarán con la frente desmugrada a todo aquél distinto
que se le cruce. Está tan claro y es tan cierto como que los que hoy
son bellos mañana dejarán de serlo; y los feos muy pronto, bellos;
ser ingenuo y acrítico augurará al individuo un suicidio social. El

78
La Rebelión De Los Insectos

hombre es solo eso, si bien en el lenguaje humano se habla de que es


de costumbres y no se puede asegurar, se puede verificar más que
de ser de costumbres es una bestia de contextos, por ello más le sirve
su adaptabilidad en sociedad que su propia valoración de sí mismo.
Pero el paradigma debe llegar a su final con los nuevos hombres.
Hombres que no se preocuparán de la ley de los animales sino que
de la aceptación de sí mismos y sus congéneres, la aceptación desde
la materia elemental que forma un átomo, hasta los miles de
millones de primates que conforman a la especie que habita el
planeta. La moral, viajero, es más necesaria que las leyes. Se
avecina a los simios la era en la que importará más comprender que
ser comprendido.

Y sin embargo la tribu que más tiempo ocupa el mando es aquella


que trata como iguales a todos los hombres, pues en eso consiste la
fuerza de la humanidad, en la propia unión. Conviene decir por ello
que el poder que el hombre cree que posee no es más que una mera
ilusión, cuando se le tiene resulta tan inútil para alcanzar la
felicidad propia que se prefiere delegarlo, es por ello que existe
siempre un racimo de parásitos que chupa la sangre de las fuentes de
poder. Aún más fuerte será aquella tribu que logre convertir a todas
las tribus en una sola. En la auténtica, verdadera y única raza del
simio, en la que no puede existir el hombre grande y el hombre
pequeño, ni el blanco ni el negro. Los méritos propios de la persona
serán admirables para las comunidades e inspirarán mesurado
respeto, sin embargo, no siendo forzada la persona sola por ningún
poder, comprenderá en su interior y en su raciocinio que a todos
debe tratárseles de iguales, pues quienes hoy están arriba mañana
estarán abajo; y quienes están hoy abajo, y apenas pueden soportar
el látigo, estarán prontamente arriba; del mismo modo quienes hoy
poseen absoluta riqueza espiritual y carecen de riqueza material
están labrando los campos de su interior, y es ello cuanto les
brindará fuerzas cuando las ambiciones inoportunas de unos pocos
hombres ignorantes entorpezcan el camino, pues, labrar el mundo
interior tiene como fin cosechar en los campos tangibles ; así

79
La Rebelión De Los Insectos

también quienes hoy ostentan riqueza física mañana tendrán las


manos vacías y se preguntarán qué ocurrió, y como la naturaleza
sabia hizo a todos los seres humanos con las mismas capacidades
interiores y la misma fortaleza, se les dará la oportunidad de que se
respondan ellos mismos pues las únicas respuestas válidas en
tiempos de conflicto provienen del corazón.

De todo esto toma cuanto te aproveche y no abuses de saberlo.


Piensa en una conclusión: cuanto sube, baja, y es físico. Y de acá
parte todo, porque todo es siempre variable y así como se transforma
un átomo ha de transformarse una molécula; una célula en la piel
humana; un tejido en el órgano; un órgano en su sistema; un
sistema en un individuo; un individuo, en su familia; y la familia se
transforma y cambia también en el microgrupo; y así con el grupo;
el macro grupo; los pueblos; las naciones; los países que contienen a
las naciones; los continentes que soportan a los países; y de este
modo la humanidad entera; y es así también como la humanidad ha
de fundirse en algún momento de su historia, si es que no se
autodestruye antes, con otros seres y formarán nuevas comunidades.
Solo debe vislumbrar el día en el que comience una línea en la que
pueda, como otras bestias en apariencia estúpidas, aprender de sí
misma y sus errores.

Te pido, no perturbes demasiado al sujeto que te recibe como


huésped, él solo sigue un proceso natural de apertura”

Tuvo el insecto la delicadeza de anotar. Consiste en un terrible error


de las tribus mencionadas en el mensaje onírico, intentar dividir a
la especie, pues no es esta la naturaleza del hombre y como un
pasaje del mensaje afirmaría: “Ello diferencia a los hombres de las
bestias”. Por lo tanto, Arguño pudo comprender que la vocecilla en
su interior aconsejaba promover en Cándido la idea de que unir
siempre será mejor que separar: “Las cosas y las personas solo
deben ser separadas para entenderlas mejor, la única separación
saludable es la abstracta, y se realiza puramente para comprender

80
La Rebelión De Los Insectos

una realidad en la búsqueda de la solución de un problema o una


problemática”.

Arguño despertó con evidente excitación. Habían pasado solo cinco


minutos desde que se quedó dormido. Así son los sueños.

El huésped descubre la música.

Cómo será de curioso el universo y sus seres, que criaturas como el


huésped de Cándido pueden llevarse tremendas sorpresas al
atravesar un retazo cualquiera de pueblo. Sorpresas así solo son
posibles para quienes escuchan.

Cruzaba una plazoleta y sus patitas hacían un tiquitiqui rítmico sobre


los adoquines. Comenzó a llover, y el barro luminoso prohibía el
accionar de cualquier rueda. Vio a la gente esconderse debajo de los
techos que terminaban casi a la altura de la cuneta. Un riachuelo
lodoso atravesaba la callecita que iba de bajada. Las gotas
impactaban en la tierra como meteoros que aplastan el vacío con
romántica violencia. El milagro ocurrió entonces.

Desde una vivienda cercana a donde se encontraba la cucaracha


provino el sonido de una trompeta. Al rato, otra trompeta le
acompañó emulando un acorde mayor. Así se sumó una tercera y
completó dicha fuga, la cual apaciguó con alegría la congoja que a
los pobladores sometidos al chapuzón otoñal la lluvia provocaba.
El más bajo de los trompetistas tomó la determinación deliberada
de identificarse con los charcos, que parecían querer salir de los
baches que les soportaban, y sostuvo una no menos llamativa nota
que provocó un interesante cambio en el humor de los integrantes
restantes del trío. Aquél vientecillo convirtió el acorde en menor
fugazmente. Entonces le siguieron los otros dos vientos para mayor
deleite de los empapados caminantes que brincaban el riachuelo y
escondían las manos en los bolsillos. El bicho no temía de la lluvia,
ni del barro, y mucho menos temía de los agentes químicos

81
La Rebelión De Los Insectos

diseñados para exterminarle, pero, en ese momento, un especial


pánico le invadió. Estaba extrañamente poseído. Él no conocía esta
sensación. Comprendió que necesitaba pedir urgentes disculpas al
sujeto encorvado, pero antes necesitaba traducir ese pensamiento a
las palabras pues solo estaba sintiendo. Faltaba hallar un nexo entre
ello y su razón para posteriormente realizar verbalización
correspondiente en sano romance. Supo que dicho proceso, tan
propio de los hombres sensibles, es una característica única de la
especie. Quiso llamar a Cándido entonces y comunicarle el fervor
que despertaba en él dicho acontecimiento, y sin embargo, fue cauto,
pues, si bien podía comprender las rebeldías y las comuniones, aún
llevaba dentro de sí un extraño orgullo. El orgullo que suelen tener
los insectos. Envió un mensaje a Torme y pidió que se le dé consejo
sobre como paliar el dolor que la dulce tristeza de la música
provocaba en lo más íntimo de su bichez. Torme respondió:

“¡Buen Arguño! Amánsate. Verás pues que contradicciones posee el


universo y que tantas posibilidades existen de ayudar a la especie
propia. No me sorprende que descubras un arte humano cualquiera,
tal como el de la organización de los sonidos, y que tenga éste todas
las cualidades del arte originario, salvo porque, en el caso de los
primates, la elaboración de una pieza artística consiste en un
delicado proceso de redención. Una manifestación pluralista de su
singular forma de percibir las cosas; una extensión física y
compartible del interior, y la perspectiva de los contextos. Veo que
tan impactado te deja que, algo que nosotros consideramos una
ciencia formal, para ellos sea un rito cercano a lo divino como la
bondad natural o el amor entre comunas. Es cierto, y amánsate, que
los primates poseen suficientes “defectos” como para que el orgullo
te permanezca incólume, pero fíjate que incluso para el malévolo lo
malo es bueno, pues es subjetiva toda apreciación que realices de
ellos. Y verás que bárbaros no deberías llamarles tanto, pues es
relativo y sabes bien que el que está arriba estará abajo- recordó
entonces Arguño la epifanía en la que se vio involucrado-. ¡Que no
te sorprenda, bichito! Ahí ves qué en común tienes tú con ellos, ese

82
La Rebelión De Los Insectos

vicio tan propio del incauto, ese de señalar con el dedito, o en tu


caso, la patita, y llamar “¡bárbaro!” al extraño solo porque no
comparte los mismos ritos ni las mismas ciencias, ni la misma
pirámide de prioridades. Te pongo el cómico ejemplo del que me
habló Nunques luego de residir en la tierra un breve período en el
cual descansaba de sí. Me dijo que mientras un hombre de
occidente consideraría repulsivo beber la orina del bovino e incluso
comer huevos de tortuga (reptil con caparazón); en ciertas culturas
es considerada práctica habitual; y sin embargo ¡Cuán terrible
consideran algunos sacrificar al bovino y comer de su carne! ¡Es
para ellos como engullir al compañero!... al hermano, a otra
criatura, que como todas aquellas que habitan el todo, es sagrada.
Ves entonces que para unos es un sacrilegio espiritual y para los
otros uno social, y se llaman “bárbaros” de un lado al otro y no
tiene ningún fin justo describir al otro si no es en pro del
aprendizaje propio. Pero los juicios no sirven para aprender. Toda
adquisición de conocimiento tiene que estar desprovista de atadura.
No hay buena intención en otorgar marcas y sellos”.

De momento, no estaba la criatura dispuesta a comprender del todo


cuanta aclaración le brindara el responsable. Después de todo,
continuaban sus vísceras viéndose poseídas por la penetrante ráfaga
de luz que emitía la música humana. Había en él un conflicto
contiguo a las apreciaciones perecederas. Arguño contra Arguño.

Los recuerdos que poseía del uso de los sonidos en las personas
distaban diametralmente de la concepción estructural y funcional
que la comunidad blatódea otorgaba a la música. En Origen la
música no es conocida como tal ni en término (lo que inspira la
“musa”) ni en aquellos estados que posee, en el caso insectario: La
premúsica, que existe pero no ha nacido en el plano físico pues si
bien puede que esté gestada en el inconsciente e incluso el
consciente, no ha sido abarcada por el proceso de materialización; la
materialización, que es la etapa anteriormente descrita; y la
interpretación, que es la vida que toma en sociedad.

83
La Rebelión De Los Insectos

Dentro de sí las llamas negras de las trompetas le fundían los


órganos y realzaban la recién aparecida creencia como una nueva
idea de la música. Anotó como rayo que parte el cielo, con sus
cuatro más ágiles patas: “Recordatorio. Debo decirle al primate que
con indescriptible admiración he descubierto una sublime forma de
comunicación no hablada, pero que sin embargo se caracteriza por el
uso de signos. Tengo que explicar, pues, sobre el concepto previo
que poseía de ello”

No poseía Origen escuelas de música. Existía otra forma de emplear


los sonidos, para provecho, que distaba diametralmente del arte.
Mejor dicho, era ciencia. No obstante si bien el arte puede
convertirse en ciencia y existir por ello el peligro de que caiga en
la vaguedad de creación. Tales aplicaciones producían un efecto
similar en las criaturas, pero no igual. La “audioterapia”
(traducción más aproximada del blatódeo moderno al español)
estudia los comportamientos de los individuos después de ser
sometidos a una sesión de sonidos organizados. Estudia también
los mecanismos auditivos idóneos para efectuar tratamiento en pro
de la salud física y mental de los insectos originarios. Se emplea
el método científico y, por seguro debemos tenerlo, funciona a la
perfección. Cientos de estudiantes acuden a las aulas en
búsqueda de las grandes verdades que ofrece la multidisciplina.
Digo que es ciencia porque la aplicabilidad de muchas de sus
teorías (difíciles de contar) en otros campos de la ciencia e
investigación en Origen, era sin duda efectiva de modo
mesurable. Por ejemplo, comento que un audioterapeuta
originario estudia a los pacientes en diversos ámbitos de sus
vidas. Realiza entrevistas de corte psicológico y también analiza
los exámenes médicos a los cuales deben ser previamente
sometidos los sujetos en cuestión. Tomando en cuenta los datos de
los historiales y el análisis último realizado (evaluación de los
síntomas que componen el universo del malestar) efectúa un
diagnóstico y en base a ello propone una terapia específica para

84
La Rebelión De Los Insectos

sanar al enfermo. Tienen pues los centros de audioterapia originarios


un espacio a donde llegan las recetas del especialista y ahí se
autoriza la entrega de los equipos necesarios para efectuar la terapia
conveniente. En ocasiones se necesita una especie de xilófonos
tubulares cuya vibración de los nodos que les componen tiene la
propiedad de relajar los tejidos nerviosos, y sin embargo, no son lo
suficientemente poderosos como para calmar dolencias palpables del
sistema nervioso central de una blatódea. Para ello suele usarse un
instrumento que en español podría llamarse “golpeador de
Nunques”, que consiste en dos piezas separadas de un material muy
similar al diamante (bastante común en las minas subterráneas
Originarias): Una se coloca a una distancia superior a dos tarsos del
encéfalo y la otra es empleada por el terapeuta para golpear la
primera con una fuerza no menor de 2 rigores (4 newton) y no
mayor de 4 rigores (8 newton), hecho que depende de las
proporciones físicas del paciente. Consiste en una sola nota de
cadente fungibilidad capaz de sedar la espina y así, por ejemplo,
facilitar otras microterapias como la de calmar la felinofobia; una
inflamación aguda en el esclérito; o, para facilitar la regeneración
de tejidos en una región dañada del exoesqueleto guiándose por el
“habla en los sueños”, aprovechando así la situación anestésica del
paciente. Todos mencionados al azar de entre incontables
malestares que puede sufrir un pobre insecto.

Habiéndose visto en conflicto la idea materna... supo, luego de


prolongadas reflexiones, que no solo era aplicable en un campo
médico, de cura física o psicológica, sino que también tenía la
música el poder de sanar el alma y avivar el espíritu. La cualidad
que compartían sin embargo tanto la ciencia blatódea como el arte
humano era que ambas tenían como fin supremo ofrecer calidad de
vida.

Se entendía en Origen que el efecto y valor que poseían sobre los


pacientes tales tratamientos, dependían de la construcción individual
de valores sobre la base de la propia experiencia; de una

85
La Rebelión De Los Insectos

subjetividad netamente empírica y que mantenía bastante ocupados a


los terapeutas estudiando los perfiles y los historiales de todos y
cada uno de los involucrados.

Ya lo dije, no ocultó su sorpresa. Pero, como a aquellos habitantes


del poblado les tenía más preocupados la lluvia que uno de entre
tantos insectos que, además de estar mojado y en medio de la
plazoleta empapada, indicaba la venida de las plagas, nadie logró
advertir su semblante.

Recordó entonces cuando Figayo, hijo de Nunques, padre de la


“audioterapia” y que era ciencia madre en Origen, citó a su
procreador a mitad de una ceremonia durante las fiestas que
conmemoraban las tres eras de tiempos de paz (quizá en referencia a
los discursos de Menteo): “Haz de tu arte una ciencia, y de las
ciencias un arte; lo mismo haz con los números y vuélveles verbo, y
vuelve a la palabra un número y unos números, hazle física también
pues impacto tiene por sobre toda la ciencia. La intuición de tus
vísceras hablará con el razonamiento de tu ganglio principal, y del
mismo modo tu ganglio principal sabrá comunicarle lo correcto a
tus vísceras: he ahí el camino técnico adecuado para lograr el
objetivo sublime: La comprensión entre las criaturas, la empatía
entre todas las almas que habitan el universo”.

Otra remembranza acudió también, por efecto de la mezcalina que


accidentalmente cayó sobre el jabón cuando la cucaracha robaba
un poco del baño de un restaurante humilde: Las luces negras,
bellas joyas de carbón, que sobre el poniente del lar caían dos
veces al año.

Completó el anterior recordatorio proponiendo un pensamiento


que explicaría, al hombrecillo gris que le cobijaba, apenas volviese
a Lima: “Todos los hombres coinciden en dos cosas tratándose de
los sentires. La primera es el mundo interior, la segunda el grupo de
sensores físicos que componen a la percepción. El mundo interior

86
La Rebelión De Los Insectos

posee, también, un submundo interior donde nacen los mensajes. El


mensaje, antes de nacer en el plano tangible, es el mismo en todos
los hombres pues todos en el fondo necesitan de lo mismo. Podría
hablar de una necesidad general (aunque no sea consabida ni forme
parte de un consenso intercultural comparable con el “no matar”):
Aprender a amar y Amar aprender.- el autor aclara que todo esto
llegó a él gracias a la teoría de la música no plasmada físicamente y
sin embargo ya existente- Aunque de esto no sepan todos; por otra
parte, la forma de recibir dentro del mundo interno del receptor,
dicho mensaje, también es similar. Los líos se encuentran en los
códigos y los canales, y ellos repercuten en la actitud de los
individuos al momento de codificar o decodificar. Por esto, no
escoger correctamente el código y el canal, es decir, no meditar ni
planificar la propia comunicación, consiste en un ruido, así como el
olvidar que somos todos diferentes e iguales al mismo tiempo. Un
ruido del que deben salvarse los hombres pues si no, no hallarán la
hasta ahora hipócritamente codiciada empatía.

Todos los hombres sienten lo mismo, pero lo expresan diferente


pues las formas de comunicar el mundo interior de toda cultura son
diferentes, y sin embargo, todas son la misma. El espíritu colectivo
traducido en la intención primaria, a pesar de todo, debe prevalecer.
Es la música de estos hombres humildes y que no ostentan la fama
ni la persiguen como fin, arte sincera y franca, y lo franco es bueno
(desmereciendo quizá la enunciación de la teoría de la bestia de
contextos). Es esta sinceridad lo que hace auténticas a todas las
formas de arte porque son una muestra clara de que lo que en el
fondo necesitamos los hombres, traduzcamos esta necesidad como el
afán por obtener la libertad de aprender y de amar.

¿Quién ata a los hombres? ¿Quién les prohíbe darse tales libertades?
...físicamente, nada. La celda está en sus cabezas. Contra eso deben
luchar.

Al menos, Torme, es esta mi verdad. Pero, vamos bichito…tómeselo

87
La Rebelión De Los Insectos

como le venga en gana.”

Las trompetas callaron entonces. Chirridos hacían los crujientes


armatostes de las carretas; los gritos de las mujeres a los hijos
rajaban la mayólica que adornaba los muros de adobe cual sismo; las
botellas se introducían en los cráneos; las calles culminaban su ciclo
de sangrado…y sin embargo, para Arguño, todo parecía haber sido
esclavizado por un fantasmal silencio.

Cándido no puede dormir.

Un manto mora cubría el cielo limeño. Era noche de mucho calor.


También una de exagerado pánico. El encorvado hombrecillo se
daba vueltas en la cama; golpeaba la almohada; emulaba posturas de
contrición. Puso a Brahms, que no ayudaba; reprodujo a Ravi
Shankar y… bastante menos; fue por lo chino y, aunque a la
mayoría de la gente puede resultarle complaciente, tuvo esto apenas
efecto. Podemos decir que se trataba de insomnio común, tal vez
ello influiría.

Ciertamente la condición orgánica del hombrezuelo le forzaba a


trasnochar. No por deseo propio, sencillamente era parte de su
naturaleza. En sus ojos anidaban las huellas de la noche. Es que,
como afirmaría cualquier insecto, el problema era superior. Un
indomable ataque de pánico que traía para sí una invasión a los
sentidos tal, que solo un fármaco destinado a sedar equinos podría
arrullarle con dulzura. Pero no podía comprar un medicamento. La
hora, el monto, factores cotidianos de la imposibilidad.

Fue cuando escuchó al arañazo, como de uña, hacer que emerja un


ruidillo molesto desde la puerta de la habitación. Apenas una puerta
de maderilla prensada, hueca y desfavorecida por la pulcritud. De
primera mano les puedo contar algo que el anfitrión no permitiría
que otros supiesen. Pegó un brinco de quizá sesenta centímetros y
soltó un alarido comiquísimo. Pensó: “¡Carajo! ¡Ahora sí, ya

88
La Rebelión De Los Insectos

me jodí! ¡el fin llegó por la santa madre!” y, pues, supondrán que no
era el cuco ni nada que se le parezca - aunque quizá un insecto
gigante tocando la puerta en horas de la madrugada puede causarnos
mayor pavor que un ladrón de juguetes-. La situación era otra.
Arguño arañaba con su patita más gruesa el centro de la parte
inferior de la puerta, pues sabía que generaría mayor resonancia en
el objeto y que “a mayor resonancia, mayores probabilidades de
alertar al “animalejo””.

Cándido, en medio de su pánico revestido de delirio, con tufo a


rubia, gritó algo que los hombres atormentados suelen exclamar
dentro de sí cuando llega el momento de: “Ya que has venido a por
mí ¡parca pendenciera! ¡identifícate!”

No hubo respuesta alguna. Supuso entonces que un dolor


indescriptible se le aproximaba. Un dolor indiferente, de esos que
verdaderamente preocupan. Es cuando Arguño abre la puertita, que
no chillaba, y dice: “Simio, he sentido terribles energías desde hace
un par de horas… ¿te ocurre algo?”:

-¡Ah! ¡Insecto! ¡Casi me matas del susto! ¿Cómo puede un bicho


como tú ser tan perturbador?
-Pues lamento informarte, macaco- El Blatódeo juraba entonces que
los hombres pertenecían a la misma familia de los macacos debido a
que empleó, en primer lugar, el criterio de la población geográfica
para hacerse de una idea previa de la taxonomía y sus
clasificaciones- que no se trata de nada que tenga que ver con tu
exterminio. Deja ese temor de lado…
- ¡Es que siento como si fuera sujeto a una vivisección, bicho!
-Felizmente estás exento de ello. Serénate, yo sé por qué sufres.
-¿Puedes decírmelo? ¿Puedes decirme por qué no puedo conciliar
el sueño?
-Se trata de un mal bastante común, simio. Yo lo considero una
pandemia contemporánea de tu especie pero como aún no puedo
identificar los mecanismos de contagio procuro no aventurarme a

89
La Rebelión De Los Insectos

asegurar, mas no descarto la hipótesis. Algunos simios entendidos


en la materia le llaman ansiedad, ansiedad depresiva, o depresión
ansiosa. Y dirían también depresión pero la depresión sola está
distante de la ansiedad sola, sin embargo, la ansiedad sola siempre
posee algo de depresión…
-¡Al grano insecto!
- ¡Bien! ¡Solo un ataque de pánico, simio! Y…

Al escuchar la palabra que usó el blátodo en la descripción


(“severo”) se le erizaron todos los vellos de los brazos, de las
piernas, y de otras partes al retorcido.

-¡Cómo que severo!


-Es algo que suele ocurrir a gran cantidad de personas, no te asustes.
Vamos, que yo te ayudaré a dormir.
-Esfuérzate bicharraco...

El blátodo se subió al colchón y se hizo de un espacio en el


almohadón afranelado que a los pies de la cama se mostraba
inmóvil.

-Un ejercicio que funciona es, por ejemplo, imaginar que estás
haciendo algo que realmente te gusta, o, mejor, algo que siempre
quisiste hacer pero que no has llevado a cabo debido al peso de las
circunstancias. Pregúntate entonces, simio ¿qué siempre has deseado
hacer?

El sujeto estudiado quedó cortos segundos tratando de graficar algún


anhelo frustrado.

-Siempre he querido poner en fila, atados, a todos aquellos que


siempre me han caído mal, o me han tratado mal, o sencillamente no
me agradan en términos generales, y golpearlos con un cabanossi en
pleno rostro y repetidas veces.

90
La Rebelión De Los Insectos

Si el insecto hubiera tenido cejas, es un hecho que hubiera arqueado


una al escuchar tan peculiar deseo.

- Rarito… pero concebible. Válido a fin de cuentas -religiosamente


resignado-. Échate en la cama e imagina ello mientras relajas todo tu
cuerpo. Relaja tus órganos también, tus músculos, tus huesos. Se
puede y tú puedes.

Sorprendentemente, funcionaba.

Antes de quedarse dormido, el hombrecillo preguntó por qué creía


Arguño que ocurría esto. Humanamente, sería menester del biólogo
justificar el porqué de la eficacia que tuvieron las recomendaciones
originarias. El investigador tuvo que responder, antes que nada, con
una pregunta:

-Dime tú ¿qué te preocupa?


-No lo sé. Es decir ¡hay tantas cosas que me preocupan que no
puedo enfocar mi atención en una sola!
-Por ahí va. Tiene sentido. Algo que he notado es que las personas
siempre necesitan de algo más. No les basta nunca con lo que tienen
y eso es algo de lo que unos pocos hombres inteligentes pero
inescrupulosos se han sabido aprovechar durante toda la historia.
Hoy ocurre más que nunca. Enciende un televisor solamente y
tendrás los ejemplos frente a tus narices. Una cosa, muy distinta a
necesitar, es desear de más. La pobre mediocridad es culpada
nuevamente cuando uno se siente satisfecho, esa presión social, es la
causa del desgarro. Si te vieras exento de tanta necesidad ficticia
alcanzarías la calma a cada segundo. Mantener la calma es, de una u
otra forma, la clase cíclica de la felicidad.

-¿Quieres decir que yo ya debería ser feliz?

El insecto mascó algo que encontró, como tantas cosas, en el suelo.

91
La Rebelión De Los Insectos

-Sí. La felicidad es una situación mucho más común de lo que


parece, es un estado que debemos aprender a conocer. No necesita
relaciones con tangibles, sino con detalles ambulatorios.
Pretendemos definirla como una distante forma de vida que nos
costará denodados esfuerzos alcanzar; la plastificamos y la
volvemos inocua; la convertimos en un producto, uno de lujo; la
relacionamos con los finales de alguna obra de la dramaturgia
contemporánea. Y, sin embargo, esa felicidad se encuentra en
detalles tan comunes que, mira, cualquier hombre puede
considerarse feliz. Tú lo tienes todo. Mírate. Tienes una vivienda
bastante cómoda, aunque caótica; sales con un ejemplar de hembra
que reúne las condiciones genéticas para una reproducción exitosa;
comes carbohidratos todo el día, que sé que te gustan; y, la mejor
parte, ¡me tienes a mí! ¿¡Qué más podría un especímen como tú
desear para alcanzar el júbilo!? ¡Has ganado la lotería!

La gris sombra de Cándido tronó los dedos; se tocó la nariz; y


enjugó la lágrima de un bostezo con su maltratado pañuelo.

-Estás exagerando, pero, hasta cierto punto, tienes razón. Salvo por
lo de ti.
-Entonces duerme y deja de llamarle.
-¿A quién llamar?
-Mañana podrás enfrentarte a todos los monstruos juntos.

La Ignorancia sorprende a Cándido.

Llevaban Cándido y Arguño la cuenta de las calles que iban


recorriendo. Primero se adelantaron al tránsito terrible de las siete de
la mañana; acto seguido, persiguieron la estela de perfume de las
mujeres que bailaban en el centro; luego hicieron una breve parada
frente a un gran comercio. Aquí fue donde, apenas llegando, la
blatódea pinchó con su pata más filuda el cuello de tortuga del
hombrecillo que, ensimismado, clavaba la vista en un anuncio
iluminado. Cándido, sin darse cuenta, fue quedándose dormido hasta

92
La Rebelión De Los Insectos

que su consciente se detuvo en el umbral entre el mundo onírico y la


realidad. Esta bifocalidad concedía a las cosas un aspecto peculiar,
poco corriente. Aquellos ojos, por lo que dice un viejo insecto, son
con los cuales logra verse más nítidamente la vida. Los ojos
entrecerrados y algo de baba escurriéndole de la boca, Cándido se
sintió por un momento aprisionado, pero sobre todo, muy
desconcertado pues no supuso que fuera ello un ataque sino más
bien, como cualquier hipocondríaco creyera, una suerte de mal que
le aquejaba. El originario se hizo más grande dentro de este espacio
vital. Cándido se sintió de pronto despierto y lo primero que hizo
fue preguntar al insecto qué ocurría, y éste le dijo: “No tengas
miedo, latino, voy a enseñarte algo que, no crees tú, es tan fuerte.
Algo a lo que deberías temer en serio por más sigiloso que sea su
paso y por más indoloro que se manifieste su síntoma”.

De las puertas del recinto se vio entrar con vehemencia a un


generoso número, y que por la velocidad y la forma de moverse
parecía un cardumen, de mujeres jóvenes entre los 12 y los 28 años.
Aquellas mujeres no poseían piernas y más bien sí brazos, senos y
cabeza. Todas las cabezas eran iguales y todos los pares de senos
poseían una medida similar, un peculiar parentesco. Todas
embetunadas con una suerte de mucosa transparente que lejos de
impedir la movilidad parecía agilizar sus movimientos. Eran almas
en apariencia noble pero de centro duro y cruel.

¿Puede algo o alguien tener apariencia noble?

...Definitivamente… como aseguraría Menteo en la ceguera.

Cándido preguntó nuevamente y con aún mayor desconcierto qué


era lo que ocurría. Fue el susto acaso el detonante de su actitud
curiosa, mas el susto podía redimirse ya que Arguño le protegía con
una mucosa negruzca que apartaba espontáneamente a las energías
que le atacaban. Como dije, lo que más perjudicaba la tranquilidad
del hombrezuelo era el miedo. El blátodo le explicó que aquellas

93
La Rebelión De Los Insectos

mujeres habían sido víctimas de la Ignorancia. Tiempo antes,


Arguño había propuesto a Cándido enfrentarse cuerpo a cuerpo con
los monstruos. Pero él, siempre soberbio, mostró con desdén un
gesto poco elegante de rechazo. No es esto lo que se esperaba y fue
ello lo que alimentóle más la sorpresa. El insecto explicó qué
ocurría, pero antes, tendrían que dar un breve brinco por las
viviendas de la zona urbana de Lima. Un condominio surcano sirvió
de ejemplo para mostrar la conversión de una persona común en
una víctima. Afortunadamente, Arguño poseía antídotos de
emergencia, pero no era lo suficiente como para salvar a toda la
población. Según él: “Televisiones hay en todas las casas”.

Entonces, postrados ambos frente a un amplio ventanal, se


dispusieron a observar. Uno intentaba enseñar y el otro en estado
inconsciente luchaba contra la inevitable retención todo cuanto sus
fuerzas permitiesen. Este dato es importante. Escribía
posteriormente sus sueños para chantajear a Arguño realizando un
intercambio entre relatos y jamón. O algo así.

Lo primero que se vio fue una niña. Bastante joven, de unos 13 años
quizá. Portaba dos cuerpos. Uno encima del otro, y ambos eran
similares. Parecían ciertamente desfasados y esto fue motivo para
que Arguño dijera: “Ahora es una presa fácil. Está débil”. Pero en
apariencia, débil no parecía. Sus manos rechonchas, sus ojos
despiertos, su aura de cono de helado. Tomó entonces una suerte de
cuerda y despertó con un soplido una caja. Aquella caja soltó una
musiquilla sumamente conmovedora, despedía colores sustractivos,
conjuntos sinfónicos que invadían todos los sentidos, y esto se veía
porque una puertecilla miniaturizada que a simple vista parecía
hecha de un material bastante flexible, latía, parpadeaba, y latía, y
latía, pero, sobre todo, parpadeaba: “Aquella es la glándula pineal.
Se ve más grande de lo que es en el plano físico y parece una
puertecilla porque es en realidad una puerta al mundo que deseamos
sea posible, viable.”-dijo la cucaracha. Incluso la figurilla, de
impresionable y terca deformidad, se mostró encantada por el festín

94
La Rebelión De Los Insectos

de color y sonido con que la cajuela agasajaba a la niña. Pero esto no


duró mucho. De pronto una gigantesca bola de moco salió flotando
de la capa, como una pompa de detergente, y explotó sobre la cabeza
del primer cuerpo de la infanta. El segundo cuerpo, que surtía de
base para el primero que se encontraba arriba y que, a darse cuenta,
era bastante más sutil, soltó un bramido semejante al de las arengas
previa inmolación. Un grito que terminó pareciendo un quejido de
dolor. Cándido contempló con horror que los bellos ojos negros de
la niña del primer cuerpo estaban completamente quemados y
parecían dos pasas sangrantes. En seguida la piel se le comenzó a
descascarar, de modo que la grasa emanaba una humareda de
perfumes que, como diría el mismo Torme: “son los vapores del
verdadero anhelo. Nuestros deseos verdaderos completamente
aniquilados y expulsados del cuerpo”. Entonces, de pronto, el
cuerpecillo ya enflaquecido y aturullado de la infanta se encogió
para finalmente acabar inmóvil, mas despierto, siendo aún sostenido
por la criatura del segundo cuerpo a la que, en apariencia, no le
había ocurrido absolutamente nada. Entonces, habiendo concluido
ya el más grotesco espectáculo, salió de la caja un monstruo cuyas
características físicas no puedo del todo describir sin hundirme en el
espanto. La estructura somática de un ofidio
con brazos y piernas humanas, todo de un color bastante luminoso y
por ello, quizá, aún más atemorizante a juicio de los hombres
blancos y negros; un ojo celeste gigantesco con una pupila rojo
carmín; cabellos azules muy parecidos al cuerpo tanto en forma
como en tono; un ombligo exageradamente grande, del cual
emergían pequeñas bocas que emitían un chillido similar al de las
langostas cuando se les cuece vivas, y; dos pies humanos, también
de un prístino albo, grandes. Muy grandes y hediondos. Cándido
solo atinó a preguntar: “¡¡¿Qué carajo es eso?!!”. La blatódea
respondió, imperturbable y sin chistar: “Eso, es La Ignorancia,
simio”

Entonces la Ignorancia abrió sus fauces que desde un volumen


normal fueron expandiéndose al mismo tiempo que decía una

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La Rebelión De Los Insectos

palabra, a saber, un sustantivo, hasta que adoptó la dimensión de un


encéfalo promedio y se introdujo, moviendo su escamoso cuello, la
cabeza del segundo cuerpo de la joven, engulléndola íntegramente.

Cándido se desmayó.

Al momento de despertar tenía la piel amarilla y los ojos


extraviados. Arguño le dijo que era normal que resultara traumática
la primera vez que se contemplaba la forma sutil de la ignorancia.
Le contó que, según su ciencia metafísica, existen dos espacios en
los cuales se pueden visualizar las cosas. Uno sobre otro y el otro
sobre el uno. Que en el que lo tangible es visible no lo es por igual
lo intangible y que en el otro mundo acontecía todo lo contrario:
que lo intangible era visible y lo tangible era imperceptible en vista
de que se utilizaban, como era de suponer, otro tipo de sentidos,
ajenos y totalmente diferentes a los que posee el cuerpo externo o
segundo cuerpo. Cándido manifestó su enfado diciendo: “Nunca
había visto algo tan feo” y Arguño respondió: “Y probablemente
tampoco lo vuelvas a ver, debemos trabajar para que la humanidad
se libre de la maldición de haberse habituado a su constante
presencia. La Ignorancia es el peor mal de la humanidad, y es aquél
que la está convirtiendo lentamente en una víctima de sí misma. Es
la madre de todos los demás males”.

Un silencio asolador reventó las ventanas del invernadero en el cuál


se encontraban. Después, Cándido, ya más calmado, y con toda
impasibilidad le dijo a Arguño: “Pensándolo bien, bicho, creo que la
madre de mi madrastra es algo así más o menos de fea. Así es que…
¡cuídate ignorancia que tienes competencia!” Y estalló en
carcajadas.

Por supuesto que la cucaracha no entendió. Suele suceder que esta


clase de insectos pierde el sentido del humor cuando se topa con un
simio. En escala general, los primates ya causan esto, aunque el
nivel más exagerado de tal pérdida se da con amenazas naturales

96
La Rebelión De Los Insectos

tales como los felinos o los ofidios. Momentos así alejan


drásticamente a los originarios de la risa.

Tuvieron que regresar al mundo físico. Yacía el hombrecillo medio


dormido, frotándose los ojos frente a un grupo de edificios
mientras mascaba una goma y fumaba un cigarrillo para calmar a la
insaciable criatura que habitaba en su interior.

La condición del simio

Torme extendió un comunicado de carácter urgente a Figayo, hijo


de Nunques, para que se reuniera con él y con otros dos más
responsables de la supervisión del periplo de Arguño. La misiva
explicaba que el tema de discusión sería el experimento que dicho
investigador originario había realizado con el hombrecillo.
Hablamos de la presentación a Cándido del mundo en el cuál se ve
lo que un simio consideraría intangible.

Con su patita temblorosa, Torme dibujaba círculos sobre una mesa


de cristal y se repetía a sí mismo que debía encontrar una solución
para su principal problema en aquél momento: saber exactamente
qué actitud tomar frente a los otros encargados. Le agobiaba, era
como si le hubieran rociado con un insecticida muy potente pero
cuya principal característica era “matar lento al bicho”, y también
figurarse ello le causaba poca gracia. En resumen, los nervios se le
sobredimensionaban.

Para esto, Arguño ya había preparado todo tipo de argumentos para


el encuentro indirecto con sus congéneres. Tomó la precipitada pero
no menos interesante medida de invitar a 28 y a otras dos
periplanetas americanas a lo que un simio, como yo, podría
considerar una tertulia. Y en ello no reparó en gastos. Intercambió
varios artículos de caza con una rata; con el mismo 28 levantó medio
trozo de jabón y lo llevó en el lomo; y obtuvo otros objetos curiosos
como tarjadores, pegamento dulce, y una tapa de envase de gaseosa

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La Rebelión De Los Insectos

embadurnado con grasa quemada a través de la chimenea de un


chifa. Todas estas cosillas, que equivalen (en el anglo) a un cocktail
de medio pelo de curiosos desperdicios, fueron llevadas y
seccionadas en un espacio que Arguño acondicionó especialmente
para la ocasión. El desagüe de la cocina.

Cuando comenzó la conferencia eran las tres en punto hora limeña.


El enviado saludó (en un blatodeo muy parecido al que hablaban las
cucarachas rojas) al cual los encargados en Origen respondieron
efusivamente y con la que, si bien puede parecer un poco asquerosa
al inicio, resultaba, al fin y al cabo, ser una sonrisa. Torme empezó
con unas palabras de afecto y, posteriormente, hizo breves
referencias a los logros que se habían obtenido gracias a la
investigación. No podría decir de qué se trataba en el fondo, pero
creo que se refería al “enriquecimiento de un espectro”. No sé de
cuál. Figayo, hijo de Nunques, extendió otro saludo pero en vez de
mencionar algo sobre un logro, le preguntó a Arguño cómo había
resultado el breve experimento que realizó con el gris primate. Y
éste respondió.

“Era de esperarse un grado de sorpresa como el que presentó el


sujeto. Nunca imaginó que dicho viaje fuera de algún modo posible.
Para él resultó ser una pesadilla y es por ello que utilicé sus palabras
para asegurar que la Ignorancia era una pesadilla. Solo que escribirla
con minúsculas quizá la hacía parecer inofensiva. Y esto se me
olvidó decir: “Que en el mundo en el que vives todo hace parecer a
la “ignorancia” inofensiva, pero es la madre de otros monstruos
terribles, como el crimen, y por ello abuela de subgéneros de la
maldad. La ignorancia es tan potente que aunque se encierren en sus
casas gigantes, decoradas y con jardines perfumados y coloridos, o,
por el contrario, en casuchas o covachas, los hombres, les llegará
del mismo modo y hará lo mismo con todos ellos, agredirles sin
reparo.” Y esto intenté explicarle pero ya le había molestado
bastante y no quería continuar perturbándolo. Cuando se pone de
mal humor se busca como alma que lleva el diablo el insecticida. Lo

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La Rebelión De Los Insectos

escondí, pero es igual, la intención cuenta. No me gusta verle así, le


he tomado el aprecio que se le tiene a una mascota.”

-¡Pues muy bien!- y estalló en carcajadas el conjunto de cucarachas


responsables-¡Nos haría mucha gracia que intente atizarte con algún
objeto gigante!-continuaron.

- Lo ha intentado. Por poco y he salvado el pellejo. Aunque, de una


u otra forma hubiera podido aplastarme si no tuviera tanto aprecio
por los tangibles.

Las risas formaron un canto que en su eco contagió a las cucarachas


rojas. Por más que en el fondo, les pareciera cruel el verbo
“aplastar” puesto que muchas perecían así a diario, sobre todo a
manos del administrador del chifa de junto. Todo un exterminador.
Y por más coraje que les causara siquiera figurarse tan draconiano
castigo, continuaba pareciéndoles hilarante el gesto nervioso que
Arguño dibujaba cuando hablaba de estar en la cuerda floja con su
sujeto de estudio.

-Y esas risillas… ¿de dónde provienen, Arguño?


¡Ah! Pues, son dos blátodos que conocí acá y que…
-¿Alguien más sabe de esto?
- No, no… ellos no tienen ni idea de de qué se trata, pero son muy
agradables y quería presentárselos a ustedes, si es que no les
molesta.
- No. No me molesta a mí en particular-dijo Figayo, que continuaba
riéndose-pero, si mi padre se entera, ve haciéndote la idea de que te
espera punición.
- Pero si son blatódeos, ¡Tal como nosotros!
-Sí, en efecto. Lo son, pero representan de alguna manera un riesgo.
No se ofendan.
-Bien, entonces supongo que lo lamento.
-No, mira, está bien en realidad. Pero que no se entere Nunques-
Agregó Torme agitando ya sus dos patitas temblorosas- que esto no

99
La Rebelión De Los Insectos

salga de acá. Más bien ¿por qué no les invitas a venir un día de
vacaciones?
-¡Me parece ideal! pago por probar el jabón de allá.-Gritó 28-.
-¿jabón?-preguntó Torme.
-No nos vayamos por las ramas- reparó Arguño- Les tengo noticias
que quizá no les sorprendan. Así es que si le vamos a ver el lado
bueno al asunto estamos hablando de una confirmación. Eso mismo.
Les confirmo que creo que ya tengo el porqué de ciertos problemas
de la especie.
-¿podrías decírnoslo?
-Que son simios. Eso mismo. Primates que no comprenden su
posición en el mundo.
Entre otros alcances puedo hablarles de, por ejemplo, la búsqueda
de pareja ¡Es tan primario el fin y tan complicada la recompensa!
¡Es ser un pez en busca de tiburones! Pero déjenme que les extienda
datos. Las mujeres pelean por subir peldaños en el escalafón social;
los hombres pelean por las mujeres (con otros hombres) y para ello
deben obtener cierta posición en dicho sistema, es decir, Status.
Mientras que en la cabecita de unos el status se mide con el
potencial sexual propio, en la de las otras se mide por el potencial
sexual de la pareja. Pero son consideraciones normales pues
también puede decirse que se busca pareja para rellenar un vacío, y
sin embargo, lo correcto resultaría buscar la complementariedad, es
decir, evitar la sustitución. Tal potencial sexual radica en un valor
que el contexto asigna a determinados objetos o acciones. El uso
discriminatorio de tal valor, dependiendo de quién y cómo lo use,
muestra la cantidad de potencial.

Pero no me malinterpreten- una risilla nerviosa le hizo perder un


poco el hilo-. Basta de esa chuchería reproductiva que al fin y al
cabo no importa cuántos peligros represente el reproducirse para la
especie, hay otros temas que también pueden ser de interés para
vuestra escuela. Por ejemplo, la estructuración.

-¿Estructuración has dicho?-preguntó Torme interesadísimo. De

100
La Rebelión De Los Insectos

haber sido un hombre o una mujer hubiera arqueado la ceja con


mucha elegancia, pero los bichitos no tienen cejas- ¡Explícame por
favor insecto!

-El sistema funciona bien a excepción del tema de las leyes y la


justicia. Eso sí va fatal…

Los nervios eran notorios además de cierto grado de ignorancia


pues, si bien a ese nivel existen problemas, los principales
problemas provienen de la actitud de los individuos. ¿Habrá el lector
alguna vez intentado ocultar la embriaguez para evitar el bochorno
frente a algún familiar o un grupo de personas en situación que
merezca el cuidado? Pues algo así pasaba acá.

-Pero, digo pero, funcionaría a la perfección si no fuera porque se


está colocando a mamíferos tan inútiles para ponerlo a funcionar.
Tan…carentes de moral. La rueda no corre con lagartijas, sino con
ratones. Que me perdonen las lagartijas, je je.
-Creo que subestimas a los hombres- dijo Figayo.
-Pero que dices ¡bicho! No pueden ni siquiera autosostenerse.
Necesitan despojar a otros hombres menos fuertes de sus riquezas
para subir en los escalafones de sus sociedades particulares. No
existe cultura de lo renovable ¡hazme el favor Figayo! Como verás.
Existe una gran división entre ellos y no solo es demográfica o
geográfica. Va más allá. Es una guerra espiritual. Unos creen en la
tierra, y los otros creen en el status. Tal como se oye, no te invento
una coma. Con todo aplomo forjan, unos, muros gigantes y, otros,
cavan en la tierra como buscando hallar a Dios en la antípoda. El
panorama no pinta para nada bien. Para nada. ..

El huésped no podía contener los nervios. La situación rebasaba su


capacidad de explayarse.

- Viéndolo así- respondió Torme con un gesto meditabundo- puede


que tengas razón. Pero tampoco les subestimes. Ellos pueden

101
La Rebelión De Los Insectos

mejorar, pueden aún superar esa barrera mental que los sigue
acabando. Recuerda que otras sociedades del universo han logrado
vencer los barrotes de las cárceles de la mente con entereza.

-Yo ya te he dicho cuál es mi plan.

Volvieron a estallar en risas. Torme aseguró con sorna:

-Creo que tu plan funcionaría muy bien si ellos estuvieran


dispuestos a ayudarte. Pero las cucarachas somos criaturas terribles
en sus ojos y consideradas inútiles. Estorbos e incluso amenazas.
Somos un mal del mundo, una plaga.

Decía esto, el encargado, suponiendo que todos sus receptores


entendían la referencia hacia la subjetividad de la cucaracha.

Lo cierto es que Torme tenía la razón. El plan de Arguño resultaba


tan inocente como inviable ¿Llenar de un suplemento nutricional
específico todas las cuencas hidrográficas? Que ridículo… ¿para
qué? La respuesta era: para que quién beba de esa agua incremente
su volumen de materia gris, expulse las toxinas que el mundo le ha
dado, y, finalmente, evolucione.

Sonaba como salido de una comedia de ficción. Pero hasta cierto


punto no resultaba exagerado pues estaba perfectamente demostrado
por científicos de Origen que algo así podía hacerse. Es más, se
llevó a cabo un experimento muy parecido en algún lugar del
pequeño satélite en el cual se duplicaba la cantidad de herre y de
pretophote en el suministro alimentario. Ambos minerales
necesarios para la nutrición de las blatódeas en crecimiento. El
experimento fue un éxito ya que si bien su caparazón no creció
mucho más que el promedio-pues esta característica no era asociada
con la evolución en vista de que el planeta era muy pequeño-, sus
patas desarrollaron dos ventosas adicionales y además poseían una
fuerza extraordinaria. Si en Origen hubieran sido necesarios los

102
La Rebelión De Los Insectos

ejércitos, estos bichitos hubieran sido, sin duda, buenos soldados.


Pero no hablemos de guerras, para eso están, por ejemplo, los
primates.

-¿Qué propones?-preguntó Arguño a Torme.

-Para empezar, deben despertarse. Se han quedado dormidos en un


vehículo sin chofer que viaja a cientos de kilómetros por hora y se
dirige a un precipicio. Luego, creo que no les caerá mal una
educación equilibrada.
-¿Tan equilibrada como su forma de alimentarse?
-Creo que hay que atacar a ambas. Muy bien Arguño. Buen punto.
-¿Cómo llegaremos a eso?
-Ahora mismo no tengo ni idea, pero cuéntanos más sobre la cara
que puso el simio cuando vio al monstruo.

