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LOS OJOS BIEN ABIERTOS

Julien Gracq

Traducción
Purificación Meseguer
Trébol I néd it o s André Breton
Trébol de cuatro hojas
de cuatro hojas (ensayo) Julien Gracq
n
André Breton / Julien Gracq / Lise Deharme / Jean Tardieu

e-
el
s-

Lise Deharme
á-

André Breton Julien Gracq


n
e-
de
Confidencias de libratorio, André Breton
El verdadero día, Lise Deharme
el

Jean Tardieu
i-
r-
os
Los ojos bien abiertos, Julien Gracq
e-
os Madréporas o el arquitecto imaginario, Jean Tardieu
n-
s,
a

la vida es ensueño
r-
n-
or

os
Trébol de cuatro hojas

i-
e-
os
e.
Lise Deharme Jean Tardieu Trébol de cuatro hojas es una oleada de escritura vegetal, un talismán hecho de sueños y palabras;

un regalo de los poetas. Trae buena suerte: nos apremia a huir de la lógica y del desencanto coti-
as
q,
u
diano, nos recuerda que aquí dentro nos espera un jardín aún sin cultivar.
Demipage
Esta obra nace de la confluencia de cuatro figuras emblemáticas de la literatura francesa del siglo
pasado reunidas, en los años 50, alrededor de la ensoñación: Lise Deharme, musa del surrealismo;
André Breton, precursor de dicho movimiento; Julien Gracq, «el último clásico»; y el poeta y dra-
ISBN: 978-84-92719-10-5
maturgo Jean Tardieu.
Datos técnicos Breton construye un escenario teatral donde personifica a la ensoñación bajo los rasgos de
Formato cerrado: 14 cm por 20,5 cm Titania, «esta persona huidiza que no pretende sino aprovecharse de nuestros momentos de
Interior: editorial ahuesado 90 gr descuido». En la segunda hoja del trébol, Deharme divaga poéticamente tras los pasos de Tita-
Cubierta: ultra blanco verjurado 300 gr
nia; una excursión surrealista por los meandros de la escritura automática. Con Los ojos bien
abiertos, Gracq captura la esencia del «Soñador despierto» y desvela la trascendencia de lo oní-
rico en el proceso de creación artística. Este recorrido por tierras donde todo florece se concluye
en compañía de Tardieu, en una visita guiada por las casas que habitó alguna vez… en sueños.
Hoja tras hoja, este obsequio de aquellos hechiceros de las letras nos invita a evadirnos de una
realidad en la que reina el despotismo de lo racional, de lo mecánico. Una fantasía surrealista,
escondida en los abismos de nuestra mente en la que aún dormita la magia y el arte.

