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EL “OFRECIMIENTO DIARIO”: su sentido en el marco

del APOSTOLADO DE LA ORACIÓN

Como resulta claro en el artículo del P.Luis González, publicado en esta


Web, S.Vicenta Maria pidió ya en el 1883 la adhesión de la Congregación
al movimiento del apostolado de la oración. Esta fue concedida en Octubre
de 1884. Desde entonces la Congregación está vinculada a este movimiento
y vive su fin expresado en los estatutos primeros: “promover el interés por
la oración según los deseos y el ejemplo del Santísimo Corazón de Jesús,
que vive intercediendo siempre por nosotros".

En la Congregación sigue manteniéndose la adhesión a este movimiento y


también, la práctica del ofrecimiento diario. Este viene a ser la formula
ideal para renovar la pertenencia real y practica al apostolado de la oración.
De ahí la importancia de profundizar en el sentido del ofrecimiento para
revitalizarlo, si cabe. 1

El entorno en que vivimos plantea muchas dificultades para realizar una


ofrenda renovada diariamente a Dios: ¿en una sociedad secularizada, donde
lo religioso está cada vez más marginado; en una civilización que defiende
la autonomía de las autoridades temporales; en un tiempo en que se afianza
lo laico de la convivencia social, tiene sentido hablar del ofrecimiento de
obras a Dios, y de la consagración del mundo a Dios?

Son cuestiones de un hondo calado social que solo tienen una respuesta
afirmativa desde el cristianismo. Porque, también sobre los cristianos del
siglo XXI siguen resonando las consignas de Jesucristo: “sed sal de la
tierra, sed luz del mundo, sed fermento en la masa”.

Otra dificultad para apreciar el valor del ofrecimiento radica en su aparente


pequeñez. Si superamos las apariencias veremos que el ofrecimiento puede
ser el motor que dinamice toda nuestra existencia cristiana.

Para valorar bien su alcance, vamos a desentrañar todo su contenido,


desarrollando las dimensiones que encierra

¿A quien ofrecer?

El ofrecimiento del cristiano ha de dirigirse a Dios. El es nuestro Creador,


nuestro Conservador, nuestra Providencia; El es nuestro Bienhechor

1
Estas reflexiones son la síntesis de un articulo del P.Rafael de Andrés SJ, publicado en “Oración y
Servicio” abril- junio 2004

1
incansable sobre todo, porque Dios es el Padre que nos regala libremente la
filiación divina, adoptándonos como hijos suyos. Por todo esto, Dios
merece ser el destino de nuestra ofrenda diaria.

¿Qué ofrecer?

Antes que las obras, hemos de ofrecerle nuestras personas en su integridad,


darle lo que somos.

Pero sobre todo, hemos de ofrecer a Dios lo único realmente nuestro,


nuestra libertad, esa potestad soberana por la cual podemos decir sí o no,
incluso al mismo Dios.

El ofrecimiento de nuestras personas a Dios no ha de ser estático, sino


dinámico: hemos de ofrecerle no solo lo que somos, sino también lo que
hacemos: nuestra agenda diaria, de la mañana a la noche.

Un autor actual ha formulado así la dimensión personal de nuestra ofrenda:


“Te entrego, Señor, mi vida: hazla fecunda. Te entrego, Señor, mi
voluntad: hazla idéntica a la tuya. Toma mis manos: hazlas acogedoras.
Toma mi corazón: hazlo ardiente. Toma mis pies: hazlos incasables. Toma
mis ojos: hazlos transparentes. Toma mis horas grises: hazlas novedad.
Toma mis cansancios: hazlos tuyos. Toma mis veredas: hazlas tu camino.
Toma mi pobreza: hazla tu riqueza. Toma mi obediencia: hazla tu gozo.
Toma mi nada: hazla lo que quieras. Toma mis cruces y déjame volar.
Toma mis flores y déjame ser libre. Hazme nuevo en la donación, alegre en
la entrega, gozo desbordante al dar la vida, al gastarme en tu servicio”
(Anónimo)

Nuestra ofrenda ha de nacer en el santuario de la propia conciencia, no ha


de quedarse en el individualismo interior, sino que ha de abarcar también
todo lo que constituye nuestra vida. Nada debe quedar fuera de la orbita del
ofrecimiento de obras.