Se entretuvieron toda la tarde y toda la noche imaginando el rostro


sorprendido, asustado, angustiado y espantado de la figurilla
plomiza.

Pequeño incidente en la frontera

Cuando Arguño estaba cruzando la frontera encontró un lugar


apropiado para esconderse: una caja en la cual eran transportados
insumos para restaurantes. En un puesto fronterizo fue el vehículo
que le llevaba interceptado por hombres uniformados, y ellos
quisieron saber qué había dentro de todas las cajas. El camión era
bastante grande e iba repleto de mercancías. El hecho de contar las
cajas resultaba difícil, por ello mostrábase aún más complicado
realizar una inspección acuciosa en todas y cada una. Hubiera sido
bastante más posible que dicho procedimiento rutinario se efectuase,
sin mayor contratiempo, de haber habido en aquél puesto un número
mayor de uniformados, y habría que contar también con que los
uniformados estuvieran dispuestos a colaborar. A veces la
obligación enerva y promueve la inacción. Pero eran solo dos

103
La Rebelión De Los Insectos

fulanos. Por ello tomaron la determinación relativamente inteligente


de revisar dos de al frente, dos del centro y dos de atrás. Del mismo
modo cada una de las que inspeccionaría estaría en un extremo, de
modo que la revisión graficada y vista desde arriba daría la
impresión que nos da el número seis en un dado. Usaron, como
puede apreciarse, la probabilidad para ahorrar tiempo. Claro que no
tomaron en cuenta las posibilidades de no acertar. Arguño se
encontraba al centro y por ello, y gracias a la divina providencia de
los bichos, no se supo que se encontraba ahí.

Hay que decir que Arguño no parecía una cucaracha normal. ¿He
mencionado quizá que el bicho más parecido a él es la cucaracha
gigante de Madagascar? Bueno, pues es del todo cierto que es el
único bicho al que se parece, si descontamos a otras especies del
orden de las blatodeas, en cuestiones de estructura, respiración,
digestión, etc. Pero no por ello era coincidente del todo con estas
especies. Era bastante más grande que la gromphadorhina
portentosa y este factor ya afectaba a su imagen significativamente
al momento de tener un encuentro con los hombres. Hombres como
la figurilla gris, a saber, otro bicho. Con mucha suerte se arrastraba a
través de los pequeños conductos subterráneos en los cuáles vivía 28
y sus hermanos rojizos. Debo decir también que los colores del
exoesqueleto no eran similares a los de la portentosa. Esto indicaba
que el bicho era raro en serio, porque incluso existen personas que
tienen como mascota a una portentosa, curioso también es
reconocerlas en filmes y otras gracias. Busco decir que de tener
algún contacto muy cercano a la gente, ésta reaccionaría muy mal.
Muy, pero muy, mal. Y miedo debía tener Arguño de aquellos
espasmos.

Unos pocos kilómetros más allá ocurrió algo que nadie quería
esperar, pero que era perfectamente posible. Corrección: salvo
Cándido… ¿quién lo hubiera deseado?

En otro retén fronterizo, ya del lado de las naciones, un grupo

104
La Rebelión De Los Insectos

bastante más numeroso de uniformados decidió revisar toda la


mercancía transportada. Tuvieron que, primero, sacarla toda,
contabilizarla, en fin, realizar el procedimiento competente.
Posteriormente disponerse a abrirlas. El más gordo de ellos llevaba
una maquinita que automáticamente quitaba los sellos y otra que los
recolocaba. Una, dos, veinte cajas. Iban llegando a la caja en la que
se encontraba el blátodo, pero este ya se había percatado de su fatal
destino. Entonces decidió escarbar en una esquina, tal como hacen
los pequeños roedores en sus intentos desesperados por escapar de la
mano del hombre, e hizo un diminuto orificio con sus patitas más
filudas. Estuvo intentando escabullirse un buen rato, hasta que lo
logró. Entonces corrió, corrió todo lo que pudo. Tuvo que dejar la
nave adentro. Un sinfín de botines empolvados fueron intentando
pisotearlo. Va uno y va otro ¡zap!!zap!!zap! va uno y va otro, hasta
que una suela bastante grande y recién pulida terminó aplastándole.
Cualquiera diría que la escena es asquerosa, aunque más parecida
era la circunstancia al dramático desenlace de una tragedia.

La luz de luna sorprendía a los viajantes; el hule fregaba el cuerpo


contra el hormigón; los días parecían contados. El cuerpo sin vida
de la blatódea yacía en medio de un desierto hediondo a orines,
descomponiéndose, llenándose de rareza y enjugando su
entumecimiento con todo lo déspota que puede ser el rocío de la
madrugada…

Los buenos, los malos, y Occidente.

Cuando Cándido iba al centro era por lo general para comprar


entretenimiento. Ver películas, o comprarlas. También asistía a
espectáculos. Pero con el tiempo empezaron a haber cada vez más
comerciantes del rubro en los alrededores de su casa. Iba, por ello,
a comprar discos a los negocios aledaños. El insecto le acompañó
una vez a uno de estos comercios y observó atentamente cómo y
qué compraba.
Luego de una minuciosa observación, Cándido decidió llevarse

105
La Rebelión De Los Insectos

tres discos.

Preparó algo para picar, una botana. Encendió el equipo y comenzó


a ver las películas que acababa de comprar. Las vio todas, sin
chistar, boquiabierto y encendidos los ojos como cerillas.

Arguño, muy atento, decidió preguntarle al individuo que qué era


lo que le había causado tanto estremecimiento. Y el otro
respondió que no sabía, que no podía estar seguro de ello. Arguño
le explicó entonces que existía una fórmula para la elaboración de
obras, y que eran también, las que más llegaban a este lado del
mundo. Nuevamente Cándido dijo que no comprendía claramente a
qué se refería. Entonces el blatódeo hizo un gesto desenfadado y se
dispuso a proyectar de manera diferente la idea:

-No es que yo me sienta un gran conocedor de la cultura humana.


Es más, conozco bastante poco comparado con todo lo que puede
saber un auténtico sabio de esta raza. Sin embargo, me llama la
atención el hecho de que para que ustedes se diviertan necesiten que
se les repita constantemente un conjunto de arquetipos mezclados,
renovados, refritos, retecnificados, para que ello surta efecto en el
inconsciente. ¿No es escandaloso acaso, simio? ¿No es escandaloso
acaso, simio, que para que ustedes puedan reír deban darse un
sopetón, ver como se agreden dos personajes de una familia, o
encontrar a un hombre con debilidad física en algún aprieto? Dime
tú.
-Pues, la verdad no sé- y arrugaba la cara, esa cara que se muestra
abrumada y que mantiene los ojos puestos fijos en la nada- No
sabría decirte.
- ¿No es escandaloso acaso, latino, que siempre exista un villano en
el género de la acción? ¿No te parece cómico que los colores
oscuros siempre se relacionen con la maldad y los más claros con la
bondad? ¿No te parece acaso que siempre el héroe responde a un
conjunto de características similares? Y que de no ser así, si está
fuera del arquetipo de belleza se convierte automáticamente en un

106
La Rebelión De Los Insectos

antihéroe que aunque no deja de ser bueno sigue en su condición


cómica de antihéroe. Dime tú si no es curioso que los patrones para
la génesis del personaje siempre sean los mismos y que para que a
ellos se les incluya en el drama es siempre necesario crear una
fórmula. Dime tú, macaco. ¿No crees que incluso la música siempre
se ve parecida por corresponder al espectro occidental? Dime tú si
no es siempre lo mismo. Imagino que puedes entender, con ese
ganglio gigantesco que tienes y que parece que solo sirve para hacer
equilibrio con el cuello, que te están vendiendo lo mismo siempre,
que el concepto se repite: el villano y el héroe, la mujer trofeo y los
personajes secundarios que causan gracia. Imagino que puedes
entender, Cándido, que siempre es lo mismo, y que en lugar de
gastar un poco de ese dinero en otra clase de cine, prefieres
hacerlo con este. Dime tú si estoy errado, es que no lo sé, quizá la
misma situación sedativa de siempre, siempre les hace reír, y eso les
hace felices, impedir que lleguen cosas nuevas y conformarse con
este absurdo entretenimiento trillado, dime tú si es mejor así, es que
no lo comprendo, simio, estoy perturbado.

Cándido se encogió de hombros, y siguió mirando la tele. No


respondió.

-Simio, te lo pido, explícame ¿Qué demonio habita en lo novedoso?,


¿por qué separar lo bueno de lo hilarante? ¿Por qué los hombres
tienen miedo de las cosas nuevas? ¿A qué se debe el pavor a las
verdades?

He visto, simio, tienen una rutina de entretención muy similar. Te


lo digo porque yo poseo un “cerebro” bastante más pequeño que el
tuyo, y aún así lo comprendo. No entiendo tanto de razones que hay
verdades que con el pasar del tiempo termina revelándotelas el
corazón. Simio, es que, estoy tan perturbado. No sé si, mira, es que,
tendrás que perdonarme. Yo no puedo ser de fierro tampoco, cada
día me decepciono más de ti, de este hemisferio.
-¿Qué misterio?-Preguntó la figurilla encorvada mientras se llevaba

107
La Rebelión De Los Insectos

a la boca un grasiento tentempié pero sin despegar de la caja los


ojos-¿qué misterio insecto?
-¡Misterio no! (¡Animal!-pensó-.) ¡Hemisferio!
- Ajá, sí, continúa.

Claro que, no había caso con lo que decía Arguño. El soldadillo ya


se había acostumbrado a su presencia y a sus preguntas. Solía por
ello, tentar el hecho de darle cuerda para que siga transmitiendo,
toda la tarde si quería, toda la noche si quería, pero sin plantearle
nada que lo distrajera de sus improductivas labores diarias. Para ello
las preguntas de largo alcance, abiertas, inespecíficas. Para que
tuviera que responder más y refutar menos. Y nunca afirmaciones,
claro. Enfermedades baratas y medicinas caras.

-Pues, el hemisferio de occidente, en el cual nos hallamos, donde se


gesta la caparazón comunicacional de los hombres que no son libres
pero que pretenden creer poder serlo. Esta tierra en la que los
hombres son esclavos de sí mismos porque el deseo los ha
corrompido de tal modo que ya no existen procesos de cohesión
social en los cuales los individuos no busquen el mismo objetivo
final (salvo ser aceptados por los demás). Me he preguntado tantas
veces, ¿es acaso esa idea de querer parecerse a los personajes que se
presentan en los medios de comunicación la que los hace tan hostiles
ante los congéneres más alejados del estereotipo? Mira, simio, es
que no concibo de por sí el simple hecho de que la sociedad
pretenda guiarse de arquetipos ¿es que acaso no existen grilletes más
pesados? Y ¿es tan difícil enterarse de ello? Si no pueden entender
siquiera los occidentales que son, ustedes, esclavos de una gran
maquinaria cuyos lacayos mercenarios son los medios
irresponsablemente manejados ¿de qué manera pretenden
comprender otras verdades de la humanidad? O aún siendo elevado
a la potencia de un número que nunca tuvieron los árabes ¿con qué
ridículo mecanismo juran las masas que accederán a las verdades del
universo y de la creación? ¿No debe primero aprenderse a gatear?

108
La Rebelión De Los Insectos

La silueta retraída, imperceptible, de Cándido, se encontraba ahí.


Pero su mente se abstraía abstraída en otros asuntos. Quizá la
Ignorancia estaba muy cerca, pero como veía con los ojos del primer
universo, no iba a espantarle aquél escabroso cuadro.

La cucarachita escribió con sus patitas más audaces:

“He sometido a un serio escrutinio al individuo durante un


experimento en el cual resultó ser él el objeto, y no un mero
espectador. A pesar de haber visto aquél otro día la estampa de la
Ignorancia arrebatándole el encéfalo, en el cuál se encuentra todo el
fluido primordial del pensamiento crítico y analítico (por no decir, la
sustancia base), a otra pieza de la misma especie, éste no se mostró
alertado ante tal peligro, tal como los dodos de los que nos hablara
Garol en el instituto. Tuve que espantar a la ignorancia yo mismo
para que no engullera la cabeza de mi sujeto.

Podemos corroborar, con este hecho, una de las tantas teorías de los
antiguos visitantes, en este caso. Nunques dijo: “Definitivamente,
hay especies que en apariencia no son tan inteligentes como el
hombre pero que sin embargo actúan de manera bastante más
coherente. Por ejemplo, los ratones”. Dijo esto nuestro congénere
refiriéndose a una especie de limitado mamífero que habita en los
núcleos urbanos y cuyos comportamientos le causaron admiración.
El ratón, por ejemplo, cuando ve que otro ratón muere a causa de
ingerir un alimento, comprende que dicho alimento será nocivo para
él mismo y por ello lo deja, lo evita o se deshace de él raudamente.
No pasó esto con el simio en cuestión si es que vamos a establecer la
analogía de “veneno es a ignorancia como ratón es a hombre” Me
aventuro, pues, a creer, que estos primates son bastante más
estúpidos que los ratones. Pero es este mi juicio sin embargo.
Juzguen ustedes”.

Algo que debe saberse sobre Arguño.

109
La Rebelión De Los Insectos

A esto se refería probablemente Arguño cuando hablaba de la


condición del simio. “El primate es irreflexivo, no se cuestiona ni
cuestiona a otros porque sencillamente prefiere mantenerse
distraído”. De esto se sabía mucho ya en el mundo y, sin embargo,
dicho conocimiento del hombre fue, en aquella era, el menos
difundido.

La cucaracha, por su parte, había explicado a Cándido que la


felicidad era consistente si se tomaban en cuenta una serie de
normas claras y sencillas tales como “el respeto por los detalles”, y
que, por ejemplo, intentaba justificar diciendo que “Los detalles
construyen las obras de arte más admirables”. Pero ya nos ha
quedado claro que para el esqueleto recubierto de la criatura opaca
aquellas palabras no eran de ningún modo una amenaza, y en vista
de que peligro físico no le representaban, se mantenía en la más
flagrante indolencia. Hecho que constaba al artrópodo.

Sabía pues, nuestro bicho, que en vista de que el hombre no lograba


encontrar la felicidad interna, puesto que desconocía aquellos largos
aunque luminosos caminos, buscaba llenar aquél vacío con una
felicidad aparente, exterior. De esto logró percatarse cuando halló
una increíble similitud entre los ataques de ansiedad de un fumador;
de una persona con sobrepeso; y de una mujer envejeciendo. De un
hombre pobre y de un hombre rico. Descubrió que, en cualquier
caso, aquello que lleva a la persona a someterse a la maquinaria que
posteriormente describiría en mapas conceptuales frente a Garol y
Torme, eran impulsos muy distintos a los de la necesidad. Fue, para
él, un descubrimiento muy importante puesto que ningún humano le
enseñó aquello. Él lo descubrió a expensas de un concienzudo
proceso de observación y evaluación de resultados. El mecanismo
interno en cuestión, quizá una autodefensa de las personas, resultó
ser el deseo del que se valían ciertos operadores de los sistemas de
manipulación, que para efectos del relato resultan ser el segundo
monstruo, la mariposa que, inversamente a lo consabido, se
convierte en una larva carnívora si no se le sabe controlar a tiempo.

110
La Rebelión De Los Insectos

Arguño lleva a Cándido a la primera realidad.

-Cándido. Te voy a pedir que por favor bebas esto y luego te


recuestes sobre el mueble.

El encorvado hombrecillo esbozó un gesto de desaprobación y luego


miró hacia arriba, como pidiéndole clemencia al cielo en voz baja
para que la cucaracha le dejara, de una vez, en paz.

-Creo que no entendiste cuando te dije que no pienso volver a ser


parte de tus experimentos. Por favor, déjame tranquilo de una buena
vez. Te lo pido, bicho.
-¡Mira, latino! Si lo haces te daré algo que desees. Lo que a ti te
parezca. Solo pídemelo.
-En ese caso…-notábase en Cándido un leve e incipiente agrado-…
pones las cosas en circunstancias bastante más interesantes. Antes
dime ¿qué deseas que hagamos?
-Voy a mostrarte un poco más del sendero donde habitan los
monstruos. Es, al fin y al cabo, cosa que va enteramente a
beneficiarte como ser. No tienes nada que perder.
-¡Bla bla bla bicho! Las últimas veces que me haz sometido a tus
pruebas alucinógenas he tenido las peores experiencias. ¡Pesadillas
malditas! Nada comparable con la fotografía que aparece en el dorso
de las cajetillas de cigarrillos. No quería mencionártelo, pero,
después de La Ignorancia, vomité una semana. ¡No me hagas pasar
más por eso bicho! ¡No me hagas que me descompongo!
-Simio, alucinógenos no son. Sedantes solamente. Entre otras cosas,
elementos que permitirán que no lleguen a ti ni a destruirte, aquellas
energías que viajan como ráfagas de acero afilado en aquél mundo
tuyo y que sin embargo estando como estás ahora no te hacen
heridas que logres percibir. Debo yo hacerte entrar en otro estado de
conciencia para que así la lluvia de hiel maldita no derrita la gran
víscera. Pero ¿para qué me deshago las tenazas explicándote tal
propósito si de todas maneras ya sabes que a cambio de tu

111
La Rebelión De Los Insectos

colaboración obtendrás premio? Y, sabes que será un premio a


elección. No temo que pidas mayor comprensión entre los hombres
porque eso no te lo podré dar, mas creo adivinar que tan físico e
inocuo será el objeto de la petición. Esfuérzate y decide.
-¡Ah bicho! ¡Entenderte es descifrar un mensaje encriptado! ¡Pues
bien! ya que propones con tanta rigidez, pido que me traigas un
vehículo poderoso. Uno que me permita sentirme mejor de lo que
soy ¿puedes tú?
-Ya lo creo, ahí lo tienes. ¿Lo ves?

El aaómetro* de la nave estalló. Con dos llantas en la cuneta y dos


en la calle se estacionaba un vehículo en el frontis de la vivienda de
Cándido. Era, sin duda, un vehículo potente, bello por fuera y
sofisticado por dentro. Una joya de la ingeniería y el diseño.

*NDA: Aaómetro: medidor de voluntad/es/. traducción aproximada


del blatódeo al español tomando del griego moderno como prefijo la
palabra θα- voluntad; y como sufijo el término μέτρο- medir.

-¡Ah!, ¡no puedo creerlo bicho!, me has dado gusto. Pues ahora me
someteré a tus pruebas. Que no te sorprenda mi buena gana, es que
ya me estoy sintiendo mucho mejor conmigo mismo, pero que
mucho. No dudes eso, hasta más guapo, ya lo creo.

La blatodea pensó: “Definitivamente es una raza enferma


¿convencidos de conocer la bondad y la belleza por azares tan
corrientes? Pues sería una lástima darse pronta cuenta de que
suponer ello en este momento no lo hace más que retroceder un paso
más en el elongado camino de la evolución de su especie. Una
lástima, pero no le daré alcances al respecto, que si lo hago se nos
espanta, o a lo mejor ¡gracia la mía! es tan inmune a ello como al
experimentar contacto con La Ignorancia. Sorpresa no me causaría.
No debería pensar esto, que el universo me perdone por enjuiciarlo
en voz baja, pero ¡que bestia tan estúpida!

112
La Rebelión De Los Insectos

-Que me pruebes ¡insecto!


-Bien, en eso estoy. Bebe esto y recuéstate sobre aquél mueble.

Y a por ello fue Cándido. Puso toda su estructura sobre el mueble y


sobre él empinó el codo con natural ingravidez al momento de
saborear la bebida. Le gustó. Solo era un vaso de cerveza con los
elementos que había agregado en él Arguño y que, por lo demás,
eran inodoros e incoloros. Todo esto hasta cierto punto. Después un
salobre gustillo le amargó los últimos instantes antes de que el
cuerpo se le rindiera al sueño.

Entonces sintió que caía. De pronto creyó tener los ojos abiertos, y,
sin poder moverse, sobre aquella mesa, veía como algunas sombras
antropomorfas se deslizaban sobre él. Temió, pero del miedo le
hablaría luego el insecto. Mientras, Arguño le aconsejaba: “La
última vez que realizamos el experimento tuviste la posibilidad de
ver un porcentaje de la realidad valorativa y otro de la realidad
sustantiva. O, lo que es igual, del primer y del segundo mundo.
Ambos palpables y en apariencia físicos, diríase. Ahora verás la
realidad primera de manera mucho más nítida y de la última
percibirás apenas un reflejo.”

Aquí Cándido se vio al inicio de un túnel que, a ojo de buen cubero,


no nos daba más de 28 metros. Y era ello algo tan tangible que con
sus pequeños pies podía sentir como se afirmaba su silueta, aún más
opaca, sobre el suelo lodoso. Un olor húmedo le recordó a las
parcelas. Pero aquí no terminaba su primera impresión.
Sorprendióle, ingrata, la realidad primaria mostrándole que, a su
lado, el guía de aquella comedia no era el serafín que representa el
arte occidental hasta hartar y causar náusea. Muy por el contrario,
era la misma cucaracha gigante, salvo por dos detalles que debemos
considerar (puesto que estaba en estado catatónico). El originario
adquirió las mismas proporciones que la figurilla humana, no
perdiendo por ello su zoomorfa estructura de bicho. Téngase
presente que hablamos de medida y no de forma.

113
La Rebelión De Los Insectos

¿A cuántas mujeres espantaría un circo de rarezas con semejante


criatura? Eso dependerá de la mujer. Afortunadamente, hay algunas
que no temen a la verdad.

El par abríase paso sobre el incensado sendero. Ni con entusiasmo,


ni con resignación. Tan solo dejándose guiar por el perfume que, al
otro lado, las mirabilis expulsaban como zumbidos ansiosos.

Otro tema que llamaba la atención y paliaba la sensación de espanto


que llevaba casi al desvanecimiento al hombrezuelo era que Arguño
tomó un rostro muy humano, similar al de los vigilantes de secretos
de las antiguas culturas: facciones como talladas en piedra a pulso y
el cincel. Ello hacía bastante más amigable al insecto, si no, ni
dudarlo, hubiera vuelto a dormir rumbo al letargo cotidiano y su
explicable enajenación la figurilla cabizbaja, de la sola impresión.
Dijo entonces la gigantesca blatodea: “Aleja el pavor de ti, latino.
Has venido a cumplir tu palabra y, sin magia. Así que
despójate de la atadura”.

En efecto, con la sorpresa no supo de primera mano Cándido que


se encontraba con un artefacto muy similar a la camisa de fuerza
pero que además le impedía movilizar el cuello. Al oír las palabras
de Arguño una brisa reconfortante le ayudó a zafarse del
aprisionador. Y pudo usar sus manos. Dijo también el bicho: “Aquél
vórtice nos conduce a la gloria. Debes ser paciente y abierto, ello te
servirá cuando crucemos el umbral y enfrentemos los peligros del
sendero de la especie. Atiende tú: Acá, puesto que tu cuerpo físico
está dormido, mas presente, serán tus sentidos otros que debes
aprender a usar. Tu vista será la imparcialidad; tu olfato será la
curiosidad; tu oído será la apertura; tu tacto será la duda; y,
finalmente, gusto, la decisión. En este último caso, si te lo preguntas,
es porque debes saber, una vez que lo pruebas, si te lo tragas o no.

El insecto tomó con su patita más tierna la mano de Cándido y le

114
La Rebelión De Los Insectos

llevó hacia la puerta que frente a ellos se abría irradiando una


poderosa luz sin color.

Nunques sufre preocupación.

La incógnita tormentosa es ¿por qué Arguño no se fue invisible al


momento de verse en el aprieto de la caja de mercancías? ¿No pudo
detener el tiempo? La respuesta es sencilla. Había consumido una
cantidad desmesurada de jabón y ello le causó no solo alucinaciones
leves si no que también deprimió su sistema motor, llevándole a un
umbral de percepción muy distinto al que tiene un blátodo en pleno
uso de sus facultades.

Tema resuelto. El bicho estaba en otro estado, y por ello no se


concentraba como debía ni tomaba las precauciones pertinentes
como solía. En vez de permanecer invisible decidió escapar como
una rata, rompiendo lentamente la esquina de la caja, para luego
involucrarse en una persecución de la que, como sabemos, no salió
para nada airoso. Más bien, aplastado. Pero, sin embargo y
benditos todos los astros (salvo aquellos que explotan muy cerca de
la tierra), tenía aquél “inconveniente”. El de estar muerto.

Tratándose de los blatódeos no representaba gran problema, pero sí


clara señal de alerta. Vemos, pues, que después de dos días sin
emitir mensaje alguno, Torme y Figallo, hijo de Nunques,
comenzaron a preocuparse. Sabían, por otro lado, que no debían
dejarse llevar por el pánico pues esto empeoraría las cosas y
retrasaría la llegada del juicio que les llevaría, posteriormente, a
buscar soluciones efectivas. Por todo esto decidieron preguntar a
Nunques, que sabía gran parte de todo por el ejercicio, aunque
venido a menos para seres como Cándido, de la intuición, qué
podía haberle ocurrido a su bichito explorador. Nunques dijo: “Si
han sostenido continua comunicación y tan abruptamente se han
esfumado las respuestas, es indispensable constatar que
permanezca su cuerpo físico en óptimas condiciones. Si no es rehén

115
La Rebelión De Los Insectos

de un orate, lo más probable es que esté aplastado. Por esto último


me inclino”.

Sabio consejo de la cucaracha, a saber, como la de un geronte:


relativamente fiable. Las palabras tenían su peso propio, el del
convencimiento. Torme y Figallo planificaron la empresa de la
recuperación de su investigador en corto tiempo. Cosieron hamacas;
tejieron calcetines; cocinaron galletas y añejaron extracto de frutas
en un acelerador.

El viajecillo tedioso de 17 horas, trayecto ondulante hacia la nada,


aconteció sin que se inmutase el gesto de ninguno de los tripulantes
de la nave. Fue llano como una tabla. Sin atropellos ni insolaciones.
Podía perfectamente tratarse de un paseo en una carreta tirada por
caballos, o del lanzamiento de un cohete. Lo cierto es que, a los
blátodos, no les tiene preocupados la existencia de gravedad. Solo a
ciertos zánganos.

Breve estadía en Lima.

Inmediatamente rastrearon la humedad de Lima. Preguntaron a


cuanta cucaracha se encontraron en el camino, y sin embargo, no
dieron con mayor explicación de su procedencia o paradero.
Tampoco obtuvieron datos concretos. Ni siquiera como para deducir
las coordenadas de su compañero. Hasta que, por una coincidencia
que los entretuvo- un camión lleno de jabón detenido en el pasaje
frente a la vivienda de la retorcida sombra enflaquecida- encontraron
a 28, junto con otras diez blatódeas rojas más, intentando de hacerse
del contenido de un paquete de jabón de tocador con diversas
fragancias (sándalo, vainilla, roble-para caballeros- frutilla y
potpourri). Comenzó Torme, cuyo liderazgo no era rareza pues era
algo más viejo que Figayo (no diré más que es hijo de Nunques), a
dar un discurso breve y de lo más tétrico para las periplanetas
americanas:

116
La Rebelión De Los Insectos

-“Gusto de verles, compañeras. Vinimos en búsqueda de lo que


posiblemente es un cadáver. Nuestro amigo, ya conocedor de estas
tierras, de nombre Arguño, hijo de un cuerpo celeste, ha
desaparecido acá. Posiblemente explorando; posiblemente engullido
con avidez por algún felino sagaz. Vino, si quieren saber algo más,
del satélite más próximo, y su objetivo era recolectar toda
información posible de la especie humana para ver si es que se podía
hacer algo para salvarlos de lo que nosotros consideramos una
inminente autodestrucción calculada mediante la metamatemática
originaria, nada vulgar, por cierto. Quisiéramos que ustedes nos
brinden algún dato sobre él, en recompensa, les ofrezco...

28 detuvo, oportuno, a su interlocutor y repreguntó:

-¿Has dicho Arguño? ¿El blátodo de Malgache? ¡Pues tienes suerte


bicho! Mira no más, hace un tiempo nos pidió que le ayudáramos a
cargar su navecilla con jabón. Comprenderás que el jabón es materia
preciada para las blatódeas, sobre todo para aquellas que sufren
hambre, es que, verán ustedes, es muy goloso este caballero. Una
vez, si no recuerdo mal, engullí media barra de jabón entera en un
solo día. Estaría de más decirles que mis padres me miraron muy feo
cuando llegué al refugio con mareo, es que ¡me tambaleaba!
¿Pueden siquiera imaginárselo ilustrísimos? Nunca había estado tan
pasado de la raya, me encaramaba a los musgos, me frotaba contra
mi abuela. Sencillamente hice de los excesos situación hilarante. No
volví a comer jabón hasta que cumplí dos meses, verán ustedes, qué
risa… ¡bendita grasa!

Las demás cucarachas se rieron. Era cierto, el jabón surtía un efecto


adictivo. Pero, hasta el punto, tal comentario respecto al desliz no
tenía ninguna importancia para los responsables. Éste agregó:

-Y algo más tendré que decirles. Según él, se trataba de emprender


un viaje por otros lugares habitados por el hombre. ¿Qué se yo?,
seguramente regresó con los lémures. Que piojosos esos lémures,

117
La Rebelión De Los Insectos

me quedo con los hombres, tienen, entre otras cosas, cantidades


obscenas de jabón ¿me lo pueden creer? Pero verán, quizá Arguño
intenta revivir a los extintos, deben dejarme pensar en ello un
momento.

Las risas de las otras cucarachas rojas hacían eco. Incluso a Torme,
que no estaba del mejor humor, le hizo gracia el comentario del
dodo. 28 no venía ni iba, sencillamente estaba. Figayo intervino:

-Oigo la voz de la franqueza en vuestras risas. Conseguiré un mapa e


iré a buscarlo a Malgache.

-No, es que, no es prudente, verás tú- Volvió a interrumpir 28- No


podemos asegurarte que se haya ido a Malgache. No creo que sea, y
lo digo de buena fuente, porque un turista canadiense tenía un
museo del terror en su estante, en aquél departamento- Y señaló con
la patita más larga una ventana de la que colgaba un aparato para
secar ropa en el cual se deshumedecían dos calzoncillos y un par de
calcetines- y, pues, en un frasco había una cucaracha de
Madagascar. Claramente se leía en una inscripción escrita en
foráneo: “Madagascar hissing cockroach- Grompadorhina
portentosa...” el exoesqueleto disecado de aquella cucaracha, Dios
la guarde en su gloria, no era para nada parecido al de Arguño…
bueno, en realidad sí, pero lo mismo que un aire. Por eso mismo…
¡Ah! y hay otro detalle que ahora me lleva a pensar que es muy poco
posible que nuestro huésped se haya embarcado en viaje con
dirección al África…
-¡Pues dinos!- Exclamó Torme-.
- Se veía como ustedes. Y… ¿saben?, patitas largas, cabezón. Igual
de feo. Se prestaba para esparcimiento de los muchachos -reía a
más no poder entre frase y frase-. ¿Pueden creerlo? Ay, no doy
más, no doy más.
-Agradezco la franqueza, latino. Ahora, ¿podrías decirme a donde
puede que haya ido?
-Con toda franqueza te lo digo ¡querido! La verdad. Mira, y

118
La Rebelión De Los Insectos

atiéndeme. Es que, ¡Tengo que decírtelo con estilo porque así soy
yo! ¡bicho con mucho estilo! Y goloso. Verás, mis padres me
separaron de entre otros huevos porque tenía un destino especial,
reservado para…
-…Dínoslo.- Muy serio irrumpió Torme.
- Pues, no sé. No tengo idea. Pero asumo que no debió irse muy
lejos. Después de todo, cuando se fue había comido tanto jabón que
desvariaba. Sus comentarios se pusieron un poco extraños,
compartía impresiones ininteligibles, ideas confusas. Se las traía
con rareza, es decir ¿me dejo entender? Frases como: “Voy a
detenerlo”, y “baño en la hemolinfa”. Cosas que dice uno cuando se
excede, o cuando sale de un centro de esparcimiento especial ¿me
estoy dejando entender, ilustrísimos?
-No, sí, nos queda claro que no sabes a donde fue. Pero con el dato
que nos diste podemos comenzar, al menos, a inferir. ¿Algo más que
decir?
-¡Claro querido!, tú proponías algo apenas yo te corté la inspiración.
No sé si, podrías…terminar… el ofrecimiento ¿Bueno?, y no te
estoy presionando. Yo soy nervioso, sí. Me jacto de serlo, pero, mira
tú. Soy como aquellas blatódeas que dicen muchas cosas pero que en
el fondo no dicen nada ¡Estrangúlenme! ¡No he querido ser así
nunca…!

La comedia se convertía en un drama ineludible, 28 era, claramente,


una cucaracha histérica.

-Ofrecemos ayuda. Propongan. Pero que sea rápido, estamos


preocupados por el otro bicho.
-Ah, mira, no te haré complicada la cosa. ¿Ven esa caja arriba? Pues
bien, en su interior posee un tesoro invaluable para mi comunidad.
Es una cantidad difícil de contar de jabones de tocador. Los
queremos, pero nuestras patitas, como podrán apreciar, son débiles y
cortas como para completar dicha tarea. Como te digo, a pesar de ser
una especie fuerte, hay ciertas empresas en este mundo que no
fueron hechas para que no nos cueste realizarlas.

119
La Rebelión De Los Insectos

-Lo encuentro justo.

Torme y Figallo levantaron despacio la caja, y la bajaron aleteando,


despacio, del mismo modo con el que un helicóptero aterriza al
tiempo que deja sobre el suelo una camilla de rescatista. Luego
ayudaron a empujar la caja junto con las otras once cucarachas rojas
hasta que esta cupo forzosamente en la entrada del desagüe, que por
suerte fue abierto por un par de técnicos uniformados horas antes.

Cándido teme a la muerte

Temía. Pero eso ya lo sabemos…

El pasaje, bombardeado por ráfagas de luz que parecían doler,


emanaba, desde el subsuelo, desde las paredes, un olor poco
convencional, solo comparable con el de aquellos ácidos que
superan el ph de un marisco. No siendo por esto desagradable, pues,
de haber estado hechas las paredes de los mismos tejidos de los que
están hechos los mariscos (cosa que no puedo comprobar), hubieran
sido, en todo caso, mariscos frescos. Olor a mar, a puerto. Al
respirar podía sentirse el yodo y la sal entrar por la garganta. Y con
razón era así, pues resulta que se trata de un puerto hacia ciertas
verdades, hacia verdaderas representaciones físicas de lo
aparentemente intangible. O, por lo menos, esta es la versión de los
insectos.

Diría Arguño, quizá, que decir que todo sustantivo humano podía ser
físico, a pesar de que se le considere intangible por los “macacos”,
estaba completamente justificado pues, en la primera realidad,
resultaba ser así. Para ello existían los sentidos que recién el torpe
cuerpo de Cándido, comenzaba a usar de la misma forma en la que
un novel piloto conduce su nave por primera vez.

La explicación que usaban los blatódeos tenía muchas variantes,

120
La Rebelión De Los Insectos

como toda definición de algo, tratándose en este caso de la


“energía”. Esto sacaría de duda a todo aquél que cuestione las
proporciones y la potencialidad de afectar la segunda realidad que
posee la primera. Siempre existen distintas versiones. Se encuentra
una de estas tantas hipótesis en un tomo, pesado solo en tamaño y
más bien digerible, en la biblioteca personal de Arándido, hermano
de Figayo, en el cual un pasaje es relatado por el mismo Nunques,
quien describe las materializaciones energéticas y las verdades de
los sustantivos: “Son, todos los monstruos, materiales, pues todo lo
que engendran es material. Sea una reacción química en el ganglio
principal o una guerra entre dos o más pueblos. Pero más allá de
esto, hay que saber que todo está compuesto de energía. Incluso el
pensamiento más abstracto emite un zumbido en el carbonófono*.
No es para que nos extrañemos el hecho de que solo lo que no existe
pueda ser considerado físico, y sin embargo, el hecho de que
pensemos en la nada, ya hace de la nada una manifestación de
energía.

*Instrumento empleado por los investigadores blatódeos para


determinar la tangibilidad de algo aparentemente intangible o cuya
presencia sus capacidades sensoriales no alcanzan a percibir.

Cándido temía.

-Bicho, mira, tengo susto. Bicho, compadécete de mi ignorancia,


compadécete. Aún soy bello. Bicho, por favor, empero la verdad no
me hará más libre. Para nada y en lo absoluto. Bicho, sé piadoso.
Este cuerpo no entenderá. El miedo, ¡Dios! ¡Bicho!, es que, huelo a
la muerte. La muerte está acá. Está, en todas sus formas, aléjale,
¡bicho! ¡Óyeme pues!
-Simio ¡que dulce es tu miedo! pero nada le justifica ¡Ese olor no es
más que el perfume de la vida!

Cándido pensó:
“Debí explicarlo hace un rato, no pude. Creí que no debía. Estaba

121
La Rebelión De Los Insectos

pensando en cojudeces. Como cualquier hombre vulgar, me


distraigo con los promedios. Conste que la estupidez me hace muy
feliz. Feliz como la infancia me hizo serlo, tanto como a los demás
hombres.”

El encorvado y sombrío pasajero, como la mayoría de las personas,


no había superado a la muerte. Le invadió un miedo terrible. Ese
miedo que explica sentir desaparecer. Miedo como el que se le tiene
a la traición de los amantes. Cándido razonaba:

-Los hombres, las personas comunes, suponen que la muerte es el


fin de todo.

El blátodo respondió al espanto injustificado del opaco y retorcido


hombrecillo:

-El temor no te hace peor. ¡Simio! Debes entender. La muerte no es


enemiga del hombre, como no lo es de igual forma la natividad,
aunque, tratándose de tu especie, parece que engendrar implica un
dolor seguro para ambos progenitores, para todos en realidad. Traer
a este mundo a más carne de cañón. Que irresponsable- y meneaba
la cabeza en clara señal de lamento. Tomó aire y vigor.- Nacer o
morir no te hará mayor víctima. Víctima del mundo no eres cuando
tu cuerpo reposa. Después de todo, es un cuerpo, pero víctima si eres
cuando crees en lo que no debes, y no soy yo, ni es mi raza, aquella
la que busca hacer creer algo que no se debe. Mas debo decir todavía
que excusa concreta no puedo darte ahora, salvo la de que la muerte
no resulta ser uno de los monstruos.

Las patas de Arguño sonaban al momento de la tracción sobre el


suelo.

-Observa tan solo, Cándido. No voy a llevarte al infierno de la


fábula humana. Aquél es concepción exasperante, como para gente a
la que debe facilitársele el proceso de aprendizaje, para habitantes

122
La Rebelión De Los Insectos

del país de las ideas simples, para pechos cobardes. Tan trillado
como el cliché más ruin. No sufras por el residuo de pasados donde
la ignorancia física reinaba. Toda concepción de belleza y horror
hoy en día es un rezago de eras llenas de infortunio para la ciencia y
la religión y que, gracias a los centrismos, nos surte de un legado no
menos deplorable respecto a nuestra percepción de ello.

Entérate, mi apreciado, que no es más que una imagen en la mente y


no una medida suspicaz de la realidad, en dichas creencias tendría
que intervenir el cacumen, pero ¡resta trecho, simio! No sufras por
ello. La verdad llega a las manos cuando la buscas, pero, enfréntate
a esos miedos. No te apagues cuando creas que lo que te muestran
los medios es real. Debes ser más fuerte que lo producido, debes
creer en lo auténtico y ser auténtico. Es un túnel solamente. Como
tantos por los que circula, por ejemplo, la sangre, o los trenes, o las
blatódeas. No temas. La muerte es tan catalizadora de la vida y la
sabiduría como lo es el alumbramiento. No tiene que ver, desde una
perspectiva de signos, con lo negro o lo blanco, sino con un proceso.

Sufre, más bien, cuando te acorrale el olvido o la irreflexión; sufre


cuando ya sea tarde y la ignorancia haya vencido al mundo y, éste,
como un cigoto enfermo, se reabsorba en el vientre del universo
dejando una estela luminosa que solo servirá para el recuerdo de las
futuras especies que habiten nuestro espacio. No olvides que padres
son estos de la ignorancia ¡los monstruos simios! ¡Tendré que
llevarte a aquél pestilente hangar para que les reconozcas! ¡Usarás
pañales! Mas no se trata de que les hagas caso o no, ellos
sencillamente te tomarán por la retaguardia, a menos que tú no
permitas que ingresen en ti.

Para ésto tienes cabeza. Un proverbio peruano lo recita claramente:


“la cabeza no solo está hecha para peinarse”.

La muerte, en la primera realidad, no posee forma física pues solo es


un pasaje transitorio. Uno de los pocos estados que no son medibles

123
La Rebelión De Los Insectos

como energía si no como una transformación de ella. El miedo, sin


embargo, es esa sustancia pegajosa que no te dejará levantar los
pies. Inténtalo, no sin antes recordar que la idea que posees se basa
en arquetipos; así como la del amor, la belleza, y la maldad. Todas
estas ideas provienen de los arquetipos. Del mismo modo en la
literatura y otras artes verás que el arquetipo guía del hilo dramático
busca estereotipos para sus personajes. Como te digo, simio, le
temes a una idea, no a una verdad

¿Le temerías a una bola de nieve pequeña? Del mismo modo


funciona el arquetipo y el estereotipo. La mente de la masa no hace
más que darle el volumen que le convierte en un desastre natural. Y
así con el barro de los huaycos; las olas de los maremotos; y toda
clase de cataclismo.

Cuando veas lo verdadero, despojado de vestiduras, aquello sí te


infundirá el petrificante pánico que tanto te estimula. Y cuando veas
lo bello ¡simio tendré que decirte! porque lo bello suele inspirar
terror. Es la verdad que causa sobresalto en los hombres de tu
generación. ¿Gracias a qué nace este miedo?, preguntaría, pero te
haré el grueso favor de responder en menoscabo de tu imagen del
pavor: gracias a la artificialidad de la que se sujeta la maquinaria y
sus conjuros. Aquél conjunto de poleas y planos inclinados que
llevan, como en una faja de transmisión, la riqueza material, más no
y gracias a todos los astros, la espiritual.

Cándido estuvo a punto de hacer una pregunta pero el insecto se


apresuró.

-Si quieres saber de los más perjudicados por aquello hecho para el
tacto, pues, te digo… hay unos, vehementes y necios hombres, que
dejaron de plantearse la búsqueda de la verdad como una prioridad
en el errante andar de sus corazones. Ellos, por ahora, están
perdidos.

124
La Rebelión De Los Insectos

Esto no llega a los ojos, sino que solo se le contempla con la


imparcialidad. Les atenderás a los monstruos con toda apertura.
Cuando les mires de frente a estos gigantes, y no les temas en
absoluto, ellos abrirán sus bocas y te contarán su secreto
fundamental: cómo derrotarlos”.

El hombre, de palo albino y opaco, hizo caso mientras abría los ojos
de modo que sus tristes espejuelos parecían dos luceros decadentes
al borde de un estallido. No pudo mover los pies. La sustancia
pegajosa le impidió zafarse del suelo. Pero Arguño, complaciente y
considerado y, también, con esa sonrisa burlona que ya podía
notarse gracias a los rasgos faciales antropomorfos recién
adquiridos, le ayudó limpiándole, con un trapo, la ponzoña que le
paralizaba como tela de araña que tulle a otras minúsculas
criaturas.

-No es un infierno trillado. Sentencio. Es lo mismo que hay por


debajo o por arriba, la misma maldad, solo que oculta en las cuevas
del ganglio principal de los primates. Termina de sacarte el fluido y
camina conmigo.

Y Cándido, inexplicablemente, decidió caminar.

Torme y Figallo descansan en el valle.

-¿Vas a comerte eso?-preguntó Figayo. Torme ya se había saciado-


porque si no, mire usted, que me lo como yo. Y con ganas. ¿Quién
desperdicia tamaño manjar?

Hablaban de un fragmento pequeño. Dos cabezas apenas, de jabón,


que su congénere, 28, habría de facilitarles luego de la hazaña del
“helicóctero” (tal como se lee, sin la p y con una c en su lugar. El
anfitrión apenas podía pronunciar correctamente “coleóptero” o
“apto”, cosa que lejos de enfadarlos les alegraba el día.) Torme,
grave, comentó:

125
La Rebelión De Los Insectos

-Ojalá tuviera ánimo para ello. Aunque dudo que sea tanto la falta de
ánimo. Creo que me desmorono. Supondrás que necesito,
precisamente ahora, que me dejes cerrar los ojos y dejar que algo en
mí tome rumbo propio.

-Pues claro. Con todo tu hablar difícil no hay otra cosa que me hayas
dejado entender. ¿Me equivoco?
-No discutas. Ni conmigo ni con nadie. Hazme el favor de cerrar los
ojos con la misma gana.

Y ambos durmieron:

* * *

Figallo y Torme se enfrentaban a una ventisca. Las crueles fuerzas


del orbe les intentaban amedrentar. Era un estadio humano, de los
que les habló Nunques, en medio de la catástrofe onírica:

“¡Bicho! ¿Qué miedos tienes bicho? ¿Te asustan éstos? Tendrás


que hacerme el favor bicho, a estos el universo les maneja con un
dedo. Y mira tú que, a pesar de la niñera que les intenta poner
aplicados, ¡ellos se permiten la jactancia de su vago conocimiento
sobre la realidad desconociendo sus tangentes! necesitas relajarte.
Bebe un poco de esto…”

Y ofreció la ventisca a Figayo, el más joven de entre los forasteros,


bebida que me sería imposible describir. No conozco aquellos
colores. El ojo del hombre, no puede hoy conocer aquellos-quizás sí
mañana-, por una cuestión orgánica.

-“..Te hablaré, con toda la justicia que me merece el universo, de


poderes. Porque leo en ti, Figayo, hijo de Nunques y otros astros, la
inseguridad que veo en los pequeños cuando temen socializar ¿Es
que miento? Si has venido acá a salvar a otro bicho, ¿No sería

126
La Rebelión De Los Insectos

inteligente hablar de poder entre aquellos que superviven a él en el


contexto?...”

Algo turbó entonces a Figayo. Creerse más un inconveniente que un


elemento útil en la búsqueda del, posiblemente occiso, compañero.

“Pues te diré, Figayo, que aquél hombre que es poderoso no


representa más que una mera ilusión en el mundo. El medio
intentará convencerte de que fulano es el mayor rico. Rico es quién
suele ocultar la riqueza. Es, entre otros, un factor que nos enseña
cuan irreal puede resultar la ilusión mediática humana, y sin
embargo, no será esto el criterio que imposibilite la llegada
intangible, aunque fuerte, de la idea que expone un medio al ganglio
principal de una masa de primates. ¿He de equivocarme-pregunto-
yo, bicho? ¡Quisiera! ¡Sí!, pero no me compete juzgarlo. No soy yo,
como no lo es el profeta de cualquiera de estos hemisferios, dueño
de la verdad. Diría juzga tú, pero no soy tan bicho como para
hacerlo. Soy más bien representante de la aproximación a la
verdad, y aún así, suelo ser inexistente pues llegar a la verdad es
como encontrarle fin al círculo. Recorre tú no más, cuantos
kilómetros aguanten tus patitas, alrededor de una manzana
redonda y cuando te canses comprueba cuan cierto es lo que te
digo. ¿De poder no hemos hablado? ¡bicho! Quería decirte esto.
¿Cómo se distraen las entes? Quise decir, entre los hombres, el más
rico no existe a menos que le conozcas, y no le conoces. Solo
estarán en él o ella, los mayores dramas del mundo y solo él o ella
se sentirán responsables de cuanto problema aqueje a la especie.
Solo en la mente de quien ostente los mayores poderes económicos
de esta entorpecida especie recaerá la culpa máxima, y ella
entorpecerá su juicio del mismo modo en el que entorpece la culpa
a un sátrapa que patea la bicicleta del niño que recién aprende a
manejarla. De esto has de saber porque a los hombres les preocupa
muy poco hallar culpables y tú, benditos astros, ya superaste a la
humanidad por el simple hecho de ser bicho. De no ser así, dime
tú, ¿habría tanta hambruna y miseria física en el mundo? Pues, no

127
La Rebelión De Los Insectos

debes creer así. Siendo aún más abierte*”

*La vocecilla hablaba a Figallo en un blatódeo muy antiguo.


