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Un hombre armado de Palabra

Por Toño Sánchez Jr.

Hay muy pocas veces en la vida en que el futuro de una sociedad


depende de la integridad y la valentía de un solo hombre.

Para los años ochenta, Córdoba estaba en las manos de la guerrilla y del
narcotráfico, con la mirada complaciente del Estado. La extorsión, el
boleteo, el abigeato, la quema de fincas y el ‘corte de franela’ tenían
arrodillado a los cordobeses. El pavor colectivo en que estaba sumida
esta bella región era la mejor arma que poseía la guerrilla de las Farc y el
EPL.

Rodrigo García Caicedo fue el hombre que tuvo la osadía de enfrentar a


la guerrilla con la única arma que tenía: su palabra. Fue quien lideró a un
pequeño grupo de cordobeses que se atrevieron a enfrentar y a
denunciar ante todo el país los crímenes de la guerrilla en Córdoba.

Siempre que miremos hacia atrás y veamos la época aciaga de nuestra


historia nos vamos a encontrar con este valiente hombre, Rodrigo García
Caicedo. Quien fue el gestor y guía de esa gran batalla pública que
dieron muchos cordobeses. Y no fue una batalla que se dio con
paramilitares como perversamente los cachacos del interior del país nos
la han vendido, porque ese es el problema de la historia cuando no la
escriben los que la padecieron, resulta que esa batalla se dio con la
institucionalidad, con el Ejército de Colombia. Que para esa época otras
fuerza ilegales también estuvieran dando su batalla en contra de la
subversión, esa es otra historia. Pero la de Rodrigo García fue a punta de
medios de comunicación y de constantes visitas al ministerio de
Gobierno, de ese entonces, y al ministerio de Defensa.

Fueron muchos los pasajes que pagó de su bolsillo para ir a Bogotá a


rogar por una audiencia con los responsables del manejo del orden
público de Colombia. Fueron muchos los portazos que se llevó y muchas
las mentiras que le dijeron para frenar su ímpetu.

Aunque cueste creerlo, la llegada de la Décima Primera Brigada a


Córdoba, octubre de 1987, se la debemos a todas las gestiones que
realizó Rodrigo García Caicedo, en compañía de otros cuantos valientes
cordobeses. Que lo único que deseaban era vivir en paz y que regresara
la institucionalidad al Departamento. ¿Era mucho pedir?

Aquí se me viene a la cabeza una anécdota con Don Rodrigo García. Mi


primer gran reportaje periodístico lo hice un domingo de junio de 1988. Y
fue publicado en toda una página, la 3A, del diario El Tiempo.

El primer párrafo decía: “A Córdoba se la está comiendo


inexorablemente el cáncer de la guerrilla, el narcotráfico, el boleteo, la
extorsión y ahora los paramilitares”.

Mi principal fuente fue Don Rodrigo García Caicedo. Cuando le pregunté


si me permitía que lo citara en el informe me dijo que “claro que sí, yo no
necesito esconderme para decir la verdad que estamos padeciendo”.

Cuando lo revisó el jefe de redacción, Rafael Santos Calderón, llamó al


subeditor, Guarino Caicedo, el único negro que trabajaba en El Tiempo, y
le dijo: “Si citamos a este señor lo van asesinar y nosotros no podemos
ayudar a eso, revisa la nota y retiren el nombre de la fuente”.

Quedé admirado de esa responsabilidad periodística que se vivía en


aquella época. A Don Rodrigo por supuesto que no le gustó que no lo
hubieran citado. Así de frentero y valiente era este señor.

Hoy, cuando perversamente estamos creando en Córdoba una sociedad


en donde nadie vale un peso. En donde no hay hombres buenos ni
mujeres honestas. Es el momento de decir que no es así. Porque cuando
estamos al frente del cadáver de un cordobés, como el de Rodrigo
García Caicedo, esa maquiavélica premisa se rompe en mil pedazos,
porque este hombre, como muchos otros cordobeses, era un vivo
ejemplo de lo que es la honestidad y la rectitud a toda prueba.

Con este señor uno aprendía a cada instante, y todos los días, que hay
posiciones e ideales en la vida que jamás se negocian y menos los
valores y la dignidad.

Ya al final de su vida, cuando se le preguntaba por la situación de


violencia que estamos viviendo en Colombia y en Córdoba, decía que en
este país siempre han existido razones para uno volverse loco.

El sábado 26 de febrero cremarán el cuerpo de este gran cordobés del


cual me siento supremamente orgulloso de ser su paisano. Pero jamás
se volverán cenizas su ejemplo de grandeza, de valentía, de honradez y
de honestidad. Esos se quedan en nuestras vidas y nuestros corazones.

NOTA: A continuación transcribo una crónica que escribí en 2000


en homenaje a Rodrigo García Caicedo.
Un hombre armado de palabra

En Colombia, por lo general, ha sido imposible que las personas que se


enfrentan, y contradicen con sus ideas a los violentos, terminen sus días
de muerte natural y, menos, cuando se tiene por enemigo y contradictor
a un grupo de personas armadas hasta los dientes, como es el caso de
la guerrilla. La situación empeora y llega al clímax de la desesperación
cuando el que lucha se encuentra solo e ignorado por los demás, por
causa del pánico que los arropa. Si alguien vivió durante más de 20 años
luchando contra la subversión sin más armas que la razón y el lenguaje,
ése es Rodrigo García Caicedo.

Este santandereano fue la voz que se alzó en un momento en que todos


en Córdoba contemporizaban con la guerrilla. Ya se había llegado a
extremos de aceptar vivir con el boleteo, la extorsión y el secuestro.
Llegó la situación a niveles de aberración tales, que era normal ver a
ganaderos prestarse para servir de intermediarios de la subversión a
cambio de obtener rebajas en sus ‘cuotas’ mensuales; otros, se ofrecían
para conseguirles nuevos ‘clientes’. Llegó a tal extremo el boleteo en
Córdoba que en un momento fue una ‘distinción’ que a un comerciante,
agricultor o ganadero, lo extorsionara la guerrilla: Era sinónimo de
riqueza, de opulencia.

Los políticos no escaparon a esta ola de simpatía y, haciendo uso de


una ‘lúcida ignorancia’, también contemporizaron y vivieron de la
guerrilla. Los congresistas que tenían potencial electoral en zonas de
influencia guerrillera hacían pactos con los jefes subversivos para que
los dejaran entrar a hacer proselitismo. Rafael Kerguelén, alias ‘Marcos
Jara’, líder guerrillero del reinsertado Ejército Popular de Liberación,
EPL, le contó a Rodrigo García que el ex congresista conservador
Amaury García Burgos, quien fuera asesinado en 1993 por sicarios, llegó
a ser el médico de cabecera del comandante subversivo y de su familia,
a cambio de permisos para ingresar a la zona de influencia del EPL y
hacer proselitismo.

La ciudadanía parecía impasible ante la agresión de la guerrilla. Ese


comportamiento, hasta cierto punto, era normal, pues a los cordobeses
nunca les había gustado la guerra, no por cobardía, sino por su
idiosincrasia siempre pacífica. Nunca se involucraron en los grandes
conflictos políticos del país. Tal vez pensaban que la guerrilla sería algo
pasajero. Pero cuando la subversión acabó por arruinar a centenares de
ganaderos, agricultores y comerciantes prefirieron abandonarlo todo e
irse para las cabeceras municipales, dándose cuenta de que el problema
no era sólo contra los ricos, sino contra toda la sociedad. Fue entonces
cuando el conflicto pasó del estrato seis al tres. La clase media empezó
a sentir la atronadora arremetida de la extorsión, el boleteo y el
secuestro por parte de las FARC y el EPL. Entonces parecía que todo
estaba perdido en Córdoba.

Para inicios de la década del ochenta, una voz que buscaba convocar un
frente regional contra la guerrilla comenzó a oírse a diario por los medios
de comunicación en el ámbito nacional. El responsable de esta
quijotesca cruzada era Rodrigo García Caicedo, un sereno hombre,
amante del campo, la ganadería y ferviente lector de historia y literatura,
a quien todos sus amigos conocían como ‘Rogarca’.

El guardabosques

Este carismático líder y contradictor vehemente de la guerrilla es un


conservador por convicción y por ideología, seguidor de las tesis del
fallecido caudillo Laureano Gómez. Una foto del ex presidente Gómez
adorna su ‘histórica’ biblioteca. Rodrigo García Caicedo nació el 9 de
marzo de 1926 en Vélez, bajo la presidencia del conservador Pedro Nel
Ospina, pero su adolescencia la vivió bajo los gobiernos de la llamada
República Liberal. Era el penúltimo de cinco hermanos; había dos
mujeres entre ellos.

En Vélez, su familia siempre se dedicó al cultivo del café. Este municipio,


de mayoría liberal, era un hervidero debido a los enfrentamientos
políticos que se daban entre los partidos tradicionales. Pero ello
contrastaba con la tolerancia que se vivía en el hogar de los García
Caicedo en donde su padre, Nicomedes García García, conservador, se
dedicaba a atender su profesión de abogado la que combinó con la
atención a sus cafetales. Su madre, Rosa Lucía Caicedo, liberal, atendía
sus deberes de ama de casa. Los problemas de orden público de aquella
época los obligaron a trasladarse a Sasaima, Cundinamarca, municipio
donde se produce una de las mejores cosechas de café del país.

En Bogotá culmina sus estudios de bachillerato y pasa a la Academia


Militar. Ya la violencia partidista estaba extendida por todo el país, lo que
trajo un gran desplazamiento de gente del campo hacia las zonas
urbanas. Los conservadores que estaban en un pueblo con mayoría
liberal se mudaban a otro de ascendencia ‘goda’. Lo mismo hacían los
liberales.

La intolerancia estaba invadiendo al pueblo colombiano, y ‘Rogarca’ la


define como el sentimiento de inseguridad y miedo a las ideas que no
son nuestras, contrario a la tolerancia que es la sensación de seguridad.
Casi ninguna ciudad del país se sustraía a esta epidemia que estaba
atacando el entendimiento, el corazón y el alma de los colombianos.

