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El ser que llega, que brota al mundo, se acomoda en la cobija con la que tiendan
su cama (este es el contexto), ésta le ayudara a afrontar los climas, y le provocará llorar
sus noches, si es que en lugar de descansarlas se dedica a añorar calores que esta no le
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brinde. Velar ausencias no tendría que ser su empeño (decía una mujer –los niños no
tienen porque llegar a sufrir nuestros errores-) sino dormir sus noches y jugar sus días.
La enfermedad en los niños consiste en dormir sus días, en cuanto los bochornos
o fríos nocturnos, por ello los niños lloran; pues lloran su desvelo. Un niño al que no se
le cuida de noche se le trastorna los días, y no hablo de que los padres han de sufrir
inevitablemente su niñez (como inmadurez), sino que han de cobijar a los niños, no con
las sabanas sucias (empolvadas o enlodadas por el vomito, orinadas, defecadas con las
que quizás les cubrieron a ellos, y a las madres de sus padres, hasta remontarnos al viejo
continente). A los niños hay que taparlos con las cobijas que ellos mismos tejen al
ampliar su horizonte y al señalarnos la vida; cuando el niño juega produce la más bella
sabana, es suave a su piel y no da motivo o rigurosidad por la cual provocar desvelo.
Cuando el acogido en casa créese y se constituye propios pasos, no hay que molestarnos
porque utilicé la casa como retrete, justo de eso se trata, el mundo; nuestro mundo crece
cuando el ingenio novatito de un niño amplia nuestros horizontes, cuando su risa y la
nuestra, al danzar con el (al seguirle el paso) se volcán la ventisca que diluye la niebla
de las convenciones, la niebla de la creencia; que derrumba ese muro intelectual
impuesto frente a nuestras ventanas (que hoy por hoy ya no ven, y por las cuales ya no
se escucha).
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para ellos y esto son para nosotros, no sólo es amor lo que padecemos, sino repulsión
también lo que gozamos.
Siempre estamos rumbo á (y no por que tengamos que llegar a algún lado o
hacer algo en especifico, sino por que estamos y como existentes nos movemos) y la
moneda sigue girando en el aire, no se sabe si siempre ha venido cayendo (como
originándonos) o si se seguirá ascendiendo (como salvándonos). ¿Qué sostiene a los
existentes? (a la manera de un fundamento, no sirve preguntarse), es bello preguntarlo,
pues resulta un catalizador inigualable, que genera, mediante la maravilla de la
imaginación, el gocé estético que nos regalan las respuestas: ya sean dadas através de
cualquier lenguaje o modo (disciplinario descriptivo-narrativo), como lo son las
interpretaciones creativas de la divinidad mítica, la poesía, la música, la danza, el canto
y el juego o la formalidad congruente de un sistema filosófico, o así como el escribir
para ustedes mi personal certeza, o leer y escuchar la de cual quier diverso (que es, por
sí mismo, ya una respuesta -innegablemente verdadera- de lo que la vida dice ser, de
que se compone, del porqué es y no, no es…) que desee cantar y describirse para sí y
para nosotros. Y definir su esencia como orden o desorden, concebir malvada o bendita
a la naturaleza de la misma, dilucidar las características verdaderas o más inadecuadas y
erróneas etc. No lo es preguntarlo a la manera del cobarde o como lo necesario para
poder sobrevivir y soportar la vida y su infinita diversidad –todo eso que no poseo y que
ansío aprehender, que aún no puedo controlar y que aún ignoro-, el necesitado de
certeza, asecha a los otros como si fuesen alimento:
El hambriento interpreta a todos los entes como posibles alimentos, y, gracias a su
inteligencia práctica que descubre la realidad física de las cosas circundante, escoge
aquellas que son interpretadas como las que cumplen realmente con la necesidad. El
sujeto necesita puede equivocarse y ingerir algo venenoso como si fuera alimenticio.
Ese error, o no-verdad, puede causarle la muerte. En ese caso la vida se transforma
en el criterio primero de la verdad (aún del conocimiento teórico).1
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Enrique Dussel. texto preliminar: tesis de economía política. Primera parte, Tesis 2, [2.2] La necesidad.
