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Rico
La ciudadanía de Puerto Rico fue legislada por el Congreso de
Estados Unidos en el Artículo 7 de la Ley Foraker del año 1900.
¿Cuál fue la fuente de autoridad del Congreso norteamericano
para legislar una ciudadanía de los puertorriqueños? Muchos
abogados puertorriqueños, incluyendo algunos
independentistas, afirman que esa fuente es la llamada
cláusula territorial de la constitución norteamericana. La
discusión es una de tipo legal, pero es la base para el discurso
político de unos y otros en el país. Después de todo, nuestro
problema colonial, o de definición del estatus político -como
dice aquí- es un asunto jurídico, no es cuestión médica, ni
literaria ni de plomería. Por eso están tan íntimamente ligados
el discurso jurídico y el político cuando abordamos el tema. Yo
sostengo que esa cláusula, en su aplicación a Puerto Rico, no
tiene fuerza legal hoy, ni en el Derecho Internacional ni en el
Derecho Constitucional de Estados Unidos, y muchísimo menos
en el Derecho Constitucional de Puerto Rico. Invocar esa
cláusula como fuente de autoridad en el mundo
contemporáneo es tan indecoroso como invocar una escritura
de traspaso del título de propiedad de unos esclavos, hecha en
el siglo diecinueve, para alegar tal título ahora sobre los
descendientes de esos esclavos. Todo nuestro procerato
nacional, desde Eugenio María de Hostos y José de Diego hasta
los líderes de ahora de todo el independentismo, sin excepción,
han protestado el traspaso de Puerto Rico de España a Estados
Unidos por el Tratado de París de 1898, como botín de guerra.
En la primera mitad de este siglo, fue Don Pedro Albizu Campos
el más brillante exponente del derecho inalienable del pueblo
de Puerto Rico a su soberanía e independencia. Al igual que
antes Hostos y de Diego, Albizu planteó que nuestra
nacionalidad (y por ende, la ciudadanía), la tenemos por
Derecho Natural o Derecho de Gentes, que es anterior a todo
otro sistema de Derecho Internacional. Albizu sostenía también
que el Tratado de París es contrario al Derecho Internacional en
tanto cedía la isla de Puerto Rico a Estados Unidos. Basaba su
posición en que Puerto Rico había alcanzado una autonomía
plena bajo la Carta Autonómica decretada por la corona de
España en 1897. Luego de puesto en vigor ese decreto real,
sostenía, España no tenía autoridad para transferir el dominio
sobre nuestra patria en un tratado. Esa tesis recibió el apoyo
de ilustres juristas de aquí y del exterior. Por lo tanto, para los
nacionalistas, ni la Ley Foraker, ni la Ley Jones, han creado
derecho, ya que todos los estatutos federales que se apliquen a
Puerto Rico son tan nulos como el Tratado que cedió la Isla al
control de Estados Unidos. Sin embargo, no basta con esbozar
un argumento jurídico con buen sustento doctrinal. Hay que
juntar la realidad política y social con el planteamiento legal.
