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Trotsky y Gramsci - Convergencias y divergencias

(09 01 2003) -

Estrategia Internacional N° 19 - Enero 2003Emilio Albamonte y Manolo RomanoAntonio Gramsci, al igual que Trotsky,
fue un heredero del pensamiento de la Tercera Internacional antes de su estalinización, es decir de la mayor organización
revolucionaria de masas de los trabajadores que haya existido: la del marxismo a la ofensiva. Pero si el trotskismo
actual mantiene débiles hilos de continuidad con aquel movimiento revolucionario de la pre-guerra, el pensamiento de
Gramsci ha corrido peor suerte. Fue reapropiado en la posguerra por el PC de Palmiro Togliatti, en Italia (asimilación que
el estalinismo jamás podría haber hecho de León Trotsky) y luego por el eurocomunismo, para justificar una estrategia
abiertamente a favor del sostenimiento del régimen burgués; incorporado en la actualidad como lectura usual en los
medios académicos, utilizado por todo tipo de arribistas y funcionarios gubernamentales. Aunque aquí criticamos, a
nuestro entender, las limitaciones de la estrategia de Gramsci, sostenemos que así como el estalinismo no fue
engendrado por el bolchevismo sino que resultó de su degeneración contrarrevolucionaria, tampoco la mayoría de los
actuales gramscianos, devenidos muchos de ellos en “intelectuales orgánicos” de la burguesía o
consejeros de burocracias sindicales, son un producto del legado del comunista italiano.

No somos los primeros en plantear un contrapunto entre el pensamiento de Trotsky y el de Gramsci. Perry Anderson,
desde el marxismo académico, abrió un debate con las ambigüedades del concepto de hegemonía en Gramsci en un
trabajo pionero en el que están presentes las visiones teóricas de Trotsky1, cuestión que no fue desarrollada por las
propias corrientes trotskistas. Nuestro intento es hacer chocar dos sistemas teóricos de conjunto, en lo que tienen éstos
de particulares: la noción de equilibrio capitalista y la teoría de la revolución permanente en Trotsky, la relación entre guerra
de maniobras-guerra de posición en Gramsci, así como la aplicación de su categoría de revolución pasiva que, creemos, no
ha tenido la atención que merece del marxismo revolucionario. Como primeros resultados, de la intersección de ambas
teorías surgen nuevos conceptos o se dialectizan otros que permiten entender mejor el complejo panorama internacional
desde la segunda posguerra, el período del llamado “Orden de Yalta” en el que, sobre la base del triunfo
contra el nazi-fascismo, se consolida la hegemonía del imperialismo norteamericano en el mundo y el aberrante control
del stalinismo sobre gran parte del movimiento obrero internacional. Pero si bien buscamos en nuevas herramientas
teóricas una comprensión más profunda de “cómo dominó la clase dominante” en el pasado y cuáles fueron
las bases de la creación de un nuevo reformismo de masas a la salida de la segunda guerra mundial, lo hacemos
especialmente para desentrañar, en el presente militante, los mecanismos de bloqueo de la revolución y combatir al
reformismo. Y sobre todo, la comparación de las teorías de Trotsky y Gramsci - ubicadas en el convulsivo escenario de la
lucha de clases en la que fueron elaboradas, entre la primera y la segunda guerras mundiales - tiene el objetivo de
reestablecer, hacia el futuro, la relación entre los tres grandes fenómenos catastróficos que son el álgebra de la época
imperialista en la que vivimos: las crisis capitalistas, las guerras y las revoluciones.

Entre las dos guerras

Independientemente de que tan en decadencia o inestable se observe la situación de los EE.UU. en el mundo actual, la
hegemonía del imperialismo norteamericano se nos aparece hoy como algo “natural”. Esto no era así de
ningún modo en los inicios del siglo XX ni tampoco la conquista de su rol dominante se produjo
“naturalmente”. Lejos de ello, se definió en un interregno en el que nunca tuvo más vida la definición de
Lenin del período abierto con la Primera Guerra Mundial: una “época de crisis, guerras y revoluciones”.
Desde el inicio de esta etapa el marxismo revolucionario debió analizar un giro fundamental en las relaciones de dominio
mundial: el pasaje de la hegemonía imperialista de las manos de la vieja Inglaterra a las de la ascendente Norteamérica.
¿En qué se basó ese gran cambio y cómo ocurrió?

El economista marxista Isaac Joshua hace una muy buena síntesis en relación al período de entreguerras y la Gran
Depresión: “El listado de fechorías atribuidas al patrón oro ha demostrado que la crisis de la libra es claramente uno
de los grandes puntos claves de la depresión de los años ‘30. Una crisis de la libra que se nos ha aparecido como
una crisis de hegemonía, o, para ser más precisos, como una crisis ‘entre dos’: Inglaterra no puede
ejercer más su antiguo rol, los Estados Unidos no logran ejercerlo todavía. Inglaterra está impedida por Estados
Unidos en sus esfuerzos de continuar como antes; Estados Unidos está impedido por Inglaterra en sus esfuerzos para
tomar la delantera. Aquí también, la primera guerra mundial jugó su rol: comprimiendo en el tiempo una evolución que se
hubiese producido de todos modos, transformó en fallas abiertas lo que hasta ese momento no eran más que fisuras del
edificio. Puso al día el problema, pero no pudo, no obstante, darle solución. La historia abrió un período de latencia, y el
barco, sin gobierno, quedó librado a los vientos”. Y remarca más adelante: “En 1918 (...) el fuerte no era lo
suficientemente fuerte y el débil tampoco era lo suficientemente débil. En esta dimensión internacional, la gran crisis es
claramente una crisis ‘entre dos’, entre una primera guerra mundial que se contentó con poner al día los
problemas, y una segunda guerra mundial que los resolvió” a favor de la hegemonía norteamericana2.

Tal fue el período en el que se desarrolló la actividad revolucionaria de Trotsky y Gramsci que sirve de marco a la
comparación de las posiciones de ambos que queremos hacer en este trabajo.

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Empecemos por decir, entonces, que el primer punto de contacto entre León Trotsky y Antonio Gramsci que nos interesa
destacar es que ambos insistieron sobre el nuevo rol de Norteamérica3 como potencia mundial ante la declinante
Inglaterra y, lo más importante, lo hicieron desde un mismo punto de partida metodológico: la ley de la productividad del
trabajo.

Trotsky afirmaba sobre la superioridad del capitalismo norteamericano: “La ley de la productividad del trabajo es
de importancia fundamental para las relaciones entre Norteamérica y Europa y en general para determinar la futura
ubicación de Estados Unidos en el mundo. Esa forma superior que le dieron los yanquis a la ley de productividad del
trabajo se conoce como producción en cadena, estandarizada o en masa. Parecería haberse encontrado el punto a partir
del cual la palanca de Arquímedes puede volver el mundo cabeza abajo.” 4

En un mismo sentido, para Gramsci, “¿Cuál es el punto de referencia del nuevo mundo en gestación?”. Su
respuesta es: “El mundo de la producción, el trabajo”.

Por ello dedica especial atención al estudio del fordismo y lo describe como la política industrial seguida por los sectores
más dinámicos de la burguesía norteamericana para “llegar a la organización de una economía
programada” en la cual “los nuevos métodos de trabajo están indisolublemente ligados un determinado
modo de vivir, de pensar y de sentir la vida”, es decir elementos que, de conjunto, anuncian una nueva cultura: el
“americanismo”5.

“El americanismo y el fordismo – sostiene Gramsci - derivan de la necesidad inmanente de llegar a la
organización de una economía planificada (...) el paso del viejo individualismo económico a la economía planificada”.
Y plantea que EE.UU “para racionalizar la producción y el trabajo, combinó hábilmente la fuerza (destrucción del
sindicalismo obrero de base territorial) - sindicatos de oficio, N de la R- con la persuasión (altos salarios, diversos
beneficios sociales, propaganda ideológica y política muy hábil); se logró así hacer girar toda la vida del país alrededor de la
producción. La hegemonía nace en la fábrica y para ejercerse sólo tiene necesidad de una mínima cantidad de
intermediarios profesionales de la política y la ideología”.

Además de esta preocupación compartida por señalar la superioridad de Norteamérica basándose en la productividad
del trabajo, parten de una misma definición de la relación de fuerzas establecida en el período inmediato posterior a la
primera guerra mundial. La categoría de “equilibrio inestable” o “estabilización relativa” del
capitalismo, tomada del informe de Trotsky al III Congreso de la Tercera Internacional de 1921 y adoptada por ésta, era
un patrimonio común del pensamiento de ambos revolucionarios.

Esta definición era la siguiente: “El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista
construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio.
En el dominio económico, las crisis y las recrudescencias de la actividad constituyen las rupturas y restablecimientos del
equilibrio. En el dominio de las relaciones entre las clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en
lucha revolucionaria. En el dominio de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra generalmente, o
bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo tiene pues
un equilibrio inestable que de vez en cuando se rompe y se compone. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran
fuerza de resistencia: la mejor prueba que tenemos de ella es que aún existe el mundo capitalista.”

Lejos de todo determinismo económico, Trotsky sostiene que se “debe tomar directamente como punto de partida
el análisis de las condiciones y de las tendencias de la economía y del estado político del mundo, como un todo, con sus
relaciones y contradicciones, es decir, con la dependencia mutua que opone a sus componentes entre sí” 6.

Contra los que han sostenido que hay una misma matriz con el determinismo económico de la Segunda Internacional 7,
la originalidad de su análisis radica en que incorpora el papel de los factores subjetivos como elementos decisivos en la
marcha de la economía capitalista. Para que no queden dudas: “Si se nos pregunta ‘¿dónde están las
garantías de que el capitalismo no restaurará su equilibrio a través de oscilaciones cíclicas?’ entonces diríamos
en respuesta: ‘No hay garantías y no puede haber ninguna.’ Si nosotros anulamos la naturaleza
revolucionaria de la clase obrera y de su lucha, y el trabajo del partido comunista y de los sindicatos... y tomamos en
cambio los mecanismos objetivos del capitalismo, entonces podríamos decir: ‘Naturalmente, fracasando la
intervención de la clase trabajadora, fracasando su lucha, su resistencia, su autodefensa y sus ofensivas - fracasando
todo eso, el capitalismo restaurará su propio equilibrio, no el viejo sino un nuevo equilibrio.”

