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Globalización, mediatización,

urbanización∗

Por Marc Augé

ntes que todo, quisiera dar las gracias a la Universidad Católica de Valparaíso, a su
Rector y a todas las autoridades de esta casa de estudios; también a la Embajada de
Francia y quienes la representan, y a todos los que han organizado este coloquio,
Alejandro Bilbao, Francoise Richard, Partice Vermeren...

Hoy día quisiera desarrollar unos temas que conciernen al actual contexto de la
antropología.

La antropología tiene como objeto las relaciones sociales en un grupo social dado,
las relaciones a la vez efectivas, representadas e instituidas. Pero la antropología toma en
cuenta siempre el contexto, el contexto respecto al cual estas relaciones tienen sentido.
Hoy en día, este contexto ha cambiado radicalmente en el mundo entero. Existe, en la
actualidad, una ideología de la modernidad incompleta que se manifiesta en los sectores
diversos de la actividad mundial. La globalidad actual es una globalidad en red que
comete efectos de homogeneización al tiempo que efectos de exclusión, planteándonos
una tensión o contradicción que puede ser medida al interrogarnos sobre el concepto de
mundialización, en sus variadas acepciones, y también sobre fenómenos tan impactantes
ocurridos durante el siglo que acaba de finalizar, como la urbanización del planeta,
fenómeno en el que puede verse una etapa decisiva en la historia de la humanidad, un
fenómeno tan importante en esta historia como lo ha sido el pasaje a la agricultura y a la
sedentarización.

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El término mundialización nos reenvía a dos órdenes de realidades. Por una parte,
todo lo que llamamos globalización, que corresponde a la expansión del mercado llamado
liberal y de las redes tecnológicas de comunicación y de información sobre toda la
superficie del globo. Por otra, aquello que podría ser llamado la “conciencia planetaria”,
la cual tiene a su vez dos aspectos. Cada día somos más concientes de que habitamos en
un mismo planeta frágil y amedrentado, físicamente pequeño en un universo
infinitamente grande; esta conciencia planetaria es una conciencia ecológica e inquieta,
compartimos todos un espacio reducido al que tratamos mal. Estamos concientes
también de la distancia cada vez mayor existente entre los más ricos de los ricos y los
más pobres de los pobres, y de la distancia paralela entre saber o conciencia e ignorancia.
Esta línea de fractura no recubre totalmente la oposición en los países dichos
desarrollados y países dichos subdesarrollados: existen pobres y excluidos, a saber, en los
países llamados desarrollados, así como hay también países científicamente emergentes,
oposición que incrementa la contradicción en la medida en que los países desarrollados
están cada vez menos regulados, motivo de discusión científica.

La conciencia planetaria, como conciencia ecológica y conciencia social, induce


inevitablemente una influencia sobre nuestra relación con el tiempo, con la historia, con
nuestra historia, en la medida de que esta última es deslocalizada, en un sentido estricto,
a veces al precio de desgarramientos y sufrimientos impresionantes. Las nuevas
situaciones de inmigración y de exilio transforman la percepción del tiempo con todavía
más rapidez que la percepción del espacio. Así, el término globalización se refiere a la
existencia de un mercado mundial liberal, o pretendidamente tal, y una red tecnológica
generalizada al planeta entero, pero a la cual un gran número de individuos no tiene aún
acceso. El mundo global es, por lo tanto, un mundo en red, un sistema definido por los
parámetros espaciales, pero también por los parámetros económicos, tecnológicos y
políticos.

El mundo en el que debemos interesarnos hoy es de esta manera el objeto de una


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triple mutación geopolítica, mediática y espacial, estando esos tres aspectos
expresamente correlacionados los unos con los otros; de tal manera que se puede hablar
de un sistema de globalización frente al cual el pensamiento del futuro, la imaginación del
porvenir, parece cada día más difícil.

