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Lo que sigue, no es una simple relectura teológica sobre lo narrado, más bien
una invitación para que todas y todos, hagamos teología viviendo y vivamos
haciendo teología, es decir, soñando con otro mundo posible, sintiendo la
ausencia y la presencia, percibiendo los cambios históricos y también sus
persistentes atrasos. Por eso agradezco infinitamente a todas y todos las y los
que han narrado la vida y han cantado a sus pueblos, así como Jesús cantó las
bienaventuranzas. Es por eso que lo mío será simplemente un aporte en torno
a lo que concierne una posible metodología teológica y misionera, y sobretodo,
quiere ser una oda a todos aquellos pueblos, y a todas aquellas personas que
resisten misteriosamente soñando y forjando la vida cotidiana, y que, sin
saberlo, se introducen en ella, tocando la hondura del misterio donde reside la
sabiduría y el sentido.
Mi vida es así. Pertenezco a una cultura y vivo en otra; por eso digo y soy
testigo, con Octavio Paz, que la cultura no es una herencia sino elección,
fidelidad, disciplina y pasión... mientras el quehacer teológico es también
herencia, sentir dentro y con... Somos descendientes de ciertas cosmovisiones,
de ciertos aprendizajes en comunidad; tenemos madres y padres en la fe;
somos historias, rituales, rasgos, sabores, vida y más vida...
Con estas premisas, quisiera invitarnos a dar un primer paso, repensando una
metodología que no sólo es teológica, sino misionológica.
Por eso, como diría Raimon Pannikar, nos gustaría dejar libre e incontaminado
el absoluto… (Raimon Pannikar. El silencio de Buddha. Una introducción al
ateismo religioso. 1996. P. 71), sin embargo para nosotras(os) se trataría
también de dejar libre e incontaminada la historia y la realidad.
Aquí entra el imperativo ético que acompaña nuestras reflexiones, como eje
transversal: Misión y compromiso por la vida digna y la justicia... Estos dos
aspectos, a mi parecer, están entretejidos por lo que llamaría un nudo, algo que
los une, y los recompone en armonía. Este “algo”, para mí, es lo que llamamos
mística y que la iglesia muchas veces se ha empeñado en mantener lejos de la
cotidianeidad y más todavía de la misión. Mística: trama secreta que nos
Regreso y Encuentro – Reflexiones teológicas - 3
Hay gestos que no revelan respuestas, así como hay palabras que no
contestan a las preguntas... respuestas que no satisfacen el intelecto, y nos
hacen salir del ambiguo juego entre causa y efecto...
Todas y todos estamos desafiados por lo mismo: las y los que hacemos
teología oficialmente, y las y los que simplemente narran o que simplemente
viven, respiran, estando dentro y nada más. Todos estos sujetos, que somos
nosotras(os), tenemos que salir de todo esquema preestablecido y seguir la
vida con sus más sutiles movimientos, estar dentro de ella... no sólo con el
gusto de “servir”, sino de tocar: gesto místico-político de la vida.
Sin embargo, todo eso nos revela una clave hermenéutica de la vida, que yo
definiría como: la insuficiencia del lenguaje para la teología, y la insuficiencia de
los gestos para la misión.
Toda teología y toda misión que simplemente piensa revelar y que no logra
cuidar secretos, podríamos decir con Carl Jung, comporta un peligro tanto para
el individuo como para la colectividad.
Para que la teología de verdad sostenga la vida, tiene que seguir los pasos de
nuestras migraciones interiores y exteriores, así como de nuestros sueños y de
los sueños de los pueblos.
la vida. Pero, son también: comida, sabores, gustos, olores, aromas: son todo
lo que una madre enseña a una hija para que su vida sea digna y respetada,
son lo que una abuela enseña a sus nietos y nietas, lo que los amantes se
transmiten a los oídos para poder continuar a resistir; son todo lo que los
sueños enseñan en las noches llenas de soledades y dudas, son todo lo que la
vida guarda secretamente y que sólo el amor y las ganas de vivir descubren.
pasa, a veces como huracán, otras veces como fuego, y otras veces
simplemente brisa; juego entre presencia y ausencia, entre lo que
podemos ver y lo que no se ve.