En 1944 terminaba el segundo gobierno de Alfonso López Pumarejo y


también la llamada República Liberal. Oscuros enredos llevaron al
mandatario a renunciar y asumió el fin del período el Designado, Alberto
Lleras Camargo.

Con López Pumarejo se inició una gran ‘purga’ en el Ejército Nacional.


Fueron retirados todos los oficiales y suboficiales de ascendencia
conservadora; entre ellos cayó Rodrigo García.

En julio de 1944 un grupo de generales intentó un golpe de Estado


contra López, que finalmente fue conjurado. El Presidente consideró
inconveniente, para el futuro político del país, que los principales cuadros
militares estuvieran ocupados por miembros de reconocidas familias
conservadoras, razón por la que centenares de oficiales fueron
llamados a calificar servicios.

Para Rogarca y toda su familia vino una época muy difícil. La violencia
política se había recrudecido y les tocó refugiarse “a donde van todos los
perseguidos políticos del país: A los Llanos”. Allí, por las condiciones
climáticas, cambiaron de oficio; entonces se dedicaron a cultivar arroz,
pero les fue como a todos los que siembran en Colombia: mal.

Ante el oscuro panorama, se presentó a Avianca a pedir trabajo y


terminó siendo despachador de la aerolínea. En los Llanos la aviación
cumplía para aquella época un servicio fundamental. El avión aterrizaba
donde le colocaban una sábana blanca. En la aeronave debía ir el
despachador para liquidar fletes y pasajes.

Luego decidió que ese trabajo en las alturas lo estaba ‘elevando’ de sus
verdaderos planes para el futuro. Pero antes de ‘aterrizar’ a la ciudad
donde se radicaría por siempre, Montería, se probó como policía fiscal de
aduana en Buenaventura, Cúcuta y Barranquilla.

Mientras trabajaba en el puerto del Pacífico, asesinaron a Jorge Eliécer


Gaitán. Ese día, por una rara circunstancia, el muelle estaba lleno de
estibadores y camioneros, los que al conocer la fatal noticia se fueron en
estampida por las calles. Al enervarse los ánimos por el horrendo crimen
decidieron regresar al terminal para incendiarlo y destruirlo, pero se
encontraron con la sorpresa de que ya los uniformados de la Base Naval
tenían el control del puerto. Regresaron al pueblo y saquearon todo el
comercio. Al comandante del puesto de policía de Buenaventura lo
asesinaron sus mismos compañeros, porque se había mostrado fiel al
gobierno, mientras que sus subalternos no.
Pero el susto que pasó Rogarca en Buenaventura, unido a la vida en los
terminales de carga, lo empujaron nuevamente hacia Bogotá. Ya para
entonces Laureano Gómez estaba en la presidencia y pronto las cosas
mejorarían laboralmente para él. Allá buscó a un amigo, Rafael
Pieschacón Sánchez, un abogado que trabajaba en el departamento de
Recursos Naturales, dependencia adscrita al ministerio de Agricultura.
Para ese momento se había decidido hacer un inventario en el ámbito
nacional de todos los recursos naturales del país; se necesitaba gente
capaz de medírsele a la aventura y a los riesgos que la tarea implicaba.
Días después, Rodrigo García salía del ministerio con un contrato de
trabajo entre sus manos.

Las zonas donde debía supervisar los trabajos de inventario y montar


oficinas para el control de la explotación de la pesca y caza, la tala de
bosques y las quemas eran en las regiones del Sinú y del Magdalena.
Llegó a Montería por primera vez en diciembre de 1950. Se alojó en el
hotel Central, situado en donde hoy funciona la clínica Central.

Para esa época, Córdoba pertenecía a Bolívar. Montería tenía solo 25


mil habitantes en la parte urbana; en la rural, 45 mil. Las calles eran de
arena, no se conocía aún el pavimento; los servicios de agua y luz los
prestaba una empresa llamada Agua, Hielo y Luz, sociedad integrada por
el ingeniero Luis Lacharme, Abraham Pupo y Antonio Lacharme. El agua
era apenas decantada, no era tratada; la luz llegaba por medio de una
planta a las 6 de la tarde y se iba a la media noche.

La única gran construcción que existía era el Edificio Kerguelén, ubicado


en la calle 34 con 1ª. Había un monumento a la bandera costeado por el
doctor Ramírez Arjona, quien fue general, odontólogo y partero. La obra
era una bella estructura ubicada por los lados del mercado en la Avenida
Primera, frente al Hotel Panzenú, que años después fue demolido por un
‘genio’. Había muy pocas casas de mampostería y las que estaban eran
propiedad de las personas más adineradas de la época. El arquitecto de
moda era un señor de apellido Romero. En 1950 funcionaban el puerto
fluvial y el mercado público, lo mismo que los teatros Variedades,
Montería y Naín. La canoa del señor Zapa, era la única embarcación que
cruzaba pasajeros en el río Sinú; el último viaje lo hacía después de la
última función del teatro Variedades; 20 centavos costaba el cruce.

En alguno de los teatros de la ciudad se presentó Libertad Lamarque;


también, el ‘tenor de las Américas’ Pedro Vargas, quien en una de sus
biografías recuerda a Montería porque le tocó bañarse a la orilla del río,
con una ‘totuma’, debido a que en el hotel no se responsabilizaban por el
suministro del agua.

La gente vivía del comercio, la ganadería y la agricultura. Para entonces


se inició lo que se conocería como la ‘fiebre del oro blanco’: todos
querían sembrar algodón. Pero en 1951 llegó una terrible creciente que
acabó con los cultivos y arruinó a la gran mayoría de los agricultores.

Vino una etapa de tecnificación y los pioneros fueron los Guerra Dixon y
Manuel Antonio Buelvas. Les siguieron, varios años después, Alfonso
Spath y Elías Milane.

Las principales obras de infraestructura vial se las deben los cordobeses


al gobierno del dictador Rojas Pinilla. Fue él quien conectó a Montería
con la Troncal de Occidente y construyó el puente sobre el río Sinú y
otros más en las zonas rurales de Córdoba.

Aquí la violencia partidista no hizo los estragos que en otras ciudades


del país. La clase dirigente conjuró los problemas entre liberales y
conservadores y predominó la sensatez. Montería era una ciudad tan
apacible que la mayoría de los residentes muchas veces dejaban los
muebles en las puertas de sus casas, después de aprovechar ‘el fresco’
de la tarde y de la noche, luego de un día de intenso calor.

Hubo una guerrilla liberal arriba de Tierralta, pero como no sabían nadar
no se atrevieron a pasar el caño de Betancí. En el gobierno de Rojas
todos se entregaron.

Luego de trabajar cuatro años con el ministerio de Agricultura, Rogarca


se retiró, pero se quedó en Montería. Tuvo un fugaz paso por la dirección
de Tránsito de Córdoba.

Pero su amor por la literatura y la historia lo llevó a relacionarse con


varios amigos, con quienes conformó un grupo de discusión que
terminaba en inolvidables noches de tertulia. Ellos eran Alejandro Navas,
Felipe Fuentes, Benjamín Puche Villadiego, Benjamín Rodríguez,
Guillermo Valencia, Hernando Santos, Arístides Mendoza, Rafael
Yances, Edilberto Kerguelén, Narciso Rodríguez Jiménez, Adolfo
Hernández y el coronel Edgardo Burgos, entre otros. Todos con distintas
profesiones, pero con una en común: las letras, la palabra y el trago.
Fueron muchas las noches en que los descubrió el amanecer recitando
poemas o discutiendo el tema de moda que más los apasionaba: el
nadaísmo.

Eran los tiempos de gloria del periodismo cordobés. Todos los que
querían dar a conocer sus ideas sacaban un periódico o una revista, por
lo general eran semanales o mensuales. Se destacaban ‘El Comando’,
de Eusebio Mendoza Castel; ‘El Heraldo de Córdoba’, de Miguel Escobar
Méndez; ‘El Deber’, de Horacio Guzmán; ‘Noticias’, de Julio Nieto; ‘El
Rebelde’ de Antonio Brunal y Roberto Yances; ‘Justicia’, del Tribunal
Superior y estaba la revista de Santander Suárez Brango, ‘Ecos de
Córdoba’ que Rafael Yances Pinedo llamaba ‘la sorpresiva’ porque de un
momento a otro aparecía en circulación. Rodrigo García era corresponsal
de El Colombiano y El Diario Gráfico; este último era el mismo El Siglo
que había sido cerrado por Rojas Pinilla. Sus amigos eran también
escritores en muchos medios de comunicación. Pero sus tertulias se
vieron interrumpidas al decidir entrar en los avatares de la política.

Para 1952 el presidente Roberto Urdaneta Arbeláez nombró al


agrónomo, Manuel Antonio Buelvas Cabrales, como primer gobernador
del Departamento. Pero su mandato se vio interrumpido por el golpe de
Estado del general Gustavo Rojas Pinilla. En su reemplazo fue nombrado
Miguel García Sánchez como nuevo mandatario de los cordobeses.

García Sánchez era un respetado y acaudalado empresario de Cereté,


que no tuvo hijos; se le recuerda mucho por excluir de su testamento a
uno de sus sobrinos: Amaury García Burgos, quien fuera años más tarde
representante, senador y ministro, y asesinado el 4 de marzo de 1993.

El nuevo gobernador nombró a Rodrigo García secretario de Tránsito


Departamental, pero antes de tres meses ya estaba por fuera. Una
‘infracción’ lo sacó. La señora Iris Lora era una dama muy consentida por
el Gobernador y por ello trató de hacer las veces de ‘ama y dueña’ de la
dependencia de tránsito. El recién nombrado director sentó su autoridad
como debía, pero en el Palacio de Naín consideraron que García había
cometido una ‘infracción’ y le pidieron la renuncia. Allí confirmó que su
vida en la política iba a ser muy corta y llena de tropiezos. A su
decepción se sumaba la del destierro de su líder y jefe, Laureano
Gómez.