La mutación geopolítica fue puesta en evidencia por Paul Virilio en varias de sus
obras, sobre todo en La Bomba Informática1 publicada en Francia en 1998, en la que analiza
la tragedia del pentágono norteamericano y su concepción de la oposición entre lo global
y lo local. Lo global, en el sistema del que acabo de hablar, pero considerado desde su
propio punto de vista, es decir, desde el punto de vista del sistema, es, por lo tanto, lo
interior, de modo que, siempre desde este mismo punto de vista, lo local se convierte en
lo exterior. Cuando Fukuyama2 (1989) evoca el fin de la historia, para señalar que la
asociación democracia representativa / economía liberal no puede ser intelectualmente
superada, introduce en el mismo momento una oposición entre sistema e historia que
reproduce la oposición de lo global y lo local.

En este mundo global, la historia parece una contestación local del sistema que
supone, por lo menos idealmente, al desdibujamiento de las fronteras y de las
contestaciones, en beneficio de una red de comunicación instantánea. Este
desdibujamiento de las fronteras, que significa un dislocamiento del tiempo, es puesto en
espectáculo por las tecnologías de la imagen y por la organización del espacio; los
espacios de consumo y de circulación se multiplican en el plantea haciendo que la
existencia de la red se vuelva completamente visible, y de esta manera la historia, en
tanto alejamiento en el tiempo, es petrificada en representaciones de diversos ordenes
que hacen vivir un espectáculo para el presente, y más particularmente, para los turistas
que visitan el mundo.

1
Virilio, Paul (1999), La Bomba Informática, Madrid, Cátedra.
2
En Francis, Fukuyama (1992) El Fin de la Historia y el último hombre, Buenos Aires, Editorial Planeta.

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El alejamiento cultural y geográfico, alejamiento en el espacio, experimenta la
misma suerte. El exotismo, que ha sido siempre una ilusión, se convierte en un fenómeno
doblemente ilusorio desde el momento en que es puesto en escena, e incluso las mismas
cadenas hoteleras, y las mismas cadenas de televisión, abarcan completamente el globo
para darnos la sensación de que el mundo es uniforme, en todas partes el mismo, y que
sólo los espectáculos cambian. En el reino de la imagen, reforzado por el desarrollo de las
redes de comunicación, se refuerza a la vez el carácter hiperreal del sistema, para
retomar la expresión creada por Humberto Eco3, y la indiferenciación creciente entre lo
real y la ficción. Todo es espectáculo en el sistema, pero el acceso al espectáculo se
identifica en el corpus del consumo.

El nuevo espacio planetario existe, pero no existe, no obstante, un espacio público


planetario. El espacio público es el espacio en el que se forma la opinión pública. En las
antiguas ciudades de Grecia fue considerado siempre el espacio material del ágora como
un lugar de expresión y de formación de la opinión pública; algo semejante ocurre en
ciertas ciudades de Italia en las que ha existido una cultura de la plaza pública, donde se
ven aún grupos de hombres, sobre todo hombres, que discuten, a veces con pasión, las
cuestiones locales o nacionales. Es evidente, no obstante, que en los estados modernos el
espacio público no encuentra sus límites en ciertas plazas del centro de las ciudades. La
prensa y la radio se han convertido, pues, en relevos, administrando el principio de las
rubricas de los espacios en los que los lectores o los auditores pueden expresarse.

La prensa es también una parte del espacio público cuando se observa como
prensa hecha de opinión; en efecto, la prensa hecha de opinión, se compartan o no sus
ideas, desempeña un rol importante en la formación e información del publico,
precisamente porque está comprometida en la vida pública y toma posición. Pero la

3
Ver, entre otros, Eco, Humberto (1999), “Viaje a la Hiperrealidad”, en La estrategia de la ilusión, Barcelona, Lumen.

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prensa llamada apolítica desempeña frecuentemente un rol perverso, al tomar la
actualidad como la norma y al modelar, por consiguiente, las subjetividades individuales.
Es el riesgo también de la prensa gratuita que se desarrolla hoy en día y que vive gracias a
la publicidad. Ambas contribuyen a descontextualizar la historia; sin embargo, tenemos
hoy, más que nunca, conciencia del cambio de escala al término del cual los problemas y
lo que está en juego a nivel local necesita ser revisado.

