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Seminario de lectura del seminario Le sinthome

II
Desde el punto de vista del sinthome como reparación del nudo, tenemos que
detenernos en lo que Lacan llamó lapsus del nudo.

Comencemos con el lapsus del nudo:


En la séptima sesión del seminario, el 17 de febrero de 1976, Lacan se refiere
al lapsus y al lapsus del nudo en unos párrafos que merecen detenerse a
reflexionar a partir de ahí.
Se trata de la ocasión en que realizando el trazado del nudo se produce un
error. Entonces dice que es difícil no ver que el lapsus es aquello sobre lo cual,
en parte, se funda la noción del inconsciente. Habría que poner al chiste en la
misma cuenta porque un chiste puede resultar de un lapsus. Se trataría de un
cortocircuito y el sínthome estaría en el lugar mismo en que el nudo falla,
donde hay una especie de lapsus del nudo mismo y ello confirma que un nudo
se falla. Se falla tanto como que el inconsciente está ahí para mostrarnos que
hay montones de fallados.
En primer lugar, subrayemos que Lacan está haciendo equivaler la falta (faute)
con la conciencia del pecado y con el lapsus, entendiendo el lapsus como
lapsus del nudo. Agreguemos además que el fallido en el nudo como lapsus
freudiano implica una ganancia de placer, de lust. O sea que cuando los
registros se embrollan, cuando algo interfiere en su equivalencia y
diferenciación, cuando se penetran o se sueltan todos habría goce. Y el
sinthome es su corrección. Efectivamente, Lacan lo anticipa diciendo que si
cometemos un error, y si, por ejemplo, lo simbólico se libera, tenemos un medio
de reparar eso, esto es hacer un sínthome, o sea algo que permite a lo
simbólico, a lo imaginario y a lo real continuar manteniéndose juntos. Como
vemos, el sinthome ha venido al lugar de la “realidad psíquica” de Freud,
realidad fantasmática, y al lugar del Nombre del Padre para Lacan.
Jean Claude Milner nos aclara muy bien este punto al señalar que lo real del
nudo es la imposibilidad de deshacer uno de sus redondeles sin dispersarlo
como nudo. O sea que el lapsus del nudo equivale al instante de su dispersión.
Lo real del borromeismo surge con la eventualidad de que en un instante uno
de los redondeles se suelte. En ese instante, que tiene la estructura de un

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corte, un redondel determinado revela ser aquel del que los otros se sostenían
y esa propiedad del redondel decisivo no existía antes del corte mismo.
¿Cómo sabemos que un cadenudo es borromeo? Cortando uno de los hilos.
Allí, con el corte, se revela la propiedad borromea. El borromeismo existe sólo
por ese instante de desanudamiento en el que los redondeles se dispersan y,
en esta dispersión, se trata de lo real en sí.
Ahora bien, si lo simbólico es lo discriminante por excelencia y lo imaginario es
del orden de la representación, el encuentro con lo real del desanudamiento es
un encuentro horripilante de un punto donde se desvanecen semejanzas y
desemejanzas y donde el Uno mismo abandona sus poderes.
Con respecto al corte, donde se ratifica al nudo como real, la propiedad que
garantiza a la operación cumplida, nace de la operación misma.
El instante del desanudamiento borromeo es así asociable a una serie de
figuras: el surgimiento del sentido en el que se desata el tejido de las
significaciones; la abertura del despertar entre dos imaginarios: el sueño y el
insomnio; el choque con el encuentro de lo inaudito; el golpe de una
nominación real del deseo; etc. Es el desanudamiento el que da la estructura
de esos instantes diversos: advenimiento instantáneo de la dispersión que se
señala por el horror.
Este horror se experimenta porque lo real del nudo no es más que el
advenimiento, con el desanudamiento, de lo real como tal.
En el Génesis hay como un presentimiento de lo real pensándolo como previo
a la Creación. Es la expresión Tohuwabohu de Jeremías 4,23, o el Tohu Bohu
del Génesis, que indica lo desordenado, lo caótico. Se trata del advenimiento
de una dispersión. Antes del Fiat lux sólo había caos, desorden abismo y
oscuridad. Mientras no se construya el enunciado supremo de un Dios –
“Hágase la luz”, por ejemplo- o de una armonía, nada asegura que el caos no
exista. No olvidemos que en un segundo tiempo, Dios nominó: “día”.
Imaginariamente, o sea con lo imaginario, podemos abordarlo con categorías
infamantes: Caos, Mal, Nada, Sufrimiento, Muerte, Corrupción. A ello, un sujeto
marcado por lo imaginario responderá con las pasiones del mal: asco,
vergüenza, escándalo, terror o piedad, lo que Freud situaba dentro de las
defensas primarias.

