Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
PERSONAJES
Ifícrates
Arlequín
Eufrosina
Cleantis
Trivelín
Isleños
La escena transcurre en la isla de los Esclavos. El teatro representa el mar y rocas a un lado, y a otro varios
árboles y casas.
ACTO ÚNICO
ESCENA I
Ifícrates camina tristemente por la escena con Arlequín
ARLEQUÍN: (Riendo) ¡Ja, ja, ja! Señor Ifícrates, ¡qué suceso tan divertido! Os compadezco, a fe mía, pero no
puedo evitar el reírme.
IFÍCRATES: (Aparte las primeras palabras) El malandrín abusa de mi situación: he hecho mal en decirle
dónde nos hallamos. Arlequín, tu alegría está fuera de lugar: vayamos por este lado.
ARLEQUÍN: ¡Tengo las piernas tan entumecidas!...
IFÍCRATES: Continuemos, te lo ruego.
ARLEQUÍN: Te lo ruego, te lo ruego: qué cortés y educado os habéis vuelto; será el clima de este lugar el
causante.
IFÍCRATES: Vamos, démonos prisa, hagamos sólo media legua por la costa para buscar nuestra chalupa, que a
lo mejor nos encontramos con parte de los nuestros; y, en tal caso, nos embarcaremos con ellos.
ARLEQUÍN: (Chanceándose) ¡Qué gracioso! ¡Cómo le dais la vuelta a las cosas! (Canta):
Embarcarse es cosa divina
cuando se rema, rema, rema,
embarcarse es cosa divina
cuando se rema con Catalina.
IFÍCRATES: (Conteniendo su ira) La verdad, no te entiendo, querido Arlequín.
ARLEQUÍN: Querido patrón, vuestros cumplidos me encantan; tenéis costumbre de hacérmelos a golpe de
porra, claro que no son tan buenos como esos, y la porra está en la chalupa.
IFÍCRATES: ¡Pero bueno! ¿No sabes que te aprecio?
ARLEQUÍN: Sí, pero las señales de vuestra amistad caen siempre sobre mis hombros, y eso no está bien.
Sabéis lo que os digo: que en lo tocante a los nuestros, que el cielo los bendiga. Si están muertos, tienen
para rato, y si están con vida, ya se les pasará. Y a mí se me da un comino.
IFÍCRATES: (Algo emocionado) Pero yo los necesito.
ARLEQUÍN: (Con indiferencia) ¡Oh! Ya puede ser: cada uno se sabe sus cosas. ¡Yo no quiero molestaros!
IFÍCRATES: ¡Esclavo insolente!
ARLEQUÍN: (Riéndose) ¡Ja! Habláis la lengua de Atenas, una endiablada jerga que no entiendo.
IFÍCRATES: ¿No reconoces a tu amo y ya no eres mi esclavo?
ARLEQUÍN: (Retrocediendo en tono serio) Lo he sido, lo confieso para vergüenza tuya. Pero bueno, te lo
perdono: los hombres no valen nada. En el país de Atenas era tu esclavo: me tratabas como a un pobre
animal y decías que era justo, porque eras el más fuerte. ¡Pues bien! Ifícrates, aquí vas a encontrar a otro
más fuerte que tú: te harán esclavo, te dirán también que eso es justo y veremos qué piensas de esa
justicia. Ya me dirás tus impresiones: te estaré esperando. Cuando hayas sufrido serás más razonable;
sabrás mejor lo que está permitido hacer sufrir a los demás. Todo iría mejor en el mundo si tus semejantes
recibieran la misma lección que tú. Adiós, amigo mío: voy a buscar a mis compañeros y a tus dueños. (Se
aleja)
IFÍCRATES: (Desesperado, corriendo tras él con la espada en la mano) ¡Santo cielo! ¿Se puede ser más
desgraciado y ultrajado que yo? ¡Miserable! No mereces seguir viviendo.
ARLEQUÍN: Despacito; tus fuerzas han disminuido mucho, pues ya no te obedezco: ve con cuidado.
ESCENA II
Trivelín, con cinco o seis isleños, llega acompañando a una señora y su doncella, y van corriendo hacia
Ifícrates, a quien ven blandiendo la espada.
TRIVELÍN: (Haciendo detener y desarmar a Ifícrates por su gente) Deteneos, ¿qué queréis hacer?
IFÍCRATES: Castigar la insolencia de mi esclavo.
TRIVELÍN: ¿Vuestro esclavo? Estáis equivocado, y os enseñaremos a corregir vuestros términos. (Toma la
espada de Ifícrates y se la entrega a Arlequín) Tomad esta espada, compañero: es vuestra.
ARLEQUÍN: Que el cielo os conserve la gallardía, bravo compañero.
TRIVELÍN: ¿Cómo os llamáis?
ARLEQUÍN: ¿Es mi nombre lo que queréis?
TRIVELÍN: Sí, por supuesto.
ARLEQUÍN: No tengo, compañero.
TRIVELÍN: ¿Cómo, que no tenéis?
ARLEQUÍN: No, compañero. Sólo tengo motes que me ha dado: unas veces me llama Arlequín y otras Hé.
TRIVELÍN: ¡Hé! El término es muy a la pata la llana; reconozco a esos señores en semejantes licencias. Y él,
¿cómo se llama?
ARLEQUÍN: ¡Oh, diantre! Se llama por un nombre: es el señor Ifícrates.