Hay algo muy claro: estos espacios están habitados, diría, profundamente
habitados por presencias. Son estos espacios, que a lo largo de la reflexión
teológica, la iglesia llamó “lugares de misión”, haciéndonos sentir
protagonistas principales, como si existieran sólo porque ahí estamos
nosotros.
El círculo, una imagen que muy pocas veces hizo parte de nuestra historia
misionera, que más bien es muy vertical, estática y jerárquica. El círculo,
imagen del movimiento, recordando que las mayorías de las danzas
antiguas eran circulares. El círculo, símbolo antiguo y universal, espacio de
la vida, espacio creador, espacio de las energías primigenias, para poder
volver una y más veces y recrear y recrearnos. Espacio de la cercanía, del
cuidado y del intercambio. No tiene principio ni fin y como alguien dijo:
representa todo lo que no es manifiesto y a la vez que todo es posible,...
puerta por la que podemos salir y entrar en los misterios de la vida…
Diciendo eso admitimos algo importante: estos espacios son dignos y muy
dignos.
Un primer texto que me gustaría utilizar para explicar todo lo que siento
frente a estas narraciones latinoamericanas es lo de Éxodo 1, 17-21: las
parteras de Egipto. Una extraña complicidad y solidaridad con la lucha de
resistencia y dignidad de otras mujeres y entonces de otro pueblo. Círculos
de sanación mutua entre personas, círculo de protección y cuidado
recíproco, desobediencia colectiva a la sociedad y también a los
moralismos del poder político o religioso, derecho a vivir y sólo a vivir,
reivindicando antiguas identidades, o inventando otras nuevas…
Ahí nace un desafío: la misión tiene que ser más cómplice con las
dinámicas existenciales de la vida de todas aquellas historias marginales o
excluidas. A veces parece que la dignidad y la justicia son como dos
objetos que nosotros tenemos en nuestras manos y que tenemos que
entregarlos a los que no los tienen. Nos cuesta todavía pensar que la
justicia es un parto, lento, pero es parto, algo que nace del útero de los
procesos históricos concretos, algo que no hay que dar a los pobres, sino
que los excluidos individuos pueblos, mujeres, indígenas, emigrantes…
saben parir. Como cada parto se da por intercambio de energías vitales,
por intercambio de sueños y expectativas, por capacidad de resistir y
cuidar los procesos más cotidianos, sin heroísmo porque la vida es normal,
no es heroica. En los lugares de exclusión, o de los excluidos, hay muchas
e importantes premisas para la dignidad y la justicia, aunque –muchas
veces- no son aquellas premisas que nos imaginábamos, o aquellas que
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Sin embargo hay algo muy importante, en el Tabor los discípulos escuchan
una voz: se trata de una nueva comprensión de la realidad histórica y del
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Concluyendo
Termino con eso, dejo abierto el debate. Estoy conciente que son sólo
chispas. En toda mi reflexión no pretendí hacer teología sobre la vida de
las y los que narraron; las mías son sólo reflexiones en voz alta, reflexiones
llenas de nostalgia porque percibo que nuestra misión es todavía
demasiado nuestra y poco de todos, porque así es la iglesia actual, porque
así es la mentalidad religiosa de la mayoría. No logro pensar en un camino
de dignidad y de justicia, que no consista en un parto de todos, que no
nazca del protagonismo de cada categoría histórica, social, cultural y
religiosa: un embarazo múltiple, diría el movimiento Zapatista. La dignidad
es participación así como es participación la justicia. Estos dos ejes nacen
mientras las personas se sienten dignas porque aprendieron a vivir en
círculo, en los círculos de las sabidurías: de género, interculturales,
interreligiosos, intersociales…
Concluyendo quiero agradecer una vez más a las y los que inspiraron
estas reflexiones con sus relatos, y también al pueblo donde vivo, y a las
personas que me ayudan a amar la sabiduría, a tener nostalgia de ella, es
decir, las personas con las cuales comparto, desde años, la vida: mujeres
mayores, mujeres y hombres jóvenes, niñas, niños y también los animales
y las plantas y los cerros que rodean nuestra casa y que, cuando los miro,
me recuerdan de donde nos llegará ayuda, dignidad y justicia (Cf. Sal.
121).