Para hacer valer la tesis Nacionalista sobre la nulidad del
Tratado de París tendría que levantarse en armas el pueblo
puertorriqueño y proclamar la república. Eso fue lo que
intentaron hacer los patriotas Nacionalistas en 1950. Con su
gesto dejaron constituida la historia de voluntad de patria de
Puerto Rico. Así, pusieron en práctica, mediante la lucha
armada -como corresponde a toda teoría revolucionaria- la
tesis albizuista sobre la nulidad del Tratado de París. El
problema es que aquel esfuerzo revolucionario no triunfó, ni ha
habido ninguno otro posterior que haya triunfado. Por esa
razón, la teoría de la nulidad de la cesión y todas sus
consecuencias, se ha tornado inoperante, en la práctica. Tan
inoperante que hasta los mas abnegados militantes
Nacionalistas, quienes se niegan con razón a utilizar un
pasaporte norteamericano para viajar, se ven obligados a
utilizar el certificado de nacimiento que expide el Estado Libre
Asociado de Puerto Rico (criatura de dicha intervención
yanqui), para que le sirva de pasaporte. Y es que la teoría
Nacionalista, en toda su pureza, solo puede sustentarse si está
en estado de guerra con el poder interventor. No puede
mantenerse incólume si a su vez uno convive dentro del
régimen. Fue por esa necesidad de juntar teoría realidades
políticas y sociales, que tanto Hostos como de Diego señalaron
como único aspecto positivo de la Ley Foraker el que se
hubiera reconocido en la nacionalidad como la ciudadanía
puertorriqueña. Por esa razón, Hostos llamó al estatuto "un
arma de doble filo." De Diego planteó que dicha ley creó "un
protectorado despótico". Un protectorado es una figura del
Derecho Internacional que asume la existencia de dos naciones
diferentes: la nación protectora y la nación protegida. Fue ese
aspecto positivo de la Ley Foraker lo que llevó a José de Diego
a dar la batalla en contra de la imposición de la ciudadanía
norteamericana a los puertorriqueños. Cuando se debatía en
los círculos políticos puertorriqueños (entre 1912 y 1917) las
posibles reformas a la Ley Foraker, y específicamente la
cuestión de la ciudadanía, de Diego visualizaba el asunto como
una definición del destino de Puerto Rico. La extensión de la
ciudadanía norteamericana a los puertorriqueños, consideraba
él, equivalía a incorporar a Puerto Rico como territorio de
Estados Unidos, en camino hacia la asimilación y la estadidad
eventual. Por eso la combatió con todos los recursos que tuvo a
su alcance. Consiguió que le aprobaran por unanimidad, en la
Cámara de Delegados -único cuerpo electivo en Puerto Rico a
la sazón- su memorando al presidente y al Congreso de Estados
Unidos en que explica los fundamentos de su oposición a la
ciudadanía norteamericana. Y convenció a Muñoz Rivera de
que debían pronunciar un discurso en el Congreso de Estados
Unidos, oponiéndose a dicha disposición, lo cual hizo Muñoz.
Cuando se aprobó la Ley Jones, en 1917, incluyendo la
extensión de la ciudadanía de Estados Unidos, por
naturalización colectiva, a los puertorriqueños, José de Diego
debió pensar que colapsaba todo el discurso independentista
que había desarrollado junto a sus discípulos por más de una
década. Fue entonces que hizo el pronunciamiento público en
que recomendaba a sus amigos que no renunciaran a la
ciudadanía norteamericana que se les extendía para poder
"luchar contra el régimen dentro del régimen". Evidentemente,
él considero entonces que de renunciar a la ciudadanía
norteamericana estarían convirtiéndose en "parias en su propia
patria, sin derechos ciudadanos". Al poco tiempo, José de Diego
murió. Aquel juicio pudo haber tenido base de realidad en aquel
momento. No la tiene hoy. Veamos. Hoy nosotros sostenemos
que la ciudadanía de Puerto Rico reconocida a los
puertorriqueños por la Ley Foraker de 1900 es una de carácter
nacional y es la que corresponde a los puertorriqueños tanto
bajo el Derecho de Gentes o Natural, como bajo el Derecho
Internacional positivo, que incluye -en lo que a Estados Unidos
respecta- el Tratado de París de 1898, la Declaración Universal
de los Derechos Humanos de 1948 y la Convención
Interamericana de Derechos de los Ciudadanos de este
hemisferio. El Derecho Internacional, y en particular lo que se
disponga en los tratados de los que Estados Unidos sea parte,
constituyen junto a la constitución y a las leyes federales, lo
que el Tribunal Supremo norteamericano ha caracterizado
como "la ley suprema de la tierra". Por tal razón, cuando el
Congreso aprobó la Ley Foraker, lo hizo en cumplimiento de un
mandato que le asignaba el Tratado de París, en su Artículo IX,
que disponía: "Los derechos civiles y la condición política de los
habitantes naturales de tos territorios aquí cedidos a los
Estados Unidos se determinarán por el Congreso". El lenguaje
utilizado en el Artículo 7 de la Ley Foraker se enlaza con la
mayor claridad a ese mandato del Tratado de París.