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LA
REENCARNACION
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Cuadernos BAC
Esteváo Tavares Bettencourt
cs nronje bcncdictino dcl nronastcrio dc Sio Bcnto
(Río cie Janciro) v doctor cn Tcoloeía.
I.QUE ES LA REENCARNACION
Reencarnación significa el retorno de un espíritu o
elemento psíquico a la carne o al cuerpo. Supone que
deterrninado éspíritu había animado un cuerpo anterior-
mente, se sepaió luego de ese cuerpo y, después de- un
cierto tiempo, vuelve a la tierra y asume.otro_ cuerpo. Las
reencarnaclones se rigen por la ley del Karma, Qüe,
según sus defensores, exige que todo individuo pagu.e
(eipíe) en una reencarnación posterior las faltas cometi-
das- en la vida presente. Se trataría de una ley ciega.
Dejaría de actuar cuando una persona - ya no tuviese
ningún pecado que expiar. Esto le pcrmitiría desencar-
narse definitivamente.
Según los pueblos de tradición hinduista, la reencar-
nacióñ puede darse en el cuerpo de un animal irracional
(y por ésto muchos de ellos muestran un extraordinario
respeto por los animales infrahumanos). En cambic, los
occidentales creen que las transmigraciones de las almas
sólo se producen de un cuerpo humano a otro.
Además de las corrientes religiosas procedentes de la
India, también algunas escuelas filosófico-religiosas occi-
dentales han adoptado la creencia en la reencarnación: el
espiritismo, los rosacruz, el esencialismo, la logosofía, la
antroposofía y otras.
Podemos encontrar también otros términos muy afi-
nes al de reencarnación: metensicosis (transrnigración de
las almas), metensomatosis (cambio de cuerpo), palinge-
nesia (nuevo nacimiento), pluralidad de existencias, etc.
Pero lo que nos interesa ya es conocer qué argumentos
suelen aducirse en las controversias sobre la reencarnación.
Fenómenos de paramnesia
Muchas personas que van por primera vez a un deter-
minado lugar tienen la impresión de haber estado ya allí
anteriormente, reconociendo ahora ei ambiente con sus
características. Y algunos se preguntan cómo se puede
explicar este fenómeno --que llaman de paramnesia- si
no es mediante la reencarnación. La persona habría
visitado tal lugar en una vida anterior.
A este fenómeno pueden aplicarse cuatro explicacio-
nes que hacen innecesario el recurso a la reencarnación.
Puede ser que la persona no haya estado consciente-
mente en ese lugar, pero sí haya estado allí inconsciente-
mente; ahora bien, el inconsciente (aun de un niño de
pecho) capta impresiones y las conserva en estado laten-
te. Supongamos que un niño haya sido llevado a una
plaza pública o a un cementerio; treinta años más tarde,
esa misma persona vuelve al mismo lugar. Se comprende
que lo reconozca inmediatamente... y que afirme haberlo
visitado ya anteriormente. Esto sería verdad, pero no
precisarnente en una encarnación anterior.
Puede ocurrir también que tal persona haya visto
imágenes de ese lugar en fotografias de algún libro o de
algún filme, y esto le hace creer que ya había estado en
ese lugar.
Se puede explicar también por la hiperestesia. Este
fenómeno se da en algunas personas que son capaces de
leer en el inconsciente de otras. Ahora bien, si voy por
primera vez al Japón y tengo la irnpresión de haber
estado ya allí, puedo preguntarme si me he encontrado
alguna vez junto a una persona que ya hubiera estado
allí. En caso afirmativo (que es bastante probable), yo
1l
habría percibido inconscientemente lo que ese amigo
había vivido conscientemente y conservaba en su incons-
'
ciente.'
Sucede también que existen muchos objetos semejan-
tes, de modo que cuando decimos que ya hemos visto algo
puede ser que lo estemos confundiendo con otra cosa
semejante.
En resumen, existen varias explicaciones para los fe-
nómenos de paramnesia basados en datos científicos. La
única explicación carente de fundamento serio es el re-
curso a la reencarnación.
Simpatías y antiPatías
Dos personas que no se conocen mutuamente pueden
experimLntar una gran simpatía o antipatía recíproca al
l3
encontrarse por primera vez. Los reencarnacionistas pre-
tenden explicar este fenómeno afirmando que eran ami-
gos o.enemigos en una encarnación anterior.
