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LA TORRE

Aquel sábado de otoño, después de misa, Don


Eustaquio tenía previsto aligerar el nido de la
cigüeña. Sin darme tiempo a pensarlo y pertre-
chado de una soga nos encaminamos a la torre.
Se accede a ella a través de varios tramos de es-
caleras: los del coro y los dos tramos oscuros
como boca lobo, que desembocan en la meseta.
El día anterior el párroco había subido una es-
calera de mano que, colocada en la trampilla del
cupulín, permitía, a través del ventanuco, salir
al exterior por la parte de los Boliches. Estos
cuatro adornos de granito, que de chaval me
llegaban a los hombros, son de una sola pieza
y tienen forma de copa. Están situados en las
esquinas de la torre.
Ya en el exterior, después de sujetarme con la cuerda por la cintura, me encaramé en la cornisa,
en cuya esquina del sureste está el nido. Superado el vértigo que proporcionan los casi treinta
metros de altitud, la vista desde allí es inigualable y fantástica. Se divisa todo el casco urbano,
casi todo el término municipal y varios de los pueblos vecinos. Recíprocamente la torre se ve
airosa desde todos esos lugares, dando carta de naturaleza a la silueta de Villar de Ciervo.
Mientras con gran esfuerzo iba retirando la gran cantidad de ramas, cuerdas, plásticos y
demás mandangas y zarandajas que las cigüeñas acumulan en sus nidos, tuve la ocasión de
contemplar el remate de la torre. Asentada sobre el casquete del cupulín descansa una falsa
linterna, con los vanos tapiados. En su pináculo se sujeta la Veleta que con su Cruz se eleva
al cielo cual permanente desafío e invocación.
Aprovechó el sacerdote para hacer una exhaustiva limpieza al cuerpo de las campanas. Y
armados de escobajos, valeos y ciacillas, con sus correspondientes varales, fuimos sacudien-
do telarañas y barriendo excrementos de
pájaros. Esta parte de la torre, sin duda la
más noble, tiene cuatro ventanales remata-
dos por arcos de medio punto y labrados en
su arista exterior. Orientados a los cuatro
puntos cardinales alojan las campanas de la
iglesia parroquial San Agustín de Villar de
Ciervo. En total cinco campanas que bastan
para anunciar a los feligreses todos los actos
religiosos: bautizos, funerales, fiestas, pro-
cesiones y rituales. Sus sonidos varían desde
los infantiles y alegres de las Repicas, que

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miran al norte, hasta los seniles y graves de la Gorda que está al sur; pasando por los juveni-
les y alocados de la Chica, que se ubica al poniente o los maduros y serios de la Mediana que
saluda la luz del alba.
Con una varilla desatascamos el sumidero compuesto de un tubo de uralita, que desde el
piso superior desemboca en el único orificio, amén de la puerta, del cuerpo inferior de la
torre. Sirve este hueco, del tamaño de un sillar, para dar luz a las escaleras, que adosadas al
interior de las cuatro paredes, facilitan la subida al campanario. Las dos partes de la torre
están separadas por una imposta corrida.
La Torre tiene forma de prisma cuadrangular de unos tres metros de lado y, al igual que el
resto de la iglesia está construida, en sus quince metros de altura, con sillares de granito que
le dan un aspecto regio y altivo. Toda ella se yergue sobre la Media Naranja escoltada por las
dos Mesetas. Por su estructura es de suponer que, originalmente, debió de existir en su lugar
una espadaña, típica de estas latitudes.
Las proporciones de la torre están en consonancia con el resto del templo y forma un con-
junto esbelto y monumental que adelanta y advierte a los que la contemplan de la grandeza
y dignidad de su función.

Yeyo, febrero de 2011

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