Julien Gracq · seudónimo literario Louis Poirier, (Saint-


Florent-le-Vieil, 1910 - Angers, 2007). Escritor francés y
profesor de historia y geografía. Fue uno de los autores
más discretos del paisaje literario francés, por pensar que
el escritor debe ser opacado por su obra. Inspirado por el
romanticismo alemán y el surrealismo, su obra mezcla lo
insólito y el simbolismo fantástico. Publicó en 1950, en la
revista Empédocle, un panfleto sobre la situación de la
literatura y sobre los premios literarios. Al año siguiente,
rechazó el Premio Goncourt concedido a su novela
El mar de las Sirtes provocando un escándalo mediático.
André Breton · (Tinchebray, 1896 -
París, 1966). Fue un poeta y crítico
francés, lider del movimiento surrea- Lise Deharme · (Anne-Marie Hirtz; Paris, 1907
lista. Movilizado en Nantes, durante la - Neuilly-sur-Seine, 1980). Novelista y poeta fran-
Primera Guerra Mundial, trabajó en cesa y una de las musas del surrealismo. Se en-
hospitales psiquiátricos, donde estu- contró con A. Breton en 1924: «fui con Philippe
dió las obras de Sigmund Freud y sus Soupault a ver un espectáculo que representaba
experimentos con la escritura auto- no sé qué obra de Shakespeare. Durante la fun-
mática (escritura libre de todo control ción, sentí una extraña presencia detrás de mí, me
de la razón y de preocupaciones esté- di la vuelta y vi, junto a Braque y a su esposa, un
ticas o morales), lo que influyó en su extraordinario rostro de hombre, diferente a
formulación de la teoría surrealista. Se todos los que hubiera podido ver hasta entonces.
convirtió en pionero del dadaísmo y En el entreacto, Soupault fue a hablar con él, y al
surrealismo. En 1920 publicó su primera regresar a su butaca me dijo que era André Breton
obra Los campos magnéticos. y que le había fascinado positivamente. Pregun-
taba si podía pasar un día por la Central surrea-
lista…» En esa visita, Breton le pidió uno de sus
Jean Tardieu · (Saint-Germain-de-Joux, 1903 - Cré- guantes azul pálido que quedó como símbolo del
teil, Val-de-Marne, 1995). Escritor y poeta francés. movimiento surrealista. El episodio lo relata Bre-
Trabajó en Los Museos Nacionales, en Hachette y, tras ton en su novela Nadja, donde Lise Deharme apa-
la guerra, en la Radiodifusión francesa. Traductor de rece bajo el nombre de Lise Meyer.
Goethe y de Hölderlin, recibe el Grand Prix de la So-
ciété des Gens de Lettres en 1986. Difícilmente clasi- Editorial Demipage
ficable, poeta ante todo, escribe teatro también y Castelló 113, Madrid 28006
trabaja en la radio durante más de 20 años. Tel.: + 34 91 563 88 67
www.demipage.com
¿Los «Soñadores despiertos»? Debe de tratarse de
una sociedad algo singular, de un club más bien
selecto. Y quizás sea necesaria una contraseña para
poder entrar. ¿Sinceramente, se considera usted un
soñador despierto?

R
Me dan mucho miedo los sonámbulos. Y, a decir
verdad, sueño bastante poco. Me refiero a que no
suelo recordar mis sueños. Espero, a Dios gracias,
andar con los ojos bien abiertos. Admito esta expre-
sión, «Soñador despierto», sólo en el sentido de que el
sujeto aparece completamente dominado, en su ima-
ginación, por unas impresiones materiales contra las
que se encuentra indefenso, privado de movimiento y
de control. Siente frío en el cuello o en el hombro, una
arruga en la sábana bajo la pierna, una rojez que se fil-
tra por la cortina o la pesadez de un edredón… En
este sentido, sí. Estando despierto he tenido a menudo
esa impresión de la docilidad del sueño. Mi día, mi

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año se tiñen constantemente: no de los acontecimien- Pero, ¿tan deplorable es al fin y al cabo? Es bien
tos típicos de un ritmo de vida que me resulta casi sabido que el ojo del pintor se educa con más rapidez
siempre monótono, sino de los colores propios de la en la grisalla parisina que en las disonancias de tie-
hora y de la estación, o sea, de «las sutiles impresiones rras cálidas. De todos modos, hagamos lo que haga-
del aire», tal y como lo denomina Maurice de Guérin. mos en materia de arte, debemos prestar atención,
Tal vez la vida poco activa que llevo me impida opo- debemos impregnarnos: tras una conmoción muy leve
ner demasiada resistencia a esta impregnación. Tengo se esconde a menudo una conmoción importante.
del hombre la percepción de un ser que se encuentra Respecto a este tipo de vida algo vegetativa, siempre
continuamente sumergido. Si lo prefiere, el último ha habido una frase que me ha tranquilizado, porque
penacho, la más fina y sensible de las terminaciones no es sólo aplicable a la pintura. Era de Degas, creo, y
nerviosas del planeta. De ahí que el rasgo de flor cor- decía así: «un pintor debe adoptar una posición de
tada característico de la novela psicológica francesa espaldera». Curioso, ¿no le parece?
me aflija; y es que no permite apreciar lo suficiente lo
que rodea a los personajes: el mantillo, el aire mojado, D
el alba y el crepúsculo en donde cuesta distinguir el Cierto. Palabras de un hombre de campo. Más
perro del lobo, y sobre todo, «el singular silencio de la curiosas aún cuando salen de boca de Degas. Sin
hora que es» cual lo puso un poeta. No puedo negar embargo, este tipo de postura, ¿no supone forzosa-
que el examen anatómico de tales personajes no deja mente momentos de inactividad completa, e incluso,
de resultar interesante. Pero, la planta humana, es lo de vez en cuando, una especie de estado de hiber-
que sustancialmente me importa. nación?

