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De todas las violadas a las que tuve que estudiar en la mesa de autopsias
resalta el caso de una mujer de dieciocho años cuyo cadáver fue
abandonado a varios metros de la carretera con múltiples lesiones
traumáticas que tuvieron que ser minuciosamente estudiadas, ya que,
cuando el violador fue detenido, adujo que ella, al asustarse, se tiró del
coche en marcha (como años más tarde haría otra muchacha violada, si
bien en este caso, afortunadamente, la víctima no murió, aunque resultó
con importantes lesiones en las nalgas, que se arrasó al caer
aceleradamente sobre el asfalto tras saltar desde el portaequipajes del
coche para salvar su vida). La autopsia de la primera víctima puso de
relieve que las lesiones no eran por caída, ni por caída acelerada, aún
cuando sí hubo arrastre, ya que ella en su resistencia impulsó al agresor a
apartarla más de la carretera para que sus voces de auxilio no fueran
escuchadas por ningún otro automovilista. Las lesiones perigenitales eran
muy explícitas, pero no por penetración ni desfloramiento, sino por vencer
la resistencia que con los muslos cerrados ofreció la pobre muchacha.
Además, fue golpeada repetidamente con piedras que llegaron a desfigurar
su cara, acto cuyo objeto era retrasar o imposibilitar su identificación. Todo
ello, junto a la sangre y el destrozo de los vestidos y la ropa interior, daba al
cadáver el aspecto patético de haber mantenido una lucha dramática, que
mantuvo no sólo para defender su honestidad, sino también su vida.
Al hablar del perfil psicológico del violador debería más bien decirse de los
violadores, ya que no existe un solo tipo de agresor sexual, sino que la
figura comprende un amplio espectro de conductas desadaptativas y
agresivas ante la mujer. Cuándo ésta agrede al varón, hecho más
frecuente delo que podría creerse, forma parte de otro gran capítulo de la
psicopatología sexual.
Al fin, la mujer es libre, pero no gracias a las ideologías, pues son más bien
éstas las que han cambiado gracias a la medicina. Y digo gracias porque la
libertad siempre debe perseguirse y utilizarse en aras de la autenticidad de
la realización del sujeto como persona. Pero esta libertad de la mujer,
evidentemente, no es tolerada por el violador, que en el fondo es un
machista frustrado, impotente y degradado.
Los anticonceptivos han permitido a la mujer ser más activa sexualmente, y
por tanto olvidar sus temores a las maternidades no deseadas, pudiendo
así dedicarse con más plenitud a un sexo más gratificante para ellas, lo que
les estaba vedado. Esta actitud asusta mucho a los hombres, ya que
pierden la dirección del encuentro y no aceptan que la verdad del mismo no
radica en la imposición machista o hembrista, sino en la unión libre, total e
íntima de la pareja, lo que supone, sin duda, el gran hallazgo de estos
años. La negación de tal hallazgo lleva a la impotencia y a la frigidez, y ello
a la perversión sexual y a la violación, como acto compulsivo de un poder
erotizado sustitutivo del auténtico amor.
Así, es preciso modificar la ley, para que los jueces, los magistrados y la
sociedad en general no caigan en la trampa de sus propias normas,
viéndose obligados a dejar salir a estos reclusos a la calle de forma
prematura y cuando aún no están en condiciones para ello. Esta situación,
además, pone de relieve un viejo dicho de la psiquiatría forense, y es el de
que en épocas normales el psicópata está controlado por la sociedad,
mientras que en épocas de crisis es la sociedad la que se ve manipulada
por los psicópatas, siendo tal vez ésta la razón por la que parecen haber
aumentado estos delitos en los últimos tiempos, ya que los autores no
están suficientemente custodiados y tutelados por la ley, que les concede
beneficios que no están en condiciones de disfrutar.
Los beneficios penitenciarios no deben darse sistemáticamente, sino de
forma estudiada y meditada, particularizando y personificando cada paso a
través de un estudio pormenorizado a cargo de un grupo de expertos que,
como ya he referido en otras ocasiones, debería estar compuesto de un
psiquiatra, un psicólogo, un criminólogo, un sociólogo, un educador y un
penalista. Estos emitirían un juicio de valor sobre la peligrosidad psicosocial
del interno y lo remitirían al juez, el cual a su vez estaría asesorado por el
médico forense de su Juzgado.
Este sistema reduciría el riesgo de la reincidencia y evitaría conceder la
libertad a todos aquellos sujetos que no han conseguido su propia
liberación (aunque, por supuesto, el acierto o error no llegaría nunca al 100
por ciento), pues, en definitiva, cada hombre debe ser el hacedor de su
propia historia, la cual debe enmarcarse en un contexto ético, maduro y
libremente aceptado. Los propios gobiernos deben favorecer estos
procesos a través de instituciones adecuadas, bien dotadas y gestionadas,
sin caer en ese eufemismo estúpido de nuestra actual sociedad que
concede la "reducción de penas por el trabajo", cuando no es el sitio más
adecuado para el establecimiento del ocio enriquecedor, sino que más bien
es allí donde surgen precisamente gran número de las alteraciones
conductuales por la patología del ocio, las cuales hacen oscilar a los presos
entre la exaltación incontrolada y el tedio desolador cuajado de depresivo
aburrimiento.
LA VIOLENCIA FEMENINA
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