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Bajo el ángel
de Leticia Urbina Orduña
para la Sociedad de Periodistas Muertos y Atzimba
PERSONAJES CON BASE EN LOS MIEMBROS DE LA COMPAÑÍA:

1. Susana Ávila Niña 2, Brígida y señora de Sociedad.


2. Adriana Cedillo Niña 1 y mujer del soldado.
3. Araceli Flores Niña 4 y mujer del pueblo
4. Daniel Cedillo Soldado Indígena
5. Néstor Chávez Vicente Guerrero
6. Vladimir Sánchez Policía y Soldado Criollo.
7. Elena Morales Niña 3 y señora de sociedad y beata.
8. Naneli Pacheco Josefa Ortiz de Domínguez y maestra
9. Jonathan Salazar José María Morelos y Pavón.
11. Héctor Guzmán Miguel Hidalgo y Costilla.
12. David Victoria Xavier Mina.
(La escena se desarrolla en el sótano del Ángel de la Independencia. Escenario vacío,
con una iluminación azul y mortecina, y apoyos sobre cada actor. No hay nada
excepto cuatro sillas blancas, una en cada esquina. En ellas están, en poses muy
estudiadas, las estatuas de Hidalgo, Morelos, Guerrero y Mina. El rostro blanco
deberá ser la máscara de cada actor, hecha a modo del personaje,
complementado con guantes blancos y vestuario de color. Al fondo hay una
puerta que se antoja pesada, con grandes cerrojos. Se oye una voz masculina que
ordena:)
POLICÍA: De cinco en cinco (o el número de actores con que se cuente para la escena,
que pueden ser algunos de los que después figurarán como pueblo.) Y rapidito
porque ya va a ser hora de cerrar.
(Se abre la puerta y por ella entra un tropel de niñas de secundaria, que toman notas de
las placas al pie de cada estatua y hacen comentarios entre ellas, mientras la
maestra trata de mantener la disciplina).
MAESTRA: Sin empujarse por favor, y en silencio que este lugar merece todo nuestro
respeto. (Como quien dice un script demasiadas veces repetido) Aquí se
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encuentran los restos de los héroes de la Independencia de México, que en 1810


iniciaron el movimiento Insurgente…
ESTUDIANTE 1: Eso ya nos lo dictó en clase.
ESTUDIANTE 2: Y nos lo hizo copiar del libro.
MAESTRA: Pues parece que no les sirvió de mucho porque no entienden que en un sitio
así debe mantenerse una actitud respetuosa. ¿Ya ven por qué no me gusta
organizar salidas con ustedes? Todo se les va en flojera. Este lugar debería ser
sagrado para todos los mexicanos. Sin estos hombres, ninguno de nosotros gozaría
de libertades ni ustedes podrían asistir a la escuela…
ESTUDIANTE 3: ¡Eso sería maravilloso! ¿Entonces tenemos que ir a la escuela por su
culpa? (Risas de las demás alumnas, mientras la maestra saca a la bromista).
MAESTRA: Al camión señorita Morales. ¡Fuera! (la chica pone cara de fastidio pero no
se mueve). Esta es la última vez que sale a un paseo, (al resto) y ustedes terminan
pronto porque debemos estar de regreso en la escuela a las siete de la noche. Y
mañana deberán entregar un reporte de la visita. Morales, ¿Dónde está Morales?
¡Camine! (sale regañándola)
ESTUDIANTE 4: ¡Se pasa! No sé para qué nos saca si nos va a estar regañando todo el
tiempo. Ni siquiera nos dejó subir a la montaña rusa.
ESTUDIANTE 2: Bueno, es que eso no estaba programado. Se supone que salíamos a
visitar puros museos.
ESTUDIANTE 4: Tú la defiendes porque como eres su consentida. ¡Barbera!
ESTUDIANTE 2: Pura envidia que me tienes… ¿Y tú (a Estudiante 1) ¿Qué tanto
apuntas? De todos modos ni lee los trabajos. El otro día le di el de Química con la
portada de Historia y me puso ocho.
ESTUDIANTE 1: Porque eres una tramposa y te vale la escuela, pero a mí sí me gusta
estudiar. Además, quiero ser historiadora.
ESTUDIANTE 4: La semana pasada querías ser arquitecta…
ESTUDIANTE 1: Es que ya le pensé bien.
ESTUDIANTE 2: Oigan… ¡Hellou! Faltan muchísimos años para eso. ¡Como cuatro! o
sea güey, ¿para qué se preocupan?
ESTUDIANTE 1: En vez de darnos lata sirve de algo. Detenme esto (le da varios libros).
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ESTUDIANTE 2: (Poniéndolos sobre el regazo de la estatua de Mina) ¿pues que me


viste cara de cargador?
ESTUDIANTE 1: Más o menos.
ESTUDIANTE 4: Apúrense que ya se han de estar subiendo todas al camión. ¿Ya ven?
Les dije que entráramos primero. Nos van a ganar los lugares.
ESTUDIANTE 2: (Arrebatándole a Estudiante 1 el cuaderno, sale mientras dice) Ya
nerd, vámonos que yo quiero llegar a ver la telenovela. ¡Sale un niño que está…
(mueca de gusto).
ESTUDIANTE 1: ¿Qué te pasa? Dame mi cuaderno. (Salen todas, hay un cambio en la
iluminación que pasa del azul a ámbar. La estatua de Mina hace un movimiento
muy leve siguiendo con el cuerpo a la última joven en salir. El policía reaparece
para fijarse que no haya nadie y cerrar, lo que hace a la estatua recobrar su
posición casi violentamente. El policía no ve los libros en el regazo de Mina ni
sus movimientos, sale y se escucha el cerrojo por fuera. Una vez que cesa el
sonido todas las estatuas se levantan, botan sus máscaras y se quitan los guantes
dejándolos cada quien sobre su asiento, y se dirigen prácticamente con ansiedad
a ver los libros que Mina ya ojea)
MORELOS: Pero Teniente, permítanos ver qué nuevos materiales circulan por la Nueva
España. No se los guarde para Usted solo que también nosotros queremos verlos.
GUERRERO: Se los han dejado a Don Francisco Xavier (un carraspeo molesto de Mina)
… perdón a Don Xavier Mina y le asiste primero el derecho de conocer su
contenido. Para ver si por una vez en la vida se ha escrito bien su nombre.
Paciencia, que a todos nos llegará el turno. (Los otros ríen medio burlones, pero
Mina sigue revisando los materiales, ya de cara a proscenio, y atrás de él se
arremolinan los otros héroes para seguir la lectura).
HIDALGO: Yo diría que hay que saborear con calma esas lecturas o nos pasará lo que
con tantas otras, que hemos consumido en poco tiempo.
MORELOS: Y aquí el tiempo se hace tan largo, sin noticias.
GUERRERO: Es el precio de la inmortalidad, que, para ser honestos, todos los presentes
buscábamos de un modo u otro.
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HIDALGO: Cierto general, pero hay matices. Mi querido discípulo José María y yo
hemos pretendido buscar otra clase de inmortalidad. No se olvide que somos
hombres al servicio del señor.
