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Cristo

La buena Noticia del Evangelio

Aprendiendo a Ver las Cosas Desde la


Perspectiva de Dios
Saúl Roldán

Introducción
En una encuesta hecha por la “Organización de
Cristianos Unidos para la reforma” encontró que la gran
mayoría de las personas que entrevistaron definieron el
evangelio primariamente como una experiencia o un
mensaje que promueve la conducta moral. Muy pocos lo
identificaron con la gracia de Dios y el sacrificio de Cristo.
Tristemente muchos desconocen esta hermosa verdad que
los ha de afectar por la eternidad. Existe gran confusión en
lo que es el evangelio; y, donde hay tantas voces que
afirman tener el verdadero, cada uno necesita juzgar e
investigar cuidadosamente lo que cree. Mi opinión de nada
sirve si la Biblia no la respalda. Por esta razón te invito a
que me acompañes en la investigación de esta verdad,
pidiéndole a Dios que te permita ver, con ojos iluminados
por el Espíritu Santo, la gloria presente en el misterio que
reveló en el evangelio.
No permitas que la simpleza del mensaje Cristiano te
impida ver la profundidad que existe en su confesión. La
vida, muerte y resurrección de Cristo ha transformado toda
la historia humana (Efesios 1:9). La verdad que comunica
no la comprenderás sin la explicación que Dios mismo dio
de estos eventos, cómo te afectaron y qué importancia
tienen para tu futuro. Los escritos de los apóstoles tienen
como propósito explicar este misterio (Efesios 3:3,4) y
demostrar cómo el mensaje de la humillación Dios al
hacerse hombre y morir en la cruz (1 Timoteo 3:14-16)
afectó todo orden social: el matrimonio, la familia, amos y
siervos; aún la manera de ver las autoridades seculares.
El evangelio revolucionó el mundo de aquel entonces y
no ha perdido su eficacia hoy, como lo muestran las vidas
que ha impactado. Si el mundo pudiera ver el don de Dios
en el evangelio, correría a beber de su pozo de Gracia,
pero sus ojos están ciegos y perecen por la dureza de sus
corazones.
Por limitaciones del espacio me es imposible
profundizar como debiera; con todo, si logro motivarte a
investigar más la evidencia que presento, me doy por
satisfecho. A los que deseen escudriñar, les exhorto a que
obtengan mi libro “Los Muchos en Uno” donde desarrollo
con más detalles la importancia del evangelio para
entender toda la revelación bíblica.

La Necesidad del
Evangelio
La Biblia revela que el evangelio otorga a Dios los
argumentos que necesita para declarar inocente al impío
en el juicio final. En otras palabras, aparte del evangelio
Dios no tendría el derecho legítimo y moral para salvar a
nadie. Pronto entenderás lo que quiero decir con esto.
Necesitas el evangelio porque no tienes la capacidad
de hacer lo que Dios demanda de ti. Te exige que vivas
una vida de perfección, y que sufras las consecuencias de
haberte rebelado contra él. Quizás piensas, de manera
ingenua, que lo único que él requiere para que estés bien
es que vivas una vida recta, evitando hacer cosas malas.
¡Suena tan simple! Pero en realidad no lo es. Es muy
probable que para tranquilizar tu conciencia y sentirte
seguro, te has convencido que Dios se conformará con lo
que puedas darle. Es como decir que una persona a la que
le debes un millón de dólares se conformará con que le
pagues diez dólares. No solucionará tu problema el pensar
de esta manera; le debes y tienes que pagarle.
Tu problema es el mismo que tuvo Israel con faraón.
Moisés y Aarón se presentaron ante faraón tras haber
comunicado al pueblo los planes de Dios, y le dijeron: “Así
dice el Señor, Dios de Israel: Deja ir a mi pueblo para que
celebre en el desierto una fiesta en mi honor.”
¿Y quién es el Señor—respondió faraón con aire de
impertinencia—para que yo le obedezca y deje ir a Israel?
¡Ni conozco al Señor, ni voy a dejar que Israel se vaya!
Me imagino que pensó dentro de sí: ¿Quiénes son estos
gusanos para exigirme a mí que deje en libertad a mis
esclavos? Moisés no se da por vencido, y con la valentía de
saber que el Cielo lo respalda, le responde: “El Dios de los
hebreos nos ha salido al encuentro. Así que debemos hacer
un viaje de tres días, hasta el desierto, para ofrecer
sacrificios al Señor nuestro Dios”.
El rey de Egipto ya está molesto, y le dice a Moisés y
Aarón: “¿por qué distraen al pueblo de sus quehaceres?
¡Vuelvan a sus obligaciones! Dense cuenta de que es
mucha la gente de este país, y ustedes no la dejan
trabajar”.
Ese mismo día el faraón ordenó a los capataces y a los
jefes de cuadrilla: «Ya no le den paja a la gente para hacer
ladrillos. ¡Que vayan ellos mismos a recogerla! Pero sigan
exigiendo la misma cantidad de ladrillos que han estado
produciendo. ¡No les reduzcan la cuota! Son unos
holgazanes, y por eso me ruegan: “Déjanos ir a ofrecerle
sacrificios a nuestro Dios.”
¿Vez cuán grande era el problema que estos hombres
ahora tenían? Perdieron la ayuda que les daban. Antes les
traían la paja para que pudieran cumplir la cuota de
ladrillos de cada día. Ahora, sin asistencia, tendrían que
completarla de igual manera. ¿Cómo podrían recoger la
paja y hacer los ladrillos al mismo tiempo? Si antes les fue
difícil cumplir con la cantidad de ladrillos que se les exigía,
¿cómo lo harían sin la ayuda? Te imaginas la
desesperación de esos hombres. Los capataces y los jefes
de cuadrilla salieron de allí y fueron a decirle al pueblo:
“Así dice el faraón: “Ya no voy a darles paja. Vayan
ustedes mismos a recogerla donde la encuentren. Pero eso
sí, ¡en nada se les rebajará la tarea!”
De hecho esto fue lo que sucedió cuando el hombre
pecó, perdió la perfección que Dios le había dado y la que
tanto necesitaba para cumplir con lo que le exigía. A pesar
de que ya no la tiene él continua exigiéndole que cumpla,
que sea sin pecado y viva en perfecta obediencia a su ley,
sin desviarse a un lado o a otro. Como está escrito:
“dichoso el que hace justicia en todo tiempo” o “maldito el
que no permanezca en todo cuanto la ley dice”. ¿Qué hace
el hombre ante su situación? Lo mismo que Israel. El
pueblo se dispersó desesperado por todo Egipto para
recoger rastrojos y usarlos en lugar de paja. Toman lo que
encuentran, el día avanza y no han cumplido la cuota. ¿Te
imaginas lo que sucedió cuando los inspectores
examinaron la composición de aquellos ladrillos y vieron
que eran de baja calidad? Pero, ¿qué podían hacer?,
necesitaban cumplir con la tarea diaria.
Esta es la actitud que toma el ser humano: se esfuerza
más porque sabe que tiene que cumplir y, sus obras, como
los ladrillos, están formadas de rastrojos y hojarascas.
Todo cuanto produce es de baja calidad, insuficiente para
satisfacer la norma.
Israel se esforzó, trabajó duro; con todo, no pudo
cumplir con lo que se le exigía. Los capataces no dejaban
de apurarlos y decirles: «Cumplan con su tarea diaria,
como cuando se les daba paja.» Además, esos mismos
capataces de faraón golpeaban a los jefes de cuadrilla
israelitas que ellos mismos habían nombrado, y les
preguntaban: «¿Por qué ni ayer ni hoy cumplieron con su
cuota de ladrillos, como antes lo hacían?»
Los líderes israelitas fueron, entonces, a quejarse ante
faraón. Le dijeron: “¿Por qué Su Majestad trata así a sus
siervos? ¡Ya ni paja recibimos! A pesar de eso, ¡se nos
exige hacer ladrillos y, como si fuera poco, se nos golpea!
¡La gente de Su Majestad no está actuando bien!”
Los capataces de faraón ilustran lo que hace la ley con
el pecador. Ésta le exige que cumpla la tarea: que
obedezca a la perfección lo que Dios manda. No les puede
dar vida porque no puede dejar de exigirles perfección.
Como Pablo muy bien afirma: “la ley es santa, justa y
buena”; no obstante el pecado, valiéndose de ella, produce
nuestra muerte, mostrando así la naturaleza horrible del
pecado (Romanos 7:7-15). No importa cuánto te quejes y
ruegues a Dios que no exija tanto, no por eso dejará de
hacerlo. No puede cambiar porque hacerlo equivale a
colocarse en el mismo terreno donde tú estás, y llegaría a
convertirse en promotor del pecado y la imperfección; cosa
que no puede hacer. Lo único que puede decirte es lo que
faraón respondió a Israel: “¡Haraganes (pecadores),
haraganes! Ahora, ¡vayan a trabajar! No les daremos paja,
pero tienen que entregar su cuota de ladrillos”.
Los jefes de cuadrilla israelitas se dieron cuenta que
estaban en un aprieto cuando les dijeron que no le
rebajarían la cuota diaria de ladrillos.
Tarde o temprano tú también te darás cuenta que
estás en un grave aprieto frente a la justicia y perfección
divina. Haces lo posible por obedecer a Dios —todos los
creyentes del pasado, los grandes campeones de la fe que
Hebreos 11 menciona, hicieron lo mismo —sin embargo,
déjame preguntarte: ¿necesitaron ellos del perdón de
Dios?, ¿necesitaron que Cristo tomara su lugar
obedeciendo la ley divina y sufriera el castigo? ¿Están ellos
entre los que Pablo declara que no hay justo ni aun uno?
¿Los incluyó Jesús cuando explicó que había venido a
buscar enfermos y no a sanos; pecadores y no a justos?
¿Continuaron ellos orando durante su vida: perdona
nuestras deudas?
Es obvio que cada uno de ellos, al igual que tú,
necesitaron de Cristo, y los incluyó entre los injustos, entre
los enfermos y pecadores que vino a redimir. Porque esto
es así, se concluye que ninguno de ellos, a pesar de su
deseo y esfuerzo por obedecer, alcanzó la norma de
perfección que Dios exige. En otras palabras, no
cumplieron con la cuota, sólo obedecieron parcialmente,
que equivale a decir que lo hicieron de manera imperfecta,
o más desesperante aún, la ley al juzgarlos condenó como
pecado lo bueno que hicieron.
El creyente que comprende la perfección del carácter
de Dios reconoce su problema; le sucede como al hombre
que decide correr en un maratón. Durante el año se
prepara mental y físicamente. Entrena con rigor y celo, se
abstiene de muchas cosas para estar listo para ese día. Lo
hace para apoyar una noble causa.
Por fin llega el día, la carrera es larga y difícil, está tan
cansado que a penas puede mover los pies, pero él se
esfuerza. Con una voluntad sobrehumana corre hasta ver la
meta; pero, a solo 3 pies de llegar a ella, cae rendido del
cansancio, su cuerpo no responde más. Da tristeza ver que
estuvo tan cerca de alcanzar la meta, pero se quedó corto.
¿Podemos decir que logró terminar la carrera? A pesar de
su esmero, los preparativos que hizo y la buena disposición
que tuvo, no pudo correr la distancia estipulada. Él fracasó.
Así es el esfuerzo de todo creyente que vive procurando la
gloria de Dios, aunque se afana y tiene el más noble de los
propósitos por obedecerle, siempre se ve corto de alcanzar
la norma. Ante los ojos de los hombres es una persona
noble, y hasta la llaman justa en comparación con su
generación; sin embargo, no es la opinión de los hombres
la que cuenta, ni cómo compara con ellos, sino la de Dios y
cómo armoniza con su carácter. Sabe que está condenado
en el juicio final y morirá para siempre. Por esta razón
cuando escucha el mensaje del evangelio lo recibe como la
mejor de las noticias, ya que él le otorga todo cuanto
necesita para hacerle frente al juicio y recibir el veredicto
de vida.

Preguntas para Estudio

1. Lee Romanos 3:10-20 y explica por qué el hombre necesita del


evangelio.
2. ¿Qué perdió el hombre en el momento en que pecó? Leer Génesis
3:6-8. ¿Cómo la historia de Moisés ante faraón ilustra lo que el hombre
perdió?
3. ¿Puede el hombre cumplir con la norma que Dios exige? ¿Cómo
Éxodo 5 lo ilustra?
4. ¿Continúa Dios exigiendo del hombre perfección a pesar de que no
puede darla? ¿Por qué? Estudia Romanos 2:13, 3:20; Santiago 2:8-12.
5. ¿Llevó Dios a Elías al cielo porque fue un hombre bueno, porque no
pecó? Lee Santiago 5:17 y discute qué significa que fue semejante en
pasiones a las nuestras.
6. ¿Podrá alguien decir que su corazón está limpio de pecado?
Proverbios 20:9; Job 15:14-16.
¿Qué es el
Evangelio?
Un mendigo detuvo a un abogado en la calle en una
gran ciudad sureña y le pidió veinticinco centavos. Mirando
fijamente a la cara sucia y sin afeitar del hombre, el
abogado preguntó,
—“¿No te he visto en algún lugar?”
—“Sí, me has visto,” fue la respuesta. “Soy tu antiguo
compañero de clases. ¿Recuerda el primer piso del viejo
Salón Principal?”
—“¡De hecho Sam, por supuesto que te conozco!” Sin
preguntar más el abogado escribió un cheque por $10,000
dólares. “Aquí tienes, toma esto y emprende un nuevo
comienzo. No me importa lo que haya sucedido en el
pasado, el futuro es lo que cuenta.”
Una vez lo recibe sale apresurado. Lágrimas
descienden de los ojos del hombre mientras camina a un
banco cercano. Se detiene en la puerta, mira a través del
cristal a los cajeros bien vestidos y el interior del banco
inmaculadamente limpio. Entonces, contempla sus harapos
mugrientos.
—¡”Ellos no aceptarán este cheque de mí!, Jurarán que lo
falsifiqué,” susurraba mientras se volvía y se alejaba del
lugar.
Al día siguiente los dos hombres se encuentran de
nuevo.
—“Sam, ¿qué hiciste con mi cheque? ¿Lo jugaste? ¿Te lo
bebiste?”
—“No,” respondió el mendigo, mientras lo sacaba del
bolsillo sucio de su camisa y le decía la razón por la cual no
lo había cambiado.
—“Escucha, amigo,” dijo el abogado, “Lo que hace que el
cheque sea bueno y lo acepten no son TUS ropas ni TU
apariencia, sino MI firma. ¡Ve, cámbialo!” Así es el
evangelio. Lo que cuenta delante de Dios es la persona de
Cristo.

El Evangelio Son Buenas Noticias

Dios creó al hombre a su imagen, y lo bendijo con


estas palabras: “Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la
tierra y sométanla; reinen sobre los peces del mar y a las
aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el
suelo” (Génesis 1:27-28). Lo vistió con las hermosas
vestiduras de la perfección, todo un rey, coronado de gloria
y honra; le hizo señorear sobre las obras de sus manos,
todo lo colocó bajo sus pies (Salmo 8). A Adán se lo hizo
rey para que viviera en obediencia de aquél que es Rey de
reyes, y Señor de señores.
Pero la dicha del hombre ni su reino duran mucho. Por
su desobediencia pierde el derecho a gobernar, Jehová lo
expulsa del Paraíso y lo sentencia a morir. Coloca un ángel
a la puerta del Edén para impedir que coma del árbol de la
vida. A partir de ese momento ya no puede volver a su
presencia y, como resultado, pierde la fuente de su
inmortalidad e inicia su vida como pordiosero, vestido con
sus sucios harapos. Con todo, en medio de la maldición y la
miseria a la que le sentencia, le promete que nacería de la
mujer un Salvador que aplastaría la cabeza a la serpiente
(Génesis 3:15); ganaría el perdón y lograría retornarlo al
Paraíso. El Edén tenía que conquistarse mediante una
batalla con la serpiente. Apocalipsis registra este
enfrentamiento junto con la bendición que seguirá a los que
salgan victoriosos (Apocalipsis 12:1-10), y promete que los
vencedores comerán del árbol de la vida (Apocalipsis 2:7).
El evangelio proclama buenas noticias: Dios te dio la
victoria en Jesucristo, el Hijo de Eva, la Simiente de la
promesa. Comunica lo que se propuso hacer para resolver
tu problema; cómo lograr justificarte a ti, un impío, para
que puedas regresar al Edén. Qué hacer para que tengan
un nuevo comienzo los pordioseros vestidos con sucios
harapos.
Mientras que el Antiguo Testamento expone el fracaso
humano, el Nuevo proclama su victoria; el Hijo de la mujer
mantuvo su fidelidad a pesar de los ataques de la serpiente
diabólica y, en recompensa, Dios le otorga a la humanidad el
derecho de estar nuevamente en su presencia. El evangelio
le anuncia que el Altísimo puede aceptarla, a pesar de su
pecado, a causa de que Cristo logró vivir la vida obediente
que Adán fracasó en vivir. Lo que no podía hacer porque era
esclava del diablo, Cristo lo hizo en su lugar. Como en la
historia que presentamos al principio, él ha provisto el
cheque y lo ha firmado con su sangre para que los hombres
tengan un nuevo comienzo.
En la antigüedad, la palabra “evangelio” la usaban para
anunciar noticias de victoria en tiempos de guerra. Con el
tiempo comenzó a emplearse para toda buena noticia: como
la elección de alguien a algún puesto político, el nacimiento
de algún personaje importante y hasta para anunciar bodas.
El “evangelio” tiene un mensaje específico, y es el contenido
de ese mensaje lo que la Biblia reconoce como “buenas
noticias”. Por lo tanto, lo primero que debes hacer es
determinar cuál es ese mensaje y por qué es tan importante
para el mundo.
Cuando Adán pecó Dios le anunció que su propio Hijo
descendería del cielo para derrotar a la serpiente. Al venir
al mundo en cumplimiento de esa promesa, fueron los
ángeles los primeros en comunicar la noticia.

Esa misma noche, unos pastores estaban cuidando sus ovejas


cerca de Belén. De pronto, un ángel de Dios se les apareció, y
la gloria de Dios brilló alrededor de ellos. Los pastores se
asustaron mucho, pero el ángel les dijo: “No tengan miedo. Les
traigo una ‘‘‘‘“ (la palabra griega es “evangelio”) que los dejará
muy contentos: ¡Su Salvador acaba de nacer en Belén! ¡Es el
Mesías, el Señor! Lo reconocerán porque está durmiendo en un
pesebre, envuelto en pañales” (Lucas 2:8-12 versión: Biblia en
lenguaje Sencillo).