La globalización conlleva una multiplicación de imágenes y de mensajes que


contribuyen a la uniformización de la información, de las referencias y de los gustos. He
allí donde radica el problema de lo que entendemos como mutación mediática. No existe
un espacio público planetario al tiempo que estamos más concientes cada día del hecho
de que nuestras vidas dependen de decisiones y acontecimientos que escapan a nuestro
control y cuya significación se sitúa en la escala del globo terráqueo. Y son los medios de
comunicación aquellos que constituyen, por el momento, una instancia que sustituye ese
espacio planetario inexistente, sólo que ellos se encuentran, por naturaleza, sometidos a
la tentación de confundir espacio público y espacio de “lo público”, en el sentido teatral
del término: ese público al que se intenta a veces seducir y alagar, más que informar. Ese
público es invitado frecuentemente a consumir pasivamente las noticias del mundo como
un espectáculo del cine o una serie televisiva.

Los medios de comunicación desempeñan hoy el rol que desempeñaban


tradicionalmente las cosmologías, esas visiones del mundo que son al mismo tiempo
visiones de la persona y que crean una apariencia del sentido significado poniendo
expresamente en relación las dos perspectivas. Las cosmologías articulan el espacio y el
tiempo simbolizándolos, es decir, imponiéndoles un orden arbitrario que se impone
también a las relaciones que los seres humanos mantienen entre sí y con el mundo. La
civilización necesaria del universo, que Levi-Strauss vincula con la aparición del
lenguaje, se operó por la imposición sobre la realidad del mundo de una lógica simbólica
que se acerca también a las relaciones entre los seres humanos. Lo mismo ocurre hoy con
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lo que podría llamarse las “sociedades del código” y las cosmotecnologías, con la
diferencia de que las relaciones entre los humanos dejan ver, cada día más, sus relaciones
con las tecnologías y los medios de comunicación, que son los montos más elaborados de
la sociedad de consumo. Al ser las relaciones las que pasan por los medios de
comunicación, no puede hablarse de relaciones simbolizadas, pues están dirigidas,
actualmente, por códigos y reglas efímeras que reenvían al individuo, después de su uso,
utilización o consumo, a su soledad.

La mutación mediática es inseparable del fenómeno de globalización, si se


entiende con ese término la combinación del mercado liberal planetario y de la
comunicación general instantánea. En efecto, esta comunicación está relacionada, en el
plano filosófico, con el término “fin de la historia”, y el reino de las imágenes y los
montajes que circulan en todos los ámbitos y de manera instantánea, gracias a las
tecnologías de comunicación, comporta esta ideología del reglamento.

Las tecnologías, hoy, compiten con las religiones y las filosofías, recomponiendo
el espacio y el tiempo. Los medios de comunicación estructuran nuestro tiempo
cotidiano, de las estaciones y anual. La vida política, artística y deportiva no puede ya ser
concebida sin la reconstrucción y difusión por los medios de comunicación. Cambia
nuestra relación con el espacio y con el tiempo, imponiéndonos por medio de la fuerza de
las imágenes con referencias sofisticadas una cierta idea de lo bello, de lo verdadero y del
miedo, una cierta idea también de lo actual, de lo normal, y en ese sentido, de la norma,
es decir, una cierta idea del consumo (que los medios no cesan de reproducir ya que ellos
mismos son bienes de consumo). En este sentido, las tecnologías son totalitarias por
esencia; como las demás cosmologías, alienan a aquellos que las toman al pie de la letra.

El efecto perverso de los medios de comunicación es también el abolir


insensiblemente la frontera entre lo real y la ficción. La televisión tiene mucho que ver
en esta abolición, ya que crea un mundo artificial con individuos reales. El mundo de la
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televisión, en el que se encuentran indiferentemente, en una especie de Olimpo en la
pantalla, personalidades políticas, estrellas de programas de variedades, actores,
presentadores de programas, estrellas del deporte y algunos otros personajes célebres, va
generando poco a poco, en el espectador, el sentimiento de que la aparición en la
pantalla es la prueba última de una existencia exitosa. Vivir intensamente es, en
definitiva, existir en la mirada de los otros.