No le quedó otra alternativa que aliarse con sus amigos, Carlos Ospina y
Julio Badel, para montar la primera empresa repartidora de negocios en
lo que a amparos de seguros se refiere; se llamó Agencia de Seguros
Limitada.

También era hora de organizar su vida familiar y quién más para


acompañarlo al altar que la primera mujer de quien se enamoró en
Montería, Rosa Exbrayat, hija del educador e historiador Jaime Exbrayat
y de Anita Lacharme Gómez, distinguida y respetada familia de Córdoba.
La boda se celebró el 22 de febrero de 1952. Para esa época todas las
orquestas que animaban los bailes sociales de Montería estaban en
Barranquilla, en los carnavales; entonces le tocó contratar el grupo del
maestro Cabezas, que no era la más elitista, pero al menos sabía animar
la reunión.

Con la caída de Rojas Pinilla y la firma del Pacto de Benidorm y Sitges,


entre Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez, nuevas oportunidades
de vincularse a la política llegaron a la puerta de Rodrigo García.
Se crearon dos comisiones en Córdoba para recorrer el Departamento y
restablecer una política de entendimiento y concordia. Por el Partido
liberal fueron escogidos Edmundo López Gómez y Marcos Díaz Castillo
(q.e.p.d.); por el Conservador, Rodrigo García Caicedo y Jaime Pareja
(q.e.p.d.). Quedaron por fuera los ‘Ospinistas’, liderados por Mariano
Ospina Pérez, a quien en esta región le decían orgullosamente ‘el zorro
plateado’, no se sabe si por el color del pelo o por las mañas propias del
animal con cuyo nombre lo apodaban. También quedaron por fuera de la
‘torta’ los llamados ‘Alzatistas’, seguidores de Gilberto Alzate Avendaño.

Su trabajo se vio retribuido al ser colocado como cabeza de lista del


‘Laureanismo’ para las elecciones a la Asamblea de Córdoba. Los tres
siguientes renglones también salieron elegidos; ellos eran Jaime Pareja,
Luis Felipe Doria y Abel Morales Pupo. Para ese entonces los diputados
eran elegidos para un período de dos años, sesionaban tres meses por
año y devengaban $500 por cada mes trabajado.

Entre los diputados estaban Horacio Guzmán, Humberto Burgos


Llorente, Antonio Petro Doria, Carlos Cabrales Anaya, Roberto Yances
Pinedo, Juan Quintero González, Jerónimo Padrón, Camilo Uribe, Miguel
Lengua Puche, Jacinto Fernández y la señora Meyda Mesa de Palomo,
entre otros. Ellos tuvieron la responsabilidad de crear el Código de
Rentas, Fiscal y de Policía, el reformatorio para menores, entre muchas
de sus atribuciones. Los que recuerdan esa época consideran que era un
cuerpo legislativo de lujo.

El estilo de hacer política de Rogarca no gustaba a los clientelistas y


caciques tradicionales; esto trajo como consecuencia que lo mantuvieran
a prudente distancia, situación que lo llevó a considerar su retiro. Pero a
las siguientes elecciones el director del partido Conservador en Córdoba,
Ramón Martínez Vallejo, le solicitó llenar el tercer renglón de una lista
que había sido rechazada por todos aquellos a quienes se les había
ofrecido con anterioridad. Rogarca aceptó y perdió, pero las elecciones
fueron demandadas y ganó el pleito: no obstante, le dieron la credencial
de diputado, cuando ya el período había terminado.

Decidió entonces postularse para concejal. Miguel Escobar Méndez no


lo respaldó y él se lanzó en disidencia, encabezando una lista con
segundo renglón para Manuel Antonio Buelvas; ambos salieron elegidos.
Nuevamente en 1982 aspiró al Concejo y fue respaldado por la unión que
se dio entre los ‘laureanistas’ y ‘burguistas’ en torno a Belisario Betancur,
aspirante a la Presidencia de la República.

Para ese entonces, Alfonso de la Espriella Espinosa, gobernador de


Córdoba, nombró como alcalde de Montería a Álvaro Espinosa, hasta el
día de hoy considerado como el burgomaestre con más pantalones que
haya pasado por la alcaldía... y eso que solo duró dos meses. Era tan
jodido que lo llamaban ‘Mulo con bolas’. Este remoquete no se debía a
que fuera maleducado o grosero, sino a las drásticas decisiones que
tomó para depurar las viejas costumbres políticas y tratar de acabar con
la corrupción, el clientelismo y los malos manejos de los dineros oficiales.

Espinosa tuvo la osadía de recortar la nómina de la alcaldía en 150


puestos e investigar los malos manejos en la Caja Municipal de Previsión
y otras dependencias del Municipio. También quiso acabar con las
‘corbatas’, pues había niñas distinguidas de la sociedad que eran
nombradas y sólo iban el día de la posesión y del pago. La depuración
que inició el Alcalde ocasionó la furia de los caciques políticos de la
región. Liberales y conservadores se unieron –siempre lo hacen cuando
aparece un “peligro inminente”– en contra del nuevo mandatario:
consideraban “atrevida e irresponsable” la acrisolada actitud del honesto
funcionario.

El Gobernador fue llamado a ‘consultas’ y se le exigió que, en la mayor


brevedad posible, le buscara una salida a la situación, ya que el alcalde
podría acabar con las ‘sanas’ costumbres de hacer política, pues su
comportamiento podría ser un “nocivo” ejemplo para los demás
municipios, lo cual pondría en peligro la estabilidad política y la paz en
todo el Departamento. Otros manifestaron que por nada se podía permitir
un “brote de fiebre moralista”.

De la Espriella habló con su subalterno, que también era su primo, pero


pasaron los días y el Alcalde nada que ‘afinaba’, por lo cual nuevamente
lo llamó y le pidió la renuncia. Álvaro le contestó que no renunciaría y que
prefería que lo botara. El Gobernador así lo hizo, lo despidió a los dos
meses de nombrado. “Recuerdo –evoca Rodrigo García– que un líder
político, luego de destituido Espinosa, dijo: ‘es que aquí la justicia marcha
o se acaba’”.

Lo cierto fue que nunca hubo un auto de cabeza de proceso por todas
las irregularidades que se denunciaron. La ciudadanía quedó impávida
ante lo sucedido y por primera vez los monterianos estuvieron a las
puertas de un verdadero cambio.

A finales de 1983 Rodrigo García desempeñó el que sería su último


cargo público. Por una coyuntura política lo nombraron Secretario de
Hacienda Departamental. Era gobernador Julio Zapateiro.

El senador Miguel Escobar Méndez había peleado con Zapateiro y sacó


de Secretario de Hacienda al titular de entonces Dordy Verbel, que era
cuota del mencionado congresista y del representante Ricardo Pretelt
Torres; por tal razón le ofreció el cargo a García Caicedo. Este aceptó
pero aclaró que no lo hacía en representación de ningún grupo político.
Pero no duró mucho en el cargo. Estaba próximo a vencerse el contrato
con unas de las empresas licoreras y las fichas ya estaban puestas. El
problema era él.

“Jorge Gánem Gómez era en ese momento el distribuidor y estaba


también licitando para continuar con el contrato. Participaron otras
empresas y personas. Entre las interesadas en ganarse la licitación
estaba Donaldo Cabrales. Ya Zapateiro había colocado en la Secretaría
General de la gobernación a Jaime Pineda Cabrales, cercano familiar del
doctor Cabrales y de su señora esposa, que también me presionaban
para que adjudicara el contrato a Cabrales”, narra García Caicedo.

Para solucionar el problema, Rodrigo García propuso crear una comisión


integrada por un grupo de intachables personajes de Córdoba para que
evaluaran las propuestas. También solicitó a la Oficina de Planeación un
estudio de la rentabilidad de los licores, que se repartió entre los
aspirantes, detalle éste que molestó a muchos de los interesados en
adjudicarle la licitación a Donaldo Cabrales. La comisión fue rechazada
por la Administración.

Estas discusiones llevaron a García Caicedo a expresar su posición. “Mi


único patrimonio es el buen nombre y yo no lo voy a sacrificar por
enriquecer a unos amigos que no tienen experiencia de comerciantes”.

La situación llegó a tal punto que el Gobernador no recibía en su


despacho a su Secretario de Hacienda. Pero la insistencia de García
tuvo sus frutos en Riohacha, Guajira, en donde se encontraban en
función oficial. García Caicedo le tocó el tema pero el mandatario
simplemente le dijo: “no tengo tiempo para hablar de eso ahora”.

El último y definitivo encuentro fue en uno de los despachos de la


gobernación cuando Zapateiro estaba dialogando con el alcalde de
Montería, Rodolfo Bechara. Luego de un cruce de palabras el mandatario
departamental le dijo a García Caicedo: “no sabes lo que tienes entre
manos”. La respuesta de García Caicedo no se hizo esperar y no estaba
entre las normas de protocolo: “El que no sabe es usted indio...”. De
inmediato salió y cerró de un portazo.

No regresó a su oficina, se fue a su casa. Desde allí llamó a su


secretaria y le pidió que le enviara a su residencia una hoja en blanco
membreteada; al poco tiempo estaba su renuncia irrevocable en el
escritorio del Gobernador. Nunca más pisó las dependencias de la
gobernación; bueno, en 1991 estuvo a punto de regresar, pero un
perfecto ‘chocorazo’ le frustró el regreso como posible Gobernador de
Córdoba.
Para Rodrigo García, que siempre ha sido un acérrimo seguidor del
orden y la justicia, gran parte de los males del país nacen de una justicia
politizada. “Todo esto sucede porque los jueces en Colombia están
politizados, por lo tanto no pueden fallar en derecho. Por eso es difícil
que se acabe la corrupción. Una justicia politizada le garantiza a los
peculadores y prevaricadores absoluta impunidad. En Córdoba la justicia
es manejada como los galleros manejan sus ‘cuerdas’ de gallos”.

A raíz de tantos sinsabores decidió retirarse de toda actividad política y


liderar una osada causa que lo convertiría en una ‘amenaza’ para
muchos, pero, para miles de cordobeses, en el único personaje que dio
la cara en los momentos más oscuros de la violencia guerrillera en
Córdoba. Se comió las verdes cuando eran demasiado amargas.

