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Bajo el ángel
de Leticia Urbina Orduña
para la Sociedad de Periodistas Muertos y Atzimba
PERSONAJES CON BASE EN LOS MIEMBROS DE LA COMPAÑÍA:
HIDALGO: Cierto general, pero hay matices. Mi querido discípulo José María y yo
hemos pretendido buscar otra clase de inmortalidad. No se olvide que somos
hombres al servicio del señor.
MORELOS: Fuimos, padre. Fuimos.
HIDALGO: ¡La excomunión no nos exime de nuestras obligaciones para con Dios…
MORELOS: (interrumpiéndolo) La muerte nos arrebató toda posibilidad de hacer el bien
o el mal, o de cambiar el pasado. (Hidalgo se muestra abatido al recordar su
condición de espíritu, en eso Xavier Mina viendo el libro lo cierra con cierta
violencia y exclama).
MINA: ¡Maldición! (recobrando la compostura) perdón señores pero es que… ¡No
entiendo cómo es que siguen escribiendo lo mismo! ¿Para qué sirven los
historiadores? ¿Quiénes son estos bárbaros que no pueden ni siquiera poner un
nombre correcto?
GUERRERO: Y dale con lo mismo. Si me permite, teniente, no creo que sea tan
importante que al suyo le hayan añadido un nombre. Además no suena mal:
Francisco Xavier Mina.
MINA: Usted no ha entendido: el problema no es que hayan cometido un error sino la
clase de error, de injusticia histórica que se comete conmigo. Si me hubieran
añadido cualquier otro nombre, pero ¡Francisco!
HIDALGO: Sigo sin entender por qué le resulta tan ofensivo.
MINA: Perdón su Excelencia, pero es que Usted no estaba cuando ocurrieron los sucesos
y seguramente he cometido la falta yo, de no ponerle al corriente sobre mi tío.
MORELOS: De él tuve noticia. Don Francisco Espoz y Mina, que luchó contra Fernando
VII y el absolutismo.
GUERRERO: Como lo hicimos todos nosotros.
MORELOS: No todos, mi general, no todos (viendo con intención a Hidalgo)
GUERRERO: (Se hace el desentendido) Será una nimiedad.
MINA: Se equivoca Don Vicente, amigo. ¿Puedo llamarlo así? Después de todos estos
años de mutua compañía, a veces olvido que ni siquiera nos hemos conocido…
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GUERRERO: Cualquiera que haya hecho lo que Usted hizo por mi patria, y más aún,
siendo español, me honraría con su amistad, pero, explíquenos ¿Qué es eso tan
grave que le ha hecho su tío?
MINA: Pues hubo una confusión en aquellos días. Era 1817, (viendo a Hidalgo) por lo
que a ustedes ya les habían… (se arrepiente de tocar el tema)
HIDALGO: ¿Cortado la cabeza? El hecho es de todos conocido.
MINA: Otra vez disculpe vuestra merced; es por eso que nunca os lo había dicho, porque
resulta tan difícil hablar de estos temas sin tocar lo que de cada uno de nosotros ha
sido. (Hidalgo le hace seña de que siga, y así lo hace) En fin, sigo. Fui
aconsejado por Fray Servando, que me convenció de que era lícito luchar contra
el absolutismo en cualquier lugar que se presentase.
MORELOS: (con cierta sorna) Y siendo la Nueva España parte del reino, creyó que era
su deber venir.
MINA: ¿Cómo lo supo su Excelencia?
MORELOS: Si habré tenido noticias de ese bribón de Fray Servando. ¿Sabe que inventó
que Quetzalcoatl era Santo Tomás, que había cruzado el Atlántico para predicar la
palabra de Cristo? Y ese fue su argumento para decir que la evangelización ya
había sido hecha y por ello la conquista era ilegítima.
GUERRERO: Por eso lo encarcelaron. Pero no sirvió de mucho; era el escapista más
hábil de cuantos se han conocido. Siete veces se fugó de la prisión. Y se atrevió
incluso a llamar a la Virgen de Guadalupe “una piadosa leyenda”. Aquí, entre nos,
a veces pienso que Fray Servando era ateo. El pillo más simpático que he
conocido. Era capaz de convencer a San Pedro de admitir al demonio en el cielo.
HIDALGO: No es preciso tachar de bribón ni pillo a quien viste hábitos. Ni citar al
Maligno.
GUERRERO: (burlón) No sea que se nos aparezca. ¿Y su tío?
MINA: Bien. Cuando decidí venir a México, que era como ya se le comenzaba a llamar a
este país entre los liberales insurgentes, cometí el error de hacer saber a quien me
quisiera escuchar el destino de mi empresa.