¿Qué comunicaron? ¿De qué hablaron? ¡Ellos hablaron


de Cristo!, ellos proclamaron el evangelio.
Marcos en su libro llama evangelio a la narración de la
historia de Jesús:

Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está


escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envío mi mensajero
delante de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti
(Marcos 1:1,2).

Si sustituyes la palabra “evangelio” por el término


“historia” te darás cuenta que el texto no pierde el sentido,
antes lo aclara. La historia de alguien es el registro de las
cosas que hizo. Podríamos parafrasear las palabras de
Marcos de la siguiente manera: “Así comienza la historia
de Jesucristo…”. De aquí en adelante el escritor sagrado
continúa presentando lo que Jesús de Nazaret hizo, el
tiempo en que vivió, sus experiencias, su horrenda muerte
y su gloriosa resurrección.
Cuando hablas de dónde naciste, quiénes fueron tus
padres, del lugar donde te criaste, en qué trabajaste y las
cosas que pasaron en tu vida, estás hablando de tu
historia. La diferencia entre la historia de Cristo y la tuya
es que la de él salva y crea fe al que la escucha, mientras
que la tuya no. Al explicar el evangelio exponemos lo que
ocurrió con Jesús, al igual que lo que su vida significa para
el mundo. El evangelio no es una simple biografía, es ante
todo la revelación de lo que esa historia representa para la
salvación de los hombres. En 1 Corintios 15:1-5 Pablo
escribió:

Ahora, hermanos, quiero recordarles el evangelio que les


prediqué, el mismo que recibieron y en el cual se mantienen
firmes. Mediante este evangelio son salvos, si se aferran a la
palabra que les prediqué. De otro modo, habrán creído en vano.
Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí:
que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que
fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y
que se apareció a Pedro, y luego a los doce.

Como puedes darte cuenta, lo que te salva no son las


cosas buenas que hagas: el ayudar al necesitado, el venir a
la iglesia, el ofrendar, el ser un buen ciudadano, el no
adulterar y vivir una vida noble, el no robar o mentir.
Podrás tener la más hermosas de las experiencias en el
momento de la adoración, sentir un fuego que te devora
por dentro y hasta subir en éxtasis al mismo cielo; sin
embargo, si no retienes el mensaje que te predicaron: que
Cristo murió y resucitó de acuerdo al testimonio bíblico,
por útiles que estas cosas sean en su perspectiva correcta,
de nada te sirven.

El Origen del Evangelio

Pablo define de nuevo el evangelio en la introducción de su


libro a los Romanos al escribir:
Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para
el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus
profetas en las Santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro
Señor Jesucristo, que fue del linaje de David según la carne,
que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por la resurrección de entre los muertos. Porque
testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio
de su Hijo… (Romanos1:1-4,9).

Lo llama el “evangelio de Dios” porque proviene del


Altísimo. El maravilloso plan que el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo se habían propuesto llevar a cabo para
salvarte a ti y a mí. El incomprensible misterio de la gracia,
que estuvo en su corazón desde las edades eternas; el
mismo que luego reveló a nuestros primeros padres en el
instante de la caída, y del cual hoy damos testimonio y nos
gozamos en su cumplimiento desde que llegó el fin de los
tiempos.
Es el evangelio de Dios, a él pertenece, producto de su
gracia y no de los grandes logros humanos. Nos recuerda
que lo que recibimos no lo hemos ganado, realizado o
merecido. Es un don que viene de lo alto, santificado por el
Cielo, sin contaminación alguna, para el bien de sus
rebeldes criaturas.

El Contenido del Evangelio

Un artículo publicado por la “Iglesia del Gran Dios”


ilustra la pobre comprensión que se tiene de lo que es el
evangelio, su autor sostiene que:

“el falso evangelio que hoy día más penetra es también el más
engañoso: el evangelio acerca de Cristo. Las iglesias que
predican este evangelio hablan del mensajero en lugar del
mensaje que trajo. Ciertamente, debemos estudiar la vida de
Cristo, por ser el ejemplo de cómo debemos vivir como
cristianos (1 Pedro 2:21; 1 Juan 2:6). Sin embargo, cuando
predicó el evangelio, él no exaltó sus propias virtudes sino que
reveló el camino al reino de Dios”
¡La realidad es que yo no sé cuál Biblia está leyendo la
persona que escribe! Jesús en todo momento llamó la
atención de los hombres hacia sí mismo, cosa que si tú y yo
hiciéramos sería una blasfemia. Decía: “yo soy el camino la
verdad y la vida, nadie viene al Padre si no es por mí”, “yo
soy la vid”, “yo soy el buen pastor”, “yo soy el pan de vida”
y muchas otras expresiones como éstas. Además, también
afirmó haber hecho siempre lo que al Padre agradaba, que
nadie podía condenarle de haber pecado y que el diablo no
podía encontrar nada en él. Si esto no es llamar la atención
sobre las virtudes de su persona, entonces ¿qué es?
Lo distintivo del Cristianismo es la persona de Cristo, a
diferencia de otras religiones que dependen de las
enseñanzas de sus fundadores, el Cristianismo depende de
quién es Jesús y qué hizo. No fue lo que enseñó lo que
cambió el curso de la historia, aunque fue muy importante,
sino lo que hizo al dar su vida en rescate por el mundo.
“Los cristianos no proclaman simplemente un mensaje o
una forma humana de vida de la cual Jesús es el modelo.
Los cristianos proclaman a una Persona que se identifica
con el exclusivo acto salvador de Dios” (S. Mark Heim)
Volviendo a la ilustración del mendigo y su amigo el
abogado, ¿cuál fue la buena noticia para el mendigo? ¿El
cheque o el abogado? Alguno puede decir el cheque,
porque lo sacó de su pobre condición. La realidad es que la
buena noticia fue la persona del abogado; ya que lo que
tenía y lo que él era, hizo que el cheque tuviera valor. Su
firma estaba garantizando que aquel papel tuviera el valor
que le atribuyó. En la ilustración el amigo abogado fue el
evangelio para el pordiosero. De encontrar a alguien por la
calle le diría: tengo un amigo que me sacó de mi miseria,
lo conocí desde chico, creció en Los Ángeles, California, y
se graduó de abogado. ¡Tengo un amigo rico y abogado!
¡No es esto estupendo! Luego diría lo que su amigo hizo:
¡Me ha dado un cheque de $10,000! Sin las riquezas y los
logros de la persona de su amigo el abogado, aquel cheque
no tendría valor alguno. De igual manera el contenido del
evangelio es Cristo, nuestro amigo rico.
No todo lo que la Escritura dice de Dios es evangelio.
Cuando Pablo insiste que el evangelio es acerca del Hijo,
está excluyendo al Padre y al Espíritu como su contenido.
Esto es así por lo que ya estudiamos. El evangelio narra la
historia de un evento que tuvo lugar en nuestro mundo, de
cómo Dios se hizo hombre, se humilló tomando forma de
siervo, y en esta condición ofreció una vida obediente;
muere en la cruz, resucita al tercer día, y al regresar al cielo
recibe la adoración de todos los ángeles. Esta confesión sólo
afirma lo que le ocurrió al Hijo, no al Padre ni al Espíritu
Santo.
El foco de atención tampoco lo es el creyente. En el
momento de la predicación la noticia no es acerca de quién
envía el evangelio, quién lo recibe o a quién beneficia, es
exclusivamente de la Persona que realizó el trabajo. Sin
lugar a dudas la obra de Cristo reveló al Padre y afectó al
hombre, pero estas cosas son resultado del evangelio, no
el evangelio mismo. Ilustremos lo que estamos diciendo.
Supongamos que el mendigo de nuestra historia escribe un
libro. Podría llamarlo “La historia del abogado que hizo rico
a un mendigo” o “La historia del mendigo que un abogado
lo hizo rico”
A simple vista aparenta no haber diferencia alguna.
Pero si la hay. En el primer título: “La historia del abogado
que hizo rico a un mendigo”, lo que narra tiene como
centro al abogado, habla de su vida y de sus logros y cómo
llegó a ser lo que fue. Mientras que en el segundo título:
“La historia del mendigo que un abogado hizo rico” el
centro de interés no es el abogado, sino los cambios en el
mendigo. En el primer titular el mendigo pasa a un
segundo lugar de importancia porque lo que desea
acentuar no son los logros del mendigo sino los logros de
su benefactor. Así lo es con el evangelio, aunque beneficia
al hombre, Dios lo envía y el Espíritu nos convence de su
importancia, a pesar de ello, su contenido es
exclusivamente Cristo.
Otra vez, el evangelio no es acerca del Padre, aunque
el Padre lo envía; no es la proclamación de lo que el Padre
hace, sino de lo que es e hizo su Hijo. En el evangelio
conocemos al Padre y al Espíritu sólo conociendo al Hijo.
Cristo es tan importante para la revelación de Dios y la
salvación del hombre que tanto el Padre, el Espíritu como
el creyente han de hablar acerca de él. Observa esto en los
siguientes pasajes:

También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí.


Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto (Juan
5:37).

Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del


Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará
testimonio acerca de mí (Juan 15:26).

Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado


conmigo desde el principio (Juan 15:27).

En estos versos Jesús dice: “el Padre...da testimonio de


mí”; “el Consolador...dará testimonio acerca de mí”; y
“vosotros daréis testimonio de mí”. Lo que muestra que el
centro y contenido del testimonio del Padre, del Espíritu y
del creyente es Jesucristo. Si predicas y enseñas que eres
salvo por lo que el Espíritu realiza en tu vida, de cómo te
transforma, no estarás predicando el evangelio. Dios te
envió a predicar a Cristo no del Espíritu y sus dones.
Buscar los dones como confirmación de que tu fe es
verdadera no logrará la seguridad del perdón y
tranquilidad de conciencia que tanto procuras. Te das
cuenta que tus obras son imperfectas y a menudo
pecaminosas. Por lo que al poner tus ojos en tu experiencia
concluyes que Cristo no está contigo o que no eres un
verdadero creyente. Hay mejores noticias para ti, y éstas
son: Dios te ha colocado en Cristo y su vida de perfecta
obediencia te presenta justo ante él y te otorga, ahora
mismo, la vida eterna. Necesitas entender que quien tiene
a Cristo por Salvador es un hijo de Dios, esta verdad
asegura el evangelio; y en él tiene todo cuanto le
demandan. Si en verdad tienes el Espíritu Santo nunca te
mirarás a ti mismo y si lo hicieras, no te sentirías
satisfecho. El Espíritu inquietaría tu alma y te convencería
que lo que necesitas para confrontar el juicio no lo tienes
en ti, y te conduciría a poner tu confianza en lo que Cristo
logró al vivir una vida santa y morir en tu lugar (Filipenses
3:3,4).
De la obra que el Espíritu haría Jesús explicó: “El me
glorificará; porque tomará de lo mío, y se lo hará saber”
(Juan 16:14). Definió la misión del Espíritu como testificar,
y testificar significa hablar de otro, ser testigo ocular de lo
que vio y oyó. Dar testimonio de tu persona o de Jesús
morando en tu corazón no es predicar el evangelio.
Muchos cristianos utilizan este tipo de predicación para
sustituir la predicación de Cristo. Ingenuamente han
pensado que las personas al escuchar el testimonio de sus
vidas podrán llegar a conocer al Señor. Esto es un error. La
Biblia enseña que la fe viene por oír la palabra del
evangelio, por escuchar la historia del Salvador victorioso y
la bendición que su obra nos consiguió (Romanos 10:15-
17).
El pastor Charles Spurgeon decía en uno de sus
sermones:

“Si me preguntan: ¿qué es predicar el evangelio? Contesto que


predicar el evangelio es exaltar a Jesucristo. Tal vez ésta sea la
mejor respuesta que puedo ofrecer. Me entristece comprobar a
menudo qué poco se entiende el evangelio aún entre algunos
de los mejores cristianos...Le dicen a un pobre pecador
convencido: ‘Tienes que ir a casa y orar, y leer las Escrituras;
debes asistir al culto’; etcétera. Obras, obras, obras-en vez de:
‘Por gracia sois salvos por medio de la fe’, yo le diría: ‘Cristo
debe salvarte, cree en el nombre del Señor Jesucristo’. Yo no le
diría a nadie, en esas circunstancias, que ore o que lea las
Escrituras o que asista al templo; le presentaría la fe, la fe
simple en el evangelio de Dios. No es que menosprecie la
oración, eso debe de venir después de la fe. No que diga ni una
palabra en contra de buscar en las Escrituras, esa es una señal
infalible de ser hijo de Dios. Pero ninguna de esas cosas es el
camino de la salvación. ‘El que cree’, quien tiene una fe
desnuda en el ‘Hombre Cristo Jesús’, en su divinidad, en su
humanidad, se lo libra del pecado. Predicar que la fe sola salva,
es predicar la verdad de Dios.”

Dios Revela su Justicia en el Evangelio

Pablo hace un resumen del contenido de su


predicación en Romanos 1:16-17: “Porque no me
avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la
salvación de todo el que cree; del judío primeramente y
también del griego. Porque en el evangelio la justicia de
Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: mas el
justo por la fe vivirá”. ¿Cómo Dios reveló su justicia en el
evangelio? Los primeros capítulos de Romanos establecen
que tanto judíos como gentiles, esto es, todos los hombres,
se encuentran bajo el juicio de Dios. Su ira está sobre ellos
por cuanto no han obedecido los mandamientos. Se han
olvidado de él levantando ídolos de su propia imaginación
y le han negado la gloria que merece.
Todos se encuentran bajo pecado, sus corazones están
totalmente corruptos y en ellos no hay fuerza para
someterse a la ley divina. Ella les demanda justicia,
obediencia, pero los encuentra impotentes. Su obediencia
es imperfecta porque en ellos no hay lo que se necesita
para rendir la perfección que se demanda. Moisés
aseguraba que quienes cumplieran con todas las cosas
escritas en la ley tendrían justicia (Deuteronomio 6:25), y
en el juicio final el eterno Juez los declararía justos. Pero
nadie ha podido pasar por el escrutinio de la ley sin que
ésta no lo condene. Ella penetra lo más profundo de sus
corazones y discierne sus pensamientos y sus intenciones.
Nada queda oculto ante su presencia, por lo que por la
obediencia a la ley ningún hombre ha alcanzado su
justificación (Romanos 3:20).
Dios revela su justicia en este contexto sombrío y sin
esperanza alguna de vida, proclamando que ella provee
todo cuanto necesitamos para escapar del horrible destino
que está frente a nosotros. La gracia de Dios ha provisto la
obediencia que ningún hombre ha podido ni jamás podrá
dar. Recuerdas que Pablo expuso que el evangelio era
acerca de Cristo, por lo tanto fue en él que se reveló esta
nueva justicia. La cual abarca todo lo que hizo: sus 33 años
de obediencia intachable, e hicieron de él el perfecto
hombre que nos representa y la perfecta ofrenda que nos
redime.
Todo esto lo explica Romanos en los capítulos 3-5. La
justicia u obediencia por la cual Dios te tiene por justo se
halla en la persona de su Hijo, y nada tiene que ver con la
que se desarrolla en ti. Es una justicia que eternamente
había determinado que él tuviera y que vino a la existencia
dos mil años atrás, y de la cual te apropias en el momento
en que crees. Por esta razón se le llama la “justicia de la
fe”. Por cuanto es una perfección que, para saber que
existe, no puedes buscarla en tu carne, antes con los ojos
de la fe debes remontarte al cielo y contemplarla a la
diestra eterna de Dios. Tuya porque la fe la confiesa así,
pero extraña a tu carne y a tu experiencia.
El cheque en la historia del mendigo y el abogado
que te he estado presentando, es una figura de la justicia
de Cristo, es decir, de su vida obediente. El abogado
extiende un cheque que representa su fortuna, la misma
que respalda el valor del cheque que acreditarán a la
cuenta del mendigo. El abogado le dice: “ve y cámbialo”,
es decir, reclama lo que es tuyo. De igual manera cuando
el pecador viene con las manos vacías, con los harapos
manchados de su justicia —de su pobre obediencia—, el
Señor le extiende el cheque que representa el mérito de su
propia perfección y le dice: “ve y reclama con ella tu
derecho a la herencia”. El evangelio explica que nuestro
Abogado se esforzó, trabajó incansablemente y almacenó
suficiente fortuna para enriquecer a todos los que están en
necesidad. “Es rico para con todos los que le invocan”
(Romanos 10:12). No te encontró en el campo de los
obreros, sino en la plaza mendigando. No te halló entre los
robustos atletas, sino entre los débiles e incapacitados. La
gracia te bendijo con toda suerte de bendición que
encontró en Otro, una rectitud extraña y ajena a ti, la que
Cristo adquirió con su esfuerzo y sacrificio.

El Tiempo del Evangelio

Otra manera de identificar el evangelio es preguntando


cuándo ocurrieron los hechos que proclama. Si lo que
escuchas comunica algo que le sucedió a Cristo, y que
ocurrió dos mil años atrás, entonces se está exponiendo el
evangelio. Tanto Mateo como Lucas lo ubican en un
momento particular en la historia. Nos dan un patrón, o
establecen un modelo de cómo debemos presentarlo.
Siempre debemos dejar claramente establecido que lo que
proclamamos pertenece a un momento especifico del
tiempo: al pasado. Ellos dijeron:

“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey


Herodes…” (Mateo 1:2).

“ Muchos son los que han intentado poner por escrito, de forma
ordenada, la historia de los hechos absolutamente ciertos que
han acontecido entre nosotros, acerca de los cuales recibimos
la directa información de quienes desde el principio fueron
testigos presenciales. Sin embargo, también a mí me pareció
importante investigarlo todo a fondo, a partir de su propio
origen y hasta el final, y enviarte a ti, ilustre Teófilo, un relato
ordenado, para que puedas comprobar la veracidad de las
cosas en las que previamente fuiste instruido. La historia
comienza con un sacerdote judío llamado Zacarías, que vivió
cuando Herodes era rey de Judea” (Lucas 1:1-5 versión
Castilian).

