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III PREGÓN AL STMO.

CRISTO DE LOS MÉNDEZ DE BAZA

Antonio Francisco GABARRÓN TORRECILLAS1

Introducción
Las convocatorias de cultos se sucedían en las puertas de las iglesias, como
hojas de un calendario que nos llevaba a un único destino, mientras los días empezaban
a crecer al ritmo de nuestra ilusión. Hasta que por fin, el invierno doblegó por completo
reconociendo su final y dio paso a la antesala de lo eterno. Las tardes ya no eran
oscuras, frías ni húmedas, sino decorados por los que pasear los sentidos y cada vez nos
recordaban más a aquellas calles que habíamos vivido en un sueño de siete noches de
primavera. En las calles apareció la pancarta más entrañable y las tiendecillas del
entorno de la Plaza Mayor se encontraron con las apreturas de todos los años.
Alguna mañana hemos pasado sin darnos cuenta bajo las parras que le dan
nombre a esta hermosa calle bastetana y hemos sabido, con toda certeza, que el tiempo
de lo auténtico ha llegado. Como niños, hemos perdido las tardes visitando iglesias
donde las formas de la ilusión van tomando cuerpo y hemos vuelto a descubrir los
pasos, como si fuera la primera vez.
Pero todo eso ya ha pasado, sólo pertenece al mundo de lo real, el de los sentidos
es otro que hoy empieza, porque hoy es Sábado de Pregón, antesala de lo que ha de
venir dentro de siete días. Atrás ha quedado un año, con los mismos esfuerzos, alegrías
y penas de siempre. Dejadlo pasar, despertad vuestros sentidos y disponeos a disfrutar
del gozo de la Verdad.
Como la verdad que preside a ésta monumental Iglesia, la primera de Baza, que
no es otra que Santa María de la Encarnación. Vosotros cofrades de Baza llamáis a este
templo igual que los accitanos llamamos a nuestra Catedral. Los dos edificios fueron
también mezquitas, en definitiva lugar de oración y acogida. Como la generosa acogida
dada a éste humilde pregonero que llega de la ciudad mitrada de Guadix, para pregonar
a la Cofradía que hoy nos congrega, la de los Méndez. Y como no, ser el que de palabra
a una Cofradía que podríamos denominar de centro y que se pasea todos los Jueves
Santo por una de las Ciudades más bellas de toda la Provincia granadina.

Presentación
Con la Venia del Hermano Mayor y Junta de Gobierno del Stmo. Cristo de los
Méndez.
Rvdo. P. Consiliario de la Cofradía del Stmo. Cristo de los Méndez.
Excmo. Sr. Alcalde e Ilmas. Autoridades.
Sr. Presidente y miembros de la Federación de Hermandades y Cofradías de
Baza.
Cofrades y amigos que me acompañáis, señoras y señores:

Es para el que les habla, un altísimo honor el poder dar éste III Pregón del

1
Lcdo. En Historia del Arte por la Universidad de Granada.
Pregón pronunciado el sábado, día 20 de marzo del 2010 en la Parroquia del Sagrario-Iglesia Mayor, Sede
Canónica de la cofradía del Stmo. Cristo de los Méndez.

I
Santísimo Cristo de los Méndez. Quisiera dar las gracias de corazón a mi presentador,
Juan Antonio por las palabras tan generosas recibidas en mi presentación. Y es de
agradecer y agradezco a la Junta de Gobierno de la Hermandad del Stmo. Cristo de los
Méndez, y a quienes pusieron en mí su confianza en dar este pregón, la buena voluntad
que tuvieron y que jamás podré corresponder.