D R
Me da la sensación de que lleva una vida poco Sí, tiene toda la razón, creo. En el universo de la
variada, quizá sedentaria sea la palabra más acertada. imaginación, no hay duda de que las estaciones
muertas existen. En cambio, ciertas conjunciones de
R tiempo y de lugar están dotadas de considerables
La verdad es que está usted en lo cierto. Aquí propiedades vigorizantes. Si le pregunta a alguien –a
dentro queda mucho espacio para la monotonía. quien sea–, cuál es el momento del año que prefiere,

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verá que siempre, espontáneamente y sin vacilación taríamos tan sólo aguzando el oído; es como si nos
alguna, tendrá preferencia por una estación en parti- rodearan puertas que se abren y se cierran frenética-
cular. Una preferencia que apenas está relacionada mente. En mi caso, sin duda, aquellas horas han de
con el mayor o menor grado de satisfacción que apa- encontrarse en otoño. Y no me refiero al otoño de
rentemente proporcione dicha estación, como puede hojas muertas, sino más bien al primer frescor que se
ser la predilección por el frío o el calor. Lo más seguro cuela cuando caen los días de verano, y parece que el
es que a la persona consultada le resulte difícil justifi- frío empieza a manar a ras del suelo; incluso se diría
car su respuesta, y a lo sumo alegará que corresponde que por todos los poros del planeta. El aire se vuelve
con el periodo en el que se siente mejor o más enér- sólido y resuena más que de costumbre y se decanta
gico. En realidad, le costará tanto definir esa sensa- muy sutilmente por este presentimiento de frío que,
ción como a una planta explicar lo que se siente como una gota de veneno, se diluye en el ambiente.
cuando en su interior sube la savia. Uno prefiere una Tengo la certeza de que una poderosa corriente ima-
determinada estación simplemente porque se comu- ginativa puede brotar de la percepción –viva, y a ver
nica mejor, porque se siente mejor irrigado –al hilo de si me explico, completamente blanca, vacía– de esas
lo que mencionábamos más arriba, porque se encuen- horas de las que podemos empaparnos de verdad:
tra más estrechamente conectado. horas vividas hasta el último segundo, sin agarrarse a
ninguna boya. Una gran corriente imaginativa… Un
D libro, por ejemplo. Estoy seguro de ello porque es algo
Es decir que, desde su punto de vista, el estado de que ya he experimentado: las ganas de comenzar un
ensoñación cobraría fuerza en horas privilegiadas, libro casi siempre me vienen en momentos semejan-
vividas de un modo casi vegetativo, con independen- tes. Momentos que quizás incluso sean el tema autén-
cia total del contenido de los acontecimientos que tico de dichos libros –algo que, con total seguridad, a
puedan conllevar. la crítica le costaría admitir.

R D
Así es. Se trata de un estado que depende mucho Estoy algo sorprendido. Habla usted de la enso-
de la sensación que acompaña estas horas: es como si ñación, justo antes de mencionar el trabajo de la escri-
el aire se viera bruscamente cargado de ecos que cap- tura, como si la una se derramara directamente en el