Ahora su enemigo tenía fusil y asesinaba a sangre fría, a diferencia de


cuando estuvo en la función pública, en donde sus adversarios –los
políticos– lo aislaron por no comulgar con las sépticas prácticas políticas
que realizaban. En esta nueva cruzada lo abandonaron y se escondieron.
Él se había convertido en un problema: el pueblo estaba tranquilo con la
guerrilla y ahora Rogarca iba a atizar esa ‘plácida’ relación.

Del silencio a la guerra

El centralismo y la exclusión política fueron dos de las prácticas más


nefastas que dejó el Frente Nacional, aunque este acuerdo facilitó la
transición del país a la democracia. Córdoba sufrió de manera inclemente
los dos males.

Córdoba solo existía estadística y electoralmente para el Gobierno


nacional. A los congresistas de la región les era más rentable tener una
población libre de toda mirada fiscalizadora que proviniera de Bogotá. El
clientelismo se tomó el Departamento; el mejor y único empleador era el
Estado.

“Ante un panorama desolador y desesperanzador, qué mejor momento


para que llegara la guerrilla y empezara a apoderarse del territorio
cordobés”, recuerda ‘Rogarca’.

Siempre ha sostenido que el clientelismo es incompatible con el


desarrollo, porque de la mano de este último vienen la educación y el
progreso, junto con más oportunidades de crecimiento productivo. Por
eso a los políticos nada que tuviera que ver con transformación les
gustaba. El Departamento era el paraíso para la politiquería y para la
guerrilla.
Fue así como en Córdoba nació el Ejercito Popular de Liberación, EPL, y
comenzó a operar uno de los frentes más temidos de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias, FARC, el V frente. Le fue tan bien a este
último en el Sinú y Urabá que se desdoblaron y fundaron otro, no menos
terrorífico, que fue el frente XVIII.

Estos grupos, junto con sus milicianos, auxiliadores y estafetas fueron los
responsables de la ruina, destrucción y asesinato de centenares de
comerciantes, agricultores y ganaderos de Antioquia y Córdoba.

Durante el gobierno del presidente Belisario Betancur (1982-1986) se


crearon las famosas Mesas de Diálogo, que aprovecharon muchos
guerrilleros para obtener salvoconductos y transitar por todo el territorio
nacional para exponer, aparentemente, sus ideas de paz. La realidad fue
otra: tales encuentros sólo sirvieron para que las guerrillas “censaran” a
sus futuras víctimas y “oficializaran” la extorsión, el boleteo y el
secuestro.

Cuenta Rogarca que eran famosas lo que él llamó las “filas de la


vergüenza”. Consistían en largas colas en las que hacían lobby, en el
Hotel Sinú, reconocidos comerciantes, agricultores y ganaderos, para
esperar a que Óscar William Calvo, cabecilla del EPL y con
salvoconducto del Gobierno para integrar las Mesas de Paz, los recibiera
en la suite donde se hospedaba, luego de desembarcar en el aeropuerto
de ‘Los Garzones’ de la avioneta ‘expreso’ en que se desplazaba por
todo el territorio nacional.

“La clase política –agrega– no se daba por aludida con respecto al


fenómeno de la guerrilla en Córdoba. En una ocasión el difunto Libardo
López Gómez ofreció un agasajo, en Cereté, a su hermano Edmundo,
que había regresado de embajador en Rusia; el ‘gancho’ para el ágape
era la presencia del guerrillero Calvo”.

No fue sólo el Gobierno quien repartió salvoconductos. Lo propio


hicieron los miembros de la subversión con varias de sus víctimas para
que pudieran regresar a sus tierras.

A una reunión de estas mesas, realizada en el auditorio de la Cámara de


Comercio de Montería, que fue presidida por el entonces senador
Germán Bula Hoyos, y por Óscar William Calvo, asistieron varios
cordobeses atropellados por la subversión. Pero la mayoría de los
presentes se dedicó a escuchar lo planteado. Sólo tres personas
intervinieron. Una de ellas fue José Miguel Matera Porras, propietario de
la finca ‘Mundo Nuevo’, ubicada al sur del Departamento; preguntó a
Calvo que si la sentencia de muerte que recaía sobre él había sido
revocada por el EPL, para volver a su propiedad. Se hizo un
desesperante silencio; el vocero de la guerrilla contestó con una sonrisa
en los labios, como si estuviera pidiendo un café: “Nosotros hablamos, no
se preocupe”.

Y la preocupación se le quitó a Matera Porras, pero después de


desembolsarle a Óscar William Calvo 150 millones de pesos para poder
volver a su hacienda.

Llegó un momento en Córdoba, en especial en Montería, en el que


estar ‘boleteado’ por la guerrilla era sinónimo de importancia. Otros
alardeaban de sus amistades con los comandantes guerrilleros..., con
sus verdugos.

Una noche de 1985, Óscar William Calvo cayó asesinado frente a la


droguería Electra, en la calle 43A con cra 13, en Bogotá. Ningún
movimiento se reivindicó la acción, pero muchos estudiantes de
universidades públicas se lo atribuyeron “a las balas asesinas del
Estado”. Sin importar quién hubiese sido el autor, a Rodrigo García no lo
incomodó en nada el hecho, más bien lo llevó a corroborar que aquel
adagio que reza: “Quien a hierro mata a hierro muere”, se cumple.

Al igual que cientos de ganaderos de Colombia, los de Córdoba tampoco


podían soportar las prácticas de la guerrilla: el secuestro y la extorsión.
Rodrigo García era quien encabezaba la resistencia contra los ataques
de la subversión, pero una voz no era suficiente; había que pelear
rodeado de otros afectados que estuvieran dispuestos a luchar; fue así
como llegó en 1988 a la Federación de Ganaderos. Iniciaron su cruzada
enviando cartas al Presidente, a los ministros de Defensa, Gobierno y
Agricultura, y hasta a la ONU, en donde solicitaban lo que siempre han
pedido los colombianos de bien: la protección del Estado. Pero estos
clamores jamás fueron respondidos.

Córdoba en el umbral del infierno

Por su parte, en Córdoba, Rodrigo García seguía su lucha verbal contra


la guerrilla y el Estado. “El criterio del Gobierno era que mientras el
ganado que se robara la guerrilla no saliera del país no habría hambre ni
faltaría leche”.

Después, a mediados de los ochenta la extorsión y el boleteo se hicieron


insoportables. La guerrilla ya no estaba en la zona boscosa de Córdoba
sino en las llanuras y valles, y hasta en las calles de Montería. Rodrigo
García decidió junto con el doctor Miguel Villamil Muñoz, presidente de
FEGACOR, enviarle una carta al presidente Virgilio Barco Vargas, en
donde le planteaban los problemas y le exigían seguridad por parte del
Estado.
Para que la carta tuviera más peso decidieron recoger una serie de
firmas de ganaderos, agricultores, comerciantes y prestantes
personalidades de la región. En esos días de febrero se habían iniciado
las fiestas de corralejas en Cereté; entonces decidieron ir hasta la casa
del ganadero que daba los toros esa tarde. Se acostumbra en estas
fiestas que el dueño de la ganadería ofrezca un agasajo a sus amigos y
colegas el día de la corraleja, antes de salir para la plaza. Qué mejor
momento para encontrar reunidos a los ganaderos y recoger allí las
firmas para la carta al presidente Barco. Pero García Caicedo y Villamil
Muñoz se llevaron una profunda decepción. El único que firmó fue
Mauricio Barguil Flórez; los demás consideraron que ese no era
problema de ellos. La carta se fue sólo con tres firmas.

Ya en octubre de 1987 el Ejército Nacional había inaugurado con mucha


fanfarria su nueva Brigada, la Décimo-primera, con sede en Montería.
Pero la realidad era otra: el cambio había sido de nombre porque seguía
funcionando el Batallón Junín, con sus cuatro compañías.

Al año siguiente se trató de buscar la manera de que la unidad fuera una


verdadera Brigada. Pero se necesitaba de la activa participación de todos
los ciudadanos. Fue así como dos oficiales, el mayor Velásquez y el
capitán Carlos Alberto Fracica (hoy comanda la Fuerza de Despliegue
Rápido, FUDRA) se dedicaron a buscar el apoyo de la comunidad
mientras llegaba el coronel que se haría cargo de la BR-11. Para ese
entonces la gente le huía a la policía y a los militares. Además, el servicio
de inteligencia de la guerrilla era muy eficiente en la ciudad y en los
pueblos de su influencia.

A los pocos días de iniciada la labor social de los oficiales llegó a


Montería el primer comandante de la Brigada, el coronel Alvaro Daniel
Medina. El militar se enteró de que el único ciudadano que estaba
dispuesto a dar la cara era un santandereano, de esos chapados a la
antigua, radicado desde hacía muchos años en la región y llamado
Rodrigo García Caicedo. El coronel decidió llamarlo por teléfono para
anunciarle que quería ir hasta su residencia a visitarlo; luego de saludarlo
y manifestarle el motivo de la llamada le preguntó si no tendría
problemas por ir uniformado; el oficial se arrepintió de haber hecho la
consulta. Con la respuesta que recibió supo a quién se iba a enfrentar:
“Si viene sin uniforme no lo recibo”.

Días después se reunieron en el casino de Oficiales de la Brigada XI una


gran cantidad de ganaderos, comerciantes y agricultores; nunca antes se
había dado una asistencia como aquella en Córdoba. El miedo tiene a
veces la virtud de la convocatoria. Allí muchos de los presentes se
decidieron a hablar de la situación que los agobiaba. Otros, reconocieron
que ya no podían pagar más extorsiones. Para ese entonces la guerrilla
había incendiado fincas, degollado o “ajusticiado” a varios
administradores y vaqueros, fusilado centenares de cabezas de ganado.
Nadie olvida las más de 100 reses de ‘elite’ que una columna de
subversivos fusiló en la finca de Arturo Vega. O el caballo que le
castraron a Bernardo Vega que había traído de España como padrote.
También se habían incrementado el robo de ganado y los secuestros.
Todos los ganaderos quedaron atónitos cuando de la hacienda ‘Rusia’,
ubicada en Valencia, Córdoba, varios guerrilleros se llevaron a Oscar
Hadad; de allí siguió una pavorosa oleada de secuestros que tocó todos
los cimientos de la sociedad cordobesa.