Sin acudir al recurso gratuito de la reencarnación,
pcdemos explicar este hecho de diversas maneras:
Los psicólogos hablan de un "recuerdo traumático"; se
trata de un suceso insignificante acaecido en la infancia
o en la juventud que deja huella en el psiquismo de la
persona para el resto de su vida. De esta manera, un niño
que sufra una emoción desagradable por parte de un
animal (sapo, cachorro, gato, serpiente...) podrá sentir
durante toda su vicla una profunda aversión a tales ani-
males. Un efecto semejante pueden haber producido cier-
tas personas o determinados nombres. Se cuenta el caso
de un chico que volvía casi diariamente del colegio a casa
con un grupo en el que venía también Hildegarda, una
chica grandona y chismosa; pues bien: esto bast6 para
que posteriormente sintiera aversión a cualquier mujer
que se llamara Hildegarda. También se cuenta que el
filósofo René Descartes manifestó siempre simpatía por
las personas bizcas, porque la primera mujer a la que
amó tenía este defecto. En suma, la psicología registra
numerosos casos en los que una emoción-choque (o trau-
mática) que parece haberse disipado hace mucho tiempo
ha dejado un registro emocional subyacente.
"La ley de individualización de los instintos> expone
la tendencia, observada por los psicólogos, de nuestro
instinto, el cual, al satisfacerse plenamente con ün deter-
minado objeto, pierde el interés por cualquier otro objeto
de la misma especie. De aquí provienen muchas simpa-
tías inconscientes respecto a ciertos lugares o personas,
como si solamente ellos pudienan hacernos felices.
También la "ley de las asociaciones psicológicas> ex-
plica muchos casos de simpatia o antipatía .en el primer
encuentro. Las personas desde el prirner momento nos
recuerdan (por semejanza en sus facciones, en su modo
t4
de hablar o de mirar, ein sus gestos...) a otras personas
que nos resultan queridas o repelentes. De aquí nace
espontáneamente una simpatia o antipatía hacia esa nue-
va persona.
veces los sentimientos de'simpatia o antipatía
"Otras
tienen un trasfondo sexual (sex-appeal). Se trata de algo
natural y no necesariamente vicioso.
Estas explicaciones son suficientes y nos eximen del
recurso a la reencarnación.
Los instintos
Normalmente sentimos inclinación por unas cosas y
aversión por otras; se trata de instintos innatos, no adqui-
ridos en esta vida. Según los reencarnacionistas, esto
sería una prueba de que existieron encarnaciones anterio-
res: .,el hombre que manifiesta talento musical, tal vez
haya sido antes ruiseñor; el que posee grandes facultades
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para arquitecto, tal vez haya viVido anteriormente como
castor", como dice textualmente el espiritista L. Figuier
(Dopo morte p.336).
Observamos que tanto los hombres como los animales
irracionales tienen instintos congénitos, sin los cuales no
podrían sobrevivir (alimentarse, defenderse...) y perece-
rían necesariamente. Los instintos básicos pertenecen a
la estructura dinámica de cualquier organismo vivo. Se
comprende que, además de los instintos fundamentales,
los seres humanos tengan otros instintos peculiares, ca-
racterísticos de su propia personaiidad; éstos les capaci-
tan para ejercer sus funciones en la sociedad e insertarse
en la comunidad humana, sin lo que nadie puede auto-
realizarse.
El infierno
Los reencarnacionistas consideran que la idea cristia-
na del infierno se contradice con la de un Dios bueno y
perfecto; por el contrario, la reencarnación evitaría esta
contradicción.
Ante todo, la doctrina sobre el infierno no contradice
en absoluto la bondad de Dios. Lo que hace que el
infierno sea inaceptable para muchos contemporáneos es
la falsa concepción que de él se han formado. Vamos a
explicarlo más detalladamente.
Jesús manifestó claramente Qüo, después de la pere-
grinación terrenal, hay dos formas posibles de vida para
el hombre: bienaventurada una, infeliz la otra. Esto es lo
que nos manifiestan las parábolas de la cizaña
(Mt 13,24-30), de la red del pescador (Mt 13,37-40), de
los convidados a la cena (Lc 14,16-24), de las diez vírge-
nes (Mt 25,1-12). En la parábola del rico Epulón y del
pobre Lázaro (Lc 16,19-31), el contraste se acentúa con
vehemencia: después de la muerte pueden invertirse los
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papeles que actualmente desarrolla cada uno. Estas dos
suertes tras la rnuerte aparecen también tajantemente
marcadas en la escena del juicio universal (Mt 25,33-46).
