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El camino del niño hacia la conquista del idioma comienza en el vientre de la madre.
Según investigaciones recientes se sabe que si la madre y el padre le hablan al niño, o le
leen cuentos durante el proceso del embarazo, éste reconocerá las voces de sus
progenitores al nacer. Además, el lenguaje es el primer patrimonio familiar que recibe el
recién nacido; le acompaña desde la cuna hasta la tumba, y es la herencia, a veces la
única, que se transmite de generación en generación.
El niño, apenas nace, grita porque tiene hambre, dolor o molestias. Los gritos se
diferencian y los padres aprenden a diferenciar los gritos para saber qué es lo que tiene
o quiere. "Con un grito entra el niño en la vida -dice Otto Elgelmayer-. Las expresiones
sonoras durante los primeros días y semanas (mezclados con gritos, más tarde sonidos y
gorjeos), que ocupan en un principio la mayor parte de la vigilia, son acciones instintivas
tan certeras en su aspecto funcional como el mamar" (Elgelmayer, O., 1970, p. 112).
Cerca de los seis meses aparecen las llamadas "pseudo palabras", compuestas de algunas
sílabas unificadas por el acento, la entonación y una articulación única. El cambio
cuantitativo y cualitativo en el lenguaje del niño, entre los ocho y doce meses, se refleja
en el surgimiento de un fenómeno lingüístico que se podría denominar "fonética
sintagmática". Es decir, "se reproduce la estructura sonora de la palabra o solamente el
esquema silábico de la palabra acentuada, sin intento alguno de aproximación al sonido
real (ejemplo ¶nanana· por ¶medicina·). Característica particularmente esencial de este
período es la arbitrariedad del lenguaje (que; por lo demás, no se extiende a la
pronunciación de sonidos aislados). En este período los sonidos adquieren una
característica relevante, o sea que la composición sonora del lenguaje del niño es
correlativa a la composición sonora del idioma correspondiente". (Petrovski, A., 1980, p.
201)
En el período "mono-verbal", tanto en lo fonético como en lo semántico, el niño produce
palabras onomatopéyicas, que expresan deseos y hechos concretos, ya que el desarrollo
idiomático y motriz están interrelacionados. Después aprende a pronunciar palabras
compuestas por los sonidos reflexivos. Este aprendizaje se realiza sin que el niño se dé
cuenta de ello, repitiendo las palabras que escucha en su entorno. Estas palabras, que en
principio no tienen sentido para el niño, cobran poco a poco su significado real.
La primera palabra que cae de su boca, como un fruto maduro, es la palabra "mamá", cuya
pronunciación conlleva varios significados: "mamá, mira"; "mamá, lleva"; "mamá, viene";
"mamá, ¿dónde estás?"; y así sucesivamente. "Desde el punto de vista ·lógico-conceptual·,
las frases mono-verbales, según su función de denominación y juicio, son conceptos
universales, esquemas lingüístico-conceptuales, análogos a los esquemas gráficos en los
comienzos del dibujo infantil. Así, ·guau-guau· es un concepto universal de todo lo que
tenga cuatro patas; ·auto·, de todo lo que rueda; ·hombre·, de todo lo que muestre una
cara humana" (Elgelmayer, O., 1970, p. 115).
El niño entre los dos y los tres años concentra todo su interés en la adquisición de un
léxico cada vez más amplio, una "herramienta prodigiosa" que le permite representar y
designar los objetos de su entorno, con alrededor de 1.100 vocablos adquiridos en este
período de su desarrollo lingüístico. A la acumulación y ampliación de este caudal léxico
contribuyen directamente los primeros intentos que lleva a cabo él mismo para ordenar y
estructurar su lenguaje. A diferencia del período de la "palabra-frase", puede ya
expresar un juicio o una observación, y abre las puertas poco a poco al relato expositivo.
Articula oraciones en un estilo telegráfico efectivo, compuesto por dos o más palabras,
para expresar y controlar sus necesidades corporales. En sus oraciones aparece un
sustantivo, un pronombre, un verbo, un objeto, y puede completar con un artículo o
complemento. Sin embargo, no domina aún el lenguaje. Sólo uno o dos frases de cada
cincuenta pueden considerarse oraciones completas.
En la etapa del "realismo mágico" (de los cuatro a los seis años), los niños gustan de los
cuentos de hadas. Descubren la connotación semántica de las palabras. Sus oraciones son
extensas, aunque simples, presentan preposiciones y declinaciones para precisar las
personas, el lugar, el género y número. Es normal que en este período, conocido también
como la "edad interrogativa", el niño empiece a acosar a sus padres con preguntas
referidas a los objetos: "¿Quéseso?" (Qué es eso). Después con preguntas acerca de los
elementos que tienen vida propia: personas, animales, vegetales, etc.