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otro. ¿No cree que merecería la pena concretar –pese a además de que las pocas experiencias que se han
que el tema parezca repudiar la precisión– qué enten- podido llevar a cabo sobre el sueño propiamente
demos exactamente por ensoñación? dicho subrayan terminantemente la extraordinaria
rapidez del filme mental en tales momentos. Sabemos
R que el sueño que persiste en la mente al despertar, por
¿La ensoñación, dice? Por mi parte, estoy dis- complejo y profuso que sea, ha podido desarrollarse,
puesto a retocar la idea que con tanta indulgencia nos en realidad, en una fracción de segundo.
hemos moldeado. Solemos atribuir un carácter pere-
zoso a la ensoñación –de hecho, es este mismo adje- D
tivo el primero que nos viene a la mente cuando nos En definitiva, usted considera la ensoñación tan
proponemos definir este estado. Ahora bien, creo que sólo como una especie de singular velocidad, de fle-
no encontrará a ningún escritor que admita distinguir xibilidad más pronunciada en el desarrollo de las
la disposición a la ensoñación de la disposición a imágenes, sin que haya nada de excepcional en estas
escribir, a plasmar. El escritor tiene la sensación de imágenes per se. Creo que aquí le contradirá la opi-
estar sumido totalmente en la ensoñación, e incluso nión más común: solemos representar a los poetas
más que de costumbre. Desde mi punto de vista, pro- ante todo como visionarios, como personas a quienes
curaría evitar definirlo como un estado de dejadez, y precisamente se les concede de modo esporádico un
me decantaría más bien por la acepción siguiente: universo mágico, más prolífico y privilegiado.
una fase de tensión añadida, el sentimiento de una
circulación bruscamente estimulada de formas e ideas, R
que fluyen mejor, que se asocian con mejor fortuna las Es preciso que nos entendamos al respecto. Estas
unas con las otras, que facilitan el juego de corres- imágenes de la ensoñación son las mismas que las de
pondencias. Me agrada la expresión que empleó la vida cotidiana, y a la vez privilegiadas también: tan
Hugo «la pendiente de la ensoñación», porque pone sólo es la luz, el enfoque, la emoción lo que las cam-
énfasis en cierta aceleración que, a mi parecer, es el ele- bia y transfigura. Es decir, la ensoñación es para mí
mento esencial y que desemboca en la sensación de como una primavera imaginativa, un repentino rever-
que «la cabeza nos da vueltas»: es decir, que ha lle- decimiento de todas las cosas –incluso las más usa-
gado el momento de empezar a plasmar. Dese cuenta das y las más banales– en desorden, sin clasificación

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alguna. Lo que importa no es tener ojo para las visio- ción confusa que se desprende de ellas tan sólo al pre-
nes deslumbrantes, sino ser capaz por momentos de sagiar su llegada. Cuando el autor las presiente y las
vivir este estado de eco, de susurro, de disposición al nombra son ellas mismas las que hacen sonar su tim-
rumor si me lo permite, que canaliza este variopinto bre. Su tono personal, –el tono– tan importante para
caudal para crear lo insólito con toda naturalidad. Y, él; más importante aún que la belleza de las imáge-
ya que se remite usted a los visionarios, tengo la nes. El tono que emplea para nombrar ciertas cosas
impresión de que voy a confesar algún sacrilegio, que le han sido entregadas. A él, exclusivamente. El
pero, en fin… No estoy muy seguro de que los poetas enfoque de estos temas inevitables le viene a menudo
hayan visto –aquello a lo que realmente llamamos marcado por una especie de vacilación, de temor y de
ver– cosas tan extraordinarias. En realidad, no creo pánico, como si ahí residieran sus abismos persona-
que funcione así en absoluto. Es más bien otra cosa, les, auténticas llamadas al hundimiento. Pero, insisto,
muy distinta, la que cuenta para ellos: la facultad de estas imágenes no son ricas sino pobres, simples, ele-
saltar con más ligereza, con más libertad, de una ima- mentales. De ahí que regresen bajo una infinidad de
gen a otra, de despertarlas en cadena según un código disfraces.
secreto, conforme a leyes de correspondencia igual-
mente ocultas. En otras palabras, se trata de un cierto D
arte de la huída, más que de una aptitud para percibir Pero, ¿cree que un escritor –si considera que ello
imágenes desconocidas. Es también –quizá sobre le empuja a escribir– puede hacerse una idea clara de
todo– el énfasis obsesivo que se plantean los poetas, estos temas por los cuales manifiesta una parcialidad
que les invita a retroceder sobre ciertas imágenes o tan señalada? ¿Es incluso deseable para su obra que
ciertos movimientos, muy simples casi siempre (lo que tenga de ellos una idea tan precisa? Y, por ejemplo,
les permite reaparecer bajo mil disfraces distintos –ya que procede ahora entrar en el terreno de la indis-
pero siempre con la misma textura). Es entonces creción–, ¿podría indicar cuáles de estos temas le
cuando estas imágenes despiertan una especie de sin- resultan más relevantes?
gular sensación, el resplandor de una aparición. Están
dotadas de un magnífico poder de conmoción… R
Podemos advertirlas desde lo lejos, incluso antes de Un escritor –al contrario de los soñadores que no
que hayan adoptado forma alguna, gracias a la emo- plasman, y suponiendo que no preste atención a lo que