TRIVELÍN: Pues bien, cambiad ahora de nombre: sed el señor Ifícrates, y vos, Ifícrates, llamaos Arlequín o
bien Hé.
ARLEQUÍN: (Dando saltos de alegría, a su amo) ¡Oh, oh! ¡Cómo vamos a reírnos, señor Hé!
TRIVELÍN: (A Arlequín) Recordad al tomar su nombre, querido amigo, que se os da menos para halagar
vuestra vanidad que para corregirlo de su orgullo.
ARLEQUÍN: Sí, sí, ¡corrijamos, corrijamos!
IFÍCRATES: (Mirando a Arlequín) ¡Tunante!
ARLEQUÍN: Hablad, amiguito. Es otra licencia que se toma: ¿entra en el juego?
TRIVELÍN: (A Arlequín) En este momento puede deciros lo que quiera. (A Ifícrates) Arlequín, vuestra aventura
os aflige, y estáis indignado contra Ifícrates y contra nosotros. No os cortéis: consolaos con el furor más
vivo, tratadlo de miserable y a nosotros también. Ahora os está permitido todo; pero una vez transcurrido
este momento, no olvidéis que sois Arlequín, que este es Ifícrates y que sois para él lo que él era para vos:
tales son nuestras leyes y mi cargo en la república es hacerlas observar en este territorio.
ARLEQUÍN: ¡Ah, qué lindo cargo!
IFÍCRATES: ¡Yo, esclavo de este miserable!
TRIVELÍN: El ha sido antes el vuestro.
ARLEQUÍN: ¡Por desgracia! Pero basta con que sea obediente y seré mil veces bondadoso con él.
IFÍCRATES: Me concedéis la libertad de decirle lo que me plazca, pero no me basta: que me den un palo.
ARLEQUÍN: Compañero, éste se propone hablarle a mi espalda: desde ahora la pongo bajo la protección de la
república.
TRIVELÍN: No temáis.
CLEANTIS: (A Trivelín) Señor, yo también soy una esclava, y del mismo barco: no os olvidéis de mí, os lo
ruego.
TRIVELÍN: No, hermosa niña: he adivinado vuestra condición por vuestra ropa e iba a hablaros de lo que os
concierne cuando lo he visto con la espada en la mano. Dejadme terminar lo que tenía que decir.
¡Arlequín!
ARLEQUÍN: (Creyendo que lo llaman) A propósito, me llamo Ifícrates.
TRIVELÍN: (Continuando) Tratad de calmaros, seguramente ya sabéis quiénes somos.
ARLEQUÍN: ¡Oh, diantre! Una gente muy amable.
CLEANTIS: Y razonable.
TRIVELÍN: No me interrumpáis, hijos míos. Pienso que ya sabéis quiénes somos. Cuando nuestros padres,
irritados por la crueldad de sus amos, abandonaron Grecia y vinieron a establecerse aquí, en medio del
resentimiento por los ultrajes que habían recibido de sus patrones, la primera ley que hicieron fue la de
quitar la vida a todos los amos que el azar o el naufragio condujeran a su isla, y en consecuencia dar la
libertad a sus esclavos. La venganza había dictado esa ley; veinte años más tarde la razón la abolió y dictó
otra más suave. Ya no nos vengamos de vosotros: os corregimos. Ya no es vuestra vida la que
perseguimos, sino la barbarie de vuestro corazón lo que queremos destruir. Os arrojamos a la esclavitud
para haceros sensibles a los males que en ella se experimentan; os humillamos para que, hallándonos
soberbios, os reprochéis el haberlo sido. Vuestra esclavitud o, mejor dicho, vuestro curso de humanidad
dura tres años, al término de los cuales os liberamos si vuestros amos están contentos con vuestros
progresos; y, si no llegáis a ser mejores, os retenemos por consideración hacia los nuevos desgraciados
que haríais por ahí, y, como muestra de bondad hacia vosotros, os casamos con una de nuestras
conciudadanas. Estas son nuestras leyes al respecto: aprovechad su rigor saludable, dad gracias a la suerte
que os ha llevado hasta aquí. Os entrega a nuestras manos duras, injustas y soberbias; os halláis en un
estado deplorable y nos proponemos curaros; sois menos nuestros esclavos que nuestros pacientes y sólo
nos tomamos tres años para volveros sanos, es decir, humanos, razonables y generosos para el resto de
vuestra vida.
ARLEQUÍN: Y todo gratis, sin purgas ni sangrías. ¿Se puede tener salud a mejer precio?
TRIVELÍN: Por lo demás, no intentéis escapar de este lugar, sería un intento vano y no haríais sino empeorar
vuestra suerte: empezad vuestro nuevo régimen de vida por la paciencia.
ARLEQUÍN: Puesto que es por su bien, ¿hay algo que replicar?
TRIVELÍN: (A los esclavos) En cuanto a vosotros, hijos míos, que pasáis a ser libres y ciudadanos, Ifícrates
vivirá en esta cabaña con el nuevo Arlequín, y esta hermosa joven se alojará en la otra. Deberéis in-
tercambiar vuestras ropas, es la orden. (A Arlequín) Pasad ahora a esa casa que está aquí al lado, donde se
os dará de comer si tenéis necesidad de ello. Os comunico, por lo demás, que disponéis de ocho días para
disfrutar del cambio de estado, tras lo cual se os dará, como a todos los demás, una ocupación adecuada.
Podéis iros, os espero aquí. (A los isleños) Acompañadlos. (A las mujeres) Y vosotras, quedaos.
