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La riqueza de la intimidad

Lic. Matías Muñoz

(Artículo publicado en Revista Creciendo en Familia, Nro. 15, 2010,


Prosed, Universidad Católica Argentina)

¿Hasta dónde saber sobre la intimidad de nuestros hijos? ¿Cuál es el


límite entre la presencia parental, el cuidado y la invasión a la
intimidad? ¿Confiaremos en el diálogo y en la educación transmitida
más que en el control? Son éstas algunas de las complejas preguntas
que los padres podemos hacernos a nosotros mismos cuando
nuestros hijos empiezan la adolescencia. Me referiré en este artículo
a la intimidad intra-personal, o sea, a la relación del adolescente
consigo mismo y a la influencia de los vínculos parentales en el
desarrollo de esta capacidad.

Desde la más temprana infancia, las personas desarrollamos


progresivamente la posibilidad psicológica de estar a solas con
nosotros mismos. Con el logro de estas experiencias de mismidad se
va generando en los seres humanos la autoconciencia, y así
comienza la fascinante tarea del autoconocimiento. Así, en el juego
de la infancia, el niño descubre el apasionante mundo de las
fantasías y de los sentimientos. El expresivo juego infantil nos
muestra la intimidad de los niños. Al entrar en la adolescencia y con
el logro del pensamiento abstracto, la posibilidad de pensar en uno
mismo se enriquece con el uso de las palabras y de las imágenes
simbólicas como medios de expresión de nuestro ser.

En nuestro mundo interior, residen nuestros pensamientos, fantasías,


emociones y deseos que representan nuestras experiencias de vida y
nuestra singularidad. Habitamos un espacio personal y decidimos
libremente cómo y cuándo transformar en público ese ámbito
privado. La intimidad es así un derecho personal.
Intimidad, apego y autonomía

Como reflejo de este derecho, el adolescente empieza a defender


ante los adultos la riqueza de tener su mundo íntimo. Buscando
intimidad cerrará sus cajones y mochilas, guardará celosamente sus
escritos, protegerá con contraseñas sus archivos y conversaciones en
la computadora, pedirá cerrar la puerta de su cuarto cuando esté con
sus amigos, etc.

La defensa, por parte del adolescente, de sus momentos de


intimidad, formará parte del logro de la autonomía personal. En la
búsqueda de la progresiva independencia de los padres, intentará
mantener aspectos personales a reserva de los adultos. Como dice
José Antonio Marina (filósofo español), en su libro “El aprendizaje
de la sabiduría” (Ed. Ariel, 2009), lo que se va logrando es una
“autonomía vinculada”. Es decir, que los seres humanos, nacemos y
nos insertamos en una red social que nos brinda apego y contención
y que, con el crecimiento, vamos logrando cierta autonomía
manteniendo al mismo tiempo una estrecha relación con el otro.

Por la necesidad de apego los seres humanos buscamos durante toda


nuestra vida figuras que nos brinden apoyo y cuidado. En base al
tipo de apego recibido en la infancia y en la adolescencia
constituiremos nuestra seguridad personal y nuestra confianza en
los demás, como seres capaces de cuidarnos, protegernos y darnos
contención emocional. El adolescente necesitará y buscará la
presencia de los adultos por sobre la ausencia, pero nos pedirá una
cercanía sin invasión. Buscará compartir con nosotros aristas de sus
vivencias pero también forjará el fortalecimiento de los momentos
personales, siendo esta búsqueda de una riqueza invalorable.

Partiendo de una confianza básica en sí mismo y de los adultos


como agentes de cuidado (resultado de un apego seguro recibido en
la infancia y en la adolescencia), nuestro hijo buscará alejarse de
nosotros para conocerse a sí mismo y afianzar su identidad. Para
esto seguirá necesitando de nuestro acompañamiento y de nuestra
observación desde la cercanía.

Si surgiesen en nuestros hijos conductas que nos preocuparan,


podremos, sin perder la confianza en ellos, apelar al diálogo como
forma de encuentro personal. Podremos explicitar nuestra
preocupación y nuestro deseo profundo de ayudarlos a resolver
cualquier situación conflictiva. Buscaremos cercanía para que luego
de resuelto el conflicto, podamos permitirles un nuevo
distanciamiento. Si el adolescente, más allá del contexto complejo
en el que se mueve fuera de su hogar, ha incorporado una ética
familiar y la ha hecho personal y si ha logrado una buena
autoestima producto de un buen nivel de apego parental, contará con
recursos para cuidarse a sí mismo en situaciones de riesgo.

Así, nuestros hijos irán logrando el gran desafío de la adolescencia


que es el paulatino logro de la autonomía y de la madurez personal,
construyendo un proyecto propio que les permita la salida de la
familia de origen.

Intimidad y comunicación familiar

Los padres atravesamos, actualmente, profundos miedos en las


crianzas de nuestros hijos, (el miedo al consumo de sustancias, a las
enfermedades de transmisión sexual, a que nuestros hijos se
vinculen con adultos que los dañen, a los riesgos por la inseguridad
que corren en las salidas nocturnas, a la violencia callejera, etc.). A
raíz de nuestros temores, vamos ejerciendo algunas conductas de
control que usaremos para intentar tranquilizarnos: revisamos
cajones, mochilas, casillas de correo electrónico, diarios personales,
escuchamos conversaciones de nuestros hijos con sus amigos y
establecemos redes con otros padres a través de las cuales nos
intercambiamos información sobre lo que nuestros hijos hacen
cuando no están bajo nuestra mirada.