El infierno no tiene nada que ver con las imágenes
populares de un tanque de azufre hirviente; y ni siquiera
es algo creado por Dios. Es más bien la frustración total
o la separación de Dios como consecuencia de la opción
libre de la creatura en la tierra.
Con otras palabras: todo ser humano fue hecho para
el bien..., y para el Bien inagotable o Bien infinito, que
es Dios. Este, implícita o explícitamente, ejercé su atrac-
ción sobre todo hombre, al igual que el Norte atrae a la
aguja magnética de la brújula. Si uno, usando su volun-
tad libre, dice Sí a ese Norte (: Dios), encontrará su
reposo y plenitud (la bienaventuranza celestial). Por el
contrario, si dice No y en el día de su muerte se encuen-
tra en esta actitud de repulsa consciente y voluntaria,
quedará en el definitivo distanciamiento de Dios; el Se-
ñor respetará su opción negativa y no lo forzará para
volverlo hacia El. Esta situación es la que denorninamos
infierno,' la misma creatura es la que se condena a tal
estado, sin que el Señor Dios necesite proferir ninguna
sentencia. Además de esta dolorosa frustración, existe en
el infierno lo que la Sagrada Escritura llama fuego, pero
éste es un fuego que no es el de la tierra
Este estado es definitivo y sin fin, porque el alma
humana es, por sí misma, inmortal. Sólo terminaría:
si el Señor aniquila ra a la creatura (pero esto sería
contrario a la sabiduría del Creador, porque no destruye
lo que ha hecho);
si el Señor forzara la voluntad de la creatura para que
le diera un sí póstumo, contrario a su libre opción (pero
el Señor, eue le dio libertad al hombre, no se la quita);
si el Señor dejara de amar a la creatura y ya no se
le mostrara como el Sumo Bien; entonces el pecador se
encerraría en sí mismo o en su egoísmo, sin experimentar
2l
la atracción de Dios, y, por lo tanto, tro sufriría el
infierno. Pero el Señor no puede clejar de amar al hom-
bre, porque no puede contradecirse; no puede decir no
después de haber dicho sí,' su amor es irreversible.
Esto es lo que se entiende por infierno en una correcta
concepción cristiana. Como puede verse, este estado,
lejos de ser incompatible con la santidad de Dios, provie-
ne precisamente del amor de Dios por la creaturz, y de un
amor tal que no puede contradecirse ni disiparse
(cf .2 Tim 2,1l-13).
No hay, pues, necesidad de recurrir a la reencarna-
ción para evitar un "infierno indigno de Dios". Importa
dejar claro Qüe, eir el decurso de su peregrinación terres-
,tre, el hombre recibe del Señor todas las gracias necesa-
rias para santificarse y llegar a la plenitud de la vida.
La tradición de la Iglesia
Hay quien afirma que los antiguos cristianos creían
en la reencarnación y que sólo en el siglo vl se habría
apartado la Iglesia de tal doctrina.
Para responder a este argumento vamos a exponer
algunos testimonios de los primeros siglos del cristianismo.
Clemente de Alejandría (l 215) considera arbitraria
la doctrina de la reencarnación, porque no se basa ni en
los indicios de nuestra conciencia ni en la fe católica;
hace notar que la Iglesia no la profesa, que quienes la
profesan son los herejes, y muy especialmente Basílides
y los marcionitas (cf . Eclogae ex Scripturis Proheticís
XVII: PG 9,706; Excerpta ex Scriptis Theodoti
XXVIII: PG 9,674; Stromata III 3; IV l2: PG
I I l4s.l290s).
San Ireneo (f 202) observa que en nuestra memoria
no se conservan vestigios de las pretendidas existencias
anteriores (Adv. haer. II 33: PG 7,830s); en nombre de la
fe le opone el dogma de la resurrección de los cuerpos:
nuestro Dios es suficientemente poderoso para restituir
cada alma a su propio cuerpo (ibíd., II 33: PG 7,833).
Podríamos citar otros autores antiguos que hacen
semejantes reflexiones. Es importante mencionar a Ori
genes de Alejandría (t ZS+¡. Este autor propone como
hipótesis la preexistencia de las almas. Según é1, todos
los espíritus fueron creados desde la eternidad y dotados
de una misma perfección inicial. Muchos, sin embargo;
abusaron de su libertad y pecaron. Este pecado habría
sido la trcasión de que Dios creara este mundo visible, en
el cual viven los espíritus rebeldes encerrados en cuerpos
materiales. Después de la muerte, las almas serán entre-
gadas a un fuego purificador. Pero, al fin de los tiempos,
en la restauración universal, todos los pecadores se salva-
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rán y serán reintegrados a la suprema felicidad, y Dios
será todo en todos. El infierno, por lo tanto, no sería
eterno.