ESCENA III
Trivelín, Cleantis, esclava, Eufrosina, su ama.
TRIVELÍN: Vamos a ver, compatriota —pues ya miro nuestra isla como vuestra patria—, decidme vuestro
nombre.
CLEANTIS: (Saludando) Me llamo Cleantis, y ella, Eufrosina.
TRIVELÍN: ¿Cleantis? Está bien.
CLEANTIS: Tengo también apodos: ¿os apetece conocerlos?
TRIVELÍN: Claro que sí. ¿Cuáles son?
CLEANTIS: Tengo toda una lista: Boba, Ridícula, Bestia, Gansa, Imbécil, etcétera.
EUFROSINA: (Refunfuñando) ¡Serás impertinente!
CLEANTIS: Mirad, mirad, otro que olvidaba.
TRIVELÍN: Efectivamente, os ha cogido in fraganti. En vuestro país, Eufrosina, se dicen pronto insultos a
quienes se pueden decir impunemente.
EUFROSINA: ¡Ay! ¿Qué queréis que le responda, en la extraña situación en que me encuentro?
CLEANTIS: ¡Oh! Vamos, ya no es tan fácil responderme. Antes no había nada más cómodo, sólo os las teníais
que ver con desdichados como yo. ¿Se necesitaban muchas ceremonias? «Haz esto, te lo ordeno; cállate,
boba...». Pero eso se ha terminado. Ahora hay que hablar con más dentó: es un lenguaje extranjero para la
señora, pero lo aprenderá con el tiempo, hay que tener paciencia. Yo haré lo que pueda para que adelante.
TRIVELÍN: (A Cleantis) Moderaos, Eufrosina. (A Eufrosina) Y vos, Cleantis, no os dejéis llevar por el dolor.
No puedo cambiar las leyes ni libraros de ellas: ya os he mostrado lo buenas y saludables que eran para
vos.
CLEANTIS: ¡Uy! Me engañará si se corrige.
TRIVELÍN: Pero como sois de un sexo naturalmente débil, y que por eso habéis tenido que ceder con mayor
facilidad que un hombre a los ejemplos de altivez, desprecio y dureza que os han dado en vuestra casa
contra sus semejantes, todo cuanto puedo hacer por vos es rogar a Eufrosina que pese con bondad los
agravios que pueda sentir, para que los pese con justicia.
CLEANTIS: ¡Oh! Mirad, todo eso es demasiado elevado para mí, no entiendo nada. Yo iré por mi camino,
pesaré como ella pesaba, y lo que sea sonará.
TRIVELÍN: Despacito, no hay que vengarse.
CLEANTIS: Pero, amigo mío, a fin de cuentas, habláis de su sexo: tiene el defecto de ser débil, pues yo le
ofrezco lo mismo; no tengo la virtud de ser fuerte. Si tengo que disculpar todos sus malos modos para
conmigo, deberá ella también disculpar el rencor que siento contra ella, porque yo también soy mujer
como ella. Veamos, ¿quién decidirá? ¿No soy yo el ama por una vez? Pues bien, que empiece por
disculpar mi rencor, y después yo le perdonaré, cuando pueda, lo que me ha hecho: ¡que espere!
EUFROSINA: (A Trivelín) ¡Qué palabras! ¿Es necesario estar expuesta a escucharlas?
CLEANTIS: Sufridlas, señora, son el fruto de vuestras obras.
TRIVELÍN: Vamos, Eufrosina, moderaos.
CLEANTIS: ¿Qué queréis que os diga? Cuando se está furiosa lo mejor para que se pase es resarcirse un poco:
eso es todo. Cuando la haya regañado a placer una docena de veces, la dejaré tranquila: pero necesito
hacerlo.
TRIVELÍN: (Aparte a Eufrosina) Esto tiene que seguir su curso; pero consolaos, terminará antes de lo que
pensáis. (A Cleantis) Espero, Eufrosina, que abandonéis vuestro resentimiento, os lo pido como amigo.
Pasemos ahora al examen de su carácter: es necesario que me presentéis un retrato, que debe hacerse ante
la persona que se pinta, para que se conozca, se avergüence de sus ridiculeces, si las tiene, y se corrija.
Tenemos buenas intenciones, como veis. Venga, empecemos.
CLEANTIS: ¡Oh, qué buen invento! Vamos, estoy dispuesta: preguntadme, estoy en mi salsa.
EUFROSINA: (Suavemente) Os ruego, señor, poder retirarme y no escuchar lo que va a decir.
TRIVELÍN: Por desgracia, querida señora, esto se hace sólo para vos: es preciso que estéis presente.
CLEANTIS: Quedaos, quedaos: un poco de vergüenza y a otra cosa.
TRIVELÍN: Vana, melindrosa y presumida, eso será más o menos sobre lo que os preguntaré, así al azar.
¿Tiene algo de eso?
CLEANTIS: Vana, melindrosa y presumida: ¿que si tiene de eso? ¡Eh! Esa es mi querida señora, es su vivo
retrato.
EUFROSINA: ¿No es suficiente, señor?
TRIVELÍN: ¡Ah! Os felicito por la pequeña molestia que eso os ocasiona; os ha dolido, eso es buena señal y
presumo que irá bien en el futuro. Pero eso no son sino grandes rasgos, vamos un poco a los detalles. ¿En
qué, por ejemplo, le encontráis los defectos de los que hablamos?