La televisión no es la única que contribuye a cumplir esta consigna. Hecha mano


de todos los recursos de la tecnología para ayudar a los espectadores a convertirse en ese
objeto de la mirada de los otros, invita a su público a escribir correos electrónicos y de
ese modo hacer trabajar a las computadoras y a los teléfonos celulares, necesitan ellos
mismos de un mundo sin fronteras en el que la comunicación se lleva a cabo
instantáneamente hasta en el momento en que se le ofrece al público la recompensa
suprema: entrar en la pantalla a través de un juego televisado o de una ilusión de la
realidad.

Podríamos aquí recordar lo que decía Freud en su ensayo sobre el creador


literario y su fantasía4. El niño que juega se comporta como un poeta, crea un mundo
utilizando las cosas libres del mundo real, y tal como lo hace el creador literario,
establece siempre una distinción entre su mundo de fantasía y la realidad. El adolescente,
por el contrario, no juega, sólo es un soñador que se abandona a su fantasía, la cual
representa una compensación de la realidad. Los sueños diurnos, de vez en cuando,
borran la frontera con la realidad, y lo que puede resultar a veces es neurosis o psicosis.
Podríamos pensar, por lo tanto, que los hombres de hoy, a través de lo que quisiera
llamar “estadio de la pantalla”, no se vuelven niños, sino adolescentes, completamente
adolescentes.

4
Sigmund, Freud (1907-1992), “El creador literario y el fantaseo” en Obras Completas Vol. 9, Buenos Aires,
Amorrortu.

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A pesar de todo esto, hay una dimensión fascinante en la propagación rápida de
los medios de transmisión instantánea de mensajes e imágenes. Es un fenómeno cuya
existencia no puede ser ignorada ni minimizada su importancia, pero es necesario estar
vigilante en relación con los riesgos que conlleva. Estos riesgos son de la misma
naturaleza que las esperanzas que pueda suscitar.

El ser humano sigue siendo un animal político, como decía Cassirer; resiste, sean
cuales sean las coacciones del sistema global, no renuncia a expresarse en la calle o por
medio de otras maneras. Sabemos que la actividad política, como la económica, ha
cambiado de escala, y que una especie de opinión mundial está emergiendo lentamente,
una opinión mundial, que no quiere decir necesariamente una opinión que fuera la
misma, sino que una opinión concernida por el mundo entero. No somos aún individuos
del mundo entero, pero es continuando a interesarnos por el mundo que tendremos una
oportunidad de seguir siendo ciudadanos de nuestro país, y recíprocamente, es
renunciando a los debates que nos conciernen localmente, que podemos adquirir una
conciencia más justa de lo que está en juego a nivel planetario. Finalmente, la mutación
espacial, es decir, la urbanización del mundo, la extensión de los filamentos urbanos, el
hecho que la vida política y económica del planeta dependa de centros de decisión
situados en las grandes metrópolis mundiales interconectadas entre sí y que constituyen
una especie de metaciudad virtual, para retomar la expresión de Poul Virilio, completa el
cuadro.

El mundo es como una ciudad inmensa, el mundo ciudad en el interior del cual
circulan y se intercambian todas las categorías de productos, incluyendo los mensajes,
los artistas y las modas, este mundo extiende sus tentáculos sobre la totalidad del plantea
y constituye el espacio en el que se despliega la cosmotecnología bajo todos sus aspectos.
Pero es cierto también que cada gran ciudad es un mundo, incluso que es un resumen del
mundo con su diversidad étnica, cultural, social y económica. Las fronteras y las
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divisiones en compartimientos que hacen que a veces nos olvidemos de la existencia del
espectáculo fascinante de la globalización las encontramos despiadadamente
discriminatorias, evidentemente, en el tejido urbano, abigarrado y desgarrado. Es a
propósito de la ciudad que se habla de barrios difíciles, de guettos de pobreza y de
subdesarrollo. Es en la gran ciudad, en la megalópolis, donde se concentran los
inmigrantes que huyen de los países del “sur” (entre comillas, porque es un sur
metafórico), esos países que para ellos se encuentran fuera del sistema pero que acogen
no obstante, frecuentemente, las estructuras hoteleras internacionales donde vienen a
recrearse los turistas del norte.