MORELOS: Fuimos, padre. Fuimos.
HIDALGO: ¡La excomunión no nos exime de nuestras obligaciones para con Dios…
MORELOS: (interrumpiéndolo) La muerte nos arrebató toda posibilidad de hacer el bien
o el mal, o de cambiar el pasado. (Hidalgo se muestra abatido al recordar su
condición de espíritu, en eso Xavier Mina viendo el libro lo cierra con cierta
violencia y exclama).
MINA: ¡Maldición! (recobrando la compostura) perdón señores pero es que… ¡No
entiendo cómo es que siguen escribiendo lo mismo! ¿Para qué sirven los
historiadores? ¿Quiénes son estos bárbaros que no pueden ni siquiera poner un
nombre correcto?
GUERRERO: Y dale con lo mismo. Si me permite, teniente, no creo que sea tan
importante que al suyo le hayan añadido un nombre. Además no suena mal:
Francisco Xavier Mina.
MINA: Usted no ha entendido: el problema no es que hayan cometido un error sino la
clase de error, de injusticia histórica que se comete conmigo. Si me hubieran
añadido cualquier otro nombre, pero ¡Francisco!
HIDALGO: Sigo sin entender por qué le resulta tan ofensivo.
MINA: Perdón su Excelencia, pero es que Usted no estaba cuando ocurrieron los sucesos
y seguramente he cometido la falta yo, de no ponerle al corriente sobre mi tío.
MORELOS: De él tuve noticia. Don Francisco Espoz y Mina, que luchó contra Fernando
VII y el absolutismo.
GUERRERO: Como lo hicimos todos nosotros.
MORELOS: No todos, mi general, no todos (viendo con intención a Hidalgo)
GUERRERO: (Se hace el desentendido) Será una nimiedad.
MINA: Se equivoca Don Vicente, amigo. ¿Puedo llamarlo así? Después de todos estos
años de mutua compañía, a veces olvido que ni siquiera nos hemos conocido…
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GUERRERO: Cualquiera que haya hecho lo que Usted hizo por mi patria, y más aún,
siendo español, me honraría con su amistad, pero, explíquenos ¿Qué es eso tan
grave que le ha hecho su tío?
MINA: Pues hubo una confusión en aquellos días. Era 1817, (viendo a Hidalgo) por lo
que a ustedes ya les habían… (se arrepiente de tocar el tema)
HIDALGO: ¿Cortado la cabeza? El hecho es de todos conocido.
MINA: Otra vez disculpe vuestra merced; es por eso que nunca os lo había dicho, porque
resulta tan difícil hablar de estos temas sin tocar lo que de cada uno de nosotros ha
sido. (Hidalgo le hace seña de que siga, y así lo hace) En fin, sigo. Fui
aconsejado por Fray Servando, que me convenció de que era lícito luchar contra
el absolutismo en cualquier lugar que se presentase.
MORELOS: (con cierta sorna) Y siendo la Nueva España parte del reino, creyó que era
su deber venir.
MINA: ¿Cómo lo supo su Excelencia?
MORELOS: Si habré tenido noticias de ese bribón de Fray Servando. ¿Sabe que inventó
que Quetzalcoatl era Santo Tomás, que había cruzado el Atlántico para predicar la
palabra de Cristo? Y ese fue su argumento para decir que la evangelización ya
había sido hecha y por ello la conquista era ilegítima.
GUERRERO: Por eso lo encarcelaron. Pero no sirvió de mucho; era el escapista más
hábil de cuantos se han conocido. Siete veces se fugó de la prisión. Y se atrevió
incluso a llamar a la Virgen de Guadalupe “una piadosa leyenda”. Aquí, entre nos,
a veces pienso que Fray Servando era ateo. El pillo más simpático que he
conocido. Era capaz de convencer a San Pedro de admitir al demonio en el cielo.
HIDALGO: No es preciso tachar de bribón ni pillo a quien viste hábitos. Ni citar al
Maligno.
GUERRERO: (burlón) No sea que se nos aparezca. ¿Y su tío?
MINA: Bien. Cuando decidí venir a México, que era como ya se le comenzaba a llamar a
este país entre los liberales insurgentes, cometí el error de hacer saber a quien me
quisiera escuchar el destino de mi empresa.
HIDALGO: Pecado de soberbia…
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MINA: Puede ser que Usted tenga razón, pero ¡Yo era tan joven! Y mi tío tan poco
amable. Desde entonces comenzaron las confusiones. Alguien creyó que era él
quien viajaba a América, o tal vez alguien confundió nuestros grados…
MORELOS: O vuestros nombres.
MINA: Entonces mi tío, don Francisco Espoz y Mina, hizo publicar la carta más ofensiva
que nadie haya escrito sobre el hijo de un hermano suyo, y la repitió en sus
Memorias. (Saca un trozo de periódico muy viejo y lee) “En el mes de septiembre
de 1816 tuve que estampar en los papeles públicos de Londres y París un artículo
contradiciendo lo que se había dicho en los mismos sobre que el general Mina
había llegado a los Estados Unidos, porque no quería que mi nombre llevara el
galardón o vituperio que resultase de una expedición intentada por mi sobrino,
Xavier Mina en el reino de México. Desmentí la noticia diciendo que general
español Mina no había otro que yo. Que el supuesto general que aparecía en los
Estados Unidos no podía ser otro que mi sobrino del mismo nombre, y que la
graduación de éste no pasaba de teniente coronel.” No os digo lo que resta.
Básteles saber que me acusa del fracaso de la empresa por mi… mi ligereza y
aturdimiento. Y se congratula de mi inmediato castigo.
GUERRERO: Y como dice “mi sobrino del mismo nombre” ahí surgió la confusión.
MINA: Y estos gilipollas de los historiadores que no han podido corregir el error 100
años después.
MORELOS: ¡Cien años! Más todavía, según creo.
HIDALGO: Si las cuentas no me fallan, van más de 150.
GUERRERO (Revisando los apuntes escolares dejados por las niñas) Aquí pone la
fecha: la más reciente señala “septiembre 4 de 2006” (Se pondrá aquí la fecha en
que se represente esta obra. Los otros insurgentes repiten con asombro ¿2006?)
Han pasado casi doscientos años.
HIDALGO: Y entre más tiempo corra más difícil será que los hombres actuales corrijan
los yerros, pero yo creo que no debíamos preocuparnos tanto de eso. Lo hecho,
hecho está.
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GUERRERO: Para Usted padre, es fácil decirlo. (Sigue revisando los textos) En todos
esos libros se dice que Usted fue el Padre de la Patria, y no sólo uno más de los
padres de la Santa Iglesia.
HIDALGO: ¿Habrá quién me lo dispute? Yo inicié la revuelta. Antes de mí nadie se
había atrevido a desafiar los poderes reales en estas tierras. He sido yo el primero
en llamarlas “la Nación Mexicana”, nadie antes que yo…
MORELOS: ¿Nadie?
