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Kérygma y didaché: anuncio y enseñanza en la antigüedad patrística

La enseñanza cristiana toma toda su forma de la tradición apostólica, de hecho la


acción de anunciar el evangelio es un apostolado, un mandato, una misión, y por
tanto, acción de difusión del mensaje de la salvación. Durante el desarrollo de los
primeros siglos del cristianismo la enseñanza de la fe tomó todos los elementos del
mensaje evangélico y generó otras fórmulas de comunicación.

De hecho la concepción del kérygma que hasta ahora conocemos es un


encapsulamiento del concepto de predicación apostólica, es decir del “testimonio
(martyria) del ministerio, la muerte y resurrección de Cristo”. De tal modo que los
Padres, predicadores y ministros de la comunidad antigua mantuvieron el
“testimonio” apostólico como clave didáctica y espiritual para la enseñanza. Por
tanto el significado de kérygma se asociará fuertemente y como un sinónimo de
enseñanza.

Terminología del kérygma

Siendo un concepto griego, el kérygma aparece como un termino técnico de la


predicación del Nuevo Testamento emparentado con la semántica de la cultura. Son
tres los términos que figuran en el uso coloquial:keryx, mensajero, heraldo, público
blandidor; kerysso, hacer anuncios, pronunciar un bando, llamar, invocar, predicar
y enseñar públicamente; kérygma, anuncio, proclama, edicto, comunicación
predicación, dogma doctrina y tradición.

Kerygma y profeteia

Los Apóstoles son testigos autorizados porque han visto. El ejercicio del ver les da
el contenido para comunicar, porque han “visto con el ojo de la fe”, “han visto para
creer”, “lo que hemos visto, lo que hemos oído os lo transmitimos”. Es un ejercicio
de epifanía, una percepción histórica y espiritual intensa, una sensibilidad religiosa
como la del profeta porque no se ha recibido un conocimiento humano sino un
misterio que se traduce en el encuentro personal con Cristo.

La profecía está definida típicamente como ese anunciar y denunciar, sin embargo
la tradición religiosa ancestral refiere los datos proféticos como un supra
conocimiento, una revelación, una comunicación prodigiosa que se comunica al
hombre en categorías de conciencia de la relación entre lo humano y lo divino,
llámesele inspiración, contemplación o experiencia numinosa.

En cuanto a las características cristianas la profecía no dista mucho de aquella del


Antiguo Testamento, sin embargo se pueden extraer algunos rasgos de
identificación más relacionadas con el verdadero sentido kerygmático:

1. El contenido de la epifanía es Jesús mismo, el reconocimiento de sí mismo


(Rm 10,9).
2. A quienes se encuentran con Cristo resucitado llegan a ser testigos y por lo
tanto apóstoles de Jesucristo.
3. Los sentimientos y experiencias apostólicas creativas generan una narrativa
de la transmisión de ese testimonio epifánico (experiencias y significado).

En particular este último punto integra al contenido del kérygma la experiencia


apostólica como un paradigma ilustrativo de la profecía. Las hazañas de los
predicadores, maestros, misioneros, apóstoles fueron leyenda edificante (Lc 24,13-
35; Jn 21,1-14; Hechos de los Apóstoles, Hechos apócrifos, narraciones misioneras,
etc.).
Como conclusión de este carácter profético del kérygma podemos decir que un
apóstol cristiano reúne su experiencia a la fe en Cristo, en defensa de su propio
apostolado, pero sin dejar de visualizar que el foco de esta experiencia es el
testimonio objetivo, es decir, proclama la crucifixión, muerte y resurrección de
Cristo (Hech 2,36), pero la convierte en experiencia de predicación y por lo tanto
en tradición que predica a Cristo.

Profecía como fenómeno

A partir de Pentecostés se da un fenómeno pneumático: expresiones de inspiración


sorprendentes, proclamación e interpretación de un contenido ininteligible (1 Cor
2,13-3,3; Gal 6,1). La profecía se ha entendido siempre como “anuncio y juicio”,
“anuncio salvación”, sin embargo el kérygma cristiano se convierte en “anuncio y
revelación” (se crea el género apocalíptico). Es el testimonio de las cosas
trascendentes en materia de fe; el apóstol es testigo del Jesús celestial que anuncia
lo esencial de la conducta cristiana.