Por su parte, Gramsci desarrolla el concepto de “crisis orgánica” que, aunque es aplicado
fundamentalmente en el terreno del estado nacional, es asimilable al de “ruptura del equilibrio capitalista”
que Trotsky utiliza para el análisis internacional 8. Para medir las “relaciones de fuerzas” indica Gramsci:
“Otra cuestión es la de determinar si las crisis históricas fundamentales son provocadas inmediatamente por las
crisis económicas. (...) Se puede excluir que las crisis económicas produzcan, por sí mismas, acontecimientos
fundamentales; sólo pueden crear un terreno más favorable a la difusión de ciertas maneras de pensar, de plantear y
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resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo ulterior de la vida estatal. (...) En todo caso, la ruptura del
equilibrio de fuerzas no ocurre por causas inmediatas de empobrecimiento del grupo social que tiene interés en romper
el equilibrio y de hecho lo rompe; ocurre, por el contrario, en el cuadro de conflictos superiores al mundo económico
inmediato vinculado al ‘prestigio’ de clase (intereses económicos futuros), a una exasperación del
sentimiento de independencia, de autonomía y de poder” 9.

Sobre esta base teórica común – llamémosla: anticatastrofista económica – de la que tanto Trotsky como
Gramsci parten en los años ‘20 10, veamos, entonces, las perspectivas proyectadas por ambos sobre la situación
internacional en el período siguiente.

La “revolución pasiva”

Un estudio señala que: “Es importante la observación de Gramsci de que el periodo histórico contemporáneo,
posterior a la primera guerra mundial, puede ser estudiado y analizado a partir del concepto de ‘revolución
pasiva’. Tras la conmoción de la guerra imperialista y la grave crisis posterior con el corolario de la derrota de la
revolución proletaria en Occidente parecía cerrarse toda una época. En efecto, la burguesía había conseguido controlar la
situación y neutralizar a las fuerzas revolucionarias, pese a la obstinada resistencia de estas. Por ello el período de
‘estabilización relativa’ del capitalismo parecía ser algo más que un mero paréntesis coyuntural”11.

En efecto Gramsci se plantea el problema de “si el americanismo pueda constituir una época histórica, es decir, si
pueda determinar un desarrollo gradual del tipo (...) de las ‘revoluciones pasivas’ del siglo pasado (...) o
por el contrario estallarán levantamientos del tipo francés como en Rusia” 12, anteponiendo esta última opción a
las “revoluciones desde arriba” de las que ya habían hablado Marx y Engels.

El concepto de revolución pasiva13 en Gramsci puede atribuirse a la convergencia entre, al menos, tres afluentes.

La idea de una readecuación de la clase dominante mediante una “revolución desde arriba”, como respuesta
a los impulsos de las masas, puede ser rastreada en el propio Marx, al igual que puede buscar su origen en Marx
también el concepto de “revolución permanente” de Trotsky, aunque ninguna de las dos categorías quieran
decir exactamente lo mismo en la época imperialista que en el siglo anterior. Marx y Engels definen que después del
golpe de Luis Bonaparte en Francia en 1851: “El período de las revoluciones desde abajo se había cerrado, por el
momento; a esto siguió el período de revoluciones desde arriba”, dando como ejemplo no sólo la vuelta al imperio
en Francia con Bonaparte sino a “su imitador Bismark” que en Prusia “dio su golpe de Estado e
hizo su revolución desde arriba en 1866” 14.

De aquí se concluye el siguiente razonamiento análogo en el revolucionario italiano: si al período de revoluciones


burguesas que va desde 1789 con la Gran Revolución francesa hasta 1848, le correspondió la respuesta de las
“revoluciones desde arriba”, se abría la hipótesis de que la revolución bolchevique de 1917, la
“Francia” de la era de la revolución proletaria, podía ser respondida por un ciclo de revoluciones pasivas. En
esta apreciación gramsciana de la relación entre el flujo de la revolución y las respuestas adaptadas de la contrarrevolución,
junto a las transformaciones en el Estado moderno de las democracias de occidente, se encuentra una de las bases
para su definición de que “la fórmula cuarentiochesca de la ‘revolución permanente’ es desarrollada y
superada en la ciencia política por la fórmula de la ‘hegemonía civil’ 15, ya que “las relaciones
organizativas internas e internacionales del Estado se hicieron más complejas y sólidas”. En el mismo sentido, el
fordismo y el americanismo, con los cambios estatales que introdujeron, significarían entonces un intento de desarrollo
de las fuerzas productivas sobre la base de la estabilización relativa alcanzada por el capitalismo en los años ‘20
a partir de detener la oleada revolucionaria internacional, y en especial europea, que siguió al impulso del Octubre de
1917: por ello Gramsci designa a la revolución pasiva, también, como una “revolución-restauración”.

En segundo término, Gramsci toma la idea de la propia historia italiana: “el concepto de revolución pasiva en el
sentido que Vincenzo Cuoco atribuye al primer período del Risorgimento” 16 que él extiende a todo el período de
la unificación nacional que comienza con los sucesos de 1848 y 49 y culmina en 1871 con la anexión de Roma como
capital de Italia. La unidad de Italia como nación burguesa se realizó bajo los límites impuestos por la alianza entre la
burguesía del norte con los terratenientes del sur, sin otorgar la tierra ni concesiones al campesinado como era la
demanda esencial de reforma agraria que sí había otorgado la Gran Revolución Francesa. Así, una tarea históricamente
progresiva como la unificación de Italia fue realizada en forma reaccionaria por el partido de los Moderados y, como
sujeto militar, por el ejército y el estado piamontés. Con ello tuvo lugar una “diplomatización de la
revolución”, claramente diferenciada del modelo francés. Para ello la burguesía se valió adicionalmente del
“transformismo”, un mecanismo a través del cual incorporó, cooptó, transformó al programa de los Moderados
a los líderes populares más radicales del Partido de Acción que, lejos de jugar un rol “jacobino” activo, se
subordinaron al ala derecha del proceso. Una “revolución pasiva”, pactada desde arriba: tal era la
perspectiva sobre la que Gramsci alertaba, ahora, en la época de la revolución proletaria, como freno burgués a la
revolución socialista17.

Y finalmente el concepto es utilizado por el comunista italiano ante una necesidad política acuciante: responder al
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ascenso del fascismo. Gramsci está en total divergencia con la evaluación de las posibilidades de éxito de Mu-ssolini
que había en la dirección del PCI. Trotsky dirá en relación con esto: “Según las informaciones que recibí de
compañeros italianos, el Partido Comunista Italiano, con excepción de Gramsci, no admitía la menor posibilidad de la
toma del poder por el fascismo”18. Aunque más perspicaz en el análisis de ese hecho inédito -la movilización
en gran escala de las clases medias contra el proletariado- Gramsci no se diferencia en los primeros años de la política
ultraizaquierdista de Bordiga, y recién alrededor de 1924 coincidirá con la táctica de frente único obrero propuesta
por Trotsky y la Tercera Internacional para enfrentar al fascismo en Italia19. Años más tarde rechazará, al igual que
Trotsky, la orientación de la IC estalinista llamada “tercer período” que significaba descartar cualquier
colaboración y frente único con el PS y las organizaciones obreras reformistas por considerarlas
“socialfascistas”.

De aquí se desprende su insistencia teórica en el concepto de “revolución pasiva” para interpretar de otro
modo lo que estaba pasando y dar una respuesta más conveniente del movimiento de masas. Es que el inédito
fenómeno del fascismo italiano no es pura represión sino que, además, intenta lograr un nuevo consenso entre amplias
capas de las masas. Incluso después de la crisis de 1929, una corriente de la ideología fascista desarrolla, basada en la
crítica de la economía liberal, la hipótesis de una “racionalización-reorganización” del aparato productivo, una
forma italiana de “americanismo”por medio del “corporativismo” que establece una especie
de “unión entre el gobierno de las masas y el gobierno de la producción”. Gramsci ve en ello un intento de
respuesta a la «crisis orgánica» del Estado.

Con todo esto tenemos que la revolución pasiva en la época imperialista se verificaría en el hecho de una
“transformación de la estructura económica de modo reformista, de individualista a planificada (economía dirigida) y
el surgir de una ‘economía media’ entre la individualista pura y la planificada en sentido integral”,
poniendo bajo este último nombre a la planificación socialista. El punto de esa “economía media”, era
conquistado por la burguesía mediante los mecanismos estatales del “corporativismo” lo que le permitiría al
capitalismo el paso a formas políticas y culturales más modernas, salteando o superando la fase catastrófica.

Así ve que pueden presentarse dos vías para la recuperación capitalista: “el americanismo”, con el
“new deal” de Roosevelt, y el fascismo. Haciendo una singular abstracción de los métodos de guerra civil
del fascismo hacia la clase obrera, sus organizaciones y su vanguardia, encuentra, sin embargo, un común
denominador en cuanto a los objetivos estructurales que persiguen: no sólo “disgregar a las fuerzas
antagónicas”, el proletariado y separarlo del campesinado; sino relanzar el capitalismo sobre nuevas bases. El
americanismo y hasta el fascismo son para Gramsci intentos de “modernizar” el capitalismo “desde
arriba” y ambos son asimilables al concepto de revolución pasiva que aparece, en primera instancia, como una
categoría económico-social, pero que incluye y necesita de importantes transformaciones estatales.