HIDALGO: (Algo turbado) Bueno, nadie con tal éxito. Además, si se refiere a la
intentona de 1809, yo también la había encabezado.
MORELOS: No era exactamente eso lo que Su Excelencia me contaba en las cartas que
sostuvimos durante años, después de que dejó la rectoría de nuestro Colegio de
San Nicolás hacia ese pueblo de Guanajuato.
HIDALGO: No me gusta su tono, padre. Le recuerdo que además de haber sido su
maestro en San Nicolás, fui yo quien lo requirió en Valladolid para tomar las
armas, y que en el ejército comandado por la Santísima Virgen de Guadalupe y
yo, existen jerarquías.
MORELOS: Disculpe si lo he ofendido padre, pero le recuerdo que yo también llegué al
grado de general, y todos estos años he querido entender, saber…
HIDALGO: Los hechos son muy simples. Era muy amigo mío el Corregidor de
Querétaro, cuya esposa era una extraordinaria dama, una excelente mujer.
GUERRERO: (Pícaro) Y ya sabemos de la inclinación de su excelencia por las mujeres
(recibe la mirada reprobadora de Hidalgo). Y a diferencia de nuestro amigo, el
padre José María, que prefirió ser llamado Siervo de la Nación, Usted no abominó
del título de Alteza Serenísima…
MINA: Que resultó tan deshonrado cuando lo usó aquel jovencito que estaba bajo el
mando del soldado realista Agustín de Iturbide, según señalan estas relaciones.
(Lo dice con el libro en la mano).
GUERRERO: Si, lo recuerdo. Un chamaco. Lo vi. alguna vez muy zalamero con el
traidor de Agustín, ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Toño. Toñito López.
MINA: Aquí está: Antonio López de Santa Anna.
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MORELOS: Pero díganos padre, su versión de los hechos. No quiero quedarme más sin
saber, sin entender, qué pasó, qué hicimos mal.
HIDALGO: Yo creo que nada. Usted lo ha visto: esas colegialas que venían a nosotros.
Eran de todos colores y no parecía haber ningún conflicto en que estudiaran
juntas.
MORELOS: Es cierto, pero aún así, las cosas no fueron lo que planeamos.
HIDALGO: El hombre propone y Dios dispone. Pero permítanme explicarles. Aquella
señora, Doña Josefa se llamaba, una mujer extraordinaria como ya he dicho, con
más carácter que su propio marido, nos invitaba a varios de los conspiradores a su
casa. Formamos una Sociedad de las Bellas Artes, la Academia de la Literatura.
Era nuestra coartada. Mientras en un piso de su casa los músicos tocaban algunos
de nosotros nos apartábamos a algún rincón tranquilo en otro piso. Los que habían
viajado a Europa nos contaban de las lecturas que allá habían hecho, pues estaba
prohibido traer los libros, así que los traían en la cabeza. Las reuniones en su casa
eran realmente exquisitas. Buena lectura, ideas, música…
GUERERO: Muchas damas bonitas (se corrige ante la mirada fulminante de Hidalgo) y
diversión para el pueblo. Porque tengo entendido que aquella dama era muy gentil
y liberal para con sus criados ¿no es cierto?
HIDALGO: Sí. Doña Josefa (aparece por la puerta y mientras los demás se hacen a un
lado del escenario ella entra y finge saludar a invitados imaginarios) Me parece
que la estoy viendo.
JOSEFA: Padre, (con una leve inclinación le besa la mano). Todo está listo (empiezan a
entrar los bailarines de la primera pieza) Hay muchos invitados y he dado la
tarde libre a nuestra gente, a fin de que la algazara oculte bien nuestros dichos.
HIDALGO: (Retirándola de escena) Haces muy bien, querida hija. Vamos, pues, a la
reunión, mientras la música cobija nuestras palabras. (Salen todos. Queda
Atzimba que ejecuta # pieza (s). Al terminar, entra la Beata, con dos mujeres del
pueblo y ponen una mesita cerca de una de las sillas de los héroes y un servicio
de té. Tras ellas regresan el cura Hidalgo, Doña Josefa y un soldado criollo)
JOSEFA: Ahora no hay nadie en casa, todos se han ido. Padre Miguel, me ha dejado
Usted muy preocupada.
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SOLDADO: Los informes son muy poco halagadores. Yo mismo he estado pensando en
la forma de obtener una licencia. Como esto se sepa seremos acusados de
infidentes… ¡De traicionar a la corona y a nuestro rey!
HIDALGO: La situación es difícil, pero no nos pueden acusarnos de traición. Nuestro rey
es, era Fernando séptimo, y ha sido depuesto por ese horrible francés licencioso,
que ha sido capaz de coronarse él mismo, desconociendo el poder de nuestra
Santa Madre Iglesia.
JOSEFA: Mi esposo ha sabido que hay planes para que regrese a España. Aunque no creo
que Napoleón Bonaparte lo permita.
HIDALGO: Mientras eso no suceda nosotros no tenemos por qué obedecer al virrey. Él
no ha sido ungido para mandarnos en ausencia del monarca.
SOLDADO: Y mientras tanto ¿qué debemos hacer nosotros? (viendo a la beata)
JOSEFA: Tenemos que actuar rápido. No podremos ocultar por demasiado tiempo
nuestros planes.
SOLDADO: ¿Qué se me ordena que haga?
HIDALGO: Por el momento no podemos hacer nada. Sólo estar muy alertas. Permítanme
sus mercedes, un momento. Tú, criatura, ven acá. Lleva esta carta a casa del señor
Aldama y entrégala en propia mano o no la entregues. (Salen ambos de escena)
SOLDADO: Señora, no quiero parecer impertinente, pero tengo mis recelos para con el
cura. Un amigo de mi padre ha sido su condiscípulo, y cuenta que es fama que
siendo mozo, y por no tener su familia medios para educarle con esmero, ha
elegido la carrera sacerdotal, no por vocación, sino por ser la que mejor
acomodaba para hacerse de posición y de dinero.
JOSEFA: Es ante todo un prelado de la Iglesia. Y no veo el mal en que un hombre
procure su bienestar, mientras no caiga en pecado de avaricia. Yo también he
recibido ese tipo de informes, incluso se dice que sus compañeros le apodaban el
Zorro, por la mucha astucia de que siempre hizo gala.
(Salen el soldado y doña Josefa llevándose la mesita y el juego de té. Mientras el cura
entra y se pasea por el escenario con cara de preocupación, cambian las luces y
entran los insurgentes; entonces se dirige a ellos). Malhadado sobrenombre.
Cuando fui llevado a juicio, el inquisidor Manuel Flores lo sacó a relucir diciendo
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que era sinónimo de malvado y probaban mi inclinación a ficciones, astucias y


engaños. Pero me estoy adelantando. Al día siguiente nos dijeron que habíamos
sido descubiertos y hubo que cambiar todos los planes.
MINA: Fue entonces que Su Excelencia proclamó el México independiente y abominó de
la tiranía de Fernando VII… (se hace un pesado silencio).