¿Cómo ofrecer?

En primer lugar con atención y lucidez; ha de ser un acto consciente, según


el consejo de Ignacio de Loyola, al empezar cualquiera de los ejercicios
espirituales: caer en la cuenta de “Adonde voy y a qué”. Hay que realizar la
ofrenda con sincero agradecimiento, pues solo se trata de poner al servicio
de nuestro Bienhechor infinito lo que El mismo nos ha regalado. Por último
nuestro ofrecimiento ha de llevarse a término con amor, ya que “amor con
amor se paga”.

2
La ofrenda diaria de nuestras personas y cosas no puede ser la mera
recitación de una formula de consagración a Dios, sino el compromiso de
obrar a lo largo de la jornada en consecuencia con lo que hemos prometido
al Señor.

¿Cuando ofrecer?

Lo antes posible, para que nada de lo que hagamos en la nueva jornada que
Dios nos concede quede fuera de nuestra entrega ilusionada. Pero esta
ofrenda inicial puede irse renovando a lo largo del día cuando la
inspiración nos lo pida.

¿Dónde hemos de ofrecer?

Puesto que Dios está en cualquier sitio, siendo toda la naturaleza su templo,
podemos formular la ofrenda en cualquier lugar: en casa, en la calle, en el
trabajo, en los distintos sitios donde discurre nuestra jornada.

Teilhard de Chardin recorría el mundo hasta los lugares más recóndito,


para responder a los interrogantes de la ciencia. ¿Qué hacía en los sitios
donde no podía ofrecerse a Dios en la celebración de la Eucaristía? ”Señor,
ya que, una vez más, en las estepas de Asia, no tengo ni pan ni vino, ni
altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo
real y te ofreceré yo, tu sacerdote, sobre el altar de la tierra entera, el
trabajo y el dolor del mundo. Mi cáliz y mi patena son las profundidades de
un alma ampliamente abierta a todas las fuerzas que, en un instante, van a
elevarse desde todos los puntos del globo y a converger hacia el Espíritu”.

¿Con quien ofrecer?

En el documento oficial del Apostolado de la oración, se dice expresamente


que esa ofrenda de nuestras personas y obras, hemos de realizarla con
Jesucristo, el Oferente ejemplar de si mismo al Padre. Nuestra unión vital
con Jesucristo en la Eucaristía, logra el milagro de potenciar nuestras
personas y obras a la categoría divina. En la Eucaristía hay una
transformación sustancial del pan y vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Pues bien. Lo mismo ocurre en el ofrecimiento diario de nuestras personas
y obras que, siendo solo humanas, quedan divinizadas por la unión vital
con Jesucristo, Dios y hombre.

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¿En quien ofrecer?

En un ofrecimiento cristiano no podemos omitir la intervención del Espíritu


Santo, ya que nuestro Dios es Trinitario. Solo el Espíritu vivificante
santificará nuestros pensamientos, palabras y acciones.

Tenemos que añadir que también debemos realizarlo en compañía de


Maria, la mejor Oferente. El “si” global de Maria a los planes de Dios debe
guiar nuestra ofrenda personal cotidiana.

¿Para qué, por quien ofrecer?

Si decimos que la totalidad de nuestras personas y obras ha de ir dirigida a


Dios nuestro Señor, es porque El es nuestro Bienhechor infinito, al que no
hacemos sino devolverle lo que somos y tenemos, recibido de El. Pero no
porque El quiera retomar lo suyo. La voluntad divina es que, al actuar,
busquemos el bien común de la humanidad, que significa el bien particular
de cada uno de los seres humanos. Dios no es un egoísta, sino el mayor
altruista: solo quiere nuestro bien espiritual y material.

Por eso, las intenciones que el Papa va indicando a lo largo de los meses
tienen como meta de nuestros ofrecimientos, aspectos muy importantes
para el bien espiritual, moral y material de la humanidad.

Estas reflexiones pueden llevar a una pregunta: ¿Para que vale la vida sino
para darla? El ofrecimiento de nuestras personas y obras tienen el
destinatario más maravilloso: la gloria de Dios y el bien de la
humanidad...Lo que importa es poner en él todo el amor del que somos
capaces.

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