Una gran metrópolis hoy acoge y compartimenta todas las diversidades y todas
las desigualdades del mundo. Encontramos subdesarrollo en una ciudad como Nueva
York y existen varios negocios conectados a la red mundial en las ciudades del tercer
mundo. La ciudad-mundo relativiza o desmiente, por su existencia, las ilusiones del
mundo-ciudad, muros y operaciones largas aparecen a escala local en las prácticas y en
los espacios más cotidianos. En Norteamérica existen ciudades privadas. En América
Latina, en el Cairo, frente al desierto y en varias ciudades del mundo, vemos surgir varios
sectores de la ciudad donde no se puede entrar sino justificando la propia identidad y las
relaciones. Nos hemos habituado a que los inmuebles en los que vivimos estén protegidos
con hilos de acceso, accedemos al consumo por intermedio de códigos impresos en las
tarjeta de crédito, en las tarjetas de los teléfonos celulares, tarjetas creadas
especialmente por los supermercados, las compañías aéreas, etcétera.

Viéndolo a escala individual, en el corazón de la ciudad, el mundo global es un


mundo de discontinuidad y de prohibición. La oposición entre el mundo-ciudad y ciudad-
mundo es paralela al sistema y a la historia, es su traducción espacial completa y tiene
consecuencias en el nivel de la estética, del arte y de la arquitectura; por ejemplo, los
jóvenes arquitectos se han convertido en estrellas internacionales y cuando una ciudad
aspira a figurar en la red mundial intenta confiar a uno de ellos la construcción de un
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edificio que adquirirá valor de monumento, de prestigio, logrará su presencia en el
mundo, es decir, la existencia en la red, en el sistema. Los jueguitos arquitecturales
evocan el contexto histórico o geográfico local pero son recuperados por el consumo
mundial. Es el flujo de turistas provenientes del mundo entero aquello que succiona el
éxito. El color global diluye el color local, lo local, conformado en imagen e información,
es lo local con los colores de lo global, he ahí la expresión del sistema.

La gran arquitectura mundial, que incide en la estética actual, es una estética de la


distancia, que tiende a hacernos olvidar todos los efectos de ruptura. Las vistas aéreas y
las fotos tomadas por satélites de observación nos han acostumbrado a una visión global
de las cosas: la miseria es bella, pintoresca, vista de lejos desde lo alto; las torres de
oficinas y de habitación, además, educan la mirada como lo ha hecho, y continúa
haciéndolo, el cine y más aún la televisión; la circulación de los carros sobre la autopista,
el despegue de los aviones sobre las pistas de los aeropuertos y los navegadores solitarios
que dan la vuelta al mundo en barcos de vela bajo la mirada de los telespectadores nos
dan una imagen del mundo tal como quisiéramos que el mundo funcione, pero esa
imagen se deshace si la miramos demasiado de cerca y si iniciamos, como nos invitaba
Michel de Certeau5, a recorrer la ciudad para descubrirla en su intimidad y opacidad
contrastada y contradictoria a la vez.

El espectáculo del mundo de la globalización nos confronta, de esta manera, con


una serie de contradicciones que tienen toda la apariencia de mentiras. Contradicción
entre la existencia proclamada de un espacio planetario abierto a la libre circulación de
bienes, de personas y de ideas, y la realidad de un mundo en el que los más poderosos
protegen sus intereses y sus condiciones, en el que los más pobres intentan,
frecuentemente en vano e incluso poniendo en riesgo sus vidas, refugiarse en los países
ricos que los reciben con un cuentagotas, en el que las naciones hablan en un lenguaje