CLEANTIS: ¿En qué? Por todas partes, a cualquier hora, en cualquier sitio. Ya os he dicho que me
preguntarais, pero, ¿por dónde empezar? No tengo ni idea, me pierdo. Hay tantas cosas, he visto tanto,
notado tanto de todos los colores, que estoy confusa. La señora está callada, la señora habla; mira, está
triste, está alegre: silencio, palabras, miradas, tristeza y alegría es todo uno, sólo el color es diferente; es
vanidad muda, contenta o enojada; es coquetería parlanchina, celosa o curiosa: es siempre la señora,
siempre vana o coqueta, una tras la otra, o ambas a la vez. Eso es lo que es, por ahí voy a empezar: sólo
eso.
EUFROSINA: No sé si podré contenerme.
TRIVELÍN: Esperad, es sólo el principio.
CLEANTIS: La señora se levanta: ¿ha dormido bien, el sueño la ha embellecido, se siente viveza y brillo en los
ojos? Rápido, a las armas: el día será glorioso. « ¡Que me vistan!». La señora verá gente hoy; irá a los
espectáculos, a los paseos, a los saraos: su rostro puede mostrarse, puede soportar la luz del sol, dará gusto
de ver, sólo hay que pasearlo con desparpajo, está en condiciones, no hay nada que temer.
TRIVELÍN: (A Eufrosina) Lo está explicando muy bien.
CLEANTIS: Por el contrario, ¿la señora ha descansado mal? « ¡Ah!, que me traigan un espejo. ¡Qué aspecto
tengo! ¡Qué mal me veo!». Mientras, se mira, se intenta arreglar el rostro de mil maneras, nada da
resultado. Ojos caídos, la tez marchita: no hay nada que hacer, hay que cubrir ese rostro, ponerse una bata,
la señora no verá hoy a nadie, ni siquiera la luz del día, si puede; su cuarto deberá estar a oscuras.
Mientras tanto llegan visitas, entran: ¿qué van a pensar del rostro de la señora? Creerán que se está
poniendo fea: ¿dará ese gusto a sus buenas amigas? No, hay remedio para todo, ya veréis. « ¿Cómo estáis,
señora? —Muy mal, señora: he perdido el sueño, hace ocho días que no pego ojo y no me atrevo a
mostrarme: doy miedo». Y eso quiere decir: Señores, haced cuentas de que no soy yo; no me miréis,
volved otro día a verme, no me juzguéis hoy: esperad a que haya dormido. Yo oía todo eso, pues nosotros,
los esclavos, estamos dotados contra nuestros amos de una penetración... ¡Oh! Son unos pobrecillos para
nosotros.
TRIVELÍN: (A Eufrosina) Ánimo, señora: sacad provecho de esa pintura, pues me parece fiel.
EUFROSINA: Ya no sé dónde estoy.
CLEANTIS: Estáis en los dos tercios, y voy a terminar, si es que no os aburre.
TRIVELÍN: Terminad, terminad; la señora soportará bien el resto.
CLEANTIS: ¿Os acordáis de una noche en que estabais con ese caballero tan apuesto? Yo estaba en vuestro
aposento, hablabais bajito, pero yo tengo el oído muy fino: queríais gustarle sin que se notara, hablabais
de una mujer que él veía a menudo. «Esa mujer es amable, decíais, tiene los ojos pequeños, pero muy
dulces», y entonces abríais los vuestros, os dabais unos aires, unos movimientos de cabeza, unas pequeñas
contorsiones, una viveza. Yo me reía. Sin embargo, lo lograsteis, el caballero picó y os ofreció su corazón.
« ¿A mí?, dijisteis. —Sí, señora, a vos, a lo más amable que existe en el mundo. —Continuad, atrevido,
continuad», dijisteis, quitándoos los guantes so pretexto de pedirme otros. Pero tenéis lindas manos: las
vio, las tomó y las besó. Aquello animó su declaración; y todo eso por haber pedido los guantes. Entonces,
¿es o no es así?
TRIVELÍN: (A Eufrosina) A decir verdad, lleva razón.
CLEANTIS: Escuchad, escuchad, esto es lo más divertido. Un día que podía oírme y creía que yo no me daba
cuenta, hablaba de ella y dije: « ¡Oh! Lo cierto es que hay que confesarlo: la señora es una de las mujeres
más hermosas del mundo». ¡Cuántas bondades no me valió esa frasecilla durante una semana! En otra
ocasión semejante probé a decir que la señora era una mujer muy juiciosa: ¡oh!, no obtuve nada por eso, ni
la afectó; y estaba bien dicho, pues la halagaba.
EUFROSINA: Señor, no pienso quedarme más tiempo, si no es a la fuerza: ya no puedo aguantar más.
TRIVELÍN: Ya está bien por ahora.
CLEANTIS: Iba a hablar de los vapores de melindres a los que la señora está expuesta al menor olor. No sabe
que un día puse, sin que se diera cuenta, flores junto a su cama para ver qué sucedía. Esperaba los vapores,
pero todavía no han llegado. Al día siguiente, cuando estaba con gente, apareció una rosa: ¡crac! le
vinieron los vapores.
TRIVELÍN: Ya basta, Eufrosina: retiraos un momento a unos pasos de nosotros, que tengo algo que decirle:
luego se reunirá con vos.