MORELOS: Parece que nunca fue informado de lo que en realidad pasaba en este país,
teniente. El cura Hidalgo jamás mencionó la palabra independencia; de hecho
gritó “¡Viva la religión católica!, ¡Viva Fernando VII!” y todo a cambio de que…
HIDALGO: (Conteniéndose Pero a punto de estallar) ¿Qué otra cosa podía yo hacer,
padre? ¡Las condiciones no estaban dadas para tomar medidas más… radicales!
MORELOS: Pero usted nos hizo creer a todos… Yo confiaba en Usted, era mi mentor, le
admiraba y por eso lo he seguido. Igual que aquella manada de infelices. ¿Pero no
se daba cuenta de que llevaba a toda esa gente al matadero? ¡Hordas de
miserables armadas con palos y piedras para enfrentar el poder del virrey!
GUERRERO: No se exalte Su Excelencia. No creo que el problema haya sido la pobreza
de esa gente, ni su número, sino la estrategia.
MINA: ¿Pero eran tropas convencidas? Porque ese fue el error que yo cometí: confiar en
que tropas mercenarias y extranjeras pelearían por el ideario liberal. Al final sólo
eran pobres hombres dispuestos a arriesgar la vida por un salario, o aventureros
arribistas a la espera de una oportunidad para enriquecerse en el gobierno.
GUERRERO: Tropas más leales que las del padre Miguel, difícilmente podrán hallarse.
Estaban convencidos de lo que hacían. Y Su Excelencia siempre tuvo una enorme
capacidad de convencimiento, (malicioso) casi como la de Fray Servando.
HIDALGO: ¿Podría, general, abstenerse de hacer esas odiosas comparaciones? No son
dignas de un caballero.
GUERRERO: ¿El carisma es un pecado, padre? En cuanto a lo otro, no se preocupe:
Nunca he pretendido ser un caballero. Recuerde que soy hijo de un humilde
arriero que pasó su infancia comerciando carbón de pueblo en pueblo por la
sierra, un descendiente de mulatos que no tuvo acceso a educación alguna.
MINA: ¿Por eso ha defendido tan vehementemente a los pobres que había en sus filas?
Entonces tal vez es cierto que el valor es una cualidad de quienes provienen de
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noble cuna, rara en quienes provienen de otras clases. Tal vez por eso se al final
se acobardaron…
MORELOS: No fueron los únicos. (Mira a Hidalgo intencionadamente) Para esa época
sus hombres ya eran casi cien mil, y Usted padre, no fue capaz de tomar la Ciudad
de México cuando la tenía casi en sus manos.
HIDALGO: ¡No podía hacerlo! Ya lo han dicho ustedes, disponían apenas de palos y
piedras para defenderse. ¿Cómo enfrentarían a las tropas de Calleja, instruidas en
el arte de la guerra, con un salario, bien alimentadas? Con sólo ver sus hermosos
uniformes llenos de galones de oro, mis hombres se habrían amilanado.
GUERRERO: Todo depende de la estrategia, de lo que se les hubiera dicho. No era lo
mismo hacerles ver ese oro como una señal de poderío que como el producto de
los robos contra ellos cometidos. Si hubieran visto esto les habría dado el coraje
suficiente para pelear por lo que les correspondía.
HIDALGO: En verdad que no eran esos los hombres de quienes yo creí recibir apoyo.
Fui de pueblo en pueblo haciendo el llamado a unirse, y en vez de los nuestros
respondían aquellos pobres indios y mestizos, que se unían sin pensarlo. De los
otros cuando mucho recibí algún dinero que nos permitiera alimentar a la tropa
por un día.
MORELOS: Tal vez ese fue el error padre, no supimos que la guerra que iniciamos sólo
podía sostenerse con la ayuda del pueblo.
HIDALGO: Debo confesarlo: tuvimos miedo. No sabíamos cómo reaccionarían aquellos
pobres. Yo había organizado otra tertulia en mi casa, lo cual no era raro.
Teníamos tantos bailes y reuniones que ya se conocía a mi curato como La
Francia Chiquita. La Sociedad de Bellas Artes nos proporcionó un magnifico
escondrijo. (Los insurgentes salen mientras los bailarines se introducen al
escenario. Hidalgo habla cada vez más cerca de proscenio hasta salir por la
derecha). En su nombre era posible reunirse casi sin levantar sospechas. Había
acudido al baile popular mucha gente; era fácil escurrirse entre ellos y hacer acto
de presencia de cuando en cuando, mientras los otros continuaban conspirando.
(Los bailarines ya deberán estar casi listos en sus sitios cuando termine el
parlamento: Entra segunda actuación de Atzimba)
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HIDALGO: (Entra nuevamente a escena, pero ahora lleva él la mesa y la pondrá frente
a una de las sillas, distinta de la utilizada en la escena anterior. La beata
colocará un candelabro con una vela encendida, un tintero, una libreta y una
pluma de ave. Luego el cura se sentará a escribir con esos implementos)
BEATA: Padre, usted sabe que yo no soy chismosa, si acaso un poco sociable, pero nada
más. Si he venido es porque yo creo que Usted debería estar enterado de esto.
HIDALGO: Habla ya, mujer, ¿Qué pasa?
BEATA: Ay padrecito, pero luego no se vaya a enojar conmigo porque ando de
correveidile, porque Usted regaña re feo.
HIDALGO: Mujer, no me impacientes. Estoy esperando al señor Allende
BEATA: Pues de eso quiero hablarle padre. (Se hinca) Su bendición…
HIDALGO: ¿Pero para qué la quieres mujer?
BEATA: Para que no pueda contestar si le preguntan quién le dijo. (Hidalgo pone cara
de asombro). Secreto de confesión…
HIDALGO: ¿Pero por quién me has tomado? Habla ya. (La mujer se acerca y le dice al
oído algo) Gracias hija. Te agradezco los informes. Y por favor, no repitas nada
de lo que me has dicho. ¿Me entendiste? Y llévate esto que llegará pronto la
gente. (Cambian las luces mientras ella sale con la mesa y los implementos.
Entran los insurgentes). La reunión fue accidentada. Todos teníamos los nervios
alterados. Estábamos al borde del pánico y se propusieron las soluciones más
descabelladas. Fue entonces que se hizo el silencio y les dije: “¡Caballeros!
Somos perdidos; aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines”. Todavía
Aldama me dijo con cara de asustado “Señor, ¿Qué va a hacer vuestra merced?
Por amor de Dios, vea lo que hace”.
MORELOS: Oí las crónicas. Todos decían que Usted parecía un iluminado, y que salió
con aquella imagen y doscientos hombres a reclutar soldados. Pero aún creo que
su proclama era insuficiente. ¿O no decía que se buscaba con nuestra lucha la
preservación a nuestro rey de estos preciosos dominios? ¿No es cierto?
MINA: Eso explicaría muchas cosas. Cada vez me convenzo más de que llegué aquí
completamente engañado.
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GUERRERO: Siento tener que estar de acuerdo con Usted, teniente. La información que
le habían dado en su país era muy vieja.
