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Jan Saudek, 2000

FIODOR DOSTOIVESKI, „ (SEGÚN PIER PAOLO PASOLINI)

Un joven de veintitrés años -un chico guapo, aunque pálido y delgado - está
´traumatizadoµ por el amor de su madre (y, por extensión) de su hermana. La
situación es, para nosotros, clásica: se trata de una pasión infantil edípica.
Ese amor que siente y al que corresponde con tanta violencia le ha
paralizado, casi como en una prueba de laboratori o. De hecho, las
consecuencias son bien conocidas: la sexofobia, la frigidez sexual y el
sadismo.

Él parece enamorarse de una chica fea, infeliz, inteligente y enferma que


pronto muere de tifus (podría decirse que como él ha querido). En este amor
no tiene cabida la sensualidad. Él se siente atraído -aunque sin connotaciones
sexuales- por otras dos chicas muy jóvenes: una adolescente borracha o
drogada que deambula por la calle (y él la protege pidiendo como un ´loroµ la
ayuda -lo cual es sintomático- de un policía) y después, por un instante, otra
jovencita mendiga (que por eso da pena): y la pena es humillante, puede ser
humillante hasta el sadismo. A esta situación sexual inconsciente (la relación
edípica con la madre, extendida a la hermana) se añaden o tros elementos
´objetivosµ y en gran parte conscientes.

En efecto, nuestro chico, huérfano de padre, estudia en la capital gracias a la


mísera pensión de su madre y a los ingresos de su hermana, que se ve
obligada a trabajar como institutriz. Esto ha hecho que el chico sienta hacia
su familia terribles obligaciones de gratitud y de amor que van a sumarse,
precisamente, a la violencia amorosa infantil y a la represión inconsciente que
su madre ejerce sobre él. Una madre buena, sí, buena, es más, angelic al;
burguesa, pero dotada de las más altas cualidades de la burguesía provincial:
es decir, de ese peculiar idealismo que no puede hacer de su hijo más que un
ser adorado y único.

Francis Bacon, 


 
, 1944

A nuestro héroe lo guía su subconsciente y se apresta, como en una pesadilla


kafkiana, a jugar el papel que se le ha asignado. No puede sustraerse a él,
como un autómata. Sin embargo, puede buscar justificaciones, pretextos,
fundamentos (aberrantes, como veremos). Moralistas y teóricos. Un día se le
´ocurre una ideaµ -como si fuera algo externo, que simplemente se le
ocurriese- y él, como en una pesadilla, se pregunta cómo se le ha ocurrido
semejante idea ´ajenaµ: de hecho, no puede saber que le viene desde abajo.
Y así, se apresta a elaborarla, a adueñarse de ella (a través de la teorización).

La idea es matar a una vieja usurera a la que ha dado en prenda unos objetos
(de familia). Se resiste mucho a la ´tentaciónµ pero al final, después de un
largo ceremonial, se rinde. De este modo, mata a su madre. Su madre, que le
obsesiona con las obligaciones, que le crea compromisos, que lo humilla con
su ansiosa comprensión, que le obliga a enfrentarse a su propia impotencia: y
que anteriormente había suscitado en é l un amor horrendamente culpable que
(como establece el mecanismo) se había transformado en odio.

¿Pero no habíamos dicho que había anexado la figura de la hermana a la figura


de la madre? Sí, y en efecto, sucede que, recién asesinada la vieja usurera,
entra en la casa la bondadosa y dulce hermana de ésta. Se le había quedado
la puerta abierta (casi adrede, para que ella pudiese entrar). Además, nuestro
asesino sabía que podría matar a la usurera entre las siete y siete y media,
precisamente porque su hermana estaba fuera. En cambio, él llega al lugar
del crimen con retraso (por culpa -¡seguimos con el diagnóstico de manual!-
de una somnolencia que se ha prolongado más de lo previsto). En definitiva,
ha llegado con retraso a casa de la usurera a propósito, p ara que a la hermana
le diera tiempo a regresar. Y, así, asesina también a ésta. De este modo, al
matar a las dos viejas, no sólo elimina a su propia madre y a su propia
hermana, sino también esa ´realidad dobleµ que es para él el amor hacia la
mujer: por un lado, la realidad represiva, feroz, angustiosa (la usurera) y por
el otro, la realidad tierna, afectuosa, dulce (la hermana de esta última).