CLEANTIS: (Yéndose) Recomendadle por lo menos que sea dócil. Adiós, buen amigo: os he distraído y me doy
por satisfecha. Otro día os contaré cómo la señora deja de ponerse a menudo sus hermosos vestidos para
envolverse en una bata de casa que le ciñe suavemente el talle. Ese traje es otra fineza: diríase que una
mujer que se lo pone no se preocupa de hacer ostentación, pero cuénteselo a otros: va ceñida en un corsé
insinuante, como mostrando una manera natural. Va diciendo a los demás: «Mirad mis gracias, son mías y
bien mías» y, por otro lado, también se les quiere decir: «Ved cómo visto, con qué sencillez, no hay ni
pizca de coquetería en mi atuendo».
TRIVELÍN: Pero os he rogado que nos dejarais.
CLEANTIS: Ya me voy, y luego continuaremos con el cuento, que será muy divertido, pues veréis cómo mi
señora entra en el palco del teatro, con qué empaque, con qué aires de grandeza, aunque de un modo
distraído y como quien no quiere la cosa, pues la buena educación da esa clase de orgullo. Veréis cómo en
el palco lanza una mirada de indiferencia y desdén hacia las mujeres que están a su lado y a quien no
conoce. Hasta luego, amigo mío, voy a nuestra morada.
ESCENA IV
Trivelín, Eufrosina.
EUFROSINA: ¡Es que, la verdad, son unas condiciones muy extrañas! ¡Me repugnan!
TRIVELÍN: Humillan un poco, pero eso es muy bueno. Decidíos: una libertad muy cercana es el precio de la
verdad. Entonces, ¿os parecéis o no al retrato que se ha hecho?
EUFROSINA: Pero...
TRIVELÍN: ¿Cómo?
EUFROSINA: Hay su parte de verdad, aquí y allá.
TRIVELÍN: Eso de aquí y allá no sirve para nuestras cuentas: ¿confesáis todos los hechos? ¿Ha exagerado?
¿Ha contado lo justo? Daos prisa, tengo otras cosas que hacer.
EUFROSINA: ¿Necesitáis una respuesta tan exacta?
TRIVELÍN: Sí, señora, y pensad que es por vuestro bien.
EUFROSINA: La verdad es que...
TRIVELÍN: ¿Qué?
EUFROSINA: Que soy joven...
TRIVELÍN: No os he preguntado vuestra edad.
EUFROSINA: Una tiene cierto rango, una quiere gustar.
TRIVELÍN: Y eso hace que el retrato os sea fiel.
EUFROSINA: Creo que sí.
TRIVELÍN: ¡Bueno! Eso es lo que necesitábamos. Encontráis que el retrato es un poco ridículo, ¿no es cierto?
EUFROSINA: Hay que confesarlo.
TRIVELÍN: ¡Estupendo! Estoy contento, querida señora. Id a reuniros con Cleantis: le devuelvo su verdadero
nombre para que tengáis una prenda de mi palabra. No os impacientéis, mostrad un poco de docilidad y el
momento esperado llegará.
EUFROSINA: Confío en vos.
ESCENA V
Arlequín, Ifícrates, que han cambiado sus trajes, Trivelín.
ARLEQUÍN: ¡Tralarí, tralará, tralariro, tralarí! ¡Qué bien, compañero! El vino de la república es maravilloso.
Me he bebido ricamente mi pinta, pues estoy tan sediento desde que soy amo, que ya tengo ganas de
beberme otra. ¡Que el cielo conserve la viña, el vendimiador, la vendimia y las bodegas de nuestra ad-
mirable república!
TRIVELÍN: ¡Bueno! Disfrutad, compañero. ¿Estáis contento de Arlequín?
ARLEQUÍN: Sí, es un buen chico: podrá hacerse algo con él. A veces se queja, pero se lo he prohibido, so pena
de desobediencia, y le he ordenado la alegría. (Toma a su amo de la mano y baila) Tala, tala, lalá...
TRIVELÍN: Hasta a mí me ponéis contento.
ARLEQUÍN: ¡Oh! Es que cuando estoy alegre, estoy de buen humor.
TRIVELÍN: Muy bien. Me encanta veros satisfecho de Arlequín. Parece que no teníais muchas quejas contra él
en su país.
ARLEQUÍN: ¿Cómo, allí? A menudo le deseaba un mal de todos los diablos, pues a veces era insoportable.
Pero ahora que soy feliz, me doy por pagado: ya le he dado el recibo.
TRIVELÍN: Me gusta el carácter que tenéis y me impresionáis. ¿Significa eso que disfrutaréis modestamente de
vuestra buena fortuna y que no le vais a causar ningún quebranto?
ARLEQUÍN: ¡Quebrantos! ¡Ah, pobrecillo! A lo mejor resultaré un pe-lín insolente, porque soy el amo: nada
más.
TRIVELÍN: Porque soy el amo: tenéis razón.
ARLEQUÍN: Sí, pues cuando uno es el amo, uno va con decisión, sin miramientos, y tan pocos miramientos
conducen a veces a un hombre cabal a ser impertinente.
TRIVELÍN: ¡Oh! Eso no importa: ya veo que no tenéis maldad.
ARLEQUÍN: ¡Qué va! Sólo soy un poco travieso.
TRIVELÍN: (A Ifícrates) No os asustéis por lo que voy a decir. (A Arlequín) Aclaradme una cosa. ¿Cómo se
comportaba por allá? ¿Tenía algún defecto de humor, de carácter?
ARLEQUÍN: (Riendo) Ay, compañero, qué malicioso sois: pedís que haga comedia.
TRIVELÍN: ¿Ese papel es divertido?