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vuelve en sus sueños de manera recurrente–, al final y pre bajo forma imaginativa, al cabo de un viaje. Es
lógicamente, se ve retratado a sí mismo a través de sus sólo aquí, creo que este es el momento en el que ver-
libros, a la vez que se destapa ante los ojos del lector. daderament se levanta el telón. Ni pongo ni busco en
Por otro lado, no hay indiscreciones que cometer, ni ello un sentido simbólico. Es un pliegue de la imagi-
secretos que mantener ocultos, puesto que todo ha nación, eso es todo. Y entra en juego casi siempre con
sido publicado ya. Lo que sucede es que cuando el regularidad. Además, me he dado cuenta de que las
momento de la expresión ha pasado, los temas subya- grandes leyendas que directamente me hablan son
centes no despiertan ya el interés de nadie. siempre las que colocan en su centro un viaje, mágico
o agonizante, y de cuyo desenlace va a depender todo
D lo demás. La búsqueda del Grial, por supuesto, ocupa
Permítame que, pese a todo, insista. el primer lugar. Fíjese que no se trata ni de explora-
ción ni de cambio de aires. Se trata, ante todo, de par-
R tir, y bien lo sabía Baudelaire. Hablamos de viajes
Me gustaría entonces abordar el tema del viaje. muy inciertos, de partidas de tal trascendencia que
ninguna llegada podrá nunca desmentirlas. Busco
D una imagen para poder explicarme mejor.
Ese es un tema muy baudeleriano.
D
R Me encantaría que pudiera ser más explícito.
Naturalmente, Baudelaire sabía muy bien qué es
lo que importa. Desde luego, comprenderá usted, sólo R
en el bello lenguaje de las echadoras de cartas, el viaje Antes de la guerra, asistí al bautizo del paquebote
se sitúa en el lugar que merece. Según mi criterio, Ile de France. Cuando se quitan los últimos gatos, el
justo entre el Amor y la Muerte –y por supuesto, muy casco empieza a deslizarse con una lentitud extraor-
por encima del Dinero. Qué triste que un vocabulario dinaria; hasta tal punto que el espectador se plantea
tan bello se vea también contaminado por esta última durante un buen rato si de verdad hay movimiento o
carta. Reconozco que lo que cuenta para mí, todo no. Y entonces, incluso antes de que nos hayamos
aquello que realmente vale la pena, se presenta siem- percatado, nubes de vapor se elevan por los aires:

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toneladas de sebo con las que han untado previa- ...........................................
mente las correderas, y que en ese instante se volati-
lizan. Es un espectáculo verdaderamente impresio- D
nante. Me hizo comprender un poco, de manera muy Hay una pregunta que me gustaría hacerle ahora.
reveladora, aquello que más me conmueve en el sen- Sin duda, un espectáculo tan impresionante como el
timiento propio de la partida. De golpe sentíamos, que acaba de describir es proclive a marcar una ima-
veíamos que, tras aquella sacudida casi milimétrica, se ginación infantil. Pero, ¿no lo es solamente porque da
ejercía una increíble presión. una expresión figurada a cierta actitud instintiva ante
lo que se presenta, ante la vida? Es imposible que una
D forma tan obsesionante de ensoñación no se experi-
En suma, prima el sentimiento que radica en el mente de un modo peculiar.
punto de partida por encima de aquel que nos
aguarda en el momento de llegada. R
Tengo la sensación de que me empuja a un calle-
R jón sin salida. No se puede negar, en efecto, que somos
Exactamente. Cada vez que en alguna lectura responsables de aquello con lo que soñamos. Creo que
encuentro por casualidad esta impresión de despren- los grandes temas imaginativos son ante todo motores,
derse de todo, siento la misma sacudida que experi- movimientos simples, que se reducen casi a gestos de
menté entonces. Por ejemplo, los personajes de aceptación, de rechazo, de posesión, de evasión –en el
Stendhal, rebosantes de libertad, siempre empren- fondo son los mismos movimientos instintivos que
den el camino de una manera soberbia, magnífica. ordenan el curso de nuestras vidas. Aquí podría seña-
Para Flaubert, en cambio, jamás partimos del todo. Al lar que esta imagen de la partida –de la partida a
mismo tiempo, asocio casi siempre una idea de punto de realizarse– sin duda traduce, a su manera,
majestuosidad, a veces fúnebre, a esa sensación que un cierto gusto por el desdoblamiento que no puedo
se tiene en el momento de partir. Tal vez, detrás de rebatir. Debe de ser además una sensación común a no
todo ello, siempre esté presente aquella imagen de pocos autores: la necesidad de ser a la vez actor y
antaño, aquel deslizamiento sin retorno: el lanza- espectador, de tomar distancia, de apartarse constan-
miento de un gigantesco buque. temente de aquello que hacemos mientras lo hacemos.