Debemos decir que aquella lengua era de estas pocas que logró
superar la barrera genérica. En este caso, en vez de atribuirle al
adjetivo un género, se mantenía distante de ello. Por ello la
traducción se circunscribe a la morfología española. Por decir
abierto o abierta, usaba un discreto abierte. Quizá tenga que ver con
ello el hecho de que a las especies antiguas y bastante más
evolucionadas, castas a las que, por ejemplo, pertenecía Nunques,
les llegó a importar muy poco el género y, más bien, la sustancia y el
aporte de sus representantes.

Torme escuchó algo también:

“Habrás oído, bicho, que son las mayorías las desfavorecidas. Es


como cuando se ha dicho que refinado señor fue ayer bárbaro y
caníbal. Cuestión de etapas. Si bien en aquella época no se trataba
de estructuras intangibles y más bien de dominio físico, hoy puede
hablarse de revoluciones dentro de las estructuras que primero te
menciono. No se trata de estructuras tangibles, si no de esquemas
que solo la mente comprende y es justamente por ello que el poder
radica en el intelecto, en la aplicabilidad del ingenio. Cuestión de
tiempo, pero, por sobre todo, cuestión de voluntad.

La voz habla del Perú

La voz continuó hablando de muchos temas. Pero hay uno en


particular que me permito rescatar por ser de mi entera
consideración.

Mas de entre toda la especie tendré que hablarte del particular caso
del Perú. ¿Qué gracia, no? Y es que, todo gozo conlleva un
sacrificio.

128
La Rebelión De Los Insectos

El Perú es de aquellos países multinacionales que buscan


integrarse pero que hallan en las cárceles de la mente su trágico
óbice, su Goliat. Alguna vez se ha dicho: No hay grillete más pesado
que el que forja el prejuicio. De acá en adelante, no habrá más
vuelta que darle pues la verdad es sabida. El problema, y el costo
que tendrá en un próximo futuro, así como hoy, es que tan solo
ciertas minorías ostenten aquél conocimiento. Deber tuyo no es
saber y publicar el alcance, sino, sencillamente enterarte, para que
así tengas una perspectiva algo más amplia de cuanto acontece en
la multinación.

Las minorías del país resultan poderosas. Es por ello que el fruto de
la producción nacional se reparte, como los pasteles de jabón que
recomiendo que prueben, entre muy pocos (pregúntese a las
periplanetas). Pero esto no es lo más triste. Hay un grado tal de
ignorancia respecto a temas tan trascendentales, como la justicia,
por parte de las mayorías, que las multinaciones han convertido
su experiencia en lo que no es más que el vacilar de una pluma en
el céfiro. El olvido, de este modo, aparca en los sótanos de las
casuchas de sus mentes y suprime toda reflexión histórica. Ya a
estas alturas la realidad sería otra. Se desarrollarían aquellos
conceptos firmes del autosostenimiento, de la biotecnología y de la
bioadministración cuyos fines deben ser la homeostasis entre los
sistemas artificiales y la naturaleza de la tierra. Pero no queda todo
esto más que en el limbo de unas pocas reflexiones de unos aún más
pocos soñadores.

El problema, como verás, no radica en el sueño, si no en la voluntad


de quien desea realizarlo. Pero como entre deseo y necesidad largo
es el trecho, tendrán por un tiempo más que conformarse estos
hombres con la paciencia. Justamente, es irónico, la paciencia no
resulta en estos momentos algo que ellos necesiten, salvo desde una
perspectiva muy subjetiva. Por el contrario, no debe esperarse al
cambio, hay que traerle, ultrajado y sacado del aire, a aquella
tierra y, metódicamente, ponerle a funcionar. Pero digo todavía,

129
La Rebelión De Los Insectos

solo eso llegará con una manifestación voluntaria de las


conciencias de los individuos que forman los pueblos; que
conforman las naciones; que son contenidas por las demoregiones;
y que se convierten en la gran multinación.

A pesar de todo esto, prevalece aún la fe máxima. Existe la creencia


sublime de todo el universo, y deposita su confianza en ello. En que
el Perú será una sola nación, fuerte, recta y enemiga de la
ignorancia. Más, le corresponderá ser más sabia que anteriores
poderosos, porque aprenderá del fruto de la experiencia, y existirá
en sus individuos la voluntad de aprender y aplicar el conocimiento
con todo el criterio posible a las diversas situaciones del cotidiano
devenir. Cuando el débil se hace fuerte, debe tratar con todo respeto
y consideración al débil pues toda fuerza y talento delega una
responsabilidad a quien le ostente.

Hablamos de futuro. Hoy vemos, a diario, con cuanta soberbia e


irreflexión actúan algunos fuertes, pero el tiempo y el orden natural
de las cosas, la justicia que el universo ejerce, les hará ver con las
experiencias venideras cuán equivocado fue su camino de falsa
perfección. Sé que parece que nos adelantamos a los
acontecimientos, pero a veces es necesario paisajear el futuro para
ayudarnos a avanzar.

Será indispensable, para hacer de esta promisión un hecho, que se


eduque más, aunque está mejor decir, que se eduquen más los
hombres. Si hay una fuerza que supera a la de todas las armas
juntas, es la de la educación. Un espíritu sabio colectivo toma en
cuenta todos los factores, no deja esquina sin limpiar ni infante
hambriento.

Por otra parte, será muy difícil que este dilema sea solucionado por
las minorías poderosas. Esperar, se te dice, a que el aparato estatal,
a que cualquier tipo de maquinaria, solucione el problema de la
educación, es pedirle peras al olmo. El cambio parte de la actitud

130
La Rebelión De Los Insectos

de los individuos. Si uno cambia, todo cambia. Si uno está podrido


por dentro, no hallará solución más “efectiva” a sus problemas que
iniciar una guerra contra los extraños; si uno posee un corazón
limpio, como el ébano más negro del universo, arreglará sus
problemas beneficiándose y beneficiando, al semejante más directo
y al perfectamente extraño y distinto.

La educación tiene su rol acá. Un cerebro inteligente, poseedor de


conocimiento, es dueño de un corazón piadoso y honrado. Las
soluciones pacíficas son aparentemente las más difíciles, pero de
eso consta el reto de habitar el mundo, sino no aprenderíamos nada
en esta vida.

Cuando se eduquen, su autoestima crecerá. Cuando las personas se


quieran a sí mismas, cuando ame el peruano quién es y de dónde
proviene, gracias al simple hecho de enterarse -pues, en el caso de
una multinación como ésta no son necesarias las mentiras para
sentirse orgulloso-, perderá ese miedo al proceder, ese pánico a las
risas de los falsos; de los alienados; de los vencidos, y comenzará a
abrirse paso en un mundo al cual tiene tanta belleza y verdad que
entregar. Cuando los peruanos se preocupen más por educarse y
aprender, y menos por colarse en la guerra de los objetos y
arrastrarse por la interminable vía de la carrera hacia la ilusión del
status, podrán avocarse con mayor entereza al verdadero fin que
tienen en esta vida: hacer de este mundo un lugar mejor. Y cuando
este mundo sea un lugar mejor, por simple gravedad, el universo
será un lugar mejor.

Para que se dé un cambio exterior hay que cambiar desde adentro.


El peruano debe amarse a sí mismo para empezar a amar a los
demás peruanos; debe, entre otras cosas, entender de donde
proviene y saber hacia dónde se encamina para comprender a los
demás, para que exista empatía entre todos los individuos.

Es imperante, también, poseer valentía para enfrentar a los

131
La Rebelión De Los Insectos

hipócritas que buscan reprimir la auténtica belleza de aquél país


con sus signos, sus arquetipos y sus perros de caza; aquellos que
intentan eclipsar con una rosa desteñida la inmedible belleza estelar
de una orquídea. La valentía el chispazo que enciende la hoguera de
la actitud.

Cuando se es honesto consigo mismo se logra ver con toda claridad


el panorama, y es así como llegan las soluciones adecuadas a los
problemas interiores.

Y sobre todo, debe tenerse en cuenta que nunca hay que olvidar;
que siempre hay que reflexionar. El olvido y la irreflexión son
padres de la ignorancia, y ella es la monstruosa y aterradora madre
de los males de este mundo.

Quienes fueron débiles serán fuertes, quienes fueron fuertes y no


supieron respetar a los débiles, volverán a ser débiles. Quienes
supieron, evolucionarán.

Pero no hay que dar vuelta. Vayamos al grano. Debes y pronto, se


te ha dicho, encontrar a Arguño.”

¿Por qué hablaría de esto al insecto la voz del valle? ¿Sería porque
aquél se encontraba entonces en tal lugar? ¿Acaso por acotar un
ejemplo?

No lo podremos saber.

Comunicación subliminal justificada.

Con el tiempo, Arguño desarrolló una capacidad genuina para


“sobornar” y “chantajear” a Cándido. Un riguroso procedimiento,
dada la naturaleza del sujeto de estudio. Algunos días le traía comida
exótica que lograba robar junto con 28 en restaurantes céntricos;
algunos de la vía expresa, también. Esperaba a que hubiera

132
La Rebelión De Los Insectos

terminado de comer, y que con la panza llena y el mondadientes en


la boca estuviera viendo los titulares de las noticias. En esos
momentos aprovechaba para plantarse frente a él a dar discurso. No
eran sino, estos, intentos fallidos por llamar su atención. La
espectacularidad de la imagen es en gran parte de las ocasiones,
como diría Arguño “Inalcanzable para unas patas tan cortas y “feas”
como las mías”. Entonces usaba los dotes de la comunicación que
heredaron algunos animales, como los felinos o los ofidios, para
lograr que su mensaje fuera recibido adecuadamente.

De la codificación no podemos por el momento saber mucho


porque Cándido era un simio de esta tierra y Arguño un insecto de
Origen. Ambos poseían códigos diversos, pero quizá lo que más
dificultaba a la encorvada figurilla comprender el trasfondo y el
objetivo palpable del discurso originario era que Arguño enfatizaba
mucho en la significación secundaria que podían tener sus
estructuras. Menteo, seguramente, hubiera comprendido, o por lo
menos, hubiera dejado de lado los prejuicios del hombre de hoy,
quienes no pretenden analizar lo que escuchan, aceptan del todo y tal
como es, y si así se dice es porque así es.

Esta carencia de símbolos en la estructuración de los mensajes


modernos había engendrado una generación de personas que no solo
no comprendían la variabilidad de la connotación, si no que la
asociaban directamente a los estereotipos que creaban los medios de
comunicación- “clichés”, para el lenguaje dadaísta que solía usar de
vez en cuando Arguño y que eran alegoría de Cándido-.

Resultaba que el criterio de la frecuencia primaba en la creación en


comunicación sobre la propia creatividad de los mensajes. Y era en
este tiempo en el que comenzó a perderse la capacidad de escribir
poemas; y era en este tiempo cuando la especie humana comenzó a
cerrarle el paso a los poetas; fue en este tiempo cuando el mundo
comenzó a eliminar el único lenguaje universal, la única forma con
la que un simio podría comunicarse con un insecto. Como era el

133
La Rebelión De Los Insectos

caso. Y los poetas, también, tenían las narices rotas, rojas,


sangrantes, hinchadas e insensibles, porque demasiadas puertas les
habían cerrado ahí, en aquél noble apéndice facial.

Pero un buen día decidió Arguño estudiar la naturaleza de lo


sublime. Particularmente la incidencia que posee este tipo de
mensajes en organismos humanos. Fue así como decidió
desempolvar los libros de la biblioteca que Cándido ya tenía
olvidada, y comenzar a investigar. Llamóle la atención un volumen
sobre publicidad. Descubrió entonces que si iba a hablar de cosas
relativamente complicadas de entender para el simio, tendría que
usar un código que atacara directamente a otras partes no
conscientes de su “ganglio principal”. De regulación prefería no
asirse en las elaboraciones entonces, pues, para él, las leyes de los
hombres no deberían estar en textos sino escritas en el cielo. No
consideraba un delito influir de esta manera, de ningún modo. El fin
justificaba todos y cada uno de sus medios.

Se acercó a sus oídos durante la noche, sabiendo que el efecto de los


mariscos y pescados, su desmesurada proporción de fósforo, habría
sumido en hondo trance onírico al sujeto. Y así fue como comenzó a
hablarle de algo que él consideraba el problema capital del éxito
material en las sociedades humanas, o, por el contrario, de su más
nefasto fracaso económico. El autoestima, la carencia o el exceso de
este.

El autoestima según Arguño

Primero pensó en la discriminación, y se dijo a sí mismo:

“Para comprender la naturaleza del ser es….”

Pero entonces vino a su cabeza, o a su ganglio principal, algo que


fue objeto de priorización, ello a lo que debía avocarse primero,

134
La Rebelión De Los Insectos

porque notó que uno de los problemas que generaban angustia y


desazón en el sujeto estudiado era la falta de amor propio: “No no
no no no”-se dijo rapidito-.”

Detuvo el discurso, volvió a agitar la tráquea para que un poco de


oxígeno le refrescara las ideas y:

“De entre tantos rincones del mundo en los cuales pudiste nacer, el
universo conspiró concienzudamente para que existieras en este. Es
este pues el lugar al que perteneces, el vientre húmedo y tierno de
donde provienen los sueños del futuro. Acepta este lugar como si
Dios te lo hubiera dado como tuyo, y tuyo será por tanto.

De entre tantas especies que pudo el tiempo y la evolución


engendrar, decidió engendrar una como la tuya, un simio con
pulgares prénsiles y una masa cerebral que tiene la capacidad de
cumplir, pues, con los sueños que buscamos realizar en la tierra y
por la tierra que se nos ha dado. Es, pues, la especie, la matrona que
trae al mundo los sueños. Eres un ser maravilloso tal cual te ves, con
tus manos, tus pies, y tu capacidad para llorar y reír. Y por ser de
esta especie variada también se te ha dado la posibilidad de adoptar
características tanto coincidentes como no en relación con el resto de
tus congéneres. Has nacido tan igual al resto como el resto nació
igual a ti. Y sin embargo existen las contrapartes que te hacen
individual. Posees dos manos y sin embargo ningún dedo es igual al
otro ¿cómo podrían parecerse entonces tus dedos a los dedos de otro
hombre o mujer de este universo? ¿cómo acaso podría haber copia
tuya en las creaciones habidas o futuras del tiempo?; Y tienes por
cierto un color de piel, y es este color de piel exactamente el que
debes tener, no será, pues, de ningún modo pertinente o inteligente
de tu parte negarlo o pretender otro, así como eres, así debes ser. Y
es esta tu especie la adecuada para habitar el mundo, pero poseer el
mundo y a los animales como compañeros y a las plantas como
herramientas y al mineral del subsuelo como aliados implica más
que el propio derecho a poseerles y usarles a conveniencia, no

135
La Rebelión De Los Insectos

antojo, la responsabilidad de mantenerles estables. Eres pues agente


principal de la homeostásis y ello te hace bello, tener la capacidad de
administrar este trozo del universo. Y el universo también te ha dado
increíbles ojos, cuyo nivel de melanina no debe en absoluto influir
en lo bellos que resulten para otros ojos humanos, o para la utilidad
que les brindes cuando te comuniques y el mundo se comunique
contigo. Tienes también el cabello, con la forma y el color,
adecuados para formar parte de la creación. No existe cabello más
hermoso que el que tienes sobre tu cráneo, no existe creación más
bella que tú.

También te ha dotado el universo de una fuerza excepcional. Pues


todo lo que necesitas para administrar y compartir el mundo. Mas no
dominarlo, porque dominar coarta y destruye el espíritu de las
especies y sus individuos. No pretendas por ello ser el más fuerte o
el más débil, ni victimario ni víctima, porque ello solo envilece y
crea un vacío. Tienes pues la fuerza suficiente para mover los labios
y comunicarte, y tienes también la fuerza como para levantar un
lápiz, mover un mueble, alcanzar el jabón, o dar besos, o embestidas
cuando fornicas. Tan fuerte como eres te hace ser bello, y tu
fortaleza debe de ser admirada al igual que la de otros hombres o
mujeres.

Tienes pues la inteligencia necesaria para tomar decisiones


apropiadas. No eres más o menos lento de lo que deberías ser. La
inteligencia se forma en base a voluntades: la principal, la de
aprender, formular y hacer. Eres tan inteligente como para darte
cuenta de que debes hacerte responsable de administrar el mundo
que se te ha cedido con mesura, cuidar su belleza y destruir su
maldad. Para incluso tolerar a quienes siguen la senda del horror
como vía escapatoria para su aburrimiento. Eres lo suficientemente
inteligente para ello, y tienes la misma fortaleza mental como para
no permitir que otros hombres te hipnoticen con el espectáculo de
las luces, la carne, y la mentira. Tienes la inteligencia necesaria, no
necesitas menos, tampoco más. Puedes degenerar en una en una

136
La Rebelión De Los Insectos

persona falta de ego y de amor, autodestructiva y prodestructiva.


Puedes en el otro caso convertirte en un avaro, ególatra,
autodestructivo y prodestructivo ser. Equilibra pues tus juicios
nutriéndote con arte, tienes la inteligencia suficiente para
comprenderla y aplicar de ella lo que consideres conveniente.
Tienes el alma que mereces tener. La capacidad divina de amar, y
todas las características antes mencionadas te hacen un ser digno de
merecer el amor de la mujer de corazón más limpio del mundo, o el
hombre más noble. Mereces los ojos más negros del universo y
aquellos que parezcan faltos de iris. Y para ambos serás bello y
ambos podrán parecerte bellos por igual, porque posees la capacidad
divina de amar.

Posees la fuerza de corazón necesaria para perdonar, y también


posees la fuerza de corazón necesaria para continuar con tu camino
y renacer. Eres tan merecedor de recomenzar la vida como lo son el
resto de los seres humanos. Ello también te hace bello.

Todo esto se resume en que ya que te mereces tener; y mereces ser


tú; también mereces quererte; mereces cuidarte; y mereces cuidar a
los seres que te rodean, mereces amarles y mereces que te amen.
Aunque quizá deba decírtelo de otro modo: Te debes tener; y debes
ser tú; también debes quererte; debes cuidarte; y debes cuidar a los
seres que te rodean, debes amarles. Pero nunca esperes que te amen,
pues no es su deber amarte. Eso es fortuito…

(Aunque, en ese momento Arguño pensó: “O, más bien,


coyuntural”, pero se lo tomó silencioso humor).

Tienes pues la cultura adecuada de la cual provenir, y la lengua


perfecta para expresar tus emociones e ideas de progreso. Usa estos
factores de tu evolución con todo criterio y prudencia, respétales,
pero de vez en cuando, levántales las faldas y manoséales con
morbo…

137
La Rebelión De Los Insectos

Sabía que esto sería algo más complicado de comprender para


Cándido, por ello la metáfora de las faldas, pero continuó
tomándoselo con humor ¿Habrá el lector acaso escuchado alguna
vez la risa de una cucaracha?

138
La Rebelión De Los Insectos

SEGUNDA PARTE

El Vientre

Segundos después de que Cándido solicitara al insecto una máscara


para librarse del hedor de los ácidos marinos, Arguño le tomó del
brazo, conformándose en el contraluz de la salida de la húmeda
cavidad la misma silueta que describe a un padre llevando a su
pequeño hijo por la avenida, de la mano. Aunque el encorvado
maniquí de fieltro acaramelado se resistiera a dar paso, la viscosidad
del suelo permitía que se le pudiera arrastrar sin mayores problemas
por las fuertes y hábiles tenazas del ser mitad hombre y mitad
blatódea:

-¡Déjame ir bicho!
-¡Que no! ¡Ya tienes el vehículo! ¡Ahora me darás gusto simio!

Y forzada pero justificadamente, gusto le dio.

Un resplandor cegador golpeó a Cándido en el rostro. Sus ojos


querían salirse, se volteaban como cuencos repletos de mayonesa.
Arguño le sujetaba cortés, pero no menos fuerte. El suelo se
bamboleaba y cientos de manos blancas y negras, brillantes y
rugosas, manifestaban un lento movimiento en lenta coreografía.
Eran danzas de la bienvenida. Alusiones a la abyecta presencia de la
evasión.

Aparecieron frente a ellos, cuando la luz se atenuaba y Cándido


recobraba algo de la tranquilidad, pero sin perder el miedo interno
que escurría, como un pegamento, hacia sus pies, seres

139
La Rebelión De Los Insectos

antropomorfos de mediana estatura, más grandes que Arguño, y


notoriamente más grandes que ese Cándido, quizá virtual. Dichos
humanoides no tenían un color preciso, a veces eran azabache;
a veces celestes cielo; otras, panzas de burro, zafiro, caoba. Y
multigenéricos. Entre las piernas les aparecía un falo inconsistente,
de varios colores también, y en otros instantes, una vulva, inquieta y
que parecía aplaudir, se dibujaba sin que la expresión facial les
cambiara. Cándido notaba, sin salir del espanto, como cuando un
pene emergía de entre las fauces vaginales impulsaba al cuerpo con
un movimiento elíptico hacia otro de estos seres. Quien arremetía
seguía dicha corriente e iba en busca de su compañere* para
efectuar algo que Arguño llamaba “coito pertinente contextual”.

Lejos de caer en el desesperado pavor, Cándido sonrió. Por primera


vez le sonrió al bicho, diciéndole: “Lo justo”.

Vio a dos de ellos fusionarse, y, en seguida, les vio a todos


fusionarse y estos nuevos especímenes que en colores variaban
como las generaciones de loros australianos que brindan esta
cualidad cromática a su prole. Conformaron al cabo de un rato a un
solo ser gigantesco y de un sólido e indescriptible gris plomo. El
insecto sabía perfectamente el número y el orden de dicho tono (que
sobre el plano cartesiano era el 0 o en la circunferencia el 180’), sin
embargo el ojo de Cándido apenas podía distinguirle-“¿Será un
verde agua?”. Pensó-. Aunque era evidente para el instruido sentido
del blátodo que se asemejaba más al cielo otoñal de Lima que al
hongo que cubre ciertos quesos, y es que, un espécimen como
Cándido, enajenado y mentalmente debilitado por la imagen interior
que implanta, a modo de diodo, la sociedad de consumo, no
resultaba más hábil en el plano interno de las verdades que un topo
daltónico intentando conseguir alimento a plena luz del día.

*Tratamos de evitar género, pues, como se habrá comprendido, el


género era de carácter aleatorio. Tal es un criterio blatódeo.

140
La Rebelión De Los Insectos

Era esta inmensa criatura, pues, una endeble y tornasolada escultura


hueca en cuyo interior latía una esfera flotante compuesta de
incontables cristales muy similares al zirconio.

Un viento de escasa fortaleza se avecinó, visiblemente, arrastrando


hojas de árbol tropical y polvo. Apenas tocó la figura, que
delicadamente movía los dedos y respiraba hondo, la tumbó. El
impacto la desfiguró como a un ceramio y permitió que por entre
una de las grietas se escabullera el hilo luminoso empujado por la
fuerza de los cristales. La esfera se reagrupó frente a un sorprendido
Cándido y después, con la misma violencia elegante con la que un
agujero negro fagocita estrellas, reventó. Las partículas que cayeron
al suelo se convirtieron en cigotos pequeños; se trocaron en carne;
crecieron los fetos y los cordones umbilicales emergentes se nutrían
del rocío que legó el violento acontecimiento. Estos bebes tenían
penes, luego vulvas, luego penes, y luego vulvas. Entonces
comenzaron a crecer lentamente. A jugar entre ellos, y los colores
que cambiaban en sus cuerpos les producían una risa contagiosa.
Contagiosa hasta para un hombre de ceño lítico y mirada callosa.

-¿Qué carajo fue eso bicho?

La cucaracha, con la pasmosidad que caracteriza a un intelectual,


dijo:

-Eso es… lo que debería ser. Este es quizá el último recaudo contra
aquellas manos blancas que ves ahí. Témeles, pero enfréntalas.

Intentó con la mirada, el simio, buscar la salida de la cavidad desde


donde emergieron, pero fue en vano. Toda cavidad que conecte al
mundo exterior había sido cerrada y tapeada con la misma materia
de la que se componía el bamboleante suelo que sostenía el pegajoso
fluido que sobre sus pies engendraba a los miedos.

El mundo no es occidente

141
La Rebelión De Los Insectos

Una noche, mientras Arguño estudiaba a los habitantes de una


colonia
multinacional, entendió que de este planeta había bastante más cosas
que explicarse que el mero problema del consumo y el abuso de
recursos. Comprendió que otro de los grandes males consistía en la
insensibilidad mediática de aquellos que caen en las verticales
profundidades de la irreflexión.

Conoció a un grupo disperso de extranjeros durante un breve viaje,


mientras el mundo se mantenía detenido. Él quitaba las pausas
cuando lo creía conveniente. Después de todo, tenía la capacidad
de detener al mundo en ciertos hemisferios, haciéndose, claro está,
posteriormente responsable de equilibrar la temporalidad con
aceleradores de carbono.

Pero de estos grupos vistos hay más que decir.

Estudió su comportamiento y comprendió que ellos también, en


idiosincrasia y forma material, eran bellos. Y encontró bellos a los
pequeños hombres de las minas que, en vez de atacarle, le trataron
con inusual permisión. Pasó lo mismo con los maoríes que alguna
vez describiera Arándido, hijo del primer útero, hace 500 años
originarios, durante un insólito viaje en el cual, gracias a su
tecnología, se dio el lujo de detener los propios relojes biológicos de
sus organismos. Vio a hombres que hacían tallarines sorprendentes
en Kazajastán; comprendió el apasionamiento de Gauguin por
algunas rameras asiáticas, asumió que ciertos recuerdos de la Lima
de antaño, durante su infancia, le produjeron tal erosión hipofísica
en años venideros; del mismo modo con los magrebíes; y nada le
conmovió más en el mundo que el llanto de una niña palestina
sentada sobre una caja de madera a mitad de una intromisión israelí
en aquél tugurio de arena rojiza un día en el que las balas reventaban
las placas de zinc y desmoronaban hombres sudorosos y decididos
sobre otros cuerpos caídos. Comprendió que todo aquello que había

142
La Rebelión De Los Insectos

visto en los aparatos electrónicos, huéspedes del parásito mediático


occidental, eran grandes falacias. Pero más que comprensión,
resultaba una confirmación de las hipótesis generadas basándose en
los comportamientos de los “simios” que estudió en occidente. “Sí.
Lo sospechaba”, se decía entre palmo y palmo.

Anotó, con sus patitas más ágiles:

“El aparato mediático occidental y sus pequeños anexos


desplegados, a modo de tentáculos (como aquellos que pretendieron
escarmentar al protoejecutivo originario), pretende hacer creer a la
ingenua población de estas provincias del mundo, que el bien se
encuentra en todas las leyes engendradas en el propio hemisferio.
Leyes endoculturales, endopolíticas, cuya principal característica no
solo radica en la falta de un absoluto criterio globalista, sino en la
antipatía ante la diversidad de credos y costumbres. Hay
leyes que bien aportan al desarrollo humano, pero bien existen otras
que brillan por su carencia de justicia en la aplicación a la diversidad
de individuos. Lo peor de todo es que no nos enfrentamos a un
parásito físico, sino a uno que habita las profundidades del
inconsciente. Un virus que la semiótica occidental depositó durante
generaciones de generaciones en estos pobres hombres de occidente.
Surgen, pues, gracias a las “artes” occidentales, arquetipos que en
plena catarsis del individuo corroen el correcto juicio del propio
mundo en el que este habita. Los laudos que definen el destino de las
sangres unidas cantan un llano e inacabable bramido que perturba a
la sed de equidad. Me permitiré llamarles “artoides” porque a pesar
de su similitud técnica y sus procesos genésicos con las artes, la
calidad antihumana de sus fines produce una catarsis que aunque
resulta imperceptible y aparentemente positiva en los hombres,
carece de ligazón con la realidad, pues descompensa
axiológicamente. Despega del suelo a los seres humanos, facilitando
el arado de la ignorancia sobre los campos del sano juicio y la
adecuada perspectiva universal en tan diversos temas como las
sociedades, las culturas, los orígenes y los futuros. He observado

143
La Rebelión De Los Insectos

tanta belleza en otras culturas del planeta que no puedo si no pensar


que la generación de arquetipos burlescos por parte de la media del
hemisferio mencionado no consiste en otra cosa que en un insulto a
la inteligencia de las personas que habitan subcontinentes tales
como Latinoamérica; y, a la sazón, todos receptores de una misma
idea falta de todo criterio humanista, de donde, como sabrán,
proviene mi sujeto de estudio. ¿Acaso no todos los simios poseen la
misma calidad de pensamiento y raciocinio para emitir juicios
coherentes respecto al cotidiano y contextual acontecer de esta
tierra? Pierdo las vértebras cuando veo a mi desorientado simio
perderse entre tetas y puñetazos al mismo tiempo en que él mismo
cree estar generando conocimiento cuando está sentado en la mesa y
enciende el enajenador*. Siento en momentos como este, y que me
perdone Torme la pérdida de impasibilidad ante los hechos, que solo
deseo agarrar a patadas al primate hasta hacer colapsar su ganglio
principal con la sola fe de advertir reacción alguna.

*Nombre que, en blatódeo moderno, Arguño disponía a la televisión


que conocemos.

¿No están acaso las funciones de educar de tan perfecto instrumento


por encima de las de entretener o informar? o, lo que es peor aún, de
las perversiones en las que han degenerado estas últimas funciones,
tales como la morbosificación y la desinformación. No hay inventos
malos, insectos, hay malos usos.

No hay mala imagen. Hay un mal uso de ésta; No hay mal sonido,
hay un mal uso de éste; No hay mal texto, hay un mal uso de éste.

No podemos pretender que dicho instrumento, en esta era,


proporcione a los hombres veraces aproximaciones a la realidad del
mundo: la pasada, la actual, o la conjeturada futura. No veo en estos
seres una pizca de intención de usarles o comprenderles bien.
Pésimos filtros de la información emisores y receptores de nuestra
era, unos por falta de educación moral, de criterio, y otros, por

144
La Rebelión De Los Insectos

ingenuidad y falta de suspicacia, aunque también debo mencionar el


criterio. Por ello, y creo que en mi sano juicio, sostengo una nueva
teoría sobre el conocimiento inestable durante esta era de la
información. Incluso él llega a ser relativo. Todo dogma es
indefinidamente minusválido en cuerda floja.

Torme: Ruego perdones el exceso de pasión en mis mensajes. No es


este ocasionado por emociones, sino por las persistentes desilusiones
que ocasiona en mí este mundo.

Visto, pues, desde este plano, entiendo perfectamente que el


occidente donde me encontré realizando mis mayores estudios no es
más que un fragmento cultural ínfimo del mundo poblado. Entiendo
también que no es necesariamente lo que se considera bueno en
estas provincias lo bueno para el mundo general, puede inducirse
ello gracias a la experiencia y a los datos recopilados. Ni siquiera la
ficción regulatoria de los “derechos humanos” y la organización de
naciones se aproxima una tenaza a lo que puede ser concretamente
bueno y bello para una especie tan diversificada y subjetivizante
como ésta.

No podemos pretender que las personas crean en libertades


donadas, porque la mayor parte de estas resultan ser subjetivas para
los hombres, sin embargo, debe controlarse la ambición afectante
que es un principio no conocido legalmente en la tierra. No
desestimo a la ambición sana, ella siempre es buena en razón de que
propicie un ambiente emocional adecuado para la procreación de
voluntades que inciten a los sujetos a actuar en pro de sus personas,
hablo de cuando las ambiciones dejan de ser un mero estímulo y se
transforman en el monstruo del egoísmo, destructor de la
fraternidad, la solidaridad y la igualdad. Pero en vista de que las
leyes favorecen a todas las libertades, incluso a aquellas que
colaboran en la incubación de los huevos monstruosos que traen
posteriormente a las bestias del mal, nada podría hacerse por ahora
para extirpar el mal parasitario de la ambición afectante en el

145
La Rebelión De Los Insectos

subconsciente colectivo. Diré por esto que la ambición afectante es


la forma maligna de la ambición afectada. Ésta última es la que dije
que resultaba en ciertas dosis positiva para el desarrollo individual.
Resulta maleable, y por ello, inofensiva. Llego a la conclusión de
que la ambición afectante es producto de la alteración de la
percepción correcta del universo mientras que su contraparte, del
raciocinio y el sano juicio.

El problema surge cuando las leyes favorecen demasiado al interés


de unos pocos sin tomar en cuenta los generales. No despotrico
contra el sistema de occidente, que por lo demás, ostenta logros
elogiables y promueve un gran número de libertades que benefician,
en teoría, a las mayorías, sino contra la falta de debate ético en el
devenir de la toma de decisiones a nivel social, económico y
cultural.

Hay que abolir ciertas leyes y promover otras que actúen en pro de
los deseos de los individuos voluntariosos. No favorezco en esto,
como se sospechará, a un conjunto de vagos que aún en la miseria
no ostentan la mínima necesidad espiritual de vivir, sino a aquellos
hombres que, por el hecho de desear contribuir al bienestar de sus
sociedades y las sociedades del mundo, ameritan el apoyo
correspondiente del sistema. Con todo esto solo busco demostrar que
ningún sistema es perfecto, y que incluso en el humanamente
planificado y calculado sistema económico, político y social de
occidente, hay defectos dramáticamente perjudiciales para efectos de
un escaneo objetivo de esta realidad. Hablo, por supuesto, de las
riquezas materiales y espirituales de estas provincias y su balance.
Ningún sistema puede ser perfecto si quienes le dirigen son
imperfectos.

Entonces ¿dentro de esta imperfección podría decirse que es


occidente verdaderamente el bueno de la película de un mundo
unificado? O, estaría bastante más aproximado a lo real que el hecho
de decir “Este sistema defiende las libertades, todas las libertades, y

146
La Rebelión De Los Insectos

las libertades hacen del hombre un ser pleno que puede desarrollar
su potencial al máximo”.

Es guerra de niños cuando gritan: ¡Somos elegidos de Dios! ” ,y


“Aquél sistema coarta la libertad; destruye el desarrollo humano.
Obra del maligno” No son más que unas vagas, emperifolladas,
enternadas, oreadas y maquilladas formas de emular a los críos
modernos cuando, dentro de su visión equívoca y traumatizada
gracias a su micro y macro entorno comunicacional miope, dicen
“tal es bueno y bello” y “tal es malo y feo”, o “tales son los héroes”
y “tales son los villanos”. No es necesario tener ni siquiera una
fracción de la sabiduría que puede tener un ácaro errante sobre el
lomo de un perro callejero para darse buena cuenta de que las
grandes guerras; las terroríficas coyunturas políticas y económicas;
y, las apoteósicas campañas de evangelización, no son más que una
batalla entre los niños internos y frustrados que habitan y manejan
como títeres a los hombres que ostentan la ilusión del poder. Algo
tan sexual como las disputas sangrientas entre los animales
cornados.

Tal niño pretende decir que el otro niño es malo, pero no se trata de
otra cosa que de una forma para reemplazar ciertos vacíos internos;
no es otra cosa que un intento por calmar su propio dolor. No existe
el niño perfecto, todos moquean, lloran y se agarran a puñetazos
cuando se sienten ofendidos, por más ridículo que haya resultado el
vituperio (“cara de lapicero”, por ejemplo). Los niños adoran
alucinar que existen seres malditos a su alrededor: brujas, ladrones
de juguetes, cobaltos agresivos. Y si tales no existen, les inventan,
argumentando como lo haría cualquier infante: “porque tiene un
lunar aquí es la terrible bruja”;”porque lleva un saco en la espalda,
es un ladrón de juguetes”; o “porque es viejo, encorvado y gritón, es
el duende agresivo”. Pero lejos de estar en lo cierto no hacen más
que causarle gracia a un adulto al momento de explicar su
apreciación por estos seres. Así se configuran las creencias de los

147
La Rebelión De Los Insectos

poseedores de la ilusión del poder, y así pretenden que sea la guía


del inconsciente colectivo no haciendo mayor esfuerzo que el de
asirse de las herramientas de la media: “Porque este proviene de tal
lugar y es así, pues, seguramente es un terrorista” o, “porque este
proviene de este otro lugar, y es así, seguramente es un ladrón” Las
artoides actúan así en la gente. Si hay luces, tetas, y sangre, no
importa que estupidez se diga sobre los unos o los otros. Debe ser
cierta” se dice el pueblo a sí mismo entre susurros.

Sin irnos más lejos, quiero seguir con lo mismo que hemos tenido
como premisa desde antes de la planificación de este periplo. Que la
educación, en todos los lugares del universo, debe ser una prioridad.
Paralelamente, adjunto estadísticas sobre la distribución de
riquezas físicas y espirituales de los homo sapiens. Notarán que las
clases “altas” carecen de criterio espiritual (salvo contadas
excepciones), siendo este lastre directo predecesor de sus
equivocados juicios sobre el resto de los hombres; del mismo
modo obsérvese la falta de riqueza material en las clases “bajas”, la
falta de conocimientos racionales y naturales del universo.
Observemos pues que de estos últimos números proviene el
resentimiento a lo que suele llamarse acá “falta de apoyo”.
Aunque, por otro lado, y de manera subjetiva, podemos revertir
totalmente los papeles y decir lo contrario del uno y del otro,
porque unos entienden al universo de una manera y los otros,
confían que el espíritu es guiado por la propia razón lo cual es otra
manera de percibir al todo.

En niveles sociales, los potenciales humanos, sin embargo, persisten


en ser los mismos. El creador otorga la misma calidad humana al
más rico espiritual que al más pobre y del mismo modo en el ámbito
material, sin embargo, ninguno de estos dos tiene la mínima
voluntad de percatarse de su tristísima realidad o de hacer algo por
ella, puesto que en ambos reside el parásito de la ignorancia y la
irreflexión. Muestra de este potencial son los hombres que han
hecho algo por el mundo sin depender de su status y/o condición, o

148
La Rebelión De Los Insectos

la procedencia de orden socioeconómico, en lo más mínimo. Ha


habido mendigos y soberanos que con el mismo desprendimiento
enriquecieron a los pueblos, legándole la perpetua herencia de la
empatía y eterna humildad a la especie. Aquél es tesoro de
inestimable valor, y, sin embargo, tan poco considerado.

Occidente no es el mundo, y nunca lo será. Occidente es el mundo


para unos pocos. Y no lo es para aquellos que pretenden hacer creer
que lo es, si no para las víctimas de la mediacridad. Solo
comprender la diversidad contextual es la catapulta del
conocimiento sobre un mundo unificado” Los valores del respeto y
la tolerancia deben primar en los sílabos por sobre el aprender a
fabricar pegamento o aprender a marchar antes de batirse.”

Arguño, entonces, recordó lo que aquella otra noche deseaba decirle


a Cándido al oído:

“Para comprender la naturaleza del ser es necesario analizar y


entender su contexto. La falta de noción sobre cuanto acontece en su
entorno, y de cómo se formula y maquina la organización social a la
que pertenece no hace más que construir juicios vacíos y carentes de
efectividad emotiva. Inertes como una piedra vista su falta total de
empatía...”

Para el insecto, aquello de que el árabe era terrorista; el ruso un


borracho mafioso; el alemán un sujeto agresivo y discriminador; el
latino un ladino retractor, falto de ambiciones ; el chino un
ambicioso planificador; el japonés una ordenada joyita sobre la
tierra; el palestino un hombrecillo que lleva bombas bajo la camisa;
el argentino un pedante conocedor de las pelotas; el mexicano un
ebrio comensal esperando el momento de dar el balazo; el peruano
un estafador y ladrón poco organizado; el colombiano un conocedor
de las drogas y los escarmientos armados; el inglés educado señor de
dientes feos; el americano héroe del mundo; el congolés sádico; el
jamaiquino relajado; el rumano desesperado; el hindú pacífico; el

149
La Rebelión De Los Insectos

brasileño alegre y promiscuo; el francés romántico; el vasco


receloso; el cubano culto pero desmoronado; no resultó ser otra cosa
que la misma basura que en las primeras conjeturas estableció para
futuros estudios. Había un problema con el mundo, y era la creación
de arquetipos en las mentes de los habitantes de las sociedades de
consumo. Figuras totalmente alejadas de la realidad. Entonces,
después de confirmar que el mundo no era occidente, se preguntó:

“¿Es acaso realidad lo que vemos? ¿es acaso la realidad lo que


conocemos por los arquetipos de los medios?”

*2.5 micrómetros.

Sobre el experimento.

No podemos decir si era tarde o era noche. La luz que despedían las
nubes suspendidas por hilos monocromáticos en el techo mantenía
constantes haces neutros -porque era un techo como el de cualquier
casa alta de principios del siglo XX-. El cielo raso tenía el color
marfilado de algunas flautas. Bajo el suelo se descurbrían grietas
que luego se abrían paso hacia la superficie en donde, como bocas,
salían pequeñas aberturas y emitían el mismo sonido de una
inhalación oral. El retorcido hombrecillo hacía lo posible para no
pisarlas, pero resultaba bastante difícil teniendo en cuenta que una
vez que se cerraban unas se abrían otras, y entre el pegajoso líquido
que incluso salpicaba en dichas aberturas, y el peso de sus propios
pies, la tarea de avanzar si quiera cinco metros era trabajosa y
agotadora para el sujeto. Arguño tenía que arrastrarle, y mientras lo
hacía fruncía el ceño de ese peculiar rostro humano que acababa de
formársele. Su sudor era del mismo color que el rostro. Un negro
alquitranado, y poseía también la densidad y caída de un material
como tal. El escurrir era lento, y el calor en sus ojos, quizá
transparentes, se convertía en una acaramelada señal de fatiga.

150
La Rebelión De Los Insectos

Habiendo dejado bastantes metros más atrás a los fetos engendrados


a partir del cadáver de la estatua, se preguntó el guía cuánto faltaría
para encontrar a la ignorancia o a cualquier bestia de menor rango.
Lo cierto es que el blátodo no había realizado dicho periplo jamás en
su vida. Todo cuanto conocía era mera teoría dictada en las aulas de
las instituciones educativas a las que asistió en origen. Torme,
siendo todavía un joven maestro de escuela, se encargó de instruir a
mentes jóvenes como la de Arguño en aquél entonces.

Según la teoría que habían desarrollado no menos alejados de la


práctica y el método, insectos como Nunques y Garol, la ignorancia
y todos sus engendros, así como los monstruos que le engendraron al
inicio de la vida reflexiva, eran, pues, demonios que en toda
sociedad del universo habitaban. Que, era muy posible que tuvieran
en todos los ámbitos una forma similar, y que, sin embargo, para
lograr que los individuos de determinados contextos
comprendieran la maligna y titánica fuerza de estos seres, había
que transformar el abstracto de sus existencias en seres figurativos
que trajeran el amargor bucal que nos trae el miedo. Pero existía
una regla infalible para generar dicho conocimiento en los seres en
proceso de aprendizaje: Utilizar simbología neutra. No podía
Arguño, como podremos imaginarlo, emplear las mismas figuras y
arquetipos que el hombre usaba para infundir miedo o paz entre sus
congéneres. Por el contrario. Lo único que valdría es emular el
intento de tantos frustrados emprendedores de Origen por crear una
simbología universal que espante y reconforte dependiendo de la
necesidad del emisor. Perdido en estas cavilaciones, Arguño
encontraba una razón heroica para seguir avanzando. Comprobar
que la teoría que le fue extendida en años mozos resultara válida del
todo, corroborar los hechos, ver a los monstruos a la cara, disfrutar
del pánico del simio y de sus vanos intentos por zafarse de tamaño
experimento. Pero nada, como él bien sabía, podía ser válido del
todo. Ni siquiera morir por otros era válido en todos los casos. Para

151
La Rebelión De Los Insectos

esto, en sus propias palabras: “existían tomos. Viejos. Dormidos en


los anaqueles del recuerdo humano sobre ese sueño de la paz” Daba
otro pasito y arrastraba a un petrificado Cándido lo que son veinte
centímetros a lo mucho. El gris individuo exclamaba sus sollozos
apretando los dientes “Vamos a casa, bicho, ¿bueno? Te devuelvo el
carro, te devuelvo cada gramo de comida Thai, pero déjame, déjame
volver”. Y sin embargo el bicho pedía que siguieran su camino.

A lo lejos se iluminaba, tan neutralmente como se iluminaban los


pasillos en el exterior de la cavidad, un paisaje de extraña belleza.
Un mundo que daba la impresión de haber sido alguna vez bello,
pero cuyo silencio elocuente recitaba el poema de la ausencia. De
peces en los ríos; de aves en el cielo; pero nada llamaba más la
atención que la falta de un ser. De un primate, de algo que el querido
empujado por la cucaracha llamaría un prójimo, aunque quizá
referíase a un uno. Cándido sintió un irrefrenable deseo por echarse
un trago al buche, pero no podía. El guía le tomó aún más fuerte de
la mano y le pidió que bajara por unas escaleras de madera sujetadas
al peñasco desde donde, también, una cascada del mismo fluido que
se encontraba en los pies de la entorpecida y doblada figurilla,
descendía.

Cuando llegaron al suelo bebieron del néctar de las últimas dos


flores de un árbol muy parecido al sauce llorón. Las flores cayeron
al suelo una vez exprimido su contenido, y los pistilos trazaron en la
tierra una línea que conducía, para estupor de Arguño (pues
comprobaba lo que había leído en los tomos que gentilmente Torme
le facilitó), a una senda tristemente iluminada:

-¡Qué ponzoña más vomitiva, bicho!


-Entiendo que lo veas así, que te parezca un veneno.
-¿Me estás envenenando?
-No, trato de nutrirte, pero no te dejas, simio.
-Si me ocurre algo no será más que tu culpa ¡y quedará en tu
conciencia la vida truncada de este pobre hombre!

152
La Rebelión De Los Insectos

Los funerales de Cándido.

La belleza de la inocencia hacía de los hombres quizá más


inteligentes para enfrentar los problemas del mundo, y también les
hacía más nobles de espíritu. Sorprenderse constantemente es la
capacidad que menos debe perderse en la vida, porque la sorpresa, la
expectativa, y el amor por la novedad son promisorios indicadores
de enriquecimiento.

Una triste y rosada tarde, mientras Cándido pastoreaba sus bien


intencionados pensamientos respecto al mundo y su gente, junto con
sus virtudes, Guarecido por lo sombrío de un naranja ocaso isleño,
llegó a él la impaciente figura de lo cíclico. Un gigante alado de tres
metros y con una poderosa garra que, en primer lugar, intentó
arrebatarle un pensamiento a Cándido de las manos. Lo tomó y
enterró en el centro de su pecho, que latía como late el músculo
cardíaco, su afilada y mugrienta garra azul. Y aquél pensamiento,
mudo y sudoroso de pánico, se retorció de dolor mientras el gigante
desgarraba su interior. Fue así como le dio muerte a una de las tantas
bondades que ofrecía este pequeño ser humano. Lo mismo ocurrió
con otros tantos del rebaño. Azotó ferozmente a la inclusividad, a la
apertura; quebró lentamente las vértebras de la conciencia de
equidad; hizo un tajo veloz e intempestivo en el cuello de la auto
aceptación absoluta; y finalmente arrancó la piel de la autoestima de
Cándido y la colgó sobre las ramas de un ahuehuete famélico para,
posteriormente, hacerse una chaqueta de ella. Todavía vivo, de las
lianas que decoraban, a modo de guirnaldas, las arboledas que en el
valle el viento mecía del mismo modo que se tranquiliza a un pelado
recién salido del horno. Cándido, espantado, corrió llevando su más
valiosa virtud: la fe, abrazada a su regazo. Corrió velozmente,
saltaba por encima de las piedras; abría la trocha con sus propias
manos suaves , y a medida que avanzaba, se desangraban éstas de
tanta espina que había que apartar y que, a medida que los pasos
lentos, pero largos, del coloso, sacudían sus talones, crecían, y se

153
La Rebelión De Los Insectos

enroscaban como espirales cuyas puntas incrementaban su filo


hasta hacerlo casi imperceptible a la vista del inocente. Trepó a lo
más alto de la colina más corta del centro del valle e intentó sepultar
en ella su fe para que el enemigo destructor no le hiriera con su
arma. Pero tanta ingenuidad no hacía más que causarle gracia a la
bestia. Cuando ésta se aproximó encontró a Cándido sentado sobre
un fértil montículo de apenas 45 centímetros. Abrazado a sus
rodillas y con el gesto compungido, suplicó que le hiriera a él, que,
si deseaba, engullera uno de sus brazos, o una de sus piernas,
siempre y cuando dejara intacta cabeza y pecho. Pero la criatura no
venía directamente a por Cándido, más sirve esclavizar que matar.
Dijo estas sencillas palabras:

“Tú has nacido en un mundo en el cual es inevitable caer en esta


garra. Hoy has sido mesurado y, de entre todos tus números no
existe alguno que desencaje con los promedios de los demás
hombres.”

