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REFLEXIONES EN TORNO A LO NARRADO

DESDE AMÉRICA LATINA

Antonieta Potente, o.p.

Lo que sigue, no es una simple relectura teológica sobre lo narrado, más bien
una invitación para que todas y todos, hagamos teología viviendo y vivamos
haciendo teología, es decir, soñando con otro mundo posible, sintiendo la
ausencia y la presencia, percibiendo los cambios históricos y también sus
persistentes atrasos. Por eso agradezco infinitamente a todas y todos las y los
que han narrado la vida y han cantado a sus pueblos, así como Jesús cantó las
bienaventuranzas. Es por eso que lo mío será simplemente un aporte en torno
a lo que concierne una posible metodología teológica y misionera, y sobretodo,
quiere ser una oda a todos aquellos pueblos, y a todas aquellas personas que
resisten misteriosamente soñando y forjando la vida cotidiana, y que, sin
saberlo, se introducen en ella, tocando la hondura del misterio donde reside la
sabiduría y el sentido.

Premisas metodológicas en torno a la misión y al quehacer teológico

La cultura no es una herencia – diría Octavio Paz escritor y poeta mexicano- la


cultura es una elección, una fidelidad y una disciplina. Rigor y pasión... (Octavio
Paz. Alrededores de la literatura hispanoamericana. En Fundación y disidencia.
Dominio Hispánico. México 1997. P. 53). Sin embargo, digo yo, la teología sí,
es también una herencia, además que una fidelidad y una disciplina, rigor y
pasión... y es así que se entremezclan las cuatro dimensiones: realidad,
cultura, misión y teología.

Mi vida es así. Pertenezco a una cultura y vivo en otra; por eso digo y soy
testigo, con Octavio Paz, que la cultura no es una herencia sino elección,
fidelidad, disciplina y pasión... mientras el quehacer teológico es también
herencia, sentir dentro y con... Somos descendientes de ciertas cosmovisiones,
de ciertos aprendizajes en comunidad; tenemos madres y padres en la fe;
somos historias, rituales, rasgos, sabores, vida y más vida...

El quehacer teológico nace de las entrañas de los pueblos y también de sus


geografías, sus tierras, cerros, planicies, lagos, volcanes, desiertos, y por eso
es difícil hacer teología por otros, otras.

La teología es quehacer de una vida, cosmovisión o visión del cosmos... visión


más amplia de las cosas; acercamiento a la vida para comprenderla;
inquietudes buscando el origen, los nacimientos...el por qué, dónde, hacia
qué... Acercamiento a través de lo visible hacia lo invisible... Y lo invisible es
misterio, pero también es la posibilidad que tenemos o no de vivir un día más, u
oportunidad de inventar nuevas estructuras sociales y religiosas más justas,
posibilidad de tener una vida digna: garantizar la vida para los hijos, encontrar
un trabajo duradero, tener los medios para curar una enfermedad, vivir
Regreso y Encuentro – Reflexiones teológicas - 2

armónicamente con nuestros recursos naturales y nuestros cuerpos… porque –


como canta el profeta Isaías- nadie hará daño, nadie hará mal… (Is. 11,9)

Con estas premisas, quisiera invitarnos a dar un primer paso, repensando una
metodología que no sólo es teológica, sino misionológica.

Dentro de la narración que alguien hace de su historia y de su vida, subyace la


teología, aunque no siempre es expresión verbal o palabra, entendida como
λογος (logos = palabra = verbo). Puede ser útil recordar que, la sintonía entre
Dios (Τεο) y la palabra (λογος) es propia de la cultura y tradición judeocristiana,
y fue ésta que -sobre todo con el cristianismo- se volvió anuncio, doctrina,
evangelización...síntesis y más síntesis, casi respuesta, hablada y escrita, pero
siempre palabra.