Advirtamos que estas ideas fueron propuestas con
reservas y a modo de hipótesis (cf . Peri Archon:
PG I1,224). Los discípulos de Orígenes, denominados
origenistas, eran monjes de Egipto, de Palestina y de
Siria, que seguían los escritos ascéticos y místicos del
maestro, pero eran poco versados en teología; por esto no
tenían criterios para discernir entre las verdades de la fe
y las proposiciones hipotéticas de Orígenes. Ciertamente,
lcs origenistas de los siglos IV-vt profesaron como artícu-
los de fe no sólo la preexistencia de las almas y la
restauración final de todos en la bienaventuranza inicial,
sino también la reencarnación. De esta manera iban
contra el pensamiento del mismo Orígenes, que se opuso
a la reencarnación considerándola como
"fábula inepta e
impía" (In Rom. V: PG 14,1015).
Las doctrinas de los origenistas llamaron la atención
de las autoridades de la lglesia. En el año 543, el patriar-
ca Menas de Constantinopla redactó y promulgó quince
anatemas contra Orígenes, de los cuales nos interesan
directamente los cuatro primeros:
l. "Si alguno cree en la fabulosa preexistencia
de las almas y en la reprobable rehabilitación de las
mismas (que generalmente va asociada a aquélla),
sea anatema.
2. Si alguno dice que los espíritus racionales
fueron todos creados independientemente de la nra-
teria y ajenos al cuerpo, y que algunos de ellos
rechazaron la visión de Dios, entregándose a actos
ilícitos, siguiendo cada cual sus malas inclinaciones,
de modo que fueron unidos a cuerpos más o menos
perfectos, sea anatema.
3. Si alguno dice que el sol, la luna y las estre-
llas pertenecen al conjunto de los seres racionales y
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que se transformaron en lo que hoy son por haberse
vuelto hacia el mal, sea anatema.
4. Si alguno dice que los seres racionales en los
que se enfrió su amor a Dios se ocultaron en
cuerpos groseros como los nuestros, y entonces
fueron llamados hombres, mientras que aquellos
que llegaron al últirno grado del mal obtuvieron
por su parte cuerpos fríos y tenebrosos, convirtién-
dose en lo que llamamos demonios o espíritus ma-
los, sea anatemar.
El Papa Vigilio y los demás patriarcas' aprobaron
estos artículos. Sacamos, pues, en consecuencia que la
doctrina de la reencarnación nunca fue profesada oficial-
mente por la Iglesia católica (porque contradice al Credo
cristiano); sin embargo, después de Orígenes (s. III) fue
profesada por algunos grupos de monjes orientales, poco
iniciados en teología; en el 543 fue solemnemente recha-
zada por las autoridades de la Iglesi a. La misma condena
se repitió en los concilios ecuménicos de Lyón Q27 $ y
Florencia ( I 439), que afirman el tránsito inmediatcl de
esta vida al estado definitivo en e! más allá (DZ 857
Í4641 y 1306 [693]). El concilio Vaticano II habla tam-
bién del "único plazo de nuestra vida terrena", citando la
epístola a los Hebreos 9,27 y rechazando la teoría de la
migración de las almas (cf. Lumen gentíum n.48).
E) AncuMENros sisr-lcos
Los escritos del Nuevo Testamento están íntimamen-
te asociados al pensamiento judío precristiano, que no
admitía la reencarnación de las almas. Los judíos se
cerraron a esta doctrina, profesada por algunos filósofos
griegos, ya que eran claramente hostiles a cualquier
sincretismo religioso. En este ambiente predicó Jesús su
Evangelio.
Hecha esta observación, analicemos brevemente los
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textos bíblicos que suelen aducirse en favor de la reencar-
nación.
Jesús y Nicodemo
En el texto de Jn 3,3 aparece el adverbio griego
ónothen. y suele traducirse por "de nuevor: ,,En verdad,
en verdad te digo: el que no es engendrado de nuevo, no
es capaz de ver el reino de Dios". Sin embargo, este
mismo adverbio se repite en Mt 26,51 para significar
eu€, en la muerte de Jesús, el velo del templo se rasgó
ónothen, es decir, de arriba abajo, por completo, y ciertá-
mente no "de nuevo>.