HIDALGO: Pecado de soberbia…
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MINA: Puede ser que Usted tenga razón, pero ¡Yo era tan joven! Y mi tío tan poco
amable. Desde entonces comenzaron las confusiones. Alguien creyó que era él
quien viajaba a América, o tal vez alguien confundió nuestros grados…
MORELOS: O vuestros nombres.
MINA: Entonces mi tío, don Francisco Espoz y Mina, hizo publicar la carta más ofensiva
que nadie haya escrito sobre el hijo de un hermano suyo, y la repitió en sus
Memorias. (Saca un trozo de periódico muy viejo y lee) “En el mes de septiembre
de 1816 tuve que estampar en los papeles públicos de Londres y París un artículo
contradiciendo lo que se había dicho en los mismos sobre que el general Mina
había llegado a los Estados Unidos, porque no quería que mi nombre llevara el
galardón o vituperio que resultase de una expedición intentada por mi sobrino,
Xavier Mina en el reino de México. Desmentí la noticia diciendo que general
español Mina no había otro que yo. Que el supuesto general que aparecía en los
Estados Unidos no podía ser otro que mi sobrino del mismo nombre, y que la
graduación de éste no pasaba de teniente coronel.” No os digo lo que resta.
Básteles saber que me acusa del fracaso de la empresa por mi… mi ligereza y
aturdimiento. Y se congratula de mi inmediato castigo.
GUERRERO: Y como dice “mi sobrino del mismo nombre” ahí surgió la confusión.
MINA: Y estos gilipollas de los historiadores que no han podido corregir el error 100
años después.
MORELOS: ¡Cien años! Más todavía, según creo.
HIDALGO: Si las cuentas no me fallan, van más de 150.
GUERRERO (Revisando los apuntes escolares dejados por las niñas) Aquí pone la
fecha: la más reciente señala “septiembre 4 de 2006” (Se pondrá aquí la fecha en
que se represente esta obra. Los otros insurgentes repiten con asombro ¿2006?)
Han pasado casi doscientos años.
HIDALGO: Y entre más tiempo corra más difícil será que los hombres actuales corrijan
los yerros, pero yo creo que no debíamos preocuparnos tanto de eso. Lo hecho,
hecho está.
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GUERRERO: Para Usted padre, es fácil decirlo. (Sigue revisando los textos) En todos
esos libros se dice que Usted fue el Padre de la Patria, y no sólo uno más de los
padres de la Santa Iglesia.
HIDALGO: ¿Habrá quién me lo dispute? Yo inicié la revuelta. Antes de mí nadie se
había atrevido a desafiar los poderes reales en estas tierras. He sido yo el primero
en llamarlas “la Nación Mexicana”, nadie antes que yo…
MORELOS: ¿Nadie?
HIDALGO: (Algo turbado) Bueno, nadie con tal éxito. Además, si se refiere a la
intentona de 1809, yo también la había encabezado.
MORELOS: No era exactamente eso lo que Su Excelencia me contaba en las cartas que
sostuvimos durante años, después de que dejó la rectoría de nuestro Colegio de
San Nicolás hacia ese pueblo de Guanajuato.
HIDALGO: No me gusta su tono, padre. Le recuerdo que además de haber sido su
maestro en San Nicolás, fui yo quien lo requirió en Valladolid para tomar las
armas, y que en el ejército comandado por la Santísima Virgen de Guadalupe y
yo, existen jerarquías.
MORELOS: Disculpe si lo he ofendido padre, pero le recuerdo que yo también llegué al
grado de general, y todos estos años he querido entender, saber…
HIDALGO: Los hechos son muy simples. Era muy amigo mío el Corregidor de
Querétaro, cuya esposa era una extraordinaria dama, una excelente mujer.
GUERRERO: (Pícaro) Y ya sabemos de la inclinación de su excelencia por las mujeres
(recibe la mirada reprobadora de Hidalgo). Y a diferencia de nuestro amigo, el
padre José María, que prefirió ser llamado Siervo de la Nación, Usted no abominó
del título de Alteza Serenísima…
MINA: Que resultó tan deshonrado cuando lo usó aquel jovencito que estaba bajo el
mando del soldado realista Agustín de Iturbide, según señalan estas relaciones.
(Lo dice con el libro en la mano).
GUERRERO: Si, lo recuerdo. Un chamaco. Lo vi. alguna vez muy zalamero con el
traidor de Agustín, ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Toño. Toñito López.
MINA: Aquí está: Antonio López de Santa Anna.