Junto al cambio en las condiciones socioeconómicas y en las costumbres que implicaba el americanismo, aparecía un
nuevo tipo de estado para hacerlas factibles: “El Estado es el liberal, no en el sentido de liberalismo aduanero o
de la efectiva libertad política sino en el sentido más fundamental de la libre iniciativa y del liberalismo económico que
llega con medios propios, como sociedad civil, por su mismo desarrollo histórico al régimen de concentración industrial y
del monopolio”. El nuevo tipo de estado interviene en la economía “investido de una función de primer orden
en el sistema capitalista como empresa (holding estatal) que concentra el ahorro a disposición de la industria y de la
actividad privada y como inversor a mediano y largo plazo”. Y al mismo tiempo ese estado establece una nueva
relación con las clases subalternas: “La masa de los ahorristas quiere romper toda ligazón directa con el conjunto
del sistema capitalista privado, pero no le niega la confianza al estado: desea participar en la actividad económica, pero a
través del estado, que le garantiza un interés módico pero seguro”. De allí “deriva que teóricamente el
estado parece tener su base social en la ‘gente del común’ y en los intelectuales, mientras que en la
realidad su estructura permanece plutocrática”.

Al respecto J. C. Portantiero sostiene, sintéticamente, que el americanismo es para Gramsci la apuesta más seria de
contratendencia a la ley tendencial a la caída de la tasa de ganancia del capitalismo imperialista, mediante nuevos
métodos de producción basados en la obtención de mayor plusvalía relativa: “Es una manifestación de la crisis, la de
su ‘superación’ en términos del crecimiento de un sistema que siempre se ha desarrollado ‘en la
crisis’, en medio de ‘elementos que se equilibraban e inmunizaban’. Cierto que ‘el
americanismo’ nada cambia ‘en el carácter de los grupos sociales fundamentales’, pero es la
respuesta capitalista al nivel más alto a las contradicciones insanables que nacen de la estructura y que ‘las
clases dominantes tratan de resolver y superar dentro de ciertos límites’...”20. Sí, pero no sólo eso. El
americanismo en Gramsci, como categoría económico social está firmemente asociada a la categoría política de revolución
pasiva, como revolución-restauración, como readecuación reformista del capitalismo, algo que los reformistas o los que
toman a Gramsci en sentido académico-burgués prefieren no profundizar. El contenido político de su posición nada tiene
que ver con quienes hoy toman sus análisis al tiempo que añoran al “Estado benefactor”, en buena
medida desarticulado por la reacción neoliberal de los ´90, y proponen un programa de revolución pasiva, del tipo de los
“Moderados”, para volver a aquellas condiciones. Al revés de los gramscianos de hoy, Gramsci alertaba
sobre las readecuaciones en el estado y en la política económica estatal que constituían un intento de respuesta
reaccionaria, de largo o mediano plazo, para crear las bases de “un nuevo conformismo”, impedir la
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hegemonía del proletariado, bloquear la revolución comunista y sortear una situación de crisis orgánica de la burguesía,
cuestión que una dirección marxista tenía que comprender y enfrentar.

Americanismo y guerra

Pasemos ahora a Trotsky.

Puesto ante el mismo problema de la emergencia americana, sostiene en 1926: “En el artículo del camarada
Feldman, las consideraciones sobre el curso del desarrollo de EE.UU. tomaron una forma algorítmica. Él llegó a la
conclusión de que el desarrollo de Norteamérica se basaba cuanto mucho en un callejón sin salida, y que el ascenso
actual no es nada en comparación con el de décadas pasadas. Si esto es verdad, no se justifica que construyamos
perspectivas de desarrollo mundial pacífico. El ascenso hasta la cima de EE.UU, en la medida que se dé sin sacudidas,
llevará a Europa a un callejón sin salida económico, y Europa o bien decaerá igual que decayó el Imperio Romano, o
experimentará un renacimiento revolucionario. Pero en el momento actual no se puede hablar de la decadencia
europea. Si el desarrollo de EE.UU. se frena, sus poderosas fuerzas buscarán una salida en la guerra. Esta será su
única oportunidad de superar las deformaciones que resultan de las circunstancias de su desarrollo económico. Esta
deformación se mueve como el núcleo [de un huracán]. Un núcleo tal, lleno de fuerza colosal y retrasado, podría causar
una terrible cantidad de destrucción dentro del país.”

“Examinemos ahora la situación del proletariado. Con respecto a Inglaterra, no queda nada de la anterior posición
aristocrática del proletariado inglés. Nuestro trato fraternal con los sindicatos ingleses [se refería al Comité Anglo-ruso,
N de la R] se basa en la declinación económica de Inglaterra. Ahora la clase trabajadora de EE.UU. ocupa el lugar
privilegiado. Una demora en el desarrollo económico para EE.UU. significaría enormes cambios en la interrelación de
fuerzas internas y, en consecuencia, también significaría un movimiento revolucionario que surgirá con la característica
velocidad norteamericana. De tal manera, con las dos posibles variantes para EE.UU. nosotros prevemos grandes
cataclismos en las décadas que vienen, y no acontecimientos pacíficos. Recientemente un artículo del Economist
norteamericano declaraba: ‘Hemos alcanzado tal nivel de desarrollo que necesitamos una guerra en gran
escala’. De la misma forma que se necesitan terneros gordos para alimentar una gran ciudad, así el Economist
anuncia que, como lo ilustró la experiencia de la última guerra, EE.UU. necesita una guerra en gran escala. Los
imperialistas norteamericanos tienen una preferencia, pero no por el desarrollo pacífico.”21

Es de notar que estas definiciones son anteriores a que se produzca la gran crisis catastrófica del año 1929 en el corazón
de EE.UU y que significó un parteaguas para la situación mundial. Aún antes de ello, Trotsky adelanta las tendencias
profundas y las contradicciones interimperialistas latentes que empujarán, de un lado, a nuevas oportunidades
revolucionarias y, de otro, a la guerra. Años más tarde, cuando ya se había producido el crack, sostiene -polemizando
con el programa adoptado por la Internacional Comunista- un ejemplo de razonamiento dialéctico en plena crisis
norteamericana, como muestra esta afirmación de septiembre de 1930: “Molotov quiso decir: Trotsky ensalzó el
poderío norteamericano y ahora, miren, Estados Unidos está atravesando una crisis aguda. ¿Pero acaso el poder
capitalista excluye la crisis? ¿Acaso Inglaterra, en el apogeo de su economía mundial, no conoció crisis? ¿Se puede
concebir el desarrollo capitalista sin crisis? He aquí lo que dijimos al respecto en el Proyecto de Programa de la
Internacional Comunista:

‘Aquí no nos vamos a extender en el análisis del problema especial de la duración de la crisis norteamericana y su
posible envergadura. Se trata de un problema coyuntural, no programático. Sobra decir que no abrigamos la menor
duda respecto de la ineluctabilidad de una crisis: tampoco descartamos que, dada la actual envergadura mundial del
capitalismo norteamericano, la próxima crisis sea extremadamente profunda y aguda. Pero no hay absolutamente nada
que justifique la conclusión que ello restringirá o debilitará la hegemonía de Norteamérica. Semejante conclusión daría
lugar a los más groseros errores estratégicos. Es justamente al revés. En un período de crisis, Estados Unidos
ejercerá su hegemonía de manera más completa, descarada y brutal que en un período de auge. Estados Unidos
tratará de superar sus problemas y males principalmente a expensas de Europa.” 22

A partir de aquí es claramente observable un cambio entre los análisis del Trotsky de los años ‘20 y el de los
‘30. Es que con la crisis de 1929 se rompe el “equilibrio inestable” del capitalismo caracterizado por
la Tercera Internacional y comienza un nuevo período. Se reabre una nueva “fase catastrófica” y, por
consiguiente, nuevas oportunidades revolucionarias. Así se verificará en la revolución española que comienza en el año
‘31 y atraviesa toda la década, y en la revolución que comienza con las ocupaciones de fábricas en Francia
desde el ’36. Ambos procesos que, como luego señalará Trotsky, planteaban la posibilidad de “detener
la guerra imperialista mediante revoluciones desde abajo” fueron derrotados, pero no porque ello estuviera
predeterminado fatalmente de antemano, sino por el rol auxiliar del capitalismo que juegan fundamentalmente los PCs y
la política de los “frentes populares” adoptada con el giro derechista de 1935 en el VII Congreso de la
Tercera Internacional stalinizada.

Ahora bien, aún el período de crisis catastrófica Trotsky no deja de sopesar la potencialidad del imperialismo
norteamericano sólo que sostenía que esta superioridad no se le impondría al viejo mundo pacíficamente. En 1933,
sostiene que a pesar de la emergencia norteamericana basada en la ley de la productividad del trabajo y su superioridad
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técnica expresada en el fordismo: “...el viejo planeta se rehúsa a dejarse dar vuelta. Cada uno se defiende de
todos los demás protegiéndose tras un muro de mercancías y una cerca de bayonetas. Europa no compra bienes, no
paga las deudas y además se arma. El Japón hambriento se apodera de todo un país con cinco divisiones miserables.
La técnica más avanzada del mundo, súbitamente, parece impotente ante los obstáculos que se apoyan en una
técnica muy inferior. La ley de la productividad del trabajo parece perder su fuerza. Pero sólo lo parece. La ley básica de
la historia de la humanidad debe inevitablemente tomarse la revancha sobre los fenómenos derivados y secundarios.
Tarde o temprano el capitalismo norteamericano se abrirá camino a lo largo y a lo ancho de nuestro planeta. ¿Con qué
métodos? Con todos. Un alto coeficiente de productividad denota un alto coeficiente de fuerzas destructivas. ¿Es que
estoy predicando la guerra? De ninguna manera. Yo no predico nada. Sólo intento analizar la situación mundial y sacar
conclusiones de las leyes de la mecánica de la economía”.23

Trotsky capta mejor que Gramsci el sentido de la época de crisis, guerras y revoluciones: el americanismo, para
imponerse mundialmente necesitaba hacerlo a expensas de Europa, y con ello, conduciría a una nueva guerra. Inclusive,
con todo lo que aportó Gramsci a la ciencia política marxista en relación a las cuestiones del Estado moderno, Trotsky
comprende más consecuentemente una de las características de esos estados “avanzados” de la época
imperialista: como señaló Lenin, no tan sólo un órgano de fuerza y represión interna (a lo que los análisis de Gramsci
agregaron los aspectos de consenso) sino también un instrumento de guerra exterior, un estado “de
rapiña” 24. Éste es su análisis estructural, como continuación de la definición de la Tercera Internacional, aunque
esa tendencia inherente al período pase por dos momentos políticos; el del equilibrio inestable de los años ’20 y
el de su ruptura en los ’30.