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diferencia de el valor de uso que Dussel describe: “El sujeto necesitado se procura el
satisfactor, el bien cuyo contenido aquieta la necesidad en cuanto incorpora la
propiedad real de la cosa que revierte el estado de ansiedad del peligro de no poder
satisfacer lo exigido por la vida para sobrevivir.” Situación donde el trabajo genera la
justicia del consumo. No es ni siquiera entendible como un bien, cuya función consista
en satisfacer el hambre desesperada de la razón, por consolidar el fundamento que
aniquile por “siempre” su falta. Siendo que el deseo infinito del encuentro con lo Otro,
es la certeza plena de la actualización de la satisfacción, mediante el gocé de lo
inagotable, de la alteridad que es el canto del ser, y por lo tanto de la vida.
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Ya discutiremos más adelante, si el canto del Ser, pude ser más bien un grito de búsqueda, a la manera
de una decisión indigente y necesitada, o una respuesta lúdica y hermosa, a la pregunta metafísica de
“porqué el ente y no la nada”.
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instantáneamente, sin distinción de temporalidad y distancia. Conforme a mi parecer,
tomo como verdad el que todo nos compete, en tanto que lo Otro y su presencia suena,
y estamos para escuchar (o por lo menos es inevitable), en tanto que exista el Otro (
[de quien hemos ya demostrado su existencia,]
al menos que neguemos la existencia de los diversos, y estemos verdaderamente
condenados a escuchar lo Mismo, que sería el sonido propio de la soledad “la presencia
de la ausencia” el Hay3). Pienso pues que lo que suena (solamente puede ser lo Otro –
en que estamos contenidos como diferentes- y siempre es lo otro, en tanto que
escucharse infinitamente sólo a si mismo, equivaldría verdaderamente a un silencio
eterno, y en este sentido, si en la convivencia (como reunión de los existentes que
conforman la vida -como fenómeno ontológico- es decir como contexto o como mundo
que recibe) se encuentra un aguafiestas (quien no pierde en ningún momento su
alteridad) se quedaría pues en sí su propio grito (en tanto que este no podría dirigirse a
un cercano, sino a las instancias que el mismo pueda alcanzar dentro de la supuesta
“originaria soledad”, no requeriría pues entonarse y mostrarse como grito de dolor - que
se impone sobre otro sonido- causado y conformado ante y por la estridente presencia
de los diversos, y sufrida por quien la escucha y le contesta como grito que repele).
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Confrontar el segundo apartado (Existencia sin existente) del libro De la existencia al existente de
Emmanuel Levinas, traducción y ensayo posterior de Patricio Peñalver, Arena Libros.
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Confrontar el libro de Emmanuel Levinas Totalidad e infinito traducción de Daniel E. Guillot, Ediciones
Sigueme
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Esta es la resistencia de la diversidad armoniosa, que el verso que se declama,
continúe declamándose (como los niños frente a la tumba); aunque Otros no quieran
decir que sí a la muerte de un verso (el verso como el muerto), o en su caso, el que Otro
necesite callarnos a todos, pues -a manera de confesión- verdaderamente compartimos
la misma casa. Lo que le importa al agua, cuando esta llueve, es llegar lo
suficientemente profundo dentro de la tierra, para que en la superficie de ésta, crezcan
infinidad de vivientes, así como el mismo Sol mantiene reseca la tierra árida del
desierto, para que los que puedan, sin esfuerzo de su naturaleza, vivir allí, lo puedan
hacer. Caería en un error al creer que la tierra debería de perder su humedad -su calidad
de vida-, así como tampoco poseo coherencia con la cual profesar que el desierto debe
ser humedecido, si bien lo climas cambian lo hacen conforme y en congruencia con la
vida, si lo congelado da vida a la vez que lo reseco, no he de congelarlo todo o secarlo
todo; pues sólo totalizando se podría otorgar realidad a la soledad, como unidad total de
lo mismo, como imperio. Por ello es congruente que los niños rían en los momentos
agónicos y de muerte, que rían frente los enfermos terminales, así como en los velorios
y durante los entierros jueguen, y que no asistan, si así lo quieren, después a los
rosarios.
Aquí se libera otra óptica, no hay pasado sin movimiento (la evanescencia del
instante de Levinas), no hay una boca que de la nada vomite otra boca. La soledad no es
un recuerdo del origen o de la razón-motivo de la búsqueda como vida y despliegue de
una voluntad sufriente y desvalida, o altiva y generosa en sí.
