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El mundo cambia a velocidades crecientes y, como dicen los nostálgicos, “el futuro ya
no es lo que era”. Adaptarse o morir, sí, pero ¿adaptarse a qué, si cuando llegamos al
cambio el cambio parece seguir migrando a lugares nuevos e impensados? Ése es uno
de los grandes desafíos a los que se enfrentan los líderes en las formas que va
adquiriendo la nueva sociedad, y el éxito es poco probable si no somos capaces de
repensar las capacidades de liderazgo concediendo a la comunicación un lugar
estratégico por su centralidad en todos aquellos procesos en los que se gestionan la
confianza y el sentido.
“Cambia, todo cambia”, cantaba Mercedes Sosa, anunciando en tres sencillas palabras
una verdadera teoría sociológica. Es más, casi podría decirse que la vida social,
política, cultural y económica se ha convertido, de alguna manera, en el cambio
mismo. Quizás la diferencia más importante con respecto a otras épocas resida en lo
siguiente: que los cambios parecen producirse a una velocidad siempre superior a
nuestra capacidad de comprenderlos adecuadamente y, además, nunca terminan de
producirse, por lo que la realidad no termina de solidificarse en formas estables que
nos permitan su análisis. Cuando algo parece haberse consolidado ya se nos vuelve
antiguo. El mundo se ha tornado movedizo, inaprensible, “líquido”, como señala
Zygmunt Bauman.
Ahora bien, este nuevo estilo de liderazgo, acorde con los nuevos tiempos, implica
algunos cambios importantes con respecto a estilos de liderazgo precedentes. Por
paradójico que parezca, en la exigente sociedad del conocimiento ya no bastan los
conocimientos para liderar. Hace falta más, mucho más. Y más, en este caso, significa
distinto y mejor. Como bien afirmaba Albert Einstein, “locura es seguir haciendo lo
mismo y esperar resultados diferentes”. Ahora, si queremos resultados diferentes, hay
que liderar de nuevos modos.
Ciertamente, ese más y mejor está muy relacionado con esa sociedad del conocimiento
en la que lo inmaterial es cada vez más importante y decisivo. Pero lo inmaterial
trasciende a la gestión del conocimiento. La materia prima de los nuevos liderazgos es
gestión del conocimiento y el talento, sí, pero también –y muy especialmente- gestión
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de la confianza y del sentido. Nada de esto puede logarse sin comunicación, por eso la
comunicación se ha vuelto una competencia clave para las nuevas formas de liderar.
Comunicación y confianza
En The Speed of Trust (2006), Stephen Covey Jr. sostiene que “la capacidad de
infundir, cultivar, desarrollar y recuperar la confianza no sólo resulta crucial para
nuestro bienestar personal e interpersonal: es la competencia de liderazgo clave en la
nueva sociedad global”. De hecho, quien no suscita confianza, sino temor, no es un
líder, aunque pueda tener algún tipo de autoridad sobre nosotros. Obedecer y seguir
no son lo mismo, como tampoco son lo mismo ordenar y convencer. Dicho del modo
más radical posible, no hay liderazgo sin confianza, y no hay posibilidad alguna de –
como dice Covey Jr.- “infundir, cultivar, desarrollar y recuperar” la confianza si no hay
comunicación.
Si hubiese que exponer de modo sencillo la relación entre estos tres conceptos
(liderazgo, confianza y comunicación), que son conceptos y prácticas al mismo tiempo,
tal vínculo podría exponerse de este modo: los líderes, todos los líderes, aspiran a
realizar cambios. La posibilidad de que los cambios se lleven adelante depende, en
muy buena medida, aunque no únicamente, de que los cursos de acción que los líderes
proponen estén legitimados, y –a su vez- esa legitimación se fundamenta en la
confianza que inspira el líder y en el grado de consenso que ha sido capaz de generar
acerca de la conveniencia de sus propuestas. ¿De qué otro modo podría desarrollarse
este proceso si no es concediéndole un lugar estratégico a la comunicación? Sólo de
ese modo, reconociendo en la comunicación un carácter estratégico, cabe esperar que
en los resultados de un proceso de liderazgo de estas características pueda afirmarse
lo que decía Lao-Tzu: “cuando el trabajo de un buen líder concluye, las personas
dicen… ‘lo hicimos nosotros’”.
El liderazgo comunicativo
Extrañamente, cuando Covey publicó en 1989 el que sería su best-seller Los siete
hábitos de la gente altamente efectiva no tuvo en cuenta a la comunicación como uno
de esos hábitos. Así, destacó 1) la proactividad, 2) la importancia de trabajar siempre
con un fin en mente, 3) la conveniencia de jerarquizar (primero lo primero), 4) el
pensamiento ganar/ganar, 5) buscar primero comprender y sólo después ser
comprendidos, 6) valorar la diversidad trabajando en equipo (“sinergizar”) y, por
último, 7) ser capaces de gestionar de manera integral lo emocional, lo mental y lo
espiritual. Ahora bien, cuando en 2004 publicó El octavo hábito: de la efectividad a la
grandeza, no lo presentó como un nuevo hábito que debiera añadirse a los siete
anteriores, sino como el que permite repensarlos desde una nueva perspectiva:
“Encontrar nuestra voz y ayudar a los demás a encontrar la suya, supone cumplir con
nuestro potencial interior”.
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* Doctor en Comunicación Pública por la Universidad de Navarra (España). Profesor del Programa
Líderes de CREA y del Instituto Universitario Ortega y Gasset, en sus sedes de Madrid y Buenos
Aires.