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MORELOS: Pero díganos padre, su versión de los hechos. No quiero quedarme más sin
saber, sin entender, qué pasó, qué hicimos mal.
HIDALGO: Yo creo que nada. Usted lo ha visto: esas colegialas que venían a nosotros.
Eran de todos colores y no parecía haber ningún conflicto en que estudiaran
juntas.
MORELOS: Es cierto, pero aún así, las cosas no fueron lo que planeamos.
HIDALGO: El hombre propone y Dios dispone. Pero permítanme explicarles. Aquella
señora, Doña Josefa se llamaba, una mujer extraordinaria como ya he dicho, con
más carácter que su propio marido, nos invitaba a varios de los conspiradores a su
casa. Formamos una Sociedad de las Bellas Artes, la Academia de la Literatura.
Era nuestra coartada. Mientras en un piso de su casa los músicos tocaban algunos
de nosotros nos apartábamos a algún rincón tranquilo en otro piso. Los que habían
viajado a Europa nos contaban de las lecturas que allá habían hecho, pues estaba
prohibido traer los libros, así que los traían en la cabeza. Las reuniones en su casa
eran realmente exquisitas. Buena lectura, ideas, música…
GUERERO: Muchas damas bonitas (se corrige ante la mirada fulminante de Hidalgo) y
diversión para el pueblo. Porque tengo entendido que aquella dama era muy gentil
y liberal para con sus criados ¿no es cierto?
HIDALGO: Sí. Doña Josefa (aparece por la puerta y mientras los demás se hacen a un
lado del escenario ella entra y finge saludar a invitados imaginarios) Me parece
que la estoy viendo.
JOSEFA: Padre, (con una leve inclinación le besa la mano). Todo está listo (empiezan a
entrar los bailarines de la primera pieza) Hay muchos invitados y he dado la
tarde libre a nuestra gente, a fin de que la algazara oculte bien nuestros dichos.
HIDALGO: (Retirándola de escena) Haces muy bien, querida hija. Vamos, pues, a la
reunión, mientras la música cobija nuestras palabras. (Salen todos. Queda
Atzimba que ejecuta # pieza (s). Al terminar, entra la Beata, con dos mujeres del
pueblo y ponen una mesita cerca de una de las sillas de los héroes y un servicio
de té. Tras ellas regresan el cura Hidalgo, Doña Josefa y un soldado criollo)
JOSEFA: Ahora no hay nadie en casa, todos se han ido. Padre Miguel, me ha dejado
Usted muy preocupada.
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SOLDADO: Los informes son muy poco halagadores. Yo mismo he estado pensando en
la forma de obtener una licencia. Como esto se sepa seremos acusados de
infidentes… ¡De traicionar a la corona y a nuestro rey!
HIDALGO: La situación es difícil, pero no nos pueden acusarnos de traición. Nuestro rey
es, era Fernando séptimo, y ha sido depuesto por ese horrible francés licencioso,
que ha sido capaz de coronarse él mismo, desconociendo el poder de nuestra
Santa Madre Iglesia.
JOSEFA: Mi esposo ha sabido que hay planes para que regrese a España. Aunque no creo
que Napoleón Bonaparte lo permita.
HIDALGO: Mientras eso no suceda nosotros no tenemos por qué obedecer al virrey. Él
no ha sido ungido para mandarnos en ausencia del monarca.
SOLDADO: Y mientras tanto ¿qué debemos hacer nosotros? (viendo a la beata)
JOSEFA: Tenemos que actuar rápido. No podremos ocultar por demasiado tiempo
nuestros planes.
SOLDADO: ¿Qué se me ordena que haga?
HIDALGO: Por el momento no podemos hacer nada. Sólo estar muy alertas. Permítanme
sus mercedes, un momento. Tú, criatura, ven acá. Lleva esta carta a casa del señor
Aldama y entrégala en propia mano o no la entregues. (Salen ambos de escena)
SOLDADO: Señora, no quiero parecer impertinente, pero tengo mis recelos para con el
cura. Un amigo de mi padre ha sido su condiscípulo, y cuenta que es fama que
siendo mozo, y por no tener su familia medios para educarle con esmero, ha
elegido la carrera sacerdotal, no por vocación, sino por ser la que mejor
acomodaba para hacerse de posición y de dinero.
JOSEFA: Es ante todo un prelado de la Iglesia. Y no veo el mal en que un hombre
procure su bienestar, mientras no caiga en pecado de avaricia. Yo también he
recibido ese tipo de informes, incluso se dice que sus compañeros le apodaban el
Zorro, por la mucha astucia de que siempre hizo gala.