Lucas llama a su escrito la exposición “de forma


ordenada, de la historia de los hechos absolutamente
ciertos que han acontecido entre nosotros”. Señala que
estos hechos ocurrieron en los días del rey Herodes. Vez
cuán claramente enseña que lo que proclama el evangelio
cristiano no se encuentra en el presente sino en el pasado.
Es nuestra responsabilidad el exponer estos eventos y
mostrar cómo nos reconciliaron con el Cielo y afectaron
nuestro futuro eterno. Todo cuanto enseñemos debe
presentarse como fruto de esos eventos, y no como una
reproducción de ellos en nuestra vida.
Hay muchas cosas que Dios hace hoy. Es glorioso ver
como transforma vidas que el pecado había arruinado;
hombres entregados a la corrupción los convierte en
modelos de la sociedad. No obstante, por grandioso que
todo esto sea, no es el evangelio, ya que el lugar donde el
evangelio reveló su poder fue en un tiempo específico y en
una Persona específica. Antes de tú nacer, antes de
producir algún acto de obediencia, antes de tu conversión
o la transformación de tu carácter, ya Dios había decidido
tu futuro en la vida, muerte y resurrección de Jesús de
Nazaret. Cuando llegaste al mundo tu salvación ya eran
noticias viejas. El evangelio no sólo son buenas noticias…
son viejas noticias.
Para explicar este punto volvamos a nuestra
ilustración. Imagínate que años después encuentras al
mendigo de nuestra historia sentado en un banquete con
ropas de gala, bien afeitado y limpio. Con una vida
transformada, una persona de reputación, un importante
hombre de negocios. Piensa por un momento que su amigo
abogado se encuentra entre los invitados, y él no lo sabe.
El que había sido mendigo comienza a hablar de cómo llegó
a estar en la posición que ahora goza. “¡Miren todo lo que
un hombre puede hacer! Con mis talentos y fuerza de
voluntad me sobrepuse a los más duros azotes de la vida.
De un mendigo a un empresario. ¡Tú puedes, con el poder
que Dios ha puesto en ti, hacer lo que yo hice!” Las
cámaras de televisión y los fotógrafos constantemente lo
enfocan. Todos desean saber la historia de este hombre
que se salvó a sí mismo de su miserable condición. ¿Cómo
piensas que se sentiría su amigo el abogado? ¿Dónde está
el honor que él merece? ¿No fue él quién lo sacó de su
miseria? Te aseguro que se sentiría defraudado.
Ahora, cambiemos la escena y el contenido de la
conversación. La gente le pregunta: ¿cómo llegaste a esta
posición? El que una vez fuera mendigo, responde: “diez
años atrás un gran amigo me encontró en mi desdicha,
sucio y harapiento como estaba me dio un cheque que
permitió que mi vida tuviera un nuevo comienzo. Me dijo:
“no mires tus harapos y lo sucio que estás, ve al banco,
cambia mi cheque; lo que le da valor no es tu persona, sino
mis riquezas y lo que yo soy. Aquí he puesto mi firma, dice
quién soy, mientras mi firma esté en este cheque nadie
podrá negarte lo que te pertenece, mi firma es lo que le da
valor”.
De pronto, se escucha decir que el abogado se
encuentra entre la concurrencia. Con inmensa alegría y
ojos anegados por las lágrimas, busca entre la multitud el
rostro de su amigo hasta encontrarlo. Se abre paso entre
todos, y corre a abrazar al hombre que le hizo tanto bien,
mientras vocifera: “¡He aquí el hombre, él me salvó de la
miseria! A él debo todo lo que soy, a lo que hizo por mí
hace diez años”.
Lo mismo hacemos con Cristo. En el evangelio
recordamos lo que hizo dos mil años atrás para darnos la
adopción de hijos, a fin de disfrutar de la gloria y futura
herencia. Hoy estamos frente a Dios justificados y
perdonados, gozando de la dicha y la felicidad que nuestra
nueva posición ofrece. Siempre reconociendo que lo que
celebramos no es que soy feliz, sino cómo Dios, en la vida
de Cristo y con sus obras, ganó mi felicidad.

El Evangelio es Irrepetible

El evangelio es irrepetible; es decir, que lo que sucedió


en Jesús ocurrió de una vez y para siempre. Esto es fácil
de entender. ¿Puedes tú volver a vivir lo que sucedió
ayer? ¡Nunca! Te lo ilustraré con un río. Si te metiste ayer
al río en el mismo lugar en que lo estás haciendo hoy, el
agua con la cual te mojas los pies nunca será la misma que
te mojó ayer. Esto sucede porque el agua está en
constante movimiento. Así es el tiempo y todo lo que
sucede en él, una vez algo ocurre se convierte en pasado y
no podrás darle marcha atrás.
Si digo que algo sucedió de una vez y para siempre
estoy afirmando que tiene un carácter exclusivo. No
existirá jamás algo igual al evangelio, por dos razones.
Primero porque no existe otra persona que tenga la
capacidad de obrar como Cristo, el hecho de que no se
encontró a nadie explica porque necesitó venir al mundo.
Además, él tenía la misma naturaleza de Dios, cosa que
ninguno tenemos. Pablo enseña que una de las razones por
lo que estamos completos es porque en Cristo habita toda
la plenitud de la deidad (Colosenses 2:9,10). Segundo,
porque lo que hizo fue tan perfecto y completo que no hay
necesidad de repetirlo.
Cuando pretendes que el evangelio es algo que está
ocurriendo en tu vida hoy, entonces ya no es
exclusivamente de Jesucristo, y estarías sosteniendo que su
obra no satisfizo las demandas divinas; y que esperas que
alguien lo haga, en este caso tú. El testimonio bíblico es
todo lo contrario:

De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas


veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la
consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre
por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado (
Hebreos 9:26).

En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del


cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre (Hebreos
10:10).

Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo


sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios
(Hebreos 10:12).

Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los
santificados (Hebreos 10:14).

El escritor de Hebreos subraya lo irrepetible de la obra


del Salvador con expresiones como: “se sentó”, “hecha de
una vez y para siempre”, e “hizo perfectos para siempre”.
La primera acentúa que puesto que terminó la obra que le
correspondía se sienta a descansar y a esperar sus
resultados. La segunda compara la ofrenda con la ofrenda
diaria de los antiguos sacrificios, ésta se efectuó una sola
vez sin necesidad de volverse a repetir. La tercera
expresión describe los efectos sobre el pueblo que recibió
los beneficios de la obra, los hizo perfectos, completos, sin
defecto. Por lo que una vez logró el perdón, no existe la
necesidad de una nueva ofrenda por el pecado (Hebreos
10:18).
La señal distintiva del evangelio es que no puede
repetirse, es exclusivo. Contrario a lo que muchos piensan,
no es la intención de Dios reproducir en nuestras vidas lo
que Cristo logró con la suya. Como una hermosa pieza de
museo es nuestra para contemplarla y disfrutarla;
maravillados por el talento del Artista. La oración de Jesús
en el Getsemaní pidiendo otro medio para la redención,
testifica que no existía otro camino, como tampoco otra
persona que pudiera realizarla. Por lo que confesamos que
el evangelio es irrepetible.

El Evangelio Está Terminado

Si el evangelio no puede repetirse y es un evento del


pasado, entonces lo que proclama ya se terminó. Por esta
razón puedes tener seguridad de tu salvación, porque
entiendes que lo que Cristo hizo el Padre lo aprobó, por lo
tanto no hay peligro de fracaso; un hecho que nada podrá
alterar, cosa que no puedes decir de tu experiencia.
En su última oración, a favor de sus discípulos, el Señor
dio testimonio de haber concluido su obra al orar: “Yo te he
glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste
que hiciese” (Juan 17:4). Lo mismo hizo estando en la cruz,
habiendo entendido que ya todo se había cumplido
entregó su espíritu diciendo: “consumado es”, todo
terminó (Juan 19:28,30). La cruz fue el último acto de
obediencia, el punto final a una vida que victoriosamente
se sometió a la voluntad de Dios.
Vimos que Hebreos del mismo modo sostiene que “la
ofrenda del cuerpo de Jesucristo fue hecha una vez para
siempre” (Hebreos 10:10). Por lo que no hay necesidad de
continuar trayendo sacrificios, la eficacia de la vida y
muerte del Señor fue tal que lo que pretendía lograr, lo
logró. Y si el evangelio proclama que todo terminó, ¿por
qué insistes en usar tus obras como pago? ¿por qué insistes
en ganar la salvación cuando él la ganó por ti? Estarás
creyendo al evangelio cuando reconozcas que cuanto había
que hacer fue hecho y nada tienes que añadir.

El Evangelio es Todo Suficiente

Confesar que el evangelio es todo suficiente es asegurar


que en el día del juicio final todo lo que se requiere para tu
absolución se encuentra en Cristo, y aparte de él no
necesitas nada más. Le explicaba el evangelio a una
persona; le aclaraba que en la cruz Cristo había pagado
totalmente la deuda que teníamos con Dios. Lo ilustré
tomando unos veinte dólares, mientras le decía:
supongamos que le debes al señor Hernández veinte dólares
y no tienes con qué pagarle. En un acto de bondad te
aseguro que los pagaré. ¿Cuál sería tu reacción?, le
pregunté. A lo cual respondió de inmediato: “ahora te debo
veinte dólares a ti”.
Así piensan muchos que ocurre con la salvación, una
simple transferencia de deuda. Amigo lector, grande es tu
deuda para pretender pagarla, Dios lo reconoce; en su
misericordia y gracia estableció un medio de pago el cual
te revela en el evangelio. En su eterno plan decidió
reconocer la vida obediente de Cristo al igual que sus
sufrimientos en pago por tu deuda, de modo que ya nada
le debes. Jesús en la cruz hizo el último pago, y en la
factura puso el sello de comprobación: “consumado es”,
“la deuda está salda”. La gloriosa noticia es que nada le
debes a Dios, y menos a Cristo. Él no pagó en tu lugar
para que más tarde le pagaras. Sabía que no podrías
hacerlo, y por su gracia asegura que nada le debes.
¿Necesitas alguna otra obra, u otro sacrificio de tu
parte para salvarte? Volviendo a la ilustración de los veinte
dólares, ¿puede el señor Hernández volver a cobrarle a la
persona que le debía una vez pagué en lugar de ella? Claro
que no, ella ya nada le debe. Preguntar, ¿qué otra cosa
necesito hacer para salvarme? es como decir: “¿debo
pagar algo adicional?” El señor Hernández dirá: “¡No!, ya
todo está saldo”. El evangelio es todo cuanto necesitas, es
todo suficiente.
La Biblia asegura que el que cree en Cristo está
completo. Para tu felicidad eterna Dios proveyó en el
Salvador la plenitud de lo que requería. Te proveyó en los
lugares celestiales de toda bendición espiritual; y como si
fuera poco Dios te aceptó en su amado Hijo (Efesios 1:3,6).
Por tal razón el evangelio proclama que: “estás completo”
(Colosenses 2:10). Siendo así, nada te falta en ningún don y
puedes esperar confiadamente la llegada de Jesucristo (1
Corintios 1:7). Si todo esto te pertenece—porque la gracia
divina ha establecido que sólo pecadores como tú puedan
reclamarlo—entonces, ¿por qué continúas insistiendo que
necesitas algo adicional cuando el evangelio es todo
suficiente y todo lo provee?
El insistir en el esfuerzo frustrante de vivir sin pecado te
angustia porque a ciencia cierta sabes que no puedes
lograrlo. Llegas a creer que no hay esperanza para ti. Este
agobiante pensamiento te hace perder la paz, y te espanta
el saber que las puertas del infierno reclaman tu vida. Mi
hermano, no hay razón para continuar viviendo de esta
manera. Cristo vivió la vida perfecta que el Cielo
demandaba de ti y murió porque tú estabas obligado a
morir por tu pecado. Ha pagado por tus pecados pasados,
presentes y futuros, y su vida perfecta garantiza que no te
condenaran. No eres perfecto y nunca lo serás, pero tienes
un perfecto Salvador, un poderoso Representante a la
diestra de Dios que certifica el futuro de cada uno de sus
imperfectos hijos. Únicamente una convicción como ésta
nos hará exclamar como Thomas Chalmer: “¿Qué me haría
yo si Dios no justificara al impío?” Porque habrás
comprendido que el evangelio te habla directamente a ti y
confronta tu condición ofreciendo el remedio que necesitas.
La mente infinita de Dios no pasó por alto absolutamente
nada de lo que se requiere para tu salvación. Ha hecho un
perfecta y completa provisión de modo que puedas tener
paz. ¡No es esto maravilloso!
Cuando el diablo te induzca a mirar tu imperfección y
la multitud de tus pecados, dile que tiene razón; pero que
en los cielos se encuentra un Hombre que te representa, y
que por la perfección de su vida eres justo en los ojos de
Dios.
Preguntas para Estudio
1.
¿Cuándo se dio la primera promesa de salvación? Lee y explica
Génesis 3:15.
2.
Compara Génesis 3:15 con Apocalipsis 12:1-10 y di cómo la promesa
se cumplió.
3.
A la luz de los pasajes estudiados ¿cuáles fueron las noticias que Dios
le dio al hombre?
4.
¿Cuál fue la buena noticia que proclamaron los ángeles? (Lucas 2:8-
12).
5.
¿Qué era para Marcos el evangelio? ¿Con qué otro término podríamos
sustituir la palabra “evangelio” en este pasaje? (Marcos 1;1,2).
6.
¿De qué habla el evangelio que Pablo proclamó en Corintios? (1
Corintios 15:1-6).
7.
¿Cómo expresó Pablo en Romanos lo que entendía por evangelio?
(Romanos 1:1-4,9).
8.
Lee Juan 5:37; 15:26,27, y di de qué testifican el Padre, el Espíritu
Santo y el creyente.
9.
¿Qué se reveló en el evangelio? (Romanos 1:16,17).
10.
Menciona algunas de las características del evangelio que te ayudarán
a saber si una persona lo está predicando como es en verdad. Lee la
sección de: El tiempo del evangelio, El evangelio es irrepetible, El
evangelio está terminado.
11.
¿Necesitas algo adicional a Cristo para pasar el juicio final? (Colosenses
2:10, Efesios 1:3,6).
Otro Evangelio
Para Pablo el evangelio es tan importante que
distorsionarlo tiene como consecuencia caer de la gracia;
en otras palabras, no podrás beneficiarte del perdón y la
misericordia divina que te ofrece. Los hombres lo
distorsionan porque sus malvados corazones no pueden
tolerar que Dios no les pida su ayuda para salvarlos. No
están dispuestos a aceptar el cheque que les dio, en su
orgullo desean hacer algo para merecerlo; siempre quieren
aportar algo y no entienden que para su redención el
precio a pagar es demasiado grande y, fuera de Dios,
nadie puede lograrlo.
Escribiendo a los Gálatas, Pablo les muestra el peligro
de distorsionar el evangelio al decirles:

Me asombra que tan pronto estén dejando ustedes a quien los


llamó por la gracia de Cristo, para pasarse a otro evangelio. No
es que haya otro evangelio, sino que ciertos individuos están
sembrando confusión entre ustedes y quieren tergiversar el
evangelio de Cristo. Pero aun si alguno de nosotros o un ángel
del cielo les predicara un evangelio distinto del que les hemos
predicado, ¡que caiga bajo maldición! Como ya lo hemos dicho,
ahora lo repito: si alguien les anda predicando un evangelio
distinto del que recibieron, ¡que caiga bajo maldición! (Gálatas
1:1-6).

El apóstol niega rotundamente que haya otro


evangelio; aunque advierte que existe uno distorsionado o
modificado, hecho más apelativo a los hombres. La
pregunta es: ¿cómo se distorsiona el evangelio? ¿Es
significativo conocer la diferencia entre el verdadero y el
falso?
Estudiamos que el evangelio tiene como contenido a
Cristo y las obras que realizó; y cómo ellas ganaron el
derecho de que Dios nos reciba en su favor. Por lo que
distorsionarlo necesariamente se constituye en un ataque
a la persona de Cristo y su obra. Permíteme explicar lo que
quiero decir.

Distorsionas el Evangelio con un Método de


Salvación Diferente al de Dios.

Pablo narra una disputa que tuvo con Pedro en la


iglesia de los Gálatas. Los dos estaban de acuerdo que
Dios aceptaba al hombre por la fe en Cristo y no por
ninguna obra que éste hiciera. Sin embargo, estando
Pedro en Antioquía (territorio donde estaban las iglesias de
Galacia) vinieron de Jerusalén algunos cristianos de la
secta de los fariseos, al verlos le dio miedo de que lo
vieran comiendo y compartiendo con los gentiles. Por ese
tiempo, muchos cristianos todavía pensaban que se
contaminaban por asociarse con los gentiles. Leamos lo
que pasó:

Pues bien, cuando Pedro fue a Antioquía, le eché en cara su


comportamiento condenable. Antes que llegaran algunos de
parte de Jacobo, Pedro solía comer con los gentiles. Pero cuando
aquéllos llegaron, comenzó a retraerse y a separarse de los
gentiles por temor a los partidarios de la circuncisión. Entonces
los demás judíos se unieron a Pedro en su hipocresía, y hasta el
mismo Bernabé se dejó arrastrar por esa conducta hipócrita.
Cuando vi que no actuaban rectamente, como corresponde a la
integridad del evangelio, le dije a Pedro delante de todos: «Si tú,
que eres judío, vives como si no lo fueras, ¿por qué obligas a los
gentiles a practicar el Judaísmo? »Nosotros somos judíos de
nacimiento y no “pecadores paganos” . Sin embargo, al
reconocer que nadie es justificado por las obras que demanda la
ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos puesto
nuestra fe en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él y
no por las obras de la ley; porque por éstas nadie será justificado
(Gálatas 2:11-16).

Pablo explica que tuvo que corregir la conducta de


Pedro porque negaba con sus hechos lo que confesaba con
su boca. Se discutía sobre los requerimientos que tenían
que llenar los gentiles para que Dios los reconociera como
su pueblo y los declarara herederos conforme a la
promesa. Hechos ofrece más detalles sobre el asunto:

Algunos que habían llegado de Judea a Antioquía se pusieron a


enseñar a los hermanos: “A menos que ustedes se circunciden,
conforme a la tradición de Moisés, no pueden ser salvos”. Esto
provocó un altercado y un serio debate de Pablo y Bernabé con
ellos. Entonces se decidió que Pablo y Bernabé, y algunos otros
creyentes, subieran a Jerusalén para tratar este asunto con los
apóstoles y los ancianos. Al llegar a Jerusalén, fueron muy bien
recibidos tanto por la iglesia como por los apóstoles y los
ancianos, a quienes informaron de todo lo que Dios había hecho
por medio de ellos. Entonces intervinieron algunos creyentes
que pertenecían a la secta de los *fariseos y afirmaron: Es
necesario circuncidar a los gentiles y exigirles que obedezcan la
ley de Moisés. Los apóstoles y los ancianos se reunieron para
examinar este asunto. (Hechos 15:1-2,5-6).