Sin embargo, la que llamamos “teología” no siempre es palabra sobre Dios, la


vida o el misterio... La que llamamos teología es también silencio, ausencia de
la palabra, sobre todo cuando entramos en la vida, en la historia y en sus
autónomos y misteriosos partos.

Dentro de cada narración, si es narración de la vida, la “teología” ya está;


probablemente no se trata de hacer teología sobre la vida sino aprender un
lenguaje que casi siempre es “otro” y diferente, y tan diferente que –la mayoría
de las veces- es silencioso.

En este sentido se trata de hacer una verdadera semiótica de la vida que se


desliza sencillamente bajo nuestras miradas: más que palabras, son visiones...
Tímidos intentos, atrevidos acercamientos; rostros, gestos, silencios,
sensaciones, gozos y dolores, ausencias y presencias... Gestos individuales y
comunitarios, gestos que son exclusivamente de quienes los expresan y los
diseñan en el aire de la cotidianeidad más intensa.

Es por eso que, la mayoría de las veces, esta posibilidad de interpretar, se


realiza sin saber si nuestras interpretaciones son acertadas, si son realmente
reflejo de la sangre que corre en las venas de la vida, y eso quiere decir que el
quehacer teológico de una, de uno, se inserta siempre en el quehacer teológico
de otras y otros: su sentir, su hermenéutica, su modo de entender y retraducir o
volver a decir...en otro modo. Se trata de un acercamiento entre diferentes
herencias...acercamiento entre diferentes elecciones, fidelidades y pasiones...

Por eso, como diría Raimon Pannikar, nos gustaría dejar libre e incontaminado
el absoluto… (Raimon Pannikar. El silencio de Buddha. Una introducción al
ateismo religioso. 1996. P. 71), sin embargo para nosotras(os) se trataría
también de dejar libre e incontaminada la historia y la realidad.

Aquí entra el imperativo ético que acompaña nuestras reflexiones, como eje
transversal: Misión y compromiso por la vida digna y la justicia... Estos dos
aspectos, a mi parecer, están entretejidos por lo que llamaría un nudo, algo que
los une, y los recompone en armonía. Este “algo”, para mí, es lo que llamamos
mística y que la iglesia muchas veces se ha empeñado en mantener lejos de la
cotidianeidad y más todavía de la misión. Mística: trama secreta que nos
Regreso y Encuentro – Reflexiones teológicas - 3

gustaría volver a redescubrir, para sentir la calidez de la vida. Mística: una


experiencia y, quien narra, siempre narra una experiencia, y la experiencia
supera la lógica del fenómeno.

La experiencia no es un fenómeno porque está íntimamente relacionada con la


lentitud del tiempo: el fenómeno es algo rápido, se da como de repente, la
experiencia hace parte de un tiempo muy lento, cotidiano. Por eso considero
que toda misión debería hacer parte de la experiencia y no del fenómeno y
nuestro quehacer teológico también.

Podríamos retraducir esto con las palabras de un texto bíblico, precisamente


una carta, es decir la cálida trascripción de una experiencia: lo que hemos
visto...oído...contemplado...palpado... (Cf. 1Jn 1,1-3). Son los sentidos que se
despiertan alrededor de la vida; es el amanecer de los sentidos...aun cuando
todo queda sumamente silencioso o ausente.

Hay gestos que no revelan respuestas, así como hay palabras que no
contestan a las preguntas... respuestas que no satisfacen el intelecto, y nos
hacen salir del ambiguo juego entre causa y efecto...

Es por eso que nuestra teología, está obligada a salir de su esquema


predeterminado por doctrinas, o sistemas culturales. Nuestra teología busca y
sintoniza con las búsquedas de los o las protagonistas del relato, de la
narración... Nuestra teología solidariza, diríamos, es cómplice con las
narradoras o los narradores de cuentos.

