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LEYENDAS ZONA NORTE DE CHILE

Desierto, pampa, ríos, mar. Contrastes de nuestra loca geografía que distinguen a la zona norte de
nuestro Chile. La imaginación de los hombres en estás duras y solitarias tierras han dado origen a
leyendas sobrenaturales, reflejo de una cultura que se resiste a desaparecer.

"Leyenda de los Payachatas"

Esta es una leyenda Inca que cuenta la historia de dos tribus enemistadas. Las constantes peleas y
discusiones por las tierras hacían su convivencia casi insostenible.

Un día, el destino quizo que el Principe y la Princesa de los respectivos poblados se encontraran.
Desde ese instante comienza a crecer un amor puro y sincero superior a los conflictos de sus pueblos.

Cuando las familias se enteraron de este romance no podían comprender lo que sucedía. El odio
irreflexible imposibilitaba ver que esta relación podía traer la paz y la unión.

Ambas tribus se afanaron en aconsejar e impedir la cercanía de los príncipes, a través de la magia,
sin embargo, no tuvieron éxito.

Era tanto el amor de la pareja que hasta la naturaleza sentía pena por ellos. Las nubes y la luna
comenzaron a llorar. Los lobos aullaban y las tormentas cayeron sobre las tierras, advertencia de los
dioses para ambas tribus.

Mientras la naturaleza volcaba su fuerza para que los poblados cambiaran de actitud, ellos realizaban
toda clase de artilugios para romper con el amor de los jóvenes. Tan inútiles resultaron los esfuerzos,
que los sacerdotes decidieron sacrificarlos para que nunca llegaran a estar juntos. En una noche
oscura y sin luna los príncipes fueron asesinados.

La fuerza de la naturaleza se hizo presente, llovió y llovió por días y noches. Las lluvias, cada vez más
intensas, fueron acompañadas de truenos y relámpagos que asolaron la región.

Las dos tribus desaparecieron, producto de las inundaciones y en lugar de ellas aparecieron dos
hermosos lagos por donde se ha visto pasar en pequeñas canoas a los dos príncipes finalmente
juntos.

Los lagos creados por las intensas lluvias son el Chungará y el Cota-Cotani.

La naturaleza no contenta con este homenaje, puso en el lugar de las tumbas de los jóvenes dos
volcanes: El Parinacota y el Pomerame.
La Añañuca

En un tiempo lejano, muchos antes de la Independencia, el pueblo Monte Patria, ubicado en la


provincia de Limarí, se conocía con el nombre de Monte Rey, bautizado de esta manera por los
españoles. En este lugar vivía Añañuca una hermosísima joven que era cortejada por casi todos los
jóvenes del pueblo. Ninguno había sido capaz de conquistar el esquivo y reservado corazón de
Añañuca.

El tiempo pasaba tranquilo para Añañuca, hasta que un día asomó en el poblado un extraño minero,
buenmozo y gallardo quien iba en busca de un tesoro perdido.

El minero al ver a Añañuca quedó impresionado con su belleza y decidió quedarse en Monte Rey.
Ambos se habían enamorado.

Pero una noche el joven tuvo un extraño sueño. Un duende de la montaña le dio a conocer en ese
sueño el lugar exacto donde se encontraba la veta de la mina que tan obsesionado lo tenía. Sin
pensarlo dos veces decidió partir en su búsqueda.

Añañuca esperó y esperó a su buenmozo y gallardo minero. Sin embargo, él no regresó. El espejismo
de la Pampa se lo tragó.

La joven vivía sin consuelo hasta que finalmente murió de una infinita pena amor. Añañuca fue
sepultada por la gente de Monte Rey en un día de fuerte lluvia.

Al día siguiente el sol alumbró y el valle como por arte de magia se llenó de bellas flores rojas, las que
hoy se conocen con el nombre de Añañuca, en honor a la joven.

A la Añañuca (Hippeastrumsp) la llaman también flor de sangre. Abunda entre Copiapó y el valle de
Quilimarí. Crece después de las breves lluvias durante el llamado Desierto Florido.
Leyendas de piratas

El tesoro de Guayacán

En 1578 el corsario Sir Francis Drake descubrió la bahía de Guayacán, conocida popularmente como
bahía de la Herradura por la forma geográfica que toma.