Lucas informa que este grupo cristiano de la secta de


los fariseos enseñaba que para la salvación se necesitaba
guardar la ley. En otras palabras, que la obediencia a los
mandamientos que Dios dio a través de Moisés eran la
condición para la justificación de los gentiles, o sea , para
declararlos justos, de modo que pudieran formar parte del
pueblo de los santos.
Pedro con sus actitudes estaba apoyando esta idea;
sugería que el evangelio no era suficiente, que había que
añadir las obras de la ley; y que si los gentiles no se hacían
judíos no podían convivir juntos como iglesia. Por lo menos
esto fue lo que sus acciones insinuaban, y lo que Pablo
condenó. Enseñar que Dios nos tiene por justos y miembros
de su pueblo por las obras, es predicar otro evangelio;
implica distorsionar el único evangelio que ofrece al hombre
la solución a su problema.
Pablo vio el peligro de lo que Pedro estaba haciendo y lo
reprendió cara a cara. Le dice: “ al reconocer que nadie es
declarado justo por las obras que demanda la ley sino por
la fe en Jesucristo, también nosotros hemos puesto nuestra
fe en Cristo Jesús, para ser declarados justos por la fe en él
y no por las obras de la ley; porque por éstas nadie será
tenido por justo”.
Usando las palabras del apóstol, “andar conforme a la
verdad del evangelio” es enseñar y obrar en tal manera
que muestres que ninguna de las obras que realizas
pueden hacerte aceptable ante Dios. Él no te reconocerá
como justo porque ayunes, ores o vayas a la iglesia
(aunque estas cosas son importantes), tampoco porque
diezmes o asistas al necesitado. Jesús condenó esta
actitud en la parábola del fariseo y el publicano.

“Dos hombres fueron al templo a orar. Uno de ellos fue fariseo y


el otro fue cobrador de impuestos. “El fariseo, de pie, oraba así:
“Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres.
Ellos son ladrones y malvados, y engañan a sus esposas con
otras mujeres. ¡Tampoco soy como ese cobrador de impuestos!
Yo ayuno dos veces por semana y te doy la décima parte de
todo lo que gano”. “El cobrador de impuestos, en cambio, se
quedó un poco más atrás. Ni siquiera se atrevía a levantar la
mirada hacia el cielo, sino que se daba golpes en el pecho y
decía: “¡Dios, ten compasión de mí y perdóname por todo lo
malo que he hecho!”” Cuando terminó de contar esto, Jesús les
dijo a aquellos hombres: “Les aseguro que cuando el cobrador
de impuestos regresó a su casa, Dios ya lo había perdonado,
pero al fariseo no” (Lucas 18:9-13 Biblia en lenguaje Sencillo).

Terminó su relato afirmando: “éste cobrador de


impuestos, y no el fariseo, volvió a su casa justificado ante
Dios. Pues todo el que a sí mismo se exalta será humillado,
y el que se humilla será exaltado” (Lucas 18:14).
Inmediatamente el que pretende salvarse por sus obras
reclama: ¡vez que la humildad hace que Dios te mire con
agrado! Jesús no habla de humildad en términos de
sencillez o de la virtud de reconocer las propias
limitaciones y debilidades. Humildad en este contexto se
opone a exaltación; la pretensión de merecer el favor
divino en base a alguna bondad o calidad de vida noble
que estés viviendo. Humildad es el reconocimiento de que
nada tienes, que mereces el infierno y que dependes
enteramente de la gracia y perdón divino. La humildad
viene sin reclamos, sin merecimientos, y aún rehúsa que la
alaben en virtud de lo que ella es.
Dios te reconocerá como justo si vienes a él de esta
manera: como pordiosero de la gracia. Nadie que se refugie
en la vida perfecta que Cristo vivió y la horrenda muerte
que experimentó será condenado en el juicio.
El fracaso de los judíos se debió a haber tenido en poco
la justicia que Dios les dio en su Mesías. Pablo los
amonestó al decirles: “Los gentiles, que no buscaban la
justicia, la han alcanzado. Me refiero a la justicia que es
por la fe. En cambio Israel, que iba en busca de una ley
que le diera justicia, no ha alcanzado esa justicia. ¿Por qué
no? Porque no la buscaron mediante la fe sino mediante
las obras, como si fuera posible alcanzarla así. Por eso
tropezaron con la «piedra de tropiezo», como está escrito:
«Miren que pongo en Sión una piedra de tropiezo y una
roca que hace caer; pero el que confíe en él no será
defraudado (Romanos 9:30-33).
Puedes escoger el método que desees para llegar a
Dios, esto no significa que llegarás. En su soberanía Dios
estableció que procurar perfección por otro camino que no
sea en Cristo te conducirá al fracaso y a la condenación
eterna. Jesús en una ocasión advirtió: “Yo soy la puerta; el
que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y
hallará pastos” (Juan 10:9). Si has de comer de los pastos
de la gracia y nutrirte con el pan de vida, necesitas entrar
por esta puerta. Únicamente a través de ella encontrarás
el alimento que saciará y le dará paz a tu conciencia. Mi
hermano, mira cómo te alimentas: si tus obras, tu
experiencia y un gozo pasajero es la base de tu seguridad,
no estás alimentándote del Pan del cielo sino del pan
leudado del diablo.
“Trabajen, no por la comida que perece—los amonestó
Jesús—sino por la comida que a vida eterna permanece, la
cual el Hijo del Hombre les dará; porque a éste señaló Dios
el Padre (Juan 6:27). Les habló así a aquellos que comieron
el pan milagroso y lo buscaban, sabía que no lo hacían
porque estaban interesados en sus palabras, por lo que los
amonesta a que no se esfuercen o trabajen tan duro por
encontrarle para comer otro pedazo de pan; que lo hicieran
para obtener el alimento que permanece para vida eterna,
y que Dios se lo entregó únicamente a él para que lo diera.
Más adelante explica que su carne y su sangre es la
verdadera comida; en otras palabras, debemos depender
para nuestra vida de aquello que logró mientras vivió en la
carne y lo que consumó con su muerte. La figura del
alimento no tiene el propósito de hacernos creer que
ingerimos a Cristo o que se convierte en una sustancia con
nosotros. Simplemente el hecho de que así como
necesitamos el comer para vivir, de la misma manera
necesitamos el verdadero evangelio para la vida eterna.
Acentúa nuestra dependencia del Dios que provee el Maná
del cielo.
La expresión final de Jesús: “a éste señaló Dios el
Padre” la versión La Biblia de las Américas la traduce:
“éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello”.
En aquellos días el sello era la impresión que se hacía en
documentos para mostrar quién lo enviaba y la autoridad
del comunicado. Al afirmar que Dios ha puesto su sello en
Jesús se asegura que tiene la autoridad celestial para
representarlo y, por lo tanto, dar lo que promete; que es el
Elegido, el único canal de revelación y salvación. En otras
palabras, a él, exclusivamente, pertenece el derecho de
otorgar vida eterna.
Isaías igualmente lo expresa al preguntar: “¿Por qué
gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en
lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y
se deleitará vuestra alma con grosura” (Isaías 55:2).

Distorsionas el Evangelio Añadiéndole

J.C. Ryle resume lo que significa distorsionar el


evangelio:

“Distorsionas el evangelio mediante sustitución. Lo único que


tienes que hacer es retirar los ojos del pecador del objeto
supremo que la Biblia propone a la fe—Jesucristo—y colocar
otro objeto en Su lugar, y el daño queda hecho.

Distorsionas el evangelio mediante adición. Sólo tienes que


añadir a Cristo, el gran objeto de la fe, algunos otros objetos
como igualmente digno del honor, y el daño queda hecho.

Distorsionas el evangelio mediante desproporción. Sólo tiene


que otorgarle una importancia exagerada a las cosas
secundarias de la cristiandad, y restarle importancia a las cosas
principales, y el daño queda hecho”.

El problema de los Gálatas no fue que negaron a Cristo


abiertamente. Los falsos hermanos argumentaban que él
era importante, pero no suficiente; que hizo su parte, pero
ahora les tocaba a los Gálatas hacer la suya. Enseñaban
que además de creer necesitaban obedecer la ley si
querían ser pueblo de Dios. Su formula doctrinal era: Cristo
+ las obras = Salvación. Esta doctrina combina la
obediencia de Jesús con el esfuerzo humano. La realidad es
que hay más oportunidad de salvación para el que rechaza
al Señor porque desea continuar viviendo en pecado, que
para el que pretende aceptarlo pero lo hace insignificante
e insuficiente. El pecador rebelde no se engaña, pero el
que tiene justicia propia vive todos los días engañado. Por
esta razón le es tan difícil a un religioso aceptar la
salvación por gracia: no puede concebir que lo salven sin
su ayuda, pero a diferencia de éste, el pecador nada tiene
que ofrecer y se acoge a la misericordiosa gracia divina.
Es misión del anticristo el distorsionar el evangelio. Se
opone a la obra de Jesús y evita que los hombres pongan
en él su confianza. Para lograr sus fines no viene como es:
un hijo del demonio, al contrario vestido de oveja o como
ángel de luz (2 Corintios 11:14). Juan nos previene que sale
de nosotros, pero no es uno de los nuestros (1 Juan 1:18-
20). Su diabólico éxito consiste, como hábil vendedor, en
ofrecer una mercancía de baja calidad pretendiendo ser
mejor que la de Dios. Sustituye a Cristo, quien es lo más
excelente con algo bueno: lo que el Espíritu hace en el
corazón del hombre. Les hace pensar que Dios necesita de
la rectitud de ellos para perdonarlos. De este modo los
lleva a creer que están adorándole y sirviéndole mientras
se afanan por lograr su propia justicia y perfección moral,
cuando en realidad están sirviendo a su propia carne.
Al igual que Cristo tiene su evangelio el anticristo tiene
el suyo. Este es el “otro evangelio” que Pablo condena. En
la iglesia de los Gálatas el anticristo se introdujo
asintiendo que: “Cristo es bueno y de suma importancia,
pero necesitan una experiencia adicional, una segunda
bendición. Necesitan cumplir ciertos pasos para llegar a ser
pueblo de Dios”. El apóstol condena este sistema como
carnal:

¡Oh, Gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado a vosotros,


ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado públicamente como
crucificado? Esto es lo único que quiero averiguar de vosotros:
¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?
¿Tan insensatos sois? Habiendo comenzado por el Espíritu,
¿vais a terminar ahora por la carne? (Gálatas 3:1-3).
De manera que eres un carnal cuando vienes a Dios
con Cristo más tus obras. El pecado de los Gálatas no
consistió en abandonar a Cristo y volverse al mundo para
vivir la vida de corrupción que antes vivían, ciertamente
esto sería volver a los deseos de la carne. Sin embargo, lo
que estaban haciendo los hacía tan carnales como aquellos
que vivían dando rienda suelta a sus pasiones. El error
venía disfrazado con un manto de buenas intenciones,
planteando la importancia de no olvidar la ley de Dios. El
engaño nunca viene mostrando lo que es; su propósito fue
y sigue siendo el desviarnos de la gracia.
En el juicio final se perderán los que vivieron dando
rienda suelta a sus bajas pasiones como los que se
afanaron en comprar el favor de Dios. No hay esperanza
para el impío que declina venir a Cristo, como tampoco
para los religiosos que, con la Biblia debajo del brazo y
condenando a los demás, pretenden que por su excelencia
moral alcanzarán el reino.
Los que siguen los dictados del Espíritu son aquellos
que vienen a Dios con Cristo únicamente. El evangelio
proclama que sólo él—sin añadiduras ni complementos de
nuestra parte—es la buena noticia de parte de Dios; por lo
que añadirle es robarle la gloria que le pertenece al
Salvador con absoluta exclusividad.
Los discípulos tuvieron que aprender esta lección en el
monte de la transfiguración:

Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a


un monte alto; y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestidos
se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve,
tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan
blancos. Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con
Jesús. Entonces Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para
nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una
para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Porque no sabía lo
que hablaba, pues estaban espantados. Entonces vino una
nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que decía:
Este es mi Hijo amado; a él oíd. Y luego, cuando miraron, no
vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo (Marcos 9:2-8).

En la narración Marcos hace del Señor la figura


principal al llamar la atención sobre su Persona. Toma
especial cuidado en describir la gloria que reveló y como
dejó maravillados a sus discípulos. Moisés y Elías aparecen
junto a él, en representación de la ley y los profetas, pues
está escrito: “todos los profetas y la ley profetizaron hasta
Juan” (Mateo 11:13). El testimonio de ellos fue sólo una
sombra, no la realidad; pero Pedro, impresionado por la
visión, mostró reverencia por Moisés y Elías y los consideró
en el mismo plano que Jesús. La voz del cielo corrige esta
idea al decirle: “Este es mi Hijo amado; a él oíd”. Cuando
los discípulos miraron nuevamente no vieron a nadie sino a
“Jesús solo”. La voz celestial hizo claro que no es la ley
(Moisés) ni los profetas (Elías) lo que debe ser el camino a
Dios, únicamente Aquél de quien ellos hablaron.
Nuestro Salvador pretendió ser singular cuando afirmó:
“yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre
sino es por mí” (Juan 14:6). Quien desee venir al Padre
tiene que hacerlo por medio de Jesús. Pablo reconocía que
la ley es santa justa y buena, tiene su lugar en la vida de
los creyentes, pero en orden de salvación, lo único que
necesitamos, decía, es “Cristo sólo”. Deseaba que su Juez
celestial no lo encontrara en el juicio final en su propia
justicia, sino en aquella que la gracia le había otorgado en
Jesús, por la fe (Romanos 7:12, Filipenses 3:9). Nada,
absolutamente nada, por bueno que sea, puede sustituir a
Cristo. La obra que realizó es perfecta, no necesita
(usando las palabras de Pablo nuevamente) la basura de
nuestra justicia, o como Isaías 64:6 “ los trapos inmundos
de nuestros buenos actos”.
Quizá has escuchado la historia del hombre que murió
y Dios lo llevó a juicio para determinar si tenía lo que
necesitaba para entrar al reino de los cielos. Lo recibe y le
dice: “Necesitas un millón de puntos para entrar. Dime
todas las cosas buenas que haz hecho para acreditarlas a
tu cuenta y tan pronto como llegues al millón abriré la
puerta para que entres.
El hombre respondió: “Bien, veamos. Estuve casado
con la misma mujer por 50 años y nunca la engañé ni le
mentí. “¡Maravilloso! Por eso ganas tres puntos. El hombre
desilusionado objeta: ¿sólo tres puntos? Bien, ¿qué sobre
mi asistencia perfecta a la iglesia y mis diezmos? ¿y qué
sobre mis acciones de servicio y mis donaciones? ¿Cuántos
puntos tengo por todo eso? Dios lo mira fijamente y le
dice: “por eso ganas 28 puntos. Con un total de 31. Sólo te
faltan 999,969 más. ¿Qué más hiciste?”
El hombre todo desesperado gritó: “¡a este paso
únicamente por la gracia divina entraría en el cielo! A lo
que Dios responde: ¡Hecho! “Un millón de puntos. ¡Puedes
entrar!”.
En el día del Juicio final, entonces, qué tienes que
llevar: ¡Sólo a Jesús! ¡Sí! me escuchaste bien, ninguna otra
cosa necesitas. Cualquier otra virtud que añadas es una
distorsión del evangelio y te hará digno del infierno.
Preguntas para Estudio

1.
¿Cuántos evangelios existen? ¿Qué sucede cuando perviertes el
evangelio de Cristo? (Gálatas 1:1-6).
2.
¿Qué hace el diablo para separarte de Cristo? (1 Corintios 11:3,4).
3.
¿Por qué Pablo reprendió a Pedro públicamente? (Gálatas 2: 11-16).
4.
¿Por qué era tan dañina la hipocresía de Pedro? ¿Cómo afectaba la
predicación del evangelio? (Gálatas 2: 11-16).
5.
¿ De acuerdo a estos versículos, qué significa no andar conforme a la
verdad del evangelio? (Gálatas 2: 11-16).
6.
¿Qué enseñaban los fariseos cristianos que habían venido de Judea?
(Hechos 15:1-2,5-6).
7.
¿Creían estos cristianos fariseos en Cristo? ¿Según ellos cómo se salva
el hombre? ¿Qué fórmula de salvación usaban? (Hechos 15:1-2,5-6).
8.
¿Cómo ilustra la parábola del fariseo y el publicano que las obras no
logran el perdón de Dios? Explica la diferencia de actitud de estos dos
hombres (Lucas 18:9-13).
9.

¿Según Pablo en que consistió el fracaso de Israel? (Romanos 9:30-33).


10.
¿Qué significa comenzar por el Espíritu y terminar por la carne en el
contexto de Gálatas? (Gálatas 3:1-3).
11.
¿Qué lección aprendiste de la experiencia de Pedro en el mon
te de la transfiguración? (Marcos 9:2-8).
12.
Lee Filipenses 3:1-9 y explica cómo Pablo enseñó que sólo Cristo es lo
único que necesitas para ser acepto ante Dios.