Todas y todos estamos desafiados por lo mismo: las y los que hacemos
teología oficialmente, y las y los que simplemente narran o que simplemente
viven, respiran, estando dentro y nada más. Todos estos sujetos, que somos
nosotras(os), tenemos que salir de todo esquema preestablecido y seguir la
vida con sus más sutiles movimientos, estar dentro de ella... no sólo con el
gusto de “servir”, sino de tocar: gesto místico-político de la vida.

Es precisamente en este contexto que se insertan nuestras inquietudes: la


dignidad, la justicia son posibilidades reales que tenemos para tocar (o rozar) el
misterio, mientras sentimos que algo, alguien, se acerca. Dignidad y justicia,
evocan otro modo de estar y de encontrarnos con la vida, pero también otro
modo de ser: son gestos existenciales.

La insuficiencia del lenguaje y de los gestos

Sin embargo, todo eso nos revela una clave hermenéutica de la vida, que yo
definiría como: la insuficiencia del lenguaje para la teología, y la insuficiencia de
los gestos para la misión.

En la tradición y según el enfoque más clásico de la teología, hemos ubicado


esta insuficiencia dentro de la Teología Apofática. Hoy, dentro de la experiencia
latinoamericana y caribeña además que intercultural e interreligiosa, no sólo
reconocemos la insuficiencia del lenguaje, si no, la insuficiencia de los gestos.
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Pero, esta insuficiencia no la consideramos algo negativo, no es imposibilidad,


más bien deliberada metodología y hermenéutica de la vida y del misterio que
la habita.

Es la misma vida, son nuestras mismas narraciones, que obligan la teología y


la misión a reconocer esta insuficiencia, y más percibimos la lentitud con que la
vida lleva adelante sus partos, más percibimos todo extremadamente silencioso
y por eso, cada lenguaje y cada gesto quedan insuficientes.

Eso da a la misión otros criterios y otro significado y nos desafía para


reubicarnos, y estar en esta historia en otro modo. Me gusta recordar la
experiencia de Carl Jung cuando encontró uno de los representantes de una
etnia norteamericana. Frente a un inexpresable silencio y a la dificultad de
recibir respuestas a sus preguntas, Jung escribe: Nunca anteriormente había
notado aún tal atmósfera de misterio…el aire estaba saturado de misterio…sin
embargo no lo sentí como un secreto insidioso, sino como un secreto vital,
cuya revelación comportaba peligro tanto para el individuo como para la
colectividad… (Carl Gustav Jung. Recuerdos, sueños, pensamientos. 2002. P.
294).

Toda teología y toda misión que simplemente piensa revelar y que no logra
cuidar secretos, podríamos decir con Carl Jung, comporta un peligro tanto para
el individuo como para la colectividad.

Desde ahí, mi segunda propuesta: invitarnos para volver a leer la historia,


nuestro quehacer teológico y nuestra misión, desde la insuficiencia; propongo
re-pensarnos y re-ubicarnos, desde la insuficiencia de las palabras y de los
gestos. Propongo empezar un camino, un itinerario, para recorrer
humildemente los contextos de la vida de otras y otros; propongo emigrar,
desplazarnos con la vida de los pueblos, que ya no son simples destinatarios
de nuestros anuncios, sino nuestros vecinos, nuestros amigos, compañeros y
compañeras de camino, de búsqueda, de sed. En fin, propongo que también la
teología emigre con nosotras(os) siguiendo las huellas de la vida, así como
emigró con Abraham cuando salió de su tierra, como emigró con el pueblo en
la Pascua, pero también como emigró con Noemí y Rut entre Belén y Moab y
de vuelta, entre Moab y Belén, o con los profetas, con Ezequiel, con Jeremías,
con Oseas, Amós…

Para que la teología de verdad sostenga la vida, tiene que seguir los pasos de
nuestras migraciones interiores y exteriores, así como de nuestros sueños y de
los sueños de los pueblos.