El gigante apartó a Cándido de un solo manotazo y enterró su brazo


alargado en la tierra. En sus ojos se veía como hacía esfuerzos para
distinguir entre los tubérculos, las rocas, y el fin de la persecución.
Encontró después de un corto rato la tibia placenta que protegía la
última virtud de todas las que el joven hombrecillo había perdido
durante esa triste tarde adornada con el naranja ocaso que sacudía
los párpados de quienes meditaban en el valle. La sacó de un tirón y
le engulló velozmente, sin dar tiempo para las despedidas ni los
llantos. La fe protestó por su destino: El grito más atronador del
mundo fue casi imperceptible. El más agudo y el más grave, el
ultravioleta y el infrarrojo, la síntesis visceral del dolor. Entonces
Cándido sintió como un punzón le traspasaba velozmente y solo una
vez. No tuvo tiempo para cerrar los ojos. No tuvo oportunidad de
encomendarse a la divina providencia.

Asistieron a las exequias todas las criaturas del valle. Dos


auquénidos famélicos, apenas una pelusa cubriéndoles las carnes,

154
La Rebelión De Los Insectos

jalaban el cuerpo rígido, aunque cálido, de la víctima. Las flores más


grandes y más blancas, las fagocitadoras de esperanzas, florecían a
lo largo y ancho de la ladera donde se iba a dar la sepultura. Un ave
de rapiña, vestida de rojo, blanco y azul, intentó arrancar los ojos del
cadáver, pero un cobayo le llamó la atención con un sonido
extrañamente simpático y pidió ofrecerse como vianda en lugar de
los globos oculares del occiso. El ave de rapiña aceptó encantada y
se llevó al animalito entre las patas hasta su nido, en lo más bajo de
la colina más alta del valle. También las malaguas habían emergido
para dar el pésame a la tierra, madre de Cándido, de sus
antepasados, y de lo que nunca logró ser su prole. Las malaguas no
hablaban, preferían el silencio.

La ceremonia fue dirigida por un canino con disimulable sobrepeso,


gracias a su notorio pelaje. A la sombra de un rubiáceo daba un
muy sentido discurso sobre: “El muerto malo, porque de entre todos
los vivos hay tantos que mueren por ser malos”.

Para cuando el sol había casi desaparecido y solo algunas nubes de


brillante lila filtraban la energía de los astros, el cuerpo del pequeño
primate había ya sido enterrado. Y de todos los animales que
lloraron ninguno lloró más que un periquito bicolor de 7 centímetros
de estatura, y de todos los animales que le acompañaron ninguno le
acompañó más que el periquito, que se quedó sin intermitencia toda
una noche y todo un día al lado de la tumba, y que, antes de partir a
intentar seguir con su vida se dijo: “Mis alas ya no volarán, acaba de
caer sobre mí la maldición de las jaulas”.

Poema De Las aves a la memoria de Cándido.

La tardanza ha demorado.
Están tan quietas la esperanza y la fe
En el lecho de nuestro hermano
Han dejado de caer sobre la tierra las lluvias que daban fruto.
Y la madre ha exclamado: “Ha muerto mi hijo”

155
La Rebelión De Los Insectos

Sí, tu hijo, ¡Madre de todos! Ha muerto por obra de otros hombres


Y el universo
No permite que se haya visto vengado
Y “No puedes vengar” había dicho la tierra porque “El universo
balancea las cosas”.

Se ha ido nuestro hermano querido, nuestro mayor hermano.

El hermano más inteligente y menos sabio, un yo, entre las ramas de


un árbol en llamas se nos ha ido a la ceniza.
Y ¡Ha vuelto a ti madre su cuerpo como de ti había salido! ¡Qué
Dios es más necesario que el que se tiene en tu presencia, madre!

La tierra ha gritado nuevamente su nombre, y el nombre de otros


que también, ese día, incontables, habían partido nuevamente al
vientre.

¡Ha vuelto Cándido a mí!, dijo la tierra. Y las aves cantamos su


aventura y el fruto, bellamente ornado con guirnaldas negras, de su
porvenir.

¡Que no permita de ningún modo la tierra que otra vez nazcas crudo
de mente y cocido en tu impetuoso viaje hacia el desconocido
objetivo!

Has buscado la libertad, Cándido, en todas las esferas que nuestros


otros hermanos mayores, los responsables, pudieron ofrecerte, y has
querido estar donde otros hermanos mayores no quisieron que
estuvieras y ¡Qué ambición la tuya, Cándido! ¡Qué ambición te ha
vuelto un síncope blanco!

Trocarán:

Trocarán en jazmines tus carnes enjutas


En tierno cielo tu voz caramelo

156
La Rebelión De Los Insectos

En el pan de las aves todos tus buenos deseos.


Así, dice la madre “Yo de la muerte te regreso y tu cuerpo
desentierro”

Para:

Para que vuelva a brillar tu buen deseo.

Tu encono se ha visto encorvado, hermano, de tanta pose que has


imitado.

La madre llora su canto.


Volverás a nosotros, hermano, para mitigar el hambre que tu
ausencia nos provoca; para encerrar en sus jaulas a las fieras que en
el arrebato han cazado tus breves sueños.

Volverás para darnos de comer el pan de tu horno y sudar sobre la


tierra tu fiebre nocturna.

Queremos volver a cantar, hermano, la canción de la equidad,


queremos que retornes con tu callado a nuestro valle y sonrías
cuando el sol nace y cuando muere. ¿Tenemos que pedirte, hermano,
que vivas más veces y cometas el error?

No vengaremos tu ida porque el monstruo nació por una breve


dubitación sobre el futuro.

Responsable no has querido ser, Cándido, y la tierra te ha llamado


necio por no igualarte a las piedras.

Pero qué podemos decir. No hay muerto malo. Pero malos son ¡y
mucho! Aquellos idos por motivo de su soberbia.

Trocarán en flores blancas tus malas valías.


Y un penacho azul crecerá en las aves que visiten tu recuerdo.

157
La Rebelión De Los Insectos

Volverás cándido ¿para ser acaso bueno?

Te rendimos nuestra más honda pena, y nos alegramos de tu partida.


Volverá en tu regreso el perdón de la madre y de ti dependerá
recomenzar la vida.

Cándido y Arguño encuentran el sepulcro.

Yace acá el cuerpo inerte del hombre que no reflexionó a tiempo.

La inscripción sobre el barro solidificado sorprendió a Cándido,


quien, poniendo un poco más de interés en los acontecimientos del
periplo, hizo saber con sarcasmo de su duda pegajosa: “¿Es
demasiado tarde Bicho?”. Arguño, con gesto incólume limpió el
polvo de la lapida y contestó: “No existe el tarde. Siempre es
temprano.” Sus dedos, que habían adoptado el antropomorfismo, se
veían de cerca como patas de araña, peludas y oscuras.

Ambos se sentaron sobre el pasto reseco a esperar que el viento les


secara el sudor. Habían recorrido un sendero que parecía
prolongarse a medida que enterraban los pasos en el lodo o pateaban
los caminitos de piedra, y también de inconstante belleza. ¿Qué era
lo bello de aquél sendero? Para la entristecida sombra de Cándido
resultaban bellas las azucenas come hombres gigantes que nacían de
la tierra y despedían el aroma de un cuello femenino; para el insecto,
los sauces negros con frutos azules de los cuales brotaba una resina
colorida, un opiáceo de efectos similares al sedante que usó el
blátido para inmovilizar a Cándido durante su primera experiencia
con la Ignorancia. No hubo mejor guía que el olfato, cuando el
perfume de las flores rosadas y azules se colaba en las fosas del
blatódeo, inmediatamente tomaba la determinación de dirigirse hacia
el lado opuesto. Los pequeños caminitos conformaban una
entramada telaraña de senderos sin luz al final. Todo era tan oscuro
y tan luminoso a la vez que la percepción promedio de dos seres
corrientes podía entorpecer el juicio sobre la toma de una decisión

158
La Rebelión De Los Insectos

que destaque a desembocadura alguna. Durante un momento el


miedo solo formó parte del hombrecillo. Las piedrecillas, que
comenzaron a surgir a medida que avanzaban por el sendero, fueron
limpiando los mocos ya casi secos en sus zapatos. Entonces no
apareció si no otra luz difícil de distinguir de las demás,
precisamente al final del último túnel, y, sin embargo, una
característica le diferenciaba con notoriedad. El olor que emitía. Fue
gracias a esto que Arguño reconoció el hedor de los muertos del
primer plano, y fue acá donde tuvo la oportuna corazonada de que
debían ya detener el trote. Cansados y sucios de todo tipo de
chucherías de bosque, encontraron lo que, premeditadamente, había
pactado consigo mismo y con Torme, Arguño, como parte de su
exhaustiva investigación. Pero el sepulcro no era más que una triste
fosa decorada con rocas sedimentarias y apenas tres o cuatro
azucenas gigantes: “El cortejo fúnebre tuvo lugar hace unos años,
durante la pubertad”. El insecto, con gran simpatía hizo una mueca
que buscaba referir, de algún modo que no puedo explicar, la
necesidad de auxilio, y dicha mueca se prolongó hasta que su rostro
humanoide apuntó directo a las ramas de un árbol escamoso que
proveía de sombra al nicho consumado. En él, un grupo de pajarillos
bastante jóvenes retozaba con despreocupación. Éstos, bajaron sin
prisa y con indescriptible elegancia en el aleteo, y se posaron sobre
una fuentecilla de piedra sobre la cual apenas un charco hacía las
veces bañera cuando el calor arremetía contra las pobres bestias del
valle. Pero el valle hace mucho que no veía los días soleados. Por
entonces, solía la neblina cubrir con su manto añil, a diario, la
marca. No estuvo seguro Cándido del porqué de los pajarillos pero
comprendió que aquellas avecillas, quizá domesticadas y, sin
embargo, libres, representaban una esperanza venidera, y fue cuando
recobró por primera vez en mucho tiempo una fracción minúscula de
la fe perdida.

-Has muerto, simio, por motivo de tu arrogancia, pero, de primera


mano, quién afiló la espada con la que se te dio la estocada final fue
la gran madre de la ignorancia. La irreflexión. Por ello, simio, debes

159
La Rebelión De Los Insectos

comprender que no se trata de esperar a aprender, de exigir que se


te enseñe. Debe comenzar a aprender uno mismo desde cero, y no
permitir que la situación en la que se esté perjudique dicho
proceso. Uno necesita maestros, es cierto, pero el primer maestro y
principal motivador para una vida plena, un corazón valeroso y una
mente productiva, es uno mismo. Nadie más. El resto, solo
representan trances esporádicos del aprendizaje cuya subjetividad
les vuelve frágiles semillas en terreno fértil. Aunque, tampoco
sería nada útil que en un terreno poco apropiado, más bien
desértico, se coloquen semillas seleccionadas de esta o aquella
especie. La propia predisposición es la mejor forma de preparar la
tierra, la actitud es el arado, y la voluntad de reflexionar es millones
de veces más potente que el más prolijo estiércol.

-Quisiera ver a la propia ignorancia-Se apresuró el triste y encorvado


juguete a decir.
-¡Oh! ¡Para ello no falta demasiado! El camino puede parecerte
largo pero el tiempo es relativamente corto, es que, ¡simio! ¡El
tiempo siempre es tan relativamente corto!
-Pues no me expliques.
-Lo sé, muérete de hambre.

Entonces se oyeron reiterados ecos hablar desde las cuevas próximas


al sepulcro.

Los sótanos de la biblioteca originaria.

Nunques supuso que Torme y Figayo encontrarían incontables


obstáculos a los que enfrentarse dependería del aprovechamiento del
cacumen originario durante su estadía en la tierra. Por ello tomó la
premeditada decisión de llamar al más misterioso de todos los
burócratas encargados de brindar información.

Garol, a diferencia de Nunques, era un blátido de tercera categoría

160
La Rebelión De Los Insectos

cuyo exoesqueleto se componía de tejidos blandos similares a los de


la pulpa de un cangrejo. Tenía antenas dos veces más largas que
cualquier cucaracha originaria y sus ojos estaban escondidos detrás
de la única coraza que había en su cuerpo, la que cubría su rostro. Su
voz era casi imperceptible, de modo que se dificultaba la
tarea de reconocer la pronunciación de su blatódeo antiguo, y, su
sentido del oído se encontraba en deterioro debido a la avanzada
edad.

No podemos saber si era de día o de noche. La biblioteca originaria


se debate entre la luz de los faroles y la penumbra de los recuerdos
estancados. Una antorcha pequeña guiaba los pasos de Nunques
entre las lozas poligonales que componían dichos sótanos, a saber,
catacumbas, y cuya similitud tanto en color como en forma, con las
cerdas que estructuran, de una en una, los panales de las abejas, le
mantenían extraviado en una extraña concentración repitente.

Hay que dejar muy claro que si bien Garol y Menteo pertenecían a la
misma camada, su diferencia de edad resultaba radical. Garol fue el
primero en nacer. Menteo, el último, coincidió por ello con otras
generaciones posteriores. Debería decirse que era mucho menor que
Nunques, primer hijo de la segunda camada.

Nunques encendió entonces otra ligera linterna hasta que encontró la


camilla donde Garol descansaba. Le dijo:

-Hazme caso, bicho, he venido a consultarte.

Por supuesto que Garol, ya entrado muy en años, suponía que la


consulta tenía un fin que beneficiaría a terceros, pues ¿quién se
interesaba por él? Ni siquiera conoció a su madre que, en efecto, fue
el primer útero de la primera camada de blátidos Originarios, la
matriarca originaria. Una gigantesca cucaracha de 177 pies de alto y
289 patas (la pata impar servía para sostener la obscena proporción
de su gigantesco clítoris de carey) y de cuyos hijos sobrevivían

161
La Rebelión De Los Insectos

apenas dos: Garol y Menteo. Este último, el menor, era a quién


Nunques buscaba con tanta insistencia, solo que aún no lo sabía.

-Te diré bicho que no soy yo quién puede ayudar a los viajeros
extraviados. Tomemos un breve receso, me canso de hablar.

-Me tienes que ayudar lo antes posible. No solo hemos perdido a


nuestro investigador. Temo, por ahora, que sufran los rescatistas
mayores percances en el proceso.

-Pues presiento que no hay del todo problema, jerarquía. Mirarás tú.
Las cucarachas lo sabemos bien, somos seres que en situaciones
extremas podemos adaptarnos al entorno. Esta propiedad, tal como
la información para personal burocrático que nos fue facilitada
respecto a los viajes de Arguño nos indica, no es característica de los
simios que habitan la tierra. Si fuera así, sobrevivirían a la inminente
autodestrucción, pero como el tiempo que les queda es demasiado
corto como para tomar conciencia, pues, me temo que no
importando lo que pasara, habría que preocuparse más de que ellos
se extingan a que sufran acaso rasguño los tripulantes de las dos
naves enviadas. Tómate el hecho de que aquellos hijos de Origen
estén en la cuerda floja de la existencia, con la tranquilidad con la
que se toman los simios su destino.

-No me entiendes Garol. Algo me dice que Arguño no está bien,


puedo ver sus vísceras en mis sueños y ello me sacude.

-Dudo que el más soberbio de los tomos que puedas encontrar acá
contribuya a la generación de soluciones prácticas. Incluso dudo que
en ello halles consuelo para el amargo sabor de tus dudas, son datos,
sin embargo, creo que hay manera de ayudarte y darte gusto en la
congoja.

-Pues dímelo.

162
La Rebelión De Los Insectos

-Menteo, A quién tú has recluido en la cárcel por el delito de


pesimismo público.

-¡Cómo ha sido usted de afectado por los estragos de la vejez Garol!


¡Menteo estuvo a punto de destruir Origen con sus imprudentes
discursos! ¡Debe permanecer recluido en la cárcel hasta el día en
que a todos nos toque partir! ¡Me llena de desdicha tan demente
provocación!

Garol se puso de pie. Aunque no tenía patas. Los antiguos blatódeos


tenían la capacidad de flotar, y no en la vejez incluso perdían tal
habilidad. Alzó la voz como hablándole a cualquier ser vivo del
universo excepto a tamaña jerarquía.

-¡¿Si hay tanta desesperación en tus cantos porqué rechazas la


solución más práctica, Nunques?! ¡Hasta donde sé no eres un
útero…! ¿Puedes o no ver que el incansable estudioso conoce con
gran certeza, además de en su faceta de pitoniso, la historia humana
con temible exactitud? Y de no haber delinquido en tu ley, con gran
seguridad afirmo que tú con tu voz propia hubieras pedido a Figayo
que le llamase para desempeñar el rol que cediste a Arguño que, por
lo demás, no es tan experto en la materia. Debo suponer que en tu
orgullo consideras blasfema mi recomendación, pero, ten por seguro
que quién mejor puede guiar a Figayo y Torme no es sino la
cucaracha enferma a quién mi madre llamó, con ayuda, a nacer.
Que es maestro de Arguño, tu alumno más preciado e incluso a
quién, sé, admiras más de lo que consideras a tu propio hijo. Y me
has atendido bicho, porque a ti el oído no te falla.

Nunques tomó entonces, no teniendo el orgullo que tienen los


hombres, la difícil decisión de liberar a Menteo de la prisión en
donde llevaba recluido varias tristes y largas eras.

Menteo es liberado y cegado.

163
La Rebelión De Los Insectos

Con dos brasas incandescentes de pretophote, como dos estrellas


hirviendo, fueron quemados los cuatro ojos de Menteo para
posteriormente reacomodar su máscara de quitina en el rostro. Dijo
luego Nunques:

-Desde hoy se levanta el castigo de tu aislamiento de la sociedad


originaria. Sin embargo, por haber cegado a dos generaciones de
blatódeos originarios mediante el discurso del pesimismo y
llevándolos a un estado enfermizo de mediocridad y negligencia
respecto al futuro, y a las generaciones venideras, te privo de tus
ojos para que no contemples las luces negras del corazón del
universo. No cegarás por ser cegado.

Felizmente, Menteo estaba anestesiado.

Cuando quiso abrir los ojos, Menteo entendió que sería imposible
ver, y no los abrió más. Fueron en la máscara dos párpados
dibujados con la inscripción en blatódeo moderno: “Hagan caso
solo de la mitad de lo que yo les diga”.

Asignación Originaria.

Para quienes no lo sepan. En Origen existen dos tipos de blatódeos:


los reproductores y productores. Los reproductores son zánganos
que a pesar de la despreciable cantidad de volumen de masa neural
poseen ciertas cualidades importantes que suelen ser preferidas al
momento de fecundar al útero. No es, de ningún modo, elección de
la hembra el o los reproductores que vayan a depositar el esperma en
su vientre. Muy por el contrario, existe un consejo especializado que
determina a los machos reproductores teniendo en cuenta cierto
balance. Por lo general si hablamos de características podemos decir
que su principal propiedad es tener un poco de cada cualidad, pero
ninguna en demasía. Me explico. Puede ser éste un macho de
increíble fuerza, habilidad con ciertas herramientas, y, belleza
física, sin embargo, posee un nivel intelectual que está por debajo

164
La Rebelión De Los Insectos

del requerido para ingresar a la cúpula reproductora, es decir, debe


ser derivado a productores físicos. Otro ejemplo puede ser, un
blatódeo extremadamente inteligente, hábil en el uso de
herramientas abstractas empleadas en procedimientos de
producción de gran complejidad, un blatódeo con alto desarrollo de
todas las inteligencias, en fin, un genio, en pocas palabras. Sin
embargo, este bicho no tiene, digamos, la fuerza necesaria como
para enfrentarse a otro blatódeo que, por indeterminada razón,
quebranta la ley del espacio propio personal. Es decir, es sujeto
propenso a provocación e incluso agresión con mínimas
posibilidades de autodefensa, ya todo esto es bastante como para
considerársele insuficiente, físicamente hablando, por ello es
derivado a productores intelectuales.
De todos los blatódeos, son escogidos quienes se encuentran en el
33.333% periódico puro del centro exacto de un total de 100% de
blatódeos adolescentes, pues es esa la edad aproximada en la que
puede determinarse mediante un procedimiento, que sería demasiado
tedioso para el lector, la cuantitatividad cualitativa de los jóvenes
insectos. Hablo de la potencialidad de cada característica.

Existe, por otro lado, el potencial de los individuos, que, en el caso


de los seres originarios, se pierde terminando la infancia. Es por esto
que, tal vez, no resultaría aplicable dicho método para los seres
humanos pues el potencial de estos se deriva durante un lapso
bastante más prolongado que la mera adolescencia, desmintiendo el
hecho de que se crea que afirmo que la adolescencia no es acaso una
etapa importante en el desarrollo de ellos. Aunque, quizá, a otra
edad ¿quién sabe?

Ahora, es también cierto que existen los oscilantes, que son los
blatódeos que se encuentran en los límites. El 1.1% intelectual con
físico superior y el 1.1% físico con intelecto superior. A ellos se les
realiza un nuevo examen de competencia con el 1.1% medio con
intelecto inferior y el 1.1% medio con físico inferior durante la
debacle de la adolescencia Así puede determinarse con exactitud si

165
La Rebelión De Los Insectos

las determinaciones primarias fueron acertadas.

Ha habido en origen cantidad irrisoria de protestas por el sistema


reproductivo y productor, pues, hay que decirlo, estos bichos no son
brutos. Tendrían, por recomendación, que hacer caso de ciertas
cosas los hombres sobre, qué se yo, debates éticos, coyuntura, y
otros temas. Pero en fin, pudieron darse cuenta ellos de que cuando
algo les conviene, no interesa si fue escogido por el aparato estatal,
hay que aceptar ciertas cosas buenas. No con esto justifico el
comportamiento de ciertas naciones humas en las que se tiene la
creencia de que no importa cuánto robe siempre y cuando aporte
algo, sería como ponerme de parte del gran monstruo de la
estupidez, otro hijo de la ignorancia.

Menteo es encarcelado por mano de Nunques

Lo tomaron de las patas


Y le encerraron en los sótanos de la edificación destinada a las
labores administrativas del organismo de Seguridad Blatódea. Ahí le
recluyeron dos meses. Período durante el cual, se le explicó la grave
falta que había cometido, pues, el orden preestablecido del sistema
tenía como fin mantener en absoluta armonía la sociedad blatódea.
Todos sabían de ello, un pequeño engranaje causando estragos en el
sistema de asignación originaria y el sistema, tal como se le
concebía en la ley de Nunques, sufría un estrés técnico que solo
podía solucionarse con un proyecto de ingeniería genética cuya
financiación ningún poder estaría dispuesto a asumir. Para ser más
preciso, se le increpó dos meses el hecho de robarle a la
organización central su valioso tiempo y poner en riesgo su
capacidad adquisitiva.

Pero luego del lapso fue liberado y reincorporado en la sociedad


puesto que los exámenes de absolución determinaron que su
capacidad de integración y cohesión blatódea estaban por encima del
promedio y que sería útil para el desarrollo de los grupos de una u

166
La Rebelión De Los Insectos

otra forma. Se le quitaron sus ropas de joven preso, se le bañó, y se


le devolvió la máscara que lo identificaba como hijo de la primera
camada. Luego fue puesto en libertad bajo la tutela y
responsabilidad de su hermano mayor, Garol, que, por entonces, era
un maestro de técnicas de renovación de recursos en la tercera
escuela más grande de Origen. Gracias a su sobresaliente desempeño
en las artes y las ciencias obtuvo un lugar preferencial en las aulas
de la academia e incluso se le propuso formar parte del comité de
asignación originaria.

¿Irónico? Menteo siempre dijo que era una bofetada del destino
pues no se le permitió jamás depositar su esperma en la hembra de
su consideración y sin embargo el comité especializado solicitaba
insistentemente sus criterios para el análisis de la asignación
individual.

Segunda prisión de Menteo.

Fue a sus 48 años, durante una etapa que, podemos decir, era de
mayor frustración, que decidió abandonar la academia de la camada,
donde ya dictaba cursos de todas las especialidades, para dedicarse a
reivindicar su posición primaria respecto al sistema de asignación
originaria. Podemos, de una u otra forma, decir que esta
disconformidad en el individuo le llevó a su segundo y definitivo
gran plomazo.

Redactó libros de protesta, preparó discursos masivos cuyas


ponencias fueron ordenadas estratégicamente en momentos en los
que el Comité de Asignación y Seguridad Blatódea tomaban
recesos; diseñó un sistema de asignación novedoso en el cual las
competencias de los sujetos se acomodaban en los resultados de
determinación de acuerdo a necesidades sociales, es decir, generó
filtros para el primer sistema de la ley Nunqueana, y preestableció
un nuevo orden de rubros asignables de mayor complejidad y
especificidad pues, como explicaría en el tercer tomo de su obra

167
La Rebelión De Los Insectos

“Desarrollo interno blatódeo”: “La diversidad de potenciales y de


individuos resulta abrumadoramente inabarcable para un método de
asignación social tan limitado como el conocido hasta hoy. Si
lográramos identificar la variedad y variabilidad a un nivel cuasi
exacto (pues la exactitud es inalcanzable, a diferencia de la
perfección) de las competencias individuales, lograríamos establecer
algo muy similar a un sistema perfecto de juicios per sujeto y pro
sociedad”.

Dicha crítica, tanto en su forma literaria como en su adaptación al


discurso masivo, llegó a oídos de Figayo, que, por entonces,
trabajaba como asistente de la secretaría del comité especializado, y
fue él quien dio la noticia a su padre.

El poder central, representado por Nunques, recibió un informe


detallado en el cual, sumada a la acusación actual contra Menteo,
había un anexo en el cual se especificaban los antecedentes de lo que
fue el incidente durante el proceso de asignación originaria cuando
este tenía 23 años.

Seguridad blatódea fue inmediatamente exhortada a acabar con la


mala hierba y se le capturó durante una emblemática exposición
llegada ya la primera luna. Se le arrebató su máscara de camada, se
le engrilletó y se le colocó una prensa para tenazas. Así no volvería a
abrir la boca.

El juicio duró no más de tres días. Teniendo en cuenta la gravedad


de la falta y las consecuencias que podrían traer sus ideas a la
seguridad de la aplicación de la ley Nunqueana, no hizo falta para el
arcontado (integrado en su mayoría por los primeros frutos del
segundo útero de la segunda camada) mayor deliberación. El castigo
sería radical, no siendo la muerte, mas sí el aislamiento absoluto en
cuanto a tiempo y espacio del individuo. Comería hierbas dos días
por semana y recibiría una garrafa de agua al mes. Eso era todo.

168
La Rebelión De Los Insectos

El templo laico

A sus 23 años, Menteo era una cucaracha cuya inteligencia


intimidaba a gran parte de los blatódeos. Nunques, que siempre fue
bueno, decidió ofrecerle una educación privilegiada pues, desde su
más incipiente infancia demostró talento, suspicacia, y valentía. Se
le instruyó en música, pintura y literatura; se le capacitó en todos los
dialectos para que supiera comunicarse con todos los seres de
Origen; se le inculcó una formación técnica envidiable que constaba
de uso de máquinas, explotación de tierras, y renovación de los
recursos. Claro que nada de esto hubiera servido si el sujeto hubiera
sido un joven común. Era, como dije, un prodigio del genoma
originario.

Mientras atravesaba su última infancia conoció a Erreópe, biznieta


en orden directo de la segunda matriarca originaria, hija de la
primera matriarca y sobrina, muy menor, de Nunques. Sé que estos
detalles pueden carecer de valor, pero es indispensable que se sepa
el orden para que no se considere amor impropio el que comenzó a
profesarle Menteo, a esta joven hembra, luego de que ella le
ofreciese sincera amistad. En cuanto al orden cronológico de los
hijos, yo no puedo estar del todo seguro de los tiempos en los cuales
cada uno fue tenido, las cucarachas madres son demasiado grandes y
quisquillosas como para ser entrevistadas y preguntarles respecto a
ello, pero asumo que la aproximación está clara.

Es acá cuando debemos conceptualizar de alguna forma al amor


blatódeo, y comprender que el amor es solo una forma. Mientras
que el enamoramiento involucra definitivamente un proceso
fisiológico, en el amor hablamos de tomar valores. Y si hablo de
valores hablo de incondicionalidad, compromiso, tolerancia. Podría
aburrirme de enumerarlos pues vemos al amor en este punto como
una compilación de valores cuya decisión variable es derivada
hacia el ser amado, pero ¿quién soy yo para juzgar el amor de dos
cucarachas? Esto tiene que estar claro porque si no, no sabremos qué

169
La Rebelión De Los Insectos

motivó el actuar posterior de Nunques.

Por las mañanas, Menteo asistía a talleres técnicos para adultos,


contando apenas con 23 años de concebido; por las tardes se
dedicaba a las labores artísticas. Tenía la capacidad de remover
fibras humanas con su arte; y, por la noche, se encontraba con
Erreópe en una triste laguna de nitrógeno muy cerca de su casa. Ella
lo miraba y le decía todas las cosas que una cucaracha masculina
desea escuchar. Él solo la miraba, aparentemente eso bastaba.

Y quiso el novel blátido asumir un rol reproductivo sobre la base de


aquellas buenas intenciones. Erreópe solo prometió. Ella, quizá,
nunca tuvo la capacidad de defender el propio principio de quien
ama. A Menteo rara vez se le escuchó comentar con el guardia que
le entregaba las hierbas si ello carecía de importancia: “Es algo que
se entrega ¿Verdad?...¿!!Verdad bicho!!?”

Esta clase de debates, muy propios de la especie originaria,


definitivamente posee la capacidad de herir susceptibilidades. Por
ello no ahondo.

El mes doscientos quince marcó la historia de aquél insecto. Una


tarde de la tercera luna, Menteo se colocó mejor su mejor manta; se
perfumó las tráqueas hasta que resultara insoportable su olor a bicho
amarrado; Cosechó las miles de flores que había sembrado en
invierno e hizo un arreglo gigante; fumigó el templo y pidió a
Erreópe que fuera porque él deseaba comprometerse y atarse para el
resto de la vida.

Sé que suena irrisorio todo esto. A mí también me causa mucha


gracia imaginarlo, pero, es la verdad. Las cosas se dieron así y si
moviera un ápice de tantos de cientos de detalles me causaría una
insoportable disconformidad saber que el relato está incompleto
desde una perspectiva justa y poética.

170
La Rebelión De Los Insectos

En fin, esa misma tarde el comité especializado dio la orden a


seguridad blatódea de ejecutar el plan anual de asignación de
labores. Todos los bichos en adolescencia debían participar de ella
puesto que era su obligación ciudadana. Ni siquiera Menteo era
ajeno a ello pues la ley establecía que todos estaban sujetos a tal
proceso tratándose de un deber con la patria y el pueblo Originario.
Esto es lo que llamamos supuesto bienestar, pues si bien, como en
ciertas escuelas de desarrollo, los resultados pueden ser muy
satisfactorios para la mayoría, siempre existirán individuos que
desde la propia perspectiva subjetiva no consideren como idóneo
circunscribirse a tales parámetros. Pero lo triste no es que existan
estos seres, lo trágico es que las sociedades les reprimen.

De este modo, Seguridad Blatódea repartió a sus efectivos en todo el


perímetro de Origen y realizó las evaluaciones correspondientes para
luego enviarlas a Determinación de Competencias (otro órgano),
para que finalmente los resultados sufran un final escrutinio cuyo fin
es desencadenar micro laudos por parte del comité especializado.

Tres alumnos no rindieron pruebas: Bofe, por tener una inflamación


genital que por muy poco y le lleva a la muerte; Quispe, que asistía a
los funerales de su madre, fallecida debido a que confundió las dosis
de herregesterona con las de pretógeno; y Menteo, que se la pasó
toda esa mañana realizando los preparativos de un rito. Los primeros
dos justificaron su falta. Menteo, por otra parte, sabía perfectamente
que le separarían de Erreópe puesto que apenas podía levantar unas
pocas rocas más que una hembra adolescente promedio, y poseía
también, las patas muy cortas.

Cuando el atardecer cayó con sus dos lunas, Menteo puso en un


reproductor de sonido una canción que podríamos comparar,
nosotros, hombres y brutos, con… por ejemplo, la Samba em
Preludio de Vinicio de Moraes. Solo por el efecto que suele causar,
aunque, es así como lo veo yo y quizá para otra persona la
comparación resulte absurda. Pero dudo mucho que alguien más

171
La Rebelión De Los Insectos

sepa cómo sonaba aquello a cabalidad.

Erreópe llegó de estudiar, y fue recibida con flores frescas por todas
partes. Su sorpresa la llevó a un nivel emotivo tan grande que las
lágrimas se bloquearon, y no lloró lo que no sabemos ni podremos
saber si sentía.

Debo aclarar que los templos blatódeos son laicos. Solo brindan un
espacio público para que se realicen las ceremonias que las personas
crean adecuadas para su vida espiritual. Hay tantos, que no es
necesario reservar o hacer una fila para realizar los ritos. Este
templo, por ejemplo, siempre estaba desierto pues se encontraba
cerca de una laguna de nitrógeno demasiado fría y cuyos vapores
brindaban una atmósfera azul que podía deprimir al más maniaco
insecto del sector. De ello constaba el símbolo. Las flores que
adornaban el piso, el atril, las aras, todo representaba lo que ellos
ambos eran juntos en un universo triste y vacío. O al menos, esa era
la creencia del bicharraco.

No contando con sacerdote ni testigo, se dispusieron a comenzar.


Serían, pues, testigos de la manifestación, el hielo que cubría las
tinajas de agua en el altar y los avechuchos que insistentemente
picoteaban la madera raída en busca de algún gusano.

La joven cucaracha le dijo a su querida: “Quiero ser tuyo y que tú


seas mía. No por el acuerdo que puede ser bien visto por otros
insectos, sino por el inconmensurable amor que nos tenemos y nos
ata sin necesidad de cadena alguna o de firma o de forma. Estoy
convencido de que esta es la única vida que tengo para demostrar
que puedo amar, y sin necesidad de saberlo siento que tú has sido
para mí desde que el tiempo existe y lo mismo siento del yo propio.
No creo que deba existir en el mundo inconveniente que evite
nuestra unión, y sin embargo, existe, pero aquí me entrego y no pido
nada a cambio, salvo que no permanezcas en silencio”.

172
La Rebelión De Los Insectos

La acotación última mereció un desprendimiento verbal irrefutable.


A fuerza de parecer negligente, las mandíbulas de Erreópe se
abrieron con exasperante lentitud.

Cuando le llegó a la pequeña hembra el turno de hablar, diez


gigantes de Seguridad Blatódea entraron por la puerta y tomándolo
de sus cortas patas le llevaron a Menteo al calabozo. No estaría ahí
por mucho tiempo.

Menteo es enviado a la tierra por orden de Nunques

El encuentro entre Menteo y Nunques fue concertado por Garol


breves horas antes de la liberación del segundo. No necesitaba de
ningún resguardo. Se sabía perfectamente que Menteo no intentaría
cometer los mismos errores que en su pasado. Aunque, en instancias
del trato tales como ésta, quedaba enteramente a juicio de valor el
concepto de error. De hecho, a Menteo le quedaba esto más claro
que cualquier otro concepto concebido durante sus últimos años de
celda. Y no necesitaba de la venganza, habían muerto muchos hilos
dentro de él. Cuando encontró a Nunques sentado en una banca de
pretophote, con una nerviosa sonrisilla y saludándole con un gesto,
comprendió que era tiempo de trabajar. No de devolver a la sociedad
algo que hubiera robado, siempre se consideró inocente de un delito
y sin embargo siempre culpable de la verdad. Nunques le dijo:

-Necesitamos que emplees tus conocimientos sobre la especie


humana para reencontrarnos con dos hermanos perdidos.

Menteo no necesitó pensarlo. Sabía que de ello dependería,


nuevamente, su libertad, así es que asintió a la petición con
calculado beneplácito.

Relatividad

El casi de malgache insecto con graciosas patas se acercó a Cándido

173
La Rebelión De Los Insectos

mientras este veía la televisión y le juzgó:

-Usted, simio, supongo que entiende de cuestiones universales tales


como la belleza, el placer, los vicios; las conductas apropiadas, las
creencias colectivas y la fe, ¿me equivoco?

-Déjame comer tranquilo, bicho, hoy definitivamente no estoy de


humor.

-Aquella dama…-Y señaló en dirección a la caja-… ¿te parece


bella?

-¡Pues claro! A una mujer así soy capaz de atravesarla a sablazos sin
necesidad de estar borracho.

Quedemos en que Cándido tenía la mala costumbre de embriagarse


y sostener intimidad con mujeres a las que definitivamente resultaba
imposible contemplar durante más de diez segundos sin quedar
ciego. Era su método para autoesquizofrenizarse y ser el hombre
más atractivo, y amar a las mujeres más bellas. Claro que después
las culpas eran insostenibles, y todo el día se achacaba por ello,
hasta que llegaba la noche y bebía, y olvidaba por completo las
culpas.

-Y ¿por qué es tan bella?


-No estoy seguro.
- ¿recuerdas ese arroz al curry que te traje la semana pasada y que te
causó, según tú, un “orgasmo”?
-¡Cómo olvidarlo!
-Te traeré el doble. Recuerda que esta semana 28 llamará a los
muchachos y haremos una incursión nocturna en el restaurante
hindú. Pero necesito que hagas algo. Enumérame las características
que te hacen encontrar tan bella a aquella mujer. ¡Oh, ya se quitó la
ropa!
-Bien. Déjame pensarlo un poco, pero, espera, espera, necesito un

174
La Rebelión De Los Insectos

trago.

Se sirvió un poco de ron para que se le suelte la lengua. Ingeridos


cuatro retomó el dialogo:

-Mira bicho. Yo te considero mi amigo ¿te das cuenta?, y no tengo


que andar mucho con rodeos porque sé que te aburres y te parezco
de esos tipos dilatadores que tienen que decir algo, e insisten en
decir cosas, pero que en el fondo, te imaginarás bicho, que en el
fondo no dicen nada, porque lo piensan mucho y cuando se les pide
que respondan a una pregunta, dan solo rodeos y justifican sus
acciones de la manera más estúpida, y, ya te dije ¿no?, y en el
fondo no dicen nada, pero es que, espérame, necesito un trago más,
pero, es que mira, eres mi amiguito bicho, o sea, yo sé que eres feo,
¡yo también bicho!, soy feo y estoy borracho (risas), no tengo que
ocultarte nada, si al final seguramente te vas a poner a usar tus
juegos mentales, y tus test para locos que, ya sé, ¡ya sé que son
efectivos!, ah, y ¿te dije que eras mi amigo!. Pues lo eres, eres mi
compadre bicho, y es muy cierto que eres feo. ¡Casi me meo
cuando te vi por primera vez! , nunca he visto una cucaracha tan
grande, y, lo único que pensaba era en aplastarte con la revista
porno que tenía en la mano y (risas), si lo hubiera hecho ¡de buen
problema me hubiera librado bicho!, aunque, en el fondo supongo
que no lo hice porque inconscientemente no quería arruinar mi
revista porno, era un ejemplar de colección, de esos que…
-¡Pero al grano simio! ¿Por qué te gusta a esa mujer?
-Ah, pues bueno. Mira bicho, esa mujer tiene unas tetas que no te las
puedes.
-¿Te refieres a las mamas?
- No, no, a las mamás no las metas en esto, las mamás, bicho…-dio
un buen sorbo-… ¡son sagradas!
-Bien.
- ¿Y por qué te atraen esas mujeres?
- Pues por lo que te dije.
-No, no, simio, esas son las características, pero ¿qué hace atractiva

175
La Rebelión De Los Insectos

a la característica?
- Pues, si la característica tuviera unas tetas así, ten por seguro de
que la dejo tomando antiinflamatorios.
-El canon ¿verdad?
-¿quién es ese huevón?
-Y el canon es una pre concepción de los receptores determinada por
convenciones sociales, las cuales, en el fondo, siempre surgen
gracias a los procesos históricos sociales.
-Al grano bicho, al grano que quiero ir al baño.
-El caso es que, tú entiendes que existe la percepción de belleza
individual y la masiva. Que una está determinada por factores
empíricos individuales, mientras que la otra, por los sociales, es
decir, los procesos históricos. Entiendes también que este patrón de
conducta, a saber, tu reacción ante este tipo de estímulos, se debe al
binomio producto de ambas creencias. Tal es el resultado de la
retroalimentación de posturas. La masiva determina a la individual,
y la individual a la masiva.
-Ah, ya veo ¿no te gustó que te dijera que eres mi hermano?
-Atiéndeme, quiero que entiendas que la subjetividad juega un rol
fundamental en la construcción de la imagen, no puedes juzgar
como bello de manera objetiva porque, como ya te dije, esto viene
determinado por procesos. La pregunta que quisieran todos los
simios responderse es ¿de qué otra manera puede ser esto o ello
bello? Y la respuesta es simple, la belleza es relativa, cualquier cosa
puede ser bella dependiendo de cómo se le mire, y si no fuera así no
existirían vénuses líticas ni música como la de Schonberg. Un punto
se mueve en relación a otro estático, pero puede decirse que no es el
punto el que se mueve si no todo aquello que lo rodea, pues ¿quién
ve desde afuera? La verdad se manifiesta en este caso gracias a
variables físicas. Por otro lado, entonces, decimos que esta mujer es
bella, porque las otras no lo son, hay una distinción, pero si algún
otro simio no la considera bella, podría considerar también que las
otras lo son, y estaría apartada por ello, pero es más complejo pues
influyen en tal juicio subjetivo las variables sociales y la percepción
generada gracias a la experiencia. ¿Ves lo que quiero decir macaco?

176
La Rebelión De Los Insectos

-Definitivamente…¡no!
-Que la belleza es relativa, siempre estará condicionada a los
factores sociales, a los procesos históricos, pero, primordialmente, a
la experiencia del individuo, es decir, a la subjetividad.

El problema de tu entorno consiste en que existe una pugna


inconsciente de las masas por establecer cánones generalizados de
estética y que sobre la base de ellos se pretenda hacer girar al mundo
y en ello a ciertos hábitos (como el del consumo). Pero son las
masas en este caso solo gasolina. La combustión se está dando
gracias a los chispazos que los medios de comunicación emiten
sobre ella. Es así como las creencias colectivas sobre lo bello son,
también inconscientemente, relacionadas con lo bueno. Pero
supongo que ya estás cansado ¿verdad Cándido?, y si quisiera
explicarte la relatividad de lo bueno, pues, te quedarías dormido,
aunque…

Cándido ya estaba dormido. Arguño probó entonces por pura


curiosidad, un sorbo del trago en la mesa:

-Podríamos hablar por esto de la belleza en la fealdad, y la fealdad


en la belleza. Ésta mujer, no es por nada, pero me produce un asco
que no puedo describir en blatódeo. ¿Te das cuenta?, y si vieras tú a
Cinasque, ¡que hembra esa!, es, como muchas hembras en Origen,
todo un monumento. Mide apenas 7 centímetros pero que patas más
bellas tiene. Es una lástima que la ley nunqueana de asignación me
haya prohibido terminantemente mantener mi apéndice inferior a
menos de 200 cabezas de su sistema reproductivo, pero, como te
digo, son detalles (risas), pues bien, prefiero el jabón sinceramente,
me mantiene más despierto. Buenas noches.

Y el bicho también se quedó dormido junto a su objeto de estudio.

Los géneros blatódeos.

177
La Rebelión De Los Insectos

La genética de los seres originarios es singular. Poseen cuatro sexos.


Supondremos entonces que existe un tetramorfismo sexual que
Permite distinguir los géneros. Tal condición no es particular de los
originarios. Existen especies con un número irrisorio de sexos
también en otros lugares del universo, y si le preguntaran a Arguño
cuál es la probabilidad de que existan mundos con especies de cien
sexos él respondería que es perfectamente posible. Cualquier cosa es
perfectamente posible, y, decirle a uno de estos insectos que el
universo, si bien se expande, es finito, les haría ver a quién elabora
la pregunta como una persona de visión limitada y poca capacidad
creativa.

No sería prudente que nos aventuremos a decir que, como en todas


las especies del universo, los dos sexos básicos son el macho y la
hembra. Tomaremos el concepto de sexos complementarios para
definir esta singular creación de la naturaleza. El criterio que
emplearemos para efectos de la comprensión promedio es el de
sexos primarios y sexos secundarios. Los dos primeros podríamos
decir que son macho y hembra, aunque no va a quedarnos del todo
claro si estos son macho y hembra o lo son, de lo contrario, los sexos
secundarios complementarios. Sin embargo debido a la gran
cantidad de machos y hembras, es decir, a lo común que resulta
encontrarlos y cuyo dimorfismo resulta menos notorio y sin
embargo latente, nos quedaremos con que los dos sexos primarios
son macho y hembra. Por otro lado los sexos secundarios
complementarios tienen una cantidad menor de población pero no
por ello son menos importantes en el proceso reproductivo y
productivo. Estos otros dos son los zánganos competentes
asignados y los úteros.

Los competentes asignados son aquellos machos que por derecho de


asignación son sexuados mediante un procedimiento bastante
complicado y que describir podría herir susceptibilidades, el cual los
transforma en zánganos reproductores, un tercer sexo. Se les adapta

178
La Rebelión De Los Insectos

de modo que pueden fecundar a los úteros evitándose el engorroso


trámite del cortejo, el uso de escaleras y/o en los peores casos, una
muerte súbita en el intento de alcanzar el oviscapto. Por otro lado,
los úteros, son hembras también transformadas en gigantescos
vientres de carey con un oviscapto de gran proporción en donde,
previa fecundación, engendran a las camadas de era que suelen
marcar períodos determinados de concepciones políticas, religiosas,
sociales, entre otras ciencias aplicadas a la estructura legal de la
comunidad originaria. Como podrá deducirse, los dos sexos
secundarios complementarios son una cantidad bastante menor en
relación con los primarios a nivel demográfico.

Debe saberse que los machos y las hembras tienen prohibido


reproducirse porque las leyes desde las primeras eras lo estipulan
así. El sistema aplicado de la ley Nunqueana para la asignación
blatódea es una clara muestra de idea justificadora. Menteo,
digamos, no podía reproducirse porque era solo macho, y solo
porque no ingresó en el 33.3 periódico puro porciento que lo haría
asignable, gracias a las competencias, a ser admitido en la élite de
los zánganos.