De la Gracia
Has Caído
Escuchen bien: yo, Pablo, les digo que si se hacen circuncidar,
Cristo no les servirá de nada. De nuevo declaro que todo el que
se hace circuncidar está obligado a practicar toda la ley.
Aquellos de entre ustedes que tratan de ser justificados por la
ley, han roto con Cristo; han caído de la gracia. (Gálatas 5:2-4).
Los que procuran su salvación sobre la base de su
transformación moral o por seguir ciertas regulaciones
impuestas por la iglesia, pretenderán estar sirviendo a
Jesús, pero Pablo les dice que Cristo de nada les sirve. En
el día final podrán decir: “en tu nombre hicimos milagros,
sanamos enfermos y sacamos demonios”; no obstante les
dirá: “apártense de mí obradores de maldad, nunca los
conocí” (Mateo 7:22-33). Modificar el evangelio es un gran
pecado que se castiga con la privación de sus beneficios.
La expresión “de Cristo se separaron” o “han roto con
Cristo” traduce la palabra “katargeo” que significa: hacer
ineficaz, quitarle su poder, anular, ponerle fin, destruir.
Pablo está sosteniendo que los que procuran la vida eterna
por medio de su obediencia han hecho ineficaz, le han
restado poder al evangelio al hacer insuficiente lo que
Cristo realizó.
Adam Clarke en su comentario establece que al
procurar que Dios te acepte por las obras de la ley, estás
renunciando a la justificación en Cristo. Es cosa vana el
intentar unir los dos sistemas. Para tu justificación puedes
tener la ley y no a Cristo, o a Cristo y no a la ley.
Por esta razón todo aquel que escogió el camino de la
ley está obligado a cumplirla toda. No basta decirles a las
personas que necesitan ser obedientes. Si este es el
método que eligieron necesitan obedecer, y hacerlo de
manera perfecta, y en todo momento. Porque dejar de
cumplir el más mínimo detalle de la ley equivale a
desobedecerla totalmente (Santiago 2:10). Fe y obras son
dos métodos que se oponen mutuamente, como afirman
las Escrituras: “la ley no es de fe, sino que dice: El que
hiciere estas cosas vivirá por ellas” (Gálatas 3:12).
Las Escrituras establecen que los que piensan y actúan
de esta manera caerán de la gracia. Pero, ¿Qué significa
esto? Caer de la gracia es estar en una posición donde
Cristo de nada te sirve. Imagínate que te encuentras en un
barco en medio de una tormenta, y decides saltar al mar.
¿Que crees que te sucederá? Lo lógico; perecerás. Caer de
la gracia es lanzarte a la tormenta del juicio divino donde
Jesús no te será de ningún beneficio. Dios proveyó el barco,
pero elegiste saltar de él. ¿De qué te sirve el Salvador en
tales circunstancias? Lo mismo sucede cuando confías que
tu vida piadosa te abrirá el camino a Dios ¿De qué te sirve
Cristo cuando crees que estás siendo fiel, que ayunas y
oras lo suficiente?
Hebreos les dice a los que menosprecian el sacrificio
del Señor:

“El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de


tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo
pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere
por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e
hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que
dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra
vez: El Señor juzgará a su pueblo” (Hebreos 10:28-30).

Caer de la gracia resulta de pisotear al hijo de Dios, y


juzgar inmunda la sangre del pacto, teniéndola como cosa
común y sin importancia. Los que así hacen se burlan del
Espíritu de gracia. El problema de Hebreos es muy
parecido al de la iglesia de los Gálatas. Los estaban
influenciando a volver a la práctica de la ley judía. Una de
las palabras claves de la carta es la palabra “mejor”. Con
la llegada de Cristo tenemos un mejor Adán, un mejor
templo, un mejor sacerdote, un nuevo pacto y un sacrificio
perfecto. El autor de Hebreos no niega que fuera bueno lo
que la ley ofrecía, sin embargo la iglesia necesitaba
entender que la ley era una sombra de una realidad
superior.
La práctica de la ley nada perfeccionó, hizo la
introducción de una mejor esperanza por la cual nos
acercamos a Dios. Los que viven de las sombras no pueden
alcanzar el reposo que Dios ha prometido. Necesitan
reposar de sus obras como Dios lo ha hecho con las suyas.
El escritor nos invita a entrar al reposo que la perfecta
ofrenda nos otorga. Una ofrenda que nos santifica de una
vez y para siempre y nos limpia la conciencia del recuerdo
de obras muertas.
A través de la epístola hay una constante amonestación
a no abandonar la esperanza y la confesión que una vez
hicimos. Habla de los hombres de fe que se mantuvieron
firmes en las peores de las circunstancias. El último de
estos fue Jesús, quien emprendió el camino de la fe y
alcanzó la promesa. Se nos exhorta a mantener los ojos en
él para que nuestro ánimo no se canse y abandonemos la
carrera.
Hace claro que abandonarlo nos robará todo privilegio
y toda bendición. Rechazar al Espíritu de gracia es
menospreciar la cubierta del sacrificio que nos protege. Los
que tienen en poco a Cristo caen de la gracia y les esperan
los horrores del juicio. Su condenación no es sólo por haber
violado la ley, lo es sobre todo por haber pisoteado al
Cordero y haberlo tenido en poco. Hebreos nos dice:
“cuanto mayor castigo piensas que merecen estos”
Un caso que ocurrió en California ilustra lo que estoy
diciendo. Lo presentamos según informaron acerca de un
joven que vivía en una pequeña ciudad de California. Bajo
los efectos del alcohol, en medio de un juego de naipes,
pierde el juicio, y tomando el revólver disparó contra su
mejor amigo, causándole la muerte. Por lo que lo arrestan,
lo juzgan, y lo declaran culpable. En el día del veredicto lo
sentencian a la pena capital: muerte en la silla eléctrica.
Como nunca antes había cometido un hecho tal, y por el
buen testimonio de quienes lo conocían, sus amigos y
familiares levantaron una petición pidiendo su indulto.
Parecía que todo el mundo quería firmarla. Aún la esposa
del amigo muerto firmó la petición reconociendo que fue
un hecho lamentable y sin ninguna intención. Corrieron la
voz por otros pueblos y ciudades, y antes de mucho
comenzaron a llegarle cartas al Gobernador de todas
partes del estado. Impresionado por la cantidad de cartas y
firmas, estudió el caso, conmovido, decidió perdonar al
joven y extenderle el indulto. Y así, con el perdón por
escrito en su bolsillo, se dirigió personalmente a la prisión
para entregarle el perdón él mismo.
Al acercarse a la celda, en la sección de los que
esperaban la muerte, el joven de nuestra historia, lo vio
venir, y como lo confundió por su apariencia con un
ministro (venía con un traje negro), le gritó: “Váyase, no
quiero verlo. Ya tuve bastante religión en mi casa desde
chico”.
—”Pero”, interrumpió el Gobernador, “espere un momento
joven; tengo algo para Usted; permítame hablarle”.
—”Mire”, exclamó enojado el joven, “ya vinieron a
hablarme siete de su clase. Mejor es que se vaya. No
necesito hablar con nadie más. Váyase por favor”.
—”Pero joven”, —insistió el Gobernador— “tengo buenas
nuevas para Usted; las mejores noticias; permítame
decírselas”.
—”le dije que no quiero escuchar nada. Váyase, o llamó al
guardia”.
El Gobernador se dio vuelta con el corazón
apesadumbrado, y se fue por donde vino.
—“Veo que has recibido la visita del Gobernador”, le dijo el
guardia.
—”¿Qué? ¿Ese hombre que parecía un pastor era el
Gobernador?”
— “No sólo eso”—continua el guardia—”traía en su bolsillo
tu carta de perdón, tu indulto; pero tú ni le dejaste hablar”.
—”Oh, Dios mío, por favor tráigame papel y lápiz” suplicó el
joven. Y sentándose, rápidamente escribió: “Apreciado
Señor Gobernador, le debo mis más sentidas disculpas. Fue
una tremenda confusión, etc., etc.”. Cuando el Gobernador
recibió la carta, le dio vuelta y escribió en la parte de atrás:
“no me interesa más este caso”. Cuando llegó el día en que
el joven debía cumplir su sentencia, antes de pasarlo a la
silla eléctrica le preguntaron, como es la costumbre:
—”¿hay algo que deseas decir?”
—”Sí”, respondió el joven.
Estaban presente sus familiares, sus amigos, todos los
que habían firmado la petición pidiendo su indulto. Una
gran muchedumbre se había reunido en el patio de la
cárcel.
—”Quiero decirles a todos mis amigos y seres queridos, a
todos los ciudadanos de este estado y del país, que hoy no
muero por mi crimen. No muero por ser asesino, de eso ya
me perdonaron, el Gobernador ya lo había hecho. Podría vivir
y ser libre. Si muero hoy”—continuó—”es porque no quise
aceptar el perdón”.
Así es el perdón de Dios, nos lo dio en Cristo, a pesar
de ello el hombre se pierde por rechazar la persona donde
se colocó todo lo que lo garantiza. Hebreos explica que bajo
la ley se condenaba a todo aquel que la violaba. Y si era
justificable tal condenación, cuánto más la merece aquel
que rechaza la gracia y la ofrenda de Cristo que lo
perfeccionó y lo santificó. A partir de la muerte de
Jesucristo en la cruz el hombre no se pierde por fracasar en
cumplir la ley, por carecer de justicia, perece por darle la
espalda y menospreciar a aquel que lo colocó bajo la gracia
y le proveyó de justicia. Esto es caer de la gracia, y es a su
vez el más repugnante de los pecados.
Si no estás convencido que eres un enfermo, podrido
por la lepra del pecado, para ti Cristo no tiene ninguna
importancia; pero para los desahuciados, los que saben
que están consumidos por el pecado, y tienen hambre y
sed de justicia, él es la Perla de gran precio, su único
aliento de esperanza. Él vino a buscar pecadores, su obra
fue para ellos, lo que hizo de nada sirve para los justos.
Que horrendo será, mi amigo, el que llegues al día final
creyendo que todo está bien, pensando que viviste una
buena vida, no le hiciste nada malo a nadie, que fuiste un
buen padre y esposo; para descubrir que las fauces del
infierno están abiertas para tragarte. En ese momento
verás al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo con
gran poder y gloria, y en tu desesperación pedirás a los
montes y a las piedras que caigan sobre ti para esconderte
de la ira de Aquél que viene (Apocalipsis 6:16). Será
entonces que descubrirás lo que significa: “de la gracia
habéis caído”

Preguntas para Estudio

1.
¿Qué sucede con todo aquel que pretende salvarse por cumplir los
mandamientos? (Gálatas 5:2-4).
2.
¿Cuánto se te exige que cumplas si escoges este método de salvación?
(Gálatas 5:2-4, Santiago 2:8-10).
3.
Explica los dos métodos de salvación que Pablo menciona (Gálatas
3:12).
4.
¿A quiénes la ley les promete vida? ¿La han obtenido? (Gálatas 3:12).
5. ¿Cuál de estos dos métodos los hace caer de la gracia?
6.
¿Explica qué significa caer de la gracia? (Gálatas 5:2-4; Hebreos 10:28-
30).
7.
¿Puede una persona que va a la iglesia haber caído de la gracia?
8.
¿Cuál es el único pecado que nos separa de Cristo y nos hace caer de
la gracia? (Gálatas 5:2-4).
9.
¿Puede una persona hacer muchas obras “buenas” y caer de la gracia?
¿ Cayeron de la gracia los que Jesús nombra en el siguiente verso?
(Mateo 7:22-33).
10.
¿Cómo se consideran las obras del que cae de la gracia? (Mateo 7:22-
33).
11. ¿Cómo se insulta al Espíritu de gracia? (Hebreos 10:28-30).
12. ¿Por qué este pecado contra el Espíritu es tan grave?
Todo lo Tenemos en el
Evangelio
El evangelio se asemeja a un hombre muy rico el cual
compartía con su joven hijo la pasión por coleccionar obras
de arte. Juntos viajaban alrededor del mundo para añadir a
su colección los mejores tesoros artísticos. Obras maestras
de pintores como Picasso, Van Gogh, Monet y otros muchos,
adornaban las paredes de la hacienda familiar.
El anciano, que se había quedado viudo, veía con
satisfacción como su único hijo se convertía en un
experimentado coleccionista de arte. Su ojo clínico y su
aguda mente para los negocios, hacían que su padre
sonriera con orgullo mientras trataba con coleccionistas de
arte de todo el mundo.
Cercano al invierno, la nación se sumió en una guerra y
el joven partió a servir a su país. Pocas semanas después,
su padre recibió un telegrama. Su adorado hijo había
desaparecido en combate. Esperó con ansiedad más
noticias, temiendo que nunca más volvería a verlo. Pocos
días más tarde sus temores se confirmaron: el joven había
muerto mientras arrastraba a un compañero hasta el puesto
médico. Trastornado y solo, el anciano se enfrentaba a las
próximas fiestas navideñas con angustia y tristeza. La
alegría de la festividad que él y su hijo siempre habían
esperado con placer, no entraría más a su casa.
En la mañana del día de Navidad, una llamada a la
puerta despertó al deprimido anciano. Cuando la abrió, lo
saludo un soldado con un abultado paquete en la mano.
Una vez se presenta le dice: “Fui amigo de su hijo. Yo era a
quien estaba rescatando cuando murió. ¿Puedo pasar un
momento? Quiero mostrarle algo.”
Al iniciar la conversación, el soldado relató como el hijo
del anciano había contado a todo el mundo el amor de su
padre por el arte. “Yo soy un artista”, dijo el soldado, “y
quiero darle esto”. Cuando el anciano desenvolvió el
paquete, el contenido resultó ser un retrato de su hijo.
Aunque difícilmente se le podía considerar la obra de un
genio, la pintura representaba al joven con asombroso
detalle. Embargado por la emoción, el hombre dio las
gracias al soldado, prometiéndole colgar el cuadro sobre la
chimenea. Unas pocas horas más tarde, tras la marcha del
soldado, el anciano se puso a la tarea. Haciendo honor a su
palabra, colocó la pintura sobre la chimenea, desplazando
cuadros de miles de dólares. Entonces, se sentó en su silla
y pasó la Navidad observando el regalo que le habían
hecho.
Durante los días y semanas que siguieron, comprendió
que aunque su hijo ya no estaba con él, seguía vivo en
aquellos a los que había rescatado. Pronto se enteró de
que su hijo le había salvado la vida a docenas de soldados
heridos antes de que una bala atravesara su bondadoso
corazón. Conforme le iban llegando noticias de la nobleza
de su hijo, el orgullo paterno y la satisfacción empezaron a
aliviar su pena. El cuadro de su hijo se convirtió en su
posesión más preciada, eclipsando sobradamente
cualquier interés por piezas por las que clamaban los
museos del mundo entero.
En la primavera siguiente, el anciano enfermó y
falleció. El mundo del arte se puso a la expectativa. Con el
coleccionista muerto y su único hijo también fallecido, se
venderían todos aquellos cuadros en una subasta. De
acuerdo con el testamento del anciano debía hacerse el día
de Navidad, la fecha en que había recibido su mayor
regalo.
Pronto llegó la ocasión y coleccionistas de arte de todo
el mundo se reunieron para ofrecer por algunas de las más
espectaculares pinturas a nivel mundial.
La subasta empezó con un cuadro que no estaba en la
lista de ningún museo. Era el de su hijo. El subastador pidió
una oferta inicial. La sala permanecía en silencio.
—“¿Quién abrirá la subasta con 100 dólares?, preguntó.
Los minutos pasaban. Nadie hablaba. Desde el fondo de la
sala se escuchó: ¿A quien le importa ese cuadro? Sólo es
un retrato de su hijo. Olvidémoslo y pasemos a lo bueno”.
Más voces se alzaron asintiendo.
—“No, primero tenemos que vender éste”, replicó el
subastador. “Ahora, ¿quién se queda con el hijo?”. “¿A
nadie le interesa?” preguntaba con insistencia. Finalmente,
un amigo del anciano habló:
—“¿Cogería usted diez dólares por el cuadro? Es todo lo
que tengo. Conocí al muchacho, y me gustaría tenerlo”.
—“Tengo diez dólares. ¿Alguien da más?” anunció el
subastador. Tras otro silencio, el subastador dijo: “Diez a la
una, diez a las dos. Vendido”. El martillo descendió sobre la
tarima.
Los aplausos llenaron la sala y alguien exclamó:
“¡Ahora podemos empezar y ofrecer por estos tesoros!” El
subastador miró a la audiencia y anunció que la subasta
había terminado. Una aturdida incredulidad inmovilizó la
sala. Alguien alzó la voz muy enojado para preguntar:
—“¿Qué significa que ha terminado? No hemos venido aquí
por un retrato del hijo del viejo. ¿Qué hay de estos
cuadros? ¡Aquí hay obras de arte por valor de millones de
dólares! ¡Exijo una explicación de lo que está
sucediendo!”.
El subastador replicó:
—“Es muy sencillo. De acuerdo con el testamento del
padre, el que se queda con el hijo... se queda con todo”.
Sí, mi querido lector, el testamento de la gracia
establece que el que obtenga al Hijo tendrá toda
bendición. Él es el gran “Yo Soy” que suple todas tus
necesidades y donde se encuentran todos los tesoros de la
gracia. Dios ha vaciado su corazón en Cristo y no te ha
negado nada que necesites para tu seguridad eterna. Al
tenerlo a él lo tendrás todo, y sin él, nada posees. Todo
cuanto anhelas tener en el reino venidero y que cautiva la
imaginación y los corazones de los hombres te lo
entregaron en el Hijo. En él te bendijeron con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales (Efesios 1:3).
Por esta razón es tan significativo el llamado y la
exhortación que la gracia te hace. Tus buenas obras
pueden ser tu más preciada fortuna, pero nada puede
compararse con el valor que el Padre otorga al Hijo.
No recibirás la vida eterna porque seas bueno,
caritativo o con una elevada estatura de virtudes morales;
únicamente si tienes al Hijo. La Escritura dice: “El Padre
ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano. El
que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa
creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está
sobre él (Juan 3:35-36). Y otra vez reafirma: “Y este es el
testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida
está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no
tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11-12).
Como puedes ver, todo está decidido en Cristo.
Algunos cristianos ponen su confianza de que son hijos
de Dios en el hecho de que los regeneró o los hizo nacer de
nuevo. Por nuevo nacimiento entienden la implantación de
una nueva naturaleza en ellos que los hace actuar como
Dios desea, por lo menos eso es lo que se enseña. La vida
práctica testifica de otra realidad que los hace despertar
de su sueño. Al escudriñar sus corazones se dan cuenta
que su santidad no es lo que debe ser y viven defraudados
e inseguros. La salvación no es una experiencia individual,
algo que se nos da en nosotros. Es de carácter relacional, o
sea que participamos de ella mientras estemos unidos a
Cristo, pues todo lo que confesamos como nuestro nos lo
dieron en él, y en él reside; por lo que sin él nada somos y
nada tenemos.
Si no lo tenemos a él, como en la historia de la
subasta, perdemos los mejores cuadros, es decir, toda
bendición que el Cielo nos asignó para que disfrutemos.
Por esto Jesús aseguró que sin él nada podemos hacer, si
no estamos injertados en la vid, moriremos. Él es el
depositario de toda bendición, incluyendo nuestro nuevo
nacimiento. La garantía de nuestra salvación no está en el
hecho de que el Espíritu nos transforma o nos regenera,
sino en que Jesús al resucitar de los muertos nos dio una
nueva vida, y esta vida se encuentra en él. En su vida
resucitada nacimos de nuevo y se produjo la nueva
creación.
El evangelio sin ambigüedad sostiene que “en ningún
otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo
dado a los hombres en que podamos ser salvos” (Hechos
4:12). Todo cuanto necesitas te lo entregaron en este
Hombre. Mi hermano, Cristo no es el medio para salvarte,
él es la salvación misma. El lugar donde el poder de Dios
se manifestó y desde el cual te alcanzó.
Si algo es de importancia, lo es el evangelio. Por lo que
debe ser tu principal tarea el llegar a conocerlo. El Maestro
mismo nos enseño que la vida eterna consiste en conocer
al único Dios verdadero y a Jesús el Mesías, su enviado
(Juan 17:3). En otra ocasión, refiriéndose a su persona, le
advierte a una mujer Samaritana: “ Si conocieras el don
de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le
pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10). Conocerlo es
más que saber dónde vivió, quiénes eran sus padres, cómo
murió, etc. Es entender por qué vino al mundo, qué
importancia tiene para Dios lo que hizo. Cómo nos afectó,
por qué tomó nuestra naturaleza humana y a qué se debe
que su obediencia se considere, en el pacto de la gracia,
como si fuera la obediencia del hombre. Por qué su vida es
tan importante para nuestra redención. Cómo afectó
nuestro futuro. Conociendo a Cristo conoces a Dios y a ti
mismo. La opinión tan elevada que tienes de tus obras la
debes al poco entendimiento que tienes de estas verdades
Desde el púlpito se critica como vano conocimiento o
puro ejercicio mental el saber sobre la importancia de su
obra. A menudo oímos decir: “no nos den doctrinas,
deseamos una experiencia con Jesús”. El cristo de la
experiencia ha llegado a tener más importancia que el
Cristo que los evangelios presentan. Es como una tienda
de helados con muchos sabores, cada uno escogiendo el
que más le guste. Así también muchos tienen un cristo
para satisfacer las demandas de cada individuo, es el cristo
de los muchos sabores. Este no es el Cristo de la Biblia. El
que el evangelio proclama es exclusivo, “no hay otro que
pueda salvarte”. Si deseas predicar el evangelio, tienes
que llegar a conocer al único Cristo de Dios. Tal
conocimiento no lo hallarás en tu experiencia, únicamente
en el registro del testimonio de los apóstoles.
¿Qué es el evangelio? La obra que Dios realizó en la
persona de Jesús a favor de aquellos que no pudieron, no
pueden y no podrán salvarse por lo que hacen, incluyendo
las buenas obras que como cristianos realizan en
obediencia a la voluntad de Dios. ¿Quién es el evangelio?
El evangelio es: Cristo. La noticia de Dios para el mundo no
es una nueva norma de conducta o una nueva filosofía de
vida; es respecto a un Hombre: cómo todo cuanto vivió,
sintió, pensó y experimentó afectó la manera de Dios
verte. Todo cuanto hizo, en su nacimiento, en su muerte y
su resurrección, es tu respuesta a la demanda de la justicia
divina; de modo que puedas decir con toda seguridad que
cumpliste, y Dios nada requiere ya de ti para aceptarte y
salvarte.
Preguntas para Estudio