En este sentido la teología es también herencia que los mismos pueblos, la


gente común, son capaces de parir: son células que plasman una identidad y
permiten una cierta sensibilidad. Antes que ser herencia que nos viene por un
grupo, por una tradición socio-cultural y religiosa, es sensibilidad ancestral
revelada por los rasgos y los gestos de las personas, y es por esos rasgos y
por una epidermis diferente, que también a Dios se lo percibe en otro modo.
Son árboles, cerros, planicies, lagos, volcanes, tanto que, si nos robaran estos
espacios o si nosotros los vendiéramos, nos robarían el Espíritu, la sabiduría y
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la vida. Pero, son también: comida, sabores, gustos, olores, aromas: son todo
lo que una madre enseña a una hija para que su vida sea digna y respetada,
son lo que una abuela enseña a sus nietos y nietas, lo que los amantes se
transmiten a los oídos para poder continuar a resistir; son todo lo que los
sueños enseñan en las noches llenas de soledades y dudas, son todo lo que la
vida guarda secretamente y que sólo el amor y las ganas de vivir descubren.

Hay un quehacer teológico que es mucho más ancestral, de lo que pensamos y


también mucho más cotidiano: conciente e inconsciente individual y colectivo
que se entremezclan y que permiten sentir o no sentir, percibir o no percibir,
reconocer o no reconocer. Son gestos e interpretaciones, secreta mística de los
pueblos, de grupos humanos que a veces inconscientemente, hacen todo para
inventar su propia dignidad y vivir su justicia percibiendo a Dios en otro modo,
todas las veces que sienten que todavía están vivas y vivos.

Está claro, en nuestros relatos no existe la sistematización de un dato


teológico, pero esto no me preocupa, sin embargo me preocuparía más si no
existiera la conciencia que todo lo que vivimos y narramos es nuestro
verdadero quehacer teológico y nuestra experiencia viva de las dimensiones
más profundas del misterio.

Personalmente comparo la experiencia de misión a un itinerario místico-político


de la vida. Sabemos por fuentes muy antiguas que cada itinerario místico está
marcado por esta insuficiencia del lenguaje... y también por los gestos que en
realidad, en quienes los viven, se cristalizan en una extraña y profunda
nostalgia que una vez más es eco de esta insuficiencia. Nuestras misiones, sin
embargo, en muchos casos, son demasiado autosuficientes; palabras y gestos
que parecen poder responder a todo y a todos.

Pensar en la misión como compromiso por la dignidad y la justicia, significa que


todavía reconocemos esta insuficiencia. Justicia y dignidad son aspectos
místico-políticos de la vida de los pueblos que se mueven entre resistencias y
atrevidos sueños, entre lo ancestral y el presente: inventos para continuar a
vivir. Son sus secretas búsquedas de sobrevivencia y dignidad, y es allí que se
entreteje el misterio.

Ecos de las Escrituras

Este segundo momento, quisiera dedicarlo a la escucha del eco bíblico; un


eco que muchas veces o siempre, acompaña nuestro quehacer misionero,
teológico y existencial. Sin embargo, siento que –como siempre- estos
ecos se entremezclan o entretejen con los ecos de las voces que han
llenado las narraciones de algunos contextos latinoamericanos. Son ecos
de voces, personas, y también ecos que emanan los mismos espacios
geográficos, habitados. Contextos que en la tradición teológico-bíblica
llamaríamos teofánicos o epifánicos; chispas de luz de una realidad que se
manifiesta, zarzas ardiendo frente a las cuales estamos emocionadas(os),
asombradas(os), inquietas(os), alegre y esperanzados o tristes. Son
temerosos acercamientos, o simplemente sensación por algo o alguien que
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pasa, a veces como huracán, otras veces como fuego, y otras veces
simplemente brisa; juego entre presencia y ausencia, entre lo que
podemos ver y lo que no se ve.