Nota: La diferencia en los poderes sexuales entre los primarios y


secundarios es que solo los sexos primarios poseen la característica
del dimorfismo del poder sexual. En otras palabras, las hembras
tienen un control sexual sobre los machos, mientras que los machos,
uno emocional sobre las hembras. Y es así como en la cadenas
productivas, específicamente en sus dos líneas de desarrollo: de
producción (en su mayoría, hembras) y creación (en su mayoría,
machos) existe una retroalimentación de inspiraciones, es decir, los
machos inspiran a las hembras valiéndose de la fragilidad emotiva
de éstas, y las hembras inspiran a los machos a sabiendas del
descontrol hormonal que les desvirtúa. Cada uno en su lugar,
obedece a lo que la ley Nunqueana metaforizó como balanza de
poderes genéricos. Sin embargo, se sabe que el debate generado
desde los discursos de Menteo ha puesto en entredicho tales

179
La Rebelión De Los Insectos

calificaciones pues el dogma sobre el que se construye la regulación


actual de Origen no es aplicable a la singularidad de todas y cada
una de las leyes puesto que como unidades defienden intereses
distintos, en contextos diversos, y con sujetos con, a veces menor y a
veces absoluta, discrepancia en la expresión de las perspectivas.

Esto de reproducirse o no es bastante relativo. Los competentes


asignados no andan por ahí fornicando con cuanto útero se le
aparezca. Para empezar, existe un útero por era, usualmente, aunque
dos a lo mucho y en contadas excepciones tal como es el caso de las
primeras dos camadas blátidas de donde provienen, por ejemplo,
Garol, Menteo y Nunques. Cuando existe un cambio en el poder
central se habla de una renovación, y es aquí cuando el útero es
inmediatamente fecundado por todos los zánganos asignados. En
conclusión, la reproducción es siempre contextual y obedece,
mayoritariamente, a decisiones tomadas por los poderes o a las
enmiendas legales del central, el arcontado, o algún otro órgano
regulador de la vida social.

Pero no podemos hablar de esto si no respondemos a ciertas


inquietudes.

Efectivamente, un macho puede reproducirse con una hembra, y


podría reproducirse con un útero si no muriera en el intento de
alcanzar el oviscapto con su apéndice inferior. Efectivamente, una
hembra puede reproducirse, pero los pocos experimentos que ha
realizado la comunidad científica de origen respecto al tema han
resultado trágicos fracasos. Me limito a no mencionar lo que ocurrió
por respeto a las desafortunadas hembras que participaron en tales
recopilaciones de datos. Es verdad, entre macho y hembra es posible
la reproducción, pero la ley nunqueana ha escondido en los sótanos
de la biblioteca originaria el secreto de su prohibición; experimentos
no se han realizado desde la partida del segundo útero, y datos
competentes para proposiciones modernas y sujetas a comprobación
no se tienen debido a que, o fueron destruidos, o fueron olvidados.

180
La Rebelión De Los Insectos

Efectivamente, los úteros, o matriarcas, son gigantes, pero en el


proceso de sexado pierden gran cantidad de volumen neuronal, es
decir, su cerebro se encoje hasta que se convierte en un conjunto de
neuronas que solo controla la función respiratoria o el silbido que
sirve para pedir más alimento durante la gestación. Supondremos
entonces que resulta imposible que tenga algún tipo de participación
en la vida política o en la toma de decisiones de los poderes pues,
apenas puede articular ideas a medias. Efectivamente, solo estoy
describiendo lo que ocurre en Origen, no pretendo que las matriarcas
queden de algún modo mal ante el lector, o que parezcan tontas, no
lo son, solo cumplen determinadas funciones del mismo modo en el
que, por ejemplo, Garol trabaja en las bibliotecas originarias o
Torme se encarga de dirigir expediciones de investigación a planetas
como la tierra en donde habitan los primates. Efectivamente, debido
a la calidad grotescamente proporcionada, es decir, mediocre, de los
zánganos, no tienen ningún tipo de participación en la toma de
decisiones de los poderes blatódeos. En resumen, los sexos
primarios son productores, y los secundarios, reproductores.
Nunques, es, efectivamente, productor; Arguño, productor; Figayo,
productor. Todos ellos.

Tiene cada uno de estos géneros su propia carga hormonal. Las


hembras producen pretógeno; los machos herregesterón; los
zánganos (competentes asignados), fluido espasmódico; y los úteros
photogesterona.

¿Pueden reproducirse los zánganos con los machos o las hembras


con los úteros? Pueden, pero la genética cambia. Los críos suelen
tener endoesqueleto, cuatro extremidades, y pelaje sobre la víscera
que recubre su estructura somática. Es así como surgen muchas
especies de mamíferos repartidas por el cosmos.

¿Y Erreópe? No podemos estar seguros. Se le consideró en algún


momento apta para participar del concurso de determinación de
competencias que las parteras (productoras), que se encargaban de

181
La Rebelión De Los Insectos

velar por el bienestar de los úteros habían realizado, pero Menteo


nunca hizo comentarios al respecto. Ni siquiera a su hermano Garol.

La lucha diaria de los primates.

La fábula de los hombres de colores, obra de Menteo, tiene un


colofón demasiado complaciente para efectos de la historia. La
historia es pasión y no vicio. Es el arte de no cometer las mismas
estupideces de nuestros antepasados. Dilucidar, de entre todos los
procesos posibles que podían representar, a modo de metáfora, las
crónicas de la coloredad, resulta esfuerzo denodado pues las
conclusiones del autor fueron relativamente vagas, no desde el
aspecto descriptivo, sino más bien, de fondo. Quizá el uso literario
limitó las posibilidades de acertar en ciertos puntos de vista
conclusivos. Es por ello que esta última parte no fue publicada, sin
embargo, llegó un panfleto a todos los integrantes de la comunidad
científica de Origen.

Arguño, integrante de esta comunidad y considerado uno de los más


notables exploradores, decidió llevar las conclusiones de Menteo a
otro plano. Si bien se asía de las bondades de la licencia poética,
entendía bien que llevar los principales puntos, en pos de que
pudieran ser desarrollados para efectos prácticos, le brindaba gran
ventaja de hecho por sobre el otro desenlace, que, para la
comunidad originaria podría resultar, de uno u otro modo,
demasiado subjetivo e insatisfactorio. Tituló tales definiciones
como “La lucha diaria de los primates”:

“Trajeron consigo la peste de la ignorancia, que, rápidamente se


expandió entre los hombres de colores, y limitó sus visiones del
mundo, produciéndoles la enfermedad del exclusivismo. Es el
exclusivismo principal predecesor de lo que después se conoció
como la bifurcación del camino de los hombres de colores, es decir,

182
La Rebelión De Los Insectos

su conversión o en hombres negros o en hombres blancos.

Nota del autor: Es cómico y trágico darnos cuenta de que si mi


sujeto de estudio, por ejemplo, Cándido, leyera esto, inmediatamente
asignaría valor y equipo (los buenos y los malos, los bellos y los
feos), a lo negro y lo blanco, precisamente porque la coloredad está
extinta de su juicio gracias la involución que ha sufrido luego de la
invasión de los significados dogmáticos.

Luego de que la coloredad de la que nos habla Menteo absorbiera a


los hombres negros y blancos y, con ellos, al cáncer de la
significación incuestionable, surge un cuadro de división de la lucha
contra la ignorancia, peste del invasor.

Es así como los hombres de colores, antes de perder su coloración,


son encerrados en celdas en las cuales se les colocan aparatos de
comunicación donde reciben mensajes cuya función es obligarles a
escoger bando, a dividir.

La lucha diaria de los primates consiste en dos grandes batallas que


se libran desde su celda. La primera es la búsqueda de obtención de
educación desde el poder; la segunda, desde el individuo.

La primera, es la lucha que, bien conocemos, se da a diario en todas


las sociedades donde se emplea una parte ínfima de los recursos para
promover y brindar la educación desde el poder central, y en este ir
de las fuerzas, surge por iniciativa pública la necesidad de exigir al
ente organizador que emplee tales recursos en pro del bienestar
educativo de la sociedad. Pero todos los estudiosos del trabajo de
Menteo comprenden claramente que los hombres están sujetos a una
fuerza muy superior a la del aparato central que organiza a las
naciones. No servirá de nada luchar contra un gobierno enfermo, si
no se empieza a sanar el problema de la idiosincrasia del pueblo
desde su raíz. Y ésta raíz es la segunda y principal gran batalla que
libran los hombres a diario. La del individuo.

183
La Rebelión De Los Insectos

Los individuos poseen el don del discernimiento. Sin embargo, tal


cualidad se convirtió en una débil virtud susceptible de ser afectada
por la doctrina de los hombres negros y blancos. Durante tantísimo
tiempo fue un sencillo ejercicio para la coloredad determinar qué
convenía al colectivo y que no. La primera lucha, entonces, era
desconocida por los hombres de colores, e incluso proponerle como
factor de rol social implicaba una ofensa gravísima a las creencias
de la coloredad. Exigir a un poder que poseían todos resultaría
redundante pues no puedes explotar a un conjunto ya explotado.
Tales vicios son propios de la colectividad moderna.

Sin embargo, la primera lucha se libraba a diario. Todos los hombres


de colores pugnaban por saber más de la realidad que vivían. Se
estudiaban mutuamente, se medían, y era gracias a esta necesidad de
conocer las verdades antropológicas de la coloredad que se formaron
lazos de confianza sobre las bases del amor y el respeto hacia al otro
entendiendo que el color no era más que una característica distintiva
muy inferior al milagro de la condición humana. La diversidad era
una sonrisa, la humanidad, una fiesta.

Resultaba problema de menor rango no tener acceso a los textos de


estudio. Compartían un mismo libro entre cien mil hombres y lo
leían en voz alta. Si alguien poseía mayor información, sin que nadie
le obligue y por propia iniciativa, la compartía con sus congéneres
porque se sabía bellamente que cuando se enriquece a los demás,
crecen las oportunidades de crecer para uno mismo. En ello radicaba
la batalla del individuo. En la fe en el otro.

Es por ello que los hombres de colores eran tan educados y tan
generosos.

Eran generosos también con los animales, porque comprendían su


naturaleza, y les cuidaban. No por esto tendría que asumirse que no
se los comían, comían animales, es muy cierto, pero les criaban

184
La Rebelión De Los Insectos

premeditadamente con este fin. Les otorgaban el privilegio de


extenderse genéticamente y les daban una vida sana, agradable, llena
de colores. Inventaron, pues, estos hombres, un método efectivo
para comunicarse a un nivel lingüístico con ellos, convirtiendo en
signos consabidos y en el consenso, ciertas actitudes. Podían, de
alguna forma, preguntarles a la mayoría de las bestias si estas
deseaban ofrendar su cuerpo para la alimentación de sus “padres”.
Aunque parezca extraño, una gran mayoría asentía. No sabría
explicar porqué. Quizá porque la felicidad que se les había brindado
durante su vida solo podía ser recompensada de esa manera. Lo
sorprendente es que aceptaban a sabiendas de que poseían el derecho
a la negación. Debo decir que la carne era sumamente cara y que la
mayoría de proteínas que componían su dieta provenían de los
huevos, la soja, ciertos tipos de trigo, la leche vacuna, y algunas
especies fungi. Y con las plantas era igual. El problema legal es que
no se les puede preguntar si desean ser comidas, pero, vamos…
¡tampoco iban a vivir de aire! Era tal la educación de estos hombres
que incluso respetaban a las plantas que ellos mismos criaron. Y su
mundo se sostenía de esta manera. No nacían, como nacen hoy los
niños, con cierto instinto agresivo, destructivo y egoísta.

Era el ego de los hombres de colores saludable. Del mismo modo en


que lo es tomar una copa de vino en ocasiones, o comer cerdo de vez
en cuando. Un ego balanceado. Por ello poseer mayores
conocimientos no les inflaba el pecho ni les hacía actuar con la
arrogancia de algunos primates intelectualoides que pululan en los
centros de formación humanos modernos como moscas en las heces.
Comprendían bien que tanto a más riqueza física como intelectual,
mayor debía ser la humildad que expresaran a niveles externos. Y,
como ya aseguré, cuando entregamos dichas riquezas a los demás, es
decir, cuando enriquecemos a la colectividad con frutos de la propia
cosecha, en el fondo, nos enriquecemos nosotros mismos. Y sin
embargo, no se convirtió en un dogma esto durante la coloredad,
pues los hombres de colores consideraban al dogma pecaminoso y
antinatural, una perversión de la fe. Pero fueron ingenuos quizá,

185
La Rebelión De Los Insectos

porque de haber establecido un dogma, habrían colocado en


entredicho la protodoctrina de los hombres negros y blancos, abrazar
a ídolos y mesías para suplantar los vacíos que entre los seres de un
universo en paz podrían haberse saldado perfectamente.

Debe quedar claro. Debe quedar más que claro. El principal afán de
estos hombres era el de aprender, y el de aplicar lo aprendido.
Porque a esto, ellos lo sabían, han llegado todos los seres al mundo,
para aprender, para amar, porque cuando se aprende de todo, entre
otras cosas, se aprende a amar. No valdría la pena vivir si no
cometiéramos la locura de amar. No valdría la pena vivir esta vida si
no es para aprender algo. Es probable que la coloredad en extinción
representara tal creencia en el drama. Se decía que los hombres han
venido al mundo para despertar, que no era otra cosa que un sueño.
Pero lo real no puede ser soñado, así que descartaremos tal
exageración por la de que los hombres llegan a la vida para aprender
y para amar. Y de nada les sirve venir a esta vida y a este mundo de
hombres si no es para hacerlo un mundo mejor, y a hacerlos mejores
hombres. Hombres del crisol. Coloridos seres para los que en
aprender y amar radica el fin de la ética.

Fue que los hombres negros y blancos convirtieron a la virtud del


deseo de aprender en un pecado disfrazándola de monstruo. Y
produciendo sus ilustraciones de modo que quienes defendían la
idea de la educación resultaran ridiculizados. Los originarios nos
damos cuenta de que no es así, y sin embargo, los simios no nos
escuchan. ¡Incapaces! ¡Diletantes!

Es el miedo a la verdad lo que en realidad les envilece, no el hecho


de no tener posibilidades de conocerla (porque las tienen), si no el
hecho de no querer buscarlas, de no querer levantar un dedo para
alcanzar la información auténtica; No les hace idiotas a los primates
pobres ser pobres. Les hace idiotas no considerar esta condición
como un óbice más de entre tantos en el camino, en apariencia
interminable, hacia el crecimiento, es que, siempre parece haberse

186
La Rebelión De Los Insectos

dado un solo paso ¡he aquí el milagro!; no les hace a los simios, ser
ignorantes, culpables de algo. Les hace culpables evitar conocer, es
el temor…; claramente no imprime sobre ellos la estupidez su sello,
por motivo de que ocurran negligencias a diario y violen, el derecho
que les corresponde, los abyectos. Les hace estúpidos guardar
silencio; Definitivamente no les hace animales el hecho de que
existan medios de comunicación que les digan mentiras colosales y
se les manipule a diario. Les hace animales el hecho de que se
traguen aquellas mentiras como si se tratase del calostro; que se
dejen manipular a diario con la misma condescendencia con la que
una ramera bien pagada abre las piernas, aunque, en vez de recibir
recompensa alguna, vean ultrajados su más valioso tesoro; No les
hace bestias disfrutar del sexo (¡En lo absoluto!). Les hace bestias
aprovecharse de él para el chantaje subliminal; No son en el fondo
ingenuos los hombres por tener bienes materiales, son ingenuos por
no darse cuenta de que el peso que tienen los bienes por sobre la
riqueza de las diversas individualidades, es el de una flor… bella y
luminosa manifestación de beldad que el peso de las horas marchita
indiferente hasta ejecutarle sin atisbo de misericordia, para siempre,
sin que exista remota posibilidad alguna de renacer. Tal como el
canon en la historia…; No son los hombres imbéciles por tener las
tecnologías (aunque limitadas) que poseen. Son imbéciles por no
saber aprovecharlas en beneficio de la generalidad… Pues Bueno,
supongo que a esto se refería Menteo. Es solo una interpretación.
Son los hombres responsables de sí mismos como individuos, la
primera exigencia empieza con uno, después podrán concentrarse en
el funcionamiento correcto de los aparatos de poder.

Me pregunto yo en donde está la cuestión. Y me respondo. La


segunda lucha no se está librando, a pesar de vivir en una era en
donde la información es menos difícil de conseguir y en donde, por
lo visto, parece la única solución. Los hombres han olvidado que el
único que les defiende de los monstruos es uno mismo. No saben
que si se desea beber agua a diario, la menos contaminada será
aquella que consiga uno por cuenta propia. Ellos mismos deben

187
La Rebelión De Los Insectos

llenarse de coraje e internarse en el arenal a buscar un lago lo


bastante profundo como para hallar la prístina revelación del color.

“¡Esta es la verdadera riqueza!” decían ellos. El afán por la


educación. Y es cierto. No es como, posterior a la extinta coloredad,
se decían los hombres “nuestra riqueza son los bienes que nos da la
naturaleza y que fabricamos nosotros”. La verdadera riqueza de los
hombres no es tangible. Por ello me he reído cuando le pregunté al
sujeto que estoy estudiando sobre cuál considera él la principal
riqueza de su país y de su nación, dándome una larga lista de
tangibles.

“¡Cuánta ignorancia!” dirían los hombres de colores si escucharan a


Cándido, pero, ya nadie oye sus voces.

Si la verdadera riqueza de los hombres fueran sus recursos


naturales, sus materias producidas, sus títulos honorarios, o su
status, hace tantísimo tiempo serían felices y estarían de uno u otro
modo satisfechos con lo que tienen. Pero no lo son. Porque tal bien,
a expensas de ser inalcanzable, ha fracturado su noción de
perfección imponiendo en el juicio de los negros y blancos la idea
fija de una efímera felicidad bella y buena. Lo que ellos suponen que
es riqueza es ilusorio, de la misma manera en que los conceptos de
poder, belleza y bondad, que poseen, lo son.

Anhelan proyectar la felicidad: maquillan su falta de riqueza interna


con una gigantesca y plástica máscara sonriente, pero tras esa
máscara se esconde un rostro acongojado y un susurro sollozante, el
quejido de un cachorro hambriento. Tras la máscara del gigante
sonriente hay un niño triste que necesita un fuerte abrazo. Y es así
con los hombres que ostentan la ilusión de poder; y es así con las
mujeres contextualmente bellas; y es así con aquellos que a los ocho
vientos proclaman su bondad y abren la palma ensangrentada
cuando las cámaras les abordan a sabiendas de que el estigma no es
más que pintura vegetal. Esto pasa porque, en el fondo, en lo más

188
La Rebelión De Los Insectos

recóndito de su naturaleza humana, saben que las ilusiones son


transitorias y que cuya trascendencia solo depende de que se
engendre un acorde compuesto tanto del punto de vista colectivo
como del individual. Ello les hace proclives al olvido. La debilidad
de sus atributos y la falta de virtud en el empleo de ellos, siendo
éstos compensados inútilmente con la producción de una ilusión
transitoria del valor.

Deben los hombres luchar por obtener la verdadera riqueza. La


primera lucha no les servirá de nada si no comienzan por la segunda.
Deben los hombres despertar del letargo que causa la ignorancia y
apersonarse a la más épica de las batallas: la que se libra contra la
falta de conocimiento. Porque es la única forma en la que se
comprobará que no somos libres porque las leyes lo dicen, ni somos
libres por el hecho de ser dueños de nuestros cuerpos y de los
lugares a donde decidimos desplazarlos. Somos libres cuando
aprendemos, y nos acercamos a la realidad; somos libres cuando
amamos, paradójicamente, porque no escogemos amar. Somos libres
cuando peleamos por comprender la perspectiva de otros hombres.
La empatía es un poder muy superior al de cualquier arma. La
comprensibilidad es el poder de ser libre entre otros animales.

Esta es la verdadera batalla de la humanidad actual. La que se libra


día a día contra la ignorancia, desde el individuo. Porque cuando
uno cambia, todo, como por añadidura, cambia. Esperar a que
quienes ostentan la ilusión del poder den educación a los hombres
es perder el tiempo en una apuesta infinita contra un demonio que
paga en una ruleta cuyo único número es cual él grabó con la
propia sangre. Debe apostarse el cuerpo, la mente, y el espíritu en la
lucha diaria contra la cruel ignorancia; debe usarse cada gota de
sudor para forzarle a claudicar; debe mostrarse el hombre
temerariamente rebelde ante los arquetipos que los hombres sin
color usan para ridiculizar a la segunda lucha; debe emplear el
hombre toda su voluntad en el aprender. Cuando el hombre
aprenda, será sabio, y aquél día será verdaderamente poderoso. De

189
La Rebelión De Los Insectos

expandir su mente a otros campos depende su supervivencia en este


universo.

Y en otros…

Microexhumación

El camino empedrado, bellamente adornado con brotes de caña y


tomate, conducía a la llanura donde, tras la arboleda, escondía un
cobertizo de bambú las herramientas que emplearían Arguño y
Cándido para terminar con el horror del simio. “¡Me he visto
muerto!” exclamaba la retorcida figurilla gris haciendo ademanes
como los de quien desea estrangular al interlocutor. El bicho reía,
decía: “¡Pues no! La principal característica de quien ha muerto es
que no puede verse”, entonces el soldadillo replicaba: “Pues ver tu
propia tumba con tus propios ojos no es verse vivo hasta donde sé.
Insecto, es seguro que con lo que me diste de beber me has matado,
¡bicho me has matado y ahora habitamos el limbo de las bestias!”.

Arguño, estaba encantado con la reacción de espanto del sujeto de


estudio, era para él, tal como lo es para alguna persona, fascinante
espectáculo ver a un perro persiguiéndose la cola. Con pasmosa
calma replicó a los quejidos. “No estás muerto. Acá no estás usando
tus ojos; no te has visto muerto, acá no existe la muerte salvo como
un símbolo” Y el simio calló.

Cándido observó extrañado la lampa (pala, si se prefiere) que


Arguño intentaba sacar con evidente esfuerzo de un cofre gigante
hecho de esteras.

-¡Ayúdame!
-¡No! ¿Para qué es eso?, ¿intentarás atacarme ahora insecto? ¿Acaso
no te bastó con haberme matado? No, no te bastó con darme muerte,
¿verdad bicharraco? ¡Ahora quieres rematarme en el cielo de las
rarezas para que yo olvide tu nombre al momento de presentarme

190
La Rebelión De Los Insectos

ante el supremo!

La superstición de Cándido, aquél juicio mágico religioso, siempre


desconcertaba al investigador, le descolocaba y lo ponía, a veces,
furioso e irritable.

Afortunadamente, el bicho sabía contar hasta veinte.

-Relájate un poco, primate. En primer lugar, ya te lo dije, no estás


muerto; en segundo lugar, jamás intentaría matarte, sería un atentado
contra mí mismo…

(NDA: Muy posiblemente Arguño decía esto porque afectaría


dramáticamente la propia investigación el hecho de que el cobayo
pereciera. Aunque, también, podríamos responsabilizar a cierta
motivación ética, o de consciencia. Después de todo, las ganas de
estrangularle no se mostraban escasas.)

…; Por último, no existe tal cielo del que hablas, del mismo modo
que no tendrás que presentarte ante un supremo por ahora, para eso
habrá tiempo en alguna realidad paralela, no ésta bicho, no te aflijas.
Para ir libres por la vida es necesario matar a todos los edenes,
ídolos, y profetas habidos, y por haber. Incluso al Dios de todos,
para crear así, uno propio. Un Dios de la consciencia que regule
desde el individuo todos los actos de la sociedad.

Cándido, como los niños luego de calmado el berrinche, dejó


pintado en su rostro un gesto de disconformidad que sin embargo no
restaba mérito en lo absoluto al alivio. Aunque persistía el miedo y
la duda en sus zapatos. El insecto le sonreía, porque ahora podía
sonreír tal como cualquier hombre lo haría al ver satisfecha la
necesidad de aplacar el llanto del niño.

-¡Ayúdame!- volvió a pedir el insecto.

191
La Rebelión De Los Insectos

Y ayuda le dio Cándido.

Durante aproximadamente 15 minutos intentaron sacar la lampa del


contenedor, hasta que encontraron lo único que les hacía falta para
culminar dicho cometido satisfactoriamente. Una polea. Y halaron
con vehemencia hasta que el artefacto por fin se encontró, pesado,
denso y silencioso, en sus manos (y patas). Arrastraron tal
herramienta por el sendero en dirección al sepulcro donde yacía el
cuerpo de Cándido y procedieron, entre los dos y por orden del
bicho, a la exhumación del cuerpo.

-¡He soñado con este momento bicho! ¡Desenterrarme a mí


mismo! Apuesto a que los recién internos en las cárceles piensan lo
mismo cuando están a punto de hacerles pagar su morosidad con
métodos dolorosos y poco ortodoxos. Ah, bicho… esto es digno de
contarse.

-Guarda tu aire para cuando tengamos que sacar el cadáver.- Dijo


Arguño.

Entonces, sujetando ambos la lampa, comenzaron la complicada


operación sobre la tierra.

Después de dos tres lunas, extrajeron del subsuelo una urna pequeña
con un cobertor de franela. El ingenio de Arguño era puesto a
prueba por la puertecilla sellada. Se dijo: “No hay tiempo para el
romance” y reventó la urna con una piedra de proporciones
considerables. A estas alturas del partido era evidente la
desesperación del bicho. Cruel fue la desilusión de ambos al ver que
corpse no había en su interior, pero sí hallaron algo. Eran fotografías
de cándido cuando era niño. En la primera se encontraba
sosteniendo un pincel y tenía manchada la cara con pintura. Con una
sonrisa como la que mostraba, fácilmente podría derretirse un
iceberg; en la otra se le veía sostener un libro y atender concentrado
al sucinto texto que acompañaba una ilustración en blanco y negro.

192
La Rebelión De Los Insectos

La boca abierta y los ojos muy concentrados.

-¿Qué es esto?- se preguntó el opaco cuerpecillo- ¿Qué hacen estas


fotos acá?

- Debemos luchar. ¡Debemos liberarte de las cárceles de la mente


para que vuelvas a la vida, cadáver!

Las aves dormían sobre un sauce que se abrazaba al viento en la


rivera del extenso río que las laderas del valle recorría. Un cuerpo
de macilenta tez, vivo en apariencia, volteábase en dirección a un
gigantesco insecto con rostro humano y le hablaba de sí con sus dos
tristes estrellas a punto de explotar.

Menteo en la tierra.

Menteo caminó en dirección al termostato. Tomó una muestra de


mercurio, la analizó, la midió, la colocó en un pequeño frasco y
posteriormente se sentó en sus rodillas. Habían transcurrido largas y
nerviosas horas desde que salió de Origen con destino a la tierra de
los hombres blancos y negros.

Compartiendo una barra pequeña de jabón, seguramente hurtado del


baño de algún hotel, Figayo y Torme, esperaban en una ranura
producto de la erosión a dos pies de la cuneta de una calle cualquiera
mientras intercambiaban impresiones respecto a la tonalidad
paradójica de los haces del alba. Encendieron un sensor que les
permitiría rastrear a Menteo al momento de entrar en contacto con la
atmósfera, y siguieron comiendo. Figayo estaba tranquilo.
Predispuesto al trabajo, aunque, con antelación se había hecho la
idea de que Menteo no le pondría muy buena cara después del
informe respecto a los discursos en detrimento de la ley nunqueana,
sin embargo, sabía que la condición legal del recién liberado no le
permitía acercarse demasiado a otro blatódeo, ni alzar la voz, ni ver
con los ojos propios. Por otra parte, Torme sí mostraba

193
La Rebelión De Los Insectos

preocupación, pero no precisamente por el insecto guía, sino por


Arguño, que portaba ya buen tiempo la insignia del no habido.
Intentaron reavivar el rastreador del bicho enviando señales
eléctricas, pero fue imposible. El insecto era inubicable y ello le
descorazonaba cual pérdida irreparable de la prole. Era su más
querido pupilo, su iluminado, su continuación.

El guía no tenía actitud determinada alguna. Sabía que Figayo y


Torme estarían esperándole. Pero, en estas circunstancias, era
bastante seguro que hubiera olvidado el informe pues la naturaleza
de las cucarachas originarias no es como la de los hombres. No
tienden a retener los odios; no suelen guardar rencor y mucho menos
poseen la infantil costumbre de dejarse llevar con alevosía por las
bajas pasiones, las destructivas, las conducentes a la venganza y la
traición calculada. Pero cuando tienen la razón, definitivamente la
tienen, y eso puede molestarles. No porque les obnubile el deseo de
poseerla, pues su orgullo es inmune a la enfermedad, sino, más bien,
porque contrastan lo que sienten con la razón. Lo gracioso es que
Nunques sabía que no poseía el 100% de la razón y que la balanza
se inclinaba con elegancia en favor de las propuestas de Menteo,
sin embargo, el poder pesaba de por sí y es por esto que los
acontecimientos se dieron tal como el relato lo describe.

Luego de tantas noches de incertidumbre, la nave ingresó al círculo


terrestre y recibió un breve mensaje de Torme: “Adjuntamos
coordenadas. Bienvenido”.

Algo ocurrió en los controles que causó una avería de menor


gravedad en el sensor atmosférico. No pudo controlarse el cambio
de temperatura y la cubierta de la nave entró a estado líquido.
Menteo se quemó sus cuatro patitas más largas, así que decidió
suspenderse. Ahora sí, definitivamente llegaría cansado.

El choque fue estruendoso. Se oyó en toda la ciudad, la agresividad


del sonido barrió con los tímpanos desde Chorrillos hasta Comas.

194
La Rebelión De Los Insectos

Pero nadie prestó demasiada atención porque los hombres suelen


estar demasiado ocupados como para atender a lo importante.
Figayo recogió el cuerpo inconsciente de Menteo y lo ingresó en una
cámara de respiración que había traído consigo en su nave. Luego de
dos días establecieron comunicación con el ya recuperado insecto.
Entonces el encargado de monitoreo se acercó a Menteo con sigilo,
mientras despertaba, susurróle:

-Esperábamos que llegaras bien. Lamentamos el accidente.

Menteo, orondo, respondió:

-No tienen de qué preocuparse. Me encuentro bien. Ahora,


encontremos a ese bicho y terminemos con esto.

Con relativo conformismo, y mayor congoja, una cucaracha


enmascarada intentaba contemplar la oscuridad blanca y negra en la
que se veía sumida, aunque nada de lo que ocasionara una careta con
bisagras podría remotamente compararse con la falta de color que
encontraba dentro de sí. Una ráfaga de polvo atravesaba el desierto
sobre el cual un arbusto acunaba el tallo que endeblemente sostenía
la fragilidad de la única flor en kilómetros de pesada y densa orbe
prohibida.

La Liberación según Arguño.

Con su más plañidero semblante Cándido contemplaba, absorto,


arbustos sobre los cuales crecían las buenas tardes. Como para
rescatarle de la catatonia, el gigantesco insecto arrancó las mirabilis
con impermeable falta de vergüenza y armó con ellas un ramo que
posteriormente fue acogiendo la singular benevolencia de las
coronas fúnebres. Colocar tan bella joya sobre los grises cabellos del
sujeto merecía por lo menos la mínima atención que buscaba lograr
la cucaracha antropoide tras reclamar insistentemente, evocando

195
La Rebelión De Los Insectos

frases de unción y silbando como cuando sus colegas isleños


intentan impresionar al género opuesto.

“Hoy, Cándido, te libero. Y te libero porque tú te liberas. Somos


tanto y somos tan poco, simio, que lo único para lo que vale
seriamente la nostalgia de vivir en esta tierra es para intentar
rasguñar a tientas el sueño de la verdad, pero además, para poner la
voluntad sobre el fogón mientras se manifiesta la heroica empresa
para la que fue diseñada nuestra naturaleza pasajera: amar aprender
y aprender a amar.

Hoy iniciamos un camino que recorreremos todos los días de nuestra


vida. El de la libertad de la mente. Y saldrás de tu prisión, Cándido,
cada día de tu vida, porque la voluntad se cernirá sobre la
negligencia como un felino atrapando a su presa. Apaña tu espíritu
cada vez que los monstruos intenten doblar tus rodillas. Es cierto
que la verdad nos será inalcanzable, pequeño simio, pero no por esto
debemos dejar de pretender alcanzarle. Solo en ella se ocultan los
misterios que busca justificar la ciencia y el misticismo. Ambos
caminos solo relativamente válidos, porque el verdadero sendero
que debemos seguir es el de la apertura, el de la compresión, el de
lograr la tan necesaria complementariedad. Y en esta senda,
Cándido, tendremos que luchar contra los feroces serafines que
habitan en la ignorancia de los hombres. Entierra a tus símbolos; no
cedas oído a la macabra maquinación de los signos conocidos, pero
por sobre todo, sega con el fuego de tu pecho al subjuicio que se
interpone entre lo bello, lo bueno, y tú. Cuando otros hombres
pretendan decirte que esto es bueno o bello, no escuches, nunca
será más cierta la belleza que cuando ésta emerja de las
profundidades del propio juicio. Así como la verdad existe, oculta,
inexorable y muda, en nuestros corazones.

No puede existir una misma belleza, el canon generalizado es una


aberración de la que se jactan los hombres como si hubieran creado
a un monstruo con la capacidad de esclavizar a los colores.

196
La Rebelión De Los Insectos

Relacionar sirve en la dilucidación, en la inmersión que realizamos


en las profundas cavernas de la mente para hallar lo nuevo; pero si
por ello se entiende a hacer caso de una mente colectiva,
despersonalizamos a la idea de lo bello o lo bueno que con tanto
cuidado y paciencia la experiencia nos ha concedido. No con esto
busco recomendarte sientas aberración por el canon. Éste es bueno si
se emplea con un criterio positivo y que beneficie la identidad o
identidades de un o unos pueblos. El canon permite distinguirse en
muchos aspectos a una nación desde el punto de vista cultural, pero
cuando este proporciona beneficios a terceros que no merecen, a
costa de la absorción de recursos de la dopada multitud, babeante y
autosugestionada, de una belleza y bondad estandarizada, se comete,
el pecado de la enajenación. Pero ya no más, hoy demoleremos, uno
por uno, los ladrillos de los que está construida la cárcel de tu
interior. A partir de hoy, seremos libres, simio.

Libraremos la gran batalla invisible. Y conoceremos, y


comprenderemos, y abriremos nuestras mentes a lo nuevo, y en todo
lo nuevo siempre encontraremos algo bello, porque cada hombre que
viene, así como cada hombre que vendrá, tiene su propio y distintivo
color. Dejarás de excluir aquello que no conoces y le abrirás tus
puertas para que se siente contigo a merendar por la tarde, para
luego invitarle a retozar bajo los cipreses de tu propio jardín y, por
las noches, te acostarás con la reflexión, la cual te arrullará con la
misma dulzura con la que una madre arrulla al crío indefenso en
medio de las tempestades que ocasionan el aliento de las
ambiciones.

La búsqueda

Inusitada reacción produjo en Figayo escuchar a Menteo preguntarle


que cómo se sentía:

-¿Sentirme respecto a qué, insecto?


-No estoy seguro. Quizá lo pregunto porque en un lugar extraño,

197
La Rebelión De Los Insectos

delirante como éste, ornado por las más extrañas formas de vida del
universo, cualquier bicho se mostraría temeroso ¿verdad?
-Esa es una afirmación a medias. Yo me encuentro en absoluta paz.

Torme intervino:

-Pues yo no, Menteo. Estoy irremediablemente ahogado un mar de


tensiones. Si perdemos a Arguño, no solo dejaríamos ir información
no factible de recobrar. Dejaríamos ir a un hermano. Un bicho de los
nuestros ¿se entiende? Por favor, dinos cómo poder encontrarlo.

-Hasta el momento, tengo entendido que no se encuentra en el


África, donde las periplanetas supusieron que se hallaba debido a la
similitud entre el somatipo de la Grompadorhina Portentosa y el de
Arguño de Origen. Díganme si me equivoco.

Menteo asintió con la cabeza, su compañero mascaba un trozo de


jabón con perfume de vainilla.

-¿Qué es eso, Figayo?

A pesar de no poder ver, acertaba en cuanto a lo que pasaba a su


alrededor. Menteo estudió los secretos de la percepción de tal
modo que desarrolló una técnica personal para convertir en su
ganglio principal, al mundo, en un mapa sensorial que se traducía
en imágenes casi perfectas. Precisamente, en el hemisferio donde se
encontraban las funciones visuales, dibujaba una imagen tan nítida
como las fotografías que en los anaqueles limeños destilaban fluido.

-¿Esto? Pues… esto es…


-¡Jabón!- se apresuró el insecto guía. Y a los interlocutores
estupefactos se les abrió la mandíbula como cortina a un repentino
conjunto de amantes al amanecer.

-¿Cómo lo sabes?

198
La Rebelión De Los Insectos

-Recibí un conjunto de datos específicos sobre ciertas materias que


podría recolectar y que, sin duda y según el redactor, me
producirían buena impresión. Aunque dudo que el jabón tenga las
cualidades del herre o el pretophote. ¿Puedo?

-¡Cuanto gustes!- contestó, pausado pero no menos enfático, Figayo.

Entonces Menteo descubrió una nueva sensación, de aquellas


difíciles de describir, que añadiría a su diario experimental de
periplo.

-¡Qué bueno está esto! ¿Dónde puedo encontrar más?

Torme y Figayo rieron exageradamente. Cada carcajada hacía vibrar


las cañerías bajo la ranura producida por la erosión.

-La verdad… no es nada difícil encontrar…

-Pues un poco más no me caería nada mal- comentó con calma pero
sin aminorar el tono insinuante que caracteriza a la petición.

Torme sustrajo una porción generosa de la cajuela metálica que,


empotrada en la pared de la nave, servía para, entre otras cosas,
almacenar todo tipo de chucherías de curiosa índole. Se la entregó a
Menteo no sin antes aconsejarle sobre cierto modal que ya había
adquirido cierta fama entre los blatódeos originarios: perforar el
jabón con el tarso de una pata para engullirlo cómodamente. El guía
saboreó con marcada fruición cada bocado hasta que, ya saciado su
apetito, determinó resolver algunas incógnitas que, tormentosas, se
blandían como estandartes del ejército del miedo sobre Torme.

-En primer lugar debemos saber qué fue lo último que dijo el bicho
antes de precipitarse a lo desconocido. Por ejemplo. Hay ciertos
datos referenciales a las últimas comunicaciones sostenidas entre el

199
La Rebelión De Los Insectos

control, es decir, Torme, y el investigador, los cuales, asumo, no se


me han facilitado por una cuestión de desconfianza o seguridad. Es
imperioso que tengamos conocimiento de lo que se proponía lograr
Arguño y cuáles se programó como actividades próximas para
efectos de la investigación. Apenas puedan, entréguenme tales
parámetros. Mientras, ojearé un poco del lugar.

Nunques remitió por solicitud de Torme y Figayo los registros de los


últimos mensajes de Arguño. Encontraron, pues, entre tan variable
documentación, un borrador de mapa en el cual se especificaban los
puntos del viaje del tiempo detenido. Menteo, gustoso, analizó cada
coordenada cual niño que quema con inmisericorde lupilla a los
insectos. Revisó cada punto y exclamó en voz alta la iluminación (u
obscurización) que solo podría compararse con las primeras lecturas
de un infante o el aprendizaje de un instrumento en un hombre ya
entrado en años: ¡La frontera!

Detalles.

Para llegar a la frontera, debían abrirse paso entre la maleza de los


hombres. A mayor camino recorrido, mayor la trocha de hombres
por cortar. Justificaron su estadía en cada pueblo del norte
sembrando flores de papa, dando de comer a los avechuchos y
recogiendo colillas de cigarrillo. Cada maravilla surgía
inesperadamente entre las oscuridades alegres y las nebulosas
amargas del sendero. Con exhaustiva minuciosidad analizaban cada
paisaje, cada recodo, hasta que descubrían, como en vertiginosa
epifanía, nuevos hitos, y, más allá, siempre habitaba el horizonte
incandescente. Cavaron cientos de zanjas en la costa para que las
tortugas depositaran sus huevos; garabatearon sin resquicio de culpa
sus mapas terráqueos mientras distribuían su reflexión, producto de
agitadas cavilaciones; determinaban los puntos por descubrir,
recorrer y desnudar, uno por uno. La incansable búsqueda no tendría
fin.

200
La Rebelión De Los Insectos

Para Menteo, a pesar de su ceguera, le era directamente proporcional


a la forma visual, el disfrute de los aromas y las texturas. Por
sinestesia se abría ante él un mundo de posibilidades infinitas de
belleza. Si bien con Erreópe no pudo cumplir el fatal ya escrito,
comenzó lentamente a abandonar la concepción antigua de felicidad
no con menor resquemor que el que se tiene cuando, por ejemplo,
quitamos las rueditas laterales de nuestras bicicletas. Ella le
simbolizaba la felicidad en la más sublime de sus formas. La de un
candado de diamante cuya única llave yace inerte en los olvidos de
las frías corrientes que bañan el pedregal de las fosas abisales, tal
era una contraseña, un número innombrable y cíclico que haría
pestañear la destreza del más ágil matemático. Pero ya iba
abandonando, ya abandonaba. A cada huella que dejaba sobre la
cal quemada, un recuerdo menos de dolor; a cada astro que contaba
con su más pequeña pata, un bloquecillo de espanto más
encontraba su desintegración. Y así, calando en lo hondo de la
incertidumbre, se hacía al lomo un costal cada vez menos pesado.
Aferrábase con mayor convicción a la quimera de hallar aquél
divino y preciado tesoro en la cáscara que rompen los recién
nacidos; en el titubeo de los roedores al advertir las extrañas
presencias; y en el colorido graznar de las aves migrantes.

-Las pequeñas cosas -decía- esconden un secreto que el universo no


se dispuso a revelarnos. Ellas son la única verdad que el egoísmo de
la lengua no puede ocultar.

Edificaron torres de barro; escribieron nombres con rocas; dieron


jabón a otros bichos hambrientos; renacieron todas las mañanas y
recitaron poemas que escribieron los asteroides, loas al interminable
espiral que describen frente a las estrellas; bebieron de las zanjas de
los patíbulos; cosecharon los frutos que la floresta, generosa,
ofrecía; se abrieron camino entre los hombres, del mismo modo en
que los hombres se abren camino entre otros hombres; maquinaron

201
La Rebelión De Los Insectos

magistralmente un método para enseñarle a los árboles a enterrar a


sus hijos; amansaron a las avispas con polen ; compusieron
canciones en las que, supuestamente, intervendría toda la gama de
instrumentos y cuyo elemento vocal sería interpretado por el
intuitivo ronronear de los gatos, que la noche abraza, cuando
defenestran todo halo de egoísmo al hallar, encaramado sobre los
tristes techos, al amante; y se les entumecieron las patas en aguas
que a la densidad de la luna irregular bañaban.

Cada vez que se podía, tomaban un receso para deglutir jabón o


polen. Por lo general preferían el perfume del sándalo, pues les traía
remembranzas fortuitas de aquellas cosas dulces y curiosamente no
empalagosas que la creación racionó y reservó para los justos.
Bebían de la neblina y, algunas tardes, se tendían sobre las
improvisadas literas, ubicadas dentro de la nave, para meditar sobre
asuntos que, externamente, no ameritaban mayor título que el de
baladíes. Es muy cierto también que en ello radicaba la magia. En
que la nimiedad, que pasó desapercibida toda la eternidad, hoy se
revelara al mundo como el más tierno consuelo instantáneo ante las
penas que el odio y el orgullo tardaron miles de años en macerar.
Las pequeñas cosas, los detalles, tenían la fuerza de los titanes
imaginarios y de los impactos de bala sobre la carne.

Menteo halló los pies de un tipo de dicha. Única e irrepetible, que,


con la misma fugacidad con la que aparecen los luceros esporádicos
frente a la tierra recostada, calmaba un ansiedad que, hasta el
momento, contenía y era contenida por un estado irreversible.
Aquella le sostenía en sus angostos brazos y le acariciaba la máscara
con sus finos dedos. Su piel amarilla humeaba la canela y el jazmín,
sus cabellos cafés y sus lunares, del mismo color, le daban la
apariencia de una galleta de vainilla salpicada. Encontraba,
lentamente, en ella, a la gobernante que estuvo buscando tantos
sudorosos días bajo la resolana, enemiga hostil de los trashumantes.

Sin embargo, prontamente la ilusión terminaba por difuminarse en el

202
La Rebelión De Los Insectos

estío. Un perturbador recuerdo reanimaba el indestructible dolor al


que el rencor le sometía por medio de un incansable látigo. Aún así,
pretender resistir, era la oscuridad entre las luces venideras.

Poema de los insectos a la memoria de Arguño

Bicho nuestro hermano que ha dejado el nido azul donde nacen los
alveolos que alimentan la fiesta medular. Ido te nos has y adiós
decirte nadie ha en este astro podido.

Bicho de exageradas miradas, de patas inquietas y gestos cansados.


Cuán fácil ha sido amarte durante el viaje.

Llegamos vestidos a esta tierra, para fundirnos con los otros, para
amar sin reparos, y al final del camino nos vemos inevitablemente
desnudos. Des provistos de todo salvo la inconsciencia. Ella sabe
cual nadie cuán fácil ha sido amarte.

Tomados hoy de las patas todos hermanos tuyos venido hemos a


liberarte con el soplo de la amistad. Tomados hoy todos de las patas
te tenemos sujeto al irrompible deseo de recordar.

Ámanos en tu lecho, bicho, extráñanos como nosotros que te


nombramos entre siestas y cantamos la inevitable ventura del
haberte tenido.

Porque tú donde sea que reposes el cuerpo estás entre nosotros a


quienes tan fácil en este viaje ha sido todos amarte.

Volveremos, bicho ¡volveremos a sonreír!

La cima

203
La Rebelión De Los Insectos

Fue en la cima y a fuerza del absoluto desposeimiento de Cándido,


que Arguño tomó la posta de antiguos congéneres e inició el camino,
en hermandad, hacia la liberación de su sujeto de estudio. La cima
era acariciada por un denso aire. Diríase que el cobertizo era la
cúspide, que desde ahí hacia arriba no tenía el insecto donde enterrar
las patas ni la enchuequecida retahíla de quejidos donde dejar su
estela de baba. Abajo, en el río, esperaba una barcaza, hecha de
papel, donde, sobre las macetas laterales que servían para hacer
equilibrio, crecían los geranios y sobre ellos vivían colibríes negros.
El descenso estuvo salpicado de interrogantes del encorvado con
relación a lo que les restaba andar, pues ya se sentía cansado y
sediento. Fue, para su sorpresa, clara la acotación post discursiva del
insecto respecto a la prerrogativa de la liberación. Pero no nos
compliquemos tanto dando detalles sobre tal diálogo:

-Debemos descender hacia la costa. Ahí está el más fuerte y temible


monstruo. El camino parece largo, pero tenemos la mayor arma con
nosotros, simio. La voluntad.

Así se subieron al botecillo, y compartieron una vasija desbordante


de inmaculada agua. Mientras la lluvia decoraba con círculos el
caudal de lado a lado, Cándido analizaba la delicada apariencia que
muestran los nenúfares cuando florece la curiosidad. Ahora el
huésped no era la rastrera criatura, si no el endeble y opaco
hombrecillo que parecía hecho de retazos de tela.

A todo esto se sumó la bruma, densa y espesa como en el humedal.


Era el temple del insecto hasta ese momento la única fuerza que
sostenía la empresa pues a Cándido aún no se le podía despertar de
su parálisis emocional. Arguño probó con muchas cosas. Le ofreció
miel; le cantó valses al oído; le rascó la cabeza con una zarpa. Nada.
La desfigurada silueta subhumana insistía en permanecer inerte de
ánimos, pues, como dijera, habíase visto muerto.