1.
Lee Hechos 3:1-16 y Hechos 4:12 y explica qué quiso decir Pedro al
confesar que “en ningún otro hay salvación”
2.
Según Hechos 3:12 ¿qué es lo primero que se mira cuando sucede un
milagro? ¿Cuál debe ser nuestra actitud cuando los hombres ponen la
atención en nosotros? (Hechos 3:12-15).
3.
¿Cómo Pedro explica que la Palabra es más importante que nuestra
experiencia? Lea 2 Pedro 1:16-19.
4.
¿Dónde Dios puso lo que necesitas para tu salvación? (Juan 3:35-36).
5.
¿Necesitas hacer algo adicional para tener vida eterna? Lee
cuidadosamente Juan 3:35-36 y 1 Juan 5:10-13 y responde las
siguientes preguntas: ¿Cómo tenemos vida eterna? ¿Puedes estar
seguro “ahora” que la tienes?
6.
¿En que momento la ira alcanza al que no cree? Presta atención al
verbo “está” y di si alude a algo en pasado, presente o futuro (Juan
3:35-36).
7. ¿Cuánto Dios te bendijo en Cristo? (Efesios 1:2).
8. ¿Cuán completo estás al tener a Cristo? (Colosenses 2:9,10).
9.
¿Cuán preparado estás para la segunda venida cuando tienes a Cristo?
(1 Corintios 1:4-7).
¿Cómo Sé Que He
Creído?
Pablo decía: “no me avergüenzo del evangelio porque
es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree”
(Romanos 1:16). Juan de igual manera señala: “Porque de
tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo, para
que todo aquel que en él crea no se pierda más tenga vida
eterna (Juan 3:16). “Y así como Moisés levantó la serpiente
en el desierto, así es necesario que el hijo del hombre sea
levantado, para que todo aquel que en él crea no se pierda,
más tenga vida eterna (Juan 3:14,15). Cuando lees estas
palabras lo primero que te preguntas es: ¿qué significa
creer y cómo sé que he creído?
Hablemos primeramente de lo que no es creer el
evangelio. No es aceptar como cierta alguna información
histórica. Sin lugar a dudas esto es de vital importancia, y
sin ello estarías creyendo en una fantasía. La fe cristiana
está fundada sobre la realidad de que Cristo vivió, murió y
resucitó, negar esto es negar el fundamento mismo del
Cristianismo y hacer de la fe una mera experiencia. Sería
como creer un cuento de hadas, en una fantasía.
Tampoco significa reconocer que Cristo es el Salvador
del mundo. Aun los demonios lo saben. No pueden negar
que realizó una obra que cambió el destino de toda la
humanidad. Están plenamente seguros que a causa de ello
muchos se salvarán. Tener por cierta esta verdad no
salvará a nadie.
Estar seguros que Jesús volverá otra vez y hará juicios
sobre los vivos y los muertos, tampoco es señal de fe. Aún
los incrédulos reconocen que si no regresa, este mundo se
destruirá a sí mismo. La esperanza de un mejor futuro
alienta el corazón de muchos y hasta están dispuestos a
confesar que llegará con Cristo. No obstante, esto no los
hace creyentes. ¿Que es creer? ¿Qué queremos decir
cuando afirmamos que creemos o que tenemos fe?
La Escritura dice: “para que todo aquel que en él crea”.
La fe es pues una necesidad, sin ella no podrías llamarte
cristiano. De modo que la fe te identifica y dice quién eres,
pero lo hace no para que mires que algo estupendo como la
fe esta surgiendo en ti, y la sientes, la experimentas, lloras
de alegría, saltas y danzas de emoción; conmovido por la
agitación gritas al mundo: ¡creo!, ¡creo! La fe no es una
mera emoción, aunque ciertamente el que cree vive lleno
de paz y gozo. Es tal la naturaleza de la fe que de mirarse a
si misma, dejaría de existir.
En las Escrituras la fe no puede separarse de su objeto
y no puede identificarse a partir del que la realiza. La
confesión cristiana define la fe con la palabra “en”. Fe en
él, fe en Cristo. Ninguna otra cosa puede describirla y de
hacerlo, dejaría ser la fe que la revelación proclama. Fe
en... busca un lugar donde descansar y cuando no lo halla
lo inventa.
No hay nadie en el mundo que viva sin fe, el problema es
que el objeto de ella, donde ella se apoya, dejó de ser lo que
Dios hizo en Cristo y se lo ha reemplazado por el hombre: su
sabiduría y su fuerza. La Biblia llama incredulidad a la fe que
no se orienta y depende de la revelación, aquella que no
descansa en Cristo. Incredulidad es Fe en...mi intelecto, fe
en...la ciencia y podríamos continuar indefinidamente. La fe
bíblica, aquella que resulta en salvación, sólo tiene un lugar
de definición y este es en Cristo.
La fe se ancla en la palabra que Dios habló en Jesús de
una vez y para siempre. De ahí que ella nos haga crecer en
la confianza. Confianza es estar completamente seguros en
la fidelidad de otro, convencidos que cumplirá sus
promesas. ‘Yo creo’ significa ‘yo confío’. Nunca más soñaré
en confiar en mí mismo, no exigiré de mí mismo el
justificarme, el excusarme, el intentar salvarme o preservar
mi vida. Todo esto ha llegado a ser sin fruto (Karl Barth).
El creer brota como una semilla que germina cuando la
palabra de la gracia la riega, se alimenta de lo que Cristo
cumplió con su vida y su muerte. Como la planta que
busca los rayos del sol para preservar su vida, así buscan
del Salvador los que comprenden su condición perdida;
saben que si él no los ilumina con su radiante gracia,
perecerán para siempre. Quien cree el evangelio sabe por
que lo cree. Está seguro que merece el infierno, que su
vida está bajo el justo juicio de Dios y que no importa cuan
moralmente viva, jamás podrá escapar de la condenación
eterna.
Razón por la cual, quien confía en el evangelio ve en
Jesús su única esperanza de vida. Sabe que sin él sólo
encontrará a un Dios airado, indignado por la impiedad de
su carne. Le ruega que no lo mire ni tome en consideración
su justicia. Su gloria es hablar de los triunfos de su
maravilloso Salvador, de cómo el Padre quedó complacido
por la vida que vivió y del pago que ofreció con su muerte.
Encuentra su paz en saber que Dios lo tiene por justo a
causa de que Cristo está en los cielos tomando su lugar. Por
lo que su oración es “de aquí en adelante acepto como mío
el vivir y morir de Jesús, le confieso como mi Sustituto y
Representante, consiento que tome mi lugar en el cielo, de
modo que no se me imputen mis pecados y falta de justicia.
Reconozco que todo cuanto hizo lo hizo, no para otros, sino
para mí, que no es el Salvador del mundo sino el mío”. La fe
dice: “Cristo es mi justicia y perfección y yo soy su pecado e
imperfección. Dios lo tuvo por impío para tenerme a mí por
justo”.
El que cree el evangelio, al igual que Pedro cuando se
estaba ahogando, gritará: “Señor sálvame que perezco”.
Como Jacob se aferrará de Dios diciéndole: “no te soltaré si
no me bendices” (Génesis 32:26). Y como el publicano, no
se atreverá mirar al cielo por su indignidad, confesando
que es pecador y pidiendo que Dios tenga misericordia de
él. En fin, sabrás que has creído cuando reconozcas tu
propia incapacidad e indignidad y aborrezcas tus logros
espirituales, teniendo por basura todo lo que en una
ocasión tuviste por ganancia. Seguro de que nada tienes y
nada tendrás para ofrecerle a Dios en compensación por tu
alma, ni ahora ni nunca, a no ser lo que tu amado Cristo
posee en su propia Persona. Y tendrás paz en la convicción
de que Dios se comprometió en salvar a todo aquel que
reclame como suyo todo cuanto el Señor Jesús realizó.

Preguntas para Estudio

1. ¿Cuán importante es creer? (Romanos 1:16, Juan 3:14-16).


2. ¿Di qué cosa es no creer?
3.
¿Quiénes son los únicos que vivirán en el juicio final? (Romanos 1:17).
4.
¿Cuál es la finalidad de la fe? ¿De qué se alimenta? (1 Pedro 1:9-11).
5.
¿Qué es lo que define a la fe verdadera? Lo que pongas después de
“Fe en…” dice en qué estás confiando para tu salvación. Lee Romanos
3:22,25; Gálatas 3:22,26.
6. ¿Cuál es la palabra que la fe confiesa? (Romanos 10:8-13).
7.
¿Qué es lo único que provoca fe en el que escucha? (Romanos 10:13-
17). Obedecer el evangelio significa creer y aceptar su anuncio, lo que
proclama respecto a Cristo y la manera de salvarnos.
8.
¿Qué sucede cuando tenemos la fe verdadera? (Romanos 5:1-4).
9.
¿Cómo la parábola del fariseo y el publicano me dice si he creído o no;
si tengo la verdadera fe? Recuerda que los dos tenían fe, ¿En qué el
fariseo había puesto su fe para su salvación? ¿En qué la había puesto
el publicano? Lee nuevamente la parábola en Lucas 18:9-14 y explica.

El Evangelio y la
Obediencia
Quizás piensas que menosprecio la obediencia
cristiana y el desarrollo de carácter. Si eso piensas estás
completamente equivocado. Y si alguno considera que lo
que digo tiene la intención de hacerla liviana y que tiene
licencia para tomar el evangelio como excusa para
satisfacer sus deseos carnales, no ha entendido lo que he
dicho y no aprecia el evangelio como debiera. Es cierto que
en el plano de la salvación nada puedes hacer y nada
puedes aportar, aun así, Dios no desea que seas esclavo
de tus pasiones, ya que Cristo pagó tan alto precio por tu
libertad. Si amas al Señor, amarás lo que él ama y
aborrecerás lo que él aborrece. No tomarás el evangelio
para deshonrar su nombre; te lo dio para que seas libres,
no lo uses para satisfacer tu carne.
La obediencia muchos la definen como aquello que
realizas en cumplimiento a la voluntad de Dios. Desde el
punto de vista bíblico, esto no es necesariamente
obediencia y mucho menos una buena obra. Una obra o un
acto de obediencia puede considerarse un “trapo sucio e
inmundo” (Isaías 64:6), como “basura” (Filipenses 3:7,8),
aún como una obra impía (Mateo 7:21-23). Lo que
determina si una obra es buena o si tu obediencia es
agradable es el objetivo que procura. Obras impías y
desobedientes son todas aquellas que intentan comprar la
gracia divina, promueven la gloria del hombre, y en las
cuales ponemos nuestra confianza de la vida eterna. La
obras de gratitud nada reclaman; porque saben que si Dios
no hubiese salvado al hombre, éste hubiese perecido bajo
el dominio de la muerte. La gratitud únicamente sabe
alabar y agradecer por la gracia que recibió. Estas son las
únicas obras o actos de obediencia que podemos catalogar
como obediencia cristiana.
La gratitud es semejante a un amigo que te invita a
comer. Te dice que pagará la cuenta, que puedes pedir lo
que desees. Comes despreocupado porque sabes que no
es tu responsabilidad el pagar; otro lo hará. Una vez tu
amigo lo ha hecho, deseas dejar en la mesa una propina en
gratitud por el servicio del mesero. En inglés llaman a la
propina “gratitude”: gratitud. Sería una necedad de tu
parte pensar que la propina pagó la cuenta. Ella
únicamente fue una expresión de agradecimiento en
reconocimiento del esfuerzo que otro hizo para servirte y
por el hecho que tu amigo pagó. Así son nuestras obras,
una demostración de gratitud hacia aquél que nos invitó,
nos sirvió y pagó lo que debíamos. Muy bien podías haberte
levantado de aquella mesa sin dejar ninguna gratificación,
pudiste haber insultado al mesero, ofendido a la
administración del restaurante; aún así, la cuenta estaba
paga. Pero la gratitud muestra su verdadera naturaleza
negándose a hacer tales cosas. No puede abandonar la
mesa donde le han servido, donde ha comido del manjar de
la misericordia sin decir: ¡gracias!
Los actos de gratitud son los únicos en que Dios se
complace; y lo logran porque la naturaleza de la gratitud es
procurar la alabanza y gloria de su benefactor, y no porque
sean perfectos o le satisfagan. Sólo Cristo con su vida y
muerte puede conquistar tu corazón para que le ames, y lo
correspondes porque él te amó primero (1 Juan 4:10). Pablo
decía: el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto, que
si uno murió por todos, luego todos murieron (2 Corintios
5:14). El saber que él se hizo pecado por ti para que fueras
considerado justicia de Dios en él (2 Corintios 5:21), moverá
tu corazón a expresar agradecimiento. Únicamente aquellos
que viven en el reino del Hijo de Dios pueden expresar la
obediencia propia a ese reino.
Se cuenta que cuando destituyeron al rey Luis XVI de
Francia y lo encarcelaron, condujeron a su hijo menor, el
príncipe, a un lugar lejano. Se pensó que si lo destruían
moralmente nunca podría alcanzar el grandioso destino que
la vida le había otorgado. Lo llevaron a una comunidad
donde lo expusieron a lo más bajo y vil que la vida podía
ofrecer. Lo expusieron a manjares tan deliciosos como para
hacerlo un esclavo de su apetito. Constantemente utilizaban
a su alrededor un lenguaje ordinario. Lo colocaron en un
ambiente de mujeres vulgares y lujuriosas; a la deshonra y
la desconfianza. Se vio rodeado veinticuatro horas al día por
todo lo que pudiera arrastrar su alma hasta lo más ruin. Lo
sometieron a todo ello durante seis meses, pero el joven ni
una sola vez cedió a las presiones. Finalmente, al cabo de
tentaciones tan intensivas, lo interrogan: “¿Por qué no
cedes ante estas cosas?, todo está planeado para darte
placer, satisfacer tus apetitos, además son deseables; son
tuyas”. El joven respondió: “No puedo hacer lo que me
piden porque nací para ser rey”.
Tú también naciste para ser rey, Dios te ha hecho rey y
sacerdote dice la Escritura (Apocalipsis 1:6). En todo
momento debes recordarlo y vivir a la altura de tu nueva
posición. Aún no se ha manifestado todo lo que serás, muy
pronto ocurrirá. Debes vivir la vida en el mundo para la
gloria de Dios.
Pero ten cuidado de hacer de tu vida obediente el
evangelio. Esto no significa que el evangelio no ha de
impactar todo lo que eres. Si no lo hace, entonces son
meras ideas sin efectividad para tu presente existencia. La
perfecta vida que Jesús vivió no sólo afectó tu relación con
Dios, también lo ha hecho con el mundo que te rodea. Se
dio a sí mismo por tus pecados para librarte del presente
siglo malo (Gálatas 1:4). Ya que invocas como Padre al que
juzga con imparcialidad las obras de cada uno, vive con
temor reverente y noble respeto mientras seas peregrino
en este mundo. A la iglesia, Pedro les recordaba: “Como
bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda
que heredaron de sus padres. El precio de su rescate no se
pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino
con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin
mancha y sin defecto (1 Pedro 1:16-17). Dios te rescató de
un modo de vida que muestra constantemente lo dañino y
perjudicial que es para ti y para la sociedad en la cual
vives.
A pesar de que reconoces estas cosas por la
iluminación del Espíritu, en tu diario vivir tienes las mismas
luchas que tuviste al confiarte a Dios para tu salvación. Se
te hace dificil aceptar la voluntad de Dios para tu vida.
Necesitas fe para hacerlo. Estás tan acostumbrado a las
obras y a tu esfuerzo que piensas que todo depende de ti.
¡Qué enfermedad la nuestra!, necesitamos luchar cada día
con esta incredulidad y confianza propia. Jesús le comunica
al padre del endemoniado que “para el que cree todo es
posible”. Y ante la incredulidad de su propio corazón, el
padre le responde: “Señor, creo; ayuda mi incredulidad”.
Al igual que él, reconoces que la bendición es para los que
creen, pero entiendes que te encuentras lejos de poseer
esa fe que mueve montañas. Por lo que a menudo te
abandonas al apoyo de los hombres, descartando la
voluntad de Dios. Te convences a ti mismo diciendo que
Dios no puede estar esperando que obres de ésta o aquella
manera. Razonas que él conoce el problema por el que
estás pasando. Tu estado emocional influye grandemente
en la manera en que interpretas su camino y evita que
entiendas que lo que te ofrece es mucho mejor que lo que
vas a escoger.