Nuestros hijos necesitan de nuestra confianza. Un riesgo para el


logro de la autonomía sería que podamos llegar a confiar más en
estas acciones invasivas que en la conversación, el diálogo y la
formación que les hemos dado a nuestros hijos desde la más
temprana infancia.

Al sobrevalorar el control como mecanismo para evitar posibles


riesgos, podemos someter a nuestros hijos a interrogatorios que muy
probablemente no nos conduzcan a un lugar constructivo. Podemos
preguntar buscando datos con el único objetivo de querer manejar y
controlar sus decisiones. ¿Cómo reaccionaríamos nosotros como
adultos si sorpresivamente alguien nos hiciera preguntas incisivas
sobre nuestra vida privada? ¿Por qué nuestros hijos deben
respondernos cuando por ansiedad nosotros preguntamos de una
forma inquisidora? Cuando la comunicación se utiliza con fines de
control y no para generar confianza el clima en el vínculo se
enrarece.

También podemos interrogarlos para introducirnos en sus vidas y así


vivenciar como “nuestra” la vida de ellos; buscar sentir o hacer lo
que les pertenece como si nos sucediese a nosotros. Esto suele
ocurrir en situaciones en las cuales la adolescencia de los hijos llega
en un momento de crisis vital de uno o de ambos padres, los cuales
también cargan sus frustraciones y sus angustias propias de un
período de crisis. Al no querer tolerar esta circunstancia, buscan
posibilidades de “vivir la vida del hijo”, invaden su espacio para
parecerse a él o contagiarse de su vitalidad y fuerza, intentan sentirse
jóvenes ante una adultez que viven como carga y sobrepeso. Son
padres-pares que viven la vida de los hijos perdiendo la simetría y
ante los cuales el hijo también sufrirá por sentirse invadido y
huérfano de una figura de referencia.
Volviendo a la comunicación familiar, nuestros hijos no
responderán a un cuestionario sorpresivo. La escena se repite: el
padre sorprende con preguntas incisivas a las que el hijo contesta
con monosílabos, quizás como defensa a la intromisión. Los padres
preguntan, el hijo calla y el silencio retroalimenta la ansiedad de los
padres. El clima familiar se enrarece porque se instala la
desconfianza, (“si no me cuenta por algo será”). Surgen las peleas y
discusiones con los padres cuando el hijo vivencia la invasión a
través de un control policiaco que los padres ejercemos muchas
veces por miedo. En estas ocasiones se escuchan algunas frases en
las familias como: “No me revises mis cosas”, “Dejame solo”; “No
te metas en mi vida”, “Dejame respirar” etc.

El logro de la distancia óptima con nuestros hijos es uno de los


desafíos de mayor complejidad en la educación. ¿Cómo acompañar
sin invadir? ¿Cómo dar afecto sin obturar la singularidad? ¿Cómo
mantener la presencia a pesar de los progresivos alejamientos y
acercamientos que el hijo propone? El hijo elegirá el momento
adecuado para abrirnos su mundo. Aprovecharlos podrá prevenir
conflictos o riesgos propios de la etapa.

La presencia continua de los padres a lo largo del crecimiento, la


tolerancia a la autonomía de los hijos y el respeto por su intimidad
personal serán características centrales en nuestros vínculos paterno
filiales que harán que nuestros hijos se vivencien a sí mismos como
únicos, especiales y con una riqueza personal que les permitirá
realizarse como personas con derecho a la intimidad.

Recuadro uno: Estilos de familias y respeto a la intimidad.

Un terapeuta familiar argentino, Salvador Minuchin, trabajó


clasificando a las familias en base al estilo de vínculo que sus
miembros establecen entre sí. Se podrían describir dos tipos de
familias como polos disfuncionales que se denominan desligadas y
aglutinadas. Las familias aglutinadas se caracterizan por la
indiferenciación en los roles y espacios. Los miembros se aglutinan
y pierden así su sensación de identidad individual y de autonomía.
Son sistemas familiares que viven como un clan en el que las
funciones se mezclan, producto de lo cual los hijos tienen
dificultades en el logro de la autonomía y la intimidad.
En el polo opuesto, una familia desligada, la distancia entre los
miembros es tan profunda que la autonomía podrá existir, pero sin la
confianza básica del adolescente para pedir ayuda si la necesita. Es
un desligamiento que abandona.
Por el contrario, en las familias funcionales y flexibles hay claridad
en los roles, cada miembro conserva su lugar y su identidad,
promoviendo la autonomía con apertura al crecimiento personal y el
respeto por la singularidad.
¿Hay algo del estilo relacional de nuestra familia que nos gustaría
intentar modificar para que nuestros hijos se enriquezcan en su
intimidad?

Lic. Matías Muñoz


Psicólogo
Profesor Universitario
(Uca)
matiasmunozQhotmail.com

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