Este lugar fue el refugio y punto de reunión de muchos piratas entre los que destacan Thomas
Cavendish, Jorge Anson, Bartolomé Sharp, Eduardo Davis y John Hawkins, todos ellos, incluyendo a
Drake, expertos en asaltar y emboscar galeones españoles que transportaban los tesoros y riquezas
que eran llevados desde América a Europa. Los hechos que se sucedieron en la bahía de Guayacán
fueron tan extraordinarios que llegaron a transformarse en leyenda, siendo los relatos de tesoros los
más conocidos.

Según cuentan uno de esos barcos piratas, que cruzaban el Estrecho de Magallanes o daban la vuelta
por el Cabo de Hornos, dejaron enterrado un increíble tesoro.

Numerosas han sido las excavaciones realizadas para tratar de encontrar las riquezas sepultadas en
algún lugar de la bahía de Guayacán. Pero los resultados han sido infructuosos.

La tradición cuenta que los corsarios del siglo XVII enterraron grandes tesoros. El objetivo de los
buscadores ha sido encontrar el tesoro y descubrir una mina de oro que fue trabajada por los propios
piratas.

El tesoro del "Santiaguillo"

En el puerto de Los Vilos fondeó un día el barco español "Santiaguillo". En él venían tesoros fabulosos
procedentes de Perú. Una de sus lanchas, cargada de valiosas riquezas encalló. El mar y el tiempo se
encargaron de sepultar el tesoro en la playa.

Relatan algunos pescadores que extraen sus productos en la zona que han visto una embarcación
llena de tripulantes, asegurando que son las almas de los marineros del "Santiaguillo" que no han sido
sepultados y que piden descanso. El descanso según la leyenda llegará para esas almas cuando
alguien descubra el tesoro.

El tesoro de sir Francis Drake

La cueva del más famoso de los piratas que llegó a Chile se encuentra en el sector costero de Laguna
Verde, en la V Región. Ahí entre quebradas y roquerios escondía sus tesoros. Los pescadores dicen
que no se puede entrar. Una de las entradas a la cueva se abría en Valparaíso, en la calle Esmeralda.
Cuentan que ese lugar estaba habitado por un chivato monstruoso de singular fuerza que salía en las
noches a atrapar a cuanto incauto pasaba por la zona. Los llevaba a la cueva y se encargaba de
volverlos locos. Además hay versiones que agregan que el chivato tenía encantada a una muchacha y
quien osara desencantarla debía correr ciertos riesgos.
LEYENDAS ZONA CENTRO DE CHILE

La zona central, extensa y rural, no está ajena a los mitos y leyendas. La vida campestre y las largas
noches han ayudado a la creación de mágicas historias y seres míticos. La tradición de traspasar las
historias de manera oral muchas veces cambia la versión original. Pero siguen representando la vida
de cada cultura.

La Calchona

Muchas son las versiones que se han tejido referente a la fantástica historia llamada "La Calchona",
algunas personas la definen como una mujer fea y malevola que ataca a los jinetes. Otros mencionan
que tomando forma de animal ataca a los hombres desobedientes e infieles. Existe además la versión
de la mujer que por las noches se transformaba en diferentes animales. Lean atentamente:

Espiritu en pena

Cuenta la historia que un matrimonio vivía sin problemas en el campo, junto a sus dos hijos. Pero la
famila no sabía que la mujer era bruja.

Ella tenía escondidos unos frascos llenos de cremas que se ponía en su cuerpo todas las noches.
Estos ungüentos tenían la virtud de transformarla en el animal que ella quisiese. Luego de hacer este
rito, salía a pasear por los campos nocturnos.

En la mañana volvía, se aplicaba sus cremas y recobraba la forma de madre.

Así pasó el tiempo, hasta que un día, no se sabe bién si sus hijos la vieron o encontraron estos
frascos. Imitando a su mamá se pusieron las cremas, tranformándose en múltiples animales. Perros,
chanchos, pollos y zorros. Pero cuando quisieron volver a ser niños, no supieron como. No sabían qué
crema echarse en el cuerpo. Convertidos en animalitos se pusieron a llorar.

Su padre al despertar por los sollozos de sus hijos se encontró con la sorpresa de ver en lugar de sus
hijos a unos pequeños animalitos. Él logró encontrar el frasco indicado y consigió que los niños se
transformaran nuevamente en lo que siempre fueron: niños.

El padre sin pensarlo se deshizo de las cremas y las botó a las aguas del río.

