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Para los años ochenta, Córdoba estaba en las manos de la guerrilla y del
narcotráfico, con la mirada complaciente del Estado. La extorsión, el
boleteo, el abigeato, la quema de fincas y el ‘corte de franela’ tenían
arrodillado a los cordobeses. El pavor colectivo en que estaba sumida
esta bella región era la mejor arma que poseía la guerrilla de las Farc y el
EPL.
Con este señor uno aprendía a cada instante, y todos los días, que hay
posiciones e ideales en la vida que jamás se negocian y menos los
valores y la dignidad.
Para inicios de la década del ochenta, una voz que buscaba convocar un
frente regional contra la guerrilla comenzó a oírse a diario por los medios
de comunicación en el ámbito nacional. El responsable de esta
quijotesca cruzada era Rodrigo García Caicedo, un sereno hombre,
amante del campo, la ganadería y ferviente lector de historia y literatura,
a quien todos sus amigos conocían como ‘Rogarca’.
El guardabosques
Para Rogarca y toda su familia vino una época muy difícil. La violencia
política se había recrudecido y les tocó refugiarse “a donde van todos los
perseguidos políticos del país: A los Llanos”. Allí, por las condiciones
climáticas, cambiaron de oficio; entonces se dedicaron a cultivar arroz,
pero les fue como a todos los que siembran en Colombia: mal.
Luego decidió que ese trabajo en las alturas lo estaba ‘elevando’ de sus
verdaderos planes para el futuro. Pero antes de ‘aterrizar’ a la ciudad
donde se radicaría por siempre, Montería, se probó como policía fiscal de
aduana en Buenaventura, Cúcuta y Barranquilla.
Vino una etapa de tecnificación y los pioneros fueron los Guerra Dixon y
Manuel Antonio Buelvas. Les siguieron, varios años después, Alfonso
Spath y Elías Milane.
Hubo una guerrilla liberal arriba de Tierralta, pero como no sabían nadar
no se atrevieron a pasar el caño de Betancí. En el gobierno de Rojas
todos se entregaron.
Eran los tiempos de gloria del periodismo cordobés. Todos los que
querían dar a conocer sus ideas sacaban un periódico o una revista, por
lo general eran semanales o mensuales. Se destacaban ‘El Comando’,
de Eusebio Mendoza Castel; ‘El Heraldo de Córdoba’, de Miguel Escobar
Méndez; ‘El Deber’, de Horacio Guzmán; ‘Noticias’, de Julio Nieto; ‘El
Rebelde’ de Antonio Brunal y Roberto Yances; ‘Justicia’, del Tribunal
Superior y estaba la revista de Santander Suárez Brango, ‘Ecos de
Córdoba’ que Rafael Yances Pinedo llamaba ‘la sorpresiva’ porque de un
momento a otro aparecía en circulación. Rodrigo García era corresponsal
de El Colombiano y El Diario Gráfico; este último era el mismo El Siglo
que había sido cerrado por Rojas Pinilla. Sus amigos eran también
escritores en muchos medios de comunicación. Pero sus tertulias se
vieron interrumpidas al decidir entrar en los avatares de la política.
No le quedó otra alternativa que aliarse con sus amigos, Carlos Ospina y
Julio Badel, para montar la primera empresa repartidora de negocios en
lo que a amparos de seguros se refiere; se llamó Agencia de Seguros
Limitada.
Lo cierto fue que nunca hubo un auto de cabeza de proceso por todas
las irregularidades que se denunciaron. La ciudadanía quedó impávida
ante lo sucedido y por primera vez los monterianos estuvieron a las
puertas de un verdadero cambio.
Estos grupos, junto con sus milicianos, auxiliadores y estafetas fueron los
responsables de la ruina, destrucción y asesinato de centenares de
comerciantes, agricultores y ganaderos de Antioquia y Córdoba.
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El oficial del Ejército, al ver que eran unos cuantos guerrilleros los que
estaban ubicados en el retén, se bajó con el sargento a enfrentarse a los
subversivos. Los casi 200 hombres armados reaccionaron al instante y
a los pocos minutos tenían cercado al coronel. Este pidió al ya herido
sargento que se regresara por refuerzos, que estaban ubicados en el
sitio llamado ‘Puente Betancí’, lugar que era considerado como la
frontera entre la guerrilla y el Ejército.
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Rodrigo García fue uno de los pocos que intervinieron; habló de la cruel
y despiadada persecución de la guerrilla a los cordobeses; no faltó su
crítica al constante olvido del Gobierno Central frente a la angustiosa
situación. Al terminar la reunión el Ministro se acercó a Rodrigo García y
le dijo: “No crea que me he olvidado de la promesa que le hice de enviar
la Brigada Móvil”. A las pocas semanas cumplió. “El pueblo cordobés aún
está en deuda con el doctor Lemonds, nunca se lo hemos agradecido”,
reconoce García Caicedo.
La Brigada comenzó a operar en las regiones del Alto San Jorge y Alto
Sinú, pero el general Tovar se encontró con que no había pobladores en
la zona y que la mayoría de los propietarios de tierras las habían
abandonado. En otras palabras no había información. “Yo vine fue a
pelear y si no hay información me voy a otra zona a combatir”, reclamaba
el general.