Mientras tanto, para Gramsci la posibilidad de un ciclo de revoluciones pasivas suponía que, dentro de los límites de la
etapa imperialista, “cesa la lucha orgánica fundamental y se supera la fase catastrófica” 25. Es cierto que
Gramsci planteó que las “revoluciones pasivas” eran “revoluciones-restauraciones, en el que sólo el
segundo momento es válido” y que “las restauraciones, con el nombre con que se presenten, sobre todo
las actuales, [subrayado de Gramsci] son universalmente represivas”. Pero en la definición de revolución pasiva el
elemento determinante es que esta persigue: “reducir la dialéctica a puro proceso de evolución, reformista”.

Trotsky, en cambio, aborda el período desde la lógica de que el capitalismo conduce a nuevas catástrofes. “La
vida del capitalismo monopolista de nuestra época es una cadena de crisis. Cada una de las crisis es una catástrofe.
La necesidad de salvarse de esas catástrofes parciales por medio de murallas aduaneras, de la inflación, del aumento
de los gastos gubernamentales y de las deudas prepara el terreno para otras crisis más profundas y extensas. La lucha
por conseguir mercados, materias primas y colonias hace inevitable las catástrofes militares. Y todo ello prepara
ineludiblemente las catástrofes revolucionarias. Ciertamente no es fácil convenir con Sombart en el que el capitalismo
actuante se hace cada vez más ‘tranquilo, sosegado y razonable’. Sería más acertado decir que está
perdiendo sus últimos vestigios de razón. En cualquier caso no hay duda de que la ‘teoría del colapso’ ha
triunfado sobre la teoría del desarrollo pacífico”.26

Claro que, en su caso, la “fase catastrófica” no está limitada a la crisis de la economía. Su “teoría del
colapso” es entendida no como un catastrofismo meramente económico sino como la concatenación de
catástrofes económicas, militares y revolucionarias, es decir una articulación entre crisis, políticas de estados (hegemonía)
y lucha de clases. Los mismos tres elementos que, según su método, había que interconectar para definir el anterior
“equilibrio inestable”, son los que rompían ahora ese equilibrio. Una vez más: entre los ’20 y los
’30 hay un mismo criterio metodológico de interpretación, aunque cambia el signo de la situación.

¿Y Gramsci? Para decirlo con las propias palabras de un intelectual gramsciano: “En conclusión, dos elementos
emergen con claridad: a) Al fin del siglo que Eric Hobsbawn llamó The Age of Extremes, debemos subrayar con fuerza la
importancia del hecho de que Gramsci escapa a la radicalización-simplificación de las separaciones intelectuales de los
treinta (y más allá) según la pareja comunismo-fascismo o fascismo-antifascismo, y; b) anticipa por aspectos no
secundarios un cuadro de previsión sobre el futuro del capitalismo que se despliega plenamente en la segunda posguerra
con la nueva hegemonía americana. El no ve ni la magnitud trágica del nazismo ni la segunda guerra mundial, ni
Auschwitz ni las aberraciones del stalinismo: paradójicamente, desde la cárcel de Turi ve rasgos
‘estructurales’ de nuestro siglo sin dejarse cegar como otros tantos prestigiosos observadores”.27

En ese convulsionado interregno de la crisis de hegemonía mundial, Gramsci no alcanzó la altura y los pronósticos
estratégicos de Trotsky que, claramente anticipó que la resolución a la crisis de hegemonía iba a venir de la mano de una
nueva guerra mundial y del resultado de la lucha de clases que abriría esa guerra como “partera de
revoluciones”. Y construyó, desde ese cálculo estratégico, el programa y la incipiente organización internacional.
Se basó para ello no sólo en una teoría general sino en las lecciones, a la luz de esa teoría, de los principales test de la
lucha de clases contrastándolos con la política internacional de la IC dirigida por Stalin. Sobre esas lecciones, como la
experiencia del Comité Anglo-ruso, las alternativas de la revolución China, el quiebre para el comunismo internacional
que significó la capitulación sin lucha del PC alemán frente al ascenso de Hitler, el programa y las tácticas marxistas
para la revolución española, la denuncia implacable de sus traidores y la delimitación con los capituladores, la condena a
la política del “Frente Popular” y la propia caracterización del fenómeno stalinista y la degeneración de la
URSS, construirá la Oposición de Izquierda Internacional y más tarde fundará la IV que, apostaba, estaba llamada a
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jugar un rol de dirección en los acontecimientos que vendrían.

Para entender la segunda posguerra

Ahora bien, creemos que, despojado de todo gradualismo a destiempo de las posibilidades de renovación del capitalismo
que hay en Gramsci, es muy productivo el concepto de “revolución pasiva” para explicar la segunda
posguerra. Decimos “gradualismo a destiempo” porque sólo la guerra, con la enorme destrucción de fuerzas
productivas que ello implicó en Europa, con el hecho de que las principales potencias competidoras de Norteamérica -
como Alemania y Japón- derrotadas quedan fuera de juego, y tras el resultado contradictorio de la lucha de clases luego
del ascenso de masas en la inmediata posguerra, es lo que permite la imposición de la hegemonía de los EE.UU y la
extensión en gran escala del fordismo a Europa. En última instancia, Gramsci no terminó de ver que, tomado sus propias
definiciones, para imponer su hegemonía en el mundo EE.UU iba a tener que pasar primero por una resolución de
“fuerza” que hiciera posible un nuevo “consenso”, aunque como veremos seguidamente el
imperialismo norteamericano se valió de un elemento adicional para lograrlo: el rol del stalinismo, sin el cual no podría
haberse frenado el ascenso europeo ni estabilizado a los principales países capitalistas28.

Sólo una vez superada esa fase catastrófica mundial con los acuerdos de Yalta y Potsdam entre el imperialismo vencedor
y la represtigiada burocracia soviética, entonces el concepto de revolución pasiva permite conceptualizar mejor el nuevo
escenario mundial.

Creemos que al menos dos componentes de esa revolución pasiva se confirman, de un lado, en los países capitalistas
con el “keynesianismo”, es decir el new deal hecho ‘razón de estado’ cuyos rasgos
esenciales en las relaciones estatales con la economía y las masas Gramsci, como vimos, anticipa antes de la guerra.
En segundo lugar, las controvertidas revoluciones en el Este de Europa entre los años ’43 y ’48 que se
hicieron en base a las ocupaciones del Ejército Rojo en el territorio de donde se desplazó al nazismo como en Polonia,
Hungría, Checoslovaquia y hasta en la mitad de Alemania podrían también denominarse revoluciones pasivas proletarias
29.

Si como analizó Gramsci para el Risorgimento, en “Italia no había barricadas como en el París de 1848”
porque fueron sustituidas por un sistema de reclutamiento al ejército regular piamontés; análogamente, en la era de la
revolución proletaria ¿qué otro rol jugó el stalinismo sino el de ahogar la posibilidad de que emerjan los soviets como en
1917-19 y su reemplazo por el avance del Ejército Rojo en el Este? ¿No fue el papel de Stalin en los acuerdos de Yalta
y Potsdam, estableciendo el control de la URSS en el Este de Europa, asimilables al concepto de la
“diplomatización de la revolución” como designó Gramsci a una de las características del proceso de la
unificación de Italia? ¿No fue la utilización que hizo el stalinismo en los nuevos estados obreros deformados de gran parte
del viejo personal estatal burgués de la pre-guerra que con este componente incluía un aspecto parcial de
“restauración” ? ¿No fue el cambio de las relaciones de producción en esos países, de capitalistas a
economías planificadas, una tarea progresiva pero que bloqueaba reaccionariamente la constitución de soviets como
organismos de autogobierno de las masas? ¿No fue un “transformismo” en gran escala el nuevo rol de los
partidos comunistas y sindicatos dirigidos por el stalinismo y la socialdemocracia, que pusieron todo su peso en la
reconstrucción capitalista de Europa? ¿No fueron las características del “estado benefactor” anticipadas por
Gramsci como nuevo tipo de estado capitalista las que se impusieron como norma en los países centrales, e incluso en
algunas semicolonias?

Creemos que sí. En sus características más generales los nuevos y contradictorios fenómenos de posguerra son parte de
una gran revolución pasiva entendida, de conjunto, como respuesta al ascenso obrero y de masas con
“concesiones reformistas para neutralizar a las clases subordinadas” en el período excepcional que
transcurre entre los años ‘43 al ‘49.

Un tercer intento de revolución pasiva -aunque en sus resultados más fallido que efectivo- fue el ensayo de
“descolonización” desde arriba, en el que para frenar la revolución anticolonial los imperialistas buscaron dar
un status de naciones semicoloniales más “modernas” a varias colonias de posguerra. Pero
contrariamente a sus planes es allí, en la periferia capitalista, donde la revolución tiene sus más altas expresiones
activas: una verdadera explosión de las masas oprimidas de las colonias y semicolonias. Y esto debe ser incluido en el
haber de las previsiones de la Cuarta Internacional y vino a confirmar el acierto en poner especial énfasis en ellas en la
teoría de la revolución permanente: el proletariado y las masas de los países coloniales y semicoloniales no debía esperar
a la revolución en las metrópolis imperialistas sino que debían iniciar su revolución y podrían llegar antes incluso a la
dictadura del proletariado.

