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La máscara de la guerra

Jean Baudrillard | EL MUNDO

Este conflicto tan programado y anticipado es un acontecimiento fantasmal que preconiza


la instauración de un orden mundial seguro por medio del terror preventivo. Ni a favor ni en
contra, sino todo lo contrario es el titulo de la película de Cédric Klapisch. Ni a favor ni en
contra de la guerra. Sino todo lo contrario significa que no hay diferencia entre la guerra y
la no guerra y que, antes de pronunciarse, hay que tener muy claro el estatus del aconteci-
miento. Esta guerra es un no acontecimiento y es absurdo pronunciarse sobre un no
acontecimiento. Porque, ante todo, hay que saber qué es lo que esconde, lo que oculta,
para qué sirve y qué quiere exorcizar. Y para saber todo eso no hace falta estrujarse
demasiado la mente. El acontecimiento al que se opone el no acontecimiento de la guerra
es el 11-5.

El análisis tiene que partir de esta voluntad de anular, de borrar, de blanquear el aconteci-
miento original, lo cual convierte a esta guerra en algo fantasmagórico y, en cieno modo,
inimaginable, porque no tiene una finalidad propia, ni una necesidad, ni un auténtico
enemigo (Sadam es sólo un fantasma). Esta guerra sólo tiene la forma de una conjura, la
de un acontecimiento que es imposible borrar. Lo que la convierte desde ya mismo en una
guerra interminable incluso antes de haber comenzado. De hecho, la guerra ya ha tenido
lugar y el propio suspense forma parte de la impostura. Lo de una guerra infinita que jamás
se hará realidad. Este suspense es el que nos espera de ahora en adelante como una
especie de actualidad difusa del chantaje y del terror bajo forma de pnncipio universal de
prevención.

Se puede ver este mecanismo en la reciente película de Steven Spielberg, Minority


Report. Siguiendo un plan en el que se prevén de antemano los crímenes futuribles, los
comandos policiales interceptan al criminal antes de que los haya cometido. Este es
exactamente el escenario de esta guerra: eliminar el futuro acto criminal en el huevo (la
utilización de armas de destrucción masiva por parte de Sadam). Pero entonces se
plantea la siguiente cuestión: ¿Se habría cometido el supuesto crimen? Nunca se sabrá,
porque ha sido prevenido. Sadam no tiene importancia, pero lo que se perfila por medio de
él es una desprogramación automática de todo lo que podría acaecer. Una especie de
profilaxis a escala mundial no sólo de todo crimen, sino de todo acontecimiento que pueda
perturbar un orden mundial impuesto como hegemónico.

Lo ablación del Mal en todas sus formas. Lo ablación del enemigo que no existe en cuanto
tal (simplemente se le extermina). La ablación de la muerte. Cero muertes se convierte en
el Leitmotiv de la seguridad universal. Un verdadero principio de la contracepción, de la
disuasión, pero sin el equilibrio del terror. Lo disuasión sin guerra fría, el terror sin equili-
brio, la prevención implacable bajo el signo de la seguridad se van a convertir en una
estrategia planetaria.

El Mal es lo que acontece sin avisar y, por lo tanto, sin prevención posible. Ese es, eviden-
temente, el caso del 11 de Septiembre, que precisamente por eso se convierte en un
acontecimiento y se opone radicalmente al no acontecimiento de la guerra. El 11 de
septiembre es un acontecimiento imposible e inimaginable. Se realiza antes de ser
posible (ni siquiera las películas de catástrofes fueron capaces de anticiparla). Es un
acontecimiento del arden de lo radicalmente imprevisible, en el que nos topamos con la
paradoja de que las cosas sólo se tornan posibles después de haber acaecido.

La diferencia del 11 de Septiembre con la guerra es total. Esta habrá sido tan prevista, tan

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programada y tan anticipada que ni siquiera necesita plasmarse en la realidad. E incluso si
acaece realmente, ya habrá tenido lugar virtualmente y, por lo tanto, no será un aconteci-
miento. Lo real es aquí un horizonte de lo virtual. Y esta influencia de lo virtual se ve
reforzada por el hecho de que la guerra anunciada es como el doble o el clon de la Guerra
del Golfo y Bush el clon de su padre). Son, pues, dos acontecimientos clónicos que
enmarcan por todas partes al acontecimiento crucial.

A partir de aquí se entiende mejor por qué esta guerra es un acontecimiento de sustitu-
ción, un ghost event, un acontecimiento fantasmal a imagen y semejanza de Sadam. Una
inmensa mistificación para los propios norteamericanos. Y es que con el 11 de
Septiembre, se abrió al mismo tiempo que un gigantesco duelo un gigantesco fenómeno
de contracepción: hacer que el 11 d Septiembre no haya acaecido, siguiendo el mismo
principio de la prevención, pero retrospectivamente. Una tarea sin esperanza y sin fin.