La noche cayó y los picaflores diminutos escondieron sus picos y

204
La Rebelión De Los Insectos

sus alas dentro de los tallos huecos de aquellos geranios. Sobre las
rocas, musarañas cantantes hacían gala de su divino talento y a la
luna le dedicaban estrofas enteras de canciones que el hombre no
conoce, pero que guarda dentro de sí en espera del instante preciso
para sacarlas a flotar entre el prójimo. Aquellas lunas se imponían en
el firmamento como dos pechos feroces impacientes por sentir la
mano amiga de uno o las encías de un lactante sobre sus montículos
erectos de tierra verde y roja. Y guiaba con una hoja de palmera que
encontró bajo las ranas la ruta de la barcaza. A medida que
transcurrían las horas y el simio del bicho se mostraba, cada vez con
menor decencia, autocompasivo, la oscuridad se desprendía de los
techos del cielo para dejar entrar sobre la corriente parsimoniosa el
reflejo furioso de los astrosomas. Aquella noche y después de
mucho tiempo Arguño pudo divisar, con toda nostalgia, la tierra de
la que parecían salidos todos los cuentos de su ensueño. El caudal
del río dinamizó su crecimiento abruptamente, y la fuerza del
líquido se disparó sin dar aviso mayor que el de la menor presencia
de grillos y reptiles de agua. Las rocas comenzaron a dar golpes a la
barcaza, hora aquí, hora allá, y se arrugaban las puntas del papel de
manera que en uno de estos chapoteos una piedra saltó desde el
fondo y golpeó la cabeza de Cándido. Ambos saltaron. Luego rieron.
El siniestrado acudía nuevamente y con lentitud exasperante al
diálogo. La fuerza del agua se hacía escuchar. Los rugidos de
algunas buenas bestias soplaban sus tonos grises y amarillentos en el
eco de la soledad, pero el río siempre sonaba más fuerte. Más fuerte.
Y más piedras saltaban y ambos viajeros esquivaban los ataques con
inusual aplomo. Ahora sí que estaban despiertos:

-¡Ah! ¡Simio! Has oído, prestado atención, al río, porque este quiso
darte su saludo. Despierta.- El río sacudía al barquito. Ni siquiera un
instructor de canotaje hubiera podido colaborar en medio de aquella
chanza del destino- ¡El río nos dice que estamos cerca del estanque!
¡Allá dormiremos!, pero seamos pacientes, que falta, y mira, ¡parece
abismal todo pero no, los abismos están más abajo!, ¡donde los
gallitos de las rocas entierran sus picos! ¡La cima se ha inclinado en

205
La Rebelión De Los Insectos

señal de despedida! ¡No temas simio!

Entonces, con tanta sacudida, entendió Cándido que la inclinación


no era más que una inoportuna hipotenusa.

-¡Óyeme una cosa cucaracha! ¡A esta hora podría estar en mi casa


bebiendo ron y hasta una mujercita podría agenciarme! ¡El vehículo
no lo vale! ¡Te daré duro con un fuete sobre el caparazón si vuelves
a proponerme un trato tan injusto nuevamente! ¡Te aplastaré insecto!

El río se calmaba. El cielo aproximaba el cenit de su luz y era casi


tanto como el de un día. El botecillo se encaminó por una corriente
blanquecina hasta que se encontraron en medio de un gigantesco
estanque falto en su totalidad de alguna forma de vida. No había más
que mala hierba seca y moscas muertas flotando.

-Hemos llegado simio…-dijo susurrante el insecto mientras torcía la


boca hacia un lado.

-¿A dónde hemos llegado dices?- respondió, también en voz baja, y


con cierto aire de complicidad, el doblado.

-Al Olvido Irremediable.

Era el Olvido Irremediable un lugar donde no podía hablarse en voz


alta. No porque fuera a espantarse a algo o alguien, sino porque para
hablar fuerte hay que tomar aire, y aquella nauseabunda atmósfera
impedía de esto a toda cosa viva. Una historia uterina hablaba de
ello. “Que las piedras son mudas porque nacieron allí, que los
hombres que llegan a aquél estado pierden la voz y el recuerdo”.
Aquí no existe la esperanza, porque está inevitablemente ligada a la
vida. Y la vida son recuerdos, son memoria, sin ella, no se existe.
Pero eso era lógico incluso para Cándido, no por obra y gracia de su
materia gris, sino más bien por la aclaración insectaria. Díjole el
bicho: “Por eso mueren los hombres. Porque el monstruo que

206
La Rebelión De Los Insectos

crearon otros hombres descoloridos les hace una lobotomía. No


mueren cuando se detienen sus relojes, ni cuando las/los amantes les
adornan la cabeza, mueren cuando dejan de pensar, cuando prefieren
olvidar. Es aquí donde se les encuentra. Y es irremediable, pero
afortunadamente, es solo durante ésta oportunidad. El cielo nos da
oportunidades infinitas a todos. Son, verás, cursos, simio. Cursos
que debemos arrastrar como a las materias académicas.

Cándido quiso entender, pero le distraían las miles de cajas de


zapatos llenas de fotos, algunas en blanco y negro y otras a colores,
que flotaban sobre el estanque.

-Durmamos. Mañana descenderemos, propuso Arguño.- pero el


hedor era insoportable y apenas se podía respirar.
-Vámonos mejor- dijo, bajito, bajito, el empalagado temeroso.- Este
lugar huele peor que la &%”&%.
-Si vamos a salir de aquí necesitamos enfrentarnos al Olvido.
-¿Cómo? ¿De qué hablas ahora insecto?
-¿Ves ese portal a lo lejos?
-Lo veo.
-Pues, ahí está el Olvido, esperándonos para despedazarnos con sus
garras. Pero tú eres muy fuerte ¿verdad? Apenas tienes fuerza para
levantar una revista pornográfica… pero no te preocupes, acá
necesitas solo de la voluntad. Recuerda el llamado a la lucha contra
la ignorancia. Si existe lugar donde deba la molicie dar su voz, es en
la educación.

El papel, medio desarmado medio arrugado, se aproximó con


exagerada paciencia hacia el nubarrón que cercaba el portal. Y ahí se
encontró el Olvido. Como una alimaña inacabable que extendía su
ganchudo pico con incalculable vehemencia. Dos patas largas
sostenían la boca que en la base poseía un gaznate infinito. El
esófago se extendía hacia la superficie de las turbias aguas, se
introducía, y se hundía hasta lo indecible, hasta un final que no
existía, porque el Olvido no termina nunca. La encorvada personita

207
La Rebelión De Los Insectos

se sujetó de los bordes de una maceta cuando, en reacción de


amedrentamiento al percatarse, el monstruo dio una sacudida cuyas
ondas derribaron la nave. Los dos cayeron al estanque
instantáneamente. La pálida criatura intentó en un primer ataque
engullir a Cándido que, lívido, a duras penas lograba mantenerse a
flote. Como ahogándose. Arguño le empujó y fue fagocitado en dos
segundos. El hombrecillo pensó en el frío y fue posteriormente
devorado sin remedio. Sus plumas cobardes, su pico torcido, su
esófago infinito, sus manos fetales. El investigador extrajo un
cuchillo grande y filudo con el que intentó ejecutar un corte, pero el
pellejo era elástico y, en apariencia, indestructible. Las armas no
tuvieron mayor valor que el de una cuchara de té entonces.

Las paredes estaban recubiertas de una sustancia muy similar a la


que sudaban los pies de Cándido. Aunque, a diferencia de ésta, en
vez de dificultar el avance, lubricaba y hacía más sencillo el acto de
la deglución. El chueco se abrazó a Arguño y sintió calidez. Tuvo
después de largo tiempo un ápice de seguridad en el pecho liso del
insecto. El rostro negro del guía sonrió burlonamente, y le preguntó
a Cándido que qué podrían hacer para librarse. Cándido reflexionó.

Recordó cuando le compraron aquél libro. Él mismo lo había


pedido. Su progenitora, si bien no era la más naturalizada de las
madres, le tenía la consideración normal que se le tiene a un hijo. No
le engreía, pero cuando notó el interés de Cándido en aquél volumen
ilustrado, no dudó en adquirirlo. El niño, recién habiendo aprendido
a leer, se la pasaba largas tardes sentado sobre sus rodillas,
contemplando cada ilustración, intentando pronunciar correctamente
cada palabra: “¡Las fotos bicho!”

Tomó de su bolsillo la foto en la que sostenía el libro y abría la boca,


y con el borde de ella ejecutó, no tanto por talento, una incisión
perfecta, despanzurrando así a la bestia. La gigantesca criatura se
retorció y les expulsó de un estornudo, luego se sumergió en las
aguas rauda y confusa. Le habían derrotado.

208
La Rebelión De Los Insectos

La liberación según Menteo

El receso entre la segunda y la tercera frontera les dio tiempo para


jugar al sapo; tomar muestras de tierra, polvo y piedra; y estudiar el
dialecto de las periplanetas del norte. Una nueva puerta se abría, la
de la fraternidad. Pero era temprano y el sol recién acariciaba con
sus dedos el mundo de sombras que la noche creó. Figayo habló
entonces de liberación, y expuso la teoría manifiesta de Arguño y
Torme respecto a ella. No duró mucho antes de que Menteo le
interrumpiera intempestivamente con un chasquear de patas y un
silbido ventral:

“Los hombres han muerto. Todos.

Parecen vivos porque se mueven, se mecen. Construyen montañas,


usan la ducha y beben licor. Fornican, e incluso aman. Pero son
cadáveres. Cuerpos inertes que explotan, como gusanos, las fosas de
los bienes de este mundo, y parasitan su sangre.

Han muerto.

Una gigantesca bomba ocasionó la catástrofe, y ha dejado apenas


unos sobrevivientes. Es el precio que ha tenido que pagar la
humanidad por su ignorancia. Ser, hoy, una necrocolectividad
sinérgica*.

*Única traducción posible del blatódeo antiguo al español moderno.

Son estas moléculas de energía condensada y organizada el rezago


de las grandes luchas espirituales que han librado los simios desde lo
inmemorable. Quizá recuerden sus células las tragedias amargas del
pasado. Los cientos de cuerpos apiñados uno sobre otro. Uno sobre
otro. Lo único que puede afirmar este humilde insecto es que no es
que el supremo les haya olvidado. Ellos le olvidaron a él.

209
La Rebelión De Los Insectos

Es, pues, el concepto que se tiene de la ciencia en la actualidad la


mayor manifestación de ignorancia de la necrocolectividad. Son los
hombres todos hijos de un mismo árbol, y van a parar, tal como se
menciona en los grandes textos de todos los hemisferios, al mismo
polvo. Se emperifollan, se maquillan, y salen a las calles a gritarle al
pueblo que han descubierto las nuevas verdades del universo. Pero si
la verdad fue descubierta antes por alguien más ¿quién está
descubriendo qué?, y no hablo precisamente de las blátidas. Puedo
referirme también a los peces antiguos, a los platelmintos que fueron
habitantes del satélite antes que las cucarachas, y las amebas que
fueron antes de los platelmintos, y las moléculas vitales antes de
todo, y antes de todo estuvo la mano del creador. Aún hombres
gritan sus descubrimientos con el canto del desesperado. Sabemos
pues, bichos, que la verdad siempre se ha encontrado en sus
corazones, y que la ciencia solo es un facilitador para la
comprensión de lo tangible. Son estos prejuicios acumulados a lo
largo de los milenios los auténticos culpables de que estemos más de
parte de la soberbia que de la humildad. Es la paranoia de la
despersonalización la que nos convierte en arrogantes. No es la
ciencia una carta exclusiva. Pero ahí no habita mi pena. Me causa
solo la congoja ver que quien accede al conocimiento es incapaz de
compartirlo apropiadamente. Esta única riqueza, tan vital para el
hombre como el agua y el abrigo, sigue despertando recelos en
quienes le poseen. Pero no funciona así. No han venido estas almas a
habitar los cuerpos de los primates para posicionar a primate sobre o
debajo de primate. Eso es absurdo. Acaso ustedes, insectos
¿prefieren vivir en la riqueza solitaria que en la pobreza en
compañía de quienes aman? ¿Cuál es la riqueza entonces? Solo es la
ciencia para comprender verdades ya existentes, obras de un o unos
hacedores cuya explicación no poseemos hoy en calidad de
monofocales. Pero está bien ¿verdad? O es que ¿me equivoco? ¿No
es acaso el misterio todo aquello que llama a la vida abrirse paso
entre la tiniebla? ¿No es la capacidad de sorprenderse y
ensimismarse todo aquello que hace bellas e inteligentes a las

210
La Rebelión De Los Insectos

bestias? Y sin embargo el verbo compartir está vetado, porque son


muy pocos los que desean ser diferentes. Y ser diferente hoy es ser
quien comparte. Repartir, compañeros, no es algo que debamos
dejarle a quienes manejan la ilusión, repartir es la tarea de todos, es
un deber tan cívico como el de amar. Los ciudadanos de este mundo
deben tener tal premisa y cumplirla cabalmente, pues si continúan
separándose de sí mismos, no hallarán otra desembocadura que el
abismo.

Los muertos, claro, en su condición de penantes no reflexionan


sobre ello. Ha muerto la reflexión en los hombres y se ha mostrado
indulgente y agresiva la reina verticalidad.

Librar a estos hombres solo consistirá en un paso. Darles vida de


nuevo, pero para ello debemos revivir a la reflexión y a la crítica de
los individuos. Despertar la única necesidad que ellos dejaron
dormir. La de aprender, y para esto son las bombas reflexivas. Una
implosión perfecta que duplica la densidad crítica en el globo. Es lo
mismo que exhortarles a pensar dos veces.

Arguño lo sabe. Él fue aplastado en la última frontera. Allá donde el


tiempo se reduce y se expone monstruoso. Donde no existen
espacios para las dudas ni las reacciones. ¡Solo la infame actitud
pasiva de los esclavos! Solo la espada y no el libro. Deben morir
para volver a nacer. No encuentro otra libertad que el renacer.
Desconozco.

La hipotenusa

El descenso parpadeante hacia lo desconocido llamaba al vértigo. El


simio se refugia en su insecto, no queda otra opción que abrazarse a
su quitina esperando que la caída termine, que los cuerpos se
estrellen irremediablemente con el suelo a gran violencia.

El ciego guía a sus insectos hacia la cúspide. El camino es tan

211
La Rebelión De Los Insectos

empinado que les tiemblan los tarsos entre roca y roca. Y las
antenitas se mecen en el céfiro como retazos de papel. El céfiro
también tiene voz, tiene su propio lenguaje, tal como el aletear de las
mariposas y las flores que buscan el sol. Y solo le leen quienes
comprenden. El resto, puede irse perfectamente al carajo y sin
intermediarios.

Pero, vamos con un poco de cordura. ¿A quién puede importarle si


estos insectos se agarran a patadas hasta reventarse? A mí,
personalmente, me da muy por igual si cruzando la calle una llanta
de tráiler los aplasta a todos juntos. Incluyendo al simio. Es que son
patéticos. Quiero decir, ¿qué intentan resolver? ¡Si ya está todo
resuelto!
Figayo, recordando el páramo, decidió analizar sus lecturas.
Preguntó a Menteo:
-¿Qué buscaban los hombres hace 700.000 años?
-Comida, sexo, abrigo.-respondió inmutable el invidente-.
-¿Y hoy?
-Lo mismo. Pero siempre mejor que lo de los demás.
-Es por eso que seguimos llamándolos simios ¿verdad?
-Cierto. Ser humano implica mucho más que la satisfacción de
necesidades y deseos.
-¿Entonces qué?
-¡No lo sé hombre! Yo solo estoy acá para encontrar al bicho y
luego apelar a recuperar mis ojos, y, si acaso, volver a
contemplarla…
-¿A quién contemplar, dices?

Menteo calló un segundo. Si hubiera sido posible verle a los ojos es


casi seguro que estarían enfurecidos:

-¡A tu hermana insecto!


-No tengo, Menteo, recuerda que la última camada blatódea…
-Lo digo en sentido figurado, no metas las narices.
-Pero, hablando de los hombres ¿podrían estos servirnos de algo?

212
La Rebelión De Los Insectos

-Lo dudo. Somos más inteligentes que ellos, más fuertes (en grupo),
e irónicamente más unidos. Tenemos tecnología más avanzada,
mayores conocimientos del universo. Incluso el habitante más
insignificante de Origen está más entendido en cuestiones
espirituales que la consciencia de 10.000 simios juntos. Tampoco
caben en Origen y consumirían demasiados recursos, en fin, inútiles.
-Podríamos comerlos… ¿No?
-¿Estás loco? Con todas las porquerías que comen resultarían
tóxicos. Recuerda la ley Nunqueana sobre alimentación. Prohibidos
los excesos, pero, sobre todo, prohibida la ingesta de cualquier simio
o sus similares como las ratas o las gallinas.
-¿Solo porque comen basura?
-Y la dicen, y la piensan, y la desean. No poseen un lazo especial
con la naturaleza, han salido del círculo homeostático. Por ello no
consisten en un alimento saludable.
-¿Entonces?
-Entonces veneno. Del mismo modo en que algunos simios se
prohíben comer cerdo, nosotros nos prohibimos comerlos a ellos.
Lejos de parecerme una idiotez, como tantas leyes Nunqueanas, creo
que está bastante más aproximada a lo razonable de lo que se
esperaría.
-Cuide su lengua Menteo, Nunques me pidió reportes de todas y
cada una de sus apreciaciones. Estamos condicionados.
-No quise decir idiotez.- nervioso, afirmó- Mi intención era realzar
lo razonable del código.
-Mejor así.

El descenso parpadeante hacia lo desconocido llamaba al vértigo.


Así se manifestaba la hipotenusa.

Nival

El ichu decoraba las rocas con vergonzosa actitud. Se aferraba a una


y a otra le dejaba de lado. Retomaba. En esta crezco, en esta no. Así.
Y los pies se le notaban tan cansados a Cándido que parecía todo el

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La Rebelión De Los Insectos

miedo pegajoso habérsele escurrido como cuando se nos acaban las


lágrimas. Y “No hay tragedia” decía el insecto gigante y negro. No
había tragedia mientras existiera solución. El cielo blasfemaba
inquieto sus nubes de aterciopelado raso. Hora una gota. Hora dos.
La nieve se adhería a las patas de Arguño, y este, entre tramos, se
sacudía con vehemencia mientras insultaba a los astros. Con la sutil
apariencia de las sombras susurraba el hartazgo ciertas frases a su
oído. Incomprensibles. Luego, solo risas en las cuatro orejas de los
viajeros. Algo típico de quien realiza la travesía. Son, desde otro
plano, las voces de los hombres que no quieren despertar, a quienes
les causa gracia la realidad porque, como es de insolente la verdad,
para algunos, la vida suele carecer de sentido.

En el glacial las rocas se mostraban algo más blandas. La dureza fue


destinada por los últimos destellos de razón solo para pertenecer a la
rigurosidad del hielo. La transparencia estaba viva, aún. Pero a ojos
del hombrecillo retorcido no cabía otro deseo que el de largarse lo
antes posible y disfrutar de los vicios como hace tan poco ¡y tan
poco!:

-Ah, el hielo ¡simio! Nieve por todos lados y aún no encontramos


los demás cuerpos.

Cándido estuvo a punto de preguntar “¿Qué cuerpos?” cuando


tropezó con el elemento en su natural densidad. Y adentro, un
cuerpo. El grito de espanto, como tantos otros que ya había pegado
el simio causó parecido pavor en el bicho. La levedad del instante
permitió que Arguño resucitara un segundo y viera las botas de los
soldados verdes, y, a lo lejos, tres sombras de indescifrable
significado. Reabrió los ojos, y ahí, el primate, le abrazaba la
caparazón.

Con sus dos más ágiles patas, el artrópodo descubrió el gigantesco


bloque de hielo sobre el cual la nieve dibujó una sábana. Y eran
cientos de machos y hembras homo sapiens petrificados.

214
La Rebelión De Los Insectos

Imposible realizar catastro a simple vista. Por esto, el guía decidió


que el sujeto tomara un descanso del susto. Le dio café en una
pequeña taza de cerámica y le contó dos o tres chistes malos. Los
originarios son muy populares en otras partes del cosmos por no
saber contar chistes, es una especie de talento que les hace parecer
más serios. Incluso cuando hablan de temas de alta comicidad
parecen estar comentando el fatal desenlace de un Dostoievski. El
enjuto hombrecillo detuvo los juicios para iniciar la regresión.
Comenzó a comprender, y un punto del color le palpitó en la sangre.

Cuando resolvió el problema del miedo, cobró fuerzas de la nada


que hace visible la humedad, y colaboró con el despeje del
gigantesco bloque. Lentamente y con un guante, descubrieron la
masa helada de su cobertura gélida. Y ya no eran hombres. Eran
cerdos en posición fetal. Todos con un triste gesto en sus rostros.

-Continuemos con el café- ordenó Arguño. Y lanzaron agua caliente


sobre un insignificante segmento de dos o tres codos cuadrados.
Luego, con un pelador de papas, comenzaron a sacar lentamente uno
de los cuerpos. El cerdo, aparentemente inerte, aún dio esperanza a
Cándido cuando al acercar este a su pecho el oído comprobó con
prudente alegría que algo sonaba adentro. Un tamborcillo de ritmo
estruendoso pero sereno. Signo propio de quienes conocen el olvido.
“Está vivo ¿qué hacemos?” Y el insecto sin dejarse esperar
repreguntó: “¿Qué harías tú?”

-No lo sé. Podríamos darle de beber, usar amoniaco, abofetearlo, o,


si te parece, ensartarlo en una vara y ponerlo sobre las brasas.
-De ser tú el simio que conocí de buenas a primeras, estoy seguro de
que lo hubieras hecho.

Algo le reconfortó a Cándido. Si él no podía describirlo menos


puedo yo. No había prisa de explicarlo, pero con premura habría que
reconocer el giro. Algo dentro de sí cambió entonces. Y el insecto
dio cuenta de cuan bueno era el cambio.” ¡Simio!- Exclamó la

215
La Rebelión De Los Insectos

blatodea- Hoy te libero de entre tantos para que reconozcas que


olvidaste recordar. Recordar…tu condición de hombre libre, de ser
que busca la verdad.

Y el animal despertó. Como un recién nacido abrió los ojos y la luz


que sobre la nieve reflejaba el sol le cruzó el cerebro. Se oyó un
respiro.

Las montañas soplaban cansadas. Cerraban los ojos y soplaban. La


nieve, impaciente, comenzó a cubrir los grises cabellos de Cándido y
la las antenitas de Arguño con urgencia. El porcinillo respiraba,
lento, respiraba.

**

Entonces Torme pidió la forma más sencilla de liberar al insecto de


su condición de cadáver. Menteo ordenó a Figayo que activara las
máscaras: “¡A la hemolinfa!”

La hemolinfa: Dentro de las blátidas.

“La única manera eficiente de contrarrestar el hiriente orgullo de los


hombres, es accediendo a la hemolinfa hasta desentrañar los secretos
que esconden los corazones de las cucarachas”- pensaba Torme
mientras pisaba los talones de Menteo, que flotaba, y del vigoroso
paso de Figayo. El invidente retomó los horizontes luego de
desenterrar las patas, que hasta los fémures tenía manchadas, de la
lodosa composición de los hemocitos.

Entonces encontraron charcos transparentes poco antes de ingresar a


las venas. El músculo era lejano aún. Se preguntaban qué tan
distantes eran los colores. Pero, para ello, existía el cromómetro:
“No, nada por aquí” con evidente desilusión repetía Menteo
mientras los hemocitos circulaban orondos y cancheros por entre las
paredes sobre las cuales enterraban los ganchos que componían sus

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La Rebelión De Los Insectos

tibias. Un recuerdo fulminante le trajo amargo sabor a la boca al


guía. No había hombres cerca. Lo más parecido a un hombre es una
dote Nunqueano, gracias a ello Menteo se sentía tan a gusto que con
inusual fruición intentaba silbar. Y eso que las cucarachas no silban
todo el tiempo, muy a menos que intenten, por ejemplo, llamar la
atención de algún mamífero para obtener ciertos bienes como
alimento, abrigo, o jabón para entretenerse en el vicio. Una célula se
detuvo y preguntó si conocían el camino correcto hacia el músculo.
Explicó con evidente molesta: “Me he topado con todos y cada uno
de los ganglios ventrales del blatódeo; he visto enfermarse a un
colega, uno que no podía absorber ningún tipo de nutriente; he caído
enfermo también yo, pero ¡sin alarmarse insectos!, me he enfermado
de rabia, porque no encuentro el músculo”. Revisando su mapa,
Menteo notó que se encontraban, tal como puede suponerse, a gran
distancia de las principales arterias, por ello dedujo que para
encontrar la máquina cardiaca habría que realizar una travesía
prolongada evitando los vasos, soplando los narcóticos que trae el
jabón, y pasando por alto los comentarios que propusieran
aventurarse a explorar algún órgano de momento, si es que,
efectivamente, deseaba aproximarse alguno a la cavidad más
cercana del tambor. Aconsejó con humildad: “Necesitas un poco de
tinte para dejar de parecer una célula expulsada. Usa esto- Y le
ofreció un poco de polvo azul. Extracto de alguna conocida flor que
crece en las costas del pacífico sur- frótalo contra tu cubierta. La
marea sabrá por inercia arrastrarte a las costas del corazón”. Fue al
advertir el gesto acojonado, aunque agradecido, del hemocito, que
cayeron en la cuenta de que no tenía brazos. Menteo se desentendió,
ese no era su trabajo. Torme se hincó y esparció suavemente la
esencia sobre la pared que recubría el plasma de un bienaventurado.

-Antes de que te dirijas a tu fin- dijo menteo- ¿Podrías indicarnos la


ruta hacia el frasco?

La célula. No menos admirada, expuso.

217
La Rebelión De Los Insectos

-Si desean realizar un choque negro, o blanco, o gris. Pues acá no les
sirve. Sin embargo, para aventurarse al frasco tomen la ruta fácil.
Sigan los charcos.

Esta clase sutilezas cósmicas presenta la hipotenusa.

El frasco superaba a Figayo, el más alto de los tres, por varias


cabezas (de cucaracha). Dentro se ubicaban abarrotados todos los
demás charcos transparentes. En la inscripción se leía: “Inertes”. Y
Torme preguntó: “¿Por qué inertes, Menteo?” Le explicó el ciego:

-Inertes por haber sucumbido a las amenazas naturales de los


hombres.
-¿Las ventiscas?¿los tifones?¿los huaycos?¿los cataclismos que
cambian el eje de la tierra?
-No. La artificialidad descontrolada, hija de las ambiciones, nieta de
la ignorancia. En realidad, la ignorancia, como tal, en vista de ser
quien engendra tantos males es, si nos lo planteamos así, la
verdadera amenaza natural de los hombres. Verás. En un inicio,
cuando los hombres comenzaron a hacerse hombres poseían sus
respectivas amenazas naturales, como todo ser vivo. Del mismo
modo en que nosotros contamos a ciertos felinos entre nuestros
enemigos, ellos tenían… pues, no estoy del todo seguro, pero asumo
que al chupacabra y a…, digamos, aquellos gorilas que les
confundían con gorilas hembras- dejémoslo así-, como naturales
predadores. Reitero que solo en un inicio. Con la evolución del
juicio y la creatividad nació la cultura. Y los mecanismos de defensa
artificiales fueron parte de ella. Las armas, por ejemplo. Estuvo bien.
Siempre ha estado bien modificar la naturaleza a beneficio propio si
no se desestabilizara el orden natural de la creación. Aquí está el
problema. De causar desequilibrio en la naturaleza, de orden externo
e interno, del hombre, no se estaría satisfaciendo una necesidad. Se
estaría violando la norma del respeto hacia el bendito presente que
nos brinda el creador. La artificialidad deja de ser una herramienta y
se transforma en una daga que lejos de servir solo para cortar carne

218
La Rebelión De Los Insectos

cumple el rol ficticio de acuchillar a otros hombres, a los otros que


cohabitan con nosotros también este universo. Entonces…
-Entonces la amenaza natural moderna de los hombres es la
ignorancia.
-En pocas palabras. Pero esto se justifica si nos percatamos de que
no se trata de la ignorancia como un mero término. Es la ignorancia
en el momento de emplear las cosas. Es la irreflexión y el olvido
adheridos a la molécula del verbo. Independiente de quien le ejecute.

El frasco se abrió gracias a la reflexión de Menteo. Aunque, si


somos honestos, fue el hecho de que Figayo comprendiera, el
auténtico detonante de los seguros de goma que mantenían
herméticamente sellado el recipiente. “¿Quién me hace el favor?”-
dijo Menteo-, e inmediatamente Torme apoyó el Tórax sobre el
suelo permitiendo así que el insecto de la máscara se subiera sobre él
para posteriormente apoyarse sobre los hombros del más joven y así
ingresar. Luego ayudó jalando a Torme y, finalmente, el último, solo
tuvo que pegar un salto y ya estaba aferrándose a los bordes con sus
dos más fuertes tarsos. Los charcos de agua se empecinaban en
enrojecerse. Una voz interior preguntó al guía: “¿Ves algo?”.

Los hemocitos salvajes se abrían camino entre las paredes como una
estampida irreconciliable. “Aún no” respondió.

Cuánto psicólogo inepto diría: “Eso es un problema”.

Este humilde narrador se pregunta: ¿Lo es?... Cándido estalló en un


llanto incomprensible y gimió. Se abrazaba a un muro e imaginaba:

-¡Eso es! ¡Lo tengo!... extraño el vientre… ¿Dónde está el vientre?


¿Dónde está ella?

Ella era eso. No más que una mera ilusión del pasado sepultada en
algún diente de entre las fauces de la gran bestia del olvido.

219
La Rebelión De Los Insectos

Pero para qué hacernos los chistosos narrando las cuitas del
animalejo si podemos más bien engolosinarnos con su desventura.
Eh, que no le hagamos apología a la putita.

-Cálmate, Cándido. No estoy de acuerdo con ello. Tú te extrañas a


ti.-dijo Arguño.

Entonces, preguntaros. De entre tantas cosas que hay que


preguntarse en esta útil e inútil vida de simios: ¿qué era útil? ¿Pudo
ser útil continuar con su imperecedera acción vital, demolerse,
cuajarse entre las humanadas, habitar las sombras y olvidar el color?
O, tal vez completar el espacio vacío. Pero ¿qué es el vacío?

Una cucaracha en su ganglio principal le mordisqueó el lóbulo


frontal, solo para que atendiera. Las neuronas se ofenden al ver una
blatódea y pueden mostrarse muy agresivas. El bichito no se
arriesgó a ser acribillado por los impulsos, como proyectiles láser,
de los axones. Solo dijo, en voz débil:

-El vacío, compadre, el vacío… es todo aquello que te convierte en


el ser nefasto que eres hoy. Echar la culpa, claro, conviene. Pero, me
humillo con soltura para decir no, no es que se trate de la culpa de
los otros. Si las cosas no andan bien, no se trata de ese monstruo
adorable que nos engendra. Se trata de nosotros, nosotros somos el
error de la creación, el juego de Dios. Peones de un ajedrez los
cuales poseen como regla principal avanzar de casillero en casillero
hacia adelante. Y cada casillero es sinónimo de espanto, y el espanto
es la clase ¡la clase, simio!

¿Cadáveres?

Un séquito de pequeños porcinos siguió, como rebaño a los pastores,


la estela de baba que dejaban las botitas de Cándido y los orificios
de las dos y a veces cuatro patas que el blátido dejaba sobre el polvo
cual progresión aritmética perfecta. De esta manera el cansancio se

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La Rebelión De Los Insectos

comunicaba: primero dejaba que las dos patas dejaran diez pares
de huellas cada cinco metros, por ello se entendía que prevalecía la
fortaleza sobre el sopor. Pero a medida que la vorágine de la
ignorancia les arrastraba, se apreciaba que cada dos metros se
daba cinco veces un par, y en los siguientes cinco metros dos de
estos. Se retroalimentaba un ciclo de fatiga que hasta cierto punto
resultaba traza eficiente para que los cerditos reconocieran el
camino de sus amos ambulatorios. Aún no eran hombres. Es por
esto que existían las ratas.

Debajo de los mantos nevados están incrustadas las cuevas. Dentro


de ellas no habitan las arañas ni los osos. Hay, por ejemplo, peces
de colores en las fuentes que las estalactitas engendran con prudente
paciencia. Pesa decir que Cándido no les ve del mismo modo. Son
charcos dentro de la fuente. Pero una criatura que podría distinguirse
a leguas y cuyo hábitat por excelencia suele ser la caverna que
subyace en lo alto del ande es el roedor del hombre. Con su cola
gorda pega latigazos sobre el hielo que recubre el suelo y sus
exhalaciones alteradas, por causa de una hiperventilación propia de
los condenados al olvido, no son más que polvo.

Cándido sintió mucho sueño. Le pidió a la cucaracha juntar a los


animales en un solo lugar para conservar el calor, después recostarse
entre ellos y cerrar los ojos hasta que el alba les pellizcara los
párpados. Un sueño voraz de pronto le conminó a desistir, se hizo el
metatrance onírico adversario infranqueable del autogobierno.
Caminaba de un lado al otro, y las respuestas estaban a la mano.
Obtener la verdad, lo mismo que un dulce, era un proceso abierto a
todos. Por ello el cansancio, la fiebre, la amargura de indagar en la
nada. Un hombre se le acercó y le ofreció una muñeca con dos tetas
gigantes y una botella de ron a cambio de un, no menos voluminoso
que los pechos, silencio. Sintió entonces un mordisco en las piernas.
Despertó. Ya es cuento sabido que el destartalado hombrecillo, casi
imaginario, gritaba y lloriqueaba por cualquier cosa. Empero fue
esta la primera ocasión en la que el espanto no le unió al grito con la

221
La Rebelión De Los Insectos

audición de la alteridad solamente, sino que fue una agresión directa


del entorno la que causó su convulsionada reacción, sus solemnes
vituperios. Imaginar, entonces, que si muerde una rata a una persona
cualquiera ésta ya ingresa al vehículo del pánico, y cuyo único
destino es la posibilidad, remota o no, de que se nos venga abajo el
cielo o de vueltas el suelo ¡cómo actuaría el retorcido gris! ¡Sólo
imaginarlo!: “!!!!$%%&=&)!!!!” ¡Insecto!”

No era el único bajo ataque. El enfadado originario intentaba zafarse


por todos los medios de las mordidas de rata. Eran seis, cien ¡siete
mil roedores rabiosos! Lo más triste quizá era la incapacidad de
defenderse de las bestias del rebaño. Era imposible para el
hombrecillo sacarse al animal de la pierna, los colmillos estaban
adheridos al hueso. El guía gritó: “¡Muérdelo!” Y a fuerza de
permitir que el suplicio continuase, el guiado cerró los ojos y clavó
el canino izquierdo en la nuca del parásito, librándose de él. Tomó
una de las varillas plásticas que flotaban en el estanque y empezó a
quitar a azotes a las ratas que hundían sus feroces bocas en las
heridas abiertas de los chanchos. Arguño hizo lo propio. A pesar de
haber sido todas arrinconadas, las alimañas continuaban
predispuestas a realizar una nueva invasión. Miedo se les intentó
espantar, pero solo el miedo logró amedrentarles. Huyeron, todas
juntas, hacia el rincón más oscuro de la cueva, y ahí durmieron, y sin
embargo, ¡Que no se les intente despertar de nuevo a estas ratas
traidoras!

Así funciona la pasión.

Tomaron las gasas que el insecto traía en un morral que Cándido


nunca notó que llevara. Las heridas de los inofensivos marranos no
cesaban de sangrar. De todos estos tendidos en el suelo, los charcos
de sangre parecían adoptar la forma de un conjunto de
ramificaciones vasculares que convergían en el centro, donde la
pileta bañaba a los pececillos:

222
La Rebelión De Los Insectos

-¿Dónde están los colores, simio?


- No lo sé. Pero sé que ésta es sangre. De la propia. No me preguntes
cómo. Lo presiento.
-Los colores están en todas partes.

Ocurrió algo inesperado. El más pequeño de los integrantes de la


piara, que el hombrecillo gris en punto de color abrigaba en su
estómago con el propio cobijo, estiró una pata y ésta pata fue un
brazo. Estiró la otra y la otra fue otro brazo. Entonces Cándido le
colocó en el suelo, no tan extrañado como solía estarlo al acontecer
esta clase de sucesos, y vio que se convertía en un niño. Y así todos
los componentes del conjunto tornáronse hombres. En realidad, en
niños. Arguño dijo: “Los niños son una especie muy distinta de los
hombres. Aún saben, aún comprenden”.

Ya en la tranquilidad, y luego de tomar un ligero descanso, los niños


comenzaron a jugar. Lanzaban piedras en los charcos vacíos, y en
los que nadaban los peces se detenían, de rodillas y se decían unos a
otros: “Este es azul; éste verde”, “verde agua, creo yo.” Acotaba la
niña de rizos al frente. Un niño palestino se columpiaba de una liana
de caucho mientras un bebé peruano se reía mientras jugaba con las
antenas del insecto. “¿Este no era el más grande?” preguntó el
encorvado. Y Arguño dijo: “Grande es solo una palabra”.

La cueva se llenó de colores. Pero Cándido no lo veía. Apenas


distinguía al bicho y a los niños, por la presencia que irradiaban.

La sangre

Para llevar a los charcos de sangre hacia los conductos que


confluyen en el músculo cardíaco era necesario extraerlos a todos.
Uno por uno, de los frascos. Todos los frascos se encuentran en el
cajón. Y en los cajones los hemocitos bailan libremente sus ritmos
exóticos. Menteo se rascó la máscara, inhaló los lúmenes. Y, desde
el fondo del contenedor, comenzó a lanzar hacia arriba, como se

223
La Rebelión De Los Insectos

lanzan los ladrillos, a todas las gotas enrojecidas. Luego Torme las
tomaba y apuntaba en dirección a Figayo, quién a su vez les
colocaba fuera de la caja. Y así con todos los charcos; y así con
todos los frascos. Les intentaron ordenar, pero para gran sorpresa de
los viajeros comenzaron los charcos a fusionarse en un
indestructible sistema de vasos cuya silueta terminada emulaba a un
sirviente en heroica pose.

El guía le habló:

-¿Hacia dónde está el músculo?


-No lo sé. Algo es muy cierto. Yo no poseo verdades internas.
Huyen de mí como prófugos sin vicio; como leones sin carne; como
hombres sin morada.
-Y de las vías ¿puedes decirnos algo?
-Sí. Las vías están repletas de hemocitos danzantes.
-Eso lo sabemos. Pero ¿conoces la arteria exacta?
-No. Pero para llegar a ella, a cualquiera de ellas, deben reconocer
los vasos.
-Podría ser más fácil si supieras.

Los vasos poseen en su inicio y final un gatillo. Si, por ejemplo, el


gatillo de afuera es presionado por un impulso eléctrico nervioso, la
sangre retorna a la arteria. Si el gatillo de adentro es nuevamente
pulsado es porque los hemocitos tienen permitido refugiarse en el
vaso. Por esto, Torme preguntó al cuerpo sangriento si podía él
accionar los dispositivos de expulsión y luego seguirles: “Haré algo
mejor- respondió- les daré un ejemplo práctico. Les enseñaré a
pescar”. Acto seguido, se aproximó a uno de los vasos cerrados en la
pared; abrió despacio la puertecilla de tejido, y susurró:

-Psss…pssss hemocitos… psss.

Las celulitas comenzaron a desperezarse. Una bostezó. Cuando


advirtieron la presencia de un extraño temieron lo peor y

224
La Rebelión De Los Insectos

retrocedieron hasta el fondo del vaso.

-No se asusten. Soy yo ¿se acuerdan de mí?

Para todo esto, el más anciano fue el único que no se mostró


atropellado ante la presencia del forastero:

-¡No puedo creer que seas tú! ¡Es imposible! Yo pensé que la
infección te había matado.
-No, no, matado nada. Todo está bien. ¿Me harían un grueso favor?

Luego de una sucinta deliberación, los hemocitos accedieron a


retirarse del vaso y se ubicaron cerca de las blátidas. Posteriormente
el cuerpo ingresó en el vaso y fue hasta el fondo éste. Frotó sus
dedos con el gatillo y fue regurgitado agresivamente hacia un
túbulo, hasta que ni Figayo, ni Torme, ni Menteo lograran divisarle.
Entonces entendieron. Figayo se acercó a una de las puertecillas de
tejido eréctil e hizo sonidos como “pss” y “tss” pero cuando los
hemocitos vieron a la cucaracha se asustaron más de lo debido. Todo
estaba, sin embargo, bajo control. La vieja célula que saludó al
sangriento tomó partido en el asunto y retomó la deliberación con
sus congéneres. Era más sencillo así: que ellos hablaran con los
hemocitos durmientes supondría un ahorro sustancial de tiempo,
tratándose de asumir cuánto demoran una, dos y hasta tres blátidas
originarias en aprender sobre protocolo cardiovascular.

Una vez que todas estuvieron adentro de los vasos, recibieron la


indicación debida para accionar el gatillo. Menteo desapareció;
Torme desapareció; pero Figayo, por más que intentara activar
insistentemente la perilla no veía resultado alguno. Tuvo que pedir
ayuda: “¿Pero qué pasa acá? ¿Por qué no funciona este aparato?”.

La célula se arrugó hacia adentro, supongo que por enojo, y le


advirtió:

225
La Rebelión De Los Insectos

-Si no te abres un poco más y dejas de ser tan soberbio no


funcionará nada.
-A ver. Dejemos las cosas claras. Tú eres un no sé qué, intentando
darme no sé qué consejos
-¡Oh no! Si tengo muy claro lo que soy, pero ¿lo tienes tú?

Y un empujón violento de la oscuridad luminosa jaló a Figayo hacia


al fondo de la venilla cuando la reflexión le atravesó el cerebro cual
cimitarra. Al caer de espaldas y para no golpearse las alas, torció una
pata y accidentalmente giró la perilla de expulsión. Fue así como
salió disparado hacia la arteria.

La gran pérdida

Las fauces de la gran bestia del olvido ya engulleron al cuerpo. Es


por eso que no se encuentran bestias en el abismo. Las menos
ofensivas ya han sido digeridas, tales como los cobayas, los sajinos,
o las lagartijas; las más, aún se hacen esperar.

Arguño dejó que los niños tomaran un respiro y se mantuvieran en la


cueva, pero antes les encomendó dos tareas: la primera consistía en
clasificar los colores uno a uno exceptuando el infrarrojo y el
ultravioleta; la segunda, tomar los colores y fabricar un muro de
contención lo suficientemente fuerte como para evitar el paso de los
roedores hacia las desembocaduras de la cavidad. Y ya estaba. El
contrito y nada risueño hombrecillo se mostró escéptico sobre la
capacidad de los críos: “Bicho, son niños ¿de dónde sacas la
descabellada idea de que construyan un muro de contención con esas
manitos? Además, los ladrillos son todos grises…” En efecto.
Cándido les veía grises, pero, en palabras del insecto “eso no quiere
decir que lo sean”. Así es que con esta persistente duda y no tan a
rastras, los dos antropomorfos se despidieron y sacaron las cabezas
al exterior. Al momento de descender del empinado accidente
tuvieron que hacer malabares para no resbalar. Más bien equilibrio.
Pero existe un punto de la hipotenusa en el cual es imposible caer.

226
La Rebelión De Los Insectos

Caer es la remembranza ineludible. Incluso el guía se enfrentaba al


miedo del vacío, pero ahí, abajo, no había que dar excusas a nadie.
Eso es lo bueno de caer. Abajo no debes rendirle explicaciones a
nadie y si preguntan por ti tú dices que no estás y asunto arreglado.
Por ello, en el entorno de Cándido, convivían las gentes que sentían
un curioso gusto por el dolor y la autodestrucción. Pero estos son
solo locos, son solo los desquiciados. Además, para qué llevar a
Cándido a esta área si él mismo reconoció que se trataba de un
problema uterino y no de una cuestión de ego o aburrimiento.
Entonces resbaló con un zurullo de auquénido, y se agarró de la pata
del insecto, que tampoco pudo evitar caerse. Y ambos fueron a dar al
vacío.

El abismo se les presentó así. Sosteniéndolos con suavidad en el


aire, dejándoles creer que estaban en realidad detenidos en el
espacio y que bajo ellos una suave mano proporcionaba la calidez
de una cama en compañía. Esto no fue más que un engaño. Con la
misma prisa con la que un ciervo huye del cazador, el abismo
enseñó su cara larga y maquiavélica. Quiso el estudiado mirar al
rostro de su insecto, pero el insecto ya no poseía rostro. Era solo un
insecto. Del mismo modo, cuando Arguño quiso mostrar su
impresión sobre el abismo a su guiado, notó que rostro no tenía.
Entonces una pata se le cayó, y a Cándido un brazo; El vientre se le
desprendió, y a Cándido el vientre, junto con las piernas, también se
le desprendieron. Cada dedo del hombre comenzó a salírsele de la
palma, y la palma se separó de la muñeca; las dos antenas del
blatódeo fueron rechazadas por su cabeza, y su cabeza también se
alejó de su tórax. ¿Fue acaso la acción de un cuchillo?
Al fondo del abismo habían perdido la identidad por completo. Y
estaban repartidos todos los pedazos vivos y respirando en el
subsuelo. Al centro un muro negro y blanco les separaba. De un lado
dos patas de insecto, un brazo de hombre, una cabeza de insecto; del
otro; un tórax humano, un rostro de insecto, dos piernas humanas,
una pata. Un hígado aquí, una tráquea allá. Y así. La tierra se abrió

227
La Rebelión De Los Insectos

cruzada. La tierra iba a almorzar un poco de mamífero con salsa de


cucaracha.

-Fantástico insecto.
-Deja que me ocupo. No te preocupes querido. Solo debes unir esas
patas a tu tórax. Solo hay que rearmarse. Esa será tu identidad.
-No pienso bicho ¿No te das cuenta del asco que siento?
-Pues lo siento, pero si no quieres que te traguen, debes rearmarte
con partes mías.
-¡Que no…!
-¡Recuerdas ese arroz al curry!

La tierra comenzó a succionarles.

-¡Pues… no quisiera alarmarte!...


-¡Tu di…!

El viento se arremolinó como un crespón.

-¡A veces algunos bichos caían accidentalmente a la comida!


-¡Bueno … y!
-¡Y nunca te lo dije!!Así es que, digamos, ya has tenido partes de
bicho dentro de ti!
-¡Siempre imagino lo peor! ¡Lo supuse!
-¡Que te pongas las patas ya mismo!
-¿Cómo?
-Solo ponlas…

Fue el sencillo hecho de que Cándido pusiera a costa su voluntad lo


que motivó que las patas de insecto, lentamente, se movieran hasta
su tórax y se unieran como brazos propios. Luego la cabeza del
insecto se unió. Sin embargo conservó sus piernas humanas.
Cándido habló a través de las mandíbulas del originario.

-¡No está mal!

228
La Rebelión De Los Insectos

La cabeza del tordo hombrecillo se unió al tórax de Arguño:

-Ahora sí- dijo el blátido- ahora sí es más sencillo hablar español.


Para eso servían las lenguas ¡ja!
-¡También sirven para otras cosas!
-¿Cómo qué?-preguntó el huésped.

Antes de que Cándido fuera absorbido por el terral, el originario le


tomó con sus brazos humanos delgados y le jaló hacia una de las
salidas.

-Pregúntale a tu hermana.

Agotado, el retorcido sujeto, cayó en profundo sueño. Así, a veces,


solía recuperar el aliento. Lo de luego podemos imaginarlo: “Pásame
esa pata”, “ayúdame a ponerme mi pierna” y cosas por el estilo que
estaría de más decir. Por fin se habían librado de uno de los más
terribles monstruos de los hombres, de la pérdida de su identidad.

Los hombres sin vísceras.

Una vez incinerados los órganos internos de los hombres, solo queda
vivo el tejido sobre el que circula la razón en su estado natural. El de
la corteza muscular. Cuando nace un hombre sin vísceras, nace uno
de delgados tronco y extremidades, y gran cerebro.

Pero el cerebro no sirve siempre, a veces, está de más. Por lo general


nos ayuda a seguir las normas, a emplearlas para alimentarnos,
cazar, comprar, fornicar, y hacernos merecedores de posición social.
El cerebro nos brinda una identidad primaria: nos otorga un nombre,
un fin, una orientación sexual, política y religiosa. Nos da pechos de
los que beber y brazos sobre los cuales recostarnos. Gran parte del
tiempo el cerebro nos sirve para convencer al sexo opuesto de que
deben hacer ciertas cosas que no quieren hacer para así conseguir el

229
La Rebelión De Los Insectos

edén, o, lo que es igual, una noche sin pasar frío, un bonito collar,
alguien lo suficientemente decente como para presentárselo a tus
padres, etcétera, etcétera. Convenciones e instituciones enemigas del
hombre libre.