En esta tradición profética se incluye otra tradición hermenéutica que tiene un


carácter ampliamente escatológico: la articulación de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo con una visualización de los misterios eternos en el cosmos y
en la gloria (Fil 2,6-11). Por ejemplo la visión de Esteban en su martirio: “Esteban
lleno del Espíritu Santo”, “veo al hijo de Dios sentado a la diestra de Dios” (Hch
7,55-56).

Kérygma y paradosis

No había canon bíblico sino hasta los inicios del siglo III, sólo existían tradiciones
orales junto a la predicación. De hecho los textos y el testimonio estaban juntos y
componían la misma esencia del mensaje y de la enseñanza respecto a Jesús y a
sus Apóstoles. Sin embargo la Tradición se constituyó en una fórmula de síntesis
del contenido de la fe, devino un “depósito” (credo). La Tradición es el mismo
contenido de la predicación pero “sin negar ni quitar nada”. De frente a las
interpretaciones y experiencias temerarias de las corrientes heréticas se instituyó
una forma de doctrina segura. El kérygma también es tradición.

Esto cambió la forma carismática de algunos ministerios que estaban vinculados


con la experiencia de libre enseñanza: profetas, maestros y doctores que se
constituían como autoridades con brillo propio y a veces sin vinculación con la
comunidad, dígase el caso de gnósticos, maniqueos, docetas y montanistas. Las
comunidades cristianas por efecto de los movimientos sociales del Imperio se
dispersaron y necesitaron formas estereotipadas de control. Surgió el ministerio
episcopal para observar y garantizar la autenticidad de la enseñanza (1 Clem. 42-
44; Policarpo Ad Phil. 3,2).

Pero la gran Iglesia no perdió fuerza carismática sino que elevó la trasmisión al
rango de “carisma de la verdad” (regula fidei), que dependía de la recta
interpretación de la Sagrada Escritura (regula veritatis). La fe se elevó entonces a
un anuncio de calidad intelectual sin descuidar sus formas populares. Clemente de
Alejandría definió la tradición como “verdadero conocimiento”, como una “doctrina
secreta” que capacita al creyente a un progreso espiritual a través de la fuerza del
Logos de Dios. Tal es el caso de la creación de la escuela catequética de Alejandría
con un programa gnóstico, exegético espiritual para los catecúmenos y fieles.
También había doctrina secreta en otras sectas pero se mantenía en el rango de lo
hermético, sin dinamicidad de anuncio ni transmisión.
Muchas de estas doctrinas que también se sustentaron como “verdaderas”
derivaron en herejías o en versiones alternativas del contenido bíblico, no
mantuvieron la forma kerygmática, ni profética (más bien esotérica), ni tradicional
con el testimonio de los Apóstoles. Entonces, ¿cómo saber que una doctrina o una
interpretación era la verdadera? La respuesta es simple, se requiere de la usanza
de la fe común (consuetudo) que se ha hecho lex credendi, y en las anotaciones de
las prácticas litúrgicas, catequéticas y por supuesto en la difusión abierta. Tal es el
caso de los dos grandes ejemplos kerigmáticos que se convirtieron en Tradición:
la Epideixis oDemostración de la predicación apostólica de Ireneo de Lyon, y
la Tradición apostólica de Hipólito de Roma que son el compendio normativo de la
doctrina, liturgia y de la conducta cristiana.

Kérygma y paráclesis

La palabra paráclesis es otro sinónimo de kerigma pero con una semántica más
versatil: llamar, convocar, invocar, solicitar, incitar, exhortar, dar consuelo o
bienestar, pedir indulgencia y perdón. Y mientras el kérygma se dirige hacia la fe,
la paráclesis reclama la esperanza del creyente en una forma actuante.

La forma de la predicación es la misma, puede ser litúrgica, pública, ocasional, pero


en la paráclesis el contacto que se establece en el sistema de la comunicación es
más humano y de contacto, lo cual permitía la relación con el otro.

