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II Taller Internacional
La hora de los desconectados Medios digitales y
Milena Recio • La Habana contexto social: desafíos
ante el cambio
Fue en 2004 cuando los cubanos vimos cabalgar por La Rampa a un rinoceronte.
Compartiendo la escena con camellos metálicos y transeúntes desordenados, el
“cuernudo” parecía huir de la fauna humana. Lo vimos todos, por televisión, cuando
los organizadores del VI Salón de Arte Digital mostraron el spot promocional del
evento.
Y he aquí que el rinoceronte no solo “estaba ahí” para quienes “rampeamos”; para
quienes hemos recibido entre los dones, este, inestimable, de nacer, vivir y
explicarnos la existencia desde esta capital que, como todas y en su escala, discursa
sobre el futuro.
Así, nuestro andarín rinoceronte es solo otro guiño para ese “lector” de la realidad que
puede representarse el mundo desde cualquier latitud ideacional, pero sabiendo que,
en cualquier esquina, corre uno el riesgo de ser corneado.
Desconectados, uníos
Las estadísticas mundiales muestran que unos dos mil millones de personas se
conectan a Internet. El resto —descontando con vergüenza y dolor a quienes mueren
por inanición o viven por debajo del mínimo humano— probablemente sabe, de alguna
forma, que otros sí están conectados. Comparten la noción de la red, conocen que es
algo poderoso y quizá mágico.
Las noticias de televisión que citan como fuente a Internet, la radio que programa
música en tracks, las personas que cargan su Ipod pegado a las orejas, los políticos
que convidan a mítines por SMS, los amigos emigrantes que curan su nostalgia por e-
mail, las miles de fotos instantáneas que el vecino le hizo a su hija que nació… Todos
son “mensajes” ubicuos, cotidianos, con los que topamos, aun desde la “desconexión”,
sin poder evadir un estilo de época marcado por los bits.
No es extraño, por eso mismo, que las definiciones sobre la brecha digital abarquen,
cada vez más, los aspectos cualitativos y no solo el perfil numérico de la desigualdad
informacional; entre otros motivos porque la “desconexión” no es un estatus —más o
menos transitorio—: es una cultura compartida por quienes recibimos y aprovechamos
solo pequeñas porciones de la gran capacidad de producción y distribución
informacional en el mundo de hoy, en la sociedad red, al decir de Manuel Castells.
Mediante una encuesta nacional, se supo que apenas el 31,4 por ciento de la población
cubana tuvo acceso a una computadora en el mismo lapso —de los 700 mil que se
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reportan en el país, para una tasa de 62 computadoras por cada mil habitantes. En la
mayoría de los casos —el 85 por ciento—, los usuarios de estos servicios de red
“entraron” desde computadoras instaladas en centros de estudio o trabajo. Los datos
relativos a 2010 —que recién terminó— deben ser semejantes.
En ese proceso, la mayoría de las personas “dominaron” el recurso del lenguaje escrito
no solo a partir de que tuvieron libros que leer o cartas que escribir —soportes/
artefactos tecnológicos que la Revolución produjo y socializó en una escala nunca
antes vista en la historia cubana—, sino también cuando esas mismas personas
comprendieron la necesidad e importancia de ese conocimiento para vivir una vida de
intercambios culturales simétricos y de expansión de su aptitud humana.
Aunque todos soñamos los “aparatos”, la alfabetización que se necesita —si bien no
podrá prescindir de ellos—, no depende solo de la dotación tecnológica; es de mayor
alcance. Pero tampoco se reduce a enseñar el uso de sistemas operativos (da igual
Windows o Linux) o de procesadores de textos o imágenes (lo mismo Office que
OpenOffice), o a buscar información en enciclopedias digitales (sin distinguir entre
Encarta o Wikipedia).
Periodistas que pretenden seguir imponiendo sus versiones de la realidad desde sus
columnas, sin permitir el diálogo, estarán a un paso del ridículo frente a la marea
indetenible de (sustanciosas) opiniones, de todos los signos, que brotan en la web 2.0.
Intranets muy útiles solo para avisar el cumpleaños de cada compañero, mes tras
mes, o para “rememorar” desteñidas efemérides, y no para soportar procesos de
trabajo y creación de nuevos valores económicos, serán siempre telarañas para cazar
moscas.
“Es como si fuera necesario un nuevo tipo de civismo” —nos dice Alfons Cornellá— El
civismo informacional. “Todos comprometidos en generar mejor información, en
facilitar su localización, en enseñar a entenderla, en ser exigentes en cuanto a su
calidad, etc. La sociedad comprometida con el conocimiento. El conocimiento como
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valor social».