En su teoría, de carácter nietzcheano, nuestro chico considera su crimen un


´delito gratuitoµ que ha cometido pa ra demostrarse a sí mismo, por un lado,
que es un hombre superior (que no duda en delinquir con tal de alcanzar su
objetivo: enriquecerse para estudiar, convertirse en un científico, un filósofo,
un benefactor de la humanidad) y, por el otro, que es inclus o un
´superhombreµ, más allá de todo valor moral instituido. En definitiva, fluctúa
entre el cinismo de la Realpolitik y la grandeza de la acción pura. En cualquier
caso, está claro que seguimos en el laboratorio: de hecho, tiene necesidad de
superar su propio ´complejo de inferioridadµ derivado de todas las
circunstancias que hemos visto.
Sin embargo (era inevitable, después de su espantosa hazaña), se ve obligado
a hablar de ´fracasoµ y se tendrá que enfrentar a su propia ´inferioridadµ
(que, sin embargo, en él se manifiesta sólo como incapacidad para ocultar las
huellas del delito y, sobre todo, para resistirse a los impulsos de la moral
común que exige el remordimiento y la confesión del crimen).

En realidad, el ´fracasoµ consiste en otra cosa: la liber ación de su propia


madre a través del asesinato de la usurera ´dobleµ (buena y mala) es
meramente simbólica. En la realidad, la madre sigue ahí (con la hermana) y
llega en tren desde una remota provincia. Es una auténtica resurrección, la
reaparición de un fantasma. ¡El crimen ha sido verdaderamente ´inútilµ!. La
madre y la hermana llevan consigo, inocentes, no sólo el horrendo fardo del
amor infantil sino, además, las exigencias y las obligaciones de una vida por
vivir, con sus problemas prácticos y su despiadado idealismo inexcusable.

El destino de nuestro asesino, por tanto, está aún totalmente por decidir y por
vivir. Todo debe comenzar desde el principio. Pero nuestro héroe ya no puede
hacerlo. Su vida transcurre por inercia y él recorre todas las etapa s obligadas
que suele recorrer - casi según unas perfectas normas fijadas de una vez y
para siempre- un culpable que acabará por confesar y expiar su culpa. Ahora
lo que importa son las vidas de los demás, que se desarrollan en torno a la
suya.

Sin embargo, durante su vía crucis (no evangélico, porque, naturalmente, le


estorba continuamente la interpretación ´conscienteµ que hace de los
hechos: su desafío moralista al mundo y su fallido intento de ser un hombre
superior) continúa influyendo en su vida ante s de convertirse en un ´muerto
civilµ. Se trata de la vida de una chica -una adolescente como esas a las que
vislumbraba por la calle- en todo similar a la hermana de la usurera y, por
tanto, a la madre ´buena, dulce, quiméricaµ. La identificación de esta chica
con la hermana de la usurera y con la madre de la infancia es perfecta:
incluso literalmente. El sentimiento de nuestro héroe hacia esta chica debería
ser de amor (y, de hecho, lo es); pero se trata de un amor carente de un
elemento esencial: el sexo, el que se manifiesta (¡de nuevo
irremediablemente!) a través del sadismo.

En efecto, el joven le confiesa su delito por sadismo y no deja de


atormentarla de todas las maneras posibles. Además, a ella la miseria la
obliga a prostituirse a pesar de que es casi una niña. Y eso incrementa aun
más la sexofobia y el puritanismo de nuestro héroe que es como si careciera
de sexo. Naturalmente, nada más darse cuenta de su sentimiento de amor
hacia ella, lo siente como odio. Y, por el contrario, el amor ingenuo, i nmenso
e incondicional de ella empieza de nuevo a crearle ese sentimiento casi
cósmico de intolerancia que le había generado el amor de su madre.