TRIVELÍN: Habéis hecho bien, no tenéis nada que perder. Adiós, pronto tendréis noticias mías.
ESCENA VI
Cleantis, Ifícrates, Arlequín, Eufrosina
CLEANTIS: Se me ocurre una cosa: que digamos que nos traigan sillas para tomar el fresco sentados y para
escuchar las galantes palabras que me vais a dirigir. Hay que gozar de nuestro estado, experimentar todo el
placer.
ARLEQUÍN: Vuestros deseos son órdenes para mí. (A Ifícrates) Arlequín, rápido, sillas para mí y sillones para
la señora.
IFÍCRATES: ¿Puedes emplearme en esas cosas?
ARLEQUÍN: La república lo quiere.
CLEANTIS: Mirad, mirad, mejor nos paseamos así, y mientras hablamos haréis girar la conversación hacia la
inclinación que mis ojos os han inspirado por mí. Pues todavía somos personas de bien, no hay que
olvidarlo: dejemos a un lado la familiaridad de los criados. Vamos, procedamos con nobleza: no ahorréis
cumplidos ni reverencias.
ARLEQUÍN: Y vos no ahorréis los melindres. ¡Ánimo!, aunque sólo sea para burlarnos de nuestros dueños.
¿Llevaremos con nosotros a nuestros siervos?
CLEANTIS: Por descontado, ¿podríamos estar sin ellos? Son nuestro séquito: lo único, que se separen un poco.
ARLEQUÍN: (A Ifícrates) Retiraos a diez pasos.
(Ifícrates y Eufrosina se alejan haciendo aspavientos de asombro y rabia. Cleantis observa a Ifícrates y
Arlequín a Eufrosina)
ARLEQUÍN: (Paseándose por la escena con Cleantis) ¿Habéis notado, señora, la claridad del día?
CLEANTIS: Hace el mejor tiempo del mundo: a eso llaman un día amoroso.
ARLEQUÍN: ¿Un día amoroso? Entonces me parezco al día, señora.
CLEANTIS: ¿Cómo que os parecéis a él?
ARLEQUÍN: ¡Caramba! ¿Cómo hace uno para no enamorarse cuando se está frente a frente con vuestras
gracias? (Tras esas palabras da saltos de alegría) ¡Oh, oh, oh, oh!
CLEANTIS: ¿Qué tenéis? ¡Desfiguráis nuestra conversación!
ARLEQUÍN: ¡Oh!, no es nada: me estaba aplaudiendo.
CLEANTIS: Suprimid esos aplausos, pues nos molestan. (Continuando) Ya sabía que mis gracias iban a causar
su efecto. Caballero, sois galante, os paseáis conmigo, me decís ternezas: pero acabemos, ya es suficiente,
os dispenso de los cumplidos.
ARLEQUÍN: Y os agradezco vuestra dispensa.
CLEANTIS: Vais a decirme que me amáis, lo estoy viendo: hablad, caballero, hablad. Por suerte no creeré
nada. Sois amable pero presumido, y no me convenceréis.
ARLEQUÍN: (Cogiéndola del brazo y arrodillándose) ¿Debo arrodillarme, señora, para convenceros de mi ar-
dor y de la sinceridad de mi llama?
CLEANTIS: Pero esto se está poniendo serio. Dejadme, no quiero compromisos: levantaos. ¡Qué viveza! ¿Hay
que decir que se está enamorado? ¿No podríamos pasar con menos? ¡Qué extraño es todo esto!
ARLEQUÍN: (Riendo, de rodillas) ¡Ja, ja, ja! ¡Esto marcha! Somos tan cómicos como nuestros dueños, pero
con más juicio.
CLEANTIS: ¡Oh! Ahora os reís y lo estropeáis todo.
ARLEQUÍN: ¡Ja, ja! A fe mía, sois muy amable y yo también. ¿Sabéis qué estoy pensando?
CLEANTIS: ¿Qué?
ARLEQUÍN: En primer lugar, que vos sólo me amáis por coquetería, como la gente fina.
CLEANTIS: Todavía no, pero sólo faltaba una palabra cuando me habéis interrumpido. Y vos, ¿me amáis?
ARLEQUÍN: Estaba a punto, cuando se me ha ocurrido una idea. ¿Cómo encontráis a mi Arlequín?
CLEANTIS: Muy de mi gusto. ¿Y qué decís vos de mi doncella?
ARLEQUÍN: Que es una tunanta.
CLEANTIS: Ya adivino vuestro pensamiento.
ARLEQUÍN: Ya sé lo que haremos: enamoraos vos de Arlequín y yo de vuestra doncella. Somos lo bastante
fuertes para acometerlo.
CLEANTIS: Esa patraña me divierte. En el fondo, no podrían hacer nada mejor que amarnos.
ARLEQUÍN: Nunca habrán querido a nadie más juicioso, y somos unos partidos excelentes para ellos.
CLEANTIS: Sea. Inspirad a Arlequín que se aficione a mí; hacedle ver la ventaja que sacaría en la situación en
la que se encuentra: que se case conmigo y saldrá al punto de la esclavitud. A fin de cuentas, es cosa fácil.
Hace unos días era sólo una esclava, pero al fin me veo señora y dueña tan buena como la que más. Lo soy
por casualidad, pero ¿no es la casualidad la que lo hace todo? No hay nada que replicar. Tengo incluso un
rostro distinguido: todos me lo dicen.