MINA: Ni siquiera fue en España. Estaba en Londres, a donde huí luego de estar preso en
Francia por órdenes de Bonaparte. Fue ahí donde conocí a Fray Servando.
Resultaba tan animoso, tan convincente. Y era además un sacerdote, lo que lo
hizo ante mis ojos más confiable.
GUERRERO: Pues yo ya no sé qué pensar de las sotanas. (A Hidalgo) ¿Qué dice a ello…
“Alteza Serenísima”?
HIDALGO: Parece que se me está aquí sometiendo a un juicio. Y no soy el único de
nosotros que ha entrado en contradicciones. Ignoraré su exabrupto en atención a
su falta de preparación en las artes de la diplomacia. Más aún, sin tener obligación
de ello le daré una explicación, general. Estará Usted de acuerdo en que son los
hechos, más que los dichos, lo que debe tomarse en cuenta a los hombres.
GUERRERO: No me opongo a ello.
HIDALGO: Pues bien. En ese momento no sabíamos si Fernando VII había regresado o
no al trono, a despecho de lo que dijeran las noticias venidas del otro lado del
Océano. Ni sabíamos si el rey regresaría Bonapartista y afrancesado.
MORELOS: Eso es cierto. Fue la duda que prevaleció entre nosotros por varios años.
GUERRERO: Y al dueño de la casa que se hacía llamar la Francia Chiquita, y que trajo
el teatro de Moliére a estas tierras, ¿le parecía mal que el rey volviera
afrancesado?
HIDALGO: Hay que distinguir entre las ideas de Rosseau y las del tirano Bonaparte.
GUERRERO: Mmmm. Consiento en ello.
HIDALGO: Cuando estuve en Guadalajara, y seguramente lo dirá el libro que tiene don
Xavier entre las manos, pues múltiples pruebas escritas dejé de ello, despaché
nombramientos y envié toda clase de emisarios a distintas partes del país y aún al
extranjero, pues tenía la esperanza de obtener ayuda de los norteamericanos. Y de
ahí hasta el final eliminé todas las efigies y emblemas de Fernando VII. (Mientras
eso pasa Mina busca en el libro las pruebas citadas)
MINA: Aquí también dice que cuando fue llevado a juicio Usted y Allende se culparon
mutuamente de haber ideado la independencia, sólo para salvar sus vidas. Y que
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cuando le preguntaron por qué no había enjuiciado a los hombres que mandó
fusilar contestó “No era necesario, sabía que eran inocentes”. (Hidalgo retrocede
un paso azorado y trata de balbucear algo. Morelos lo encara acusador)
MORELOS: ¿Pero… Usted fue capaz de eso padre? ¿Usted en quién confiamos?
HIDALGO: ¿Entonces, se ha sabido? ¡Déjeme ver! (Mina no lo deja quitarle el libro)
¡Déjeme ver ese libro! ¿Qué más dice?
MINA: ¿Le preocupa su reputación después de siglos padre Miguel? No se preocupe. El
libro no dice nada. Eso fue lo que me dijeron mis captores antes de fusilarme.
Entonces creí que ensuciaban su memoria para humillarme. Ahora veo que fue
cierto.
HIDALGO: (Muy abatido, casi avergonzado) Allende y yo creímos que si alguno se
salvaba tal vez habría una oportunidad… ¡Y sí! ¡Tuvimos miedo! ¿Alguno de
ustedes no lo tuvo? Ninguno de nosotros ha tenido una muerte pacífica. Todos
fuimos muertos por las armas. Incluso don Vicente, que vivió para ver nuestra
victoria, fue víctima de fusilamiento. No éramos como hoy, hombres de piedra.
Todos teníamos un futuro, teníamos hijos.
GUERRERO: ¿Usted también padre? Yo sólo sabía de los de Morelos.
HIDALGO: Somos… fuimos humanos, y por tanto, imperfectos.
MORELOS: Eso le prueba don Xavier, que la cuna noble no es siempre garantía de
mejores sentimientos.
HIDALGO: No he sido noble aunque así lo sostenga mi apellido.
MORELOS: Pero era criollo, y yo sólo un mestizo.
HIDALGO: Que tampoco ha sido mucho mejor que nosotros. Usted también ha sido
padre, con tres madres distintas, de tres hijos.
MORELOS: No lo he negado nunca… Bueno, sí. Al principio.
MINA: Así es. En uno de sus juicios. Porque Usted fue sometido a tres ¿No es verdad?
MORELOS: En efecto. Un proceso de jurisdicción unida, un juicio militar y uno del
Santo Oficio.
MINA: Y en el juicio militar fue que Usted delató a todos sus hombres. Dio cifras
precisas de los hombres y las armas que tenían en cada lugar sus seguidores.
(Nuevamente lee del libro) “La división de Sesma tiene quinientos fusiles con
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poco más de mil hombres. Guerrero tiene trescientos costeños y mucha indiada
(En la alusión Guerrero voltea a ver a Morelos con gesto acusatorio). Terán debe
tener como setecientos fusiles y mil quinientos hombres”. ¿Reconoce como suyas
esas palabras?
MORELOS: Eso… ¿Lo dice Usted o lo dice el libro?
MINA: Conteste Usted primero.
MORELOS: Mías son. Fui sometido a interrogatorios continuos durante cuatro días con
sus noches. Fue una forma sutil de la tortura. A cada paso me aseguraban que si
cooperaba con la pacificación del país podría salvar la vida. Pero ya la tenía
perdida y lo sabía. Los tres tribunales que me sometieron tenían poder para
hacerme ejecutar. Siempre pensé que sería el Santo Oficio el que me llevaría a la
muerte. Pero el virrey Calleja era mucho más vengativo.
GUERRERO: ¿Y no le importó que quienes le habíamos seguido cayéramos presos?
¿Qué hay de la vida de todos esos hombres? ¡De la indiada como Usted les dijo!
MORELOS: ¡Ya le he dicho que yo no pensaba en salvar mi vida, que la sabía perdida!
Fue por el contrario, la pacificación del país lo que me movió a darles aquellos
informes. Nunca pensé en honores para mí. Rechacé incluso aquel trato de Alteza
Serenísima que me dio el Congreso de Chilpancingo y preferí…
GUERRERO: (Irónico) El de Siervo de la Nación.
MORELOS: Búrlese si quiere. Pero no, no fui un delator. ¿Lo dice el libro?
HIDALGO: Será otra más de las argucias de Francisco (Con intención).
MINA: (Viendo con ira a Hidalgo). Lo dice. “Prisionero en la cárcel de la Ciudadela, el
Mártir de la patria, Don José María Morelos y Pavón, fue sometido del 28 de
noviembre al primero de diciembre de 1815, a un prolongado interrogatorio
militar”. Lo de los tres tribunales y los datos que dio sobre sus hombres no viene
aquí. También me lo dijeron mis captores. Y que se declaró español, siendo
mestizo.