Aquél no nos hace lo que somos. Es una herramienta útil, no el fin.


El fin se da gracias a un conjunto entre las vísceras y el ganglio
principal, de este modo caemos en la cuenta de la exposición
insectaria. De que Dios no habita en sistemas singulares, sino en su
composición. Sencillamente los hombres sin vísceras no necesitan
de los demás. No necesitar de los demás, en algún punto del
trayecto, resulta un factor indispensable para completar la línea
oscura y luminosa del deber. Sin embargo, nadie conoce su
verdadero deber, su destino. Lo único que está escrito es el clima, y
el clima falla.

Los hombres sin vísceras viven en la sangre. Pero no en toda la


sangre. Solo aquella que circula a través de las arterias. Aquella
sangre que ya halló su redención. Entonces los hemocitos
descoloridos les son útiles como mascotas. Algunos hombres sin
vísceras les usan para jalar sus carretas; alzar gigantescas rocas para
construir sus muros; o sencillamente para no morir de frío una vez
que se apaga todo. Uno de ellos no esperaba encontrarse a las
blátidas. Pero no se sorprendió con sus intempestivas apariciones,
dudó sobre, sí, que pudiera o no ser una mera ilusión óptica producto
de la ingesta desmedida de pretógeno. Luego estuvo más tranquilo.
Llamó a sus compañeros a observar el espectáculo de los insectos.
Ellos, como suelen hacerlo algunos originarios para sentirse a gusto
en tierras extrañas, recitaron un poema sobre las cucarachas. Los
hombres sin vísceras suelen disfrutar este tipo de actos porque en la
arteria todo transcurre lento y pasmoso, incluso las camorras entre
hemocitos son amarga réplica de la lentitud. Cada uno se dividió un
párrafo. Primero Figayo, hijo de Nunques; luego Menteo; y,
finalmente, Torme. Este último lo escribió, y en algún momento de
su vida Arguño le recordaría e intentaría, durante un acto de

230
La Rebelión De Los Insectos

comunicación subliminal, cantarlo a oídos del tristísimo joven de


cabello y rostro gris:

Pero qué horror.


¿Qué fantasma ha aparecido acá?
Verdad…verdad.
Que hábil mentira es le verdad.
Todos mojan las sábanas cuando nace.
Le verdad sabe. Es le únique que sabe
¡Qué horror son los insectos!
Sus patas acorazadas, sus alas menudas, su vientre segmentado,
pero sobre todo, esos ojos profundos que no dejan de contemplar la
nada
Que parecen llamar a la reencarnación del miedo.
Solo un ataque es claro. El de ellos.
No, no es permitido
¡Pisémosles a los insectos! ¡Aplastémosles!-... dicen los hombres.
Dicen los hombres
Pero, ellos podrían preguntarse…

Preguntarse…preguntarse
¿Qué son los hombres?
¿Son los hombres la reencarnación viva de un recuerdo en la
conciencia de un insecto?
¿Qué es un insecto?
Pero, así es le verdad.
Le temen los hombres a los insectos por lo que representan. Porque
sus patas son más rápidas, porque tienen más ojos, porque hablan
una vez cada mil años.
Pero sobre todo porque, a pesar de ser mudos, hablan.
Y tientan a la verdad, la verdad es a insecto lo que felicidad es a
hombre.

Los insectos han llegado para quedarse. Serán las putas de los
hombres

231
La Rebelión De Los Insectos

Los hijos de los hombres


Los árboles que siembren y los besos que den.
Serán los insectos los pies con los que caminen.
Serán la cura de los males
Los males huirán de los insectos
Pero, antes, los hombres deben dejar de huir de los insectos.
Sobre todo, deben dejar de aplastarlos.

Fue así como uno de los habitantes de la arteria se puso de pie y


aplaudió con algarabía las frases de las que tanto había gozado. El
resto le miró mal, pero no evitó la expresión. Pueden a veces ser
estos hombres tolerantes, sin embargo, aún permanece sobre ellos el
conjuro del frasco. Fue una ofensa a su inteligencia, así es que
determinaron expulsar, maniatados, a los tres insectos. Sin embargo
invitaron al cuerpo ensangrentado a beber.

La expulsión fue algo positivo. En primer lugar porque a ninguno les


pareció interesante lo que tenían que decir los eviscerados. Aunque,
debo decir, Figayo se mostró complaciente con la actitud de zozobra
de uno que otro de ellos. Y, en segunda instancia, debido a que la
expulsión fue hacia un camino que coincidía con el mapa vaticinado
de Menteo y que Torme intentaba reflejar en gráficos hechos a
mano, en papel, y solo con lápiz*. Se presentía que el músculo
estaba cerca.

* A ciertos bichos no se les permite el uso de borradores o


correctores a menos que prometan no borrar lo bello, y sin embargo,
la ley Nunqueana nunca estipuló de qué iba lo bello.

Para que una revelación despierte la curiosidad hacen falta más que
palabras, colores, o
caricias. El corazón emitía un ritmo cadencioso y sereno cuyo eco
terminaba poseyendo las almas de los hemocitos. Y danzaban.
Danzaban como si la fiesta no se fuera a acabar nunca. Por más que

232
La Rebelión De Los Insectos

algunos les emplearan como bestias y les golpearan con varillas,


ellos danzaban. El eco llamó a Figayo, que en plena facultad de sus
sentidos decidió seguir el ritmo con el oído, y los pasos de los
hemocitos que al frente se batían en imperdonable jarana. Pero en la
máquina de recepción y expulsión solo existe el silencio. Es extraño.
Pero nada parece moverse. Lo más atractivo resultó ser el momento
en el que las células comulgan en su interior. A través de un atrio
lograron los viajeros ingresar a las cavidades internas, y ahí
reconocieron la comunión. Reunidos en un círculo intermitente, los
hemocitos cerraban los ojos y silbaban. Menteo sintió envidia de
aquella capacidad de silbar que sin duda cualquier blatódea
originaria hubiera deseado, y que tan solo algunos, como Arguño,
tenían. Al centro del círculo estaban los colores. Prístinos,
inmaculados, sin negro ni blanco que les manchase. Podrá
sorprender al lector la siguiente acotación, pero, el guía, no supo qué
hacer o decir pues fue invadido por una paralizante euforia. Por otro
lado, Figayo, bastante menos reflexivo, tomó por cuenta propia las
riendas de la expedición, al menos, momentáneamente, y se acercó a
los colores que yacían dormidos e imperturbables sobre el lecho
cuales cachorros de zángano. “Ni se te ocurra hacer “pss” o “tss”
bicho. Soy muy capaz de convencer a Nunques de que te envíe a
custodiar felinos. No te gustará, lo aseguro.” le amenazó, firme,
Torme.

A pesar de mantener absoluto silencio, un respiro casi imperceptible


alteró la tranquilidad de los colores. El azul, desconcertado pero sin
hacer escándalo, tocó al rojo y señaló a los visitantes con su más
inhóspito dedo. No había altercado, pero sí disconformidad por parte
de los amarillos y verdes respecto a presencias que pudieron
hallarlos desprevenidos. Extraña situación, en la que los colores no
se muestran cordiales, es cuando les sobrecoge la emoción de la
alteridad. Pero ese es un pecado de ellos. De ningún modo de los
insectos.”¡Enciendan la máquina!” ordenó el infrarrojo. Así la
máquina fue activada por los hemocitos centinelas. Inmediatamente
un impulso hizo girar los engranajes y doblarse las cuerdas; dilatarse

233
La Rebelión De Los Insectos

las cavidades y dar paso a la temible contracción. Un estruendo


azotó los oídos de Menteo, ya bastante sensibilizados a causa de la
ceguera, arrancándolo, paradójicamente, del asombro. La sístole no
se hizo esperar. Mostrar, para los ventrículos, su gallarda hinchazón,
no es trabajo difícil. Entonces se contrajo el motor íntegro, y los
bichos se dispararon en cotejo hacia lo incierto, nuevamente.

Penúltima teoría blatódea: Los monstruos.

El olvido y la irreflexión son los padres de la ignorancia. La


ignorancia apadrina a su vez tantos otros males:

La indiferencia, que nace por consecuencia de la ignorancia,


desemboca en la negligencia. Es la negligencia un motivo de auto
desintegración para los hombres y les lleva a la postre a sucumbir a
la culpa final. Es también causante de la pereza. La pereza, en su
forma maligna, engendra a los vicios. También, en conjunto con la
enajenación es la indiferencia la partera de todo acto irreflexivo del
individuo.

La enajenación nace gracias a la ignorancia y la indiferencia. Por


ello le consideramos el primer incesto de los hombres. Es, como ya
dijimos, madre de los actos irreflexivos que convergen en la auto
desintegración, y, finalmente, en la autodestrucción.

El deseo insano es producto de una necesidad, pero no de cualquier


necesidad. De entre todas las necesidades que posee el hombre solo
hay una que le daña. Y es miles, y es una. La ficticia. El deseo
insano es padre junto con la enajenación de la ambición insana.
Todo gracias al deseo ficticio. La ambición insana en conjunto con
la enajenación es el caldo de cultivo de otros males menores pero no
menos preocupantes tales como el arribismo, que en su forma
compleja, es decir, unida a la pérdida de identidad, alumbra a la
alienación. La alienación tiene, del mismo modo que sus
antecesores, similar desenlace: la auto desintegración y la posterior

234
La Rebelión De Los Insectos

culpa final. El deseo insano tuvo el descaro de amar al miedo


incondicionalmente, ambos, con ayuda de su abuela, son fieros
defensores y procreadores del egoísmo.

La cobardía y el silencio potente (pero no el impotente) son gemelos


provenientes de una misma cepa. La de la ignorancia en conjunto
con la irreflexión. He aquí otro gran incesto. Del mismo modo la
cobardía engendra a su gemelo con ayuda de su madre, y es, a secas,
el silencio impotente, causante de auto denigración. La auto
denigración suele ser absoluta.

El egoísmo es también producto de la ambición insana, pero debido


a un desliz. El egoísmo auto desintegra al individuo. El egoísmo no
amaina a la identidad enferma, le potencia. Es, por esto, abuelo de la
alienación y padre de culpas finales.

El miedo es directo. Inmediatamente trastorna al individuo hasta


desintegrarlo y posteriormente mostrarle su culpa. La culpa de
todos. No posee actividad pero sí un claro origen. La ignorancia.

Cómo compartir el pan y el camino con un insecto.

Una vez traspasado el olvido, donde la idea es un par de viajeros,


dejaron de mostrarse las rocas y los ratones como las únicas formas
de vida. El ichu se extinguió con el aumento de la temperatura.
Entonces hay nuevamente vida. Pero no cualquier vida. La espesura
del miedo convierte a la selva en una infección generalizada. La
memoria, sin embargo, está en todas partes. Es cierto que en su
forma más sutil, pero ¡ahí está! Antes de que Cándido hallara la
extinción de la que bien se había ya librado, hubiera podido, quizá,
reconocer las manos amables de sus años en receso. Hubiera podido
aún, gracias a los últimos fragmentos de la memoria, antes de que
esta abdicara ante el olvido y la irreflexión, extraviarse en el negro
de la pupilas felinas que cuando más frío sintió le salvaron de la
justicia humana. Cuando la infección no permite volver hacia atrás y

235
La Rebelión De Los Insectos

recordar con gozo esas miradas, solo un insecto puede salvarnos:

-Verás, Cándido, las semillas se encuentran terminando el abismo...


-Bicho, creo que tengo un problema, debo haberme golpeado muy
fuerte al caer ¿no crees?

Arguño notó que Cándido cojeaba graciosamente. Pensó: “Esto pasa


cuando exageramos”.

-Creo que has puesto la pierna izquierda en lugar de la derecha, y


viceversa…
-¡Ah, sí!...verdad…retoma…vamos, bicho…retoma…
-Una vez desmembradas las identidades hay que volver a
sembrarlas. Pero no hay que verlo como un proceso costoso. Quizá
nos demande tiempo y algo de sudor, pero, es bueno sudar, es bueno
vivir.
-¿Qué hay que hacer entonces?
-Reconstruir. Cuando reconstruimos lo que consideramos bueno de
nosotros, tenemos la lanza adecuada, tenemos la fuerza para vencer
sobre el tiempo.

Entonces el insecto tomó una semilla oscura del suelo, y le


preguntó a Cándido por el color: “Es oscura”-respondió- “oscura,
pero ¿quizá azul?” En efecto. La semilla era azul. Arguño tomó el
resto de semillas y le pidió a Cándido que sembrara. La densa
neblina y la imposición indiferente de los árboles permitían ver
apenas la tierra. Algo llegó a la memoria del demacrado
hombrezuelo: “tu vista será la imparcialidad”. Así, con irregular
desperezo, se diluyó calmadamente la frecuencia de los nubarrones.
Pronto en el suelo podrían hacerse orificios. En cada orificio habría
que colocar una semilla. Solo una. La sombrita hundió el dedo en el
barro y se quemó instantáneamente. El guía saltó por un instante y le
increpó su actitud. “¡Es que está caliente!” repetía opacamente el
hombre, motivo por el cual el originario decide llamar a un par de
niños que esperaban al pie del carrizal. Fue así como los cuatro

236
La Rebelión De Los Insectos

comenzaron a hacer hoyos. Los niños, debo decir, reconocían


perfectamente los colores. Descubrió Arguño que Cándido había
dejado de ver todo color como gris, empero, por quizá qué suerte, le
era imposible acertar con impecabilidad el tono, era Cándido
entonces, podremos imaginarlo, un daltónico. “¿Son nativos?” se
preguntó en voz baja el visitante. El bicho dijo: “Todos somos
nativos de este mundo”. La sorpresa no se hizo esperar, que “¿Me
oíste?”, y la cucaracha “Todo se escucha en alguna parte”. Habrá
que aclarar que ni una retahíla de vituperios en perfecta sincronía
sílaba-segundo podría acogerse a una descripción siquiera somera
de lo que con la mirada el guiado buscó expresar en ese momento.
Los niños dejaron a Cándido la tarea de separar los colores. Pero
para eso estaba la duda presente. Y con sus dedos tanteó los tonos y
semitonos. El orden fue para la siembra lo mismo que nada y todo.
Subjetividad absoluta. El primate se distraía constantemente, parecía
esmerarse en dar cabida a la enajenación. Para eso son los guías,
para exhortarnos a la concentración. Así fueron las semillas
enterradas. El investigador les preguntó a los niños “¿Se acuerdan?”
Y en perfecto orden, formando una columna, los dos niños cantaron
mientras el explorador dirigía el par de estribillos:

Hoy nos libramos ¿de qué nos libramos?


Nos libramos de librarnos de la libertad
Nos libramos de no librarnos
Simplemente nos libramos.

El color regresará
Como regresan las aves
Como regresan los hombres
Hoy regresa el amor propio.

En medio del cántico surgían de la tierra magra los brotes. Cada


brote un color. La amenaza no habría de hacerse esperar. Cientos de
plantas parasitarias intentaron sustraer el alimento de los colores.
Tres tipos de estas. Las negras y las blancas, más pequeñas, y las

237
La Rebelión De Los Insectos

grises. Gigantes. El bicho no escatimó en saliva: “Bueno ¿y? ¿Vas a


sacar la maleza o tengo que arrancarte las entrañas simio?”...
Comprendida la ironía por el retraído, se dispuso a arrancar, una por
una, todas las plantas malignas.

El brote se hizo mayor. Los hipocótilos adquirieron la fuerza de un


tallo. Como el carrizo, nacían los colores en medio de la espesura de
la selva. Arguño pidió a los niños que subieran tres tonos y los
niños obedecieron. Se dio la floración. Ya eran fuertes los troncos.
Por esto mismo, el guía y su guiado, arrancaron las plantas y
conservaron los troncos. Las flores fueron buen pago para los niños,
quienes, comentaron en algún momento, necesitaban pigmentos para
los dibujos que hacían sobre las piedras que el río limaba. Con los
pequeños troncos habrían de dirigirse hacia el páramo. La jalca,
impaciente, les esperaba.

Hubo gran estupor en el par cuando un auquénido les hizo el


comentario: “Sería bueno que alguien haga algo. Las ratas pasaron
por acá y engulleron todo a su paso. Ni un solo frailejón, miren, ni
uno. Solo he logrado yo rescatar, que estoy de paso, este tubérculo.
Hacer algo bueno de él”. Antes de despedirse, la bestia les dio
alcance: “Hacia allá está la vía. Sigan tranquilos, pues que yo sepa
no hay predadores cerca. Tengan el cuidado que se tiene con las
plantas resistentes en un invernadero”. Pero antes tenían que
regresar, los recuerdos y las armaduras no podían construirse solas.
Después de todo, gran distancia no había entre el semillero y el
páramo.

De vuelta. Llamaron de regreso a los críos de las flores, pero éstos


no hicieron mayor caso. E hizo Arguño aspaviento inusitado: “¡Pero
si les hemos dado pigmento!”Cándido, ingrávido, dijo algo que el
insecto no podría olvidar: “Cálmese bicho. Hay ciertas cosas que,
creo, no comprenderemos de ellos” Llamó la atención del guía que
el homínido no azuzara el fuego. Eso logran a veces los primates en
la hipotenusa, restar tensión al insecto.

238
La Rebelión De Los Insectos

Hay momentos en los cuales las blátidas experimentan pánico, pero


hay más momentos en los que una figurilla descolorida le atraviesa.
Éste es uno de esos momentos. Sin embargo, el pánico suele traer
consigo un grado especial de fuerza. Dicha fuerza sirvió para erigir
tres pequeñas chozas. Casuchas donde, según el bicho, habrían de
habitar los recuerdos primarios, aquellos que por efecto de la
emoción ocupan terrenos prioritarios en el corazón. O en el cerebro,
que, para las blátidas, y hablando de primates, viene a ser lo mismo.

Había que regresar al camino, pero entre la selva densa y el páramo


se extendieron dos males como monumentos. El primero era el
temor de Cándido a actuar en pro del regreso al camino y el segundo
era el miedo a regresar, definitivamente, al camino. El aire se mostró
celoso de las voluntades que surgían por entonces. Les fue difícil
brincar por sobre ciertos riachuelos. Algunos, como lo son en la
selva densa, eran hogar de pececillos carnívoros y parásitos
hemófagos. Y sin embargo, los que le aquejaban al hombrecillo, no
eran más preocupantes que su propia indiferencia. Hora se disponía
a regresar, hora esperaba que el bicho le inspirara con alguna cita
célebre de la literatura originaria, o algo similar a la comida
tailandesa. Aún cansado, Arguño tentaba dar alguna esperanza. En
esto cabe aclarar que era bueno, pero solo por fuerza de voluntad. El
aaómetro solía alterarse cuando el artrópodo realizaba tales
gestiones. “¿Recuerdas la comida de aquél restaurante…?” pero la
silueta contrita apenas decía que “no, no le recuerdo…” y parecía
entonces querer dormirse. Algo más tendría que ocurrir, en otra
parte, para brincar por sobre el páramo y conocer los orígenes del
contagio, donde el binomio paternal de la gran pandemia convive
con las alimañas del monte.

Ambos cayeron rendidos ante la pereza.

Para suerte de la verdad, algo ocurrió.

239
La Rebelión De Los Insectos

El gris incipiente: cubículos, bloques y recintos.

Menteo intentó dibujar en el rostro propio una sonrisa de aquellas


que causan que las antenas se les estiren hacia atrás a las cucarachas.
El cubículo en el cual se encontraban recibía raudos hálitos que
parecían piloteados por troncos humanos. Solo eso, un acervo de
bustos volátiles. Quiso preguntar: “¿Quiénes son ustedes? ¿Qué
hacen aquí?”, pero el silencio era más fuerte que cualquier respuesta.

Los cubículos, que encierran al casillero, abrían las puertas para que
los troncos adentro intentaran asirse de algo. Una pequeña cabeza
salía, pausadamente, de los cuellos mutilados. Hacía sonidillos
molestos, pero, prontamente, decía algo. Tuvo que ser Figayo
sumamente paciente para comprender las palabras que formaban un
coro inconstante en el bronquio. “Préstame tus brazos” cantaba uno;
“Hermano, ¡tus piernas! ¡Tus piernas quiero! ¡Tus piernas necesito!,
otro.

Y en la tráquea, no quedaba nada. Salvo hallar solución a los pobres


hombres que, a pesar de tener brazos, no podían erguirse y andar.
Aquél recinto inconmensurable mostrábase el doble de enredado en
su configuración, y geométricamente superior a toda forma antes
vista por los visitantes.
-Sería tan bueno volver a andar...-susurraba en el oído de Torme uno
de aquellos.- De poder andar, quizá podríamos dar un salto, o
muchos, y llegar, como liebres, al cielo abierto juzga con gravedad
al monte.

El guía tuvo que meditarlo. Después de todo, piernas como las de la


primera camada no suelen tener repuesto. Pero, ya estaba. “Quítense
todos las patas”. Figayo pegó un salto: que “¿cómo se te ocurre?”
que “¿qué clase de guía eres tú?” y “si solo hemos venido a rescatar
a un insecto, no a hacer caridad”. Un hemocito, que paseaba, restó
importancia a los reclamos de Figayo, y comenzó a frotarse
insistentemente contra su pata. El bicho consideró esto una agresión.

240
La Rebelión De Los Insectos

-¡Suéltame!
-¡Que no!
-¡Qué me sueltes bestia!
-¡Donde respira la esfera todas las causas han de parecer justas!-
exclamó el hemocito.

Y los hombres sin piernas tuvieron patas originarias en lugar de


ellas. Con diligencia alzaron a las cucarachas en sus hombros y, en
señal de agradecimiento, les ofrecieron transportarlas hacia el último
pico del descenso. “Nos quedan aún cuatro patas, insecto. No seas
dramático” decía Menteo a la vez que bajaba a Figayo de uno de los
nuevos hombrecillos.

La cara les soplaba el viento. Pero el airecillo tendría que extinguirse


con el paso de las horas, cuando, luego de cruzar el sendero donde
aparecían los brotes del tomate y el frejol, se exhibiera ante la
máscara quitinosa la desnuda silueta del monte.

Contagio, la gran paternidad.

Este pajonal distaba mucho del que conocemos por los libros. Pudo
ser, quizá, algún día, fuente inacabable de colores, sonidos y
texturas. Pudieron ser estas texturas tan inocentes que se sintieron
incapaces de, alguna vez, por conveniencia, engañar siquiera a una
mosca. Este pajonal, era gris. No gris lluvia, aquél que invita a los
refugios para compartir fuego, pan y carne; no gris niebla, aquél en
el que suelen perderse los cuerpos coloridos para hallar reposo. Este
gris era puramente conceptual. Era el gris de los esqueletos de las
plantas y animales que decoraban el suelo. Cándido preguntó: “¿Es
que nos hayamos donde todo se ha olvidado?”

-No, querido simio. Al olvido, creo, ya le hemos derrotado.

241
La Rebelión De Los Insectos

Crecían entonces, cerca a sus pies, más de los mismos arbustos que
con esmero habían sembrado. Pero no había niños acá. Solo, muy
lejos, podía escucharse el canto del ave del futuro. Fue cuando uno
de los arbustos grises que solapadamente se hacía del valor de la
tierra sujetó la pierna del hombrecillo delgado que, por ende, perdió
la movilidad de sus labios. El blátido, con similar miedo al que
poseía Torme en ocasiones como ésta, pidió: “¡Rápido! ¡De qué
color es el arbusto! ¡Ahora macaco!” Pero fue imposible. El simio
estaba totalmente paralizado. Para suerte nuestra, es conocida ya la
inmunidad que ciertas cucarachas poseen ante la invasión de las
malezas.

Sujetando la mano de Cándido, Arguño profirió dos maldiciones y


enterró, ágil, sus dos tenazas en las mejillas de la sombra. Y pudo
ésta hablar:

-No estoy seguro, pero…aquél es amarillo. Ese otro, tras la acequia,


magenta. Aquél…

Es por todo esto que la maleza gris soltó la pierna del visitante. El
insecto, estando incluso agotado, le liberó del silencio impotente.
Sin embargo, aún habitaba el miedo a la verdad la entrada al templo
de la irreflexión, donde, por gracias que no puedo explicar, se
postraban los ojos, como cuencos, de Cándido. A pesar de haber
visto hundírsele en la profundidad, la propia, al olvido, el binomio
continuaba poseyendo titánica fortaleza.

La cobardía se presentó a Arguño con forma de hombre. Con ojos y


pies de hombre. La cobardía dobló sus rodillas y pidió sutil
clemencia en el vientre de la cucaracha. Suele ser éste un lugar
susceptible a tales peticiones. Pero Arguño se negó. Exclamó: “¡No,
hombre! ¿De dónde sacas que la irreflexión te cortará las manos?
Pero, se confirmó, tal duda estuvo fuera de lugar cuando un sablazo
de diáfana transparencia dejó sin manos a Cándido. Extrañamente,
no sintió dolor. No puede sentirse dolor ante las amenazas naturales

242
La Rebelión De Los Insectos

actuales del hombre, porque ellas y sus ataques son cuerpos sutiles.

No obstante seguía siendo necesario avanzar. Aunque un muro


infranqueable se instituía delante de los viajeros, había que
continuar. Pero ya caída la noche se hacía más complicado sostener
picos y martillos con los cuales pudiérase derrumbarle, siquiera
horadarle. El supuesto parásito rogó al cielo que le calentaran las
patas brasas traídas de la nada. Nada hubo entonces, empero brasas.
Calor que combatía al hielo, un hielo tan prístino como el colosal
contrafuerte que levantó la madre de la ignorancia. Y sin embargo,
la noche de los visitantes habría de combatirle.

Bajo la capa estelar siete ojos surcaban el indefinible primor de la


bóveda. El blátido realizó el ejercicio conveniente entonces.

-¿Qué piensas primate?


-Pues, que no tengo manos para rascarme cierta parte.
-Deja, yo te rasco.
-¡No!, son mis partes especiales…
-¿Qué pasaría si regresáramos ahora?
-Pues, no lo sé. Pero si ya hay tanto camino avanzado… ¿para qué
dejarlo?...después de todo, puedo creer en lo que me has dicho.
-¿En lo de rascarte?
-No, en lo de no estar muerto.

Un ladrillo invisible cayó al suelo. Las cosas invisibles también


suenan. Y quizá con mayor volumen.

-¿Sigues teniendo miedo Cándido?


-Un poco. Pero no es el mismo.
-¿Cómo es?
-Como el que se le tiene a la belleza.

Dos ladrillos más cayeron. Luego cinco. Un pequeño orificio se


descubría.

243
La Rebelión De Los Insectos

-Y eso… ¿no es bueno?


-Es probable. Pero, dime tú insecto: ¿Qué hace tan bella a la belleza?
¿Qué hace tan mala a la felicidad ficticia de los ignorantes?

Tres ladrillos se acomodaron, nuevamente, en el muro.

-Por lo menos, cuando llegue la hora de dormir. Tendrás un sueño


real. Un sueño que reemplazará toda la congoja que acumularon
miles de años de armas.

El frágil organismo guardó silencio. El muro se fraccionó en


incontables partes. Un pórtico yacía abierto a los sentidos, pero,
sobre todo, a la reflexión.

La digestión

Las orbes son densas constelaciones cuya unidad son las


insignificantes criaturas que engendró la cobardía. Seres de
indeterminado rango entre los hombres, pero cuya nada durable
calidad humana les aleja abruptamente de la intimidad con un
blátido.

Los hombres mudos, por ejemplo, no abren la boca porque la


retroalimentación supone ofensa a deidades tales como el hombre
negro, o el hombre blanco (ambas bien consideradas). Es por esto
que suelen morir jóvenes. Por otro lado, los hombres ciegos, que
parasitan el estómago de las blátidas, esperan demasiado para ver el
camino que les conduce a la hemolinfa. Pero de todo no hay nada
quizá más triste que la última esperanza: hombres sordos. Su sordera
no es consecuencia de accidente alguno, sino de no querer escuchar.
Aunque, viéndolo así, podemos compartir la postura de Menteo,
quién habló del accidente de la ignorancia. Una franja delgada e
imperceptible que corta la cronología de la historia humana, es,
supondremos, el vértice que señala la caída libre de la comunidad de

244
La Rebelión De Los Insectos

voluntades. Pero también tienen los sordos una responsabilidad: El


hecho de poder escuchar y aún así no hacerlo les hace responsables
de la maldad.

Los hombres sordos quizá hayan olvidado los miedos. Es posible


que en una jungla tal como el páramo, o en zonas como el humedal,
sea necesario sentir miedo para cruzar las líneas de la llovizna. Sin
embargo, la sordera, suele ser peor que el silencio. Porque no es esta
causada por efecto natural, sino porque con los muñones de sus
manos se tapan los oídos. Y quizá una culpa así compartan los
hombres ciegos y mudos.

Cuando Figayo tomó entre sus extremidades a un moribundo


hombre sordo, éste le pidió sus manos. Entonces Figayo vio que
atravesaba la frontera de la ilusión, pues, al final de sus patas, dos
manos lentamente crecían. Y le dijo el hombre sordo: “Con unas
manos así, quizá, pueda hacer algo más que sencillamente tapar mis
oídos”.

A menudo Menteo no tenía reacciones como esta, pero tal ameritaba


el alboroto:

-¡Aquél hombre!-gritaba-…¡Aquél hombre mío habla y además su


voz tiene color!
-¿Qué color?-Preguntó Torme.

Exposición directa al foco: La amenaza que representa la


verdad.

Son cruciales las espinas. Hay quienes dicen que la belleza habita en
ellas. Pero: “Eso es totalmente falso, a mi parecer, ni lo que les
sostiene. Sin ridiculeces hablando.” insistió Arguño al comprobar
qué tan dulces tornábanse las palabras de Cándido al pincharse a la
vez que sacaba con un trozo de junco apenas restos de la sustancia
pegajosa que sus pies ensuciaba. El blátido maldijo: “¡Y lo peor de

245
La Rebelión De Los Insectos

todo es que son cruciales! ¡Insustituibles para los avechuchos de este


lado del lago! ¡Y que beben! ¡Beben de ellas!” Pero a veces, a
alguna persona, le conviene hacerse la que no oye.

-Algo así he oído antes bicho... la textura de los frutos del Sancayo
llama al hambre.
-Pues, comamos.

Al abrir el fruto, de un mordisco, el espanto condujo un


estremecimiento que repartió su columna a través de todos y cada
uno de sus grises músculos. En su interior, notó como un pequeño
órgano pulsátil vibraba, a la vez que algo similar a una vena expulsó
un chorro sangriento que le manchó el rostro. Inmediatamente soltó
el fruto, tirándolo al suelo, y lanzó uno de sus alaridos histéricos,
cosa que ya no causaba mayores brincos en el blátido, más bien eran
pan de cada viaje. Cuando el insecto se acercó a observar, notó que
el fruto de la cactácea tenía órganos muy similares a los de un
pequeño reptil del desierto. “¿Y tu boca?” preguntó.

Es menester del lector asumir qué pudo o no susurrarle. Aunque los


ojos brillantes de la cucaracha hablaron por si solos: “Me la han
robado, señor”. El gris hombrecillo alcanzó a escuchar algo de esto.
Las cactáceas desenterraron sus bases, se armaron en una posición
que daba la impresión de ser, y, efectivamente era, agresiva, y
apuntaron sus espinas en dirección al par. Pero el originario tuvo una
mejor idea:

-Deténganse, damas y caballeros. Acá he traído a alguien que les


conoce…

Cándido, totalmente extrañado, arrugaba la frente en donde la sangre


del fruto comenzaba a secar.

-Es sabido que no tienen camino. Que en el errar de sus raíces no


yace mayor objetivo que la nada misma. Pero, es claro que eso no lo

246
La Rebelión De Los Insectos

saben ustedes aún. ¿Me equivoco?...Pues si es así les ruego que me


corrijan. Ajá, claro, continúen apuntando sus espinas hacia este
humilde servidor. Bien, dilación que no ofende, sin mayor
preámbulo, presento a Cándido.

Con pasmosa discreción las armas bajaron. Cándido se tomó el


pecho: “Bicho… al menos… sé que aquella sangre es roja”.

Suelen doler. Eso es verdad. Te rompen la sangre y denigran tu


músculo. Sin embargo, y esto no es bueno, a nadie le interesa un
carajo. Gracias a ello Cándido sufría y se batía en incansable lucha
contra un vacío inexistente, pero sobre todo reiteraba la misma
interrogante: “Insecto… Insecto… ¿Y por qué no me duele?”.

El insecto sufrió un desmayo intempestivo. Cándido no recordaba


sus últimos entrenamientos en resucitación. Aquella etapa fue, más
que cualquier cactus o fruto de, crucial. Aunque algunas aves se
quejasen, no llovería hasta entrados los viajeros en el más doloroso
tramo.

Pudo ser solo eso: Luz, como algunas que pueden verse postrada ya
la mañana entre nortes y sures. En blatódeo: los luceros escribían*
un “ser malo no es necesariamente malo”.

El insecto no entró en sí hasta llegada la tarde. Abrió sus ojitos, y


dijo:

-¿Te parece que eso es rojo, simio? ¿En serio lo crees?


-Pues… vamos, ¿Por qué no dices tú de qué color es?
- ¡Porque no es mi deber!
-¿No fuiste tú quién me trajo acá? ¿No sería acaso deferente de parte
tuya que dijeras como mínimo el color que tienen las cosas?
-¡Que no es mi deber!
-Pues si no es tu deber debiste pensar bien en lo que me pides.
-¿Por qué no puedes decir cómo es?

247
La Rebelión De Los Insectos

Un ruido estruendoso espantó a las hormigas que comían de los


zapatos de Cándido. Huyeron despavoridas en dirección al fruto de
sancayo, que ya se podría.

-Porque siento miedo.


-Es cierto, primate, que la verdad se viste como una amenaza, pero
suele ser lo más cercano a Dios que puedes encontrar. Tampoco
vengas a reclamarme una explicación de Dios… ahí vive la verdad,
solo que, ciertos hombres descoloridos le colocan ropas que no le
quedan.

Dicho esto, y con cierto enfado, Arguño llevó a Cándido hasta el


pastizal.

Encontraron lo que parecía ser el reflejo de una persona. Ésta, por


cierto, muy capaz de hablar y todo, mencionó que había olvidado
cómo preparar una bebida para calentarse. Hacía mucho frío.

-Oh- pronunció el insecto- Eso no podría decírtelo yo, quizá


tampoco mi ilustre acompañante, el macaco.
-¡Pues no!, no a ciencia cierta en un lugar como este donde todo está
tan alborotado y rompe tanto con mi rutina de mal hábito-furcia-tele.
Ahora, no creo que sea tan difícil. ¿Y si pones aquélla hierba a
hervir y encima un poco de linaza?

Y la sombra, mostrando sorpresa, acotó: “Ah, pero, es que no es


fácil. Debo colocarlas todas, solo que en cierta medida. El problema
es que no conozco las medidas precisas”
-¿Deben existir esas medidas?-preguntó Cándido.
-Yo creo que sí, sino no estaría escrito que deben respetarse las
medidas.
-¿Y dónde está escrito eso?- el blátido.
-No estoy seguro. Pero aquél grillo lo repite todo el tiempo: “Debe
respetarse la medida indicada en lo que está escrito”

248
La Rebelión De Los Insectos

Se acercaron al grillo. A los grillos. Había cientos repartidos entre


las rocas y el hongo que les cubre.

-Grillo, ¿quién te habló de determinadas medidas para el uso de


hierbas en la preparación de bebidas para curar el frío?
-Yo lo escuché de un auquénido azul que pastaba cerca de mis patas.
Rumiaba una frase: “Debe respetarse la medida indicada en lo que
ya está escrito”.

El auquénido figuraba como no habido.

-¿Quién supones que se lo dijo a él, grillito?


-A mi me dijo que era una de las leyes de la ignorancia. Pero a esa
no le conozco, me explico, no es de mi incumbencia quién fuere o
qué haga.

El encorvado gris se enfureció. Se acercó a la caja de esencias y


tomando en la siniestra el recipiente comenzó a hacer al tiempo en el
que dictaba: “Primero la linaza ¿ves?, luego un poco de esta semilla,
quizá de esto en demasía, y azúcar, o miel, ya, ¡ya está! ¡Hazlo a tu
modo!

En la antropomorfa tez de óleo del guía germinó una leve y callada


sonrisa, de esas que logran que las antenitas se nos estiren hacia
atrás…

Desde la nada y sobre todos se hizo detallado el contorno de una


inacabable nube.

-¿Te están molestando estos animales, grillito?


-No señor, pero me hacen preguntas que yo no puedo responderles.
-¿Qué clase de preguntas?

Arguño solo gritó que corrieran. Entonces se avocaron sobre algo

249
La Rebelión De Los Insectos

muy similar a la Canoa que emplearon hace un tiempo. Montáronse


con avidez sobre ella, teniendo que erradicar, a noble fuerza, a dos
niñas que pescaban a orillas del lago. Vale decir que Arguño las
trató con la menor gentileza ¿Sería acaso recordando a los niños que
pintaban piedras?

-¿Pero qué has hecho insecto?


-No te preocupes, no nos guardarán ningún resentimiento.
-¿Quién lo dice?
-El único que puede salvarte el pellejo, aunque no por mucho.

Fue así como abandonaron la meseta. Y lejos de ella, parecía


extinguirse la abominable plaga fungi que en el umbral infeccioso
convierte a los hombres en todo lo que no deberían ser.

Pero ¿Quién sabe para qué son los hombres?

En ciertos momentos los insectos creen que los hombres no sirven


para nada. En otros, los hombres mismos creen que no sirven para
nada. Arguño se escribió en un ala: “Y sin embargo, aún creo en
Cándido”. El hombrecillo, algo más erecto, se confesó a sí y en voz
baja: “Si supiera qué haces de mí, insecto, quizá aún tendría
esperanzas de destruirte”.

Conflicto

Nuevamente un tubo les permitió retornar a la hemolinfa, aunque


ésta ya no permitía el reingreso a órgano alguno, salvo los de
expulsión. Es por esto que cuando Torme preguntó por la
denominación de “orbe” que otorgaba Menteo, éste hizo señal de
que se tratase de un gigantesco intestino en donde las bestias
invisibles paralizaban el flujo de la concordia. A medida que se
cruzaba el umbral, un soplido curvo succionaba a los animales que
recorrían aquél saco ventral.

250
La Rebelión De Los Insectos

Donde todo aparentaba no ser más que un escape, se muestran


arrebatadas otras criaturas. Criaturas que, según algunos blátidos,
son de aquellas que nos cruzamos a diario, en la calle, en los bares,
en los velorios, pero, sobre todo, en los espejos: su hábitat.

Lejos del gran cuerpo, solo podía llamarles la atención la cantidad


de cosas grises. Veredas grises, aguas grises, carnicerías grises,
patos grises. En fin, todo gris, empero, caracterizado, desde hace
algún tiempo, por un punto de color. Sin embargo, apenas Menteo
percibía tan someros detalles, porque el olor de los colores solía ser
bastante más fuerte en la hemolinfa en vista de que, gran cantidad de
cosas allá, suelen tener dicha tonalidad. Pero no se haría mayor
drama hasta comprobar qué tan útiles podrían resultarles estos seres
durante su búsqueda. Y ya no se trataba de no querer hablar; de no
querer escuchar; de no querer ver. Sino de no poder.

Poder hablar, para los hombres sin boca, es imposible. Figayo les
veía caminar a prisa sobre la de vereda, como si huyeran de las
fieras. Los hombres sin ojos no podían ver. Se chocaban con los
faroles; tropezaban con la banqueta; tocaban bustos por dar manos y
estrujaban manos en vez de ofrecer caricia. “Éstos, creo, por algún
motivo de mi gusto, son los que están más jodidos” decía Menteo
antes de reír.

-¿Acaso tú nunca has tropezado, bicho?-Juzgó Torme.


-Pues no, tunante, yo escucho por ver.

Fuera de la caverna, donde se desarrollaba la discusión, podía


hacerse bastante más complicado el periplo. Una cavidad, cuyo eco
interno llamaba a la remembranza de las voces que durante el sueño
en el valle escucharon tantos artrópodos. Saliendo, un grupo de estos
hombres intentó pegarse a los insectos: El hombre sin boca habló
por todos:

-Llévennos con ustedes, y les traeremos buena suerte. Buen augurio

251
La Rebelión De Los Insectos

para los bichos.

Y al unísono todos un “¡Larga vida a los insectos!”

Torme y Figayo se veían felices por un momento, totalmente


dispuestos a departir con las bestias. El guía, tanto más cansado que
un viejo, detuvo el entusiasmo con intempestiva entereza.

- No podremos hacer nada por ustedes. Largar, que aquí lo único


aparentemente necesario son solo tres bichos y no una retahíla de
inválidos.

El valle

Y todo lo que trae consigo.

A fuerza de avergonzarse, a Cándido, ya práctica y teóricamente,


parecíale imposible retornar, cosa que para muchos puede resultar
buena. Nos importa acá un detalle: el tramo de mayores
temperaturas se vaticinaba como una providencial oportunidad para
encontrarle una razón de ser más o menos elocuente al insecto,
tratándose del retorcido. De importarle al parasitado que se diera
esto o no, solo a él atañe, sin embargo, el camino generoso del valle
colocaba al alcance de sus extremidades las suaves y rugosas
texturas apezonadas de la meditación, de peso similar al de los
cocos. Ello propiciaba un clima oportuno para llevar a cabo la
fructífera empresa de las conclusiones personales: sin
intermediarios, sin comentaristas*.

*Oda a las máquinas/ Tercer tomo de: Amenazas naturales de los


blátidos. Traducción del autor.

-Y cuando te digan que las cosas son así, y que así son buenas, tú
usa tu carta indispensable para cederle el paso a la necia conjetura de
los administradores de la ilusión. Te convierte, creerte débil y creer

252
La Rebelión De Los Insectos

en fuertes, en el hombre más execrable; ahí un secreto. Fácilmente,


así, puedes escapar de lo que, con las horas o los años, ha de
convertirse en un alud aplastante, caracterizado, tristemente, por su
irrevocabilidad.
- ¿Cuál es esa carta de la que hablas, bicho?
-El “ajá”
-…ajá (risas).
-Estamos en el valle.
-¡Ajá!

Crece, a orillas del río, tomándose la licencia de ser el incipiente


castaño púbico de la geósfera, el carrizal; anidan los anfibios entre
las seductoras curvaturas de las piedras; y el agua, sobre todo, brota
y balbucea indescifrables códigos. Cualesquiera que fueren los
motivos para sembrar los pies en aquél ecosistema, estaban plena y
bellamente justificados.

Donde comienzan a secarse las aguas de la cocha crece un pasto


proclive a caer en la tentación del aire. Pastan allí auquénidos
coloridos cuya misión es vigilar, o esconder, la sublime presencia de
la madre que engendró a Cándido de su propio mineral, y de su
propia sangre. Entre ellos se disputan la custodia de aquel ser
sobrenatural. Ella, claro está, duerme profundamente. Unos se gritan
“¡Acá no hay nada que puedas hacer tú, a ésta la cuido yo, y es mi
deber!”, otros “¡Pero a filo de espada no has de cumplir dicho
cometido, mi amigo!” Una ambición les condena a bregar por un
único designio. El hecho es que en tal batalla se pierden los alientos,
los roles, acaso el juicio.

Arguño tornábase negro, Arguño tornábase blanco. Cándido


respiraba sin darse cuenta.

* * *

En el suelo surgían manchas negras, manchas blancas. Entonces la

253
La Rebelión De Los Insectos

revolución de los colores se declaró albergada por los sentidos de los


tres insectos. Torme, preso de un imprudente júbilo, reclamó aquella
arcóirea tierra como propiedad originaria.

-Debo informarte, Torme, que ésta no es, de momento, nuestra


tierra. Ninguna tierra es tierra de alguien.-Habló Menteo.
-Pues, si no es nuestra, al menos, bebamos de sus aguas.

Cavando brevemente en el suelo obtuvieron de todo un néctar


múltiple. Hasta que una mano verde les hizo brincar del susto y
apartarse entre cinco y seis metros. Salieron de la tierra entonces
hombres de muchos colores. Unos hablaban; otros oían a los que
hablaban. Aquellos que se tocaban, parecían tocarlo todo en la
cuenta y la palabra del ciego.

Los hombres azules hablaban una lengua extraña; los rojos, en


mixto. Las palabras más comprensibles provenían de los
anaranjados. A pesar de todo, resultaba inquietante la similitud de
sus rostros.

Menteo encontró lo que buscaba. Una cola de caballo, ello indicaba


que el carrizal estaba cerca y que no se haría esperar una trifulca con
ciertos camélidos.

* * *
Sudor perfumado a azúcar aquél que bañaba a Cándido, la sal,
porfiada, se armaba de valor para significar un sonido, como de
aplauso; allá la piel se descascaraba, cauta, cual acechanza, de lo que
ya no, al parecer blatódeo, podría aprisionarle.

Sabía Arguño que era momento de algo. No por azar, más bien por
evidente estupefacción. Tal como la que despiertan los animales
cuando entre ellos discuten: “¡Podrías tú cuidarla, pero hace falta
amarla!” y un escupitajo; y “Podrías tú amarla…lerdo, pero ¿quién
le da la pasión que necesita?” y otro refinado escupitajo sopesado

254
La Rebelión De Los Insectos

con excepcional astucia, en la cara, en el pelaje.

Sosegado, como algo propio de él, Cándido se detuvo frente a los


centinelas cuadrúpedos e hizo una venia que Arguño encontró no
menos ridícula que un ademán de borracho-de aquellos con clase, de
los que tratan a las furcias como damas-, mas pertinente, incluso
inteligente:

-Insignes: ¿A qué viene tanto pleito? ¿Qué no ven que he venido yo


a darle singular saludo a mi amada madre?

Uno de ellos, el más colorido, preguntó:

-¿Y su autorización?
-¿De qué autorización me habla?-Aturdido planteaba Cándido.
-Pues la que debe firmarse por los hombres blancos y negros.

Arguño intervino:

-¡Golpéales, simio! ¡Incapaces! ¡Vulgares petimetres! ¡A callar que


no acabo! ¡Yo le pego al magenta! ¡Tú a por el escarlata!

Notando la postura amenazante que adoptaban las criaturas, Cándido


se apresuró a enarbolar un palo gordo y astilloso que escogió de
entre tantos en el carrizal para mover las piedras que pudieran
entorpecer el trayecto de la canoa. Y se abalanzó contra el animal de
rojo tono. Llegaba a rozarle el lomo el arma. Entonces se detuvo.
Hallóse descubierto.

-Usted es escarlata- le dijo al auquénido-.

El originario explotó hacia adentro. Fuera acaso la dicha o el


desconcierto. Algo tuvo mayor fibra que la densidad de las armas; el
fuego de los insultos; y las incomprensiones,…sobre todo las
incomprensiones: que Cándido, enjuto y gris mamífero de paso, se

255
La Rebelión De Los Insectos

reconociese en cada uno de los colores del valle. Que dijera “usted
es escarlata”

A dar fe. Y las puertas se abrieron como piernas.

* * *
Llegó a la memoria de Menteo un frágil recuerdo.