ARLEQUÍN: ¡Cáspita! Me quedaría con vos si no amara a vuestra doncella una pizca más que a vos.
Recomendadle amor por mi personita que, como veis, no es desagradable.
CLEANTIS: Vais a quedar satisfecho. Voy a llamar a Cleantis y bastará con que le diga una palabra. Alejaos un
instante y volved luego. Después hablaréis con Arlequín por mí, pues debe empezar él: mi sexo, las
conveniencias y mi dignidad lo exigen.
ARLEQUÍN: ¡Oh! Lo exigen si queréis, pues entre la gente distinguida no se andan con tantos remilgos; y, de
un modo discreto, podríais dejar caer alguna palabrita clara al azar para darle ánimos, ya que vos sois más
que él: es el orden.
CLEANTIS: Eso está bien dicho. En efecto, en la situación en la que estoy, podría parecer bajeza sujetarme a
ciertas formalidades que no me atañen, lo comprendo de maravilla, pero habladle de todos modos. Yo voy
a decir cuatro palabras a Cleantis. Retiraos por un momento.
ARLEQUÍN: Elogiad mis méritos; prestadme un poco, que luego os lo devolveré.
CLEANTIS: Dejadme a mí. (Llama a Eufrosina) ¡Cleantis!
ESCENA VII
Cleantis, Eufrosina que se acerca despacio
ESCENA VIII
Arlequín, Eufrosina
ESCENA IX
Ifícrates, Arlequín
IFÍCRATES: Cleantis me ha dicho que deseabas hablarme: ¿qué quieres de mí? ¿Tienes algún otro insulto que
lanzarme?
ARLEQUÍN: Otro personaje que va a pedirme compasión. No tengo nada que decirte, amigo mío. Sólo quería
darte la orden de que amaras a la nueva Eufrosina: eso es todo. ¿Puede saberse qué diantre te pasa?
IFÍCRATES: ¿Y puedes preguntármelo tú, Arlequín?
ARLEQUÍN: ¡Claro que puedo, ya ves que lo estoy haciendo!
IFÍCRATES: Me habían prometido que mi esclavitud terminaría pronto, pero me han engañado: esto se acabó,
ya no puedo más. Me muero, Arlequín, y pronto perderás a este desgraciado amo que no te creía capaz de
las indignidades que ha recibido de tu parte.
ARLEQUÍN: ¡Ay! Sólo nos faltaba eso para echar a perder nuestros amores. Escucha, te prohíbo que mueras
por malicia; por enfermedad puede pasar, te lo permito.
IFÍCRATES: Los dioses te castigarán, Arlequín.
ARLEQUÍN: ¿Y por qué quieres que me castiguen? ¿Por haber sufrido toda mi vida?
IFÍCRATES: Por tu audacia y tus desprecios hacia tu amo; nada me ha impresionado más, lo confieso. Naciste,
te educaste a mi lado en la casa de mi padre; el tuyo todavía está allí: te había encomendado tu deber al
marchar. Yo mismo te había elegido por un sentimiento de amistad para acompañarme en mi viaje; creía
que me apreciabas y eso me ligaba a ti.
ARLEQUÍN: (Llorando) ¿Y quién te ha dicho que ya no te aprecio?
IFÍCRATES: ¿Me aprecias y me haces mil ofensas?
ARLEQUÍN: Porque me burle un poquillo de ti, ¿significa eso que ya no te aprecie? Bien decías tú que me
apreciabas cuando me hacías dar de golpes: ¿acaso las badanas son más honradas que las burlas?
IFÍCRATES: Estoy de acuerdo en que a veces he podido maltratarte sin motivo.
ARLEQUÍN: Es la verdad.
IFÍCRATES: ¡Pero con cuántas bondades he reparado eso!
ARLEQUÍN: Pues no me he enterado.
IFÍCRATES: Además, ¿no convenía corregirte de tus defectos?
ARLEQUÍN: Más he sufrido por los tuyos que por los míos. Mis mayores defectos eran tu mal humor, tu
autoridad y el poco caso que le hacías a tu pobre esclavo.
IFÍCRATES: Venga, eres un ingrato: en lugar de ayudarme aquí, de compartir mi aflicción, de mostrar a tus
compañeros el ejemplo de una adhesión que los hubiera conmovido, que tal vez los hubiera incitado a
renunciar a su costumbre o a liberarme, y que me hubiera penetrado del más vivo reconocimiento.
ARLEQUÍN: Tienes razón, amigo mío: me muestras muy bien mis deberes para contigo. Pero no supiste nunca
los tuyos para conmigo cuando estábamos en Atenas. Quieres que comparta tu aflicción y nunca
compartiste la mía. ¡Y bien!, debo tener el corazón mejor que el tuyo, pues hace tiempo que sufro y sé lo
que es la pena. Me has pegado por amistad: pues tú lo dices, te lo perdono. Me he burlado de ti por
divertirme: tómalo en buena parte y sácale el mayor provecho. Hablaré en favor tuyo a mis compañeros,
les rogaré que te dejen ir y, si no quieren, te tendré a mi lado como amigo. Porque yo no me parezco a ti.:
no tendría valor para ser feliz a expensas tuyas.
IFÍCRATES: (Acercándose a Arlequín) Querido Arlequín, quiera el cielo, tras lo que acabo de oír, que tenga la
dicha de mostrarte un día los sentimientos que muestras por mí. Va, querido hijo, olvida que fuiste mi
esclavo y siempre recordaré que no merecía ser tu amo.