A la Semana Santa de Baza

“A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
nada te espante.2”

Poseída de la gracia la ciudad se encuentra, por razón de su historia y por obra y


milagro de esa luz y ese aire que llaman y se adentra como un aldabonazo de rosas por
el túnel oculto de nuestra sangre inquieta, como en presagio de indecible goce. Y así,
nuestro corazón, sobre el claro espacio de la primavera, queda desentrañado, desnudo y
sostenido, por los clavos de nuestro fervor, nuestro entusiasmo y nuestra devoción; cosa
ésta que a nadie intentaremos explicar, porque para bien entenderla, para bien
comprenderla, basta y sobra con llegar hasta Baza con el alma pura; con el corazón
limpio, y con las manos rebosantes de soñados claveles y rosas adivinadas, para dejarlas
caer con unción estremecida a los pies sangrantes de vuestros Cristos o a las plantas
virginales de vuestras Dolorosas; de esos Cristos y esas Dolorosas, que están
pregonando constantemente y a través de los siglos, con el ejemplo de su muerte y el
resplandor deslumbrante de sus lágrimas purísimas, el origen y la razón que a todos nos
lleva como prendidos en vuelos de una eterna súplica, a servir y cantar, esa pasión
redentora, que como con llave fundida con flores de todos los jardines de Baza y
cincelada por su primer orfebre, parece abrir en estos días anticipadamente y de par en
par, las puertas de la felicidad eterna, para vosotros, que por cofrades, sois bastetanos de
la mejor estirpe, estirpe de la mejor Baza y perfectos cristianos, en la más avanzada
vanguardia de la catolicidad.
Así es, no dudarlo. Así es, porque para bien comprenderos -ya lo he dicho y
vuelvo a repetirlo, con toda la voz que me falta y toda la verdad que me asiste- sólo es
necesario, ese corazón totalmente alejado de contactos terrenos; esos ojos clavados en la
azul tersura de vuestro cielo; esos oídos abiertos a la música que canta nuestra pena y
llora nuestra alegría haciéndose ritmo de saeta en el arpa temblorosa del suspiro; ese
silencio que es la mano de Dios escribiendo en nuestro espíritu esa palabra olvidada del
mundo que se llama alegría, y esa ilusión que todo lo alcanza y todo lo desborda,
porque está reservada y contenida cuidadosamente, para clavarla en la diana de aquello
que está más allá, bastante más allá de la realidad perceptible: en el vibrar de unas flores
en un entrevaral de palio; en el balanceo de unas caídas bordadas por manos adorables;
en el tintinear de unos candelabros de cola, o en el chisporroteo de ese cirio o codal que
va consumiendo su luz y su cera en la esquina de un "paso" de Cristo, igual que
vosotros vais consumiendo vuestra vida de cofrade, en honor y servicio de ese Cristo y
esa Virgen de la Hermandad de vuestros amores, y siempre como costaleros esforzados
bajo las trabajaderas de vuestro divino concepto, al mando de esa voz del Soberano
Capataz de todo lo creado, que como una caricia grita al oído de vuestro corazón:
¡Venga de frente!, que viene a ser como deciros: que no os quede tiempo, cofrades
bastetanos, más que para recrearos en mi servicio y en la contemplación de ese llanto de
2
Sta. Teresa de Jesús

II
mi Bendita Madre, porque bajo su mirada, de la que nunca apartáis la vuestra, se entra
en mi Reino, por la puerta reservada a los héroes, a los santos y a los buenos cofrades de
Baza.

El Cristo de los Méndez

"En la cruz está la gloria, Y el honor,


Y en el padecer dolor, Vida y consuelo,
Y el camino más seguro para el cielo.3"

Y ya sorpresivamente nos encontramos en pleno Jueves Santo, haciéndose


realidad sensible por la tarde, cuando todo vuelve a engranarse de tal manera que la
ciudad y sus calles, las cofradías y la gente componen la totalidad misteriosa y
admirable. Penitentes y mantillas que se cruzan camino de sus templos, trasiego
humano, luz templada, eco de tambores, rincones y atajos que no recordábamos,
encuentros, saludos… La tarde es ese suspiro que pasa, que notamos como se nos va
entre los dedos mientras lo acariciamos, esa avalancha de impresiones que confluyen,
que se completan entre sí, que se equilibran y ordenan en esa igualá que es una cofradía
en la calle.

La Hermandad durante todo su recorrido es silencio; es el chisporroteo de los


cirios de los cofrades que pasan, salmodiando todos con sus lenguas de luz; se observa
un discurrir en el gotear de la cera, manso y luminoso, sobre las calles.

