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En este montaje, Paulina Urrutia logra que simpaticemos con lo que nadie
estaría dispuesto a soportar: el monólogo de una hora y media de la esposa de
un capitán del Ejército que no duda en tildar de “cornuda” a la Amanda de la
canción de Víctor Jara o en señalar que los detenidos desaparecidos no son
sino esposos aburridos que escapan de sus mujeres; sin nunca caer, por
supuesto, en la mera ridiculización humorística del personaje. Ella es también
la amante y devota del señor Espina, el máximo exponente del Ejército y
responsable de erradicar el cáncer marxista de Chile.
La protagonista vive en un ínfimo pueblo del norte del país, confinada en las
alturas del desierto debido al trabajo de su marido (quien, no obstante, se
encuentra desarrollando una misión en Panamá) y siendo acompañada por su
hijo. Sólo acompañada, pues la nimiedad del vástago se traduce en que éste
no intervenga, únicamente es un cuerpo en escena, y en que no sea el ejemplo
de marcialidad anhelado por sus padres. Éste, probablemente, es hijo del señor
Espina y con mayor certeza es homosexual.
La obra transcurre mientras el pueblo espera la visita del señor Espina. Pero el
arribo del Comandante en Jefe no sólo tiene como objetivo pasar revista a las
instalaciones y al Centro de Madres (dirigido por Iris), también es la
oportunidad para que Él pueda jugar a “La Oficina”.
El monólogo de Iris está determinado por la pronta llegada del señor Espina,
pues ella espera ansiosamente la visita que revolucionará la letanía del
polvoriento pueblo y que desata el fluir compulsivo de su discurso, porque las
palabras del personaje van persiguiéndose, van exigiendo el espacio para
pronunciarse, como si Iris fuera adicta a hablar, a exponer opiniones y a contar
intimidades, y su gusto por aquello se traslada y traduce en el espectador en
una necesidad –̶̶ también compulsiva– de seguir escuchando.
Alejandro Moreno ha escrito también “Todos saben quién fue” (2001), “La
mujer gallina” (2003), por la cual ganó el Altazor, y “Norte” (2008). En la
dramaturgia de Moreno ha sido tocada como una constante la provincia, los
lugares alejados de toda atención y su miseria, económica y humana. En “La
amante fascista” evoca el paraje desolado que penetra en la protagonista y
que da inicio al montaje: “Autoridades y señoras de los distinguidos: en una
inmensa planicie cordillerana a una altura incomparable, sin tener conciencia
de que pueda existir algún poder superior al que invocar la desolada llanura, se
encuentra sola atendiendo un puesto de artesanías de una minoría étnica
chilena ficticia”. Al comenzar la obra, Iris se presenta en las alturas como una
mujer mitad cabra y semidesnuda, un ser indefinido, donosiano, medio animal
como lo es la “mujer shilena”, en una imagen grotesca que, no obstante,
esboza la constitución de su subjetividad: ultraderechista pero “puta”, según la
señalan cuchicheando las otras mujeres, y controladora del juego que es el
Centro de Madres en medio de la nada del desierto. A Iris le encanta rozar el
poder y de allí su fanatismo por el señor Espina.