Modo en que Nuestras Emociones Afectan Nuestra


Interpretación de la Voluntad de Dios

Ilustremos lo dicho. Estás viviendo en un lugar bueno,


con un buen vecindario y una buena iglesia. Un día te
enojas con tu vecino y decides vender la casa e irte del
lugar. Le pides a Dios dirección, si te conviene partir o
quedarte, le pides una señal y cuando sucede algo que te
agrada, interpretas que está hablándote. La realidad es
que tu incomodidad con el problema está influyendo en la
interpretación de su voluntad.
Juan está teniendo problemas con su esposa
incrédula, su vida es un infierno, le pide a Dios que le
revele si debe abandonarla. ¿Desconoce él lo que Dios dice
del divorcio? Ciertamente que no, sólo procura una excusa,
una justificación para lo que decidió hacer.
María no siente deseo de venir a la iglesia, pide a Dios
que le muestre si es su voluntad que ella continúe yendo.
El Cielo nunca responderá a oraciones como éstas, ya está
establecido qué es lo que se espera de ti. Quien ora de
esta forma busca una excusa para hacer lo que tiene en
mente, y justifica la acción convenciéndose a sí mismo de
que Dios le ha mostrado el camino a seguir. En otras
palabras, no ora para hacer lo que se le manda. No es la
Palabra la que dicta su curso de acción, sino sus
experiencias negativas.

Debemos Vivir por Fe

Hebreos 11:8 enseña que por la fe Abraham obedeció


para salir al lugar que había de recibir como herencia; salió
sin saber a dónde iba. Quizás Abraham tenía otros planes,
habrá pensado en la estabilidad económica que gozaba
donde estaba. Las dudas son normales, obrar sin saber
cuáles serán los resultados nos llena de temor. Abraham
tuvo la valentía de aceptar los planes de Dios; le pidió que
saliera de su tierra y abandonó todo sin saber a dónde iba,
sin saber que futuro le esperaba. Confió en la palabra
divina y obedeció. Obedeció sin ver, armado sólo de su fe
en el brazo poderoso del Altísimo, confiado en la promesa.
No puede haber acción sin fe. Necesitas confiar en Dios
aún pensando que el problema no se resolverá. Necesitas
creer en esperanza contra toda esperanza. Aunque el mar
esté frente a ti, se te manda a continuar adelante. Aunque
las ciudades estén amuralladas, Dios dice que marchemos
alrededor de ellas, y éstas caerán. Cuando Israel estaba
frente a la tierra prometida su experiencia le hacía ver la
dificultad para enfrentar al enemigo, pero Dios prometía
pelearía por ellos. Por no obedecerlo perecieron en el
desierto y perdieron la bendición. Haciendo caso a tu
experiencia de cierto que te desanimarás en hacer lo que
se te pide. Naamán miraba los ríos de Jerusalén y
murmuraba que los suyos eran más limpios y mejores, con
todo, deseaba la salud que había venido a buscar a Israel
(2 Reyes 5:11-14). Por encima de lo que vio decidió hacer
lo que se le ordenó y recibió lo que buscaba. Marta y María
consienten mover la piedra del sepulcro, ya hediendo su
hermano; actuando contrario a lo que sus sentidos y
experiencia dictaban, obedecieron la orden del Maestro sin
saber qué esperar, y recibieron con vida a su hermano
muerto. Vivir de experiencias, esto es, de cómo nos
sentimos y de acuerdo a nuestras emociones, no sólo
afecta nuestra salvación, también nuestra obediencia
diaria.
La obediencia que produce la fe es un acto de
confianza, un obrar por encima de toda imposibilidad,
cuando todo aparenta decir lo contrario. Los grandes
hombres de fe son los que obraron sin saber qué esperar.
No esperan que respondan a todas sus preguntas o que se
elimine toda dificultad. Ellos se alimentan y se sostienen en
todo momento de la fidelidad del que promete. El
someternos a la voluntad de Dios es fruto de la fe.
El hombre vive en una lucha constante entre el hacer
su voluntad o la de Dios. La voluntad de Dios es que
abandonemos toda justicia propia, que dependamos
únicamente de una justicia que no sentimos ni vemos. Que
vivamos en el mundo en la espera del juicio confiados de
que al llegar ese momento el eterno Juez nos tendrá por
justos por algo que Cristo posee y no por algo que
poseemos. Una obediencia de esta categoría encuentra su
vida y energía en la fe; y como la fe misma, rehúsa que se
le reconozca más de lo que es, un obrar con los ojos
cerrados, asida de la mano del Espíritu de Dios que la guía.
Los que miran la obediencia en procura de seguridad,
no entienden lo que es responder al llamado del Cielo en
fe. Nada conocen de la lucha que enfrentan los que
obedecen de esta manera. Reconocen que obrar como se
les pide es arriesgar sus vidas, es un suicidio. Los
creyentes vienen a Dios fiados que lo que el ofrece es lo
mejor. Su gracia nos dio a conocer el misterio de su
voluntad según su beneplácito, el cual se había propuesto
en Sí mismo (Efesios 1:9). Tuvo a bien el revelarnos cuál es
el futuro que trae el aceptar esa voluntad, de modo que
sepamos cuál es la esperanza a la cual nos ha llamado, y
cuáles las riquezas de la gloria de su herencia con los
santos (Efesios 1:18). Israel fracasó cuando rechazó la
voluntad de Jehová. Tenían celo, con todo, este celo los
condujo a establecer su propia voluntad en lugar de
reconocer la de Dios. Ignorando la justicia de Cristo
establecieron la suya. Procuraron alcanzar la justicia por la
ley y fracasaron. Se les hacía difícil creer que una justicia
externa a ellos podía resolver su gran problema; pensaron
que con sus obras tendrían mayor oportunidad de éxito, lo
que hizo que fueran colocados bajo la maldición de la ley,
excluidos de toda bendición.
El evangelio enseña que no hay futuro alguno para los
que ignoran la voluntad de Dios. Si la nuestra impera,
descartamos a Cristo; si la de Dios, Cristo será exaltado.
Donde la voluntad divina para nuestra salvación se acepta,
hay futuro para el que se somete a ella y una fuente
inagotable de ricas bendiciones. ¿Por qué no hemos
aprendido esta lección? Esperamos frutos, disfrutar de la
felicidad que buscamos sin reconocer la voluntad del
Señor.
En la salvación nos sometemos a ella, en la vida diaria
dudamos de que pueda ser efectiva. La realidad es que la
misma fe que necesitas para recibir la bendición de la
gracia, que nos libra de toda condenación, es la misma que
se requiere para escapar de los resultados de tus malas
decisiones. La misma voluntad que obra para tu salvación
es la misma que está obrando para librarte diariamente; el
mismo poder que se manifestó para el perdón de tus
pecados es el mismo que opera en el quehacer diario de tu
vida.
En su oración por la iglesia de Colosa, Pablo pedía que
fueran llenos del conocimiento de la voluntad de Dios para
que andarán como era digno del Señor, agradándole en
todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el
conocimiento de él, fortalecidos con todo poder, conforme
a la potencia de su gloria, para toda paciencia y
longanimidad (Colosenses 1:9-11). La Escritura revela que
mientras más conocemos la voluntad del Señor para
nuestra salvación, más efectivamente viviremos en el
mundo. Necesitamos aceptarla diariamente, en oposición a
nuestra experiencia, fortaleciéndonos en fe, confiando que
él es poderoso para hacer mucho más de lo que pedimos
(Efesios 3:20).
No hay excusas para ser negligentes, no hay excusas
para satisfacer los deseos de la carne. Como cristiano debes
esforzarte al máximo de tus habilidades por vivir a la altura
de tu llamado, aun cuando sabes que nunca serás como
Jesús y nunca podrás obedecer como él lo hizo. En cada
intento por vivir de esta manera descubrirás más
hondamente tu imperfección y cuán por debajo te
encuentras de lo que él fue. Esto te mantendrá
dependiendo por completo del evangelio. Tu corazón se
llenará de regocijo al saber que la perfección de tu Salvador
mantiene tu vida segura, no tu pobre imitación de él. Tu
vida como cristiano será una lucha contra todo poder que
procura desviar tu atención de los cielos donde se halla
intercediendo por ti.
El evangelio te libera de la carga de intentar encontrar el
favor de Dios mediante tus obras y te permite vivir para su
gloria. Cuando caes y lo ofendes, te llenarás de tristeza, pero
tienes la fuerza de continuar viviendo para él porque sabes
que su perfecta vida te cubre diariamente. Cuando el diablo
pretenda engañarte—y en muchas ocasiones te atrapará
con su astucia—y te conduzca a poner tus ojos en tu
imperfecta carne, la duda te zarandeará y sentirás que el
Cielo te abandona. De no ser por el Espíritu Santo que te
recuerda que tu justicia y perfección está en los cielos,
desesperarías hasta consumirte por la duda. El secreto de
la perseverancia cristiana no se halla en cuánta pureza
hemos adquirido en la transformación de nuestro carácter,
sino en lo que Dios proveyó en el evangelio. Lo que vives
en la carne necesitas vivirlo por la fe en el Hijo de Dios que
se entregó por ti (Gálatas 2:20).
Viviendo Nuestra Vida en Nuestro Gran
Sumo Sacerdote

Buenas obras y una obediencia que agrada a tu


amante Padre celestial es aquella que ofreces en
dependencia total de tu gran Sumo Sacerdote. Dios acepta
tus imperfectas obras como ofrenda de gratitud porque
vienen a él cubiertas por la perfección de Cristo, de modo
que sus obras sustituyen las tuyas en el momento en que
él las presenta. Así como tú adoras en Su adoración
celestial, de igual manera obras en sus obras y vives en Su
vida. La ofrenda de tu vida obediente, al ascender al cielo
encuentra eco en la vida obediente de Jesús, que en el
mismo instante la ofrece ante Dios.
No es que tus buenas obras motiven a Cristo a
encontrarlas dignas de recompensa y alabanza; más bien
son la expresión de una vida conectada con el Cielo de modo
que todo lo que haces, tu Representante lo hace igualmente,
como todo cuanto él hizo, tú lo hiciste igualmente. Es como
si tus manos movieran las manos de Cristo, tus labios sus
labios; o sea, que lo que los santos hacen en la tierra su
Representante celestial lo realiza simultáneamente. Están
tan unidos que es imposible vivir su vida terrenal sin que a
su vez la estén viviendo en los cielos en Cristo. Tu vida en la
tierra no puede separarse de tu vida en el cielo, Dios ha
decidido hacerlas inseparables al hacer de Jesús y de ti un
sólo Cristo.
El evangelio, así entendido, proclama que no puede
existir verdadera obediencia que no la expreses por medio
de tu Representante celestial. Que tu obediencia es una
ofrenda de gratitud, no la obediencia a una lista de reglas.
Toda tu vida es un acto de adoración. Al acostarte, al
despertar, en el trabajo, en la familia, alábalo en cada
aspecto de tu vida; aún en el sufrimiento y la enfermedad
debes adorarlo.
La adoración reconoce que Dios es la fuente de toda
bendición y beneficios. Adoras en gratitud, recordando su
bondad. El Salmista lo hacía de esta manera:

Bendice, alma mía, a Jehová,


Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias (Salmos 103:1-3).

La adoración se orienta hacia el cielo porque sabe que


en la tierra sólo existe la criatura imperfecta. La vida que
agrada a Dios, y la cual estás llamado a vivir, es aquella
que reconoce una dependencia total de su Salvador y no
puede dejar de agradecer y adorar. Tu obediencia es un
acto de adoración.

Preguntas para Estudio

1.
Define lo que es obediencia. Luego explica qué diferencia hay entre
una obra de bondad hecha por un creyente y uno que no lo es.
2.
¿Cómo Dios considera toda obra hecha aparte de la fe en Cristo?
(Isaías 64:6, Mateo 7:21-23, Filipenses 3:7,8).
3.
¿Por qué estas obras son impías? ¿Qué hace que una obra sea buena?
¿Puede una persona no salva producir buenas obras? (1 Corintios
10:31, Gálatas 2:16-18; Juan 6:28-30).
4. ¿Cómo la fe muestra tu gratitud? (Gálatas 5:6).
5.
¿Qué es lo que produce nuestra vida de buenas obras? (1
Tesalonicenses 1:3).
6.
Antes de poder amar a Dios y mis semejantes, ¿qué necesito
escuchar? (1 Juan 4:10).
7. ¿Cómo somos motivados a obedecer? (2 Corintios 5:14,21).
8.
¿Cómo se conducen los que son hijos del Rey? (1 Pedro 1:16-18). Antes
de conducirte como hijo del Rey necesitas llegar a ser su hijo. ¿Cómo
llegas a serlo? (Gálatas 3:26). Las obras no pueden convertir a nadie
en hijo del Rey; no obstante, el que lo es, produce las obras propias a
su posición de príncipe.
9.
¿Si las obras no salvan ¿cuál es su propósito en el mundo? (M
ateo 5:16, 1 Pedro 2:11-12).
10.
Lee Hebreos 13:15 y Romanos 12:1 y ve como tus obras son un acto
de adoración que presentas al Padre en el nombre y por la intercesión
de Cristo.

El Evangelio
del Reino
En el presente capítulo y el que le sigue, presento
algunas de las ideas erróneas que se sostienen en relación
con el evangelio, y la dificultad que muchos tienen en
definirlo, ejemplo de esto lo es David C. Pack, pastor de: La
Iglesia Restaurada de Dios, sostiene que:

"casi todos creen que el evangelio es acerca de la Persona de


Jesucristo. Ciertamente, Cristo juega un papel extremadamente
importante para el Cristianismo, pero él no es el evangelio.
Algunos proclaman un 'evangelio de salvación', otros un
'evangelio de gracia'. Todavía otros creen en un 'evangelio de
milagros' o un 'evangelio social'…Presten atención al registro
de Marcos: 'Después que pusieron a Juan en prisión, Jesús vino
a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios'. Este es el
evangelio que Cristo predicó".

Otro autor de la “Iglesia del Gran Dios (Church of the Great


God) escribió:

“La palabra inspirada de Dios lo hace abundantemente claro


que: las ‘buenas nuevas’ que Jesucristo trajo fueron acerca del
reino de Dios. El ‘evangelio de Jesucristo’ es simplemente el
mensaje de las buenas noticias que Jesús predicó, no un
mensaje acerca de Jesús. No es un mensaje principalmente
acerca de los eventos de su vida y de él como el salvador del
mundo, aun cuando ciertamente lo incluye. Pero si lo que
ocurrió en su vida no lo ves en su propio contexto, la fe
resultante estará llena de errores y finalmente desastrosa. El
anuncio de las ‘buenas noticias’—las mejores noticias que hoy
día se puedan escuchar—que el Padre nos dio a través de
Jesucristo, fueron acerca de su reino”.

De acuerdo con estas ideas, creer que el evangelio es


acerca de Jesús, de los eventos de su vida y de él como
salvador del mundo, resultará en “una fe llena de errores y
desastrosa”. Es tan grande la ignorancia de lo que es el
evangelio que muchos llaman a la verdad mentira y a la
mentira verdad. Otros lo sustituyen por una verdad de
menos relevancia. El Sr. Pack, antes citado, enumera
algunas propuestas erroneas de lo que se entiende como
evangelio, a lo cual necesitamos sumar la suya. Él sostiene
que el evangelio es la predicación del reino, las buenas
noticias de que Dios establecerá su reino para someter a
los hombres a sus leyes. En los primeros dos capítulos de
este libro probamos que el evangelio es —contrario a la
opinión de los autores citados—, “acerca del hijo”, o
“acerca del Señor Jesucristo” (lee nuevamente Romanos
1:1-5, 1 Corintios 15:1-5). Allí descubrimos la impotencia
del hombre para cumplir con la ley divina. Por lo que,
pregunto: ¿cómo puede la noticia del reino ser una buena
noticia si sabes que no estás cumpliendo ni podrás cumplir
con la ley y, por lo tanto, no tendrás derecho a él? No
niego que se proclama el reino de Dios en el evangelio,
pero las buenas noticias no son que el reino viene o está
entre nosotros, sino la manera en que entramos a él. El
llegar a entender esto último es la sustancia del evangelio.
La idea que estos autores defienden es como decirle a
un enfermo, tengo buenas noticias para ti: “hay muchas
personas que están sanas”; qué de significativo tiene esta
noticia para una persona enferma, lo que ansía es
escuchar que poseen la cura para su padecimiento.
La Biblia en ocasiones presenta la predicación del reino
de Dios como el evangelio. Es cierto que Jesús expresó su
mensaje de esta manera. El registro bíblico nos dice que
“Recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las
sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y
sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo”
(Mateo 9:35).
El asunto no es si Jesús predicaba el evangelio del
reino, lo que tienes que descubrir es si lo entendió como
nosotros lo hacemos. También que relación él tiene con
este reino y por qué son buenas noticias.
Para Jesús el reino era más que una localidad con leyes
para gobernar. Cuando sanaba enfermos, cuando sometía
al diablo, estaba mostrando que el reino había llegado:
“Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios,
ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lucas
7:18-22; 11:20-21). Se esforzaba en mostrar que el reino
era más que una simple esperanza del futuro. Por lo que
puede afirmar: “el reino de Dios entre vosotros está”
(Lucas 17:21). El reino de Dios, entonces, tiene que ver
más con su triunfo sobre los poderes que mantienen
cautivo al hombre, y la administración de su gracia a los
pecadores. El gobierna en el ejercicio de la misericordia y
el perdón de los pecados.
El Reino de Dios y la Gloria de Cristo

Lucas 9:26-31 muestra que el reino y Cristo son


inseparables. Jesús le dice a sus discípulos que los que se
avergüencen de él, cuando venga en su reino, él se
avergonzará de ellos. Luego hace una declaración que ha
sido objeto de gran discusión a través de las edades. “Pero
os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí,
que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de
Dios”. ¿Pensaba Jesús en la renovación final del mundo, en
la nueva creación que surgirá con su segunda venida?
Como estaremos viendo, tenía en mente la revelación de la
gloria de la nueva edad en su persona. El reino de Dios
había llegado y ellos habrían de ver su gloria en Cristo,
antes que murieran.
El evento inmediato del cual habla es la transfiguración.
Este fue el momento cuando la gloria de Dios se dejo ver
sobre la persona de Cristo. Mateo, Marcos y Lucas la
colocan seguida a esta declaración.