Convertida en oveja negra volvió su esposa quien no pudo encontrar sus mágicos ungüentos. Los
buscó por todas partes sin resultado. Quedo convertida para siempre en ese animal.

Ahora cuando se siente balar una oveja negra que vaga sola por los campos de noche, todos los
campesinos saben que se trata de la Calchona, la oveja negra.

Todos acostumbran dejarle un plato de comida para que se alimente, ya que es totalmente inofensiva.

Laguna del Inca

Escondida en las alturas de la Cordillera de los Andes, en Portillo, se encuentra una hermosa laguna
que hoy se conoce como Laguna del Inca. Aseguran que sus plácidas aguas color esmeralda se
deben a una hermosa y triste historia de amor.

Antes que los españoles llegaran a estas tierras los incas habían extendidos sus dominios hasta las
riberas del río Maule. Como se consideraban "hijos del sol", las altas montañas andinas eran el
escenario perfecto para realizar sus rituales y ceremonias religiosas.

Según cuenta la leyenda el inca Illi Yupanqui estaba enamorado de la princesa Kora-llé, la mujer más
hermosa del imperio. Decidieron casarse y el lugar elegido fue una cumbre ubicada a orillas de una
clara laguna.
Cuando la ceremonia nupcial (*) concluyó, Kora-llé debía cumplir con el último rito: descender por la
ladera del escarpado cerro, ataviada con su traje y joyas, seguida por su séquito. El tramo presentaba
grandes riesgos. El camino era estrecho, cubierto de piedrecillas resbalosas y bordeado por profundos
precipicios. La hermosa princesa mientras cumplía con la tradición cayó al vacío.

Illi Yupanqui, advertido por los gritos, se echó a correr. Pero el infortunio se había cruzado en el
destino de la pareja. Cuando llegó a su lado era tarde. Su amada princesa estaba muerta.

Angustiado y lleno de tristeza, el príncipe decidió que Kora-llé merecía un sepulcro único, por lo que
hizo que el cuerpo de la princesa fuera depositado en las profundidades de la laguna.

Cuando Kora-llé llegó a las profundidades envuelta en blancos linos, el agua mágicamente tomó un
color esmeralda, el mismo de los ojos de la princesa.

Se dice que desde ese día la Laguna del Inca está encantada. Hay quienes incluso aseguran que en
ciertas noches de plenilunio el alma de Illi Yupanqui vaga por la quieta superficie de la laguna
emitiendo lamentos recordando a su amada Kora-llé.

(*) Otros relatos dicen que Kora-llé murió trágicamente durante la celebración de "nascu" o
cacería real.

La piedra del león

La piedra del león se encuentra ubicada en un cerro llamado Yevide, en San Felipe. En este cerro,
cuando los indígenas habitaban la zona, los pumas abundaban. Desde aquellos tiempos este felino,
que vive tanto en América del Norte como América del Sur, desde la Columbia Británica hasta la
Patagonia, ha sido víctima del exterminio.

Pero bueno la historia cuenta que en Yevide vivía una leona con sus dos cachorros. Un día la hembra
tuvo que dejar a sus hijos para ir en busca de comida. Junto a una enorme piedra quedaron
durmiendo. Cuando la leona regresó de la cacería los pequeños no estaban. Unos arrieros en su
ausencia se los llevaron. La madre desesperada los buscó incesantemente sin resultados.

Al llegar la noche se echó desconsolada junto a la piedra. Se dice que de todas partes se escuchaban
los rugidos del animal, que al parecer eran más llanto.

Desde el amanecer siguiente nunca más nadie volvió a ver a un solo puma. Todos se fueron del cerro
Yevide.
En las noches de invierno, la gente suele escuchar el gemido de la leona y dicen que es el alma de
ella que aún reclama a sus hijos.
LEYENDAS ZONA SUR DE CHILE

Chiloé, archipiélago conquistado en 1567, es uno de los lugares más ricos en lo que a leyendas y mitos se refiere.
Es un lugar lleno de encanto y magia que reflejan las costumbres que han marcado a esta zona de Chile. Pero la
Isla Grande no es el único lugar del sur donde se originan mitos. Poblados, ciudades, cordillera y mar son
fecundos de imaginación. Reflejando una vez más la personalidad de nuestra gente.

El Trauco

Se cuenta que el Trauco es un hombrecito que mide alrededor de 80 centímetros, tiene un rostro
varonil y feo, sin embargo posee una mirada muy dulce y sensual. No tiene pies, sus piernas terminan
en simples muñones.

