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Los envoltorios de la Extimidad

Graciela Brodsky

Puesto que me toca hablar en primer lugar, diré algunas

generalidades.

Se suele escuchar que para leer a Lacan hay que leer a Miller, porque

de otra manera se entiende poco. Más allá de lo que pueda tener de

cierta o falsa esta afirmación -que elogia la elucidación por parte de

Miller de la enseñanza de Lacan- quisiera traer a colación para este

coloquio la perspectiva contraria: es muy difícil leer a Miller sin leer a

Lacan. Esto, que tal vez pasa desapercibido cuando se leen sus

intervenciones y sus conferencias, se hace muy patente cuando se

leen sus cursos. Recién ahí, y quienes vivimos en América solo

podemos conocer el desarrollo de sus cursos leyéndolos

(probablemente es lo que explica la política diferente de publicación

de su curso aquí y allá), recién ahí se perciben las lecturas que

acompañan su elucidación, los problemas que la obra monumental

del Lacan deja sin resolver, las respuestas que Miller procura darle a

esos cabos sueltos que fue dejando la enseñanza de Lacan a lo largo

de su desarrollo.

Cuando Miller viaja, lleva los resultados a los que fue llegando en su

curso, pero cuando los resultados se repiten sin conocer el problema

que está tratando, la enseñanza se esteriliza, se dogmatiza.

Extimidad, su curso de los años 1985 y 1986, mal puede leerse si no

se parte del hecho de que es un comentario de dos seminarios de


Lacan; el Seminario 7, que acababa de salir publicado en 1986 (hay

que imaginar que Miller dicta Extimidad a medida que establece La

ética) y el Seminario 16, que en ese momento no estaba establecido

y que acompaña, como una referencia entre líneas, todo el desarrollo

de Extimidad. Esto pudo ser percibido con claridad cuando el

Seminario 16 salió a la luz, y por eso, cuando tomamos la decisión de

traducir Extimidad fue, precisamente, para acompañar la lectura del

seminario De un Otro al otro, que acababa de publicarse. Si se miran

los gráficos de este Seminario se verá rápidamente que los capítulos

más complejos del Seminario 16 son recorridos minuciosamente por

el comentario de Miller.

Entonces, ¿cuál es el problema que el neologismo “extimidad”

acarrea y que Miller trata de resolver? Seguramente, el de la

heterogeneidad entre el goce y el significante, pero, más

especialmente, la intersección del goce y el significante, la paradoja

que implica la inclusión de lo real en lo simbólico, paradoja que obliga

a considerar que el sistema simbólico pueda albergar no solo una

falta sino inconsistencias que son colonizadas por el goce. Y más allá

todavía, la cuestión de si además de incluir el goce en lo más intimo

de sí, el sistema simbólico no es en realidad segundo respecto de ese

goce al que intenta cubrir, envolver como la sustancia que produce la

ostra para recubrir el molesto grano de arena que la ocupa, sin ser

parte de ella.

El Seminario 16 y Extimidad están repletos de gráficos que intentan

logificar, formalizar ese objeto extraño, la vacuola de goce que habita


en ese Otro que es el sujeto para sí mismo desde el momento que

habla, y que, eventualmente, puede localizarse afuera como su

partenaire. En la tapa del Seminario 16 intentamos traer algo de esa

ostra, de ese mejillón que carga con algo que no encaja, con eso que

si está afuera falta y que si esta adentro sobra, como en la paradoja

de Russell que Miller trabaja en Extimidad. La tapa de Extimidad

recoge el mismo tema, las dos veces gracias al Bosco.

El problema de la extimidad entre el goce y el Otro es lo que Lacan

trata en las dos oportunidades en las que utiliza ese término

inventado que es “extimidad”.

En ambas, se trata de la poesía y de la mujer, cuya inexistencia el

amor cortés redobla al presentar al objeto femenino como

inaccesible, separado por una barrera que lo aísla y lo rodea

despojando a la mujer de toda sustancia real.

En el Seminario 7, el amor es presentado como lo que envuelve,

rodea, confina una zona prohibida, y finalmente consigue preservar la

distancia entre un hombre y una mujer mediante un envoltorio

palabrero que mantiene el goce a raya para distraer la pulsión, para

obligarla a dar rodeos alrededor del objeto sin ponerle jamás la mano

encima, ya sea porque no es el bueno, porque es de otro, porque es

imposible.

La función eminente del amor como envoltorio del goce que haría

falta… pero que no hay será explorada largamente este fin de

semana durante las XIX Jornadas anuales de la EOL “El amor y los

tiempos del goce”. ¿El acceso fácil al goce en los tiempos que corren
hace acaso más accesible a la mujer? Sospecho que no, pero no es

seguro que sea el discurso amoroso el que sirva hoy para tirer

l’epingle du jeu, (zafar) como dijo alguna vez Lacan hablando de los

surrealistas.