El coronel Medina tomó la palabra y, luego de un corto discurso,


concluyó con un lacónico mensaje: “Se los van a llevar a todos y cuando
no tengan con qué pagar los van a matar”... y así les sucedió a muchos.

Pero la sensación de sentirse respaldados unos a otros y también por


las Fuerzas Militares enervó sus ánimos de lucha y decidieron revivir a
GANACOR, que era un gremio que aglutinaba a ganaderos de Córdoba,
pero que atravesaba por una difícil situación económica.

También para ese entonces funcionaba la Federación de Ganaderos de


Córdoba, FEGACOR, pero su situación económica también era
lamentable, y se había agravado aún más cuando en 1982 estalló una
bomba en su sede de la calle 24 con avenida primera, siendo presidente
de la entidad Miguel Villamil Muñoz.

GANACOR eligió a Rodrigo García como su presidente. “Siempre he


creído que las empresas unipersonales son fatales, acepté porque vi que
muchos ganaderos me apoyarían en la labor que iniciaríamos”. De la
Junta hacían parte también William Salleg Sofán, Sergio Ochoa
Restrepo, Bernardo Vega Sánchez y Edgardo Burgos, entre otros. Desde
este escenario comenzó la resistencia.

Fueron los medios de comunicación de cobertura nacional los que


empezaron a reproducir las denuncias sobre violaciones de la guerrilla en
toda la región de Córdoba y Urabá. Pero lo hacían más con el ánimo del
escándalo que con el de informar y generar una conciencia de
solidaridad con la población afectada. Además, era increíble para los
periodistas toparse con una fuente que hablara con tanta propiedad y
claridad. Mientras que Rodrigo García hacía sus pronunciamientos con el
ánimo de despertar al país, los comunicadores se deleitaban con
semejante “chiva” noticiosa.

Muy a pesar de las buenas intenciones del coronel Medina y sus


colaboradores, los resultados contra la guerrilla estaban lejos de verse.
Resultó que la Décimo-primera Brigada era solo nombre; operaba con
dos batallones, uno era de contraguerrillas. Había muchos oficiales pero
pocos soldados.

Para 1988 el general Óscar Botero, ministro de Defensa, organizó una


reunión con los ganaderos de la Costa Atlántica y los de Antioquia, en
Bogotá. Allí los antioqueños le preguntaron al general Botero qué pasaba
en Córdoba. “Allá hay una Brigada y todo está peor”, sentenciaron.
Rodrigo García que se encontraba sentado al lado del general Jesús
Armando Arias Cabrales le dijo al Ministro: “Usted sólo mandó los
oficiales que necesita una Brigada, pero olvidaron enviar a los soldados,
han llenado a la ciudad de vallas y no de tropas y la guerrilla sabe esto,
señor general”.

El ministro de Gobierno Carlos Lemos Simonds, quien asistió al


encuentro de los ganaderos con los militares, les dijo a los cordobeses
que ellos no se quejaban, pero estos manifestaron que estaban
cansados de enviar cartas. La posición del funcionario cambió cuando en
el archivo del ministerio aparecieron cinco mensajes donde se expresaba
la desesperante situación de Córdoba. “No sabía que fuese tan grave y
creo que el Presidente tampoco”, atinó a decir Lemos Simonds.

Para la época se estaban conformando dos Brigadas Móviles. El ministro


se comprometió a que la primera unidad Móvil del Ejército iría a
Córdoba... y así fue. Llegó tiempo después del asesinato del coronel
Díaz.

Asesinato del coronel Díaz

Una tarde de 1988 el coronel Díaz se desplazaba en un campero


Nissan, junto con su conductor y un sargento hacia Tierralta. El oficial era
un aguerrido militar, al que se consideraba todo un ‘tropero’, calificativo
con el que se conoce a los militares a quienes les gusta combatir, pelear
con la guerrilla. Lo que no sabía el bravo militar era que desde hacía
varias semanas el EPL y las FARC se habían unido para tomarse al
municipio de Tierralta... y precisamente ese era el día del ataque. El
uniformado coincidencialmente estuvo en el sitio y en el momento
equivocado.

***

La carretera a Tierralta comienza en un sitio llamado ‘El Quince’; por lo


general, siempre está pavimentado unos metros más para que los que
sigan hacia Planeta Rica o Medellín crean que está totalmente
pavimentada. Esta vía ha sido asfaltada, virtualmente, en varias
oportunidades; son muchos los contratistas y hasta funcionarios públicos
que se han enriquecido a costa de ella. Pero el polvo que se levanta con
el paso de los vehículos no impide ver las mejores tierras para ganado,
pasto y cultivos propios del clima que se dan en esta zona del país. Pero
así son las contradicciones de la vida: en las zonas más productivas de
Córdoba era donde más se sentía el rigor de la violencia guerrillera.
“Desde que se doblaba a la derecha en ‘El Quince’ no se sabía si íbamos
a ser secuestrados, boleteados o regresaríamos en un cajón”, recuerda
Rodrigo García. Así lo había aprendido el coronel Luis Díaz de boca de
los cordobeses, al poco tiempo de llegar. Por eso tenía una avanzada en
el Puente de Betancí.

***

El plan de la guerrilla consistía en sitiar a Tierralta, acabar con el Puesto


de Policía, asaltar la Caja Agraria y esperar a que llegaran los refuerzos
del Ejército para emboscarlos. A un grupo del EPL, más de 200 hombres,
le correspondió esta última tarea. Los subversivos se ubicaron
estratégicamente en un sitio que se conoce como ‘La Apartada a
Valencia’. Desde allí se controla la vía que viene desde Montería. Unos
pocos subversivos salieron a la carretera y colocaron un retén.

Para unos la llegada de un campero Nissan al falso retén frustró la toma


del pueblo del Alto Sinú, y para otros lo acontecido fue lo que
desencadenó el proceso de pacificación de Córdoba. Los combates se
iniciaron donde no debían comenzar, en la retaguardia, y no en el frente
de ataque que estaba aproximándose a Tierralta.

El oficial del Ejército, al ver que eran unos cuantos guerrilleros los que
estaban ubicados en el retén, se bajó con el sargento a enfrentarse a los
subversivos. Los casi 200 hombres armados reaccionaron al instante y
a los pocos minutos tenían cercado al coronel. Este pidió al ya herido
sargento que se regresara por refuerzos, que estaban ubicados en el
sitio llamado ‘Puente Betancí’, lugar que era considerado como la
frontera entre la guerrilla y el Ejército.

Como sucede en toda emboscada, ya era demasiado tarde para dar


marcha atrás. Así parece que lo entendió el coronel Díaz quien siguió
combatiendo hasta caer asesinado por una ráfaga de fusil disparada por
una mujer, la que al verlo caer corrió hasta su cuerpo, se agachó y le
arrancó de la inerte mano su pistola 9 milímetros. La levantó hacia el
cielo en señal de triunfo gritando a todo pulmón: “Vengan hijueputas por
la pistola de su coronel”. Las palabras de la mujer fueron tomadas
demasiado en serio por la Brigada Móvil y por la Agrupación de las
Fuerzas Especiales del Ejército que desembarcaron en territorio
cordobés, no solo por la pistola del oficial, sino por todos los
responsables de la emboscada. Allí comenzó la más agresiva
persecución de que se tenga conocimiento en el territorio nacional y que
llevó a un grueso número de miembros del EPL a desmovilizarse. Otros
lo hicieron por el cerco tendido por un hombre a quien la guerrilla odió y
temió: Fidel Castaño.

***

Después de la reunión de los ganaderos con la cúpula militar en Bogotá,


Jesús María López Gómez, más conocido como ‘El Mono’ López, logró
que el ministro de Gobierno, que estaba con funciones presidenciales,
doctor Carlos Lemonds, visitara a Montería.

En el club Campestre se dio cita un grupo de personalidades del sector


privado y público. Alcaldes y líderes del Urabá antioqueño se presentaron
a la reunión que fue organizada por el entonces gobernador de Córdoba,
José Gabriel Amín Manzur.

Rodrigo García fue uno de los pocos que intervinieron; habló de la cruel
y despiadada persecución de la guerrilla a los cordobeses; no faltó su
crítica al constante olvido del Gobierno Central frente a la angustiosa
situación. Al terminar la reunión el Ministro se acercó a Rodrigo García y
le dijo: “No crea que me he olvidado de la promesa que le hice de enviar
la Brigada Móvil”. A las pocas semanas cumplió. “El pueblo cordobés aún
está en deuda con el doctor Lemonds, nunca se lo hemos agradecido”,
reconoce García Caicedo.

Una mañana estando en su casa, que siempre ha quedado diagonal al


comando de la Policía seccional Córdoba, entró una llamada telefónica.
Su interlocutor se identificó como el general Álvaro Tovar, comandante
de la recién creada Brigada Móvil Nº 1; le informó de que tenía el deseo
de conocerlo y de invitarlo a la base militar ubicada en Cerromatoso,
Córdoba, para que conociera la nueva Unidad. García no se hizo repetir
el ofrecimiento. Se encontró con soldados bien equipados y armados,
que contaban con un excelente apoyo helicoportado.

La Brigada comenzó a operar en las regiones del Alto San Jorge y Alto
Sinú, pero el general Tovar se encontró con que no había pobladores en
la zona y que la mayoría de los propietarios de tierras las habían
abandonado. En otras palabras no había información. “Yo vine fue a
pelear y si no hay información me voy a otra zona a combatir”, reclamaba
el general.