(Salen el soldado y doña Josefa llevándose la mesita y el juego de té. Mientras el cura
entra y se pasea por el escenario con cara de preocupación, cambian las luces y
entran los insurgentes; entonces se dirige a ellos). Malhadado sobrenombre.
Cuando fui llevado a juicio, el inquisidor Manuel Flores lo sacó a relucir diciendo
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noble cuna, rara en quienes provienen de otras clases. Tal vez por eso se al final
se acobardaron…
MORELOS: No fueron los únicos. (Mira a Hidalgo intencionadamente) Para esa época
sus hombres ya eran casi cien mil, y Usted padre, no fue capaz de tomar la Ciudad
de México cuando la tenía casi en sus manos.
HIDALGO: ¡No podía hacerlo! Ya lo han dicho ustedes, disponían apenas de palos y
piedras para defenderse. ¿Cómo enfrentarían a las tropas de Calleja, instruidas en
el arte de la guerra, con un salario, bien alimentadas? Con sólo ver sus hermosos
uniformes llenos de galones de oro, mis hombres se habrían amilanado.
GUERRERO: Todo depende de la estrategia, de lo que se les hubiera dicho. No era lo
mismo hacerles ver ese oro como una señal de poderío que como el producto de
los robos contra ellos cometidos. Si hubieran visto esto les habría dado el coraje
suficiente para pelear por lo que les correspondía.
HIDALGO: En verdad que no eran esos los hombres de quienes yo creí recibir apoyo.
Fui de pueblo en pueblo haciendo el llamado a unirse, y en vez de los nuestros
respondían aquellos pobres indios y mestizos, que se unían sin pensarlo. De los
otros cuando mucho recibí algún dinero que nos permitiera alimentar a la tropa
por un día.
MORELOS: Tal vez ese fue el error padre, no supimos que la guerra que iniciamos sólo
podía sostenerse con la ayuda del pueblo.
HIDALGO: Debo confesarlo: tuvimos miedo. No sabíamos cómo reaccionarían aquellos
pobres. Yo había organizado otra tertulia en mi casa, lo cual no era raro.
Teníamos tantos bailes y reuniones que ya se conocía a mi curato como La
Francia Chiquita. La Sociedad de Bellas Artes nos proporcionó un magnifico
escondrijo. (Los insurgentes salen mientras los bailarines se introducen al
escenario. Hidalgo habla cada vez más cerca de proscenio hasta salir por la
derecha). En su nombre era posible reunirse casi sin levantar sospechas. Había
acudido al baile popular mucha gente; era fácil escurrirse entre ellos y hacer acto
de presencia de cuando en cuando, mientras los otros continuaban conspirando.
(Los bailarines ya deberán estar casi listos en sus sitios cuando termine el
parlamento: Entra segunda actuación de Atzimba)
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HIDALGO: (Entra nuevamente a escena, pero ahora lleva él la mesa y la pondrá frente
a una de las sillas, distinta de la utilizada en la escena anterior. La beata
colocará un candelabro con una vela encendida, un tintero, una libreta y una
pluma de ave. Luego el cura se sentará a escribir con esos implementos)
BEATA: Padre, usted sabe que yo no soy chismosa, si acaso un poco sociable, pero nada
más. Si he venido es porque yo creo que Usted debería estar enterado de esto.
HIDALGO: Habla ya, mujer, ¿Qué pasa?
BEATA: Ay padrecito, pero luego no se vaya a enojar conmigo porque ando de
correveidile, porque Usted regaña re feo.
HIDALGO: Mujer, no me impacientes. Estoy esperando al señor Allende
BEATA: Pues de eso quiero hablarle padre. (Se hinca) Su bendición…
HIDALGO: ¿Pero para qué la quieres mujer?
BEATA: Para que no pueda contestar si le preguntan quién le dijo. (Hidalgo pone cara
de asombro). Secreto de confesión…
HIDALGO: ¿Pero por quién me has tomado? Habla ya. (La mujer se acerca y le dice al
oído algo) Gracias hija. Te agradezco los informes. Y por favor, no repitas nada
de lo que me has dicho. ¿Me entendiste? Y llévate esto que llegará pronto la
gente. (Cambian las luces mientras ella sale con la mesa y los implementos.
Entran los insurgentes). La reunión fue accidentada. Todos teníamos los nervios
alterados. Estábamos al borde del pánico y se propusieron las soluciones más
descabelladas. Fue entonces que se hizo el silencio y les dije: “¡Caballeros!
Somos perdidos; aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines”. Todavía
Aldama me dijo con cara de asustado “Señor, ¿Qué va a hacer vuestra merced?
Por amor de Dios, vea lo que hace”.