¿Cuál es, pues, la estrategia final al menos el resultado objetivo de este chantaje preventi-
vo? No se trata de prevenir el crimen, ni de instaurar el Bien ni de corregir la dinámica
irracional del mundo. Ni siquiera el petróleo o las consideraciones geoestratégicas
directas son la razón última. Lo razón última es instaurar el orden de la seguridad, la
neutralización general de las poblaciones por media de un no acontecimiento definitivo.
En cierto sentido, el fin de la Historia, pero no bajo el signo del liberalismo triunfante ni de
la culminación democrática, como postula Fukuyama, sino por medio del terror preventivo
que pone fin a cualquier acontecimiento posible.

El terror destilado por todo el sistema que termina por aterrorizarse a sí mismo en aras de
la seguridad. Esa es la victoria del terrorismo. Y si bien la guerra virtual ha sido ya ganada
sobre el terreno por la potencia mundial, el terrorismo la ganó en el plano simbólico por
medio del advenimiento de este desorden generalizado. De hecho, fue el atentada del 11-
S el que hizo culminar el proceso de mundialización, no de los mercadas ni de los flujos de
capitales, sino el otro proceso simbólico, mucho más fundamental del dominio mundial,
provocando una coalición de todos los poderes, democráticos, liberales. fascistas o
totalitarios, espontáneamente cómplices y solidarios en la defensa del bien mundial.
Todos los poderes contra un solo alíen. Y todas las racionalizaciones desencadenadas
contra la afirmación del Mal. Pues bien, todo el mundo se levanta contra esta potencia
mundial y contra ella irrumpe el contrapoder simbólico del terrorismo, que ha hecho
añicos la arrogancia desmesurada de la potencia que tiene a todo el mundo paralizado
ante la inminencia de una guerra incomprensible.

Este terror preventivo, con un desprecio total por sus propios principios humanitarios y
democráticos), alcanzó su máxima expresión dramática en el teatro de Moscú, donde
todo pasó como en la historia de la vaca loca: se abate a todas las reses por precaución y
Dios reconocerá a las suyas. Rehenes y terroristas juntos en la masacre y virtualmente
cómplices. El principio terrorista extrapolado a toda la población. Esta es la hipótesis
implícita del poder: las propias poblaciones son una amenaza terrorista. En su actividad,
el terrorismo busca esta solidaridad de las poblaciones sin encontrarla. Pero aquí es el
propio poder el que plasma brutalmente esta complicidad involuntaria. Somos virtualmen-
te los rehenes del poder y tenemos que vérnoslas can una coalición de todos los poderes
contra todas las poblaciones, algo absolutamente visible hoy ante la inminencia de la
guerra, que tendrá lugar de todas formas, a pesar de los pesares y para mayor desprecio
de la opinión mundial.

Esta situación global da la razón a Virilio, cuando habla de guerra civil planetaria. La
consecuencia política más dramática de estos acontecimientos es la quiebra de los
conceptos de comunidad internacional y de todo sistema de representación y legitimidad.
Y las recientes manifestaciones mundiales contra la guerra, en las que parece asomar un

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contra-poder, no son más que un síntoma inquietante de este hiato, de esta fractura de la
representación, dado que nadie quiere la guerra, pero la guerra se hará, a pesar de todo,
con el asentimiento más o menos camuflado de todos las poderes.

Estamos ante el ejercicio de una potencia en estado puro, de un poder sin soberanía.
Mientras el poder extrae su soberanía de la representación, mientras tiene una razón
política, su ejercicio puede encontrar cierto equilibrio y puede ser combatida y contestada.
Lo desaparición de esta soberanía deja el sitio a un poder desenfrenado, sin contraparti-
das, en estado salvaje (ya no natural sino tecnológico). Y ese poder que no tiene ya
referencia legítima ni siquiera verdadero enemigo (porque lo transforma en una especie
de fantasma criminal) se vuelve sin complejo contra sus propias poblaciones.

Pero la realidad integral del poder es también su final. Un poder integral que sólo se basa
en la prevención, en la disuasión, en la seguridad y en el control, es un poder simbólica-
mente vulnerable: ya no puede ejercerse y, finalmente, se vuelve contra si mismo. Esta
debilidad, este desfallecimiento interno de la potencia mundial es el que pone en eviden-
cia el terrorismo a su manera, al igual que una angustia inconsciente se traduce en un acto
fallido. Este es precisamente el infierno del poder. Por eso, desde el punto de vista del
poder, el 11 de Septiembre se presenta como un gigantesco desafío, ante el que la
potencia mundial perdió la cara. Y esta guerra, lejos de plantar cara al desafío, no borrará
la humillación del 11 de Septiembre. Es terrible pensar que este orden mundial virtual
pueda hacer su entrada en la realidad con tal facilidad.

El acontecimiento terrorista era algo extraño y de una insoportable extrañeza. Lo no


guerra inaugura la inquietante familiaridad del terror.

Jean Baudrillard, filósofo francés, es autor, entre Otras obras, de El crimen perfecto.

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