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Las señales de Dios (IV)

Los requisitos fundamentales.


Hechos 3:11-16

A muchos de nosotros nos gustaría tener un auto. O dos. ¡Mejor tres! (uno para cada miembro de la
familia que puede manejar). Muchos compramos el auto sin calcular el costo de mantenerlo y, para
cuando nos damos cuenta, el auto se vuelve el centro del hogar y el agujero negro en nuestro
presupuesto: hay que llevarlo al taller, lavarlo, poner horarios de entrada y salida, atender que los
gatos no duerman encima y lo rayen, fijarse quién lo usó y si le cargó combustible o te lo dejaron en
la cochera sin un gota en el tanque.

Cuando hablamos de la obra de Dios también debemos considerar algunos puntos, especialmente si
hablamos de claras manifestaciones divinas entre nosotros. Aprendamos del pasaje mencionado en
el título.

1. Los ojos en nosotros. Pedro y Juan habían protagonizado la curación de un cojo. El público
se centró en ellos dos. ¡Y con qué razón! Eran los únicos a la vista a quién podían alabar por
tan grande milagro. Pedro y Juan pusieron el freno a la admiración de la gente y dirigieron la
gloria del milagro al nombre de Jesús. ¿Has visto un milagro? ¿Quién se llevó la gloria: el
hombre presente o Jesús? Meditemos en esto.

2. La fuente del poder. El término original significa simplemente capacidad para llevar algo a
cabo. Pedro les preguntó ¿piensan que tenemos el poder para hacer algo así? ¡No! No lo
tenían. Nosotros tampoco. Ellos descartaron que hayan sido los autores del milagro,
sabiendo que ni siquiera lo hubiesen logrado con muchos masajes en la piernas del cojo o
con remedios mágicos. Estaba simplemente fuera de su capacidad.

3. Nuestra piedad. La piedad, según el diccionario bíblico, es el afecto y temor hacia Dios.
Muchas veces lo confundimos con “santidad”, y hay muchos que hacen alarde de santidad
cuando no son más que santurrones. La piedad está relacionada con la santidad del cristiano,
pero no es una fuente mágica de poder o autoridad para hacer milagros a nuestro antojo.
Dios obra el milagro y nos usa como instrumentos, pero nunca debemos pensar que tenemos
méritos suficientes para realizar milagros por nuestra propia cuenta o por nuestro propio
esfuerzo. Pedro no lo hizo. Tampoco lo hagamos nosotros.

4. La fe en el nombre de Jesús. Pedro anuncia en forma concisa y breve la causa del milagro: la
fe en el nombre de Jesús. Jesús mismo confirmó Su nombre como el único en el cual se
hacen milagros y somos libres de la condenación del pecado.

Conozcamos nuestras limitaciones. Sepamos que no podemos. Alegrémonos en nuestra incapacidad


porque en nuestra debilidad el poder de nuestro Dios hace milagros y se perfecciona (2Co. 12:9).

Raúl Salazar

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