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CARÁCTER PROPIO Y TRADICIONES CUARESMALES

La Cuaresma en el Año Litúrgico

Nunca ponderaremos lo suficiente la relevancia que el Año Litúrgico tiene en la vida de


la Iglesia. Como la sucesión de las estaciones estimula y regula la renovación vital del mundo
físico, la contemplación y vivencia de los sucesivos tiempos litúrgicos inciden en la
actualización, interiorización y proyección del mensaje de Cristo, tanto desde una perspectiva
individual como comunitaria. Su pone una espiral ascendente hacia la cima de la perfección: el
Adviento es la siembra en la esperanza; la Navidad, los primeros brotes en la fe; la Cuaresma, el
crecimiento en la caridad con el riego y la poda necesarios; la Pascua, la floración gozosa
derivada del injerto en la victoria de Cristo; el Tiempo Ordinario postpentecostal es la siega y el
barbecho estival en el que se degustan todos los episodios de la historia de la salvación en su
globalidad, actualizándolos en la vida del mundo presente.

La liturgia y los ejercicios de piedad cuaresmales tienen como fin primordial ayudar a
los fieles individual y comunitariamente a preparar, vivir y actualizar el misterio de Cristo
Salvador que se inmola por nosotros en la Cruz y nos invita a participar en su labor redentora.
La Cuaresma es un periodo de cuarenta días que la Iglesia propone a los fieles para bien
disponerse a la participación en la Pascua, piedra angular de la historia salvífica de Dios1, que
va desde el Miércoles de Ceniza hasta la Misa de la Cena del Señor exclusive, por lo que sus
notas dominantes son la conversión y la penitencia. San Benito de Nursia, en el siglo V,
recomienda en el capítulo XLIX de su Regla a sus monjes que se entreguen a la oración
"acompañada de lágrimas" de arrepentimiento o de fervor.

El cuarenta se usa en la Biblia como número redondo de totalidad 2, a menudo con un


sentido de periodo modelo de purificación en la aflicción: el diluvio duró cuarenta días (Gen. 7,
4); la peregrinación de Israel por el desierto duró cuarenta años (Ex. 16, 35); cuarenta días le da
Jonás de plazo a Nínive para su conversión (Jon. 3, 4); cuarenta días manda el Señor a Ezequiel
que permanezca recostado sobre el lado derecho, como símbolo de lo que había de durar el sitio
tras el que Jerusalén sería arrasada; durante cuarenta días ayunan Moisés (Ex. 25, 18) en el Sinaí
y Elías en el Horeb (I Re. 19, 8) para ser purificados antes de presentarse a Dios; Jesús se
prepara para su misión pública cuarenta días en el desierto (Mc. 1, 13; Mt. 4, 2; Lc. 4, 2). Como
dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 540): "La Iglesia se une todos los años, durante los
cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto".

El primer testimonio de observancia cuaresmal se remonta al siglo II 3. El ayuno


cuadragesimal se documenta a comienzos del siglo IV y aparece en el canon 5 del Concilio de
Nicea del 3254. El Obispo Serapión de Thmuis en el 331 afirma que la cuaresma es una práctica
general en Oriente y Occidente, y en el 384 aparece atestiguada en Roma 5. En un principio
comenzaba el I Domingo, incluyendo los domingos, hasta el Jueves Santo. En el siglo VII se
data el inicio el Miércoles de Ceniza, pues al no incluirse los domingos como días de ayuno,
completar así, sumando cuatro, los cuarenta, aceptado oficialmente por el Papa Gregorio II
(+750); queda así éste como caput jejunii -cabeza del ayuno- éste y como caput quadragesimae
-cabeza de la cuaresma- el I Domingo.

Carácter de la Cuaresma

La Cuaresma es antesala de la Pascua. Esta preparación pascual lleva en primer lugar,


en los que ya han recibido el bautismo, aparejada la renovación de éste y sus promesas6. En la
primitiva Iglesia, cuando existía catecumenado de adultos, éstos recibían el sacramento en la
Vigilia Pascual, por lo que sus escrutinios o examen general, tres, se celebraban en las liturgias
occidentales los Domingos III, IV y V de Cuaresma, certificado para Roma en el siglo VI7. Así
se sigue señalando en el actual Misal Romano en rúbrica especial para estos días8. Tienen el fin
de "descubrir en los corazones de los elegidos lo que es débil, morboso o perverso para
sanarlo, y lo que es bueno, positivo y santo para asegurarlo. Porque los escrutinios se ordenan
a la liberación del pecado y del diablo y al fortalecimiento en Cristo" 9.