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Porque la del hombre que se dispone a partir es una R
mirada nueva sobre las cosas que lo rodean. Aún está Sí. Parajes similares despiertan mi interés, desde
ahí pero ya no está. Ya ha adoptado una perspectiva luego, tanto en sueños como despierto. Me cuesta
de huída, y a la vez, tiene la sensación casi mágica de mucho desprenderme de ellos. No tanto de las cum-
esa condenada estabilidad. De hecho, existe otro bres de la montaña, desde donde las vistas son casi
«motivo» que me es conocido y que perfectamente siempre limitadas, como de los acantilados, pelda-
podría traducir el mismo movimiento, pero de otro ños de escalera que descubren un enorme país llano,
modo. La idea de ser transportado a un lugar elevado, o como de las torres altas. Para mí, una de las más
de observar hasta donde alcanza la vista, desde lo más hermosas panorámicas de este tipo es la que ofrece
alto, una vasta extensión de campo. Pero aquí, una capilla que domina Mortain, en Normandía,
empiezo ya a no sentirme muy cómodo. donde llegué a pasar horas enteras. Aun así, debo
confesar que a la vez que esta situación, ya sea real
D o imaginaria, me cautiva violentamente, me resulta
¿? dotada de una sugestión maléfica. Y creo que aquí
se encuentra un resguardo ancestral de la sensibili-
R dad colectiva: la sensación de que no es sino el
Los psiquiatras son personas temibles. Estoy con- demonio el que nos seduce desde la cumbre de la
vencido de que se trata de algo similar, pero más montaña. Aquel que invisible observa desde lo alto,
exhaustivo –digamos, si lo prefiere, más logrado– lo comete una especie de rapto prohibido: llega a
que ellos denominan «alucinación aeropanorámica». poseer indebida y mágicamente. Una de las sensa-
Espero igualmente que esto no merezca un nombre ciones de lectura más asfixiantes que he experimen-
de tal majestuosidad. tado –por la misma razón sin dudarlo– es aquella
escena de Otra vuelta de tuerca, de Henry James,
D donde el genio malvado que tira de los hilos hace su
Me parece que así es. A menudo encontramos en primera aparición. Inmóvil, con los codos apoyados
sus libros el retrato de un personaje apostado, o lle- sobre el tejado del castillo, observa el patio de arriba
vado hasta un lugar dominante, cuya mirada inspec- a abajo. Creo que en este gusto por la contemplación
ciona una extensa superficie de tierra. desde lugares elevados podemos encontrar, en el