El medio por el cual se actuaba este contacto fue la homilía, ya que ésta en
términos estrictos significa “entretenimiento familiar”, y tuvo en la antigüedad
clásica y cristiana un uso variado y creativo, lo que le permitió ser el vehículo de la
transmisión asociado a la elocuencia sagrada, es decir al arte de invocar a Dios y
hacerlo presente para el favor de los hombres.

Cuando se piensa en el kérygma como tal se imagina la mente una especie de


pregón lacónico con un contenido definido, sin embargo la comunidad antigua (y
hasta nuestro hoy) ha expresado el anuncio de la salvación por medio de piezas de
predicación conocidas: tratado, homilía, sermón, coloquio o conversación espiritual.

La homilía estaba relacionada con todo género de predicación, sea la catequesis, la


interpretación exegética, la amonestación parenética, la alocución religiosa en
cualquier circunstancia y la explicación de los ritos (véase por ejemplo las
catequesis mistagógicas). Y aunque el acto de predicar se localice en el más amplio
sentido litúrgico, la homilía no pierde su intención original de ser un medio de
enseñanza fuera de la celebración. Conocemos otros estilos derivados de la misma
como el discurso (dictio - lectio), la discusión (diálogo), la conferencia (oratio, esta
tomará después el significado de súplica), la diatriba (consolatoria) y el panegírico.

Por supuesto el punto de contacto de todas estas manifestaciones es la Sagrada


Escritura. La homilía transmitía lo esencial, es decir, evangelizaba, por eso lo más
importante de la homilía es su carácter bíblico, profético. La homilía en sí posee una
estructura kerygmática y catequética (Justino 1ª Apología), porque es la asamblea
que se reúne para escuchar la lectura de los profetas y de los apóstoles, el
presidente desarrolla una admonición (admonitio) que es la interpretación del texto
sagrado y concluía con una aplicación a la vida concreta (adhortatio).

Generalmente en las solemnidades se leían extractos de los Hechos de los


Apóstoles (catequesis primarias) y textos de los Santos Padres, congruentes con la
explicación de los misterios.
¿Qué es lo que garantiza la homilía? El desarrollo de una segura base teológica que
evita las imprecisiones doctrinales. Pero sobre todo la escucha catequética de los
comentarios de las autoridades (Santos Padres), que se convertía en alimento
espiritual para la evangelización de las mayorías. La homilía como una forma
retórica debía mover ánimos, deleitar y conmover para abrir al oyente a la
contemplación del misterio que no dependía de la preparación intelectual del fiel
sino de los métodos para hacer más accesible la Palabra (tal es el caso de Gregorio
Magno y su método popular de lectura de la biblia).

Pero sobre todo la homilía generó firmeza catequética y razonamiento teológico, no


sin perder su forma popular por ser, precisamente una manera de explicar el texto
bíblico. En esta exposición se usarán otros mecanismos pedagógicos como la
paráfrasis, que es a su vez traducción, interpretación moral, histórica alegórica y
mística. He aquí los principales representantes del ejercicio homilético catequético:
Jerónimo, Orígenes, Eusebio, Clemente de Alejandría, Justino, Afrate, Efrén,
Crisóstomo, Crisólogo y por supuesto Agustín.

La homilía se convirtió en un medio para educar a las clases de cristianos simples o


sencillos (rudes) y a los letrados (Agustín De catechizandis rudibus), con un
beneficio catequético y kerygmático innegable. La homilía tiene un interés
didáctico, dinámico e inmediato en el anuncio del evangelio, da consuelo y alegría,
ganas por seguir el camino de Jesucristo.

Kérygma y parénesis

Dios ha hablado a los hombres con el fin y la intención de conducirlos hacia la meta
de la salvación. Pero el hombre no es sólo cabeza, sino también corazón. Por eso,
Dios ha hablado al entendimiento y también al corazón del hombre. Ha propuesto
unas verdades y ha impuesto unas prácticas. Todo para obtener una conversión.
Para ella Dios y los ministros de la Palabra han empleado no sólo razones, sino
exhortaciones, parénesis.

El término griego paraínesis significa exhortación, recomendación, aviso, consejo.


Aunque se ha impuesto como denominación del género parenético, la palabra
misma no aparece en la S.E. Solamente en dos ocasiones es usado el verbo (Hch
27,9.22), la primera con sentido de consolar y la segunda con el de exhortar.