Dicen que viste traje y sombrero de Quilineja, planta trepadora también conocida como coralito, usada
para hacer canastos o escobas. En su mano derecha lleva un hacha de piedra, que remplaza por un
bastón, llamado Pahueldún, cuando se encuentra frente a una muchacha soltera que ha ingresado al
bosque. Los que han visto al Trauco dicen que se cuelga de la rama de un Tique, árbol de gran altura,
también conocido como Olivillo. Desde aquí espera a sus víctimas.

Suele habitar cerca de las casas de los chilotes para así poder vigilar a las doncellas que le interesan.
Se mete a las casas, cocinas y a todos los lugares imaginables sólo para ubicar a una nueva
"conquista".

Los habitantes de Chiloé, conociendo las mañas de este pequeño individuo, tratan de no descuidar a
sus hijas. Para esto toman precauciones tales como evitar que vayan solas a buscar leña o a arriar los
animales. Son en esas oportunidades donde el Trauco aprovecha de utilizar su magia.

A pesar de su afán por perseguir doncellas, el Trauco jamás actúa frente a testigos, es decir, nunca
atacará a una muchacha si esta va acompañada de alguien.

Cuando divisa a una niña desciende rápidamente del árbol. Luego da tres hachazos al Tique, con los
que parece derribarlos todos.

La muchacha luego de recuperarse del susto, se encuentra con el Trauco a su lado, quien sopla
suavemente su bastón. La niña sin poder resistir el encanto del trauco cae en un profundo sueño de
amor.

La muchacha, al despertar del embrujo, regresa a su casa sin saber claramente lo sucedido.

Nueve meses después, tras haber experimentado cambios en su cuerpo por la poseción del Trauco,
nace el hijo de este misterioso ser.
El Caleuche
Carlos Ducci Claro (adaptación)

No era un pueblo, no podía serlo, se trataba sólo de un pequeño número de casas agrupadas a la
orilla del mar, como si quisieran protegerse del clima tormentoso, de la lluvia constante, de las
acechanzas que pudieran venir de la tierra o del mar.

En la pieza grande de la casa de don Pedro se habían reunido casi todos lo hombres del caserío. El
tema de su charla era la próxima faena. Saldrían a pescar de anochecida y sería una tarea larga y de
riesgo; pensaban llegar lejos, quizá hasta la isla Chulin, en busca de jurel, róbalo y corvina.

Deseaban salir porque la pesca sería buena. Durante la noche anterior estaban seguros de haber
visto a la bella Pincoya que, saliendo de las aguas con su maravilloso traje de algas, había bailado
frenéticamente en la playa mirando hacia el mar. Todo esto presagiaba una pesca abundante y los
hombres estaban contentos.
No todos saldrían, porque, como siempre, don Segundo, el hombre mayor, se quedaría en tierra.

Uno de los jóvenes le preguntó: "Usted, don Segundo, ¿por qué no se embarca?. Usted conoce más
que cualquiera las variaciones del tiempo, el ritmo de las mareas, los cambios del viento y, sin
embargo, permanece siempre en tierra sin adentrarse en el mar". Se hizo un silencio, todos miraron al
joven, extrañados de su insolencia, y el mismo joven abismado de su osadía, inclinó silencioso la
cabeza sin explicarse por qué se había atrevido a preguntar.

Don Segundo, sin embargo, parecía perdido en un ensueño y contestó automáticamente: "Porque yo
he visto el Caleuche". Dicho esto pareció salir de su ensueño y, ante la mirada interrogante de todos
exclamó: "Algún día les contestaré".

Meses después estaban todos reunido en la misma pieza. Era de noche, y nadie había podido salir a
pescar, llovía en forma feroz, como si toda el agua del mundo cayera sobre aquella casa, el viento
huracanado parecía arrancar las tejuelas del techo y las paredes y el mar no eran un ruido lejano y
armonioso, sino un bramido sordo y amenazador.

Don Segundo habló de improviso y dijo:"Ahora les contaré...". Su relato contenido durante muchos
años cobró una realidad mágica para los que le escuchaban curiosos y atemorizados.

Hace mucho tiempo había salido navegando desde Ancud con el propósito de llegar hasta Quellón.
No se trataba de una embarcación pequeña, sino de una lancha grande de alto bordo y sin embargo
fácil de conducir, con dos velas que permitían aprovechar al máximo un viento favorable. Era una
lancha buena para el mar y que había desafiado con éxito muchas tempestades.