Aún con las concesiones otorgadas a la clase obrera en los países centrales, el ascenso de la revolución colonial de
posguerra (y la imposibilidad de imponer efectivamente una revolución pasiva en ellas) confirmará el carácter de la
época imperialista en la que insistiera Trotsky: “Las clases imperialistas estaban en condiciones de hacer
concesiones a los pueblos coloniales y a sus propios obreros cuando el capitalismo seguía una marcha ascendente y los
explotadores podían apoyarse firmemente en un aumento cada vez mayor de las ganancias. Hoy en día ni hablar cabe
de una situación como ésta. El imperialismo mundial está en decadencia. La situación de las naciones imperialistas se
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hace día a día más difícil, mientras que las contradicciones entre ellas se agravan cada vez más. El armamentismo
monstruoso devora una parte siempre creciente de los ingresos nacionales. Los imperialistas ya no pueden otorgar
concesiones serias ni a sus propias masas trabajadoras ni a las colonias. Por el contrario, se ven obligados a recurrir a
una explotación cada vez más bestial. Precisamente en esto se expresa la agonía del capitalismo.” 30

Si bien, como señalamos, hubo concesiones a la clase trabajadora de los países centrales como subproducto de su
acción revolucionaria que los obligó a “ceder algo para no perder todo”, el señalamiento de la Cuarta
Internacional se verificó completamente para los países dominados por el imperialismo. Los enormes impulsos de las
masas semicoloniales, confirmó las premisas de la perspectiva estratégica de Trotsky y se extenderán más allá del
período excepcional entre el 43 y el 49, al conjunto del período dominado por el Orden de Yalta durante el cual serán el
factor más revolucionario de la lucha de clases internacional. Como analizamos más adelante, el fortalecimiento del
aparato stalinista mundial impedirá que ello impacte decisivamente en los centros imperialistas trasladando allí la
revolución, e incluso utilizará todos los medios para congelar los procesos de “liberación nacional” de las
colonias en el terreno del régimen burgués.

Esto fue así porque, como cuestión clave, lo que los pronósticos de Trotsky -y menos aún los de Gramsci- pudieron prever
fue una de las expresiones políticas superestructurales más novedosas que emergieron de la posguerra y determinaron
su resultado: el nuevo rol del stalinismo como factor de contención de la revolución a escala planetaria.

Trotsky apostaba a que el proceso revolucionario internacional que desataría la guerra -lo que se produjo, y en gran
escala, entre los años ‘43 y ‘49- provocaría, a su vez, el derrocamiento de la burocracia soviética y
posibilitaría la regeneración revolucionaria de la URSS. Pero esto último no ocurrió. Lejos de ello, a la salida de la guerra
se reafirmó la casta burocrática no sólo en la URSS sino en un nuevo sistema de estados obreros deformados extendidos
en el Este de Europa. La clase obrera y las masas lograron, igual que en 1914-18, sobreponerse de la derrota que
significó, en primera instancia, la carnicería imperialista, y luego protagonizaron un fabuloso ascenso, de especial
importancia por tratarse de países capitalistas centrales, en Italia, Francia, Grecia, con la resistencia armada al nazismo.
Pero contradictoriamente, el stalinismo, prestigiado a los ojos de las masas por la derrota del ejercito alemán en
Stalingrado, no sólo no sucumbió ante ese ascenso sino que fue capaz de desarmar dichos procesos, contener a la clase
obrera y poner sus organizaciones al servicio de la reconstrucción capitalista (“americanista”) de Europa.

Pero, independientemente de que no acertó en el pronóstico político, Trotsky fue, muy por encima de Gramsci, quien
preparó, tanto en el estudio de las bases materiales y la naturaleza del fenómeno stalinista y de la degeneración de la
revolución rusa31 como en las batallas políticas previas a la guerra, las condiciones para combatirlo. Fue el único
marxista que planteó un programa para un nuevo tipo de revolución, la “revolución política”, para el estado
obrero degenerado en la que estableció todo un sistema de demandas transitorias específico para abolir, sobre la base de
preservar las conquistas de la economía nacionalizada, a la casta parasitaria, restablecer el poder efectivo de los soviets
y reencauzar el camino de la transición al socialismo mediante volver a poner sobre sus pies a la política revolucionaria
del estado obrero a escala interna e internacional. Y, en segundo lugar, aunque no podía prever el salto en la
colaboración de clases a escala mundial entre la burocracia soviética y el imperialismo mediante los acuerdos de Yalta,
en los combates políticos previos a la guerra contra la orientación del “Frente Popular” inaugurada en el
año ‘35 por la Internacional Comunista y puesta en práctica en España y Francia con sus funestas
consecuencias, adelantó que la lucha por la independencia de clase del proletariado proclamada como principio del
marxismo desde el Manifiesto Comunista tenía, como sostiene en el Programa de Transición, un “obstáculo
adicional” en la existencia misma del stalinismo. Por su parte Gramsci, que tanto utilizó el concepto de
“transformismo” en su análisis de la revolución burguesa, no vio el más grande proceso transformista de
la revolución proletaria: el surgimiento de la burocracia soviética.

El bloqueo de la dinámica permanente de la revolución

“El prerrequisito económico para la revolución proletaria ha alcanzado en general el punto más alto de concreción
que puede alcanzar bajo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad se han estancado... Las condiciones
objetivas para la revolución no sólo han madurado, se están comenzando a pudrir. Sin una revolución socialista en el
período histórico inmediato una catástrofe amenaza al conjunto de la humanidad. Ahora es el turno del proletariado,
conducido por su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de dirección
revolucionaria”.32

Esta correcta afirmación, en términos históricos, con la que comienza el Programa de Transición aprobado en 1938 por la
Cuarta Internacional, no está exenta de negaciones parciales luego de 1948 y con los resultados de ella a la vista.
Sostenemos que por una serie de nuevas condiciones objetivas y subjetivas se establece un bloqueo de la dinámica
permanente de la revolución. De lo que se trataba, entonces, era de enriquecer el concepto de “crisis de dirección
revolucionaria”, con el que cierto “trotskismo” ha hecho reduccionismo. La crisis de dirección
revolucionaria, y sobre todo la política para superarla, no era exactamente la misma, en términos concretos, como
estuvo planteada en los años ‘30 (durante los cuales revolución y contrarrevolución se enfrentaban abiertamente)
que en la segunda posguerra. El resultado de la guerra y el ascenso que le sigue, institucionaliza nuevas conquistas
materiales para el proletariado, desde las concesiones reformistas de los países capitalistas avanzados hasta la formación
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de nuevos estados donde se expropia al capital, al costo de fortalecer a las direcciones contrarrevolucionarias. Esto
significaba para los seguidores de la IV Internacional reexaminar este problema en el “mundo de Yalta” y
restablecer un nuevo marco estratégico y readecuaciones programáticas.

a) Había que determinar los alcances del crecimiento parcial de las fuerzas productivas. El trotskismo se dividió, en este
terreno, entre dos grandes tendencias, ambas equivocadas. De un lado quienes como el Comité Internacional
encabezado por Pierre Lambert (e incluyendo en este arco a las corrientes de Nahuel Moreno con base en Argentina y
Guillermo Lora en Bolivia33) sostenían la tesis “estancacionista”. “Las fuerzas productivas de la
humanidad se han estancado” repetían según la letra del Programa de Transición, sin ver que la fabulosa
destrucción de fuerzas productivas que provocó la guerra y la reconstrucción capitalista de Europa permitió aplicar, en forma
concentrada y abrupta, la mas avanzada técnica americana y crear una demanda rápida de bienes de consumo, todo
al mismo tiempo. Esto significó una negación parcial, temporal, limitada, pero que cambió lo que era un hecho antes de la
guerra. La continuación de época imperialista, es decir de la fase de declinación del capitalismo no fue lo mismo que
estancamiento de las fuerzas productivas que, durante el paréntesis del ‘48 hasta el ‘68, tuvieron un
desarrollo parcial. En el extremo opuesto a los “estancacionistas”, la interpretación del Secretariado
Unificado (SU) se basó en la teoría de Ernest Mandel que ve en ese desarrollo parcial durante el “boom” las
características de un neocapitalismo o “capitalismo tardío”, adoptando una versión corregida de la teoría
burguesa de las crisis capitalistas, supuestamente mensurables a través de “ondas” o ciclos automáticos
de crecimiento y retracción, donde el factor de la lucha de clases estaba completamente subordinado.

b) Ese crecimiento parcial de las fuerzas productivas en los países centrales fue la base material, junto a las
características negociadoras entre el capital y el trabajo del “estado benefactor” keynesiano, para la
formación de un nuevo reformismo que se asentó en una más extendida y ensanchada capa social de aristocracia obrera
en los países imperialistas. La socialdemocracia europea, que en los años ‘30 se encontraba entre dos fuegos, el
del fascismo que no le permitía su habitual juego parlamentarista y el de sectores del proletariado que introducían en sus
filas los elementos radicalizados de situaciones revolucionarias en diversos países34; ahora en la posguerra se
reencontrará con una nueva estabilidad capitalista al frente de los sindicatos de masas que usufructúan las nuevas
conquistas del “estado benefactor”. El stalinismo contará con una más amplia base de masas para
prolongar su control del movimiento obrero, no sólo en los países capitalistas sino en los nuevos estados obreros
deformados del Este de Europa, a los que a causa del boom capitalista se les permite cierta autarquía económica y
porque la nacionalización de la economía en varios países produce, en sí misma, un empuje al desarrollo industrial en
naciones que eran eminentemente de composición campesina y lleva a mejoras significativas en el nivel de vida de las
masas. De conjunto se constituye un nuevo movimiento obrero con nuevas conquistas económicas, como subproducto
del resultado de la guerra, que creará las bases de un nuevo reformismo de masas, un “nuevo
conformismo” lo habría llamado Gramsci, con el consiguiente fortalecimiento de las direcciones stalinista y
socialdemócrata.