MORELOS: ¡Me interrogaron sobre las cosas más absurdas! Me acusaron incluso de usar
los fondos de la guerra para usar trajes lujosos. El pobre de don Mariano
Matamoros nunca me los habría regalado si hubiera sabido el precio que tuve que
pagar por ellos en el juicio.
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GUERRERO: Ya que estamos en estos menesteres, díganos todo padre.


MORELOS: ¿Pero es preciso?
GUERRERO: Si hemos de seguir compartiendo la misma tumba, preferiría no hacerlo
con recelos.
MORELOS: Es razonable. Soy, fui, en efecto un mestizo. Mi tío me enseñó las primeras
letras pero por falta de recursos tuve que empezar a trabajar siendo aún niño, pues
mi madre y mi hermana habían quedado en el desamparo. No fui tampoco
sacerdote por vocación, sino por necesidad. Para los de mi clase, era la única vía
de conseguir empleo seguro y pronto. Ya era seminarista cuando conocí a una
mujer, Brígida, la madre de mi primer hijo. (Cambian las luces. Salen los otros
tres insurgentes y entra una mujer del pueblo)
BRIGIDA: José María… José María. Discúlpame por llegar tan tarde. Mi madre me ha
necesitado y no pude escaparme antes.
MORELOS: Ya creía que me habías plantado. Con lo difícil que es salirme del Colegio.
Pero dime ¿qué has pensado de lo que te dije?
BRÍGIDA: No me pongas en el trance de decirlo. Tú sabes lo que siento.
MORELOS: Pero quiero oírlo.
BRÍGIDA: ¡José María!
MORELOS: Anda. Dilo.
BRÍGIDA: No quiero. Me da pena. (El le habla casi al oído).
MORELOS: Vamos a una fiesta. Yo te invito. Hay una feria en un pueblo afuera de
Valladolid, donde no nos conoce nadie.
BRÍGIDA: ¿Y si se entera mi tata?
MORELOS: No va a saber nada, vamos te digo. (Salen y van entrando los bailarines.
Mientras ellos ejecutan, regresan Brígida y Morelos y se paran a ver “la fiesta”
desde un punto muy cercano a piernas, a la derecha del proscenio (Tercera
participación de Atzimba. Al terminar, salen Brígida y Morelos. Cambian las
luces y regresa éste con los insurgentes.).
MORELOS: Como Don Miguel, mi rector, terminé mis estudios pero no aspiré a otra
cosa que a una parroquia y a ejercer actividades comerciales, con las cuales tener
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una vejez tranquila. Era cura de Carácuaro cuando supe del regreso de mi maestro
y me fui a encontrarlo en Valladolid.
HIDALGO: Es cierto. Nos hallamos en Indaparapeo y seguimos juntos hasta Charo,
cuando nos dirigíamos a Acapulco. Ahí le di el nombramiento de jefe de la
revolución. Nunca más volvimos a vernos.
MORELOS: Supe después que lo aprehendieron y de la infame orden para exponer…
HIDALGO: ¿Le teme a las palabras después de todo lo que se ha dicho? Si. Nuestras
cabezas estuvieron expuestas a la vista de todos, en unas jaulas, pendiendo de las
esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, durante diez años. De eso han sido
capaces los españoles… (A Mina) sus compatriotas.
GUERRERO: Y también de pelear por este suelo como si fuera el propio, sin tener
ningún interés que cuidar, ni privilegios criollos que defender, como es el caso de
don Xavier Mina, mi amigo.

MINA: Pero ¿Es que no podéis aún superar esa barbaridad de las razas y las castas? El
ideario liberal que defendíamos tenía su base en la divisa francesa “igualdad,
libertad, fraternidad”.
GUERRERO: Que suenan muy bien en el papel, pero eran muy difíciles de lograr en un
país que ni siquiera había decidido cómo había de llamarse. Y con una guerra de
Independencia dividida. Cada caudillo en cada pueblo buscaba cosas distintas.
Unas veces en beneficio propio, otras con la mejor buena voluntad pero una
visión muy corta. La de sus necesidades inmediatas. Por cierto ¿Qué fue de sus
hijos, padre José María?
MORELOS: Mis dos hijos más pequeños quedaron con sus respectivas madres. A Juan
Nepomuceno lo tuve conmigo hasta casi el final. Brígida, su madre, había muerto
ya. Lo envié a estudiar a Estados Unidos en cuanto tuvo edad, para alejarlo de la
guerra.
GUERRERO: Lo cual también saltó en el juicio.
MINA: (Otra vez con el libro) Lo acusaban de mandarlo a aprender ideas heréticas, para
que continuara con su obra. “Por los sentimientos de nuestro reo se deja inferir
que desea que su propio hijo estudie en los libros corrompidos que con tanta
libertad corren en Estados Unidos, para que se forme como un libertino hereje,
capaz de llevar adelante un día las máximas de su libertino padre, el monstruo de
Carácuaro”.
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HIDALGO: No fue la única matanza que Usted dispuso. Tengo entendido que uno de sus
soldados impidió otra mayor en Cuautla.
MORELOS: Habla Usted padre, como si sólo yo hubiera mandado matar enemigos. Tras
el sitio de Cuautla, hicieron preso a don Leonardo Bravo. El virrey Venegas le
ofreció a si hijo, Nicolás Bravo, perdonar la vida de Don Leonardo si abandonaba
nuestra causa. Incluso le ofrecí 800 prisioneros españoles a cambio de la vida de
Don Leonardo.
HIDALGO: ¿Y que pasó entonces? Recuerde que yo ya no estaba desde 1811 e ignoro
muchos sucesos.
MORELOS: El virrey se negó y Leonardo Bravo fue ejecutado. Yo estaba indignado y le
ordené a Nicolás que ejecutara a 300 españoles… no lo hizo.
HIDALGO: ¿Pero por qué?
GUERRERO: Porque Nicolás, quien apenas era un joven de 26 años, era un gran hombre.
Uno de mis hombres estaba entre ellos. Nos contó que Nicolás Bravo formó a los
trescientos y les explicó lo sucedido. Luego les preguntó qué debía hacer. Tenían
tanto miedo y estaban tan seguros de su muerte que no pudieron hablar. Entonces
Nicolás se adelantó y les dijo: Quedáis en libertad. Tanto impresionó aquello a mi
narrador que decidió unirse a las tropas independentistas.
HIDALGO: (Impresionado) Decididamente, un hombre más merecedor que yo de estar
en este sitio.
MORELOS: (Ambiguo) Pienso lo mismo. Ese libro que nos llama mártires no se parece
en nada a lo que de nos en vida se ha dicho. El tribunal que me condenó propuso
que se me ejecutara por la espalda como a traidor, y que mi cabeza también fuera
expuesta en una jaula de hierro en la plaza mayor de la Ciudad de México.
HIDALGO: ¿Y cómo se salvó de tal afrenta?
MORELOS: Calleja temió que ello provocara levantamientos populares y prefirió que se
me fusilara muy lejos de la ciudad, en Ecatepec, un pueblo yermo y salitroso, casi
deshabitado, sin mayor publicidad. Era diciembre de 1815. La lucha por la
Independencia estaba prácticamente exterminada, de no ser por ellos (señala a
Mina y Guerrero).
