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Éste texto, igual que el mapa conceptual, intentará responder a la pregunta: ¿Cuál es la
relación entre aprendizaje, evaluación y calidad de la educación? La necesidad de
plantearnos esta pregunta viene dada porque si consideramos que la educación para todos
es un derecho fundamental al que la sociedad debe dar respuesta, entonces hemos de
intentar ver hasta qué punto cumplimos con éste derecho para todos y cada uno de los
alumnos. Esto lo podemos hacer a partir de la emisión de un juicio de valor, es decir, a
partir de la evaluación de hasta qué punto los alumnos han interiorizado los aprendizajesa
lo largo de un proceso de enseñanza y aprendizaje más o menos largo (un trimestre, una
asignatura o una etapa). Hay que tener en cuenta también cómo estamos realizando dicho
juicio de valor y cómo llevamos a cabo la evaluación de la calidad de la educación. Así,
cuanto más profundicemos en la relación entre estos tres elementos, más conocimiento
podremos obtener del grado en que nuestros alumnos aprenden y de cómo son evaluados,
cosa que determinará el grado de calidad que tendrá nuestro sistema educativo. Ésta
información será el primer paso para la realización de mejoras tanto en el sistema como
en la propia evaluación de la calidad de éste. Las propuestas de mejora que se hagan van
a repercutir, a su vez, en una educación de mejor calidad para todos.
Para intentar reflejar éstas relaciones, inicialmente, desde una perspectiva socio-cultural de
la evaluación, plantearemos las relaciones existentes entre la educación escolar, que es el
marco dónde se realizan la mayoría de aprendizajes formales, y la evaluación.
Seguidamente, pasaremos a ver las relaciones que tiene éste binomio con la calidad de la
educación.
El citado marco teórico postula también que los procesos de enseñanza y aprendizaje son
indisociables y por ello, su análisis también es indisociable. Así, aunque en el nivel de
sistema educativo intervienen factores como las políticas educativas o la organización del
sistema y a nivel de centro también intervienen los procesos sistémicos de la organización
y las políticas de centro, creemos que la unidad del triángulo interactivo vale para todos
los niveles de la práctica educativa ya que se focaliza en cómo mejorar dicha relación. Sin
embargo, esto no quiere decir que éste triángulo no se pueda trasladar a niveles
superiores de forma independiente: por ejemplo, a nivel de sistema educativo, podríamos
analizar un triángulo interactivo que tuviera como elementos la interacción entre la
organización, la estructura y el marco jurídico en interacción con el alumno tipo y con un
currículum. A nivel de centro, también podríamos formar un triángulo con el equipo
docente, el proyecto educativo y los alumnos del centro. De todas formas, como ya se ha
explicitado, creemos importante mantener en enseñanza y aprendizaje en la base de
nuestro desglose del triángulo por su centralidad en el mundo educativo. Las
superestructuras del centro escolar y del sistema educativo están especialmente diseñadas
por la sociedad para poder determinar y organizar los saberes culturales que una sociedad
considera centrales, pero que en última instancia siempre se transmiten en el contexto del
aula y por tanto, son indisociables también de la enseñanza y el aprendizaje.
Para poder realizar ésta transmisión de saberes desde la sociedad hacia sus miembros más
jóvenes, inicialmente éstos saberes culturales se plasman en un currículum, que incluye
unas competencias, que son definidas como la combinación de habilidades prácticas y
cognitivas interrelacionadas, conocimientos, motivación, valores, emociones y otros
elementos que se necesitan para responder a las exigencias individuales o sociales-
culturales para realizar una actividad o tarea (adaptado de Coll, 2007 ). Estas
competencias poseen unos componentes que marcan su carácter cuando se desarrollan:
primero, la activación real del conocimiento ante un problema dado. Segundo, la
actuación significativa en contextos multidimensionales y exigentes y por último, la
movilización articulada e integrada de toda ésta combinación de tipos de conocimientos
distintos y relevantes. Las competencias, por tanto, se relacionan con los contenidos de
aprendizaje en tanto que son los saberes que permitirán que se puedan ejercer
posteriormente los tres componentes a la hora de usar una competencia. Los contenidos
contienen también componentes culturales, sociales e individuales y pueden ser de tres
tipos: conceptuales, procedimentales y actitudinales.
La evaluación posee otras tres características, además de la que se desprende a partir del
enfoque constructivista socio-cultural (que la evaluación es, igual que el proceso de
enseñanza y aprendizaje, también social). La evaluación, desde ésta perspectiva, es
situada, lo cual quiere decir que no se puede desligar del contexto dónde se realiza; éste
contexto incluye tanto los saberes culturales que se hayan abordado durante los procesos
de enseñanza y aprendizaje como el contexto dónde se realizan éstos procesos de
evaluación y de enseñanza y aprendizaje. Éste incluye siempre el nivel de aula, pero
también niveles superiores, de centro o del propio sistema educativo, e incluso puede
incluir a otros centros y a otros sistemas educativos, si lo que estamos evaluando es
precisamente a un determinado centro o sistema educativo.