c) Con el encumbramiento del stalinismo como “marxismo oficial” se produce una ruptura histórica en la
continuidad del marxismo revolucionario que, a través de distintas tendencias y luchas internas, se había mantenido en
las tres primeras Internacionales y en la Cuarta como elemento de continuidad, desde el Manifiesto Comunista de Marx
y Engels en 1848 hasta el Manifiesto contra la Guerra, de Trotsky, en 1940. Si bien Trotsky señaló en el Programa de
Transición que ya el stalinismo era “un obstáculo adicional” para el proletariado, nunca vio en qué llegó a
convertirse luego de la guerra. Los trotskistas debían evaluar los peligros que esto entrañaba. Había que contemplar
hacia las propias fuerzas de la Cuarta el anticipo de Trotsky previo a la guerra: si el proletariado no daba una respuesta
revolucionaria (y no la había dado o la había dado deformadamente) los partidos obreros, aún los más revolucionarios,
corrían el riesgo de degenerar. “Los escépticos superficiales se deleitan en señalar la degeneración en
burocratismo del centralismo bolchevique. ¡Como si todo el curso de la historia dependiera de la estructura de un
partido! De hecho, es el destino del partido el que depende del curso de la lucha de clases. Pero de todas maneras el
Partido Bolchevique fue el único que demostró en la acción su capacidad de realizar la revolución proletaria. Es
precisamente un partido así lo que necesita ahora el proletariado internacional. Si el régimen burgués sale impune de la
guerra todos los partidos revolucionarios degenerarán. Si la revolución proletaria conquista el poder, desaparecerán las
condiciones que provocan la degeneración.” 35 Contradictoriamente a este pronóstico alternativo hubo grandes
países, desde la China hasta la mitad de Alemania, donde el régimen burgués sucumbió después de la guerra, pero a
cambio “salió impune”, esencialmente, en los principales centros de poder capitalista-imperialista. Perverso
resultado que encontró al stalinismo a la cabeza de un proceso “transformista” en gran escala: los Partidos
Comunistas convertidos en reconstructores del capitalismo y del régimen burgués en Occidente y, al mismo tiempo, en
dirigentes de revoluciones pasivas que le permitían desde allí proteger el nuevo statu quo internacional con el
imperialismo norteamericano. En tales condiciones, subjetivamente adversas, las fuerzas de la Cuarta Internacional
fueron, en su enorme mayoría, relegadas a la actividad de grupos de propaganda en condiciones de aislamiento.

d) Se produce un bloqueo de la dinámica permanente de la revolución. Las relaciones recíprocas entre las metrópolis, las
semicolonias y la vieja Unión Soviética de pre-guerra, que estaban planteadas en la Teoría de la Revolución Permanente y
el Programa de Transición heredados de la época de Trotsky eran un valioso álgebra del marxismo pero al que había
que dar nuevos valores concretos para guiar la práctica revolucionaria. Ahora, los “eslabones débiles de la
cadena” del sistema de estados internacional configurado bajo las condiciones de Yalta se hallaban, en gran
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medida, en las colonias y semicolonias, cuyos centros imperiales, como Inglaterra y Francia en Asia y África, se
debilitaron ante el nuevo amo norteamericano del mundo. El capitalismo se fortalece en los países capitalistas centrales
y las tendencias a la revolución se trasladan a la periferia semicolonial. Pero a su vez, el aparato de Moscú utiliza el
prestigio y, sobre todo, las fuerzas materiales de los nuevos estados para desviar, congelar, chantajear, y siempre
corromper los levantamientos de masa en las colonias, cooptando a las direcciones de los procesos de “liberación
nacional”. Cada triunfo de las masas coloniales en conquistar su independencia política como nación no era puesto
en función de avanzar hacia un estado obrero sino de congelar el proceso revolucionario en su estadio democrático
burgués. Y cuando algunas revoluciones se escapaban a esta lógica, como el caso de Cuba, la conquista de un nuevo
estado donde se expropiaba al capital, tarde o temprano, era puesta por el stalinismo en función de un pacto con el
imperialismo, es decir, no para extender la revolución internacional sino para cerrarle el paso36. Las fuerzas
revolucionarias necesitaban restablecer y actualizar, por tanto, los nexos entre las metrópolis y las semicolonias,
incorporando a la caracterización de conjunto las nuevas formaciones de estados obreros deformados incorporados al
sistema mundial de estados (hegemonía). Esta definición era necesaria para que las corrientes trotskistas que jugaron un
rol destacado en los procesos de las semicolonias, en Argelia, Ceylán, Vietnam, Bolivia o Argentina, no cayeran en una
orientación “tercermundista”, como hicieron sectores del movimiento trotskista mientras otros se amoldaban
a las condiciones impuestas por los aparatos socialdemócratas y stalinistas, o ambas cosas a la vez, sino para establecer
una interrelación entre el trabajo político en los países semicoloniales y el de los países centrales, creando fracciones por
ese internacionalismo proletario concreto en los sindicatos y partidos de masas de los países imperialistas.

e) En la nueva definición de la estrategia marxista había que poner especial énfasis en el programa de la revolución política
para los estados obreros deformados y la URSS, como una de las claves para dar respuestas a otro de los eslabones
débiles de la hegemonía mundial, tal como se expresó ya en el año ‘53 en Alemania Oriental, luego en el
‘56 en Hungría, y, como parte del ascenso del fin del boom, con el levantamiento del ‘68 en
Checoslovaquia. Se produjeron rupturas del ‘orden mundial’ en aquellos estados obreros cuya génesis
provino de revoluciones pasivas, impulsadas desde arriba por la ocupación del Ejército Rojo. Fue allí donde primero
emergió el descontento contra la opresión nacional rusa, lo que estallará en forma generalizada en el ‘89-
‘91 bajo la forma laberíntica de “conflictos nacionales”, aún dentro de las propias nacionalidades de
la URSS y Yugoslavia, con direcciones nacionalistas antiproletarias. Con respecto a esto último la gran mayoría del
trotskismo abandonó las guías programáticas legadas por Trotsky (como la consigna de “Ucrania Soviética
independiente” planteada en los ‘30 tanto contra la opresión gran-rusa como contra las ambiciones
imperialistas de Hitler) después de décadas de haber considerado, por acción u omisión, que el stalinismo había resuelto
“la cuestión nacional” en los estados obreros.

Nada o muy poco, de las cuestiones que aquí esbozamos, hizo el trotskismo “realmente existente”. Lo
hemos denominado “trotskismo de Yalta” para caracterizar esa degeneración de la Cuarta Internacional de
posguerra, un trotskismo que no restableció un nuevo marco estratégico y, por consecuencia, se adaptó a las condiciones
impuestas por el imperialismo y la burocracia soviética. Aquí precisamos elementos que ya habíamos abordado en
trabajos anteriores para abrir una discusión que precise tales definiciones, analizando el convulsivo siglo pasado y
abriendo lecciones para el futuro. Hemos incorporado los conceptos de “revolución pasiva” y
“transformismo” de Gramsci (aunque ciertamente reinterpretados bajo la previsión de Trotsky sobre la
segunda guerra y los análisis sobre el stalinismo) a la explicación de los mecanismos de bloqueos de la revolución en la
posguerra. Sostenemos que los que siguieron, bajo las condiciones de Yalta, repitiendo que “la crisis de la
humanidad es la crisis de su dirección revolucionaria” de una manera tan general y abstracta que ningún
trotskista “ortodoxo” podía sino estar de acuerdo, fueron los mismos “ortodoxos” que vieron
“soluciones” concretas a esa crisis en el Mariscal Tito, Fidel Castro o direcciones guerrilleras y
nacionalistas burguesas, a las que alternativamente llamaron “direcciones revolucionarias” o, en todo
caso, recomendaban apoyar como “el mal menor”.

No vamos a hacer aquí un sumario de las capitulaciones del trotskismo de posguerra37. No porque creamos que ellas
estuvieron justificadas por las condiciones objetivas aunque está claro, por todo lo expuesto en este trabajo, que no
sostenemos la tesis voluntarista y subjetivista de que las fuerzas dispersas y debilitadas de la Cuarta Internacional
después de Trotsky podían modificar sustancialmente el mapa mundial en el sistema de Yalta. Pero rechazamos todo
razonamiento fatalista de las posibilidades del marxismo revolucionario, aún en los años más adversos en los que
campeó la fortaleza combinada del imperialismo y el stalinismo. Pongamos como ejemplo que en la revolución obrera de
Bolivia de 1952, el POR de Guillermo Lora sucumbió ante el nacionalista burgués MNR, mediante las ilusiones en su ala
izquierda, lo que constituyó una enorme oportunidad desperdiciada para el trotskismo ya que, aún en los estrechos
marcos de una revolución en un pequeño país semicolonial dominado por las condiciones objetivas que desarrollamos
anteriormente, hubiera significado, de todos modos, un salto en el desarrollo subjetivo de la Cuarta Internacional que
hubiera aparecido fortalecida ante la vanguardia mundial, influenciada preeminentemente por el maoísmo y el titoísmo
que habían encabezado revoluciones, o por los nacionalismos burgueses y pequeño burgueses dirigentes de procesos
de “liberación nacional”.

Ante el primer cambio sustancial de las condiciones de Yalta en el proceso de ascenso mundial abierto en el año
‘68, cuando recomienza la crisis capitalista que se arrastra hasta la actualidad, la mayoría de las distintas
tendencias que se reivindicaban de la Cuarta Internacional siguieron, inercialmente, marcando el paso a la sombra de
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direcciones no revolucionarias.

Perry Anderson señala al respecto: “Hay que decir que pese a su perspicacia e hincapié en la estrategia (...) la
tradición alternativa del marxismo revolucionario (..) tampoco se mostró mucho más fructífera que sus rivales históricos.
Cuando escribí ‘Consideraciones sobre el Marxismo Occidental’ la línea marxista proveniente de Trotsky
parecía muy dispuesta, tras décadas de marginación, a reintroducir la política de masas posestalinizada de la izquierda en
los países capitalistas avanzados. Siempre mucho más cercana a los problemas de la práctica socialista, tanto política
como económica, que la línea filosófica del marxismo occidental, la notable herencia teórica de la tradición trotskista le dio
ventajas iniciales obvias en la nueva coyuntura de ebullición popular y depresión mundial que caracterizó a los comienzos
de la década de 1970. (...) La historia ofreció una experiencia decisiva a este movimiento en estos años, pero este no
pudo superar la prueba. La caída del fascismo portugués creo las condiciones más favorables que se hayan dado
nunca para una revolución socialista en un país de Europa desde la capitulación del Palacio de Invierno (...) La IV
Internacional se perdió en la encrucijada de la revolución portuguesa...”38

¿Fue, como señala Anderson, el proceso ‘clásico’ de la revolución en Portugal ‘74 -’75, que
combinó el levantamiento anticolonial en Angola y Mozambique, contagiadas por la lucha del pueblo de Vietnam, con el
ascenso obrero y popular contra la dictadura de Salazar en un eslabón débil de los países imperialistas, la que ofreció la
última gran posibilidad de restablecer las bases estratégicas del trotskismo? ¿O la historia volvió a presentar otra gran
oportunidad en lo que fue el último gran “ensayo de la revolución política” en Polonia del ‘80 la que
hubiera permitido emerger a la Cuarta Internacional como gran fuerza y anticiparse a los procesos del ’89 -
‘91 en el Este de Europa, la URSS y China? Como fuere, toda la actuación del trotskismo en los años previos, de
los que solo quedaron débiles hilos de continuidad con las premisas de fundación de la Cuarta Internacional, llevó a
dilapidar aún más posibilidades en ese nuevo período de ascenso de la lucha de clases internacional del ‘68-
‘80, en el que el stalinismo y la socialdemocracia jugaron su último gran papel protagónico como contenedores de
la revolución obrera y socialista. La respuesta capitalista a esa oportunidad perdida se pagó caro: la ofensiva reaganiano-
thatcheriana de los años ‘80 y ‘90, con todas las consecuencias en pérdidas de conquistas que significó
para la clase obrera mundial incluyendo especialmente, claro está, el proceso de restauración capitalista en los estados
obreros deformados y degenerados.

