Eustaquio tenía previsto aligerar el nido de la cigüeña. Sin darme tiempo a pensarlo y pertre- chado de una soga nos encaminamos a la torre. Se accede a ella a través de varios tramos de es- caleras: los del coro y los dos tramos oscuros como boca lobo, que desembocan en la meseta. El día anterior el párroco había subido una es- calera de mano que, colocada en la trampilla del cupulín, permitía, a través del ventanuco, salir al exterior por la parte de los Boliches. Estos cuatro adornos de granito, que de chaval me llegaban a los hombros, son de una sola pieza y tienen forma de copa. Están situados en las esquinas de la torre. Ya en el exterior, después de sujetarme con la cuerda por la cintura, me encaramé en la cornisa, en cuya esquina del sureste está el nido. Superado el vértigo que proporcionan los casi treinta metros de altitud, la vista desde allí es inigualable y fantástica. Se divisa todo el casco urbano, casi todo el término municipal y varios de los pueblos vecinos. Recíprocamente la torre se ve airosa desde todos esos lugares, dando carta de naturaleza a la silueta de Villar de Ciervo. Mientras con gran esfuerzo iba retirando la gran cantidad de ramas, cuerdas, plásticos y demás mandangas y zarandajas que las cigüeñas acumulan en sus nidos, tuve la ocasión de contemplar el remate de la torre. Asentada sobre el casquete del cupulín descansa una falsa linterna, con los vanos tapiados. En su pináculo se sujeta la Veleta que con su Cruz se eleva al cielo cual permanente desafío e invocación. Aprovechó el sacerdote para hacer una exhaustiva limpieza al cuerpo de las campanas. Y armados de escobajos, valeos y ciacillas, con sus correspondientes varales, fuimos sacudien- do telarañas y barriendo excrementos de pájaros. Esta parte de la torre, sin duda la más noble, tiene cuatro ventanales remata- dos por arcos de medio punto y labrados en su arista exterior. Orientados a los cuatro puntos cardinales alojan las campanas de la iglesia parroquial San Agustín de Villar de Ciervo. En total cinco campanas que bastan para anunciar a los feligreses todos los actos religiosos: bautizos, funerales, fiestas, pro- cesiones y rituales. Sus sonidos varían desde los infantiles y alegres de las Repicas, que
8 Nuestro Pueblo-n.º 1-abril 2011
miran al norte, hasta los seniles y graves de la Gorda que está al sur; pasando por los juveni- les y alocados de la Chica, que se ubica al poniente o los maduros y serios de la Mediana que saluda la luz del alba. Con una varilla desatascamos el sumidero compuesto de un tubo de uralita, que desde el piso superior desemboca en el único orificio, amén de la puerta, del cuerpo inferior de la torre. Sirve este hueco, del tamaño de un sillar, para dar luz a las escaleras, que adosadas al interior de las cuatro paredes, facilitan la subida al campanario. Las dos partes de la torre están separadas por una imposta corrida. La Torre tiene forma de prisma cuadrangular de unos tres metros de lado y, al igual que el resto de la iglesia está construida, en sus quince metros de altura, con sillares de granito que le dan un aspecto regio y altivo. Toda ella se yergue sobre la Media Naranja escoltada por las dos Mesetas. Por su estructura es de suponer que, originalmente, debió de existir en su lugar una espadaña, típica de estas latitudes. Las proporciones de la torre están en consonancia con el resto del templo y forma un con- junto esbelto y monumental que adelanta y advierte a los que la contemplan de la grandeza y dignidad de su función.