Rodrigo García le pidió al oficial que espera unos días mientras veía qué
se podía hacer. Le parecía inconcebible que ahora que tenían el apoyo
de las Fuerzas Militares, se fueran a echar atrás, por lo cual llamó a sus
colaboradores y amigos Raúl Mora y a Oney Aristizábal para reunirse en
Medellín con varios ganaderos e industriales de esa ciudad y de
Córdoba, con el fin de exponer la situación. El general Tovar se ofreció a
ir, lo mismo que el comandante de la Brigada XI, coronel Eduardo Emilio
Cifuentes.

Hablaron en Medellín para que FADEGAN les facilitara un salón; los


responsables del auditorio se asustaron cuando se enteraron de que dos
altos oficiales estarían en la reunión, debido a que los ganaderos estaban
muy amedrentados por la subversión.

El encuentro estaba para las 3 de la tarde. Rodrigo García llegó en la


mañana acompañado por uno de sus hijos. Como a las dos mientras
hablaba con el doctor Arboleda, vicepresidente de Fadegan, entró la
secretaria de este último y le informó asombrada de que había como 150
ganaderos y no sabía dónde los iban a ubicar. Pero la incomodidad no
fue óbice para iniciar tan esperado encuentro.

Luego de las presentaciones a cargo de Carlos Villa Navarro, presidente


de Fadegan, habló el general Tovar. Los presentes escucharon en
silencio las palabras más francas y claras que militar alguno les hubiera
pronunciado. Aún se recuerda cómo concluyó: “Para terminar voy a
comprar tantas correas como personas hay aquí, también voy a comprar
una para mí. Las que les entregaré son para que se amarren, de una vez
por todas, sus pantalones... y la mía la voy a coger para darles si no se
los amarran. Yo sólo quiero que me digan dónde está el enemigo, no me
interesa cómo se llame quien me dé la información”. Era la una de la
madrugada y el general aún anotaba en su libreta los datos que les
suministraban los, hasta hace unas horas, temerosos ganaderos y
comerciantes, que durante largos meses estuvieron amordazados por el
terror, viendo cómo desaparecían sus bienes, fruto del esfuerzo de tantos
años de sacrificios.

A las 6:30 de la mañana, García Caicedo llamó al general Vacca Perilla,


por ese entonces comandante de la Primera División del Ejército, que
tenía como sede Medellín y le solicitó hablar con el general Tovar. Pero
Rogarca tendría que esperar varios días para volver a hablar con Tovar,
porque aquella misma madrugada, luego de terminar la reunión, viajó a
su base de operaciones a romper el cerco impuesto por la guerrilla contra
Córdoba y Urabá.

A los diez días los medios de comunicación se sorprendieron cuando la


Brigada Móvil presentó un campamento de la guerrilla en donde se
recuperaron más de 9 mil reses robadas y gran cantidad de material de
guerra incautado.

Muchos campesinos huyeron, temerosos, de sus tierras ya que nunca


habían visto o escuchado lo que era un bombardeo aéreo. Decenas de
guerrilleros caían en combate o eran capturados; los corredores por
donde se desplazaba la guerrilla fueron bloqueados por las tropas; la
subversión comenzó a sentir por primera vez los rigores del combate.

El general Tovar era considerado por sus subalternos como un oficial


‘tropero’ que vivía obsesionado con el combate. Pero los excelentes
resultados de la Brigada Móvil en Córdoba querían verlos en otras zonas
del país y fue así como a los tres meses de operaciones en esta región la
unidad se fue a otro lugar de Colombia a devolverle la tranquilidad a otro
conglomerado amenazado y perseguido.

“Los golpes de la Brigada Móvil más los que propinaba Fidel Castaño al
EPL fueron lo que llevó a este grupo guerrillero a entregarse”, recuerda
García Caicedo.

La nueva reforma agraria...

La nueva reforma agraria en Córdoba no corrió por cuenta del INCORA,


sino del narcotráfico. Los Valles del Sinú y del San Jorge son unos de los
más productivos del país. Por la situación de violencia el costo de la
tierra en el Departamento cayó a niveles irrisorios. Los únicos que podían
ir a sus propiedades eran los que las tenían cerca al casco urbano y en
determinados municipios. Pero aparecieron unos personajes que
comenzaron a comprar todas las tierras en zonas de influencia
guerrillera. Unos lo hacían porque tenían el dinero suficiente para armar
a los trabajadores que les cuidaban la propiedad; y otros, porque habían
pactado con la subversión un macabro negocio que consistía en que
estos últimos sacaban a los dueños de sus propiedades y luego se las
vendían a los nuevos compradores.

Muchos narcotraficantes se hicieron propietarios de las mejores


haciendas de la región. Personas de Córdoba recuerdan a Juan Ramón
Matta Ballesteros como dueño de miles de hectáreas; también a los
testaferros de los Carteles de Medellín y Cali.

Reconoce Rogarca que “mientras los narcotraficantes compraban tierras


muy buenas, el INCORA las adquiría a precios infames y entregando
unos bonos a varios años, en lugar de dinero en efectivo”.

“Según Gabriel Rosas Vega, que para la época era Director del INCORA,
la Reforma Agraria iba por buen camino porque los propietarios estaban
vendiendo a bajos precios debido a que no podían ir a sus fincas. Era el
Estado aprovechándose de su propia ineptitud”, relató Rogarca.
Otros compradores llegaron aprovechando los precios de ocasión de las
tierras. Pero con el transcurrir de los meses todos tenían un enemigo
común: la guerrilla.

Fue cuando apareció un personaje que a diferencia de muchos no pactó


ni negoció con la guerrilla cuando se ubicó en Córdoba: Fidel Castaño.
“Era un hombre decidido que se apiadó de la región y extendió ese
beneficio hasta Urabá. Peleó por los cordobeses una guerra que no era
de él, pues Fidel era un hombre idealista y generoso”, destaca Rogarca.

“Lo conocí en el proceso de paz con el EPL. Claro, había oído hablar de
él y sabía lo que estaba haciendo en contra de la guerrilla, y muchos
cordobeses se lo reconocían al igual que yo”.

Iniciados los diálogos de paz con el EPL, se crearon unas zonas de


distensión para los guerrilleros. En Córdoba fue escogido el
corregimiento de Juan José (Puerto Libertador). Allí se concentró un gran
número de combatientes del mencionado movimiento. Pero desde esta
zona de distensión los guerrilleros seguían con el secuestro, el boleteo,
la extorsión y el robo de ganado, todo ello con la agravante de que las
autoridades no podían entrar en el área despejada. “Los ganaderos de
Córdoba preferíamos la guerra, así pusiéramos los muertos, pero no
seguir con esa farsa de proceso de paz”, manifestó García Caicedo en
declaraciones publicadas por el diario El Tiempo en primera página.

Bernardo Gutiérrez, líder del EPL y principal responsable de la


negociación con el Gobierno de César Gaviria, se asustó y le pidió al M-
19, que estaba desmovilizado, hablar con los ganaderos de Córdoba.
Hasta Montería se desplazaron Otty Patiño y Álvaro Jiménez, como
delegados autorizados por el EPL. Se reunieron con el ‘Mono’ López,
Sergio Ochoa y otros líderes de la región en las oficinas del Fondo
Ganadero, desde las dos de la tarde. El encuentro continuó en la noche
en un restaurante hasta casi las tres de la madrugada.

La reunión terminó en una charla política sobre todos los problemas que
aquejaban al país; hubo muchas coincidencias. Pero el EPL puso como
condición a su total desmovilización que Fidel Castaño entregara las
armas. “Era claro que a la guerrilla no le preocupaba ni el Ejército ni la
Policía, sino Fidel a quien consideraban su terrible enemigo”, precisó
García Caicedo.

Aún sin conocer a Fidel Castaño, el líder de la resistencia antisubversiva


en Córdoba, Rodrigo García se dio a la tarea de tratar de comunicarse
con él, hasta que lo logró.
–R.G. Cómo está Fidel, he querido hablarle porque como debe saber el
EPL ha puesto como condición para su desmovilización la entrega de sus
armas.
–F.C. Si no fuera usted quien me llama le tiraría el teléfono. No sé cómo
me llama para pedirme una cosa así.
–R.G. He escuchado la manera en que usted se ha expresado de
Córdoba y de su gente, por ese cariño y aprecio a esta región de le una
oportunidad a Córdoba de vivir en paz.
–F.C. Mire don Rodrigo, esto no lo va a entender mucha gente. Yo lo
llamo.

Días después García Caicedo recibió una llamada de Fidel Castaño en


donde le informaba de que iba a entregar las armas “pero lo hago con un
poco de temor”, dijo.

Las entregó en octubre de 1990.

Con el negociador del Gobierno, Ramiro Bejarano, fue con quien se firmó
el acuerdo formal de paz con el EPL, pero el acuerdo real fue meses
antes en una conocida hacienda que la guerrilla del EPL soñaba con
desaparecerla: Las Tangas. Fue allí donde Rodrigo García, de la mano
del M-19, se conoció con Fidel Castaño Gil.

Luego de la entrega de armas por parte de las Autodefensas vino la


reunión entre los dos enemigos: Fidel Castaño, por un lado; Omar
Caicedo y Aníbal Palacios, líderes del EPL, por el otro. Otty Patiño y
Álvaro Jiménez asistieron por el M-19 como mediadores. Varias
personalidades fueron invitadas, entre las que se encontraban Rodrigo
García y el ex gobernador de Córdoba, Jorge Ramón Elías Náder.

A la entrada del quiosco de ‘Las Tangas’ desde donde se impartieron


decenas de órdenes de guerra contra el EPL se encontró Fidel con sus
adversarios. Luego de un corto saludo se dirigió hasta donde estaba
Rodrigo García, extendió sus brazos y le dio un fuerte abrazo. Era el
encuentro de dos líderes que luchaban contra un enemigo común, pero
con diferentes armas.

La reunión se inició a las 10 de la mañana y siguió hasta las 5 de la


madrugada del día siguiente. No hubo trago. Solo café, agua y comida.
Se recordaron muchas batallas, pero cuando el EPL recordó la muerte
del coronel Díaz, Fidel se levantó y en tono enérgico dijo: “No me
recuerden eso porque se puede partir esto”.