Hay algo muy claro: estos espacios están habitados, diría, profundamente
habitados por presencias. Son estos espacios, que a lo largo de la reflexión
teológica, la iglesia llamó “lugares de misión”, haciéndonos sentir
protagonistas principales, como si existieran sólo porque ahí estamos
nosotros.

Sin embargo, escuchando las narraciones sobre la vida y sobre el misterio,


considero que estos espacios están antes que nosotros y –por ser
habitados- son círculos, más bien, me gusta llamarlos: los círculos de la
sabiduría, o lugares de las sabidurías.

El círculo, una imagen que muy pocas veces hizo parte de nuestra historia
misionera, que más bien es muy vertical, estática y jerárquica. El círculo,
imagen del movimiento, recordando que las mayorías de las danzas
antiguas eran circulares. El círculo, símbolo antiguo y universal, espacio de
la vida, espacio creador, espacio de las energías primigenias, para poder
volver una y más veces y recrear y recrearnos. Espacio de la cercanía, del
cuidado y del intercambio. No tiene principio ni fin y como alguien dijo:
representa todo lo que no es manifiesto y a la vez que todo es posible,...
puerta por la que podemos salir y entrar en los misterios de la vida…

Diciendo eso admitimos algo importante: estos espacios son dignos y muy
dignos.

Espacios críticos y desafiantes; espacios ancestrales, algunos clasificados


como indígenas, otros como periféricos y posmodernos; ciudades y barrios
o campos, sin embargo siempre espacios.

El lazo entre la sabiduría y estos espacios es muy intenso: porque la


sabiduría emana desde estas geografías, como intento de sobrevivencia o
cuidado de la vida, a veces sin ningún código ético preestablecido, más
bien, simple obediencia al derecho ancestral de la sobrevivencia humana
de mujeres, niños, jóvenes, hombres y también de su abundante o
amenazada biodiversidad, seguimiento de la vida.

Todos estos espacios evocan leyes sumamente independientes con


respecto a cualquier lógica oficial, social o religiosa; estos espacios
sobreviven sin nosotros, en estos espacios la misión no es protagonista y
no lo podría ser; en estos espacios la misión es simplemente complicidad
con las leyes más propias de la vida que se desliza secretamente en las
venas de las personas y de la misma biodiversidad periférica o rural. En
estos espacios el evangelio puede entrar simplemente como huésped,
invitado en el círculo y en la danza de la sabiduría, donde los pasos vienen
dictados por la búsqueda cotidiana y el deseo para encontrar todavía la
propia dignidad, los medios para vivir, para defender el propio territorio o lo
de la comunidad… La metáfora de la danza circular –diría la teóloga
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Elizabeth Shüssler Fiorenza- parece la más apropiada para expresar la


evolución y los movimientos de la Sabiduría…la danza desbarata cualquier
orden jerárquico, porque transcurre en espirales y círculos… Lo mismo
podríamos decir de la sabiduría que puede aludir ora a una característica
de la vida de las personas, ora a una representación de la Divinidad (o
ambas a la vez). La sabiduría no constituye, en ninguna de sus dos
acepciones, un patrimonio exclusivo de las tradiciones bíblicas, sino se
halla presente en el imaginario y en los escritos de todas las religiones
conocidas. Es transcultural, internacional, interreligiosa… (Elizabeth
Shüssler Fiorenza. Los caminos de la Sabiduría. Una introducción a la
interpretación feminista de la Biblia. 2004. PP. 33-39).

Sin embargo, estar como huéspedes no significa simplemente estar con


actitud romántica y ilusoriamente contemplativa. Más bien, se trata entrar
en estos círculos así como se entra en un espacio con sus ritmos, sus
lenguajes y gestos, y aprender a danzar.