5
Cfr. De Certeau, Michel (1999), La invención de lo cotidiano, México, Universidad Iberoamericana.

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obtuso pero donde los estados renuncian a sus antiguas prerrogativas y la guerra de las
ideas y de las ideologías encuentra un terreno de acción inédito en la red internacional
de comunicación. Contradicción entre la existencia programada de un espacio continuo y
la realidad de un mundo discontinuo en el que por fin se olvidarán las contradicciones y
las prohibiciones de todo tipo. Contradicción, finalmente, entre el mundo del
conocimiento y la ciencia (que pretende poner una fecha al nacimiento del universo,
medir en millones de años luz la distancia a la galaxia, poner una fecha certera a la
aparición del hombre sobre la tierra), y la realidad social y política de un mundo en el
que muchos hombres se sienten al mismo tiempo arrancados de su pasado y privados de
futuro... dicho con otras palabras: privados de tiempo.

Finalmente, la última contradicción tiene que ver con la organización de la


vivienda, los medios de comunicación, y la persona misma, el individuo. La preocupación
de dar sentido al espacio, de simbolizarlo, siempre se ha traducido en la organización de
la vivienda a través de una oposición entre el interior y el exterior. Jean Pierre Vernant6,
helenista, ha recordado el contraste que oponía en la casa griega de la época clásica, el
centro, lugar femenino protegido por Hestia, y el umbral, abierto al exterior y a los
intercambios masculinos, protegido por Hermes. Es con un contraste del mismo tipo que
podemos definir las casas Kabyle, en Argelia, tal como las ha analizado Pierre Bordieau7,
con su parte de sombra interior y femenina, y su parte de luz, exterior y masculina.
Tenemos muchos ejemplos de este tipo de organización de la vivienda. Pero hoy, hoy en
día, vemos que Hermes ha sustituido Hestia, en el centro de la casa encontramos la
televisión y la computadora, de los cuales el dios es Hermes. Lo local y lo interior se han
convertido en lo exterior. El individuo mismo se ha visto, por así decir, excentrado,

6
Cfr. Vernant, Jean-Pierre (1992),, Los orígenes del pensamiento griego, Barcelona, Paidós.
7
En Bourdieu, Pierre(1980), “La maison Kabyle ou le monde renversé”, en Le senspratique, Paris, Minuit, publicado
en castellano como El sentido práctico, Madrid, Taurus, 1990.

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absorbido por el exterior y el presente de las imágenes.

No es sino escapando a la lógica del sistema, es decir, volviendo a la conciencia del


tiempo y de la historia, que tendremos la posibilidad de evidenciar todas estas
contradicciones...

Quisiera concluir agregando la necesidad de una nueva utopía. Se dice hoy, de vez
en cuando, que los mitos del futuro, los grandes relatos de los cuales hablaba Lyotard8, el
filósofo, han desaparecido, y que no se puede incluso imaginar nuevas utopías. Pero es un
hecho que los hombres para vivir necesitan poder pensar sus relaciones recíprocas.
Todos necesitamos poder imaginar nuestra relación con los otros, y por eso necesitamos
inscribir esta relación en una perspectiva temporal. La idea de la relación, lo simbólico,
necesita de una finalidad, es decir, necesitamos de utopías, necesitamos utopía personal y
utopía colectiva. La globalización no es la república universal, sin embargo, necesitamos
pensar que un día la humanidad entera podrá existir como sociedad... he allí la utopía
cuyo espacio lo poseemos ya: el planeta mismo.

La utopía que necesitamos, me parece, es una utopía de la educación. Es la


educación lo que permite luchar contra el riesgo de una desigualdad irreversible. La
revolución educativa, la revolución de la educación, no se podrá hacer sino en nombre
del sentido social de las finalidades y del porvenir. Es la revolución educativa la que
puede resimbolizar las relaciones entre los seres humanos, razón por la cual un
antropólogo tiene que prestarle atención. Con la utopía de la educación se trata de
rechazar la soledad desarrollando la conciencia de las solidaridades entre los hombres. La
educación para todos puede ser una nueva utopía, pero no una utopía en el sentido del
siglo XX. Conocemos, pues, muy bien, hoy en día, cuáles son los riesgos del voluntarismo
intelectual, sin embargo, el saber como ideal, y la educación como medio, no son ideales

8
Cfr. Lyotard, Jean-François (1984), La condición postmoderna : informe sobre el saber, Madrid, Cátedra..

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totalitarios, son ideales liberadores.