Vestidos de morado y capa grana, con su grana capillo en punta, empuñando el


cirio enorme de cera que apoyan rituales sobre la cadera. Todos los cirios se inclinan
desde las dos filas hacia el interior formando un túnel de luz. Y detrás el Cristo de los
Méndez portado por sus valientes costaleros, amorosos cirineos, con su peculiar andar .
Paso largo y de suave mecía, hay momentos en los que parece que Cristo anda, entre
alfombra de iris morados.

Cállense, y oirán las pisadas de los penitentes descalzos. Ese ruido blando y
suave como de caricia, de los pies blancos, de la carne rosada y sin durezas sobre el
suelo adoquinado, pulido y frío. Esa carne que no sabe pisar descalza, y que parece que
roza la calle con un imperceptible chasquido de beso.

Silencio, por caridad


Silencio por las esquinas
que es el Cristo dolorido el que pasa
aquel que ajusticiaron
para nuestra Salvación,
y que ahora pasa dormido.
Es el Cristo de la memorable leyenda
el que apodaron de los Méndez
el mismo que yacía en el Zaguán
en un recio madero;
tres férreos golpes dieron
tres ángeles bajados del cielo
con ronca voz dijeron:
3
Sta. Teresa de Jesús.

III
“Venimos por el madero”,
más los caseros sin saber que hacer
quedaronse perplejos.
Al cabo de los días
los mismos ángeles
llenos de inusitada alegría
al ver su gran obra llena de valía
bajaron del cielo
para traer el madero,
hacia su querida y admirable Baza.
Convertido así por los silgos de los siglos
en el Señor de Baza,
el mismo que cada año repite
y presta su estampa
a la mejor estirpe de Baza.

Para más asemejarse a la Pasión que se conmemora, también la mujer bastetana


tiene su simbólica intervención junto al cofrade en la Semana Santa de Baza y también a
ella debemos nuestro íntegro reconocimiento por su valiosa y eficaz colaboración.
Un día, un buen amigo y magnífico cofrade, me hablaba de la necesidad y justicia de
este tributo de público homenaje hacia esas mujeres, que a semejanza de aquellas que
intervinieron en la Pasión de Cristo, ponen lo mejor de su entusiasmo al servicio de la
Cofradía.
Y es verdad; la mujer bastetana lleva como unida su vida y sus afanes a la vida y
al afán del cofrade, y también como hermana sueña y participa en todos nuestros
desvelos e inquietudes. También ella, dejó allí, sobre el altar de su Cristo o de su
Virgen, las flores con reflejos de blancor eucarístico en el ramo de su primera
Comunión florecido en sonrisas angélicas, y el lleno de promesas e ilusiones de sus
nupcias matrimoniales. También ella es, quien toca con sus manos temblorosas el cielo
mismo de nuestro más limpio amor cuando viste y enjoya nuestras benditas Imágenes,
al ejercer su cargo de camarera; y quien inculca ese bendito amor en la blanca ternura de
los hijos, la flor más primorosa de vuestra Baza Pasional, y quien sabe vestir como
nadie pudo imitar la calada espuma de la negra mantilla, prendida por el beso rojo de
unos fragantes claveles cuidados con mimo especial durante todo el año, para la paz del
Sagrario, o para los pies de su Cristo de los Méndez.
Y también ella es madre. Madre, a semejanza de aquella que dio al mundo en
Belén una noche que no tuvo crepúsculo, el Verbo hecho carne; que por amor al Hijo,
vio su pecho traspasado por una espada de dolor; que huyó a Egipto, por salvar la vida
del Divino infante, y que lo perdió un día regresando de Jerusalén, para hallarlo después
de terrible búsqueda, hablando a los doctores en el Templo.
Madres, que nos enseñaron a rezar; que cuidaron de nuestras vidas; que
enjugaron nuestras lágrimas; que calmaron nuestro dolor y que iniciaron y encauzaron
nuestra existencia, en la encendida devoción hacia la Pasión Redentora.
Madres benditas, de las que nos queda, cuando no el regalo de su presencia viva,
su recuerdo perenne al hilo de una oración constante, que suplica su ayuda, desde ese
cielo que sin duda ganaron, con una vida llena de virtudes y sacrificios.
Y también ella es, la mujer bastetana, quien nos viste y cubre cada año con el
hábito nazareno, y en ese día señalado en que vamos a realizar esa última estación de
penitencia, que termina al cruzar la calle central de nuestro Camposanto -que también
como un símbolo se llama de la Fe- para dejar depositado nuestro despojo físico bajo la