A esto se une la práctica de la penitencia como instrumento de conversión y


purificación, por lo que el tiempo de Cuaresma tiene un marcado carácter penitencial 10. La
pedagogía litúrgica cuaresmal nos orienta decididamente sobre el mismo: imposición de ceniza -
símbolo de nuestra nada ante Dios- a su comienzo11, elección del morado -color penitencial por
excelencia-12, supresión del aleluya -exclamación gozosa por antonomasia-13 y del Gloria los
domingos -canto jubiloso de alabanza-14, austeridad en el ornato -prohibición de flores sobre el
altar- y música -eliminación de instrumentos a no ser como acompañamiento del canto-15.

Una costumbre desaparecida en Occidente y que simbolizaba esta necesidad de


purificación por medio de la penitencia para contemplar con corazón puro los sagrados
misterios era la de correr durante la cuaresma un velo inmenso, generalmente morado, que
ocultaba el altar16. El mismo origen tiene la tradición de cubrir las cruces y las imágenes a partir
del Domingo V de Cuaresma, aquéllas hasta después de la celebración de la Pasión del Señor el
Viernes Santo y éstas hasta el comienzo de la Vigilia Pascual, adquiriendo con el tiempo
idéntico significado de expresar la humillación del Redentor17.

La penitencia se nos presenta con una triple dimensión señalada por la Tradición: la
oración, el ayuno y la limosna 18. La oración, que encierra todos los ejercicios de piedad
individuales y colectivos con que el fiel se dirige a Dios supone una interiorización del perdón
divino y un fortalecimiento de la gracia, sirviendo por tanto de alimento de la llama de la
esperanza y de escudo contra las debilidades e imperfecciones. Se invita a profundizar en los
textos bíblicos litúrgicos, sobre todo los evangélicos y a una participación más frecuente e
intensa en la liturgia, sobre todo se recomienda el acercamiento al Sacramento de la
Reconciliación para participar purificados en la Pascua: ya el Miércoles de Ceniza se hace al
Pueblo de Dios un pregón solemne: "Convertíos y creed en el Evangelio" 19. Todo esto se
practica en los cultos de nuestras cofradías penitenciales.

El ayuno, en cuanta privación voluntaria, es signo de valoración de lo verdaderamente


importante y fortalecimiento de la voluntad. Son días obligatorios durante la Cuaresma: de
ayuno el Miércoles de Ceniza y de abstinencia todos los viernes 20. El ayuno, solidaridad con el
que no tiene y signo de desprendimiento, "obliga a hacer una sola comida durante el día, pero
no prohíbe tomar un poco de alimento por la mañana y por la noche, ateniéndose, en lo que
respecta a la calidad y cantidad, a las costumbres locales aprobadas" 21. La abstinencia,
práctica simbólica y solidaria, "prohíbe el uso de carnes, pero no de huevos, lacticinios y
cualquier condimento a base de grasa de animales" 22. Hay que apuntar que "a la ley de la
abstinencia están obligados cuantos han cumplido los catorce años; a la ley del ayuno, en
cambio, están obligados todos los fieles desde los veintiún años cumplidos hasta que cumplan
los cincuenta y nueve"23.

La limosna, hermana de la oración y del ayuno, que engloba todas las obras de
misericordia, testimonia que el mundo es una gran familia que tiene como único Padre a Dios,
al tiempo que ayuda a restablecer el orden de justicia divina lesionada por el pecado. Es la
puesta en práctica de la caridad, reina de las virtudes. Según las especiales condiciones sociales
de la comunidad deberá primarse la más necesaria sobre las demás.

La Iglesia invita a vivir la penitencia cuadragesimal no sólo de un modo interno e


individual, sino también externo y social, por el carácter comunitario de ésta y por la dimensión
colectiva del pecado, como signo de la conversión del corazón24. En esta misión tienen parte
importante nuestras cofradías: "precisamente en este tiempo, en el que muchísimos hombres
experimentan un vacío interno y una crisis espiritual, la Iglesia debe conservar y promover con
fuerza el sentido de la penitencia, de la oración, de la adoración, del sacrificio, de la oblación
de sí mismo, de la caridad y de la justicia. La piedad popular, que posee muchos de estos
valores, puede contribuir decisivamente a llenar este vacío y a promover la vida en el
Espíritu"25.