Como término típico de exhortación se usa comúnmente paráclesis, sustantivo de


acción de los verbos suplicar, consolar, exhortar. Entre los sinónimos empleados
para explicar estas palabras, se usan «evangelizar» (Lc 3,18), «dar testimonio»
(Hch 2,40), «palabra» y «hablar» (Hch 20,2; Tit 2,15), «profetizar» (1 Cor
-14,3.31), «enseñar» y «enseñanza» (1 Tim 4,13; Tit 1,9). Todos aportan algún
detalle al concepto general de paráclesis, que es una forma de la oratoria en la que
prevalece la exhortación y la recomendación.

En la oratoria religiosa bíblica el término consagrado es kéryssó. Su ejercicio es una


misión (Me 3,14; 16,15) y un ministerio (Hch 6,4; 20,24). Los heraldos son
llamados ministros de la Palabra (Lc 1,3). Pero los predicadores realizan este
ministerio por medio de una variada serie de actividades. Primero comunican o
anuncian, luego explican el contenido de sus anuncios y exhortan para que los
oyentes se decidan a aceptar el mensaje y a vivirlo. Para ello recurren a la dicción
enfática, a las repeticiones, promesas y amenazas.

El mensaje del N. T. se abre con una invitación a la penitencia y a la conversión (Mt


4,17). Es la conclusión del primer sermón apostólico después de la Resurrección de
Cristo (Hch 2,38), que vino a hablar en nombre del Padre, como los Apóstoles lo
hacen en nombre de Cristo (Lc 10,16). La misión del Señor es persuadir a los
hombres a que abandonen los caminos de perdición para elegir el camino de la vida
(Jn 10,10), y emplea la predicación para transmitir su mensaje e interpretar su vida
(Hch 1,1). Los Evangelios son testigos de su acción y de su Palabra. Mt y lo en
particular nos han legado largos discursos pronunciados por Cristo en todos los
tonos. El Señor acompañaba sus palabras con lágrimas (Lc 19,41), súplicas (Mt
11,28-30), gritos (lo 7,37), razones (Jn 7-8), mandatos (Mt 5,21 ss.). Se presta al
diálogo (Mt 22,15-46), condesciende en parábolas y alegorías (lo 15,1-8), emplea
macarismos (bienaventuranzas) (Mt 5,3-12) y amenazas (Mt 23,13-38).

Por su parte, los Apóstoles, enviados por Cristo a continuar su misión, se sienten
«ministros de la Palabra» y saben que de ella viene la fe (Rm 10,17). Los primeros
discursos apostólicos terminan con una exhortación a la conversión y a la
aceptación del Evangelio (Hch 2,38; 3,19; 7,51 ss.; 13,38 ss.). Lo que es norma en
los Apóstoles predicadores es práctica común en los Apóstoles escritores. S. Pablo
dedica a la exhortación la parte final de sus misivas: «Os exhorto, pues» (Rm 12,1;
Eph 4,1; 1 Thes 4,1). Algunos escritos apostólicos son de carácter exclusivamente
parenético (cfr. Jud; 1 Jn). Otros delatan un origen homilético (1 Pe). De forma que
la proclamación de los hechos cristianos o kérygma va seguida de una catequesis
en la que la exhortación ocupa el lugar de las conclusiones.

Toda la enseñanza patrística es parenética, desde las exhortaciones espirituales


para el martirio hasta los grandes tratados morales. Sin embargo el tono tradicional
de la predicación proviene del pregón inicial: “arrepiéntanse y crean”.

Conclusión

El kérygma es anuncio, enseñanza y forma de comunicación de lo sagrado. Las


formas cristianas de evangelización después del período apostólico asumen el
kérygma dentro de toda forma de predicación. Formas como profecía, tradición,
consolación y exhortación están contenidas en el anuncio expreso de la predicación
cristiana. El anuncio de Cristo para nuestra salvación tiene muchas manifestaciones
espirituales que no quedan sólo en el contenido del kérygma sino en la fuerza
sobrenatural del mensaje.

José Alberto Hernández Ibáñez


SEMANA DE CATEQUESIS Mayo 19 de 2009

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