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Si es posible ir más allá del Bien y del Mal, tenemos el encuentro con lo
centellante que produce el arrobamiento místico.
Quienes no consienten con lo imaginario renegarán del lazo que forme imagen
y semejanza. Nos dan las figuras del solitario, del amor puro, del melancólico.
Pero, para quienes no cuentan con esta posibilidad, se entiende que se busque
apartarse de ello como del horror absoluto, reculando cada vez que la amenaza
sea cualquier corte desanudante. Esta lectura puede explicar fenómenos como
el del ataque de pánico en el terreno de la neurosis o también la psicosis para
la que Lacan propone la continuidad sin diferencias de la topología del nudo
trébol, etc.
El recurso ante el desanudamiento, contingente pero inevitable, es un
anudamiento tal como el que Freud denominaba “realidad psíquica” o Edipo. Es
la neurosis, es la atadura del síntoma neurótico. Es el tigre de papel de la fobia,
por ejemplo.
La neurosis, ¿no sería la evitación permanente de todo corte desanudante,
ocasión de todas las procastinaciones?
Con respecto al análisis su nombre significa esto mismo. Cortar, desanudar;
desanudamiento borromeo por lo que lo real se constituye. Determinar algo,
por el corte, como el redondel por el que eso se sostenía. Pero como el sol y la
muerte no pueden ser vistos de frente, tampoco la dispersión. Sólo la psicosis
lo logra.
Todo discurso conoce el instante en el que lo que estaba anudado se
desanuda. La singularidad del discurso del psicoanalista es que sólo allí la
verdad que irrumpe es palabra, o sea, significante. La irrupción de R
inmediatamente se reanuda a S. El horror instantáneo nace de una nominación
real que inmediatamente la suspende: “tú eres eso”.

Por eso, el análisis, como su nombre lo indica, es el desanudamiento por lo que


lo real del borromeo se constituye. Todo se reanuda salvo que entre un antes y
un después hubo emergencia de lo real.

Podemos hacer una distinción entre síntomas mórbidos, los que son metáforas
que apuntan a mantener articulado el deseo del sujeto, y el sinthome, del que
Joyce ilustra la función por su arte de escritura: eso que más allá de los
síntomas constituye lo irreductible.