Antes de despedirse, Fidel le dijo a Rogarca que hicieran un acuerdo:


que mientras “estos señores se comprometan a cumplir sus
compromisos y a manejarse bien, nosotros nos comprometemos a
defenderlos y a apoyarlos”. García le contestó que así debía ser.
Una lección de poder

Las reuniones de Montería y de ‘Las Tangas’ fueron para la época en


que la Constituyente de 1991 estaba debatiendo la reforma a la
Constitución, entre otras la referente a la elección popular de
gobernadores.

Formalizado el proceso de paz con el EPL, los miembros del M-19 que
estuvieron como representantes de los primeros le manifestaron a
Rodrigo García su interés de postularlo como candidato a la Gobernación
de Córdoba. La razón que motivó al M-19 fue la confianza que había en
él; además, era una prenda de garantía para los cordobeses, como
quiera que el mayor adversario de la guerrilla era él. Los del M-19
aspiraban a que con este gesto se borrara cualquier duda de la
sinceridad de ellos en el proceso.

García se mostró muy sorprendido con el ofrecimiento, “es que yo soy


muy conservador y he militado siempre en el sector del llamado
‘laureanismo’, ahora con Álvaro Gómez”, dijo en aquella ocasión.

“La única manera de que yo acepte es que el doctor Gómez Hurtado me


respalde públicamente, creo que eso va a resultar difícil, porque yo ni
siquiera lo conozco”, le manifestó Rogarca a los representantes del M-19.

A él le preocupaba que Gómez, que para ese entonces era uno de los
presidentes de la Asamblea Constituyente junto con Horacio Serpa Uribe
y Antonio Navarro Wolf, lo tomara como un oportunista y charlatán,
debido a que la postulación venía de antiguos guerrilleros, lo que no era
corriente.

Los del M-19 se comprometieron a realizar las consultas en Bogotá. La


noticia se filtró en Córdoba y por su casa comenzó una romería de
amigos que simpatizaban con su candidatura, entre los que se
encontraban Ricardo Pretelt, Remberto Burgos, Ramón Martínez Vallejo,
Ramón Berrocal Failach.

Ramón Martínez decidió llamar a Álvaro Gómez y consultarle sobre la


aspiración de García Caicedo, a lo que Gómez contestó que él lo conocía
y que ya sabía de la propuesta; se sorprendió porque le habían hablado
bien de Rodrigo García todos los sectores políticos de Córdoba, algo que
no era muy normal. Allí se inició en firme su campaña por la
Gobernación. Sus rivales serían Jorge Manzur Jattin y Jaime Torralvo
Suárez, del Partido Liberal.

A pesar de representar al conservatismo en la coalición con el M-19 los


congresistas de aquel partido, Miguel Escobar Méndez y Amaury García
Burgos, no lo respaldaron. El primero se abstuvo y el segundo se fue con
Manzur Jattin. “Escobar me cobraba mi independencia y Amaury el no
haberme prestado para que sus amigos se quedaran en 1984 con el
contrato de los licores”, recordó Rogarca.

Pero un sector del liberalismo representado en Salomón Náder Náder y


Alfonso de la Espriella, lo respaldó en su aspiración. Recorrió todo el
Departamento en compañía de antiguos jefes del EPL; no obstante, una
facción de este grupo no lo apoyó.

El día de las elecciones llegó y por primera vez los cordobeses iban a
elegir por voto popular a su gobernador. Ese día para miles de
sufragantes hubo muchas irregularidades. Córdoba se acostó con un
gobernador (Rodrigo García) y se levantó con otro (Jorge Manzur).

“El día de las elecciones, cuando se presagiaba que Rodrigo García


podía ganar, el cacique liberal Libardo López se alió con Manzur. En
Ayapel, donde extrañamente se ha dado hasta hoy la mayor votación en
la historia de ese municipio, votó más del 85% de la población, a pesar
del tremendo aguacero que ese día cayó sobre la región”, relató.

Para muchos políticos el municipio más ‘chocorero’ de Córdoba es


Ayapel, debido a su topografía. Ayapel está a orillas de la hermosa
Ciénaga que lleva su nombre. Por lo difícil de las comunicaciones entre
la cabecera y sus corregimientos se presta para irregularidades, ya que
el único camino para conectarse con su vasta zona rural es a través de
transporte fluvial, lo que hace que las urnas en los puestos de votación
no tengan el suficiente control de las autoridades electorales y policivas.
“Además, por una rara coincidencia ese día no hubo control por parte de
la Policía y el Ejército”, cuenta García Caicedo.

Muchos de los seguidores de Manzur se hicieron presentes en la entrada


de la Registraduría Departamental, al día siguiente de las elecciones.
Estaban nerviosos por una posible derrota y esperaban el resultado
oficial del conteo. Pero saltaron de júbilo cuando el parlamentario liberal
Francisco José Jattin, más conocido como ‘El Gordo’ les dijo a sus
seguidores, al llegar a la entidad: “No se preocupen esperen lo que les
viene de Ayapel”. Y llegó el ‘chocorazo’ más respetado del que se tenga
noticias en todo el San Jorge. Aunque Jattin afirma que solo lo dijo
porque en verdad esos son los resultados que más demoran en llegar,
siempre que se realizan las elecciones, muchos dudan de ese
argumento. Lo cierto es que en Montería comenzó a escucharse una
frase que se quedó grabada por mucho tiempo: “Los ‘turcos’ se robaron
las elecciones”. Ganaron por 605 votos de diferencia.

“En muchos municipios la Policía participó activamente del debate


electoral por la cercanía y aprecio que existía entre el general Gómez
Padilla, en ese momento director de la institución policiva y Manzur
Jattin. El presidente César Gaviria no tuvo ningún escrúpulo en
manifestarse partidario de mi adversario político, lo que motivó a que le
enviara una carta de protesta por su inadecuada actitud”, recuerda
García Caicedo.

El constitucionalista conservador Hugo Escobar Sierra fue el abogado de


García Caicedo, en la demanda presentada por éste, solicitando la
anulación de numerosas mesas de votación. Luego de recoger las
pruebas presentó la demanda por fraude electoral. Ya para esos días
estaba en pleno desarrollo la nueva Constitución Política de Colombia. El
Presidente debía enviar al Congreso la terna para elegir al Fiscal General
de la Nación; entre ellos iban los nombres de Escobar Sierra y Gustavo
de Greiff. “Lo cierto es que Escobar Sierra hizo algo inexplicable: retiró la
demanda y las pruebas del Consejo de Estado con el pretexto de
perfeccionarlas, pero, insólitamente, las presentó en forma
extemporánea. ¿Cómo explicar una novatada de esta naturaleza en un
veterano que lleva muchos años litigando y que es experto en derecho
electoral? Me resisto a creer que esto pudiera ser el precio que él pagaba
para que lo incluyeran en la terna para Fiscal”, narra con melancolía
Rogarca.

Esta sucia jugada alejó por siempre a Rodrigo García de la actividad


política. Se dedicó más a sus negocios particulares y gremiales. Pero la
aparente paz que empezó a reinar en su vida se acabó a las 2:30 de la
tarde del 17 de diciembre de 1996.

Amistades peligrosas

Después de desmovilizados los miembros del EPL, empezó una etapa de


resocialización y de acuerdos con el Gobierno para el pago de una
mesada a los ex subversivos. Muchos regresaron a sus ciudades de
origen, otros se fueron a otros lugares a probar suerte, pero la gran
mayoría se asentaron en Urabá. Allá con el tiempo nacería una rivalidad
entre las FARC y los frentes del EPL que no se desmovilizaron. Urabá
que pensaba en los beneficios de la paz, cayó en una silenciosa guerra
de exterminio, que se hizo pública.

En Córdoba nuevamente los finqueros y comerciantes cayeron en manos


de la violencia, el miedo y la desesperación.

Tanto en Córdoba como en Urabá se sentía la agresión de dos grupos


disidentes del EPL que no se desmovilizaron en 1991, sino que siguieron
los lineamientos de ‘Francisco Caraballo’; ellos eran los frentes ‘Pedro
León Arboleda’ y ‘Bernardo Franco’. Uno se entregó a Fidel Castaño y el
otro al Ejército.

Otro hecho que también marcó un hito en la guerra, fue la muerte de


Fidel Castaño a principios de 1994. Asume entonces el control de las
Autodefensas su hermano Carlos Castaño. “Parecía como si todos
tuviésemos una misión que cumplir sobre la tierra y luego de finalizarla,
irnos. Fidel estuvo en las peleas más bravas que se recuerden,
inicialmente con la guerrilla y después contra Pablo Escobar, y no le pasó
nada. Luego de cumplir con estos propósitos se le dio por morirse”,
recuerda con nostalgia un viejo amigo de Fidel Castaño.

***

Mientras tanto, en Montería varios desmovilizados se quedaron en la


ciudad, entre ellos Rafael Kerguelén, conocido como ‘Marcos Jara’,
cabecilla reinsertado del EPL que estuvo al mando de un frente que
sembró la destrucción y la ruina en el Alto San Jorge. Pero el pueblo
cordobés lo acogió con sus debidas reservas. ‘Marcos Jara’ hábilmente
se acercó a la ‘sombra’ de Rodrigo García, quien le aconsejaba que se
acostumbrara a vivir con su pasado. “Ustedes hicieron mucho daño; del
pasado se puede denigrar pero no destruir. Me tocó interceder para que
no le pasara nada y lo relacioné con los mandos militares y de policía”,
confiesa Rodrigo García Caicedo.

“Ya estaba en marcha la consolidación de la paz –afirma García–, el


compromiso era responderle a la confianza que los reinsertados habían
puesto en el Gobierno y en los garantes del proceso. Por ello sentía una
responsabilidad moral y ética por la vida de todos los desmovilizados que
buscaban mi ayuda. Por su parte, ‘Marcos Jara’ siempre supo que su
seguro de vida era Rodrigo García”.