Pero, contra quienes ven en ello una “derrota histórica” que sacó de la escena a la clase obrera, creemos
que la nueva perspectiva internacional volverá a presentar grandes oportunidades revolucionarias.

Rosa Luxemburgo sostuvo, en su tiempo, que la lucha por la liberación del proletariado era un tortuoso camino plagado
de derrotas pero que conducía a la victoria final. En un paréntesis histórico, durante los años de Yalta, pareció haberse
invertido ese apotegma: victorias y nuevas conquistas obreras que al fortalecer a direcciones reformistas llevarían luego
a derrotas como las que propinó a la clase obrera mundial la ofensiva “neoliberal”, con la pérdida de las
conquistas que esas direcciones parecían preservar.

Sostenemos que el cambio de aquellas condiciones vuelve a arrojar resultados contradictorios.

La enorme pérdida de conquistas y la fragmentación del proletariado que trajo consigo la ofensiva imperialista de los
‘90, alimenta una crisis en la subjetividad obrera que debe recomenzar, desde muy abajo, por unificar sus filas.
Pero en la etapa de decadencia de la hegemonía norteamericana que analizamos en este número de Estrategia
Internacional, la caída del aparato stalinista abre la posibilidad de superar esa crisis a favor del movimiento de masas,
potencialmente liberado de un chaleco de fuerzas que impidió durante décadas el surgimiento y desarrollo de
organismos del tipo de los soviets. Justamente la evaluación de la importancia estratégica de este tipo de organismos de
democracia directa de las masas es algo en que Trotsky y Gramsci tienen más en común entre sí, que ambos con la
mayoría de sus “seguidores”. Pero si el pensamiento de Trotsky sólo se mantiene en débiles hilos de
continuidad en el presente, el de Gramsci ha corrido peor suerte. La ruptura entre los gramscianos de hoy, verdaderos
Moderados ‘modernos’, promotores de revoluciones pasivas, y el Gramsci revolucionario es claramente
más abierta que entre la mayoría de los trotskistas y Trotsky. Concluyamos, entonces, que esta superioridad en los
elementos de continuidad con aquel ‘marxismo a la ofensiva’ de la Tercera Internacional revolucionaria
que hay en el trotskismo, aún con todas sus distorsiones, es producto de un acierto histórico: la más grande obra de
Trotsky, la fundación de la Cuarta Internacional en 1938. Eso es lo que deja planteado la tarea de refundarla para lo cual
es imprescindible aprender de las lecciones de su degeneración. Pensamos ese trabajo como un aporte a esa tarea en la
nueva etapa de la lucha de clases y ante los desafíos del futuro. NOTAS 1 Nos referimos a la conocida obra de Perry
Anderson, “Las Antinomias de Antonio Gramsci”. Además, otro de los trabajos comparativos es el de
Roberto Massari, “Trotsky y Gramsci”, que citamos en estas páginas. 2 Isaac Joshua, en “La crisis
del ’29 y la emergencia americana”.3 “El exiliado ruso dijo que desde 1917 había afirmado con
frecuencia que el capital mundial se desarrollaría ‘bajo la creciente hegemonía de los EE.UU., sobre todo bajo la
hegemonía del dólar sobre la esterlina británica”, sostenía un artículo de marzo de 1933, publicado en The New
York Times a partir de un reportaje de Asociated Press a Trotsky en Prinkipo.4 León Trotsky, en El Nacionalismo y la
Economía, noviembre de 1933.5 Antonio Gramsci, en Americanismo y Fordismo.6 Crítica de la Oposición de Izquierda
Internacional al programa de la Internacional Comunista, 1927.7 Ese relativo determinismo económico puede verse
claramente en este párrafo del Programa de Erfurt de la Segunda Internacional bajo dirección de Engels: “la
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propiedad privada de los medios de producción ha cambiado... de la fuerza motriz del progreso se ha convertido en
causa de degradación social y bancarrota. Su caída es indudable. La única pregunta que queda por responder es: ¿se
permitirá que el sistema de posesión privada de los medios de producción empuje a la sociedad junto con él al abismo; o
la sociedad se sacudirá ese fardo de encima y entonces, fuerte y liberada, reemprenderá la senda del progreso que el
camino de la evolución ha prescrito para ella? (...) Las fuerzas productivas que han sido generadas en la sociedad
capitalista se han vuelto incompatibles con el sistema de propiedad sobre la que ella se asienta. El empeño por
sostener este sistema de propiedad hace imposible todo desarrollo social futuro, condena a la sociedad al
estancamiento y a la decadencia (...). El sistema social capitalista ha recorrido su camino; su disolución es ahora sólo una
cuestión de tiempo. Las fuerzas irresistibles de la economía se dirigen inexorablemente al naufragio de la producción
capitalista. El ascenso de un nuevo orden social que reemplace al existente ya no es algo meramente deseable; se ha
vuelto algo inevitable (...). Tal como las cosas están hoy día la civilización capitalista no puede continuar; nosotros
debemos o ir hacia adelante, hacia el socialismo; o retroceder hacia la barbarie (...). La historia de la humanidad está
determinada no por ideas, sino por el desarrollo económico que progresa irresistiblemente, obedeciendo a determinadas
leyes subyacentes y no a nuestros deseos o caprichos (...)”.8 En el terreno de los análisis de la relaciones de
fuerzas a escala nacional, Trotsky es un claro continuador de las definiciones de Lenin sobre “situaciones”
; las que, como indica metodológicamente en esta cita de ‘¿A dónde va Francia?’, nunca se presentan
‘puras’: “En el proceso histórico se encuentran situaciones estables, absolutamente no
revolucionarias. Se encuentran también situaciones notoriamente revolucionarias. Hay también situaciones
contrarrevolucionarias (¡no hay que olvidarlo!). Pero lo que existe sobre todo, en nuestra época de capitalismo en
putrefacción son situaciones intermedias, transitorias: entre una situación no revolucionaria y una situación
prerrevolucionaria, entre una situación pre-revolucionaria y una situación revolucionaria...o contrarrevolucionaria. Son
precisamente estos estados transitorios los que tienen una importancia decisiva desde el punto de vista de la estrategia
política”.9 Notas sobre Maquiavelo, sobre la Política y el Estado moderno.10 Más adelante veremos que luego
del crack de 1929, Trotsky, con el mismo criterio metodológico de interconectar los elementos de crisis económica, lucha
de clases y las contradicciones interestatales, va a señalar el inicio de una nueva “fase catastrófica” (para
decirlo con los términos de Gramsci) en los años 30 donde se combinarían los intentos revolucionarios y el curso de los
países imperialistas hacia la segunda guerra.11 C. R. Aguilera Prat, en “Gramsci y la vía nacional al
socialismo”. 12 Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, (QC III)13 “El concepto de ‘revolución
pasiva’ debe deducirse rigurosamente de los dos principios fundamentales de la ciencia política (basados en la
Introducción a la Crítica de la economía política de Marx, N de la R): a) que ninguna formación social desaparece mientras
las fuerzas productivas que se han desarrollado en su seno encuentran sitio todavía para su desarrollo progresivo
ulterior; b) que la sociedad sólo se plantea tareas para cuya solución se hayan gestado ya las condiciones necesarias, etc.
Naturalmente estos principios tienen que desarrollarse antes críticamente en todo su alcance y deben depurarse de todo
residuo de mecanicismo y fatalismo” Esta cita de Gramsci, en “Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y
el Estado moderno”, de carácter tan general y abstracta puede prestarse a falsas interpretaciones, la más
común de ella, entre los reformistas, es que toda derrota de un proceso revolucionario podría estar
“justificada” en las “condiciones objetivas” (incluso daría lugar a calificarlo de
“prematuro”) subvaluando la acción concreta de las direcciones del movimiento obrero y de masas sobre
sus resultados.14 Introducción de Engels a “La lucha de clases en Francia” de C. Marx15 Sobre la
concepción de la revolución en Gramsci y en Trotsky ver artículo siguiente a éste.16 A. Gramsci, idem.17 Como bien
señala Aguilera de Prat sobre este aspecto clave, y para despejar prejuicios, para Gramsci: “En todo caso se
trata de tener una concepción dialéctica de esta noción que no debe convertirse en un programa de actuación política, (se
refiere a un programa de revolución pasiva, N de la R) como es el caso de los moderados en el Risorgimento, sino tan sólo
como un criterio metodológico de interpretación”. 18 Trotsky afirmaba en relación PCI ante el ascenso de Mussolini
en Italia: “El Partido Comunista Italiano surgió casi contemporáneamente con el fascismo. Pero las mismas
condiciones de reflujo revolucionario que llevaron al fascismo al poder son obstáculos al desenvolvimiento del Partido
Comunista. El Partido no se dio cuenta de las proporciones del peligro fascista; se embaló en las ilusiones
revolucionarias; fue inflexiblemente hostil a la política de frente único; en una palabra, sufrió todas las enfermedades
infantiles. No es de extrañar; sólo tenía dos años de vida. Para él, el fascismo representaba tan sólo la ‘reacción
capitalista’. El Partido Comunista Italiano no supo discernir la verdadera fisonomía del fascismo, derivada de la
movilización de la pequeñoburguesía contra el proletariado. Según las informaciones que recibí de compañeros
italianos, el Partido Comunista Italiano, con excepción de Gramsci, no admitía la menor posibilidad de la toma del poder
por el fascismo. Además, no se debe olvidar que el fascismo italiano era, en la época, un fenómeno nuevo, que estaba
apenas en proceso de formación. Deducir sus trazos específicos no habría sido fácil ni siquiera para un partido más