MORELOS: Oí las crónicas. Todos decían que Usted parecía un iluminado, y que salió
con aquella imagen y doscientos hombres a reclutar soldados. Pero aún creo que
su proclama era insuficiente. ¿O no decía que se buscaba con nuestra lucha la
preservación a nuestro rey de estos preciosos dominios? ¿No es cierto?
MINA: Eso explicaría muchas cosas. Cada vez me convenzo más de que llegué aquí
completamente engañado.
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GUERRERO: Siento tener que estar de acuerdo con Usted, teniente. La información que
le habían dado en su país era muy vieja.
MINA: Ni siquiera fue en España. Estaba en Londres, a donde huí luego de estar preso en
Francia por órdenes de Bonaparte. Fue ahí donde conocí a Fray Servando.
Resultaba tan animoso, tan convincente. Y era además un sacerdote, lo que lo
hizo ante mis ojos más confiable.
GUERRERO: Pues yo ya no sé qué pensar de las sotanas. (A Hidalgo) ¿Qué dice a ello…
“Alteza Serenísima”?
HIDALGO: Parece que se me está aquí sometiendo a un juicio. Y no soy el único de
nosotros que ha entrado en contradicciones. Ignoraré su exabrupto en atención a
su falta de preparación en las artes de la diplomacia. Más aún, sin tener obligación
de ello le daré una explicación, general. Estará Usted de acuerdo en que son los
hechos, más que los dichos, lo que debe tomarse en cuenta a los hombres.
GUERRERO: No me opongo a ello.
HIDALGO: Pues bien. En ese momento no sabíamos si Fernando VII había regresado o
no al trono, a despecho de lo que dijeran las noticias venidas del otro lado del
Océano. Ni sabíamos si el rey regresaría Bonapartista y afrancesado.
MORELOS: Eso es cierto. Fue la duda que prevaleció entre nosotros por varios años.
GUERRERO: Y al dueño de la casa que se hacía llamar la Francia Chiquita, y que trajo
el teatro de Moliére a estas tierras, ¿le parecía mal que el rey volviera
afrancesado?
HIDALGO: Hay que distinguir entre las ideas de Rosseau y las del tirano Bonaparte.
GUERRERO: Mmmm. Consiento en ello.
HIDALGO: Cuando estuve en Guadalajara, y seguramente lo dirá el libro que tiene don
Xavier entre las manos, pues múltiples pruebas escritas dejé de ello, despaché
nombramientos y envié toda clase de emisarios a distintas partes del país y aún al
extranjero, pues tenía la esperanza de obtener ayuda de los norteamericanos. Y de
ahí hasta el final eliminé todas las efigies y emblemas de Fernando VII. (Mientras
eso pasa Mina busca en el libro las pruebas citadas)
MINA: Aquí también dice que cuando fue llevado a juicio Usted y Allende se culparon
mutuamente de haber ideado la independencia, sólo para salvar sus vidas. Y que
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cuando le preguntaron por qué no había enjuiciado a los hombres que mandó
fusilar contestó “No era necesario, sabía que eran inocentes”. (Hidalgo retrocede
un paso azorado y trata de balbucear algo. Morelos lo encara acusador)
MORELOS: ¿Pero… Usted fue capaz de eso padre? ¿Usted en quién confiamos?
HIDALGO: ¿Entonces, se ha sabido? ¡Déjeme ver! (Mina no lo deja quitarle el libro)
¡Déjeme ver ese libro! ¿Qué más dice?
MINA: ¿Le preocupa su reputación después de siglos padre Miguel? No se preocupe. El
libro no dice nada. Eso fue lo que me dijeron mis captores antes de fusilarme.
Entonces creí que ensuciaban su memoria para humillarme. Ahora veo que fue
cierto.
HIDALGO: (Muy abatido, casi avergonzado) Allende y yo creímos que si alguno se
salvaba tal vez habría una oportunidad… ¡Y sí! ¡Tuvimos miedo! ¿Alguno de
ustedes no lo tuvo? Ninguno de nosotros ha tenido una muerte pacífica. Todos
fuimos muertos por las armas. Incluso don Vicente, que vivió para ver nuestra
victoria, fue víctima de fusilamiento. No éramos como hoy, hombres de piedra.
Todos teníamos un futuro, teníamos hijos.
GUERRERO: ¿Usted también padre? Yo sólo sabía de los de Morelos.
HIDALGO: Somos… fuimos humanos, y por tanto, imperfectos.
MORELOS: Eso le prueba don Xavier, que la cuna noble no es siempre garantía de
mejores sentimientos.
HIDALGO: No he sido noble aunque así lo sostenga mi apellido.