Las parteras recibieron de él dos o tres conferencias especializadas


en asignación de competencias, tratándose en este caso particular, de
un ítem respecto a selección uterina. Algo llamaba su atención
pertinazmente. La abnegada contracción del carey de la gigantesca
progenitora. Luz negra; luz azul; luz blanca; luz verde; luz gris; luz
cian; luz gris; luz magenta. No logrando, durante aquellas
observaciones, determinar un patrón determinado de
comportamiento, esperó, con el fin de saciar su curiosidad, a que las
parteras disolviesen su orden puesto término a la charla, para
examinar en calma estos pormenores. Idas ellas, se acercó y anotó
los puntos. Luz blanca; luz roja; luz roja; luz negra; luz azul; luz
gris. Nada. Con el transcurrir de los minutos todo parecía aún más
confuso, quiso acercarse, pero las parteras no lo permitirían. Tuvo
que marcharse resignado a sus aposentos, a meditar sobre dos cosas.
La primera, lo indeterminable de las pulsaciones; la segunda, si
debería o no continuar con el trabajo y los discursos. Nada, todo
parecía hacerse aún más confuso. Y más.

Y más.

Volviendo en sí, notó que las puertas de una vivienda de adobe en el


carrizal yacían abiertas sin resquicio para la vergüenza. A la antigua
se sumaba una nueva duda: “¿Qué había ahí?” Zafándose de una
inhibidora acción de desconfianza, tomó a los otros dos bichos de las
patas y les obligó a avanzar.

* * *

256
La Rebelión De Los Insectos

Figayo entró por el umbral de la puerta y sintió el olor pegajoso de


las guirnaldas que desde el techo vigilaban el trance de la madre.
Una voz bien intencionada le nombró.

-Hijo de…Nunques…-Dijo Arguño.

Contempló el más joven, con admiración, la figura humanoide de su


antecesor, admitiendo inmediatamente conocer aquella voz.

-¡Insecto! ¡Benditos todos los astros, el jabón, la grasa, la quitina!


-¡Heme aquí entre las fieras! ¡Y con gusto!
-¿Dónde fue? ¿Cómo ha sido? ¿Qué hay que decir?- Y, tartamudo,
volteaba los ojos como aríbalos excitados.

El guía de Cándido invitó a merodear por entre los pasillos de la


casa de adobe a su entusiasmado congénere, dispuesto ya a contestar
las innumerables preguntas, pero tuvo que aparecer un ruido que
distrajera la atención de ambos. Se guiaron de aquél hasta entrar a lo
que parecía ser una bóveda. En el suelo, el cuerpo inconsciente de
Torme, combinaba gracioso con las mayólicas. Y al frente, teniendo
de fondo una criatura que, desperezándose, despertaba al horror, dos
extraños se batían en duelo.

El ciego ahorcaba con bravura al hombre. Cándido intentó enterrar


una espina que guardó de las cactáceas en uno de sus segmentos. Al
no haber podido, resumió el esfuerzo en morderle un femoral.
Menteo gritó y comenzó a ahorcarle más fuerte, la sangre no le
bajaba ni le subía. Entonces, una sobrenatural peste hormonal
entorpeció la coordinación del primer atacante. Arguño y Figayo
permanecían paralizados, atónitos.

-¡Es mi deber matarla!-Vociferaba Menteo.


-¡Es mi deber salvarme, truhán!

Pensó el guía del más flaco de ambos que este tipo de situaciones

257
La Rebelión De Los Insectos

merecían una extraña pena. Un salvavidas.

Parsimonioso el invidente invitaba a Cándido a tantear una engañosa


textura; sin prejuicio, Cándido silbaba un tema intocable, como
aquellos que entre sí se parecen salvo por una o dos diferencias, cual
gemelos. Despertaba en el poco colorido primate una insana
ambición cada nota de la falsa piel con la que el originario buscaba
convencerle de una subverdad, de un objeto sin nombre. Arrojó
Candelabros sobre el lecho de la fascinante divinidad; Cándido
corrió a curar sus heridas con saliva; con cloruros y fosfatos; con
alcohol. Menteo operaba los juicios de Cándido al mismo tiempo
que éste manipulaba las posiciones del sinestésico artrópodo.

Caudalosas, convergían y divergían, las ánimas del valle, y todo lo


que traían consigo. Todo hasta que el lazo de la madre les uniera.
Pero una estaca fue más diligente, la que perforó su tórax.
Agonizante, clamó ella perdón por el precio que nos hace pagar el
frío. Rindió así cuentas ante la omnisciencia desprendida de género.
Creería el primate que se libró de no ser libre; el blátido, que dos
palabras no bastan para redimirse con éxito, que hacen falta hechos.
Entonces fungen los juicios, se hacen los de aquí y los de allá tan
válidos como una suposición.

Hombres que oyen, distanciados del hermetismo; hombres que


hablan, pero que saben oír; y hombres táctiles, pero que antes huelen
lo que tocan, vacilaban sobre si atacar. Pero no les haría falta
pensarlo más.

Por encima de los hombros, de las nucas, de las antenas y


mandíbulas, se asomaba la imponente figura del monstruo invisible.

El agujero

Se encontró el responsable en medio de un hoyo de paredes lisas,


imposibles asas para sus débiles tarsos. Tocando con las restantes

258
La Rebelión De Los Insectos

patas la capa áspera del cateto. Sumergido en la napa fúnebre,


asumió que escalar no era la opción más viable. Practicaría el arte de
adentrarse.
E iban perdiéndose ciertos tonos en el fango. Unos rojos, otros
negros; Unos grises, otros blancos, otros irreconocibles. Se adhería a
las pinzas un líquido similar al fluido espasmódico, pero con el
hedor característico del pretophote. A medida que la dimensión
cambiaba, perdía su lógica la estructura somática del blatódeo.
Renuente a continuar-de reojo el miedo le amedrentaba-, intenta
retornar al ojo de tierra. Pero es tarde. Un titánico poder le succiona,
llevándole a un espacio que bien podría ser el más inferior, o el más
superior, considerando que ambos limitan en un reverso cíclico.

No existe gran distancia entre uno y otro. Solo signos, solo


contextos.

Descubrió un gigantesco órgano, compuesto de millones de


pequeños hombres que ven, pero privados de sus demás sentidos.
Encadenados, forcejeando contra palancas; usando verbos sin
dirección, apelativamente; recibiendo el oxígeno en pequeños sacos
de yute. La proporción no mentía. Advirtió que a nadie le importaba
que estuviera ahí, esto fue un error. Nadie podría alertar, pues todos
eran sordos. Por ello, quizá, consideraran ellos que usar el esfuerzo
en alharacas era un desperdicio de energía. Se perdían, negligentes,
tales voluntades, en los engranajes que arrastraban las fajas y los
cintos.

Explorando en su interior, se percató de la existencia de otros tres


tipos de hombre que avivaban el fuego de la caldera: Hombres en
duda; hombres creyentes, fieles siervos; y escépticos. Cuando los
hombres en duda saltaban el fuego pedía más alimento, pero
amablemente pues sabía sordos a sus esclavos.

* * *

259
La Rebelión De Los Insectos

Una vez bajo la tierra, Arguño se puso a abrir puertas. Gran cantidad
de ellas conducían a túneles en cuyos fondos habitaba el color. Pero
no querría enfrentarse a los guardianes blancos y negros que
transitaban a paso ligero y listos para dar muerte a quién se cruzase.
Resolvió con que hicieran una división. Figayo caminó hacia el
flanco derecho, y Arguño hacia el izquierdo.

-¿Qué debo hacer si los encuentro, bicho?


-Supongo que… golpearles…

Se erizaron, abrieron sus alas, y se mostraron lo más peligroso


posible. Caminaron así por los pasillos.

Figayo encontró encadenado a un hombre que tarareaba una tonada


desconocida; le llevó hacia el pasillo general, y en el trayecto
encontró a un hombre blanco que intentó convencerle, mientras
cargaba al moribundo músico, de que desistiera, de que aquélla no
era su labor. Le rebasó, aún teniendo solo dos patas de qué sostener
todo el peso. Se impuso la engatusadora voz de un hombre negro, en
el eco del pasaje, arguyendo que le llevase, pero que tendría que
dejar una pata más, en tributo. Se negó y continuó. Dejó a aquél
hombre recostado en el pasillo y le pidió que subiera, entre fluidos y
rocas, hasta la hipotenusa.

El guía de Cándido no tuvo tarea menos demandante. Sin embargo,


por más que exigiesen los hombres blancos y negros que dejara una
pata o un ojo para llevarse al hombre que contaba los días, éste
prefirió atender a las palabras de la debilitada víctima, que en su
espalda pronunciaba:

-Sabía que vendrías hoy, insecto, lo había calculado.


-¿Cómo?
-En la pared, usando tiza gris.

Se dirigieron con los débiles hacia una salida. Varios sonidos

260
La Rebelión De Los Insectos

similares a la vez les conducían.

* * *
Torme preguntó que por qué lo hacían. Entre ellos se miraban
consternados. A ciencia cierta, no lo sabían.

* * *

Arriba peleaban Cándido y Menteo por vencer o ser vencidos por


algo desconocido. Allá un enigma. Se presentaba ante ellos un
desconocido e invisible demonio de infinitos brazos y piernas.
Cuando la luz que despedía quemó las patas de Menteo y separó a
Cándido en dos mitades. Mejor dicho, en dos hombrecillos. Cada
uno negativo del otro. Empero el explorador no podría volver a
atacarla, no tenía ya con que.

La ignorancia, sin que nadie sepa cómo, hizo estallar en trozos la


casucha, entre cuyos escombros se vería sepultada la madre.

* * *

El blátido, sin explicarse por qué, decidió seguirles en aquél


ejercicio. Esperó a que el viento que los millones de párpados
provocaban al cerrarse le defenestrara.

Tras de él, Arguño y Figayo se abalanzaron para contenerle. Pero no


en aquella incandescencia halló el guía al mal, o a la bondad.
Sencillamente a toda la visceralidad que se inmiscuye en ciertas
decisiones. A riesgo de formar parte de un recuerdo en el concierto
mudo, se lanzó, y con Figayo, y con otros tantos hombres que
encontraron en el camino. Una máscara entonces se divisó a
mediana distancia, y a Cándido, desnudo, endeble.
Fraccionado.

El cuerpo de Cándido

261
La Rebelión De Los Insectos

Es probable que en los anales de la historia se hayan registrado tales


separaciones. Cuerpos del uno que discuten interminablemente con
el otro, ambos propios. No es el caso. El Cándido Negro no podía
llevarse mejor con su contraparte. El blanco, recogía las flores que
en las rodillas le hacían cosquillas para adornarse los cabellos, acaso
esperando ser elogiado por su vecino. Ambos, representaban dos
acuerdos: Tú serás blanco, yo seré negro; y; yo seré blanco, tú
negro. Bien uno se llevaba a la boca las manos del otro para besarlas
con devoción. Bien otro ajaba su cabellera al frotar insistentemente
la cabeza en el regazo ajeno.

El insecto, nuestro insecto, entró en estado crítico. No sabía si se


trataba de una maldición o de una bendita caricia. Tenía entonces la
luna la prolija solemnidad de un rostro recién besado. Por ello
vióse compuesto de una insólita llamarada. Alzó la voz, viendo que
los Cándidos eran inválidos tratándose de expresar materia alguna.
Y cayó, herido, por una ráfaga que los ojos no pueden tocar.

Fungió Menteo, por los hilos que no podía ver; Figayo, por la
hemolinfa, sueño derramarle; y Torme, por la inconstante llamada
a la inmolación. En el suelo se vieron todos los insectos. En la
cancha; en la arena; en el filo burlesco de una guadaña.

Continuaban los Cándidos aparentemente felices. Evidentemente


vacíos. Los bichos, faltos de esperanza, miraron recostados como la
nada reinaba.

Nadie podría salar las incisiones abiertas en la carne del valle. Salvo
ellos.

Ciertas cosas que deben saberse sobre Cándido

El más grande de sus temores, la irremediable pérdida de una


iluminación a la que no fue invitado. Su peor defecto, no concebir

262
La Rebelión De Los Insectos

un mundo sin gravedad. Sin arribas y abajos. Ni con los agrios


recursos de la enfermedad; ni con la doblemente afilada espada de la
salud. Desabrigado, penitente, callado y grave, era Cándido.

También la belleza le hizo nudos lumbares, le trajo la forma


complaciente del desenfreno. Aquella carrera, interminable, solo
terminaba en las mañanas, cuando frente a él la soledad languidecía,
humillada. Pero era suya, y sin ella qué tendría. Fueron por ello
suyas las noches de garúa violeta, de faros melón y tímidos corderos
despellejados en impulsiva redención. Suyo el payaso de las calles;
suya la norma vial; el podio imaginario donde se le vería algún día
hablar con desdén de otras especies.

Por ello se acostumbró a golpear a los animales, a depredar las


plantas. Tomando el ultraje descarado como hábito.

De su religión sabían otras ánimas el motor. Unas decían, allá con


él, y su infortunio que en helicoidal picada se revela como un atajo
conducente al edén de los hombres; otros, allá él, que en ascenso se
aproxima seguro, entre los tordos, hacia la deidad de la que habla un
psicólogo. Dios tramaba algo, a solas y encerrado, que solo en
blatódeo podría comunicársele.

Y así, habiendo perdido la capacidad de amargarse y de sonreír; de


blasfemar y bendecir; de odiar y amar; de observar y ser observado;
de escuchar y hablar; de tocar y ser tocado; de consolar y causar
dolor; de huir y dormir; de matar y morir; de pedir clemencia y ser
piadoso, el descolorido hombre se internó en el laberinto
interminable de la existencia, donde el tiempo es cómplice caduco
de las pasiones de los hombres.

Hasta que llegó a él una presencia. Porque a pesar de todo estar


perdido, quedaba en él el eterno recuerdo de lo compartido. Y ello se
adelantó a la esperanza, a la fe, a la probabilidad.

263
La Rebelión De Los Insectos

La coloredad

La coloredad tiene la fuerza de la erosión. Se extiende a través de


una zanja que no debe cerrarse. De este modo, sus ciudadanos
pueden pastorear las bondades que trae consigo el color. A menos
que la Ignorancia truene encima, claro está.

Expectantes, los hombres musicales prepararon sus instrumentos:


cargaron sus cajas; afilaron sus cuerdas. Los hombres que formaban
se hicieron de cinceles; gubias; taladros percutores, y todo tipo de
herramientas de tallado; los que pintaban alistaron en los charcos sus
pigmentos; los hombres que hablaban abrieron sus diccionarios en la
A, en el Ka, en el Aliph; todos a lo propio, haciéndose señas con las
manos.

En la represa, la Ignorancia hizo horadaciones para que escape la


materia. Algunos hombres repararon aquellos orificios. Fugó la
Ignorancia de de un terraplén. Y con fuga se le atacó. Ser hueca era
su poder, no tener órganos que paralizar ni pescuezo que cortarle le
hacía indestructible.

Otros hombres ya se libraban de su cadena.

Cándidos no podían hacer nada. Los insectos no podían hacer nada.


Pero ya había dejado de ser su batalla. Todo estaba en manos de algo
más poderoso que un solo hombre: muchos hombres.

Los acordes de la fuga, punzantes, herían a la impronunciable. Solo


los hombres que veían y se dejaban ver podían decir donde estaba.
En algunos signos. En algunas consideraciones exentas de color. Y
aún entregándose totalmente, parecía ser ella más fuerte siempre.

Se pierden en la batalla algunos aliados. Se pierden en la batalla a


muchos hermanos. Se pierde quizá a quién se ama, pero, no se le
pierde. Nada de lo que ha ocurrido se pierde. Los hombres que

264
La Rebelión De Los Insectos

formaban vieron revertidos los lanzamientos de sus cinceles, los


cuales, inmisericordes, retornaron y perforaron sus troncos y
extremidades, dándoles muerte. Pero, eso solo ocurre en ciertas
batallas, y afortunadamente no son los últimos amigos de la forma
sobre la creación.

En todas las lenguas el conjuro de los hombres de palabra se


impuso. Blancos y negros fueron vencidos a filo de palabra; a filo de
razón; a filo de comprensión; a filo de tolerancia; y cayeron,
muchos, en charcos de color, revirtiéndose la maldición de la
protodoctrina y la trinidad de los símbolos.

* * *
Cayeron los insectos sobre las huellas de bota de la última frontera.
Ahí, Arguño era devorado por siniestras bacterias, hormigas, y
periplanetas caníbales. Les espantaron con dos o tres vituperios.
Observaron con qué paciencia se enrarecía el cuerpo. No sería tarea
fácil, no se trataba de meter las vísceras de regreso en el saco ventral
y colocar cinta autoadhesiva. No. Los problemas de los insectos
deben ser solucionados como lo solucionan los insectos. Pero antes
tendrían que esquivar las botas marciales que rondaban. Figayo, que
era más joven y rápido, se escondió con facilidad. Menteo y Torme
se ocultaron en la tierra.

Las botas se fueron. Tardaron, pero se fueron.

Menteo se quitó la máscara, abrió los ojos por voluntad propia, sin
sorprenderse pues no requirió esto esmero alguno, y colocó la
máscara sobre el rostro de la cucaracha muerta. Figayo, congelado y
en medio del terror, le preguntó:

-¿Cómo hiciste eso?

Preguntas como esa a la altura de estas circunstancias estaban de


más. Los tejidos se reunieron; los segmentos se solidificaron. El

265
La Rebelión De Los Insectos

cuerpo se levantó. Respiró, y deshizo la pausa que mantenía el resto


del tiempo en el mundo detenido.

-Debemos volver.

* * *

Los hombres de colores luchaban incansables contra la invisible


fiera. Contagió ella de una espeluznante fobia a los hombres
musicales. Les exhortó a desistir. Pero los hombres golpearon con
letras, y con sus propios instrumentos, a los músicos, hasta que
reaccionaran. Si algo iba a perderse, se perdería en el final, cuando
no quedara nada. Ahí la providencia del astro. En que aún estaban
ellos.

El monstruo clavó una inyección incandescente sobre el brazo del


hombre que comunicaba. Entonces éste comenzó a mostrarse
indiferente, y quizá podría reposar junto con los Cándidos, que se
contaban chistes obscenos sentados sobre los escombros de la
casucha. Pero en lugar de ello, los hombres que pintaban les
cargaron, les regresaron a la palestra, les conmovieron con el
cromatismo de sus abrazos. Dejaron de ignorar lo que ocurría.

La ignorancia se mostró entonces aplastante. Quizá ya no podría


hacerse más. Los hombres estaban agotados, hambrientos, gélidos
pero acalorados; tristes pero extrañamente resignados; agitados pero
tranquilos.

En los riachuelos algunos niños se desintegraban producto del


olvido; Ahí crecía una hierba gris. Con ligereza, la ignorancia se
adueñaba de los elementos, y emitía sus signos, sus símbolos, sus
figuras visuales; su perfume, su estructura auditiva engañosa. Eran
enviadas al valle mujeres que podrían enloquecer a Cándido. No a
cualquiera, solo a Cándido. Les tomaban de los cabellos a ambos y
practicaban réplicas fieles de lo que él consideró durante la

266
La Rebelión De Los Insectos

adolescencia la cúspide de los verbos, cima y sima, la justificación


de haber nacido varón. Cabe mencionar que el canon era una gran
guía para los divididos hombrecillos, quizá una alimaña
extraordinariamente vistosa y atractiva. Y había más que negativos.
Todo en el valle comenzó a desvanecerse. La gravedad se perdió; el
cielo cayó encima como caen las parcas de ese día futuro lleno de
peligro o fragilidades. Llegaron las felicitaciones. Elogios
interminables de hombres blancos y negros. Insultos que no puedo
reproducir por decoro, a raudales, nadaban en sus caudalosos oídos.
Otros hombres blancos y negros.

Todo fue oscuro un instante. Se encendió un reflector en el cielo e


iluminó al Cándido blanco, díjole: “Tú serás blanco”. Se
encendieron las luces y hasta las musarañas parecían tener tetas
descomunales. Le felicitaron todo tipo de mujeres, evidentemente
mujeres de su agrado, de aquellas que anhelan parir a su padre. Las
luces se apagaron, luego otro reflector iluminó el prieto rostro del
Cándido negro, díjole: “Tú serás negro”. Y llovieron sobre él pétalos
en cuyo epicentro, grabados, iban los rostros de los ídolos de las
masas.

Todo se iluminó un instante. Entonces un reflector iluminaba el


rostro de un hombre de color para luego decirle si sería negro o
blanco. Valiente, el hombre de las pinturas, acaso el más vejado, se
negó rotundamente a romper su silencio. Se abrió la tierra, porque la
ignorancia fue dueña y ama del valle. Y entre la penumbra amarilla
se esfumó, heroico, quien bendecía las murallas, los textiles, los
lienzos, los ceramios.

Se pierden en la batalla algunos aliados.

El río se contaminó; el aire se contaminó. Fueron profanadas la


tierra y la sangre. Débiles los soldados, creyeron no encontrar
esperanza alguna.

267
La Rebelión De Los Insectos

Entonces, tuvieron que formar parte de la lucha otras especies.


Gritó un estornino:

-Perdido está todo, y en su moral, fácilmente todos nosotros. Pero


estamos vivos, y podemos picar, graznar, morder, maullar, arañar,
pisar, ensartar, perseguir, ocultar, mentir, beber, decir, oír, orar,
matar, ver. Lo único que escapa a nuestras voluntades es mentir.

Heridos los hombres; convencidos los Cándidos; desaparecidos los


blátidos. Solo restaba que el resto de seres vivos se apersonara al
combate.

Una iguana azul escribió con alevosía muchos nombres sobre una
piedra; un pez bebió la sustancia que envenenaba el río, para que
con su muerte lograra limpiar algo del lugar donde nacerían sus
hijos; un auquénido escupía al aire. Todos cubrieron a los hombres
de colores que, heridos, sentían que no podían hacer nada.

Pero a ellos también les debilitó la ignorancia. A los bóvidos se les


midió, y luego se les ensartó en ganchos gigantes conducidos por
una línea para ser llevados a la prensa; a los felinos se les desolló a
soplidos. Se convirtió el viento en nefasto cómplice de la ignorancia.
Los cobayas eran pisoteados por los hombres negros y blancos; los
nidos de los guacamayos fueron dinamitados sin culpa alguna; los
dorsos de los manatíes, perforados con proyectiles que realizaban un
crespón.

Las plantas se levantaron entonces y comenzaron a blandir sus


ramas; sus ponzoñas, sus corazas de savia. Los árboles aprisionaban
con sus desnudas raíces los cuerpos de los hombres blancos y
negros. Les asfixiaban. También las buenas tardes se endurecían y
hacían volar sus pétalos para cortar las carnes de la enemiga
ignorancia y sus vasallos. El pasto se iluminaba para cegar a la gran
bestia. Verde, amarillo, naranja. Y los nenúfares transportaban a los
pequeños insectos que morderían a la gran bestia.

268
La Rebelión De Los Insectos

Blancos y negros talaron los árboles; pisotearon a los nenúfares


junto con sus tripulantes; y quemaron el pasto. Ahogaron a muchas
plantas en su propio líquido. Frieron a las semillas en su propio
aceite.

Primarios, secundarios, terciarios, cuaternarios, crisoles y divinos,


los seres bañaban con su hemolinfa la tierra. Cuando no queda nada,
ni los cuerpos, solo pueden intervenir los seres inertes. Dios no se
pronunciaría en esta batalla.

Entonces las piedras adquirieron animada consistencia. Así como los


escombros de las covachas; las nubes y el mineral. La nieve se
endureció, y recia, combatió al fuego. La tierra, embravecida,
soplaba polvo en los ojos de los hombres blancos y negros para que
no pudieran ver qué cortaban, o quemaban, o machacaban. Las
estrellas iluminaron donde quisieron, encontrándose la ignorancia en
insoluble oscuridad, pues, las estrellas si pueden verle. El mineral
hirvió y quemó algunos cadáveres, cuya humareda intoxicó los
pulmones de algunos monstruos.

La irreflexión entonces fue abatida entre las cuerdas de los


charangos y las palabras de los hombres magenta. Sus paredes se
debilitaban con cada estocada benigna.

El olvido intentó apoderarse de la situación. En un momento dado.


Dejaron todos de reconocerse, salvo los blancos y negros, que son
fáciles de recordar. Se agredían entre hombres de colores; animales;
plantas y seres inertes.

Llegó Figayo de la mano de Menteo, por entre los juncos, y se


dirigieron hacia los Cándidos. Le dijeron.

-¡La ignorancia tiene tu cadáver! ¿No deseas recuperarle?

269
La Rebelión De Los Insectos

Los Cándidos se miraron. Era cierto.

-Entonces déjense de minucias.

El blanco atacó a los negros. El negro violentó a los blancos. Era


más sencillo pues todos eran, o fingían estar, en un mismo bando.

Arguño llegó, enmascarado, y contribuyó con Cándido: Había


renacido el insecto.

Renacieron las formas; los colores; las letras; los números; ciertos
signos; ciertos símbolos; los cobayas; los auquénidos; los charangos
y sus formas; los números y sus colores. Y, aunque acorralados por
el invisible monstruo, este, lentamente, comenzó a disiparse.

Hasta que no hubo más Ignorancia. Salvo la que quedó en la


frontera, y que les dejaría en paz, al menos por un tiempo. Es cierto,
no es inmortal. Crónica, pero controlable.

Las piedras retornaron a su estado inerte. Los hombres de colores se


fusionaron con la tierra, acaso como recuperando su estado natural.
La música retornó al aire, su hábitat. Todo adoptó la santidad de la
sangre y la placenta durante el alumbramiento.

* * *

Le habían derrotado. No para siempre, es cierto, pero, al menos,


aquél día, podrían caminar triunfantes por entre los recodos vívidos
de la hipotenusa.

Los niños jugarían en paz, y los hombres podrían amarse. Es así


como renace la coloredad.

Entonces alzaron una gran bandera. Una que podría avistarse desde
el nival; desde las cuevas; desde los abismos. Cuyos rojos llegaban a

270
La Rebelión De Los Insectos

la selva densa y al páramo; cuyos azules templaban el monte; el


pajonal; y el humedal. Cuyos verdes emulaban el plumaje de
algunas criaturas del piso de cactales; del pastizal; del tolar. Que,
benevolente, invitaba a contemplar el carrizal; el río seco; el
pedregal y los ríos caudalosos. Y que además de los colores tenía al
negro y al blanco.

Cándido recuperó su unidad. Ahí, preguntó:

-¿Porqué el negro y el blanco?

Arguño, recostado en el suelo; respondió:

-Blanco y negro también son colores, sino ¿Por qué representan en


las banderas los sentimientos de las naciones? Además, en nuestro
caso, les hemos colocado para que siempre se recuerde contra qué
debemos luchar.

El hombrecillo, unido, reconoció sus manos; sus pies y su propio


vientre. Lo más grato fue que había color en él. Y había color en las
cosas que veía, como si una pantonera universal se hubiera
despojado de sus integrantes para dotar de un cromatismo sustantivo
a la materia.

-¿Dónde está mi cadáver, insecto?

Socarrón, el originario respondió en buen español:

-Tal no existe.

El sacrificio de Torme

Cuando Arguño pudo por fin respirar con normalidad, les agradeció
a los demás insectos que le hayan rescatado. Menteo comentó que
no le había costado mucho, que solo seguía órdenes de Nunques, y

271
La Rebelión De Los Insectos

que en realidad, jamás le había preocupado. Bicho más, bicho


menos, decía. Tanta sinceridad le hizo gracia al guía de Cándido. El
indiferente semblante de su interlocutor cuajaba con lo recién dicho.

El más joven estaba inquieto. Solo deseaba tener una explicación de


qué estaba pasando. Con suerte comprendió los obstáculos que
componen la hemolinfa, pero le era un misterio que no podría
desentrañar la curvatura de la hipotenusa en la que confluyeron las
cuatro cucarachas, y el primate. Ya tendría tiempo de responderse.
Solo debía esperar a que se montasen en la nave y realizaran el
trayecto ondulante hacia la nada. No faltaría mucho para eso, pero
antes, debían de regresar al valle y rescatar a Cándido de la
ignorancia.

Torme guardaba un incómodo silencio. Algo, en todo caso, le decía


que podría responderse él mismo todas las incógnitas que planteaba
desesperado el hijo de Nunques. Le dijo a Arguño.

-Existe alguna forma de que yo averigüe por mis propios medios qué
es lo que te ha pasado. Tendrás que decirme.

Se detuvo a reflexionar un momento el blátido resucitado. Preguntó


si tenían jabón. Nada, ni un gramo. Entonces contestó no menos
nervioso.

-Es cierto. Yo te diría, claro, pero debo rescatar a mi sujeto de


estudio. Antes bien, algo puedes hacer, bicho. Redimirte.

-¿Cómo llego a eso?


-Haz lo mismo que yo. Luego, Nunques, podrá rescatarte. ¿Confías
en él, verdad?...

El responsable no lo dudó. Ni lo pensó mucho. Tendría que hacerlo


para saciar un vacío que poseen todas las blátidas y que, llegada
cierta etapa, deben suplir.

272
La Rebelión De Los Insectos

-…Por último. Si nadie puede rescatarte, podrás rescatarte tú solo.-


sentenció.

Con prisa, los tres blátidos se retiraron dejando a Torme solo en el


terral de la frontera. Sin despedidas; sin ceremonias. Se daría el rito
en absoluta soledad.

Sujetó una piedrecilla en cada pata. Se recostó sobre el dorso donde


sus cansadas alas temblaban. Vio cómo se retiraban las estrellas para
que se manifestara una sola nebulosa, oscura, sobre el firmamento;
comenzó a recitar su oración blatódea:

Podrán tener piedad de mí los hombres, cuando se encuentren


desorientados en su camino.
Podrán tener piedad de mí los hombres cuando sepan que nada les
sirve más que tenerse ellos mismos.
Tenga piedad de mí la creación
La tierra, y sus bestias.

Hoy me entrego a su voluntad. Voy a abrir una brecha. Acá mi


quebranto se proclama rey de las voluntades. Manden ellas sobre
mí; manden ellas sobre los hombres.

Y Deteniendo el tiempo…

A ti me entrego, humanidad.

Y emitió su más sonoro silbido.

Desde la garita llegó un hombre, y con la suela recién lustrada le


pisoteó reiteradas veces, hasta que ninguna de sus tráqueas
funcionara.

Llenábase de bacterias; de gusanos y rareza, su cuerpo inerte. Tras la

273
La Rebelión De Los Insectos

frontera clamaban otros insectos al hermano caído. La lluvia terminó


por sellar dicha pasión. Cantaban un himno los geranios que le
rodeaban, con el fin de apaciguar los gritos del tiempo.

Halló su solaz en aquél sacrificio.

El escaneo

Desfallecido, Arguño apenas podía mover una pata para indicar que
hicieran lo conveniente al momento de efectuar el escaneo. Nunques
le colocó una mascarilla, continuó nebulizándolo.

Figayo no sufrió ningún percance. Regresó antes a Origen y no tuvo


ningún inconveniente con el vehículo. Es más, tardó menos de 17
horas, y al arribar, dio las buenas noticias de que el investigador
estaba a salvo. Cuando Nunques le preguntó por Torme no supo qué
decir:

-Se quedó. Decía cosas que no llegué a comprender. Quizá de


jubilarse. No estoy muy seguro de ello, padre. No podría responderte
algo concreto. Además, ¿No era Arguño quién te preocupaba más?

-Es cierto. Luego me encargaré de él. En cuanto a Menteo, me


alegra que no esté. Por fin podremos vivir en paz. Pero… ¿Sabes
dónde está?...
-Tampoco. Dijo que vendría después. Que regresaría a su celda.

El jerarca se dio por satisfecho. “Mejor así” pensaba.

Trajeron la grúa sobre la cual se sostenía el escáner, y lo cuadraron


frente al ganglio principal del insecto. Se colocaron los tres,
Nunques, Figayo y Arándido, tras una muralla, y encendieron la
máquina.

-¿Qué es eso?- preguntó Arándido a Nunques.

274
La Rebelión De Los Insectos

-Jabón.

El rostro extrañado del responsable le motivó a hablar a Figayo.

-Se come… Prueba.

Nunques también probó. Ambos, encantados, preguntaron dónde


había más. Que ya, que pronto, que en ese mismo instante querían
más. El recién llegado se apresuró a llevarlos hacia la nave para
entregarles dos jabones de tocador. Estaban encandilados. Sándalo,
vainilla, potpurrí, hierbas del campo. Algo bueno tenían que traerse.

Y Arguño se quedó solo, suspendido, preguntándose qué hacía ahí.


Recordó a Cándido bebiendo ron frente a la televisión; llamando
“puta” a la amiga de turno; fumando. Le invadió una extraña
necesidad. La de retornar al cuerpo.

Fue así como Arguño decidió volver a donde Cándido.

Cándido

El frío y el tiempo son dos elementos crueles. Congelan, incapaces


de inspirar algo mejor que el miedo.

Forrado y pavoroso, Cándido se introducía a la calle para lidiar con


el viento, con los segundos que cuenta, para recuperar su codeo con
las ánimas urbanas que le cobijaran. Le causaban tormento las
polvaredas que tras de sí sus huellas levantaban; le acogía la neblina
de las siete de la mañana, sustento de las intransitables arterias de la
feroz garganta que alimenta la contracción irregular de la metrópoli.
En la avenida se preguntaba por el insecto. Que dónde estaría; que
cómo se fue; que cómo; que cuando. Le recordaba hablando, pero no
recordaba con precisión qué decía; le recordaba luchando, pero no
recordaba bien contra qué luchaba.

275
La Rebelión De Los Insectos

Cruzó una de las venas por las que, desde el sur, regresaban a sus
hogares los espectros de la calle; inhaló el vapor de los corazones de
res y se detuvo en una esquina a leer titulares; tronó la espalda;
sacudió la muñeca y se hizo de un reloj de bolsillo. Ahí estaba,
indolente, yendo sin apremio ni fin, el tiempo. Plasmado en los
caminos; escrito en el desgaste de un zapato; sicario y colaborador
de los mortales.

Por entre los pasajes circulaban, flotantes, las máquinas. Frente a sus
ojos las lociones; las colonias; las lacas; las gominas; los esmaltes;
los geles; los barnices; los acrílicos; los selladores; las pinturas; los
tarrajeos; los hormigones; el ladrillo; el concreto; el acero; la plata;
la fantasía. Frente a sus ojos la creación del hombre, aquella que le
dio el derecho de sentirse, eventualmente, un dios peregrino.
Esquivando las carrocerías burbujeantes; haciéndose sordo y ciego;
limpiando con sus alveolos la ráfaga plástica; quedándose varado en
los baches, Cándido oreaba a la muchedumbre con su acrisolada
asistencia.

Volvió a cruzar la vena, quizá porque viera del otro lado la densa
presencia que abogaba por él en su trance. Distraído, no advirtió que
coincidiría en tal espacio, mas no en velocidad, con el armazón
rabioso y estridente de una combi. Y en un despiste no menos
fatídico, encontró su cuerpo profanado sobre la azul indiferencia del
pavimento.

Pensó: “Y ya que has venido por mí, parca pendenciera…


¡Identifícate!”

Sucumbió.

Llegaron entonces las lechuzas y las mosquetas a recoger el cuerpo;


cuando un gallinazo intentó arrancarle los ojos, una rata se ofreció
como vianda. Los animales de la calle, sin identidad, sin padre ni
madre, le envolvieron en una grácil mortaja hecha de la misma

276
La Rebelión De Los Insectos

franela de los estropajos con los que algunos hombres, silvestres de


la ruta, limpian las máquinas, no por esto menos noble que la seda.
Coló ella la sangre que derramaba la inmóvil y tiesa víctima, y en
ella le transportaron también las periplanetas, que querían llevarle a
las cloacas, con sus seis patitas, todas rápidas. Por un instante, las
deidades de Cándido se convirtieron en inactivos símbolos de los
que el suelo es dueño.

El asfalto agredía con su temperatura los pies de la procesión. El


felino se quejó tanto de las condiciones, que un colibrí, iracundo, le
gritó: “¡Mira, nena! ¡Si no te gusta, regresa a tus tejados que ahí te
desenvuelves bien¡”; El ofidio hablaba mal: creaba intrigas entre los
canes y los blátidos. Entonces una lagartija les exhortó a todos a usar
la culebra como liana para sostener del pico de las aves la tela donde
se pudría el occiso. Fue cuando sonó una sirena que atropelló la
solemnidad del suceso.

La ambulancia espantó a los ángeles de la calle; y arrolló a un can de


disimulable sobrepeso. El paramédico examinó el cuerpo, no había
signos de vida. Entonces le declaró oficialmente muerto frente a un
notario. El abogado que les acompañaba rebuscó en los bolsillos de
Cándido, revisó su billetera: un chicle y dos soles en monedas de 10
y 20 céntimos. Las guardó. Luego hizo hincapié en que no contaba
con documento alguno, salvo una partida de nacimiento no fechada,
del distrito de Chorrillos en cuyo registro figuraba el nombre de
nadie. La doctora que dirigía al equipo, complacida, ordenó que le
condujeran al mortuorio.

La primera redención sobrellevó la carga de algunos hombres.


Envuelto en la mortaja, y bajo un plástico negro, el cadáver crujía
sobre el motor de un chev-lazit express 97.

Menteo.

La nave hizo una crepitación breve pues la temperatura superaba los

277
La Rebelión De Los Insectos

setecientos números, y, finalmente, se hundió en un charco de


nitrógeno de donde, a prisa, se retiró el tripulante mientras esquivaba
los fragmentos de nave que caían desde el cielo. Es cierto, las
blátidas son hábiles para despegar, pero para asatelizar son
totalmente inútiles.

* * *

Arándido notó en el radar un cuerpo. Preguntó a Figayo si se trataba


de Menteo:

-Lo dudo. Dijo que permanecería en la Tierra un tiempo


considerablemente mayor que Torme.

-Ah… pues bueno. ¿Queda vainilla?

Evidentemente Nunques se avocaba con urgencia a la labor de


probar las nuevas sustancias que llegaron a Origen: Tomillo, jazmín
y azahar le mantenían instalado en inacabable deliberación con
Arándido y Nunques. Que cuál era más fuerte; que cual más
prolongado; que si era mejor consumirles de mañana; que si era
mejor consumirles en compañía; que si consumirles o no causaba
algo en un blátido; que si los felinos o los ofidios se envenenaban
con tal. En tales cavilaciones se perdían los minutos, como en un
recipiente que les licua.

Surgió entonces la escuela del estudio del jabón. Todos los blátidos
tendrían que probarle y analizarle, como si se tratara de una verdad,
de un misterio religioso.

* * *

El mercurio entró en ebullición. Hervían también, como en una olla


a presión, las memorias de Menteo. Hervían hasta agotarse; se
evaporaban; tocaban el techo; se condesaban, e iban a dar al suelo

278
La Rebelión De Los Insectos

cual rocío. Y el calor que emanaba de su cuerpo recalentaba la


pequeña nave como una sartén en el fogón; volvían a evaporarse, y,
aquellas gotas, formaban pequeños nimbos microscópicos que se
elevaban lentamente hasta alcanzar el techo; se condensaban, y,
nuevamente, descendían a los pies de aquél grotesco insecto. Grueso
tronco y alargadas patas.

En aquél charco de nitrógeno, caerían las dos principales piezas


componentes de la nave. Detrás, solo un aventurado paracaidista,
que, en plena luna, y rodeado de un silencio santo, también
aterrizaría.

En unas rocas, donde el estrato de pretophote superaba los números,


Menteo, imperceptible y camuflado, se mimetizaba con los arbustos
y los árboles. Ni si quiera el oído tísico de los gerontes le notó.

Todos susurraban en blatódeo dentro del patio: los encargados de la


asignación; el comité; seguridad; incluso las vírgenes le
comunicaban un incesante silbido que le alejaba. Las madrastras,
cobijaban bajo sus axilas los trapos con los que limpiarían el frígido
carey que protegía al útero. Sobre ellas, una ligera norma se cernía,
la de cumplir, a toda costa, con la protección de aquél sexo. Y en eso
no se podía fallar, porque si un engranaje se suelta, toda la
maquinaria se desestabiliza.

Los insectos dormían en sus árboles, sobre su flora, cuales


crisálidas, envueltos, mudos.

El insecto se acercó sigilosamente a la madriguera. Incluso las


parteras se distraían con el sueño. Aprovechó para colarse entre los
troncos de lo que parecía ser un ahuehuete, subió dos escaleras; bajó
tres; subió dos más, y luego seis; y siete; y diez pisos; entonces una
escalera le condujo a los sótanos de la biblioteca, donde le esperaba
Garol cuya silueta vagaba debatiéndose entre la luz y la penumbra.

279
La Rebelión De Los Insectos

-¿No pudiste demorarte un poco más?

Su hermano le entregó algo que podríamos confundir con una pinza.


Luego le abrió una puerta y ahí le dejó. Menteo comenzó a cortar
cables. Uno, dos, más, demasiados. Después de la densa maraña de
conectores le esperaría algo. Nadie le reconocería, todos quedaron
convencidos de que no podría quitarse la máscara hasta culminar su
condena. Pero él era más rápido, él era un crío de la primera camada,
y ello lo llenaba de orgullo y de una transgresora confianza.

Cuando cortó el último cable, supo que, tras la reja, encontraría la


sublime presencia de lo que fuera tiempo atrás un ídolo, hoy por hoy
la vejada hembra asignada a cumplir el rol de útero.

Intentó extender la fábula todo lo que pudo. Habló de la hemolinfa,


de los frascos, de la ignorancia, y de Torme. El útero no respondía,
pero tampoco silbaba para alertar a las comadronas, mecanismo de
autodefensa propio de estos sexos. Sea esto o no un gesto de
consideración, quedará solo en él. Pero aquella solitaria y ahuecada
criatura no hacía más que causarle una irreconciliable lástima. Sus
ojos vacíos parecían, religiosamente, pedir misericordia; su torso
desnudo de quitina sudaba a borbotones fluido, acaso debido a la
incertidumbre sobre lo que fuera a hacer el inesperado visitante;
acaso debido a una febril excitación; y sus patas pequeñas y
paralizadas se aferraban a la savia endurecida de la corteza sobre la
que se sostenía. Menteo le dijo esto:

-Guarda silencio, Erreópe, no he venido a causar estragos ni


vejámenes. Solo deseo terminar con lo empezado.

La gigantesca cucaracha acarició con sus elongadas antenas al ya


cansado viajero de otras tierras. Probablemente su cuerpo ya no se
veía como antes; quizá todo signo convergía en la figura de un
forastero; de un irreconocible blátido venido de la tierra de los
fantasmas.

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La Rebelión De Los Insectos

Una partera escuchó ruidos. Llamó inmediatamente a seguridad


blatódea.

El guía se acercó al útero. Ambos guardaron silencio un momento.


Se dijeron algo, se dejaron llevar. Volvieron a guardar silencio.
Entonces Menteo montó una escalera con jirones de su propio
ropaje. Se subió en ella con mucha paciencia, e intentó con la vista
ubicar el órgano. Ahí estaba. Empujó un segmento del estérnito; se
impulsó con la flexibilidad del cerco, y, con sobrehumana devoción,
se introdujo ceremoniosamente hasta llegar al oviscapto. No se le
volvería a ver más.

Cuando llegaron los responsables de seguridad no notaron nada


extraño. Solo al gigantesco útero en cuyo celoso silencio se
refugiaría un secreto que la lengua no se dispuso a revelarnos.

Arguño

El mundo, por entonces, era bastante impreciso. Algunas especies


solían ser injustamente exterminadas por hombres de arbitrario
corazón, de aquellos que no poseen sino en el alma un espejo que
refleja los rayos y les convierte en fuerzas de un blanco y negro
cegador. Los hombres poseían el poder de las cosas, y de este poder
se valían para someter a otros seres vivos. Incluida la propia
alteridad. Esto solía verse, ocasionalmente, en los hospitales.

Ahí estaba el cuerpo de Cándido. Marchito, putrefacto.

La doctora se colocó una vestimenta apropiada: guantes, delantal,


mascarilla. Procedió a revisar sus instrumentos: los bisturíes; las
tijeras; el costótomo; la sonda, el clamps; la regla; la sierra. Todo
puesto en minucioso orden sobre la bandeja giratoria.

Palpó los huesos craneales, y abrió la cabeza: inspeccionó el

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La Rebelión De Los Insectos

cerebro. Después regresaron todas aquellas partes a su lugar, no


fuera a ser que los deudos se quejen de que el cuerpo estaba
desarmado. Aunque no había deudos, salvo las aves.

Cortó el esternón. Observó los pulmones con claro espanto, después


regresó todo a su lugar y lo selló, no fuera a ser que alguien
sospechara que en aquella institución médica había una mujer que
robaba pulmones.

Posteriormente realizó una incisión que comprendía al tórax y al


vientre. No tenía ningún fin importante tal acto. Entonces notó que
de entre las vísceras salía un gigantesco insecto de alargadas patas y
grueso tronco.

La galena sufrió un ataque de pánico incontrolable. Soltó el bisturí


y corrió despavorida por los pasillos, adornando con alaridos su
desventura. Sería la última chanza que el destino le tuviera
prescrita.

No alertó a nadie. Todos parecían sordos ante aquellos gritos.

A veces, las blátidas suelen hacer su providencial aparición en los


momentos menos esperados. Pero siempre convenientes. Arguño
salió, destilando sangre y lágrimas. Preguntó:

-¿Tú crees que se haya dado cuenta?

Con su más sosegado semblante, Cándido extravió las cuencas


oculares en el fluorescente:

-Espero que no- respondió, colorido y enderezado.-En todo caso,


mejor es que nos vayamos.

Arguño regresó al cuerpo y cerró el corte tejiendo con sus dos más
ágiles patas una costura desde vientre hasta el tórax.

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La Rebelión De Los Insectos

El hombre se puso de pie y, con la frente en alto, comenzó a andar.

* * *

La ignorancia adopta muchos cuerpos, y en muchos contextos. Pero


siempre tiene el mismo fin, esclavizar. Suele ella formar parte de los
hombres solos, pero sobre todo, de muchas de sus instituciones. Así
se desatan las guerras. Éstas acaban con todo lo bueno que tiene el
hombre: su calidad de espíritu; su trabajo; su amor propio; su amor
por los demás. Aunque, sobre todo, vive ella en nosotros. Por eso
nos toca librar aquella batalla a diario: no por pan, no por abrigo,
si no por ser hombres de espíritu libre.

No estamos encarcelados por fuera, no en galpones. No debemos


rendirle cuentas a nadie, y nadie puede obligarnos a hacer nada que
no queramos. Pero esto es lo que vemos. Dentro de nosotros existe
una cárcel que no nos permite avanzar, y tiene muchas voces y
formas. Ahí nacen los fantasmas que nos causan miedo y que nos
cierran el paso en la búsqueda de la verdad. Ahí crece la fe ciega; las
tonadas del prejuicio; el monstruo del egoísmo; la precipitada
ambición insana; la cobardía; la negligencia; la enajenación.

Y ello nos da la impresión de que todo está ya escrito. Pero ¿quién


administra tal volumen?... Ese libro no lo pueden escribir los
hombres.

Cualquiera puede derrotar a la ignorancia, pero ha de reconocer


previamente que aquella batalla se libra a diario. En la morada; en la
calle; en los más densos ambientes; en los desérticos parajes. Y
frente a todos; los amigos; los hermanos; los amantes. Todos
participan de esta interminable lucha de nuestros días, en la que no
debemos derrotar a un animal pliocénico, mucho menos a otros
hombres-Esa no es nuestra labor-, sino a un predador invisible que
nos pone a nosotros, que creemos ser amos y señores del mundo, en

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La Rebelión De Los Insectos

peligro de extinción.

Todo mal tiene un antídoto sin embargo. Aunque sigamos


encontrándole grotesco: sus extremidades múltiples; sus vientres
segmentados; sus ojos extraños; sus antenas; sus alas; sus
oviscaptos.

El día en que no nos queden rescatistas; el día en que ya no


sobrevivan los maestros ni los médicos; el día en el que los
corruptos y abyectos reinen sobre el mundo; el día en el que se nos
encierre; el día en el que se nos margine; el día en que no nos quede
oxígeno; el día en el que no seamos más que un recuerdo…

…Es probable que ese día no podamos hacer nada.

Afortunadamente, siempre existirán los insectos.

Lima 10 de Agosto de 2010.

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