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fondo, el mismo movimiento de distancia, de apar- agrupación de los objetos familiares que le rodeaban,
tamiento y de posesión a la vez, al que nos referi- del aire confinado que ha respirado, de esta especie
mos antes. de estado de suspensión de las cosas que se ponen a
soñar con él en voz alta, con una fuerza de convic-
D ción más inmediata aún que su propia presencia
Ya van dos. ¿No cree que si busca bien en sus física. Todo gesto en esta habitación vacía me parece
recuerdos podría encontrar alguna otra imagen fami- pues conllevar un lejano carácter de hechizo, de sus-
liar que se insertase en este mismo movimiento? titución fraudulenta, como si nos coláramos un poco
dentro del personaje dueño del lugar. El simple
R hecho de mirarse al espejo donde otro tantas veces se
Sí, seguramente habrá otra. Y fueron sobre todo ha mirado no me parece en absoluto algo libre de
mis libros los que me la dieron a conocer. Me di consecuencias. En las novelas policiacas, de las que
cuenta de su importancia más bien a posteriori. Si lo me confieso un lector intermitente, no es de extrañar
prefiere, es la imagen de la habitación vacía. que me decante por las tramas confinadas dentro de
una habitación cerrada. Habitación en la que cierto
D suceso ha tenido lugar y de donde algo o alguien ha
La habitación vacía, ¿se refiere al lugar prohi- desaparecido incomprensiblemente, aunque pueda
bido? ¿A la sala condenada en la que no está permi- volver a reaparecer como si tal cosa. Es más, la idea de
tida la entrada? aparición es para mí indisociable del concepto de
habitación cerrada, donde alguien residió durante
R mucho tiempo. ¿En qué otro lugar que no sea una
No es exactamente eso. Sino la habitación en la casa –y mejor aún, una habitación, ya que de ahí la
que vive alguien, y en la que podemos entrar siem- impregnación de la vida es más fuerte e íntima–
pre y cuando ese alguien esté ausente –una opera- podríamos «reaparecer» como por arte de magia?
ción que, para mí, siempre está fuertemente marcada Creo que me solidarizaría bastante con el modo de
por un carácter de prohibición, aunque se trate de la ver de los constructores de pirámides. Entiendo per-
intrusión más inocente. Siempre he tenido la sensa- fectamente los maleficios que han acumulado contra
ción de que en este caso, el ser ausente surge de la aquellos que penetran en la cámara central. Pues, en

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esta imagen de habitación vacía, podríamos dar con R
el mismo movimiento del que hablábamos antes. Es ¿Dónde va a buscarlo? Creo que es muy simple: va
otra vez cuestión de la exigencia de apartarse, de a buscarlo en su memoria. Una memoria dispuesta a
tomar distancia. En estas habitaciones, en el fondo, funcionar cuando es necesario, cuya capacidad de
aún se trata de alguien que está ahí y que a la vez no retención no es superior a cualquier otra, pero que
lo está, cuya presencia se ve sustancialmente refor- retiene lo indispensable, lo que intuye que será de uti-
zada por su distanciamiento. Puede que, para mí, lidad. Opino que, en una obra de imaginación propia-
también se trate de alguien que debería estar ahí. No mente dicha, la memoria no desempeña un papel
obstante, eso supondría adentrarse en consideracio- menos importante que en una obra realista. ¡Ni mucho
nes muy serias. menos! En una obra de imaginación todos los elemen-
tos están proporcionados –lo único es que se van recom-
D poniendo de una manera distinta. No podría ser de
Sí. Efectivamente, pienso que no resultará difícil otra forma: lo fantástico fabricado (las novelas de anti-
dar con un nexo, con una unidad direccional detrás cipación, por ejemplo) nos deja forzosamente fríos;
de esas imágenes, que son más bien simples, y que ¿qué tenemos que ver nosotros con ello? Hay procesos
conllevan una significativa propensión a atraer y mecánicos, como los que Raymond Roussel evidenció
asimilar numerosas impresiones y recuerdos. Sin a partir del lenguaje, que nos permiten crear estos ele-
embargo, creo que no le será fácil persuadir al lector mentos casi a discreción. La mente humana funciona
de que una obra de imaginación se mantiene en pie de tal manera que produce lo coherente hasta donde la
o existe solamente por esta especie de énfasis emo- vista alcanza. Hay que entender que es imposible
tivo sobre ciertos temas que salen más a menudo escribir algo, independientemente de la buena volun-
que otros o que en un intervalo pueden dejarse pre- tad que le echemos, que a su modo y por sí mismo no
sentir o adivinar. El lector es, ante todo, sensible a consiga «mantenerse en pie». Me llega de repente a la
cierta abundancia de formas y de colores que le hace mente el título de un poema de Rimbaud trascenden-
sospechar del autor una ensoñación constantemente tal desde mi punto de vista: «El sueño pobre». Me
superpoblada de imágenes complicadas. Su reac- tienta creer –en realidad, lo creo profundamente– que
ción habitual, suele ser, si no me equivoco: «¿dónde la verdadera ensoñación creadora es una ensoñación
va a buscar todo eso?» pobre, redundante, de carácter más bien obsesivo.