Para mediados de los 90 se venían fomentando en el seno de los


reinsertados unos enfrentamientos de tipo conceptual y económico, en
donde se vio implicado parte del magisterio. El gremio de maestros se
dividió. Unos estaban con ‘Marcos Jara’ y otros con el profesor Avilez.
Pero la disputa tenía como objetivo asegurar el control de la Cooperativa
de Maestros Cooeducord, una entidad muy poderosa económicamente,
que gozaba de la ‘ceguera’ de las entidades de control del Estado.

“Varios maestros fueron asesinados y la guerra que se estaba desatando


se la empezaron a achacar a las ya conformadas Autodefensas Unidas
de Córdoba y Urabá, ACU”, relató.

“Una tarde se presenta a mi oficina ubicada en el edificio ‘Morindó’, el


profesor Boris Montes de Oca; de manera inequívoca y en tono elevado
me dice que a los maestros los está matando ‘Marcos Jara’. Para esos
días habían asesinado a un educador de apellido Humánez, quien era
hermano de uno de los comandantes de la guerrilla”, cuenta Rogarca.

Rodrigo García llamó de inmediato al gobernador de Córdoba, Carlos


Buelvas Aldana y al comandante de la Policía, coronel Suárez y los puso
al tanto de la denuncia hecha por Montes de Oca.

La situación estaba tornándose incontrolable, hasta que un llamado


hecho a ‘Marcos Jara’ para que se presentara a una reunión de carácter
“urgente” cambió el panorama. El ex subversivo llegó a la oficina de su
protector –Rodrigo García– junto con los profesores Garnica y Domingo
Ayala (el primero era el secretario de Educación municipal), a pedirle a
García que lo acompañara al encuentro. Así sucedió.

El encargado de presidir la reunión “le cantó la tabla a ‘Marcos Jara’ y lo


conminó a aclarar todo lo sucedido”. Le recordó que estaba vivo gracias
a su protector. El ex guerrillero reconoció que estaba vivo por su amigo y
aseguró: “El día que este señor se vaya de Montería o se muera yo sé
que me tengo que ir de la ciudad”. Así fue. El día que Rodrigo García se
fue con su esposa para Centro América, también salió de Montería
‘Marcos Jara’.

***

El 17 de diciembre de 1996, a las 2:30 de la tarde, una explosión sacudió


el centro de Montería: 20 kilos de dinamita estallaron debajo de las
escaleras del Edificio ‘Morindó’ donde funcionaban las oficinas del Fondo
Ganadero, de la cual Rodrigo García era su presidente.

A diferencia de todos los días Rogarca llegó a su despacho a las dos de


la tarde, siempre llegaba media hora más tarde. Como de costumbre
ascendió por las escaleras. A los pocos minutos de su llegada el profesor
Chávez, que era educador y reconocido prestamista, que acostumbraba
a comprarle las cuentas de publicidad a los periodistas, a cambio del 20
ó 30%, se inquietó sobremanera cuando la secretaria le informó de que
el doctor García ya estaba en la oficina. De inmediato abandonó el
despacho y se dirigió a las escaleras; había que hacer un urgente cambio
de planes, pero ya era demasiado tarde; el temporizador de la bomba ya
había activado el mecanismo de explosión. Fue un sonido atronador: a
los pocos segundos a varias cuadras se sentía el olor a pólvora, sangre,
piel y muerte.

Cuatro personas murieron, entre esas el profesor Chávez, quien fue


sindicado de ser uno de los autores materiales del acto terrorista. Varias
personas resultaron heridas.
A los pocos días Rodrigo García estaba refugiado en un país
centroamericano.

Las investigaciones demostraron que varios reinsertados y maestros


tuvieron que ver con el atentado; algunos indicios señalaban a ‘Marcos
Jara’ como posible responsable.

“Los cabecillas del complot –revela Rodrigo García– eran personas con
las que había conversado y ayudado. Pero lo más desesperanzador es
que en uno de los Batallones de la Brigada XI se sabía del posible
atentado y no se hizo nada por evitarlo. Tal vez era una respuesta a las
críticas que yo hacía al Ejército”.

***

Fueron varios meses en el exilio, pero a un alto costo económico que lo


obligó a reconsiderar su regreso a Colombia. Llegó nuevamente a
Montería en 1997. Muchos prefirieron expresarle su solidaridad vía
telefónica, ya que nadie quería morir mientras lo saludaba. Se convirtió
en ave de mal agüero. No fue invitado más a conferencias y su presencia
en un auditorio se convertía en un potencial riesgo para los demás
asistentes. Las personas siempre tenían una excusa para no demorarse
más de la cuenta cuando hablaban con él. El hombre que enfrentó con
su palabra y su coraje a la subversión y que lideró junto a otros
ciudadanos la resistencia contra la guerrilla era ahora considerado por la
sociedad un peligro... Y también por la Fiscalía.

Pero este honesto ciudadano, que hace 20 años estaba convencido de


que no llegaría con vida al año 2000, se encuentra dedicado, una vez
más, a la lectura de la historia universal y nacional, para tratar de
interpretar y explicar las causas y las posibles soluciones a más de 53
años de violencia en Colombia.

Su preparación intelectual y la experiencia vivida en el conflicto cordobés


le han dado los argumentos suficientes para no temblarle la voz cuando
reconoce públicamente que la paz de Córdoba se debe, en gran parte, a
la labor de Fidel Castaño y sus hombres, continuada hoy en día por su
hermano Carlos Castaño.

“Carlos Castaño dijo que ellos defendían a la clase media porque no


tienen quien la defienda y eso es muy cierto. El Ejército siempre ha
tenido una excusa para no ir; es por eso que poblaciones enteras quedan
en manos de la guerrilla”, dijo el líder ganadero.

“Los Castaño son unos quijotes que se metieron en esta lucha por no
transar con la guerrilla. Tengo especial afecto y gratitud inagotable
porque lo que hicieron por Córdoba es incalculable y gratuito. La historia
fijará la incidencia que tuvo este movimiento en la pacificación del
departamento”, declara con firmeza García Caicedo.

“Los colombianos –continúa– no deben temer exigirle al Gobierno


esclarecer la responsabilidad del Estado con los problemas de orden
público, por ejemplo como lo sucedido en nuestra región, donde hubo un
acuerdo tácito en que la guerrilla no se metía a los centros urbanos a
cambio de no ser perseguidos. Era como dejarlos actuar libremente
contra poblaciones indefensas de la Costa Atlántica, a cambio de no
llegar a las capitales de las principales ciudades. Toleraban a la guerrilla
siempre y cuando los dejara dormir tranquilos en las ciudades. Pero al
parecer la subversión no cumplió su palabra. Ellos se fortalecieron en las
zonas abandonadas por el Estado, aquí en Córdoba nació, creció y se
fortaleció la subversión”.

“Jamás me cansaré de manifestar que la guerrilla nunca tuvo la bandera


de las reivindicaciones sociales; sólo que Belisario Betancur se las dio y
ellos no fueron tontos para no cogerlas”.

“Pero lo más aberrante y sorprendente es que quienes señalaron a la


guerrilla como los agresores de los ciudadanos en un pasado, hoy son
‘rotulados’ como enemigos de la paz. Es absurdo que los que
defendimos en el pasado la libertad y nuestras vidas, seamos hoy los
perseguidos de la Fiscalía”.

“No soy seguidor de las vías de hecho, no puedo ser partidario de las
Autodefensas como un sistema, soy un demócrata, conservador y
católico. Pero entiendo que el Estado ha obligado a que los ciudadanos
de bien entreguen su seguridad a grupos de justicia privada”.

“Los excesos se cometen en toda las guerras del mundo y no se ha


escapado ningún Ejército, muchísimo menos los ejércitos irregulares. A
los militares los capacitan para una lucha regular, regulada por acuerdos
internacionales, pero en muchos casos se violan las conductas
aprendidas debido al fragor de la lucha; por consiguiente, no se puede
aspirar a que grupos irregulares, sin formación ética, moral no se
desmanden. Jamás estaré de acuerdo con estos desmanes, pero
entiendo el origen”.

“En la guerra que vivió Córdoba, a las personas que fuimos defendidas
por las Autodefensas, no se nos puede responsabilizar por los
desafueros de ellos. Lo que hicimos fue defendernos por el abandono
total del Estado para con las personas de bien de esta parte del país. La
guerrilla ha planteado una guerra en la que el ciudadano que no esté con
ellos será eliminado. Es una cuestión de supervivencia”.
“Es increíble que hoy la Fiscalía llame a declarar a los que se
defendieron de la agresión de la guerrilla y no llame al Gobierno por no
combatir a la subversión. Las víctimas pasaron a ser los victimarios. Me
olvido de la modestia para decirle que yo he sido un ciudadano ejemplar,
solo que en una ocasión levanté mi voz para exigir que el Estado me
defendiera, no sólo a mí, sino a todos los cordobeses de la embestida
guerrillera. No entiendo por qué el CTI y la Fiscalía me persiguen como a
un delincuente, en la madrugada del 24 de mayo (2001), más de 50
hombres armados hasta el alma, irrumpieron en mi casa a buscar un
arsenal de armas. Lo mismo hicieron en las casas de varias familias
respetadas y honestas de Montería. Es una lástima que la justicia se
haya politizado y, para el peor de los males, reciba órdenes de ‘Tirofijo’; a
través del mensajero que tiene viviendo en la carrera 8ª con calle 7ª de
Bogotá”, declaró consternado García Caicedo.

Hoy, este santandereano de 74 años tiene aún la fogosidad para hablar


duro y con claridad así ponga en riesgo su vida. Su esposa Rosita ni se
inmuta, porque tantos años de lucha la han preparado para vivir en el
umbral del peligro y la muerte.

“Sé que estoy expuesto a que me maten, lo peor de todo es no saber de


dónde vendrá la orden”, declara con la mirada metida entre los libros de
su biblioteca.

¿No le da miedo hablar así?

“Ese es el problema de nuestro país: miedo a todo, miedo a lo bueno,


miedo a lo malo, miedo al futuro, miedo al desarrollo... Miedo a la
esperanza”.

Mayo de 2001

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