“Pero os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí,
que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios”.
Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó
a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Y entre
tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su
vestido blanco y resplandeciente. Y he aquí dos varones que
hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes
aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que
iba Jesús a cumplir en Jerusalén (Lucas 9:26-31).

Mostrando que todos ellos entendieron que el reino que


se les prometió que verían tenía que ver con la gloria del
Cristo. En la transfiguración se les dio un anticipo de lo que
vendrá en la segunda venida. Pedro lo explica de la
siguiente manera: “Cuando les dimos a conocer la venida
de nuestro Señor Jesucristo en todo su poder, no
estábamos siguiendo sutiles cuentos supersticiosos sino
dando testimonio de su grandeza, que vimos con nuestros
propios ojos. Él recibió honor y gloria de parte de Dios el
Padre, cuando desde la majestuosa gloria se le dirigió
aquella voz que dijo: “Éste es mi Hijo amado; estoy muy
complacido con él.” Nosotros mismos oímos esa voz que
vino del cielo cuando estábamos con él en el monte santo.
Esto ha venido a confirmarnos la palabra de los profetas (2
Pedro 1:16-19). Pedro explica que ellos vieron la gloria del
reino venidero al ver la gloria del rey de ese reino. Si con su
presencia el reino llegó, esto indica que la predicación del
evangelio tiene que ver con Cristo como Rey y la manera
en que está reinando por medio de su gracia. El Señor
mostró en todas sus parábolas que el reino estaba entre
los hombres y las obras que hacía daban testimonio de
ello.

La Predicación de Pablo y el Reino

Pablo también identificó a Jesús con el reino. Lucas


registra lo que predicaba entre los judíos:

Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por


espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del
reino de Dios (Hechos 19:8).

Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre


quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi
rostro (Hechos 20:25).

Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada,


a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios
desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de
Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas (Hechos
28:23).

...predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor


Jesucristo, abiertamente y sin impedimento (Hechos 28:31).
Cada uno de estos versos apoya que Pablo predicaba
acerca del reino de Dios; ahora bien, el contexto evidencia
que el mensaje que anunciaba tenía como centro la persona
de Cristo y lo que había hecho. En su mente no existía
ninguna diferencia. Quizás alguno pueda argumentar que
esto no es evidencia suficiente, a los cuales les digo que
investiguen sus epístolas donde conserva lo que enseñó.
Romanos es el libro que mejor organiza su pensamiento y
mensaje.
En los siguientes versos Hechos y Romanos utilizan
palabras similares para describir el evangelio de Pablo:

les declaraba y les testificaba el reino de Dios


desde la mañana hasta la tarde,
persuadiéndoles acerca de Jesús,
tanto por la ley de Moisés como por los profetas (Hechos
28:23)

Ahora aparte de la ley se ha manifestado


la justicia de Dios testificada
por la ley y los profetas
...Por medio de la fe en Cristo (Romanos 3:21-23).

Pablo...Apartado para el evangelio


prometido antes por los profetas
acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
que era del linaje de David (Romanos 1:1-3).

Hechos dice que testificaba del reino, Romanos de la


justicia de Dios. Hechos: hablaba acerca de Jesús;
Romanos: el evangelio acerca del Hijo. Hechos: la ley y los
profetas dan testimonio; Romanos: la justicia de Dios
testificada por la ley y los profetas o el evangelio de Jesús
prometido por los profetas en las Escrituras. (De acuerdo
con el Antiguo Testamento la justicia es el modo de Dios
gobernar en su reino (vea salmos 89:14)). El lenguaje que
ambos usan indiscutiblemente muestra que describen una
misma cosa. Lo que Lucas llama el evangelio del reino,
Pablo lo llama el evangelio de Jesús. Es el evangelio de
Jesús el Mesías, el rey prometido del linaje de David. Ya
vimos lo que definió como evangelio en Romanos. Es
suficiente recordar por el momento que en sus cartas
enseña que el evangelio es acerca de Cristo y éste
crucificado, lo cual es lo mismo que decir: el reino de Dios.
Pablo, al igual que su Maestro, no entendió el reino
como una localidad, no era con exclusividad la noticia de
que Dios restauraría al mundo. Aun cuando la noticia de la
nueva creación es importante y tiene su lugar, no obstante
lo nuevo que aconteció en la intervención final de Jehová
es que su poder y su soberana voluntad Jesucristo la está
llevando a cabo sometiendo todo principado y potestad
bajo sus pies. Por lo que el apóstol decía: “no me
avergüenzo del evangelio porque es poder de Dios para
salvación” (Romanos 1:16). El libro de Hebreos lo entiende
de igual forma, presenta a Jesús como el rey del mundo
venidero a quien Dios coronó de gloria y honra mediante
los padecimientos de muerte (Hebreos 2:5,9). De esta
manera la cruz llega a ser la coronación del nuevo
administrador del reino.
Este modo de ver el reino no es nuevo en las
Escrituras; cuando Jeroboam trató de usurpar el trono,
Abías les dice a Israel: “Ustedes tratan de resistir al reino
de Jehová en mano de los hijos de David, porque son
muchos” (2 Crónicas 13:8). Dios estuvo reinando en Israel
a través de los hijos de David; lo nuevo ahora es que lo
está haciendo por medio de Jesucristo, y no por medio de
débiles hombres que fracasaron en mantener su fidelidad,
por lo que perdieron el reino a manos de los inicuos.
Las acciones de Dios en su Mesías, Jesús de Nazaret,
determinan cada aspecto del reino. Has de entender su
presencia a partir de la actividad de su rey, con la que
viene redimiendo al hombre de los poderes enemigos que
lo esclavizaron, para mostrar al final de esta edad su
dominio soberano (George Eldon Ladd).
La intención del mensaje de Cristo y los apóstoles no
fue exclusivamente probar que Dios estaba reinando, sino
que lo estaba haciendo en Cristo. El Padre no juzga a nadie
—Jesús decía—todo el juicio lo ha entregado al Hijo por
cuanto es el Hijo del Hombre (Juan 5:27). Es imposible
escapar a la idea de que el reino es inseparable de su
persona y todo cuanto hizo.
No trates de imponer en la expresión “el reino de Dios”
tus propias ideas. Permite que los autores muestren lo que
ellos entendieron. Si con Jesús llegó el reino de Dios,
entonces, fe en Jesucristo determina si estamos o no en él.
Pues así está escrito: “con gozo dando gracias al Padre que
nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos
en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las
tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien
tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”
(Colosenses 1:12-14).

Preguntas para Estudio

1.
¿Puede el evangelio del reino ser buenas noticias si no cumples con la
ley de Dios? ¿Puede alguien ser como Dios demanda? (Mateo 5:48; Job
11:7-9).
2. ¿Predicó Jesús el evangelio del reino? (Mateo 9:35).

3.
¿Cómo mostró Jesús que el reino de Dios había llegado? (Lucas 11:20-
21).
4.
¿Qué entendía Pablo por el evangelio del reino? (Hechos 28:23-31).
5.
¿Hay dos evangelios o uno solo? Estudie y compare los siguientes
versos: Hechos 28:23-31; Romanos 1:1-3; 3:21-23.
6. ¿Cómo fue coronado el nuevo Rey? (Hebreos 2:9).
7. ¿En qué reino vive el creyente? (Colosense 1:12-14).
El Evangelio Como
Poder Interior
Otros piensan que el evangelio es un poder especial,
una energía dentro de ti que te capacita a cumplir los
mandamientos. En esta creencia, el hombre busca la
manera de ayudar a Dios. Y aunque reconoce que no
puede hacerlo porque sabe que es impotente, ha
inventado la idea de que él le dará el poder que necesita
para que sus obras lo salven. Su corazón engañado
disfraza las verdaderas intenciones, alegando que es el
poder del Espíritu y no su ‘yo pecaminoso’ quien hace las
obras. ¿De qué sirve Cristo en todo esto?
David A. Seamands, en su libro “Healing Grace” (Gracia
Sanadora), define la actitud de los no creyentes, al igual
que la de muchos que confiesan creer en Cristo, como la
enfermedad del rendimiento. Piensan que su relación con
Dios depende de cuánto rinden y cuán bien lo hacen.
Señala que es como un virus maligno en el corazón de cada
ser humano. La gran mentira detrás de millares de
mentiras usuales, persuadiéndonos de que en la vida toda
relación depende de lo que rendimos, esto es, de cuánto
hacemos. Luego añade: “Estoy convencido de que la causa
fundamental de algunos de los problemas
emocionales/espirituales más perturbadores que afectan al
cristianismo evangélico es el fracaso en recibir y vivir
dependiendo de la gracia incondicional de Dios, y la
correspondiente negativa de ofrecer esa gracia a otros.”
Estos se convencen a sí mismo de que una vez aceptan
que Cristo murió por ellos, el Espíritu Santo les otorgará el
poder necesario para comenzar a vivir la misma vida
obediente que Cristo vivió. De esta manera pretenden que
lo que finalmente les salvará es lo que el Espíritu Santo
hace en sus corazones y no lo que Jesús hizo en la cruz. Sin
embargo, si se les pregunta cuántos están viviendo la
perfecta vida de Cristo, no habrá ni uno que entendiendo lo
que esto implica, se atreva a afirmarlo. Experimentan como
resultado una constante inseguridad en sus vidas y un
sentido de culpa que les roba el gozo cristiano.
¿Es esto lo que la Biblia enseña? ¿Dice la Biblia que el
evangelio es acerca de la obra del Espíritu Santo en el
corazón del hombre? ¡El evangelio nada tiene que ver con
esto! Aunque la obra del Espíritu Santo es muy importante,
ésta no es el evangelio. No me creas a mí, lee lo que Jesús
mismo explicó:

“Tengo mucho que decirles, pero ahora no podrían entenderlo.


Cuando venga el Espíritu Santo, él les dirá lo que es la verdad y
los guiará para que siempre vivan en la verdad. Él no hablará
por su propia cuenta, sino que les dirá lo que oiga de Dios el
Padre, y les enseñará lo que van a pasar. También les hará
saber todo acerca de mí, y así me honrará. Todo lo que es del
Padre, también es mío; por eso dije que el Espíritu les hará
saber todo acerca de mí (Juan 16:12-15 versión: Biblia en
lenguaje Sencillo).

Es claro en la Biblia que los justos continúan pecando


por la debilidad de sus corazones; no porque así lo deseen.
Por esta razón nadie puede decir ni pensar que está sin
pecado (1 Juan 1:8-10); y al igual que Pablo todos tenemos
que confesar que en nosotros no mora el bien (vea
Romanos 7). Hasta aquí todos estarían de acuerdo. Aun el
que nunca ha pisado un pie en la iglesia, pero ha recibido
cierta influencia de ella, logra reconocer que en él existe
una tendencia a gustarle lo que Dios, y en ocasiones la
sociedad, señalan como contrario a la moral. Casi todo el
mundo acepta que hay cierto grado de maldad en
nosotros; aunque no entiendan las implicaciones de esto.
En lo que se está en desacuerdo es la manera de resolver
está condición. Para el mundo es asunto de proponerse
hacer el bien. En la iglesia la opinión prevaleciente es que
solos, con nuestras propias fuerzas, no podemos, pero si
con la ayuda del Espíritu de Dios.
Erróneamente se piensa que el Espíritu y Yo; unidos
podemos hacer lo imposible. Su poder asistiendo mi
debilidad hace que mi voluntad se someta a Dios y pueda
vivir sin pecar en esta vida. No obstante, se asegura, la
gloria pertenece a Dios quien apoderándose de mí, somete
mis tendencias pecaminosas a su ley, cumpliendo así con
sus demandas. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece,
es el lema de muchos para su vida victoriosa. De esta
manera hacen del evangelio el poder renovador de Dios
que nos habilita para salvarnos, en lugar de la predicación
de Cristo y los triunfos que obtuvo en su vida y muerte.
Esta forma de pensar es un ideal, que muchos están
convencidos pueden alcanzar, aun cuando nadie lo ha
verificado en su propia experiencia. Por lo que al hablar de
perfección, los que se han lanzado a esta empresa,
aseguran no tenerla, pero continúan luchando por lograrla.
De este error se alimentan muchos, por lo que viven vidas
esclavizadas e inseguras.
¿Cuál es la realidad de acuerdo al testimonio bíblico?
Primero, tu experiencia testifica que todavía permanecen
en ti los deseos carnales; segundo: todos los santos del
pasado confesaron su condición de pecado; tercero: 1 Juan
1:8 dice que todo aquel que diga o piense que no tiene
pecado se engaña a sí mismo y hace a Dios mentiroso;
cuarto: no podrías orar la oración que Jesús enseñó,
“perdona nuestras deudas”, ya que es una oración que
diariamente presentan personas convencidas de que
pecan; quinto: lo que Cristo hizo no sería para ti, pues él
mismo declaró que no había venido a buscar justos sino a
pecadores y, conforme a Pablo, no hay justo ni aun uno
(Romanos 3:10). Además, si lo único que necesitas es el
poder del Espíritu para obedecer a Dios, ¿qué propósito
tuvo la venida de Cristo al mundo? ¿Por qué se hizo
hombre y fue obediente hasta la muerte?

El Poder del Evangelio

Es un hecho para Pablo que el evangelio es poder de


Dios para salvación (Romanos 1:16,17). Lo importante es
determinar en qué consiste, porque al hacerlo obtendrás
paz espiritual y seguridad de tu futuro eterno. La Escritura
no se conforma con decir que el evangelio es poder; añade
además que es poder porque en él se revela la justicia de
Dios que salva. Aparte de esta justicia no tiene capacidad
alguna de salvar. El apóstol no pretende que el evangelio
sea poderoso porque haga penetrar a tu vida una fuerza
espiritual. No es que el evangelio otorgue poder, sino que
en Cristo, esto es en su persona, Dios recibió la obediencia
que demandó del hombre y puso fin al pecado. Lo que
ocurrió en la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor
le permitió al Juez Eterno actuar con equidad y rectitud al
declarar justo al impío que merecía su castigo.

“Ahora...se ha manifestado la justicia de Dios, de la que dan


testimonio la ley y los profetas. Esta justicia de Dios llega,
mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho,
no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la
gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente
mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció
como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su
sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su
paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el
tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su
justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a
los que tienen fe en Jesús (Romanos 3:21-26).

En este texto Pablo plantea que la justicia es tanto el


don que Dios te dio en Cristo para tu justificación, como el
juicio que efectuó sobre tus pecados. Y el lugar en donde
esto ocurrió no fue en tu persona, sino en la del Salvador,
mucho antes que tus ojos se abrieran a la vida, antes que
la luz de la verdad terminara con tu ceguera espiritual. Sin
él esto jamás hubiese sido posible. Sostener, como algunos
lo hacen, que Dios puede salvar al culpable por el sólo
hecho de decidirlo, por un acto soberano de su voluntad,
es como afirmar que puede obrar injustamente o ir en
contra de los principios de su propia naturaleza. El
sacrificio de Cristo tiene valor únicamente si existe una
necesidad real en la perfección divina que demande la
exterminación de los pecadores.

“la razón por la cual es inconcebible la salvación del pecado sin


expiación ni propiciación, se debe a la santidad inviolable de la
ley de Dios, al dictado inmutable de su perfección y la
inamovible exigencia de su justicia. Es este principio el que
explica el sacrificio del Señor de la gloria, la agonía de
Getsemaní y su abandono en el madero de la maldición. Es este
principio el que fortalece la gran verdad de que Dios es justo y
el justificador de aquel que cree en Jesús. Porque en la obra de
Cristo han quedado plenamente vindicados los dictados de la
santidad y las exigencias de la justicia. Dios lo puso como
propiciación para mostrar su justicia” (John Murria).

Por lo que junto al testimonio bíblico afirmamos que


aparte de la encarnación y sacrificio de Cristo era
imposible para Dios salvar al desobediente sin castigar su
ofensa. En otras palabras, en Cristo encuentra su derecho
legítimo de salvar a quien se rebeló contra él. Por lo que
muy bien puedes confesar: “Cristo es el poder de Dios” (1
Corintios 1:23-24).
Pablo ruega a Dios para que los ojos espirituales de los
creyentes continúen penetrando el misterio de la gracia:

“Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para
que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza
de su gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable
es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese
poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo
cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha
en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y
autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se
invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero
(Efesios 1:18-21).

Resumiendo lo dicho, el poder de Dios para salvación


es aquello que ejerció al resucitar y sentar a Cristo a su
diestra. No alguna habilidad que recibes para obrar, es la
demostración de la rectitud de Dios en la salvación de
impíos al determinar que su Hijo tomara nuestro lugar en
el juicio. De lo que se concluye que la obra del Espíritu en
el corazón, por importante que sea, no es el evangelio.

Preguntas para Estudio

1.
Según Jesús en qué consiste la obra del Espíritu (Juan 14:26; 16:8-15.
2.
Explica algunos de los problemas en creer que el evangelio es el poder
del Espíritu ayudándonos a obedecer perfectamente. Lea Romanos
7:15-25; 1 Juan 1:8.
3.
¿Qué quiere decir Pablo cuando sostiene que el evangelio es poder de
Dios para salvación. Lee Romanos 1:16,17 y compárelo con Romanos
3:21-26.
4.
Di que dos cosas describen lo que es el poder de Dios según 1
Corintios 1:23,24.
5.
¿Dónde Dios ha hecho visible su poder? (Romanos 3:21-26, Efesios
1:18-21; Colosenses 2:12).

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