Se trata de una búsqueda, la búsqueda de la sabiduría, entrando y estando


en este círculo. Probablemente algunas(os) podrían preguntarse dónde
está el evangelio, dónde está el anuncio, la buena noticia; personalmente
me gustaría retraducir esta pregunta y preguntar a la realidad misma, lo
que preguntó Moisés frente a la zarza ardiendo: ¿Cuál es tú nombre?...
(Cf. Ex 3, 13), porque la vida contiene este nombre, lo cuida, lo esconde, lo
guarda. Esta es una buena noticia, preguntar a otras y otros, sus propios
nombres, ya no son simples destinatarios, ya tienen nombres, posibilidad
de iniciativa, sueños, y eso es el itinerario hacia la dignidad y la justicia.

Un primer texto que me gustaría utilizar para explicar todo lo que siento
frente a estas narraciones latinoamericanas es lo de Éxodo 1, 17-21: las
parteras de Egipto. Una extraña complicidad y solidaridad con la lucha de
resistencia y dignidad de otras mujeres y entonces de otro pueblo. Círculos
de sanación mutua entre personas, círculo de protección y cuidado
recíproco, desobediencia colectiva a la sociedad y también a los
moralismos del poder político o religioso, derecho a vivir y sólo a vivir,
reivindicando antiguas identidades, o inventando otras nuevas…

Ahí nace un desafío: la misión tiene que ser más cómplice con las
dinámicas existenciales de la vida de todas aquellas historias marginales o
excluidas. A veces parece que la dignidad y la justicia son como dos
objetos que nosotros tenemos en nuestras manos y que tenemos que
entregarlos a los que no los tienen. Nos cuesta todavía pensar que la
justicia es un parto, lento, pero es parto, algo que nace del útero de los
procesos históricos concretos, algo que no hay que dar a los pobres, sino
que los excluidos individuos pueblos, mujeres, indígenas, emigrantes…
saben parir. Como cada parto se da por intercambio de energías vitales,
por intercambio de sueños y expectativas, por capacidad de resistir y
cuidar los procesos más cotidianos, sin heroísmo porque la vida es normal,
no es heroica. En los lugares de exclusión, o de los excluidos, hay muchas
e importantes premisas para la dignidad y la justicia, aunque –muchas
veces- no son aquellas premisas que nos imaginábamos, o aquellas que
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podemos encontrar en un mundo burgués y acomodado, seguro en sus


dogmáticas respuestas y teoremas teológicos y culturales. Los partos de
los excluidos, tienen la misma fuerza anárquica de los partos de las
mujeres hebreas y la misma complicidad existencial, de las parteras
egipcias.

El segundo texto bíblico que quisiera escuchar como eco precioso, es


Marcos 9, 2-10: la Transfiguración. Más allá de una exégesis detallada,
quiero rescatar algunos aspectos que a mi parecer podrían servirnos.
Primero quisiera volver a la simbología del espacio, y en este caso, un
espacio de transfiguración. La misión está relacionada con espacios con un
alto potencial de transfiguración, metamorfosis, es decir una
transformación de las formas. Dignidad y justicia son acontecimientos de
transfiguración, son transformación de las formas, individuales, políticas,
religiosas, sociales, económicas… En este sentido, la transfiguración hay
que entenderla como lo alternativo. Dentro de este espacio hay modos
alternativos de comprender la vida, pero también modos alternativos de
comprender a Dios, al misterio. Es por la transfiguración de un espacio que
se puede ver al Dios de la vida. Ahí irrumpe la simbología del texto
evangélico. Primero el cerro: el Tabor. El Tabor es primariamente un lugar,
un espacio concreto, es espacio de la biodiversidad cósmica, es tierra,
cerro con todo lo que eso significa, es el espacio donde estamos con
alguien. El Tabor refleja una geografía, la geografía desde donde vivimos
con personas concretas. El Tabor, como todo espacio emana
posibilidades, emana energías de transfiguración, aunque sea un simple
cerro, un volcán en sus sobrios equilibrios ecológicos o en sus más fuertes
y exuberantes biodiversidades. Cada uno debería dar un nombre a estas
biodiversidades: aguas estancadas, cerros, ríos, puro cemento, basurales y
casas de madera o de adobe; palacios, tierra fértil, tierra seca, arena… En
la simbología del Tabor, entonces, está toda la problemática de
reivindicación ecológica de los pueblos. Ciertamente, el Tabor como cerro,
indica un lugar que se destaca y nosotros podríamos llamarlo un lugar
periférico, marginal, aunque emergente como emerge cualquier cerro. Me
atrevería a decir que la transfiguración o comprensión de Cristo desde
otros criterios, es experiencia de los discípulos, sin embargo es
primariamente transfiguración del espacio que les rodea. Es por un espacio
transfigurado que pueden ver a Jesús en otro modo. Nosotros pensamos
en la misión como un medio para transmitir a Jesús, sin embargo, el
movimiento que se da en el relato evangélico es que Jesús se le conoce o
reconoce en otro modo, en una progresiva experiencia de Transfiguración
del espacio, estando en estos infinitos cerros históricos. La Transfiguración
es el principio dignidad de la historia, son cerros transformados juntos con
sus habitantes. Como siempre, la reacción frente al misterio es la de
definirlo, encerrarlo, en una especie de apropiación. Es el símbolo de las
tres chozas o carpas, en realidad símbolos de la insuficiencia del lenguaje
teológico y de los gestos misioneros, porque el misterio es mucho más
amplio y no se puede encerrar.