La evaluación también ha de ser auténtica, desde ésta cultura modelada por la perspectiva
constructivista: esto quiere decir que se ha de conectar con las prácticas de enseñanza y
aprendizaje que se realizan habitualmente en el aula y tiene que intentar evaluar la
aplicación de éstas en contextos reales. No sólo eso, sino que se trata de evaluar la
aplicación de una determinada habilidad en el contexto de una situación lo más parecida
posible a la vida real, con la finalidad de que la evaluación permita capturar la riqueza de
lo que los alumnos han logrado en situaciones y escenarios donde los alumnos puedan
mostrar un desempeño significativo. En otras palabras, la evaluación auténtica debe ser
una evaluación de competencias.
Como hemos visto, las instituciones educativas necesitan una evaluación compleja, con unas
finalidades y unas características determinadas, desde la cultura que promueve la visión
constructivista socio-cultural. Una vez se ha profundizado en las relaciones entre ésta
concepción, la educación escolar y el aprendizaje y la evaluación, el aspecto de las
relaciones entre los tres conceptos iniciales que falta por comentar es que las instituciones
educativas necesitan y se sirven de ésta evaluación para valorar la calidad de la educación
en los diferentes niveles de la práctica educativa (el aula, el centro y el sistema
educativo). Como ya se ha comentado, ésta valoración de la calidad de la educación y de
la propia evaluación supondrá el primer paso hacia una mejora de las prácticas educativas
y evaluativas en general, cosa que es deseable dado que se considera a nivel ético que la
educación escolar es un derecho para todos los ciudadanos y en consecuencia, cualquier
mejora de la calidad de la educación es no sólo deseable e interesante, sino necesaria,
para poder ofrecer una educación y una evaluación de mayor calidad.
Para poder valorar la calidad en estos tres niveles, se utilizan unas dimensiones de análisis: la
relevancia, la equidad, la pertinencia y la eficiencia. Cuatro de éstas dimensiones se
relacionan con las finalidades socializadoras e individualizadoras de la educación; la
relevancia, al estar relacionada con la significatividad de los aprendizajes para el
desarrollo de los miembros más jóvenes de la sociedad, evalúa y promueve la finalidad de
socialización. También lo hace la equidad, puesto que desde los tres niveles de la práctica
educativa se intenta crear una sociedad más justa e intentar que todos tengamos igualdad
de oportunidades haciendo que lleguemos al máximo de nuestras capacidades. Esto está
muy relacionado también con la eficacia, ya que si hemos de llegar a un sistema con más
equidad, hemos de individualizar para que todos los alumnos lleguen al máximo de su
eficacia y poder cumplir así con la finalidad socializadora, haciendo que el máximo de
personas posibles puedan alcanzar los objetivos educativos marcados por la sociedad.
Además, para poder conseguir ésta eficacia necesitamos la pertinencia, que se relaciona
también con la finalidad individualizadora porque trata del ajuste de las experiencias
educativas a la diversidad del alumnado.
Después de profundizar en los sistemas de evaluación, que como ya hemos visto, son
protocolos de análisis de las prácticas a nivel de sistema educativo, nos queda por
dilucidar en qué consisten los protocolos de análisis de las prácticas más a nivel de aula.
Éstos contemplan a las finalidades evaluativas pedagógica y acreditativa, es más, son
mediatizados por éstas finalidades, dado que se han de tener en cuenta para poder
evaluar los protocolos en el aula. Los protocolos de análisis de la práctica se estudian a
través de los programas, las actividades y las tareas de evaluación comentados
anteriormente, que vienen determinados por el enfoque de evaluación.
Como conclusión, hemos visto que éste proceso de la evaluación de la calidad viene
influenciado por una cultura de la evaluación que ha promovido que la evaluación vaya en
la dirección de ser reguladora, situada, auténtica, continua y por supuesto social, dado
que ésta cultura se basa en la visión constructivista socio-cultural de la evaluación. Así, las
finalidades de la educación se sirven de las finalidades de la evaluación para poder
analizar la calidad educativa y de ésta forma poder avanzar hacia una atención a la
diversidad más amplia y rica conjuntamente desde los tres niveles de la práctica
educativa. Éste avance se realiza con el apoyo inestimable de la investigación y el
asesoramiento, que trabajan a partir de las interpretaciones de los resultados que da el
análisis de las dimensiones de calidad.
Previamente, sin embargo, debemos hacer ciertas puntualizaciones sobre los aspectos de la
cultura de la evaluación que nos ayudarán a justificar y a concretar por qué ésta cultura
de evaluación nos puede ayudar a diversificar y ajustar mejor las ayudas para poder
atender a la diversidad de una forma más adecuada. Cabe decir que, según Coll, Barberá y
Onrubia (2000), la cultura de la evaluación basada en la visión constructivista socio-
cultural tiene una concepción de la inteligencia, la motivación y la capacidad de
aprendizaje como características individuales no prefijadas ni inmutables, sino que se
pueden ir modulando a través de la experiencia y muy especialmente, de las experiencias
educativas. Además, estas capacidades varían en cuanto a su valoración y promoción en
diferentes contextos escolares. Por tanto, debemos adaptar las ayudas diversificándolas lo
máximo posible y flexibilizándolas, promoviendo que cada uno de los alumnos pueda
recibir las que necesite en el momento en que las necesita.