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Nicodemo no entendió las palabras de Jesús; fiel a las
enseñanzas judías, consideraba imposible la reencarna-
ción: "¿Cómo puede un hombre naóer siendo viejo? ¿po-
d.i entrar por segunda vez en el seno de su madie y
volver a nacer?" (Jn 3,4).Jesús disipó la duda explicán-
dgle que no se trataba de renacer en el sentido bioiógico,
sino de renacer verdaderamente de otro modo, es décir,
por el agua y el Espíritu Santo: ..En verdad, en verdad
te digo: el que no renace dei agua y del Espíritu, no podrá
entrar en el reino de Dios" (Jn 3,5). Jesús pensaba-en el
bautismo, que hace al hombre hijo de Dios.
III" CONCLUSION
Comparando entre sí la tesis de la reencarnación y la
doctrina cristiana de la resurrección, podemos apreciar
que entre una y otra hay dos diferencias básicas o estruc-
turales. En efecto:
I ) La doctrina cristiana de la resurrección supone
un Dios, Padre bondadoso, que toma la iniciativa de
crear y también la de salvar a su creatura. Dios ofrece
al hombre esta salvación en el decurso de una vida que
transcurre en la tierra, durante la cual la graeia del
Salvador solicita a la creatura en orden a la bienaventu-
Íanza eterna. Con este fin, la sabiduría divina cuida de
que no le falte al hombre ningún auxilio en el decurso de
su peregrinación terrestre. Por lo tanto, al terminar esta
vida, es justo que la creatura humana entre en su estadio
definitivo; la resurrección de la carne permitirá que el ser
humano, en su identidad psicosomática, obtenga su justa
sanción. Esta concepción es profundamente religiosa poi-
que reconoce la primacía de Dios sobre la creatura y el
carácter gratuito de la salvación.
No se puede decir lo mismo de la doctrina reencarna-
cionista. En efecto: ésta atribuye al hombre la facultad
de redimirse, de lograr la perfección por sus propios
esfuerzos, dejando prácticamente de lado el auxilio divi-
no. Foco o nada entra en la idea reencarnacionista un
Dios, Padre bondadoso y providente, que quiso compartir
y consagrar el sufrimiento y la muerte del hombre_, _y sin
él cual la creatura no puede absolutamente nada. No es,
pues, de extrañar que la reencarnación haya sido profe-
sada frecuentemente, y aún ahora lo sea, en el contexto
de una filosofía panteísta o monista. Ciertamente, las
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creencias hindúes, que inspiran a muchos reencarnacio-
nistas, suprimen la distinción entre lo divino y lo huma-
no, entre el Infinito y lo finito, enseñando que la divini-
dad "se realiza, en el hombre, "va tomando conciencia de
sí" en el hombre, a rnedida que éste evoluciona y se
perfecciona. Esta tesis parece explicar que la creatura
pueda llegar por sí misma a una unión con la divinidad;
sin embargo resulta ilógica, porque coloca en una misma
línea lo finito y el Infinito. Dios, que es por sí mismo el
Ilimitado, no puede quedar identificado con lo finito y
contingente.
2) La cosmovisión subyacente al reencarnacionismo
es pesimista respecto a la materia, considerada como
cárcel o sepulcro del alma (soma : sema. en griego). La
gran aspiración de muchos reencarnacionistas es liberar-
se del cuerpo y, consecuentemente, de este mundo mate-
rial y de su historia. Por este motivo, muchos pueblos que
profesan la reencarnación no evolucionaron en su civili-
zaci6n,, sino que viven en condiciones de nniseria, porque
no les interesa vincularse a los bienes materiales.
Por el contrario, la tesis de la resurrección de los
cuerpos es optimista respecto a la materia, considerada
como creatura de Dios y parte integrante del ser huma-
no. Debido a esto, el cuerpo hurnano deberá resucitar, y
participará del estadio definitivo del alma humana. Y por
ello el cristiano se siente impelido a trabajar en este
mundo material que Dios le dio a fin de configurarlo
conforme al designio del Creador. El cristiano ciee que
la historia tiene un sentido dinámico que camina hacia-su
plenitud, Qüe será el reino de Dios, y no una serie de
ciclos monótonos y repetitivos de los cuales es necesario
escapar.
Sobre la base de estas consideraciones se puede afir-
mar que la doctrina de la reencarnación, a pesar de sus
aspectos místicos, no puede sostenerse ni a los ojos de la
raz6n,, ni ante la psicología, ni ante la experiencia hu-
mana.
31
SUMARIO
Págs.
III. Conclusión 30
f
I
t REENCARNACICIN
ilililtllilililitiltllililili
M04003003 1