No hace falta decir que al maltratar a esta chiquilla se maltrata a sí mismo.


Del mismo modo que, al matar a las dos ancianas, se había ensañado consigo
mismo. También esto es de manual. Por eso, poco antes de romper con el
hacha la pobre, indefensa y tierna nuca de la malvada vieja (la vejez de la
madre la vuelve infantil) nuestro héroe había tenido un horrible sueño: unos
jóvenes maleantes de su pequeña ciudad natal, por donde él caminaba
tomado de la mano de su padre (!), matan, maltratándola de un modo atroz,
a una pobre y flaca potranca (que al final él, cuando por fin muere, besa
desesperadamente en el hocico). Pero el hecho relevante es que, aunque se
trate de una ´potrancaµ, cuando habla de ello con su padre y con los
presentes, como es un niño, la llama ´potrancoµ. Por tanto, ¿quién ha sido
torturado, maltratado, masacrado, matado: una potranca o un potran co?

Francis Bacon,   


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 , c.1944

Después de la confesión de su delito y de su condena a trabajos forzados,


nuestro héroe es seguido, como si fuera una perra fiel, por la puta a la que
niega amar o cuyo amor por ella manifiesta a través de la crueldad. Nada
nuevo ha sucedido en lo más profundo de su personalidad. Él ha seguido
siendo la misma criatura cristalizada, monstruosa, autómata -y, al mismo
tiempo, el chico bueno e inteligente- que era antes del delito. Nada se ha
disuelto en él. Sus compañeros de pena odian esta fidelidad inderogable a su
propio ser, este ascetismo de la diversidad que se desconoce a sí mismo.
Hasta que la madre real muere; muere de inocente dolor, entre delirios de
bondad materna, que aun intuyendo la verdad, no quieren admitirla,
etcétera. Esta muerte, en principio, no significa nada. Es una muerte en el
registro civil. Sin embargo, era indispensable para que finalmente se
disolviese algo dentro de su obstinado hijo. Esto oc urre de golpe y sin ninguna
razón.

Se asemeja un poco a lo que los cristianos llaman ´conversiónµ o los filósofos


zen, ´iluminaciónµ: es decir, un cambio radical que se produce en un
momento cualquiera o o incluso banal. Una tarde, en una pausa de trabajo,
sobre un desmonte, delante de una gran llanura iluminada por un pálido y
tibio sol donde, a lo lejos, están acampados unos nómadas, nuestro héroe
siente de golpe que ama a la chica que le ha seguido: que la ama de manera
completa, absoluta, como no había podido amar a su madre de niño. ¡Era así
de sencillo!.
Anselm Kiefer,  !, 1998

Dostoievski no sólo se ha anticipado a Nietzche y a toda la cultura


nietzcheana, no sólo se ha anticipado a Kafka, es decir, al menos a la mitad
de la literatura del S. XX (de hecho, basta con quitar la descripción del delito
para que 
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 se convierta en un enorme y convulso „  & )
sino que incluso ha anticipado, precedido, pretendido a Freud. A menos que
él supiese ya todo lo que Freud habría de desc ubrir. El mío no es más que un
humilde parloteo y un análisis psicoanalítico improvisado pero podría
demostrar en un ensayo documentado que en 
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 hay un número
impresionante de expresiones ´explícitamenteµ psicoanalíticas. Esto me llena
de una inmensa admiración, equivalente al menos a la que siento por la
incomparable ´escenografíaµ de la novela.

Anselm Kiefer, ! (detalle), 2007

Pier Paolo Pasolini, Fëdor Dostoevskij, 


 
, 4 de enero de 1974.
Edición póstuma en P. P. Pasolini,   '
   
 (, Mondadori, Milán, 1999. Incluido en Pier Paolo Pasolini, & "
 
, Círculo de Bellas Artes de Madrid, Madrid, 2005.
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