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Mientras tanto, para complicar aún más el panorama, se conocen nuevos graves casos
de corrupción en la Policía Federal.
El argumento para el retiro de unos 1400 agentes que cumplen el servicio adicional de
custodios de sitios públicos es que esos efectivos se destinarán a la lucha contra la
inseguridad. El problema radica en que la flamante Policía Metropolitana no cuenta con
personal suficiente para reemplazar a los agentes federales.
No caben dudas de que la medida, más allá de las razones técnicas que puedan
esgrimirse en su favor, obedece principalmente al claro objetivo de generarle un grave
problema al jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, en plena etapa preelectoral.
También es cierto que Macri pecó de ingenuo cuando creyó que el kirchnerismo le
transferiría la Policía Federal, con lo cual se vio demorado el nacimiento de la
Metropolitana.
Lo que resulta inadmisible es que en este juego de presiones del gobierno nacional
sobre el porteño, la ciudadanía quede prisionera mientras ve disminuir el ya escaso nivel
de seguridad del que goza.
El otro peligro que entraña la medida dispuesta entronca con el alto nivel de corrupción
que se registra en la Policía Federal. Si bien este preocupante fenómeno data de hace
por lo menos una década y media, no es menos cierto que ha ido aumentando.
Los agentes que cumplen el servicio adicional y que dejarán de prestarlo dentro de un
mes perciben un sueldo neto de alrededor de 3500 pesos, que se ve duplicado con lo que
ganan por ese servicio. Significa que, dentro de un mes, pasaría a ganar la mitad, lo cual
representaría otro problema.
Parte de ese dinero -que también provendría de la "liberación de zonas" para que la
delincuencia pueda actuar- quedaría en poder del comisario y de sus subordinados
involucrados, pero el resto de la suma subiría en la escala jerárquica a lo largo de lo que
se conoce como "la línea".
Pero la reforma policial debe realizarse con seriedad y profundidad, sin afanes
publicitarios y sin limitarse a meras purgas que en realidad sólo son pases a
disponibilidad o enroques de cargos.
Y en lo que hace a la ola de inseguridad, jamás puede usarse este flagelo, del que son
responsables las autoridades, como pretexto para poner en jaque a un dirigente de la
oposición que puede significar un obstáculo para una posible reelección presidencial.