MORELOS: Pero era criollo, y yo sólo un mestizo.
HIDALGO: Que tampoco ha sido mucho mejor que nosotros. Usted también ha sido
padre, con tres madres distintas, de tres hijos.
MORELOS: No lo he negado nunca… Bueno, sí. Al principio.
MINA: Así es. En uno de sus juicios. Porque Usted fue sometido a tres ¿No es verdad?
MORELOS: En efecto. Un proceso de jurisdicción unida, un juicio militar y uno del
Santo Oficio.
MINA: Y en el juicio militar fue que Usted delató a todos sus hombres. Dio cifras
precisas de los hombres y las armas que tenían en cada lugar sus seguidores.
(Nuevamente lee del libro) “La división de Sesma tiene quinientos fusiles con
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poco más de mil hombres. Guerrero tiene trescientos costeños y mucha indiada
(En la alusión Guerrero voltea a ver a Morelos con gesto acusatorio). Terán debe
tener como setecientos fusiles y mil quinientos hombres”. ¿Reconoce como suyas
esas palabras?
MORELOS: Eso… ¿Lo dice Usted o lo dice el libro?
MINA: Conteste Usted primero.
MORELOS: Mías son. Fui sometido a interrogatorios continuos durante cuatro días con
sus noches. Fue una forma sutil de la tortura. A cada paso me aseguraban que si
cooperaba con la pacificación del país podría salvar la vida. Pero ya la tenía
perdida y lo sabía. Los tres tribunales que me sometieron tenían poder para
hacerme ejecutar. Siempre pensé que sería el Santo Oficio el que me llevaría a la
muerte. Pero el virrey Calleja era mucho más vengativo.
GUERRERO: ¿Y no le importó que quienes le habíamos seguido cayéramos presos?
¿Qué hay de la vida de todos esos hombres? ¡De la indiada como Usted les dijo!
MORELOS: ¡Ya le he dicho que yo no pensaba en salvar mi vida, que la sabía perdida!
Fue por el contrario, la pacificación del país lo que me movió a darles aquellos
informes. Nunca pensé en honores para mí. Rechacé incluso aquel trato de Alteza
Serenísima que me dio el Congreso de Chilpancingo y preferí…
GUERRERO: (Irónico) El de Siervo de la Nación.
MORELOS: Búrlese si quiere. Pero no, no fui un delator. ¿Lo dice el libro?
HIDALGO: Será otra más de las argucias de Francisco (Con intención).
MINA: (Viendo con ira a Hidalgo). Lo dice. “Prisionero en la cárcel de la Ciudadela, el
Mártir de la patria, Don José María Morelos y Pavón, fue sometido del 28 de
noviembre al primero de diciembre de 1815, a un prolongado interrogatorio
militar”. Lo de los tres tribunales y los datos que dio sobre sus hombres no viene
aquí. También me lo dijeron mis captores. Y que se declaró español, siendo
mestizo.
MORELOS: ¡Me interrogaron sobre las cosas más absurdas! Me acusaron incluso de usar
los fondos de la guerra para usar trajes lujosos. El pobre de don Mariano
Matamoros nunca me los habría regalado si hubiera sabido el precio que tuve que
pagar por ellos en el juicio.
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una vejez tranquila. Era cura de Carácuaro cuando supe del regreso de mi maestro
y me fui a encontrarlo en Valladolid.
HIDALGO: Es cierto. Nos hallamos en Indaparapeo y seguimos juntos hasta Charo,
cuando nos dirigíamos a Acapulco. Ahí le di el nombramiento de jefe de la
revolución. Nunca más volvimos a vernos.
MORELOS: Supe después que lo aprehendieron y de la infame orden para exponer…
HIDALGO: ¿Le teme a las palabras después de todo lo que se ha dicho? Si. Nuestras
cabezas estuvieron expuestas a la vista de todos, en unas jaulas, pendiendo de las
esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, durante diez años. De eso han sido
capaces los españoles… (A Mina) sus compatriotas.
GUERRERO: Y también de pelear por este suelo como si fuera el propio, sin tener
ningún interés que cuidar, ni privilegios criollos que defender, como es el caso de
don Xavier Mina, mi amigo.
MINA: Pero ¿Es que no podéis aún superar esa barbaridad de las razas y las castas? El
ideario liberal que defendíamos tenía su base en la divisa francesa “igualdad,
libertad, fraternidad”.
GUERRERO: Que suenan muy bien en el papel, pero eran muy difíciles de lograr en un
país que ni siquiera había decidido cómo había de llamarse. Y con una guerra de
Independencia dividida. Cada caudillo en cada pueblo buscaba cosas distintas.