experimentado”. 19 Roberto Massari, en su trabajo “Trotsky y Gramsci”, recuerda: “El 22 de
noviembre de 1922, Lenin dictó a Trotsky (telefónicamente) el siguiente mensaje: “En cuanto a Bórdiga, aconsejo
vivamente aprobar la propuesta (de Trotsky) de enviar a los delegados italianos una carta de nuestro Comité Central y
de recomendar con gran insistencia la táctica que usted indica. En caso contrario, sus acciones serán
extremadamente perjudiciales, en el futuro, para los comunistas italianos”(...)“La táctica
‘indicada’ por Trotsky y por la mayoría de la dirección de la Internacional Comunista a la delegación italiana
en noviembre de 1922, fue la de frente único con otras organizaciones del movimiento obrero, comenzando por los
reformistas, que cargaban con la principal responsabilidad por el ascenso de Mussolini y que se ilusionaban con la
posibilidad de una convivencia entre el fascismo y las organizaciones obreras legales, de una conciliación entre el gran
capital y el programa mínimo de reivindicaciones de la clase trabajadora. A la delegación bordiguista, que afirmaba
erróneamente la equivalencia dictatorial de la democracia burguesa y del fascismo, la Internacional le respondía, en 1922,
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absteniéndose de las cuestiones de análisis, pero interviniendo pesadamente en las cuestiones organizativas,
preocupación ésta que demostraba que una instintiva señal de alarma ya encontraba eco en las paredes del Cuarto
Congreso. La recomendación de Lenin y Trotsky ya reproducida, muestra también que los dos principales dirigentes
bolcheviques comenzaban a temer consecuencias mucho más graves si no se cambiase la orientación de la dirección
italiana, aunque el motivo principal y contingente de sus preocupaciones fuese el de la fusión entre el joven partido y el
PSI maximalista.(...) “Como se sabe, la propuesta de Trotsky tuvo continuación. Dos días después del mensaje
telefónico de Lenin, la delegación italiana se encontró ante una carta del Comité Central del Partido Comunista Ruso,
firmada por Lenin, Trotsky, Zinoviev, Radek y Bujarin, prácticamente imponiendo la fusión con el PSI. Bordiga acepta
esta imposición por disciplina, pero mantiene su posición”.20 Juan Carlos Portantiero, en Los Usos de Gramsci. Las
negritas de la cita son expresiones textuales de Gramsci. 21 L. Trotsky, “Sobre la cuestión de las tendencias en el
desarrollo de la economía mundial”, enero de 1926.22 L. Trotsky, en “La Tercera Internacional después de
Lenin”.23 L. Trotsky, en El Nacionalismo y la Economía, noviembre de 1933.24 Lenin, en “El Estado y la
revolución”.25 Cuadernos de la Cárcel (QC III)26 L. Trotsky, en El marxismo y nuestra época, febrero de 1939.27
Mario Teló, Gramsci y el futuro de Occidente, en “Los estudios gramscianos hoy”28 “El ejercicio
‘normal’ de la hegemonía ‘está caracterizado por la combinación de fuerza y consenso, en equilibrio
variable, sin que la fuerza predomine demasiado sobre el consenso’. Pero en ciertas situaciones, donde el uso
de la fuerza era demasiado arriesgado, ‘entre el consenso y la fuerza se ubica la corrupción-fraude, esto es, la
enervación y paralización del antagonista o antagonistas‘ (Gramsci, Cuadernos de la Cárcel). Sobre ello, en la una
reciente editorial de New Left Review, Perry Anderson reafirma lo que hemos venido sosteniendo sobre este factor de
importante incidencia en la hegemonía norteamericana de la segunda posguerra:“... el consenso ampliado por
ésta vía era de un tipo especializado. Las elites de Rusia y - aquí habían comenzado antes- China estaban ciertamente
susceptibles al magnetismo del éxito material y cultural americano, como normas a imitar. En este respeto, la
internalización por parte de las potencias subalternas de valores y atributos selectos del estado supremo que Gramsci
hubiera considerado un rasgo esencial de cualquier hegemonía internacional, empezó a tener sustento. Pero el carácter
objetivo de estos regímenes todavía estaba demasiado lejano de los prototipos americanos para tales predisposiciones
subjetivas como para constituir una garantía fiable para cada acto de complacencia en el Consejo de Seguridad. Para
esto, se requería la tercera herramienta que Gramsci destacó - intermedia entre la fuerza y el consenso, pero más
cercana al último: la corrupción”. New Left Review 17, septiembre-octubre de 2002.29 Por supuesto no incluimos
en esta categoría de revoluciones pasivas proletarias a las revoluciones en Yugoslavia o China, ambas encabezadas por
ejércitos guerrilleros y partidos stalinistas nacionales en disidencia con Moscú que también ahogaron la posibilidad de
soviets de obreros y campesinos y congelaron la revolución en los límites nacionales, y por lo tanto fueron revoluciones
que dieron lugar a estados obreros deformados, pero donde las masas y su vanguardia jugaron un rol activo ingresando
en los “partidos-ejército” de Tito y Mao. Para mayor fundamentación sobre nuestra evaluación de estas
revoluciones recomendamos al lector recurrir a nuestro análisis polémico de Estrategia Internacional Nro. 3 (febrero del
‘93), sobre lo que llamamos el “período excepcional” que se da entre los años 1943 y 1949,
durante los cuales, sostenemos, se generaliza la hipótesis que era contemplada sólo marginalmente en el Programa de
Transición donde “no se descartaba” la posibilidad teórica que los partidos reformistas “bajo
determinadas condiciones - crack, guerra, presión revolucionaria de las masas (...) vayan mas allá de lo que quisieran en
su ruptura con la burguesía”. 30 Esta cita pertenece al manifiesto “La India ante la guerra
imperialista”, de julio de 1939, donde también se puede leer afirmaciones como esta, comunes en las proclamas
de la Cuarta Internacional: “... la guerra puede significar, tanto para la India como para las demás colonias, no
una esclavitud redoblada sino la libertad total; la premisa para lograrlo es contar con una política revolucionaria correcta.
El pueblo indio debe separar su destino, desde ahora mismo, del imperialismo británico. Los opresores y los oprimidos
están en lados opuestos de la trinchera. ¡Ninguna clase de ayuda a los esclavistas! Por el contrario, hay que utilizar las
inmensas dificultades que surgirán con el estallido de la guerra para asestar un golpe mortal a las clases dominantes.
Así es como deben actuar las clases y los pueblos oprimidos de todos los países, sin importarles si los señores
imperialistas se cubren con máscaras democráticas o fascistas”.31 En esto debemos incluir, además de
innumerables escritos y artículos, obras como “La Revolución Traicionada” y “En Defensa del
Marxismo”.32 Programa de Transición de la Cuarta Internacional, 1938.33 A la misma matriz pertenece Jorge
Altamira y el PO de Argentina, aunque no se trate en este caso de una corriente internacional que nunca constituyó, que
estuvo ligado tanto a la corriente de Lambert como a la de Lora y arrastra una seudo-teoría catastrofista económica
llevada a límites extremos en la actualidad. 34 Esta combinación de factores en los años 30 fue lo que llevó a que la
socialdemocracia en países como Francia, más allá de lo que quisieran sus dirigentes reformistas, fuera
desestabilizada momentáneamente, lo que permitió a Trotsky plantear a los pequeños núcleos revolucionarios la
táctica entrista en el PS, conocida como el “giro francés”, para atraer desde adentro a sus elementos
radicalizados y dirigirse desde ese partido de masas a los obreros comunistas que se encontraban en los PC
completamente stalinizados. 35 Esta afirmación es desarrollada por Trotsky en el “Manifiesto de la Cuarta
Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, de mayo de 1940. 36 El dirigente
trotskista Nahuel Moreno, fundador de la corriente de la cual provenimos, para responder a esta situación tan
contradictoria sostuvo que después de la guerra “la realidad se ha hecho más trotskista que Trotsky”.
Con ello trataron de decir que la permanencia de la revolución estaba confirmada por el hecho de que hasta partidos
stalinistas o guerrilleros se habían visto obligados a tomar el poder y expropiar a la burguesía en numerosos países por la
fuerza misma de los factores objetivos: la revolución se había transformado en “objetivamente socialista”.
Como ya hemos polemizado en EI Nro. 3, con esta afirmación extendieron el período excepcional entre los años 43 y 49
como norma al conjunto de la posguerra, tergiversando lo esencial de la teoría de la revolución permanente y, lo que es
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más grave, la propia realidad. Esta nueva teoría rompió el nexo entre las tareas que debe cumplir la revolución y los
sujetos, clase y partido revolucionario, que las llevan adelante, cuestiones que en la teoría de la revolución Permanente
son un todo indivisible. Si no hubiese sido así, ¿qué sentido tuvo, entonces, el rechazo de Trotsky y la Oposición de
Izquierda a la “colectivización forzosa” hecha por Stalin, si separa de manera abstracta la “tarea
socialista” de liquidar la propiedad en el campo de los métodos de la revolución proletaria y de la clase tiene llevar
adelante esa tarea? A ello respondió Trotsky en su momento: ”no importa sólo el ‘que’ sino el
‘como’ y ‘quién’ lo hace: si la burocracia o los soviets”. Esta debió ser la base del
razonamiento de los trotskistas de posguerra. 37 Digamos sí que la corriente de la cual provenimos liderada por Nahuel
Moreno en la Argentina pasó de diluirse en el movimiento peronista en los años ‘50 a exaltar años más tarde a
la dirección cubana de Fidel Castro.38 “Tras las huellas del materialismo histórico”, Perry Anderson.

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