Se recomienda el fomento de ejercicios piadosos de carácter cuaresmal26, entre los que


podemos incluir nuestros numerosos novenas, quinarios, septenarios, triduos, así como los
múltiples viacrucis, práctica expresamente citada. Pero de los ritos peculiares de la Cuaresma
nos interesa hacer mención del culto estacional de la corte pontificia. Los miércoles y viernes
primero, y los martes y jueves a partir del Papa San Gregorio II (715-31), hacia las tres de la
tarde, hora de Nona, se reunía la asamblea cristiana en una iglesia designada como lugar de cita:
en ella se recitaba una oración colecta, y, entre cantos penitenciales y letanías, precedidos de la
cruz procesional se dirigían procesionalmente fieles, clero y sumo pontífice a la iglesia
estacional, donde se celebraba la Eucaristía.

Estas ceremonias recibieron el nombre, desde el siglo II, de estación, vocablo latino que
significa etimológicamente "punto de guardia", porque en estas jornadas, de semiayuno, el
cristiano montaba espiritualmente guardia. Simbolizan el camino penitencial de la Cuaresma
como tránsito hacia la Pascua. Debemos situar aquí el antecedente de nuestros desfiles
procesionales de Semana Santa, que se configuran también como estaciones penitenciales. La
Iglesia posconciliar reconoce la importancia de este tipo de ceremonias y dispone: "se
recomienda que se mantengan y renueven las asambleas de la Iglesia local según el modelo de
las antiguas "estaciones" romanas"27; entre nosotros, los vía crucis públicos y la peregrinación
a los besamanos y besapiés constan de unos caracteres similares.

Desde el origen de nuestras cofradías de penitencia, se establecía en sus Reglas la


estación en uno o varios templos; ya la Cofradía del Dulcísimo Nazareno y la Virgen con San
Juan fundada en la Parroquial Ómnium Sanctorum en 1340 y aprobada por el Arzobispo Nuño
de Fuentes en 1356, fijaba su estación penitencial al Real Hospital de San Lázaro desde su sede
en la Ermita de San Antón Campo de las Cruces (extramuros de la Macarena) 28. En 1604 se
opera una unificación decisiva: en nuestra ciudad se establece a la Santa Iglesia Catedral, como
cabeza de todas las iglesias de la urbe, y la Real Parroquia de Santa Ana como su vicaria a la
otra orilla del río, como la iglesia estacional común29.

Los Domingos de Cuaresma

Incluye seis domingos: I, II, III, IV y V de Cuaresma, y el Domingo de Ramos, pórtico


de la Semana Santa, del que por eso no vamos a hablar30. Por su importancia litúrgica "tienen
precedencia sobre todas las fiestas del Señor y sobre todas las solemnidades" 31. Igualmente, "el
miércoles de Ceniza y las ferias de Semana Santa, desde el lunes hasta el jueves, inclusive,
tienen preferencia sobre cualquier otra celebración", así como "todas las ferias de Cuaresma
tienen preferencia sobre las memorias obligatorias" 32. Todas las ferias de Cuaresma tienen misa
propia, lo que indica el esmero con que la Iglesia ha tratado este tiempo litúrgico.

El Domingo I de Cuaresma, llamado también en los antiguos calendarios Invocabit por


su introito y Domingo de las Tentaciones por su evangelio, en la Edad Media recibía el título de
Domingo de los Hachones, por los que los fieles portaban este día en la liturgia como símbolo
público de arrepentimiento de los excesos carnavalescos. Los griegos lo denominan Domingo de
los Santos Ayunos, para indicar la nota fundamental de este tiempo litúrgico, y también Fiesta
de la Ortodoxia, en conmemoración del restablecimiento de las santas imágenes tras las luchas
iconoclastas del siglo IX. Es considerado caput quadragesimae -cabeza de la cuaresma- por ser
"el comienzo del venerable sacramento de la observancia cuaresmal", pues aunque antes viene
prologado por el Miércoles de Ceniza y las tres ferias siguientes éstos son añadido posterior
para completar, como dijimos antes, la cuarentena de ayuno, y, además, el citado miércoles,
considerado caput jejunii -cabeza del ayuno-, no es de precepto.

A esta jornada le corresponde en Roma estación en la Basílica Patriarcal de San Juan de


Letrán, Madre y Cabeza de todas las iglesias del mundo, desde la época del Papa San Sixto III
(432-40), índice de la importancia que se le concede en la liturgia. A esto se añade que este
templo es el santuario del Santísimo Salvador -que se inmola en la Pascua- y de los santos
juanes: el Bautista -profeta de la soledad y el ascetismo- y el Evangelista -el evangelista de la
Pasión de Cristo-. En él eran también reconciliados los pecadores públicos el Jueves Santo, y
bautizados, en su Baptisterio, los catecúmenos la noche de Pascua.