Rodrigo García le pidió al oficial que espera unos días mientras veía qué
se podía hacer. Le parecía inconcebible que ahora que tenían el apoyo
de las Fuerzas Militares, se fueran a echar atrás, por lo cual llamó a sus
colaboradores y amigos Raúl Mora y a Oney Aristizábal para reunirse en
Medellín con varios ganaderos e industriales de esa ciudad y de
Córdoba, con el fin de exponer la situación. El general Tovar se ofreció a
ir, lo mismo que el comandante de la Brigada XI, coronel Eduardo Emilio
Cifuentes.
“Los golpes de la Brigada Móvil más los que propinaba Fidel Castaño al
EPL fueron lo que llevó a este grupo guerrillero a entregarse”, recuerda
García Caicedo.
“Según Gabriel Rosas Vega, que para la época era Director del INCORA,
la Reforma Agraria iba por buen camino porque los propietarios estaban
vendiendo a bajos precios debido a que no podían ir a sus fincas. Era el
Estado aprovechándose de su propia ineptitud”, relató Rogarca.
Otros compradores llegaron aprovechando los precios de ocasión de las
tierras. Pero con el transcurrir de los meses todos tenían un enemigo
común: la guerrilla.
“Lo conocí en el proceso de paz con el EPL. Claro, había oído hablar de
él y sabía lo que estaba haciendo en contra de la guerrilla, y muchos
cordobeses se lo reconocían al igual que yo”.
La reunión terminó en una charla política sobre todos los problemas que
aquejaban al país; hubo muchas coincidencias. Pero el EPL puso como
condición a su total desmovilización que Fidel Castaño entregara las
armas. “Era claro que a la guerrilla no le preocupaba ni el Ejército ni la
Policía, sino Fidel a quien consideraban su terrible enemigo”, precisó
García Caicedo.
Con el negociador del Gobierno, Ramiro Bejarano, fue con quien se firmó
el acuerdo formal de paz con el EPL, pero el acuerdo real fue meses
antes en una conocida hacienda que la guerrilla del EPL soñaba con
desaparecerla: Las Tangas. Fue allí donde Rodrigo García, de la mano
del M-19, se conoció con Fidel Castaño Gil.
Formalizado el proceso de paz con el EPL, los miembros del M-19 que
estuvieron como representantes de los primeros le manifestaron a
Rodrigo García su interés de postularlo como candidato a la Gobernación
de Córdoba. La razón que motivó al M-19 fue la confianza que había en
él; además, era una prenda de garantía para los cordobeses, como
quiera que el mayor adversario de la guerrilla era él. Los del M-19
aspiraban a que con este gesto se borrara cualquier duda de la
sinceridad de ellos en el proceso.
A él le preocupaba que Gómez, que para ese entonces era uno de los
presidentes de la Asamblea Constituyente junto con Horacio Serpa Uribe
y Antonio Navarro Wolf, lo tomara como un oportunista y charlatán,
debido a que la postulación venía de antiguos guerrilleros, lo que no era
corriente.
El día de las elecciones llegó y por primera vez los cordobeses iban a
elegir por voto popular a su gobernador. Ese día para miles de
sufragantes hubo muchas irregularidades. Córdoba se acostó con un
gobernador (Rodrigo García) y se levantó con otro (Jorge Manzur).
Amistades peligrosas
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“Los cabecillas del complot –revela Rodrigo García– eran personas con
las que había conversado y ayudado. Pero lo más desesperanzador es
que en uno de los Batallones de la Brigada XI se sabía del posible
atentado y no se hizo nada por evitarlo. Tal vez era una respuesta a las
críticas que yo hacía al Ejército”.
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“Los Castaño son unos quijotes que se metieron en esta lucha por no
transar con la guerrilla. Tengo especial afecto y gratitud inagotable
porque lo que hicieron por Córdoba es incalculable y gratuito. La historia
fijará la incidencia que tuvo este movimiento en la pacificación del
departamento”, declara con firmeza García Caicedo.
“No soy seguidor de las vías de hecho, no puedo ser partidario de las
Autodefensas como un sistema, soy un demócrata, conservador y
católico. Pero entiendo que el Estado ha obligado a que los ciudadanos
de bien entreguen su seguridad a grupos de justicia privada”.
“En la guerra que vivió Córdoba, a las personas que fuimos defendidas
por las Autodefensas, no se nos puede responsabilizar por los
desafueros de ellos. Lo que hicimos fue defendernos por el abandono
total del Estado para con las personas de bien de esta parte del país. La
guerrilla ha planteado una guerra en la que el ciudadano que no esté con
ellos será eliminado. Es una cuestión de supervivencia”.
“Es increíble que hoy la Fiscalía llame a declarar a los que se
defendieron de la agresión de la guerrilla y no llame al Gobierno por no
combatir a la subversión. Las víctimas pasaron a ser los victimarios. Me
olvido de la modestia para decirle que yo he sido un ciudadano ejemplar,
solo que en una ocasión levanté mi voz para exigir que el Estado me
defendiera, no sólo a mí, sino a todos los cordobeses de la embestida
guerrillera. No entiendo por qué el CTI y la Fiscalía me persiguen como a
un delincuente, en la madrugada del 24 de mayo (2001), más de 50
hombres armados hasta el alma, irrumpieron en mi casa a buscar un
arsenal de armas. Lo mismo hicieron en las casas de varias familias
respetadas y honestas de Montería. Es una lástima que la justicia se
haya politizado y, para el peor de los males, reciba órdenes de ‘Tirofijo’; a
través del mensajero que tiene viviendo en la carrera 8ª con calle 7ª de
Bogotá”, declaró consternado García Caicedo.
Mayo de 2001