La tripulaban cinco hombres, además de don Segundo, y el capitán era un chilote recio, bajo y
musculoso, que conocía todas las islas y canales del archipiélago, y de quien se decía que había
navegado hasta los estrechos del sur y había cruzado el Paso del Indio y el Canal Messier.

La segunda noche de navegación se desató la tempestad. "Peor que la de ahora", dijo don Segundo.
Era una noche negra en que el cielo y el mar se confundían, en que el viento huracanado levantaba el
mar y en que los marineros aterrorizados usaban los remos para tratar de dirigir la lancha y embestir
de frente a las olas enfurecidas.

Habían perdido la noción del tiempo y empapados y rendidos encomendaban su alma, seguros de
morir. No obstante, la tormenta pareció calmarse y divisaron a lo lejos una luz que avanzaba sobre las
aguas. Fue acercándose y la luz se transformó en un barco, un hermoso y gran velero, curiosamente
iluminado, del que salían cantos y voces. Irradiaba una extraña luminosidad en medio de la noche, lo
que permitía que se destacaran su casco y velas oscuras. Si no fuera su velamen, si no fuera por los
cantos, habríase dicho un inmenso monstruo marino. Al verlo acercarse los marinos gritaron
alborozados, pues, no obstante lo irreal de su presencia, parecía un refugio tangible frente a la cierta y
constante amenaza del mar.

El capitán no participó de esa alegría. Lo vieron santiaguarse y mortalmente pálido exclamó:"¡¡No es


la salvación, es el Caleuche!!. Nuestros huesos, como los de todos los que lo han visto, estarán esta
noche en el fondo del mar".

El Caleuche ya estaba casi encima de la lancha cuando repentinamente desapareció. Se fue la luz y
volvió la densa sombra en que se confundían el cielo y el agua.
Al mismo tiempo, volvió la tempestad, tal vez con más fuerza, y la fatiga de los hombre les impidió
dirigir la lancha en el embravecido mar, hasta que una ola gigantesca la volcó. Algo debió golpearlo,
porque su último recuerdo fue la gran ola negra en la oscuridad de la noche.
Despertó arrojado en una playa en que gentes bondadosas y extrañas trataban de reanimarlo. Dijo
que había naufragado y contó todo respecto del viaje y la tempestad, menos las circunstancias del
naufragio y la visión del Caleuche. De sus compañeros no se supo más, y esta es la primera vez en
que la totalidad de la historia salía de sus labios.

"Por eso que no salgo a navegar. El Caleuche no perdonará haber perdido su presa, que exista un
hombre vivo que lo haya visto. Si me interno en el mar, veré aparecer un hermoso y oscuro velero
iluminado del que saldrán alegres voces, pero que me hará morir".
Todos quedaron silenciosos y pareció que entre el ruido de la lluvia y el viento se escuchaba más
intenso el bramido de las olas.

No obstante la creencia de don Segundo de que la visión del Caleuche significa una muerte segura,
hay personas en la Isla Grande que afirman que han visto o conocido a alguien que vio el Caleuche.
Tal vez lo hicieron desde la costa y no navegando.

En todo caso, los que navegan entre las islas del archipiélago durante la noche lo hacen con un
profundo temor de divisar el hermoso y negro barco iluminado. Este puede aparecer en cualquier
momento, pues navega en la superficie o bajo el agua, de él surgen música y canciones. Entonces la
muerte estará cerca y el naufragio será inevitable.

Los que no perezcan pasarán a formar parte de la tripulación del barco fantasma, del Caleuche.

El Pillán
Leyenda mapuche narrada por Eduardo Ide. (Adaptación)

Cuando aún no habían llegado hasta estas tierras los hombre blancos, vivían en la región del Lago
Llanquihue varias tribus de indígenas que se dedicaban más a la embriaguez que al trabajo.

Un genio maléfico, el Pillán, había repartido sus secuaces entre esos indígenas para hacerles toda
clase de males.
En las noches esas comarcas presentaban un aspecto pavoroso: grandes llamaradas que salían de
los cráteres iluminaban el cielo con fulgores de fuego. Las montañas vecinas parecía que ardían y las
inmensas quebradas que circundaban el Osorno y el Calbuco aparecían como bocas del mismo
infierno.
Cuando los pobre indios, inspirados por los buenos genios dedicaban al trabajo y labraban la tierra, el
gran Pillán hacía estallar los volcanes y temblar la tierra. El Pillán odiaba el trabajo y la virtud y por
esto se enfurecía cuando los indios abandonaban los vicios.