El II Domingo de Cuaresma es denominado Reminiscere por su introito y Domingo de


la Transfiguración por su evangelio. Originariamente fue domingo vacante, libre de estación,
pues seguía a las IV témporas, que habían dejado extenuado a los fieles. Después del siglo IX se
le asigna estación en Roma: Santa María in Domnica, antigua diaconía habitada por San Ciriaco
donde San Lorenzo distribuía las limosnas de la Iglesia, en el Monte Celio, en cuya subida
imitamos a Cristo ascendiendo a Jerusalén.

Al Domingo III de Cuaresma se le llama Oculi por su introito. En la primitiva Iglesia se


denominaba Domingo de los Escrutinios, por ser ésta la primera de las siete sesiones en la que
en Roma se procedía al examen de los catecúmenos a bautizar la noche pascual. La estación era
en la jubilar Basílica de San Lorenzo Extramuros, en la que se venera el recuerdo del más
célebre mártir de Roma, con lo que se recordaba a los neocristianos los sacrificios que exige la
fe cristiana. En la Iglesia griega se procede a la adoración de la Cruz al empezar la semana
mesomestime, es decir, centro de los ayunos.

El Domingo IV de Cuaresma, denominado acertadamente Laetare -"alegraos"- por el


introito, supone, por coincidir en mitad de la Cuaresma, un alto gozoso en el camino ante el
horizonte glorioso que espera, por lo que se puede usar de la música instrumental, del exorno
floral del altar y de ornamentos de color rosado, que es como un morado aliviado por la
alegría33.

El título de Domingo de la Rosa de Oro le viene del rito característico papal de origen
medieval -hacia el siglo X- de este día de bendecir una rosa áurea como símbolo de realización
absoluta34 y anuncio poético de la Pascua florida 35, que el Romano Pontífice obsequia a algún
destacado personaje o institución del orbe católico36. Cuando éste residía en el Patriarchio de
Letrán, se desarrollaba allí la ceremonia, tras la cual la llevaba procesionalmente a la iglesia
estacional, la Basílica de Santa Cruz en Jerusalén. El rito consiste en bendecirla, ungirla con el
santo crisma y espolvorearla con sustancias aromáticas. Algunos creen que procede esta
ceremonia singular de una costumbre de los fieles romanos de ofrecer rosas a la cruz como
signo de veneración en primavera37.

El Domingo V de Cuaresma, denominado Júdica por su introito, también se conoce


como Domingo de Pasión, porque desde este día la Iglesia empieza a ocuparse especialmente
del sacrificio del Redentor como último tramo de la preparación pascual; inauguraba lo que en
la liturgia romana preconciliar se denominaba Tiempo de Pasión. El título de Domingo de la
Neomenía le viene de caer siempre después de la luna nueva que sirve para fijar la fiesta de la
Pascua. Para los griegos es el Domingo V de los Santos Ayunos. La iglesia estacional es San
Pedro del Vaticano, el más significativo santuario romano para celebración de tanta
importancia.
[1].N (ormas) U (niversales sobre el) A (ño) L (itúrgico y el) C (alendario) 21-III-1969, nº 27.

[2].Vid. J. Mateos, & F. Camacho: Evangelio, figuras y símbolos, Ediciones El Almendro,


Córdoba 1989, 83 ss.

[3].San Ireneo de Lyon al Papa San Víctor I ca. 190 habla del tema con ocasión de la controversia sobre
la fecha de la Pascua, en: Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, V 24 12 s.; vid. G. Prado: Curso
Popular de Liturgia, FAX, Madrid 1935, p. 316; J. Pascher, El Año Litúrgico, B.A.C., Madrid 1965, p.
43. En la segunda mitad del siglo III la Pascua iba precedida siempre de dos días de ayuno como
preparación: Viernes y Sábado Santo; vid. N. M. Denis-Boulet: El Calendario Cristiano, Casal i Vall,
Andorra 1961, p. 86.

[4].Vid. J. Cavagna: La liturgia y la vida cristiana, Luis Gili, Barcelona 1935; p. 54. A. Azcárate: La flor
de la liturgia, Buenos Aires 1951, p. 487. Pascher, pp. 43 s.

[5].Vid. Denis-Boulet, cit., p. 87.

[6].Introducción al Ritual de la iniciación cristiana de adultos 6-I-1972, nº 41.

[7].Así consta en el antiguo Gelasiano, vid. Pascher, cit., p. 84 s.