Al que grita hay que atenderlo, y no porque nos moleste su grito, como a él
nuestro canto (como estridencia y violencia). Lo que éste considere como solución no
tendría porque ser nuestra consideración, eso distingue al que le grita a los demás de
quien escucha a los otros, escuchar su presencia de grito, su alteridad y su dolor no es
justificación para considerar y decretar que sufre la locura, y que merezca el olvido o la
hoguera, o la muerte, por no ser el suyo nuestro dolor; el que grita duda de los otros y
para éste la soledad no es un recuerdo, para éste nosotros ejemplificamos lo que sufre
como una esperanza mentirosa, como un sueño mentiroso entre pesadillas y
alucinaciones. De lo que no se da cuenta y des-escucha (debido a su propio grito), es
que el también es Otro, que pensarnos mentira es negarse ontológicamente a si mismo,
negar pues la instancia por la que es posible sufrir, desde donde se sufre, y se encuentra
y genera el motivo del grito, desde donde también es posible pensarse uno infinita,
verdadera e irremediablemente sólo: es una plena contradicción e incongruencia pura. A
pesar de estas consideraciones y certezas, la estridencia, como evento-grito, en la
convivencia (inevitable) entre los distintos, verdaderamente atenta contra la certeza de
la convivencia como festividad (como armonía).
Sobre la tranquilidad
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pretende imponer su ritmo, enmarcando por lo estridente, lo que silencia todo aquello a
su alcance. Alejarse del que grita, en la indiferencia del Otro como sufriente, no es una
solución, no hay que tape la escucha del ser declamándose, el verso de la vida es
sonoridad y se compone de todo acto y todo acto es sonoro. La indiferencia ante el Otro
es también búsqueda de silencio, es también gritar al otro que se calle, es por lo tanto
contagio de grito. La tendencia a lo mismo de la que Levinas nos hablara; es un
contagio, el contagio del grito como búsqueda del Silencio de los distintos. Este
apartado trata sobre la supuesta “tranquilidad” que se busca en la indiferencia, con la
anterior hemos develado que esta tranquilidad lo es sólo en apariencia, y es conforme a
la niebla de la creencia: creencia del silencio como consuelo, el abrigo de la nada que
para ser posible requiere la consumación de la conquista de lo Mismo (como grito)
sobre lo Otros (como la totalidad de los existentes), allí se encuentra otra falacia
minima, el silencio como consuelo es pues una charada, el abrigo es tan sólo posible en
tanto abrazo amistoso con lo Otro, , para abrazar la nada se debe dejar de ser como Otro,
al diluirse uno en ella, se pasa a ser el “abrigo”, en ningún momento ésta te abraza, para
quien se funde en la nada -si es que esto es o a sido- ese acto no culmina su dolor ni
tampoco erradica su sonido, que a de retumbará en el infinito, eternamente, como la
huella histórica de una presencia que sufrió (o que incluso continuara sufriendo en el
recuerdo de los senderos de los Otros) aunque ya no grite. Al concebirse en lo Mismo
como la nada, al des-escucharlo todo más que sólo al silencio, se des-escucha a sí como
Otro y en ese sentido jamás escucha desde sí la nada como para que en algún momento
se sienta aliviado. El alivio es la recepción armoniosa de algo que siempre es otro, des-
escucharlo todo imposibilita toda cura, todo alivio; la caricia (como satisfacción)
siempre es para el Otro (es dirigida hacia algún Otro) como regalo sin valor de costo ni
vida desgastada. Al parecer la lógica del egoísta sólo goza de sí, eso es des-escuchar al
Otro, y por lo tanto es ilusión de gozo, niebla de la creencia.
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Por esto sabemos también que quien nace en un cuarto de gritos, es impelido a
gritar y llorar como un niño mal cobijado, cosa difícil al recordar que la melodía de un
recién naciendo es el sonido mismo del infinito, toda la vida sonando en un solo acto,
no como representación diáfana, sino como la vida misma habiendo y cantando su canto
bello. Estas son las certezas que desmienten las fuerzas altivas de lo violento; Distinción
entre enfermedad y grito. Un niño quizá nazca enfermo, pero jamás (y como certeza
eterna) nace silenciado a la vida (gritando estridencias) lo que llora y grita un niño al
nacer es el canto de la vida entera, no como unidad y representación, sino como salud y
explosión vital del Ser.