Se decía que para vencer al Pillán había que arrojar al cráter del Osorno una hoja de canelo y que
entonces empezaría a caer del cielo tanta nieve que concluiría por cerrar el cráter, dejando prisionero
al Pillán. Pero los indios no podían llegar al cráter, porque se lo impedían las inmensas quebradas que
rodean los volcanes.

Un día en que los desesperados indios estaban celebrando un gran machitún, apareció entre ellos un
indio viejo, que nadie supo quién era y que pidiendo permiso para hablar dijo:Para llegar al cráter es
necesario que sacrifiquéis a la virgen más hermosa de la tribu. Debéis arrancarle el corazón y
colocarlo en la punta del Pichi Juan, tapado con una rama de canelo. Veréis entonces que vendrá un
pájaro del cielo, se comerá el corazón y después llevará la rama de canelo y elevando el vuelo la
dejará caer en el cráter del Osorno.

Una asamblea compuesta de los indios más viejos de la tribu resolvió que la más virtuosa de las
vírgenes era Licarayén, la hija menor del cacique, hermosa joven que unía a una belleza
extraordinaria un alma más blanca que los pétalos de la flor de la quilineja. Temblando llevó el mismo
cacique la noticia del próximo sacrificio a su hija. No llores -le respondió ella- muero contenta,
sabiendo que mi muerte aliviará las amarguras y dolores de nuestra valerosa tribu. Sólo pido un favor:
que para matarme no usen vuestras hachas ni lanzas. Quiero que me maten con perfumes de las
flores que han sido el único encanto de mi vida, y que sea el toqui Quiltrapique quien me arranque el
corazón.

Y así se hizo. Al día siguiente, cuando el sol empezaba a aparecer, un gran cortejo acompañó a
Licarayén al fondo de una quebrada, donde el toqui tenía preparado un lecho con las más perfumadas
flores que había encontrado en los prados y bosques. Llegó Licarayén y sin queja ni protesta alguna
se tendió sobre aquel lecho de olores que había de transportar su alma a la eternidad.

Cuando la tarde tendió su manto gris sobre la llanura y enmudeció el último pajarillo, la virgen exhaló
el postrer suspiro. Se adelantó el toqui y más pálido que la misma muerte se arrodilló a su lado y con
mano temblorosa rasgó el núbil pecho de la virgen, arrancó el corazón, y siempre silencioso, con paso
vacilante, fue a depositarlo en manos de cacique. Volvió después el toqui adonde se encontraba la
virgen y sin proferir una queja se atravesó el pecho con su lanza.

El más fornido de los mancebos fue encargado de llevar el corazón y la rama de canelo a la cima del
cerro Pichi Juan, que eleva su cono agudo donde termina el llano. Y he aquí que apenas el mancebo
había colocado el corazón y la rama de canelo en la roca más alta del Pichi Juan, apareció en el cielo
un enorme cóndor, que bajando en raudo vuelo, de un bocado se engulló el corazón y arrancando la
rama de canelo emprendió el vuelo hacia el cráter del Osorno, que en esos momentos arrojaba
enormes haces de fuego. Dio el cóndor, en vuelo espiral, tres vueltas por la cumbre del volcán y
después de una súbita bajada, dejó caer dentro del cráter la rama sagrada.

En el mismo momento aparecieron en el cielo negras nubes y empezó a caer sobre los volcanes una
lluvia de plumillas de nieves que a los rojos fulgores de las llamas del cráter parecía lluvia de oro. Y
llovió nieve; días, semanas, años enteros.

Así se formaron los lagos Llanquihue, Todos los Santos y Chapo. Por más esfuerzos que hizo el
Pillán, no pudo librarse de quedar prisionero dentro del Osorno, de donde ahora no puede salir para
volver a sus malandanzas; pero no por eso deja de estar trabajando por recobrar su libertad, el día en
que los habitantes del lago abandonen sus virtudes para entregarse a los vicios.

Ese día, la nieve que mantiene prisionero al Pillán se derretirá y temblará la tierra, y el fuego y la
ceniza destruirán todo el trabajo de los hombres.

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