Unas veces en beneficio propio, otras con la mejor buena voluntad pero una
visión muy corta. La de sus necesidades inmediatas. Por cierto ¿Qué fue de sus
hijos, padre José María?
MORELOS: Mis dos hijos más pequeños quedaron con sus respectivas madres. A Juan
Nepomuceno lo tuve conmigo hasta casi el final. Brígida, su madre, había muerto
ya. Lo envié a estudiar a Estados Unidos en cuanto tuvo edad, para alejarlo de la
guerra.
GUERRERO: Lo cual también saltó en el juicio.
MINA: (Otra vez con el libro) Lo acusaban de mandarlo a aprender ideas heréticas, para
que continuara con su obra. “Por los sentimientos de nuestro reo se deja inferir
que desea que su propio hijo estudie en los libros corrompidos que con tanta
libertad corren en Estados Unidos, para que se forme como un libertino hereje,
capaz de llevar adelante un día las máximas de su libertino padre, el monstruo de
Carácuaro”.
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HIDALGO: No fue la única matanza que Usted dispuso. Tengo entendido que uno de sus
soldados impidió otra mayor en Cuautla.
MORELOS: Habla Usted padre, como si sólo yo hubiera mandado matar enemigos. Tras
el sitio de Cuautla, hicieron preso a don Leonardo Bravo. El virrey Venegas le
ofreció a si hijo, Nicolás Bravo, perdonar la vida de Don Leonardo si abandonaba
nuestra causa. Incluso le ofrecí 800 prisioneros españoles a cambio de la vida de
Don Leonardo.
HIDALGO: ¿Y que pasó entonces? Recuerde que yo ya no estaba desde 1811 e ignoro
muchos sucesos.
MORELOS: El virrey se negó y Leonardo Bravo fue ejecutado. Yo estaba indignado y le
ordené a Nicolás que ejecutara a 300 españoles… no lo hizo.
HIDALGO: ¿Pero por qué?
GUERRERO: Porque Nicolás, quien apenas era un joven de 26 años, era un gran hombre.
Uno de mis hombres estaba entre ellos. Nos contó que Nicolás Bravo formó a los
trescientos y les explicó lo sucedido. Luego les preguntó qué debía hacer. Tenían
tanto miedo y estaban tan seguros de su muerte que no pudieron hablar. Entonces
Nicolás se adelantó y les dijo: Quedáis en libertad. Tanto impresionó aquello a mi
narrador que decidió unirse a las tropas independentistas.
HIDALGO: (Impresionado) Decididamente, un hombre más merecedor que yo de estar
en este sitio.
MORELOS: (Ambiguo) Pienso lo mismo. Ese libro que nos llama mártires no se parece
en nada a lo que de nos en vida se ha dicho. El tribunal que me condenó propuso
que se me ejecutara por la espalda como a traidor, y que mi cabeza también fuera
expuesta en una jaula de hierro en la plaza mayor de la Ciudad de México.
HIDALGO: ¿Y cómo se salvó de tal afrenta?
MORELOS: Calleja temió que ello provocara levantamientos populares y prefirió que se
me fusilara muy lejos de la ciudad, en Ecatepec, un pueblo yermo y salitroso, casi
deshabitado, sin mayor publicidad. Era diciembre de 1815. La lucha por la
Independencia estaba prácticamente exterminada, de no ser por ellos (señala a
Mina y Guerrero).
HIDALGO: ¿Y cómo es que tardó aún tanto? 1821 tengo entendido.
MINA: En efecto. Cuando llegué a México no encontré el levantamiento popular que
esperaba. El país parecía en paz, incluso. Las fiestas cortesanas seguían como si
nunca hubiera habido una protesta. (Cambio de luces, salen los cuatro
insurgentes y entran dos mujeres del pueblo, llevando una mesa y un juego de té.
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Cuando salen, entran dos samas de alta sociedad. Se sientan y platican como si
fuera un secreto de mujeres, las incidencias de la guerra).
MINA: La frivolidad era absoluta. Sin embargo yo tenía una meta y venía a cumplirla.
GUERRERO: De cualquier modo no habría tenido otro remedio. Tengo entendido que
gastó usted toda su hacienda en esta aventura.
MINA: Y aún más. Cuando Fray Servando me convenció de lo noble de la empresa yo le
dije cuáles eran mis rentas, que no alcanzaban para acometerla toda. Él consiguió
con muchos de sus contactos lo necesario para completar la obra. Vendí mis
propiedades y con eso y los préstamos fletamos tres barcos. En Estados Unidos
nos hicimos de tropas mercenarias y nos dirigimos al puerto de Soto la Marina,
adonde arribamos el 15 de abril de 1817.