El hiato de la identidad y los envoltorios que lo recubren ocupa buena

parte del capítulo 2 del curso de Miller.

Al envoltorio amoroso del Seminario 7 y del 16 le suma otros: el

envoltorio político, que disimula la servidumbre voluntaria bajo el

manto del Otro que me domina (la Boetie); el envoltorio religioso, que

hace de Dios lo que recubre ese punto de extimidad y permite

amarlo; el envoltorio psicológico, que ubica al yo malo en el lugar de

lo éxtimo y aspira a educarlo; y también el envoltorio psicoanalítico,

que coloca en el lugar de la extimidad al yo y sus representaciones,

al superyó y sus mandatos, al ello y sus pulsiones, al narcisismo y

sus imágenes, al Otro y su discurso , al objeto a y sus goces.

Pero la topología misma del término extimidad permite que, sin

solución de continuidad, se pueda pasar de los diferentes rostros del

Otro que cubren lo más íntimo del sujeto, al hiato que anida en el

Otro y que lo hace inconsistente: del sujeto tachado al significante de

la falta en el Otro.

A partir de allí el telón de fondo del curso ya no será la presencia del

Otro – o de lo Otro- en el sujeto sino la paradoja de la inclusión del

objeto en el Otro, lo que abre el paso a muchas cosas que pueden

retener nuestra atención en estos días. El affaire Wikileaks, por

ejemplo, pone bien al descubierto la inconsistencia del Otro, en


particular cuando se lee que Bradley Manning, de 22 años,

homosexual de infancia amarga (según el NYT), novio de un travesti,

chico raro que prefería hackear los juegos de las computadores en

lugar de jugar con ellos, aislado durante mucho tiempo, terminó

convertido en un analista de sistemas del ejército de los EEUU en Irán

que entraba a la sala de informática con un CD regrabable de música

de Lady Gaga, y que, una vez adentro de ese gran Otro, borraba la

música y grababa un archivo comprimido con información secreta.

Parece que lo hizo durante 14 horas al día los 7 días de la semana por

un período de 8 meses, y robó 250.000 archivos secretos que entregó

a Wikileaks al tiempo que comentaba on line a su amigo Lamo (quien

finalmente lo denunció al Pentágono): “servidores débiles, débil

ingreso al sistema, seguridad física débil, contrainteligencia débil,

desatento análisis de señal: una tormenta perfecta”. No sé qué diría

la nueva Ley de Salud Mental sobre el buen soldado Bradley, pero

para hablar de la inconsistencia del Otro, no veo mejor ejemplo al día

de hoy.

De todos modos, de lo que trata el curso de Miller en lo que concierne

al significante del Otro barrado, es de la transferencia. “La definición

operatoria de la transferencia a partir del sujeto supuesto saber —que

se volvió popular— tuvo como consecuencia --dice Miller- velar,

dificultar el acceso a la función del objeto en ella. Sin embargo, fue la

consideración de la transferencia lo que condujo a Lacan a elaborar

un estatuto del objeto inédito hasta entonces que hoy manipulamos

con familiaridad como el objeto a.”


Extimidad, el curso de Miller, es en el fondo un curso sobre la

transferencia, sobre su resorte, sobre los recursos que inventa un

sujeto para arreglárselas con ese objeto a que una vez extraído de su

cuerpo puebla su mundo, alimenta sus fantasmas, su síntomas, sus

sublimaciones, ese objeto que se mantiene a raya en la inhibición,

que irrumpe en la angustia, pero, mas radicalmente, que le permite

olvidar que el Otro no existe, ya que con el objeto lo alimenta, lo ama,

sufre por él, se enlaza con él. En síntesis, lo hace existir.

La inclusión del objeto en el campo del Otro permite entender no solo

el apego transferencial, del que hemos hablado últimamente, sino el

desapego del final del análisis, y el efecto de júbilo, o de satisfacción,

o de manía, o de alucinación, que conlleva el goce cuando es

recuperado por el sujeto. Y también da cuenta del duelo por ese Otro

que eventualmente puede ser el analista, pero que, más

radicalmente, es el inconsciente en su faz transferencial y que sin ese

objeto que lo inflama, se desvanece, como se desvanece la Georgiana

del cuento de Nathaniel Hawthornei una vez que se extirpa de su

mejilla la mancha carmesí, la famosa mancha de nacimiento… del

Otro, que tenía asida el secreto de la vida.


i
Nathaniel Hawthorne, “La mancha de nacimiento”, en Cinco mujeres locas, Barcelona, Lumen, 2001.

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