[8].R. I. C. A., nn. 52, 153.

[9].Ibidem, nº 25. Se les entrega el Símbolo de la fe y la Oración dominical, se puede realizar también el
effetá, la elección del nombre cristiano y la unción con el óleo de los catecúmenos.

[10].Constitución Apostólica Paenitemini 17-II-1966.

[11].N. U. A. L. C., nº 29; Carta cit., nº 21. La bendición e imposición de la ceniza puede hacerse durante
la misa o fuera de ella, en una Liturgia de la Palabra. En el Antiguo Testamento se usa como símbolo de
penitencia interior y duelo: Jos. 7, 6; I Sam. 4, 12; 2 Sam. I, 4; Est. 4, 1; Job 42, 6; Jon. 3, 5 s.; S. CI, 10.
Empezó siendo una práctica de los penitentes públicos; en el siglo XI se hace general, pues en el
Concilio de Benevento del 1091 el Papa Beato Urbano II di Lagery la hizo obligatoria, encontrándose ya
detallado su ritual en los Ordines del siglo XII. Hacia el siglo XII se extiende la costumbre de obtener las
cenizas de quemar las palmas del Domingo de Ramos anterior, lo que nos invita a recordar la caducidad
de la fama terrena.

[12].O(rdenación) G(eneral del) M(isal) R(omano), nº 308 d.

[13].N. U. A. L. C., nº 28; Carta cit., nº 18.

[14].O. G. M. R., nº 31.

[15].C(eremonial de los) O(bispos), nº 252; Carta cit., nº 17. Intrucción Musicam Sacram, nº 66. Carta de
preparación y celebración de las fiestas pascuales 16-I-1988, nº 17.

[16].Posteriormente se le da un significado simbólico pasional: el de representar el anonadamiento y las


humillaciones de Cristo. P. Guéranguer: El Año Litúrgico, Aldecoa, Burgos 1956, t. II, pp. 163 s.

[17].Carta cit., nº 26. Rúbrica del sábado de la IV Semana de Cuaresma. Guéranguer, t. II, pp. 421 s.

[18].Ibidem, III.

[19].Carta cit., nn. 12 s. 15; Introducción del Ritual de la Penitencia 2-XII-1973, nº 13.

[20].Carta cit., nº 22.

[21].Paenitemini, III.
[22].Ibidem.

[23].Ibidem.

[24].Constitución Sacrosanctum Concilium, nn. 109 s.; Carta cit., nº 14.

[25].Documento pastoral sobre Evangelización y renovación de la piedad popular 1-XI-1987, nº 44.

[26].Carta cit., nº 20.

[27].Carta cit., nº16.

[28].A. Martín Macías: "Las Cofradías desde sus orígenes hasta el Concilio de Trento" en Semana Santa
en Sevilla. Sangre, luz y sentir popular. Siglos XIV al XX, Sevilla 1986, pp.31s.

[29].F. Niño de Guevara: Constituciones del Arzobispado de Sevilla, hechas y ordenadas por el Ilmo. y
Revmo.Sr.D.______, Cardenal Arzobispo de Sevilla, en el Sínodo que celebró en su catedral el año 1604,
y mandadas imprimir por el deán y cabildo, canónigos in sacris, sede vacante, Alonso Rodríguez de
Gamarra, Sevilla 1609.

[30].N. U. A. L. C., nº 30.

[31].N. U. A. L. C., nº 5; Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales 16-I-
1988, nº 11.

[32].N. U. A. L. C., nº 16 y 14; Carta cit., nº 11.

[33].C. O., nº 252; Carta cit., nº 25.

[34].Es significativo este texto del Papa Inocencio III (1198-1216): "El día de hoy todo el oficio está lleno
de alegría, todo está cargado de felicidad [...], así se ve también claramente por las propiedades de esta
flor, que ofrecemos a vuestra vista: amor en el color, agrado en el perfume y hartura en el gusto. Y es así
que más que otras flores, la rosa alegra por su color, refresca por su perfume, fortalece por el gusto"
(Migne, P. L. CCXVII, 393).

[35].P. Guéranguer: El Año Litúrgico, Aldecoa, Burgos 1956, t.II, pp. 341 ss.; J. Pascher: El Año
Litúrgico, B.A.C., Madrid 1965, pp. 94 s.

[36].Se documenta por primera vez su envío a extranjeros en el 1096 en que el Papa Beato Urbano II di
Lagery la envía a Folco de Anjou, por sus grandes méritos en la I Cruzada. Pascher, cit., p. 94.

[37].Pascher, cit., p. 94.

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