GUERRERO: Si en vez de desembarcar ahí, a 250 leguas de las hostilidades, lo hubiera
hecho en Veracruz, donde le esperaba Guadalupe Victoria, las cosas habrían
salido de otro modo.
MORELOS: ¿De qué modo, general?
GUERRERO: Posiblemente habría derrocado al virrey, o en su defecto (Burlón) habría
salvado la vida como lo hizo después don Guadalupe, que se perdió en la selva en
1819 y estuvo ahí viviendo como un salvaje, entre los micos y otras fieras.
Cuando todo se calmó, salió de su escondite, se encontró con Iturbide y acabó
siendo presidente. (Ríen).
MINA: No habría yo hecho tal. Esconderse es un acto de cobardía…
HIDALGO: (Malintencionado) Habrá sido muy valeroso, el señor teniente.
GUERRERO: Yo viví lo suficiente para poder atestiguarlo. (Mina abandona por fin el
libro, atento a lo que va a decirse de él. Morelos aprovecha para tomarlo muy
discretamente y se pone a leer mientras los otros hablan). A los diez días de
haber desembarcado, hizo una proclama a los mexicanos que decía “Permitidme
participar de vuestras gloriosas tareas: aceptad los servicios que os ofrezco a favor
de vuestra sublime empresa y contadme entre vuestro compatriotas”.
MINA: ¡Os la habéis aprendido de memoria!
GUERRERO: Tanta fue la admiración que me causó su gesto.
MORELOS: (Con el libro) ¡Pero si era apenas un mozo! (A Hidalgo) No tenía ni la mitad
de nuestros años.
MINA: (Molesto por verse tratado como un niño) Pero sí los suficientes: tenía 28 años
cumplidos.
GUERRERO: Y como hombre se portó los siete meses escasos que le duró la vida desde
entonces. Incluso compuso una bandera mexicana de orilla roja y centro a
cuadros azules y blancos con el águila, la serpiente y una leyenda que decía
“Independencia de México, año de 1811”. Siendo diputado, el propio Fray
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vuelve opresivo y cada uno se sienta en su silla, despacio. Irán tomando la pose
que tenían al principio, del modo más imperceptible que se pueda).
MORELOS: Se equivoca, maestro. El tiempo es el que nos ha convertido en un mito.
MINA: Dirá Usted, en una mentira.
GUERRERO: ¿y lo dice Usted, que es de todos nosotros el más limpio?
MINA: No creo serlo tanto como Usted, amigo. Siempre tuve en mucha estima la
honestidad, y usted la tiene. Y por eso me molesta tanto cualquier clase de
mentira, hasta las más inocentes, como la de llamarme Francisco.
MORELOS: Tal vez haya mentiras inocuas. Algunas son monstruosas, es cierto, pero hay
otras que son piadosas. Probablemente nuestra labor patriótica más importante la
ejercemos ahora; nosotros somos los mitos que cohesionan una patria. (Al oírse
las siguientes voces, los cuatro se calzarán guantes y máscara. Los actores de
afuera no deberán introducirse sino hasta estar seguros de que los otros cuatro
han terminado esta acción).
EN OFF ESTUDIANTE 1: ¡Por favor poli! ¡Mañana tenemos que entregar un trabajo y
me van a reprobar! ¡Nada más es un minutito! ¿Sí? ¡Ándele! ¡Por favor!
EN OFF POLICÍA: Es que si viene mi comandante y me pesca abriéndoles a estas horas,
a mi me van a encuartelar un par de días. ¡Entiéndame, señorita! No es que uno no
quiera, es que no se puede.
EN OFF ESTUDIANTE 2: Yo le echo aguas, si veo la patrulla le aviso.
EN OFF POLICÍA: No señito, luego va a salir peor. Ay, a ver si no me meten ustedes en
una bronca. Pásenle, pero rapidito. (Se abre la puerta y entran las dos niñas. No
hallan el libro donde lo dejaron y tienen que buscarlo. Cuando lo encuentran la
estudiante 1 dice):
ESTUDIANTE 1: ¡Aquí está! Mira. (Lee algo y pone cara de asustada) Aquí dice que
Xavier Mina no se llamaba Francisco. Y yo juraba que sí. ¡Me van a reprobar!
Vámonos que tenemos que estudiar ¡No sé nada! (Salen apresuradamente
mientras las estatuas quedan solas un segundo, en el que se oye decir a Mina)
MINA: ¡Nada! (Oscuro con dimer y baja el:)
TELÓN