En el período en el cual los niños creen que todas las cosas tienen un fin y que todo está
hecho por el hombre y para el hombre, preguntan: "¿Por qué?", "¿Quién?", "¿Cómo?"...
Preguntas que no siempre son fáciles de responder. Y aunque cada niño tiene su propia
explicación para cada cosa, a veces, hacen preguntas que requieren una explicación física
(¿Por qué brilla el sol?, ¿Por qué llueve?); otras una explicación biológica (¿Qué hace que
crezca mi hermano?, ¿Por qué envejece uno?); otras una explicación psicológica (¿Por qué
estás triste?, ¿Cómo se siente un enfermo?).
Como los niños no discriminan las preguntas al igual que los adultos, pueden lanzar
preguntas espontáneas sobre los fenómenos naturales: los volcanes, el viento, la lluvia;
preguntas sobre cómo era papá o mamá cuando eran pequeños o, simplemente, "¿Cómo
entra el bebé en el vientre de mamá?", Y, sobre todo, cuando la madre da una respuesta
que no le satisface.
A partir de los cinco años, el niño habla con cierta fluidez, perdiendo paulatinamente la
articulación infantil, y da respuestas cada vez más ajustadas a lo que se le indaga. A los
seis años es consciente de los colores y las formas geométricas, y utiliza correctamente
las partículas gramaticales; empieza a formar oraciones más complejas y bien
estructuradas, incluso frases subordinadas y condicionales. Pero, a pesar de que la
estructura y la forma del lenguaje está completa, sigue sin comprender las palabras cuya
semántica le exige un razonamiento lógico o abstracto.
El niño, en el transcurso de su desarrollo, puede pensar sobre un número cada vez más
amplio de objetos y hechos y, por lo tanto, amplia el contenido de lo que quiere expresar.
Si a los dos meses comienza la explosión en el desarrollo idiomático, marcado por un
rápido aumento del vocabulario primero y por la aparición de combinaciones de dos o más
palabras, a los seis años el niño conoce alrededor de 14.000 palabras; un aprendizaje que
no es fácil de precisar, ni siquiera partiendo de una perspectiva conductista.
Con todo, durante el proceso de aprendizaje idiomático, los niños se enfrentan a una
serie de dificultades que están en relación con su capacidad perceptiva e intelectual.
Así, en el período preoperacional (entre los dos y siete años) tienen dificultades para
conjugar los verbos en tiempo pasado y futuro, por eso hablan en tiempo presente como
tiempo vivencial. No son capaces de distinguir verbalmente entre el pasado y el futuro,
que están más allá de su propio tiempo. Por ejemplo, el subjuntivo se (érase) es sólo de
carácter literario, y no se presenta casi nunca en los niños de edad preescolar, y en los
niños del período de las operaciones concretas (entre los siete y nueve años) se
registran sólo en sus ejercicios de redacción (como imitación de los libros), pero no así
en sus conversaciones espontáneas.
El empleo del tiempo futuro en gramática es raro antes de los siete años y poco
frecuente entre los siete y doce años, y raro hasta los doce años de edad. "El
pluscuamperfecto (había hablado) es esporádico hasta los siete años, y raro hasta los
diez. No llega a consolidarse hasta los diez u once años, con diferencias individuales
según el grado de instrucción escolar y el medio familiar en que viven los niños: Supone
un escalonamiento relativo de las acciones pasadas, que la mente infantil no necesita en
su comunicación espontánea, aunque lo entiende cuando lo oye a los mayores. No hay que
decir que el pretérito anterior (hube contado) no existe para el niño, ni para el adulto
que no haya recibido instrucción literaria de nivel elevado; y aun así no se usa más que en
la lengua escrita" (Gili Gaya, S., 1972, p. 107).
Los niños que se encuentran en el período de las operaciones concretas o del realismo
ingenuo, hacen su exposición en tiempo pasado, o en el tiempo del distanciamiento
concreto. Entienden el significado de "ayer", "mañana", "verano", "ya", "espera", etc. En
el lenguaje infantil no figuran las preposiciones (ante, bajo, tras, etc.), por cuanto se
debe considerar que el lenguaje infantil será siempre diferente al de los adultos.