HIDALGO: ¿Y cómo es que tardó aún tanto? 1821 tengo entendido.
MINA: En efecto. Cuando llegué a México no encontré el levantamiento popular que
esperaba. El país parecía en paz, incluso. Las fiestas cortesanas seguían como si
nunca hubiera habido una protesta. (Cambio de luces, salen los cuatro
insurgentes y entran dos mujeres del pueblo, llevando una mesa y un juego de té.
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Cuando salen, entran dos samas de alta sociedad. Se sientan y platican como si
fuera un secreto de mujeres, las incidencias de la guerra).

SEÑORA DE SOCIEDAD (DAMA 1): ¿Habéis sabido lo de la corregidora queretana?


Ha salido ya de prisión.
SEÑORA DE SOCIEDAD (DAMA 2): ¡¿De prisión?! Pero qué horror, qué tiempos
corren, para que una mujer pise tal sitio.
DAMA 1: Bueno, tal vez he exagerado al decir prisión. La han tenido recluida en el
Convento de Santa Catalina de Siena durante tres años. Dicen los que han podido
verla que está muy acabada.
DAMA 2: Pues no sé. A mi parecer bien merecido lo tiene. Las mujeres no debemos
opinar de ciertas cosas, y menos aún intervenir en ellas.
DAMA 1: Tal vez, pero me parece muy poco edificante que las autoridades españolas
den de qué hablar persiguiendo a una mujer con marido en un cargo de gobierno.
DAMA 2: En todo caso la culpa es el marido que no fue capaz de tenerla quieta.
DAMA 1: ¿El marido? Pero qué va, si él mismo fue quien impulsó esas reuniones en su
casa, y más de uno de los asistentes tenía apellidos nobles.
DAMA 2: Si es así, su mujer es una víctima, pues una no tiene más remedio que hacer lo
que el marido haga, y apoyarlo en lo que disponga.
DAMA 1: Eso tiene ser mujer. ¿Y de lo demás que has sabido?
DAMA 2: ¿Qué voy a saber? Lo que saben todos, lo que se dice por ahí. Que una vez
muerto el Monstruo de Carácuaro, ese tal Morelos, tendrá que apaciguarse el país
pues ya no quedan guerrilleros.
DAMA 1: El coronel, mi esposo, no está tan confiado. Supo que su Excelencia, el Virrey
Calleja, envió una misiva a nuestro rey, Don Fernando, que Dios proteja siempre.
En ella, le decía que al final habrá una separación de la corona porque seis
millones de almas piensan sólo en la independencia.
DAMA 2: ¡Calla, niña! Ya te he dicho que hay cosas de las que las mujeres no debemos
opinar. Entre menos sepamos mejor. Son cosas de hombres que ellos sabrán mejor
como resolver. Nuestro papel es servirles de remanso después de sus
preocupaciones. (Aparece una mujer de pueblo que avisa).
MUJER DEL PUEBLO: (Haciendo una reverencia): Patroncita, dice mi patrón que si
quiere acompañarlo al balcón de la casa grande, para ver el baile. (Salen las
damas llevándose cada una su taza, y la mujer del pueblo la mesa y la jarra.
Entra el cuerpo de baile de Atzimba para hacer su cuarta participación. Al
terminar, cambio de iluminación y entran los próceres).
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MINA: La frivolidad era absoluta. Sin embargo yo tenía una meta y venía a cumplirla.
GUERRERO: De cualquier modo no habría tenido otro remedio. Tengo entendido que
gastó usted toda su hacienda en esta aventura.
MINA: Y aún más. Cuando Fray Servando me convenció de lo noble de la empresa yo le
dije cuáles eran mis rentas, que no alcanzaban para acometerla toda. Él consiguió
con muchos de sus contactos lo necesario para completar la obra. Vendí mis
propiedades y con eso y los préstamos fletamos tres barcos. En Estados Unidos
nos hicimos de tropas mercenarias y nos dirigimos al puerto de Soto la Marina,
adonde arribamos el 15 de abril de 1817.
GUERRERO: Si en vez de desembarcar ahí, a 250 leguas de las hostilidades, lo hubiera
hecho en Veracruz, donde le esperaba Guadalupe Victoria, las cosas habrían
salido de otro modo.
MORELOS: ¿De qué modo, general?
GUERRERO: Posiblemente habría derrocado al virrey, o en su defecto (Burlón) habría
salvado la vida como lo hizo después don Guadalupe, que se perdió en la selva en
1819 y estuvo ahí viviendo como un salvaje, entre los micos y otras fieras.
Cuando todo se calmó, salió de su escondite, se encontró con Iturbide y acabó
siendo presidente. (Ríen).
MINA: No habría yo hecho tal. Esconderse es un acto de cobardía…
HIDALGO: (Malintencionado) Habrá sido muy valeroso, el señor teniente.
GUERRERO: Yo viví lo suficiente para poder atestiguarlo. (Mina abandona por fin el
libro, atento a lo que va a decirse de él. Morelos aprovecha para tomarlo muy
discretamente y se pone a leer mientras los otros hablan). A los diez días de
haber desembarcado, hizo una proclama a los mexicanos que decía “Permitidme
participar de vuestras gloriosas tareas: aceptad los servicios que os ofrezco a favor
de vuestra sublime empresa y contadme entre vuestro compatriotas”.
MINA: ¡Os la habéis aprendido de memoria!
GUERRERO: Tanta fue la admiración que me causó su gesto.
MORELOS: (Con el libro) ¡Pero si era apenas un mozo! (A Hidalgo) No tenía ni la mitad
de nuestros años.
MINA: (Molesto por verse tratado como un niño) Pero sí los suficientes: tenía 28 años
cumplidos.
GUERRERO: Y como hombre se portó los siete meses escasos que le duró la vida desde
entonces. Incluso compuso una bandera mexicana de orilla roja y centro a
cuadros azules y blancos con el águila, la serpiente y una leyenda que decía
“Independencia de México, año de 1811”. Siendo diputado, el propio Fray
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Servando la propuso al Congreso cuando triunfó la Independencia en 1821, pero


eligieron la otra, la que llevó en Iguala el traidor de Iturbide.
MORELOS: Y vea la carta que escribió en busca de apoyos. Aquí la reproducen.
“Conozcamos que ha llegado el tiempo de que las Américas se separen, como las
separó de Europa con un océano la naturaleza, como toda colonia del mundo se
separó de su metrópoli, luego que se bastó a sí misma”.
HIDALGO: ¿y entonces?
GUERRERO: Tal vez su error fue confiar demasiado en los hombres. Se unió a Pedro
Moreno, con él logró verdaderos prodigios de táctica defensiva. Hasta la batalla
del Venadito, que le costó la vida a Moreno, aprendieron a Don Xavier y le dieron
al virrey el título, en premio, de Conde del Venadito.
MORELOS: Título de cornudo, nada envidiable.