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Se trata sobre todo de poseer la facultad de unir un tado delimita la frontera entre recordar e imaginar.
enorme coeficiente emotivo con algunas imágenes Efectivamente, cada cual habrá podido notar que unas
capaces de electrizar a las demás. Y es a partir de aquí imágenes muy simples se vuelven reales y presentes,
cuando toda la masa de materiales extraídos de lo que como privilegiadas. Las conocemos, vuelven a nosotros.
nos ha sido proporcionado empieza a caldear, a coger La fuerza de la imaginación consiste en conferir a un
color gradualmente, por conducción. Decía antes que recuerdo muy simple una fuerza obsesiva».
la memoria de un escritor no tenía por qué estar mejor No me cabe duda de que es imposible encontrar
dotada en contenido que de cualquier otra –sin duda, una sola palabra que se deba modificar en este pasaje.
no lo está. La diferencia radica en que se trata de una En mi opinión, si afirmamos que las cosas hablan a la
memoria orientada. Lo que dicha memoria retiene por imaginación, lo hemos dicho todo sobre el escritor. Así
instinto es justamente todo aquello que podrá reflejar es, hay un filtro: o bien existe una incompatibilidad
desde más o menos lejos, todo aquello que podrá pren- absoluta entre estas cosas y él, o bien hay comunica-
der fuego bajo el calor que se desprende de aquellas ción, efervescencia inmediata. Pero si de verdad las
pocas imágenes privilegiadas. El proceso instintivo de cosas le hablan, es sólo porque encuentran un eco, un
selección por el que se filtran los recuerdos del escritor acceso, una intercesión de estas imágenes dispensa-
facilita la activación de correspondencias a partir del doras de energía que hemos tratado de definir. Todo
estímulo que le suscita determinada imagen. La esto empieza además a ser bastante conocido. El
memoria, en efecto, ha retenido sobre todo aquello que señor Gaston Bachelard ha escrito notables obras
estas imágenes elegidas han sido capaces de vivificar, sobre este asunto. Por supuesto, para un escritor, la
de electrificar, todo material que en suma, fuese buen eficacia está estrechamente vinculada a la fidelidad
conductor. En este punto, me gustaría además citar que él observa hacia ciertos pactos de alianza. Son tra-
unas palabras de Alain1 que tan perfectamente resu- tos bastante oscuros, y no sabemos muy bien quién se
men todo lo dicho. Esta es su reflexión: «La idea débil encargó de ratificarlos en su nombre. El escritor lleva
es aquella sobre la cual he vivido, sobre la que todos en su juego ciertas combinaciones de cartas y carece
vivimos, a saber, la imaginación es un residuo de de otras. El señor Bachelard, –que piensa que el tipo
recuerdos. En el fondo, la imaginación consiste en un de imaginación de cada uno de nosotros está asociado
efecto derivado de los sentimientos. Dominar todos los con uno de los cuatro elementos– diría en cambio que
pensamientos en función de un sentimiento represen- el autor se ve obligado a atenerse a un color.

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Pseudónimo de Émile-Auguste Chartier, filósofo y ensayista francés. Este extracto
está sacado de En lisant Dickens publicado en 1945 por Gallimard. (N. de la T.)

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D
Ha llegado el momento de concluir. ¿En qué sen-
tido lo haremos?

R
Si está de acuerdo, con suma prudencia. Limi-
témonos a admitir que nos hemos adentrado en el
dominio de las cosas eminentemente eventuales.
Sin duda alguna, en estas materias, cada uno no
puede hablar sino de su propia experiencia. Y dado
que usted le da mucha importancia, uno ha de
defender su punto de vista con fogosidad. Pero me
temo que no tenemos ningún derecho a contradecir
lo siguiente: después de todo, vivimos en un mundo
donde, afortunadamente, la libertad todavía se
defiende por sí sola.

Julien GRACQ.

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