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¿Qué se puede decir sobre la semántica? Todo aquél que haya tenido o tenga relación
con niños pequeños sabe que las connotaciones semánticas de las palabras no significan lo
mismo para ellos que para los adultos, porque el desarrollo semántico está íntimamente
ligado al nivel de madurez cognoscitivo del individuo. De modo que, como ya se dijo, "los
niños ¶no· conocen el significado completo de las palabras cuando comienzan a usarlas,
sino tan sólo algunos de los rasgos del significado que están también presentes entre los
que los adultos poseen para esa palabra. Los niños comienzan identificando el significado
de la palabra con sólo algunos rasgos de carácter muy general y utiliza esos rasgos para
decidir cuándo deben aplicar la palabra. Por consiguiente, si observamos la utilización
que de ellas hacen podremos descubrir que comenten ciertos ¶errores· en relación con el
uso de los adultos y, asimismo, podremos llegar a establecer cuáles son los rasgos que
están teniendo en cuenta". (Soto Rodríguez, P., 1986, p. 287).
Ahora bien, a pesar de que la comunicación entre el niño y el adulto resulta con
frecuencia difícil, sabido es que el niño pequeño entiende mucho más de lo que expresa
con palabras. Piaget explicó, con cierto criterio, que en el niño existe un idioma
funcional, y que éste manifiesta por medio de símbolos en el juego y en los dibujos. Es
decir, cuando un niño de cuatro años dice: "niño pelota", tiene en mente la
representación conjunta que correspondería a "el niño tiene una pelota" o "este niño
juega con pelota". Asimismo, se debe considerar que existe un lenguaje activo y otro
pasivo, entre los cuales el pasivo tiene un léxico más amplio que el activo, lo que les
permite entender a los niños el código lingüístico de una persona proveniente de otro
medio social diferente al suyo o a los autores de los libros infantiles.
Los niños del período preoperacional, así como no pueden diferenciar -ante un espejo-
cuál es su brazo izquierdo y cuál su derecho, tampoco pueden diferenciar las
connotaciones especificas de las palabras. Los niños de tres y cuatro años interpretan
los términos "más" y "menos" como sinónimos, generalmente con el significado de "más".
A la pregunta: "Qué árbol tiene más/menos manzanas". Los niños responden como si
supieran que "más" se refiere, igual que "menos", a la cantidad. Lo que hace suponer que
los niños no entienden las connotaciones semánticas de las palabras "más" y "menos".
El lenguaje de las aproximaciones no sólo es inherente en los niños, sino también en los
adultos. El semiólogo italiano Umberto Eco, refiriéndose a las aproximaciones del
lenguaje como a las paradojas de los relojes, dice: "Después de que los lógicos se
preocuparon en hallar reglas matemáticas para construir proporciones no ambiguas, no
sólo la lingüística, sino la propia lógica y la inteligencia artificial se han dado cuenta de
que el lenguaje natural es el reino de las aproximaciones (...) Hace años que están
efectuando investigaciones sobre lo que la gente piensa que es un ave. La gente piensa -
por lo tanto los niños- que las aves vuelan y considera que los pollos son aves (...) Sujetos
sometidos a exámenes correctamente elaborados han revelado, durante los
experimentos, que piensan que el águila es un ave, al igual que un pollo, pero que el águila
es más ave que el pollo; de ahí que los lingüistas hayan establecido, por decirlo así,
escalas de ¶pajaridad· en las que el águila vale 10 puntos y el pollo uno (y creo que los
búhos estaban en un escalón algo inferior al de los cóndores). Resumiendo, nosotros
hablamos siempre de manera aproximativa, y conseguimos entendernos sólo porque
comparamos nuestras expresiones, fundamentalmente inexactas, con el momento en que
las utilizamos, con la naturaleza del interlocutor, con lo que se dijo anteriormente y con
el tema de la conversación presente". Más todavía, en nuestra intercomunicación "nos
salva nuestro·más-o-menos·, pues de lo contrario seríamos todos como el Funes de
Borges, el cual, debido a la exactitud de su percepción y de su memoria, no podía aceptar
que el perro que había visto a las tres de perfil pudiese ser el mismo que veía de frente
a las cuatro. Nos moriríamos, como él" (Eco, U., 1986, p. 1)
Por último, valga señalar que la literatura infantil, a partir de la Segunda Guerra
Mundial, es más fiel al desarrollo idiomático del niño. No usa el lenguaje retórico, la
sintaxis intrincada ni la semántica abstracta, sino un lenguaje depurado de toda
complejidad estilística.
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, Vivi: Barn och ungdomslitteratur, Ed. Svenslärarföreningen, Stockholm, 1983.
, Samuel: Estudios del lenguaje infantil. Ed. Bibliograf, Barcelona, 1972.
., Pilar: El desarrollo del lenguaje, (ver: Psicología evolutiva, Tomo II),
Ed. Alianza, Madrid, 1986.