Sin embargo hay algo muy importante, en el Tabor los discípulos escuchan
una voz: se trata de una nueva comprensión de la realidad histórica y del
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misterio que ella conlleva. La misión es experiencia de la complacencia de


Dios hacia otras, otros y ésta es una revelación que tiene un sabor
mesiánico….Muchos hablamos de diálogo, sin embargo en esta
experiencia es mucho más que diálogo, a veces nos quedamos
estancadas o estancados con el diálogo; lo que escuchan los discípulos, es
que en el otro, en este caso en este Jesús transfigurado, alguien se
complace… También esta es la revelación de la sabiduría, y esta sabiduría
que siempre se revela mientras miramos y escuchamos. Los discípulos
quedan enamorados de la sabiduría que alguien revela, misteriosamente:
una voz, un secreto revelado:…este es mi hijo amado… Mi propuesta es
pasar del diálogo a la complacencia del otro, de la otra, de la diversidad
cultural, religiosa, de la sabiduría que de repente irrumpe en nuestras
vidas.

Concluyendo

Termino con eso, dejo abierto el debate. Estoy conciente que son sólo
chispas. En toda mi reflexión no pretendí hacer teología sobre la vida de
las y los que narraron; las mías son sólo reflexiones en voz alta, reflexiones
llenas de nostalgia porque percibo que nuestra misión es todavía
demasiado nuestra y poco de todos, porque así es la iglesia actual, porque
así es la mentalidad religiosa de la mayoría. No logro pensar en un camino
de dignidad y de justicia, que no consista en un parto de todos, que no
nazca del protagonismo de cada categoría histórica, social, cultural y
religiosa: un embarazo múltiple, diría el movimiento Zapatista. La dignidad
es participación así como es participación la justicia. Estos dos ejes nacen
mientras las personas se sienten dignas porque aprendieron a vivir en
círculo, en los círculos de las sabidurías: de género, interculturales,
interreligiosos, intersociales…

Concluyendo quiero agradecer una vez más a las y los que inspiraron
estas reflexiones con sus relatos, y también al pueblo donde vivo, y a las
personas que me ayudan a amar la sabiduría, a tener nostalgia de ella, es
decir, las personas con las cuales comparto, desde años, la vida: mujeres
mayores, mujeres y hombres jóvenes, niñas, niños y también los animales
y las plantas y los cerros que rodean nuestra casa y que, cuando los miro,
me recuerdan de donde nos llegará ayuda, dignidad y justicia (Cf. Sal.
121).

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