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El análisis hace desaparecer los síntomas neuróticos pero ¿habría un resto
sinthomático del mismo orden que el sinthome-arte de Joyce?
Joyce es el caso que ilustra desde más cerca aquel que el sinthome tiene de
irreductible. Se trata de situar, en cada caso de neurosis, lo irreductible: el
sinthome más allá de los síntomas. El trabajo del análisis sería el del pasaje de
los síntomas mórbidos al sinthome, corazón de la estructura particular de un
sujeto, lugar de su sexualidad. La bisagra de la operación es la père-version
que quiere decir: versión del padre o versión hacia el padre. Perversión no
quiere decir sino versión hacia el padre y que en suma el padre es un síntoma
o un santo varón (saint-homme).
La función del sinthome corrige o compensa un punto de error en el nudo del
sujeto. Su función sería la de la torsión necesaria para falicizar el goce.
La teoría de la metáfora paterna a la que no le hacía falta la père-version
porque la operación del Nombre del Padre coincidía con lo simbólico, hacía del
nombrar una operación implícita a la operación de lo simbólico. Sin embargo, la
metáfora y la nominación no son la misma cosa. La hipótesis de que el
sinthome repara un punto de ruptura de la estructura en todo sujeto vuelve
explícita la necesidad de la función del nombre como diferente de la función de
la metáfora. La función del nombre es la función del sinthome necesario para
que un sujeto se sostenga. El sinthome sería el modo particular para un sujeto
de inscribir la función del nombre, o aun, el sinthome tendría la función de
nombrar con un Nombre del Padre el punto real donde el goce del Otro es
entrevisto, instante en que se cae el manto de Noé.
La realidad psíquica es fantasmática por lo que, si el fantasma es el motor de
toda representatividad, se entiende que, para subsistir, quienes no desean la
dispersión como tal se dediquen a negociar el precio necesario.
No hay ninguna reducción radical del cuarto término, es decir que incluso el
análisis, puesto que Freud no se sabe por qué vía - ha podido enunciarlo: hay
una Urverdrängung, hay una represión que jamás es anulada. Es de la
naturaleza misma de lo Simbólico comportar ese agujero; y es este agujero lo
que yo apunto, que yo reconozco en la Urverdrängung misma.
Desde esta perspectiva, el sinthome de Lacan, como un vaciamiento del
síntoma, como un saber hacer con su síntoma, es un re-anudamiento diferente
al re-anudamiento neurótico, sinthomático.

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Aquí tenemos que plantearnos la pregunta por el sinthome en el final del
análisis, tenemos la pregunta acerca del final del análisis, de un fin de análisis
lacaniano: tanto el saber-hacer-ahí-con su síntoma por haber rizado el rizo
hasta el final e identificarse a él en el prescindir del padre haciendo uso de él.
Vayamos, para avanzar, a la última sesión, la titulada «El ego de Joyce». Se
pregunta allí Lacan qué ocurre a continuación de una falta (faute), aclarando
que se trata de una falta condicionada por el inconsciente. E, inmediatamente,
introduce, con la lectura del famoso párrafo del Portrait of the artist as a young
man, la especificidad del fallido del nudo de Joyce y su reparación: el ego de
Joyce, aquel al que Lacan reconoce por su saber-hacer-ahí-con su sinthome.
«Es precisamente esto lo que hace de Joyce el sinthome, el sínthome puro de
lo que sucede con la relación al lenguaje, en tanto que se lo reduce al
síntoma, o sea a lo que tiene como efecto el lenguaje cuando ese efecto no se
da a analizar, o sea no está dirigido al Otro.
Escrito que son los trazos que un sujeto deja con su «saber-hacer- allí-con».
Se trata de un “saber hacer allí con” que es lo propio del sinthome: saber
desembrollarse.
Así, en el Seminario XXIII afirma que uno sólo es responsable en la medida de
su saber-hacer (savoir-faire). ¿Qué es el saber-hacer? Digamos que es el arte,
el artificio, el que uno es capaz con lo real de lo simbólico, con la no-relación-
sexual.
Esto va a seguir siendo sostenido de esta manera.
En el Seminario XV, Le moment de conclure, dirá que el inconsciente es lo que
hace cambiar algo, lo que reduce el sinthome.
En el Seminario XXIV, L'insu …, posiblemente respondiendo a la «identificación
con el analista» de Balin, se pregunta a qué se identifica uno al fin del análisis.
¿Se identificaría a su inconsciente? No le parece, porque el inconsciente
permanece siempre el Otro.
Entonces, ¿en qué consiste esta demarcación que es el análisis? ¿Es que no
seria identificarse, tomando sus garantías de una especie de distancia, a su
síntoma?
Agregando que el síntoma es lo que se conoce, e incluso lo que se conoce
mejor, conocer su síntoma quiere decir saber hacer con, saber desembrollarlo,
manipularlo. Lo que el hombre sabe hacer con su imagen, corresponde por

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algún lado a esto, y permite imaginar la manera en la cual se desenvuelve con
el síntoma.
Y enuncia: «Saber hacer allí con su síntoma, ése es el fin del análisis.»
Pura Cancina

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