El tema de la unicidad de la ciencia y de la educación para todos nos impone un


límite a la existencia del saber absoluto en nombre del cual se podría gobernar. En efecto,
no se puede gobernar a los hombres en nombre de la ciencia pues nunca la ciencia se
identifica con un saber absoluto, tal como lo hacen las ideologías y las cosmologías. La
ciencia desplaza las fronteras de lo no conocido. No se podrá nunca gobernar en nombre
de la ciencia a partir de la ciencia, sino hacia la ciencia y para el conocimiento como fin.

Se podría decir que la utopía de la educación es una utopía práctica, a pesar de


que este sustantivo choca con el adjetivo. No quiere imaginar al futuro sino preparar los
hombres y la sociedad a lo no todavía imaginado. Su ideal: construir las identidades
individuales o colectivas a través de la negociación con las alteridades, construir la
humanidad como sociedad y construir la ciencia como finalidad. Es una utopía clave si
tomamos en cuenta las relaciones de poder y de fuerza en el mundo actual, y es, sobre
todo, una utopía necesaria. En efecto, a pesar de la globalización, y todas las apariencias
que ella difunde, las desigualdades en el dominio del conocimiento son todavía más
grandes que en el dominio de la economía, y no dejan de crecer, aunque veces son
definidas fuera de juego en la competición científica. Dentro de los países científica y
tecnológicamente más desarrollados, también la distancia entre ignorancia y saber no
deja de crecer. Según un informe publicado recientemente en los Estados Unidos, el
cincuenta por ciento de los norteamericanos no saben que la tierra da vueltas al sol
dentro de un año. Además, si prestamos atención al hecho de que una política científica
hoy en día necesita mucho dinero y colaboraciones de todo tipo (incluso políticas),
podemos ver el mundo de mañana dividido finalmente entre una pequeña aristocracia
del conocimiento, por un lado, y por otro lado, un conjunto, una masa de consumidores o
de gente excluida a la vez del consumo y del conocimiento. Aquí encontramos las
inquietudes y preocupaciones del juego a la vez, que conocía la fuerza de una ilusión y los

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límites del intelecto, cito a Freud9, sin fuerza en relación a los instintos de los hombres,
en el futuro de una ilusión.

Es el conocimiento la finalidad de la humanidad. Hoy en día hay dos tipos de


respuesta: las respuestas oscurantistas, “la ciencia solo genera desgracias” o “la ciencia
no lo explica todo”, y las respuestas utilitarias, que someten el proceso científico a
diversos fines de interés económico-políticos que remiten a una realidad más general no
expresada. A veces se presentan como fantasmas de la eterna juventud, de la
inmortalidad (que conviene, me parece, no confundir con la omisión prometeica de los
científicos), el tránsito de la materia a la vida, la estructura del universo, en fin. Si las
ciencias y el conocimiento fuesen el fin de la humanidad, para este fin las desigualdades
sociales no serían nada sino un obstáculo inútil. Es por esta razón que la utopía de la
ciencia y de la educación es también una utopía social, lo cual, dicho de otra manera,
significa que la utopía de la ciencia no puede realizarse al nombre de la globalización, sino
sólo en nombre de la universalidad.

Gracias.


Este texto corresponde a la primera ponencia presentada por Marc Augé en el marco del Primer Coloquio
Internacional “La subjetivación y sus avatares político-culturales: psicoanálisis y su malestar en la política
contemporánea”, realizado los días 16, 17, y 18, de Abril del 2007 en la Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso. Para efectos de esta publicación, la edición del texto y el establecimiento de citas y referencias ha
quedado a cargo de Macarena García Moggia, Egresada de la Escuela de Psicología PUCV e integrante del comité
organizativo de dicho encuentro.

9
Freud, S. (1927- 1992), “El porvenir de una ilusión”, en Obras Completas Vol. 21, Buenos Aires, Amorrortu.
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