Precisamente para poder analizar si las ayudas que reciben los alumnos son adecuadas en un
contexto de aula y si se ajustan tanto a la finalidad pedagógica como a la finalidad social
de la evaluación, necesitamos crear unos protocolos de análisis de la práctica que nos
ayuden a valorar si, en cada caso, las prácticas de evaluación que realizan profesor y
alumnos a lo largo de un contenido de aprendizaje se ajustan o no a la cultura de
evaluación determinada por la visión constructivista socio-cultural. Seguidamente
analizaremos, en cada caso, qué sería lo deseable para cada subdimensión analizada (en
cursiva), justificando así la importancia de analizar cada subdimensión para poder realizar
una evaluación que tenga una continuidad entre las finalidades pedagógica y social y que
sea el máximo de inclusiva posible, lo cual es deseable y más justo porque ayuda a poder
dar una mejor atención educativa para todos los alumnos.
Cabe resaltar también que la preparación de la evaluación, para que responda realmente a las
características de evaluación mencionadas, se debería haber realizado durante todo el
curso de manera progresiva, dejando claro qué aprendizajes son centrales y incluyendo
tipos de tareas de evaluación continuada semejantes a las de la evaluación sumativa o por
lo menos, que tengan una relación que se haya explicitado claramente, igual que los
criterios para realizar tal tipo de actividad de evaluación y los criterios de corrección que
va a tener cada tarea.
Hay que programar las tareas de evaluación teniendo en cuenta el grado de exigencia y las
áreas cognitivas que estamos evaluando, relacionados con los contenidos. Es decir, la
actividad de evaluación sumativa debería recoger las competencias que se supone que los
alumnos han adquirido teniendo en cuenta el currículum y las expectativas de
aprendizaje. Así, los materiales deberán ser también diversificados y las consignas de
evaluación, similares a las tareas realizadas durante el proceso de enseñanza y
aprendizaje. Las normas son también adaptables, puesto que pueden cambiar según el
nivel de exigencia que se le quiera pedir a cada alumno, así como las consignas. Por tanto,
tenemos cuatro elementos que podemos adaptar o no, según la combinación que queramos
utilizar. Por ejemplo: podemos preparar una misma tarea para todos, aunque con niveles
de exigencia distintos que se vean reflejados en las normas, las consignas o los materiales,
entendidos como ayudas materiales que pueden usar o como los soportes materiales en
que se sustentan las tareas.
Además, tanto en la preparación como en la evaluación habría que comunicar las expectativas
de aprendizaje que tiene el profesor de cada alumno y de cada grupo, así como los
criterios de evaluación de la tarea que se va a realizar. Todo ello es realmente difícil de
poner en práctica con una sola actividad de evaluación al final de un proceso de
enseñanza- aprendizaje. Por tanto, hay que diversificar la evaluación sumativa a lo largo
del proceso y/o realizar actividades transversales a todo el proceso de enseñanza-
aprendizaje para intentar ser lo más exhaustivo posible. Una combinación de portafolios
con rúbricas nos podría ayudar a realizarlo: además de la realización de tareas, se
incorpora una valoración general para la evaluación sumativa.
Los criterios de corrección también deberían responder a las dos finalidades: la acreditativa
y la pedagógica. Para ello tendrían que combinarse los criterios cuantitativos con los
cualitativos en las dos; por ejemplo, poner una nota cuantitativa y explicaciones u
observaciones que justifiquen dicha nota y que puedan dar cuenta al propio alumno y a
personal externo al aula de lo que el alumno ha aprendido para la finalidad acreditativa.
Respecto de la finalidad reguladora, habría que añadir un feedback de errores y aciertos
en las tareas de evaluación final para cada uno de los alumnos y relacionarlo con el resto
de aprendizajes realizados. Un requisito para que esto sea posible en la práctica es el que
ya se ha comentado: se ha de intentar que los criterios de evaluación sean ajustados a las
situaciones de enseñanza y aprendizaje que se han realizado durante el curso. Por tanto,
sería bueno incluir las actividades de evaluación continuada y formativa que se hayan ido
realizando. De esta forma, tendríamos un registro variado de actividades que dan cuenta
del aprendizaje del alumno, además de un nivel de análisis de sus competencias bastante
profundo. Aunque es difícil de conseguir en la práctica, podría ser interesante que la
evaluación fuera llevada a cabo por más de un agente para obtener diversos puntos de
vista y evitar sesgos provocados por prejuicios. Ésta persona debería conocer las
características generales de los alumnos y lo que se ha estado realizando en las aulas
aunque no siempre haya tomado parte en las actividades.
Coll, C. (2007): Las competencias en la educación escolar: algo más que una moda y mucho
menos que un remedio. Aula de innovación educativa, 161.