GUERRERO: Y que lo diga. Muchas redondillas burlescas se escribieron al respecto lo
mismo en gacetillas que en las paredes de casas principales con ese tema.
HIDALGO: ¿Y en los interrogatorios? ¡Algo habréis dicho!
MINA: Me hizo preso un soldado del coronel Orrantia, que ni siquiera me conoció. Me
cargaron de cadenas y fui llevado al campamento de Liñán, donde se me dio un
trato más digno.
HIDALGO: Pero ¿Vuestras declaraciones?
GUERRERO: ¿Porfía, padre, en encontrar algo turbio en mi amigo? Pierde el tiempo. Se
lo aseguro.
MORELOS: Si son verídicas estas relaciones, nada les dijo: “Para encargarse de su
proceso se comisionó al coronel que hacía de mayor general del ejército sitiador.
Se quería averiguar quiénes habían contribuido en Europa y los Estados Unidos a
formar la expedición, y con quiénes se relacionaba Mina en el Bajío. Él no
accedió a dar ni el menor informe”.
HIDALGO: ¿Tal vez creía aún posible un perdón? ¿Cómo se puede llegar al paredón de
fusilamiento con tanta entereza? En verdad, ¿nunca tuvo miedo?
MINA: Lo tuve todo el tiempo. Miedo de morir, de no vencer, de no lograr mi empresa.
Pero mayor que mi miedo eran mis creencias. ¿Las suyas no lo sostuvieron al
final, padre Miguel?
HIDALGO: Tal vez no fueron lo suficientemente fuertes, o he sido más pecador de lo
que yo mismo he creído.
MORELOS: Si le interesa saberlo, algo dijo al final. ¿Quieren oírlo? (Mina pone más
cara de sorpresa y curiosidad que de miedo a ser descubierto en algo ilícito. Los
otros asienten y dicen que sí). “Pidió a los soldados que apuntaran bien para que
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no le hicieran sufrir, y presentó protesta por haberse determinado que le matarían


de espaldas como a un traidor, y no de frente como a soldado enemigo”.
MINA: (Le pide a Morelos el libro apenas extendiéndole el brazo, sin quitarle la vista a
Guerrero, como si le advirtiera que no mienta, pues tiene la información que
necesita). ¿Y que hay de Usted, general? Todos han dicho ya lo que les atañe y yo
quisiera saber más, de quien ha de ser mi amigo.
GUERRERO: Poco hay que saber que no les haya dicho: Que vengo de una familia pobre
y que empecé a trabajar siendo un niño, gracias a lo cual he conocido la sierra de
la costa palmo a palmo, hasta que me uní a las tropas del generalísimo (Señala a
Morelos), quien no podrá quejarse de mí. Lo he obedecido aún en cosas que no
era de mi parecer. Pero yo soy un soldado.
MORELOS: En efecto. Más de una vez me hizo notar que la estrategia que usábamos en
la zona no rendía buenas divisas. Cuando al fin lo autoricé, hizo, con aquel
conocimiento que tenía de la sierra, una guerra de guerrillas que arrasó con el
enemigo. Nunca pudieron capturarlo, hasta donde yo supe.
GUERRERO: Ni después mi general. Seis años mantuve viva la insurrección, unas veces
con más suerte que otras. A veces tenía un puñado de hombres, a veces varios
miles. Hubo épocas en que peleábamos casi con los puños y otras en que tuvimos
armas como botín de guerra. (Con dureza) Y posiblemente nos hubiese ido mejor,
sin los informes que dio Usted al tribunal militar.
MINA: Bástenos con saber las verdades. No creo que tenga caso ya recriminarnos los
errores. De un modo u otro, todos los hemos cometido.
GUERRERO: Y el mío fue pensar que los tiranos se reforman, que los hombres pueden
ser mejores. En 1821 recibí a Iturbide, que pidió dialogar conmigo. Firmamos en
Córdoba un tratado de paz. Y luego de darle mi apoyo y mi confianza, se
autonombró emperador. Emprendí nuevamente el camino de las armas.
MINA: Y llegó a la presidencia de la República, después de Guadalupe Victoria, sólo
para ser traicionado por Anastasio Bustamante, que pagó a los asesinos que le
secuestraron. (Leyéndolo del libro).
HIDALGO: (Con amargura) Mientras, nuestros asesinos murieron plácidamente en su
cama, con la bendición de la Iglesia, el consuelo de sus familias y se les llevó a
descansar en tierra consagrada.
MORELOS: Fue el tiempo que nos tocó vivir.
HIDALGO. Para mí el tiempo ya no significa nada. Para ninguno de nosotros. (Ahora se
ve envejecido, como si las revelaciones lo hubieran minado. El ambiente se
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vuelve opresivo y cada uno se sienta en su silla, despacio. Irán tomando la pose
que tenían al principio, del modo más imperceptible que se pueda).
MORELOS: Se equivoca, maestro. El tiempo es el que nos ha convertido en un mito.
MINA: Dirá Usted, en una mentira.
GUERRERO: ¿y lo dice Usted, que es de todos nosotros el más limpio?
MINA: No creo serlo tanto como Usted, amigo. Siempre tuve en mucha estima la
honestidad, y usted la tiene. Y por eso me molesta tanto cualquier clase de
mentira, hasta las más inocentes, como la de llamarme Francisco.
MORELOS: Tal vez haya mentiras inocuas. Algunas son monstruosas, es cierto, pero hay
otras que son piadosas. Probablemente nuestra labor patriótica más importante la
ejercemos ahora; nosotros somos los mitos que cohesionan una patria. (Al oírse
las siguientes voces, los cuatro se calzarán guantes y máscara. Los actores de
afuera no deberán introducirse sino hasta estar seguros de que los otros cuatro
han terminado esta acción).
EN OFF ESTUDIANTE 1: ¡Por favor poli! ¡Mañana tenemos que entregar un trabajo y
me van a reprobar! ¡Nada más es un minutito! ¿Sí? ¡Ándele! ¡Por favor!
EN OFF POLICÍA: Es que si viene mi comandante y me pesca abriéndoles a estas horas,
a mi me van a encuartelar un par de días. ¡Entiéndame, señorita! No es que uno no
quiera, es que no se puede.
EN OFF ESTUDIANTE 2: Yo le echo aguas, si veo la patrulla le aviso.
EN OFF POLICÍA: No señito, luego va a salir peor. Ay, a ver si no me meten ustedes en
una bronca. Pásenle, pero rapidito. (Se abre la puerta y entran las dos niñas. No
hallan el libro donde lo dejaron y tienen que buscarlo. Cuando lo encuentran la
estudiante 1 dice):
ESTUDIANTE 1: ¡Aquí está! Mira. (Lee algo y pone cara de asustada) Aquí dice que
Xavier Mina no se llamaba Francisco. Y yo juraba que sí. ¡Me van a reprobar!
Vámonos que tenemos que estudiar ¡No sé nada! (Salen apresuradamente
mientras las estatuas quedan solas un segundo, en el que se oye decir a Mina)
MINA: ¡Nada! (Oscuro con dimer y baja el:)

TELÓN

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