IV
tierra sobre la que se alza el Cristo de los Méndez, y a cuyas plantas florecen los rosales
entrelazados, como una última oración, surgida de la propia muerte de todos los
cofrades de Baza.

Será por ese vacío


fúnebre de tus párpados.
Será porque mueres joven
con apariencia de anciano.
Será porque con lo negro
se siente el mundo angustiado.
O tal vez porque esa muerte
rehúye cualquier milagro.
O será por lo que pienso
cuando miro tu costado
que mi ser quiere seguirte
y mis pies darte de lado...
Será porque tú lo quieres
por lo que siempre te clamo:
ponme tu Cruz en la frente
-ceniza sobre pecado-
como una nueva cuaresma
que me despierte en tus brazos
y me alimente el alma,
Cristo muerto de los Méndez4.

Han pasado unas horas de tal acontecimiento cuando la Hermandad ya viene de


recogida. Ya está el Cristo de los Méndez, en la Plaza Mayor. De noche la Hermandad
tiene una luz distinta, nueva. Durante el día en su templo parece recibir del sol la vida,
el frescor, casi la belleza, mientras que por la noche es ella la que da vida y crea una
belleza diferente, honda y antigua.

Y son sus cuatro hachones los que serenan con la luz de la cera, y absorben
nuestros sentidos y tiñen las horas mas amargas de Cristo con su tenue y sagrado
temblor. Porque es en cada Jueves Santo cuando nos encontramos con la última noche
de Jesús, con su silencio, su frío y su soledad.

El que ahora llega a la Plaza Mayor, es el hijo del carpintero, el que sus vecinos
llamaban Nazareno, uno de los suyos, hasta que dejó de serlo. Es ese hombre clavado en
la Cruz de la Redención, rodeado de acusadores. Que muere por todos los hombres. Por
eso, es el eje de la Historia de la humanidad y de la de cada ser humano. Todo lo demás
viene a ser expresión de este misterio, del encuentro con la verdad, que es el Amor de
Dios, esto es, Cristo entregado hasta el extremo.

La plaza que antepone a la monumental iglesia del Sagrario, está abarrotada por
cientos de cofrades, que ansiosos esperan ver a su Cristo de los Méndez. El paso avanza
abriéndose camino entre un mar de gentes. Cristo, sobre su majestuoso paso escucha
cada plegaria, cada voz que se le acerca en su anual cita de un renovado Jueves Santo.

4
F. Vázquez Perea

V
Capataz:

Lleva despacio a Jesús

que va muerto por Amor

sobre el árbol de la Cruz.

Que no le roce ni el aire

que se mece por las ramas,

porque puede dilatarse

el manantial de sus llagas.

Ni la ráfaga de luz

con su tacto de clavel,

ni el suspiro del almendro

cuando vayas a llamar.

Ni el clavel en la ventana

ni el geranio del balcón,

ni el cuchilla de la noche

ni el refleja del farol.

Ni la música siquiera

de la saeta que canta,

ni el Padrenuestro que vibra

en la sedienta garganta.

Ni el mercurio del lucero

ni el azogue de la estrella,

ni el trepidar tan siquiera

del pisar del costalero.

Capataz: Que no rocen a Jesús

VI
ni el hálito del candor

ni el pétalo de la brisa.

¡Que va Muerto por Amor!

“Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer
con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta
Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad;


sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vió Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea
más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma
que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola
gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar
tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.”

He dicho

VII

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