ARLEQUÍN: No digáis eso, querido dueño mío: si hubiese estado en vuestro lugar, tal vez no habría valido más
que vos. Soy yo quien tiene que pediros perdón por el mal servicio que os he prestado siempre. Cuando no
erais razonable, era culpa mía.
IFÍCRATES: (Abrazándolo) Tu generosidad me abruma.
ARLEQUÍN: Pobre patrón, ¡qué agradable es hacer el bien! (Tras decir eso, empieza a desvestir a su amo)
IFÍCRATES: ¿Qué haces, querido amigo?
ARLEQUÍN: Devolvedme mi traje y poneos el vuestro: no soy digno de llevarlo.
IFÍCRATES: No voy a poder contener las lágrimas. Haz como quieras.
ESCENA X
Cleantis, Eufrosina, Ifícrates, Arlequín
CLEANTIS: (Saliendo con Eufrosina, que llora) Dejadme, no tengo ganas de oír vuestros gemidos. (Y más
cerca de Arlequín) ¿Qué significa eso, señor Ifícrates? ¿Por qué os habéis puesto otra vez vuestro traje?
ARLEQUÍN: (Con ternura) Porque a mi querido amigo le viene muy pequeño, y el suyo me viene demasiado
grande a mí. (Abraza las rodillas de su amo)
CLEANTIS: Explicadme lo que estoy viendo: ¿parece que le pidáis perdón?
ARLEQUÍN: Es para castigarme por mis insolencias.
CLEANTIS: Pero, ¿qué pasa con nuestro proyecto?
ARLEQUÍN: Pasa que quiero ser un hombre cabal: ¿no es ese también un hermoso proyecto? Me arrepiento de
mis majaderías, y él de las suyas; arrepentíos de las vuestras, y la señora Eufrosina se arrepentirá también:
¡y luego que viva el honor! Serán cuatro arrepentimientos que harán que lloremos a placer.
EUFROSINA: ¡Ay! Querida Cleantis, ¡qué ejemplo para vos!
IFÍCRATES: Decid más bien: ¡qué ejemplo para nosotros! Señora, estoy plenamente convencido de ello.
CLEANTIS: ¡Ah! Realmente, ya estamos con vuestros hermosos ejemplos. O sea que nuestros criados que nos
desprecian en público, que se hacen los altivos, que nos maltratan y que nos miran como gusanos, luego
están la mar de satisfechos de encontrarnos mil veces mejores personas que ellos. ¡Vaya! Qué feo queda
haber tenido por todo mérito oro, plata y dignidades. ¡No valía la pena darse tanta coba! ¿Dónde estaríais
ahora si no tuviéramos otro mérito nosotros?, ¿no estaríais cogidos y bien cogidos? Se trata de concederos
el perdón y, para tener esta bondad, ¿qué hay que ser, si me hacéis el favor de decirlo? ¿Rico?: no.
¿Noble?: no. ¿Gran señor?: en absoluto. Vosotros erais todo eso y ¿valíais más? ¿Y entonces qué se
necesita? ¡Ah!, ya lo sé. Se necesita un buen corazón, virtud y juicio: eso es lo que se necesita, eso es lo
que es apreciable, lo que distingue, lo que hace que un hombre sea más que otro. ¿Lo habéis oído bien,
señores distinguidos de la sociedad? Con eso se dan los buenos ejemplos que pedís y que os superan. ¿Y a
quién se los pedís? A unos pobres diablos a los que siempre habéis ofendido, maltratado, vilipendiado, con
todo lo ricos que erais, y que se apiadan de vosotros, con todo lo pobres que son. Daos importancia,
enorgulleceos ahora que vais a caer en gracia. Vamos, deberíais sonrojaros de vergüenza.
ARLEQUÍN: Venga, amiga mía, seamos buenos sin reprochárnoslo, hagamos el bien sin ofender a nadie. Se
arrepienten de haber sido malvados, eso debe hacerlos iguales a nosotros. Pues cuando uno se arrepiente
es bueno, y cuando uno es bueno está a nuestro nivel. Acercaos, señora EUFROSINA: os perdona, está
llorando, el rencor desaparece y vuestro asunto está concluido.
CLEANTIS: Es verdad que estoy llorando: si lo que no me falta es buen corazón.
EUFROSINA: (Con tristeza) Querida Cleantis, abusé de la autoridad que tenía sobre ti, lo confieso.
CLEANTIS: ¡Ay! ¿Cómo podíais tener el valor de hacerlo? Pero ya está hecho, quiero olvidarlo todo. Haced lo
que queráis. Si me habéis hecho sufrir, ¡mala suerte!: no quiero tener que reprocharme lo mismo, os
concedo la libertad. Y si hubiera una nave, partiría al instante con vos: ese es todo el mal que os deseo; si
vos seguís haciéndomelo, no será por culpa mía.
ARLEQUÍN: (Llorando) ¡Ah, qué buena chica! ¡Ah, qué naturaleza tan caritativa!
IFÍCRATES: ¿Estáis contenta, señora?
EUFROSINA: (Conmovida) Ven a mis brazos, querida Cleantis.
ARLEQUÍN: (A Cleantis) Arrodillaos para ser todavía mejor que ella.
EUFROSINA: El agradecimiento apenas me permite contestarte. No hables más de tu esclavitud y piensa sólo
en compartir conmigo todos los bienes que los dioses me han concedido si volvemos a Atenas.
ESCENA XI
Trivelín y los dichos.
TELÓN.